Sonetos religiosos 2

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Amado Cristo
Amado Cristo, si de ver mi pena,
algún placer recibes o contento,
de hoy más mi pena me será contento
pues de Ti manan mi contento y pena.
Si tu contento crece con mi pena,
crezca mi pena por Te dar contento,
aunque sea comprándote un contento
con infinitos géneros de pena.
Pero, ¿cuál de los dos, Tú, con tu contento,
yo con mi dura y rigurosa pena,
de esta pena tendrá mayor contento?
Achacaráslo de ver en que mi pena
es quien va dando ser a tu contento
y fuiste Tú la causa de mi pena.
Cecilia del Nacimiento (1570-1646)
Toquen a juego, venga gente apriesa,
Toquen a juego, venga gente apriesa,
que se nos quema un templo verdadero,
porque en fe de amistad un extranjero
bate con fuego el pecho de Teresa.
Y no vengan con agua porque de ésa
dos grandes fuentes hay sobre el crucero,
dos ojos que hacen un Jordán entero
y con él crece el fuego más que cesa.
¡A fuego!, ¡a fuego!, pero no a matarle,
antes a llevar de él para su casa
vengan las almas, vengan a porfía;
arda y no cese el cielo de aumentarle,
porque en el fuego que a Teresa abrasa
ojalá se quemase el alma mía.
Cecilia del Nacimiento
¡Oh pan de mi sustancia que me alientas!,
¡Oh pan de mi sustancia que me alientas!,
no hay a mi paladar alguna cosa
como el bocado tuyo deleitosa,
que en tu gusto mis gustos apacientas.
Muero por Ti de hambre y te me ausentas;
no huyas de quien tiembla temerosa,
-que aunque morena, soy también hermosa-
cuando en mi pobre choza te aposentas.
Traga en tu lleno todo mi vacío
para que así enriquezcas mi pobreza
quedándote en el corazón de asiento.
Pues estando sin mí, quiere ser mío,
deja el retrato, amor, de su belleza
y quédese cerrado el aposento.
Cecilia del Nacimiento
Vida que mata, muerte que da vida,
Vida que mata, muerte que da vida,
hielo que abrasa, fuego que nos hiela,
vela que duerme, sueño que desvela,
muerte alentada, vida decaída,
cobarde audacia, cobardía atrevida,
verdad tramada, destramada tela,
tardo neblí, galápago que vuela,
amarga sanidad, dulce herida,
valeroso Sansón con fuerza poca,
Hércules vencedor con flaca mano,
pregonero de paz que al arma toca;
son triunfos del amor caduco y vano,
mas el amor divino los apoca
juntando al Ser de Dios el ser humano.
Cecilia del Nacimiento
(I) El pecador pregunta a Cristo
¿De dónde venís alto? * De la altura.
¿Qué motivo traéis? * De enamorado.
¿ Y qué librea es ésa? * De encarnado.
¿ Y quién os la vistió? * La Virgen pura.
¿A qué venís, Creador? * A la creatura.
¿Y quién os trajo al suelo? * Su pecado.
¿De quién recibís fuerzas? * De mi grado.
¿Por qué? * Por dar reparo a mi hechura.
¿Qué tal halláis el alma? * Endurecida.
¿Por qué la hacéis bien? * Porque es mi oficio.
¿Qué tanto es vuestro amor? * Es sin medida.
¿Con qué os le pagarán? * Con buen servicio.
¿Qué más harán por vos? * Darme su vida.
Pues yo les di la mía en sacrificio.
(II) El pecador pregunta a Cristo
¿Quién eres, hombre? * Tu hechura.
¿Para qué te crié? * Para amarte.
¿En qué gastas tu vida? * En deshonrarte.
¿Quién eso te enseñó? * Mi gran locura.
Y ¿qué piensas hacer? * Buscar la cura.
Y ¿cuál es la mejor? * A ti buscarte.
¿Por dó has de comenzar? * Por suplicarte…
que mires que me hiciste a tu figura.
¿ Quién te ha parado tal?
Y dime, ¿qué has perdido? * Tu privanza.
Sin ella, ¿a dónde vives? * En tormento.
¿ Qué te hace a Mí venir? * La confianza.
¿ Y sabes que te oiré? * En un momento…
pues sé que todo el bien por Ti se alcanza.
Cecilia del Nacimiento
Soneto del Nombre de Jesús
Jesús, bendigo yo tu santo Nombre.
Jesús, mi corazón en Ti se emplee.
Jesús, mi alma siempre te desee.
Jesús, lóete yo cuando te nombre.
Jesús, yo te confieso Dios y Hombre.
Jesús, con viva fe con Ti pelee.
Jesús, en tu ley santa me recree.
Jesús, sea mi gloria tu renombre.
Jesús, contemple en Ti mi; entendimiento.
Jesús, mi voluntad en Ti se inflame.
Jesús, medite en Ti mi pensamiento.
Jesús de mis entrañas, yo te ame.
Jesús, viva yo en Ti todo momento.
Jesús, óyeme Tú cuando te llame.
Cecilia del Nacimiento
Oh peregrino bien del alma mía
¡Oh peregrino bien del alma mía
que solo, sin resabios ni recelos
puedes matar mi sed, quitar mis duelos
y convertir mi llanto en alegría!
Pues eres tú mi luz, mi guarda y guía
que tengo yo en la tierra y en los cielos,
no quiero medios, no quiero consuelos,
fuera de ti, de todo me desvía.
En soledad, de todo enajenada,
desnuda de mi ser y de mi vida,
para ser como fénix renovada,
en tu amorosa llama y encendida
me arrojo, que si fuere allí quemada,
seré cual salamandria renacida.
Ana de la Trinidad (1577-1613)
Linces de lo profundo y escondido
Linces de lo profundo y escondido,
balcones del amor, centros gloriosos,
alegres palmas, triunfos victoriosos,
piedras-toques del oro más subido,
espesas selvas donde me he perdido,
floridos paraísos deleitosos,
pozos de ciencia, senos misteriosos
y dulce suspensión de mi sentido;
sentencias de la muerte y de la vida,
cristales do se ve mejor el mundo,
soles que solos quitan mis enojos,
y refugios del ánima afligida,
blancos do mi afición segura fundo
son de Jesús los apacibles ojos.
Ana de la Trinidad
Si yo pensase acá en mi pensamiento
Si yo pensase acá en mi pensamiento
que no pensando en Dios, en nada pienso,
entonces pensaría yo que pienso
un muy sabroso y dulce pensamiento.
Mas no me pasa a mí por pensamiento
ni pienso que es pensar, aunque más pienso,
porque pensando en Dios, cuando lo pienso,
pienso cumplir con sólo el pensamiento.
¡Cuán bien que pensaría si pensase
lo poco que pensase y lo que piensa
el alma que está en Dios siempre pensando!
Pluguiese a Dios ya questo se pensase
y no en los desvaríos en que piensa
aquel que, sin pecar, peca pensando.
Francisco de Jesús (s. XVII)
Retruécano
Cristo en la Cruz jugó y perdió la vida
y ganó para Si en la Cruz la muerte;
pero porque en la Cruz recibe muerte,
el hombre por la Cruz recibe vida.
La Cruz al hombre da contento y vida
y a Dios le da la Cruz tormento y muerte,
y en la Cruz triunfa Dios del mal y muerte,
pues en la Cruz les quita al fin la vida.
Recibe Cristo en Cruz afrenta y muerte
y por la Cruz alcanza gloria y vida
el hombre que sin Cruz viviera en muerte.
Y al fin la Cruz a Cristo da la vida,
y es espada la Cruz contra la muerte
pues pierde por la Cruz el reino y vida.
Francisco de Jesús
Si en pago de ofenderte tantas veces
Si en pago de ofenderte tantas veces
usas, Señor, de tantos beneficios,
si en mí fueran virtudes tantos vicios
¿qué fuera, pues tan largo te me ofreces?
Si en vez de castigar, me favoreces
y das tal paso donde no hay servicios,
a quien te sirve bien me das indicios
de los bienes sin número que ofreces.
Pues no pido, Señor, que me regales;
trabajos pido, penas y deshonras;
que arranques, quemes, cortes y deshagas.
Que si aquí no se purgan tantos males,
temo en tanto regalo y tantas honras
otra purga mayor o nuevas llagas.
Francisco de Jesús
Soneto a San José
JOSÉ divino, pues que Cristo pobre
padre os quiso llamar desde el pesebre,
¿quién duda que en los cielos os requiebre
y honor y gloria como a padre os sobre?
¿ Quién duda que milagros por vos obre
y cuando algún devoto vuestro quiebre,
quién sino vos hará que se celebre
el llanto de su culpa y gracia cobre?
Porque si tantos años de costumbre
tuviste de aplacar la sed y hambre
a Dios del cielo en cuanto al ser de hombre,
claro está que gozando allá su cumbre,
los serafines en copioso enjambre
os cantarán tal gala y tal renombre.
Francisco de Jesús
Oyendo cantar a un ruiseñor junto a una rosa
Aquélla, la más dulce de las aves,
y ésta, la más hermosa de las flores,
esparcían suavísimos amores
en sus cánticos y nácares suaves.
Cuando, suspensa entre cuidados graves,
un alma, que atendía su primores,
arrebatada a objetos superiores,
les entregó del corazón las llaves.
Si aquí, dijo, en el yermo de esta vida
tanto una rosa, un ruiseñor eleva,
tan grande es su belleza y su dulzura,
¿cuán será la floresta prometida?
¡Oh dulce melodía siempre nueva,
oh siempre floridísima hermosura!
Jerónimo de San José (s. XVII)
La oración del ateo
Oye mi ruego Tú, Dios que no existes,
y en tu nada recoge estas mis quejas.
Tú que a los pobres hombres nunca dejas
sin consuelo de engaño. No resistes
a nuestro ruego y nuestro anhelo vistes.
Cuando Tú de mi mente más te alejas,
más recuerdo las plácidas consejas
con que mi alma endulzome noches tristes.
¡Qué grande eres, mi Dios! Eres tan grande
que no eres sino Idea; es muy angosta
la realidad por mucho que se expande
para abarcarte. Sufro yo a tu costa,
Dios no existente, pues si Tú existieras
existiría yo también de veras.
Miguel de Unamuno (Bilbao, 1864-1936)
Señor, no me desprecies…
Señor, no me desprecies y conmigo
lucha; que sienta, al quebrantar tu mano
la mía, que me tratas como a hermano,
Padre, pues beligerancia consigo
de tu parte; esa lucha es la testigo
del origen divino de lo humano.
Luchando así comprendo que el arcano
de tu poder es de mi fe el abrigo.
Dime, Señor, tu nombre, pues la brega
toda esta noche de la vida dura
y del albor la hora luego llega;
me has desarmado ya de mi armadura,
y el alma, así vencida, no sosiega
hasta que salga de esta senda oscura.
Miguel de Unamuno
Te busco desde siempre
Te busco desde siempre. No te he visto
nunca. ¿Voy tras tus huellas?
Las rastreo con ansia, con angustia, y no las veo.
Sé que no sé buscarte, y no desisto.
¿Qué me induce a seguirte? ¿Por qué insisto
en descubrir tu rastro? Mi deseo
no sé si es fe. No sé. No sé si creo
en algo, ¿en qué? No sé. No sé si existo.
Pero, Señor de mis andanzas, Cristo
de mis tinieblas, oye mi jadeo.
No sufro ya la vida, ni resisto
la noche. Y si amanece, y yo no veo
el alba, no podré decirte: «He visto
tu luz, tus pasos en la tierra, y creo».
Juan José Domencrina (Madrid, 1898-1959)
Jesús del Gran Poder
Jesús del Gran Poder, Señor, Dios mío…
Si en medio de la noche sevillana
aparece tu efigie soberana
entre gotas de llanto y de rocío…
Si de tu santa faz el sol sombrío
antes que el astro enciende la mañana
y de tu sangre la Divina grana
eterna corre como fluye el río…
Y vuelven a bajar las golondrinas
a quitar de tu frente las espinas
al mandato de Amor, eterno y fuerte.
Ríndese el mal y el odio. Y tu «Carrera»
al hombre enseña, al fin, de qué manera
puede ser Dios un condenado a muerte.
Manuel Machado (Sevilla, 1874-1947)
Domine, ut videam
I
“Mi Vida, mi Verdad y mi Camino…”
Yo sé bien que eres Tú. Pero te busco
y ¡en qué mirajes la mirada ofusco,
o en qué negrura el paso desatino…!
Sin duda es verde aún la pobre rama
que en tu divino fuego arder quisiera,
y airado la separas de la hoguera
porque indigna la juzgas de tu llama
No sé, no sé, Señor, a dónde llego
corriendo tras tu sombra… En cualquier parte,
buscándote me angustio y extermino.
¡Dame, Señor, la mano, que soy ciego!
Ponme en la senda donde pueda hallarte:
¡Mi vida, mi Verdad y mi Camino!
II
Ya me maté a mí mismo, pues no quiero
con hombre nada y en Ti sólo fío,
y a tu infinita caridad confío
cuanto sólo de Ti, Señor, espero.
Sólo contigo familiar sería
si Tú me hablaras… Y ¡qué humildemente
sin guardar nada, corazón y mente,
si los quisieras Tú, te entregaría!
Tómamelos, mi bien, que esta jornada
correr, de todo peso libre, ansío,
porque en Tu Gracia pronto se concluya…!
Yo sé de sobra que no valen nada.
mas, pues dejé mi voluntad, Dios mío,
hazme saber al fin cuál es la Tuya.
III
¡Gracia, gracia, Señor, que el amor quiere
yo todo tuyo, mas Tú todo mío…!
Porque la mar lo espera corre el río.
Y a los besos del sol la rosa muere.
Amor, que a toda gloria se prefiere,
la muerte vence, mas no vence el frío…
Eco no halla la voz en el vacío.
No viva, Rey del alma, quien no espere.
Mas, si a vivir amando me destinas,
da pan al hambre mía, aunque sea poco;
agua a la sed en que me ves deshecho.
¡Del alma en sombras a las hondas minas
un rayito de sol…! -Y, Él: “Calla, loco,
siempre el amor acaba satisfecho!”
Manuel Machado
Kyrie Eleison
La Caridad, la Caridad, la Caridad…
Tus llagas otra vez, Señor, al mundo muestra,
y tu corona de espinas, y tu diestra
horadada por el clavo de la impiedad.
Dinos de nuevo aquella palabra que nos hace
llorar, y nos derrite la maldad en el pecho,
y nos da paz, amor y olvido. Y satisface
como el correr seguro del río por su lecho.
Y que un pasaje matinal, y que una buena
esperanza nos den la alegría piadosa,
y que sea el amor de dios nuestra verdad.
Que seamos buenos para librarnos de la pena.
Y que nunca olvidemos esta única cosa:
¡La Caridad, la Caridad, la Caridad!…
Manuel Machado

Sonetos Religiosos 1

cristo-de-velc3a1zquez-1632
Soneto a Cristo Crucificado
No me mueve mi Dios para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, en tal manera,
que aunque no hubiera cielo yo te amara
y aunque no hubiera infierno te temiera;
No me tienes que dar porque te quiera,
porque aunque cuanto espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.

Antonio de Rojas (1585-1650)

—————
Me basta Dios: solo este pensamiento
de tal manera el corazón me llena,
que toda dicha a su dulzura ajena,
es causa para mí de más tormento.
En la infinita plenitud que siento
ni el bien me halaga, ni el dolor me apena;
pues nada ya el espíritu encadena
que en sólo Dios ha puesto su contento.
Todo lo estima como inmundo lodo
el alma que de Dios está tocada,
porque en su amor inmenso transformada
sólo vive de amor; y de este modo,
en Dios y para Dios, lo quiere todo,
sin Dios y para sí, no quiere nada.
R. V. Osende, O.P.
La Visita
Déjame entrar Señor que tengo prisa…;
que he de volver a un mundo apresurado,
inmerso en la ambición y en el pecado,
huérfano de la luz y de la risa.
Déjame entrar que mi dolor precisa
hacer un alto en el camino andado;
porque tengo, Señor de tan cansado,
el gesto vago y la virtud remisa.
Déjame entrar Señor sólo persigo
pararme un rato, recobrar la calma,
pensar un poco y dialogar Contigo.
Soy el mismo de ayer tu viejo amigo
déjame entrar a confortarme el alma
luego, Señor cuando queráis… prosigo.
A. Trujillo Téllez
Visita al Santísimo Sacramento
Permíteme, Señor, que aquí postrado,
consciente de mi nada en tu presencia,
y aún temiendo pecar de irreverencia
me atreva al alto honor de acompañaros.
Yo sé que no soy digno de miraros,
Mas, fiado en tu amor y en tu clemencia,
se apacigua el clamor de mi conciencia
y me inunda la calma al contemplaros.
En el mundo, Señor por olvidaros,
es todo confusión y algarabía
que me inquietan de modo extraordinario.
Por eso, mi Señor vengo a rogaros,
que le dejes gozar al alma mía,
del remanso de paz de tu Sagrario.
José Ramón de Pablo
Soneto-oración
(De «La Gran Sultana»)
A ti me vuelvo, gran Señor, que alzaste,
a costa de tu sangre y de tu vida
la mísera de Adán primer caída
y adonde él nos perdió. Tú nos cobraste.
A Ti, Pastor bendito, que buscaste
de las cien ovejuelas la perdida,
y hallándola del lobo perseguida,
sobre tus hombros santos te la echaste.
A Ti me vuelvo en mi aflicción amarga
y a Ti toca, Señor, el darme ayuda,
que soy cordera de tu aprisco ausente
y temo que a carrera corta o larga
cuando a mi daño tu favor no acuda
me ha de alcanzar esta infernal serpiente.
Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616)
Dime, Padre común
«Dime, Padre común, pues eres Justo,
¿por qué ha de permitir tu providencia
que, arrastrando prisiones la inocencia,
suba la fraude a tribunal augusto?
¿Quién da fuerzas al brazo que robusto
hace a tus leyes firme resistencia,
y que el celo, que más la reverencia,
gima a los pies del vencedor injusto?
Vemos que vibran victoriosas palmas
manos inicuas, la virtud gimiendo
del triunfo en el injusto regocijo».
Esto decía yo, cuando riendo
celestial ninfa apareció, y me dijo:
«¡Ciego!, ¿es la tierra el centro de las almas?»
Bartolomé L. de Argensola (1562-1631)
A Dios omnipotente
Señor, que miras de tu excelsa cumbre
el tiempo todo en un presente eterno,
tu imagen mira en mí, que al ciego infierno
la inclina su terrena pesadumbre.
Oh suma luz, ya la encendida lumbre
de mi gozoso abril florido y tierno
muere, y ya temo ver en el invierno
más verde la raíz de mi costumbre.
Mírala, sacro santo Rey divino,
con ojos de piedad, que al dulce encuentro
del rayo celestial verás volvella
a verte, como en vidrio cristalino
la imagen mira el que se espeja dentro,
y está en su vista dél su mirar della.
Bartolomé L. de Argensola
Pastor que con tus silbos amorosos
me despertaste del profundo sueño;
tú que hiciste cayado de este leño
en que tiendes los brazos poderosos;
vuelve los ojos a mi fe piadosos,
pues te confieso por mi amor y dueño,
y la palabra de seguirte empeño,
tus dulces silbos y tus pies hermosos.
Oye, Pastor, que por amores mueres:
no te espante el rigor de mis pecados,
pues tan amigo de rendidos eres.
Espera, pues, y escucha mis cuidados;
¿pero cómo te digo que me esperes,
si estás, para esperar, los pies clavados?
Lope de Vega (1562-1635)
¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?
¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno oscuras?
¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!
¡Cuántas veces el ángel me decía:
asómate ahora a la ventana;
verás con cuánto amor llamar porfía»!
¡ Y cuántas veces, hermosura soberana,
«Mañana le abriremos», respondía,
para lo mismo responder mañana!
Lope de Vega
Temores en el favor
Cuando en mis manos, Rey eterno, os miro,
y la cándida víctima levanto,
de mi atrevida indignidad me espanto,
y la piedad de vuestro pecho admiro.
Tal vez el alma con temor retiro,
tal vez la doy al amoroso llanto;
que, arrepentido de ofenderos tanto,
con ansias temo y con dolor suspiro.
Volved los ojos a mirarme humanos;
que por las sendas de mi error siniestras
me despenaron pensamientos vanos.
No sean tantas las miserias nuestras
que a quien os tuvo en sus indignas manos
vos le dejéis de las divinas vuestras.
Lope de Vega
Cuando me paro a contemplar mi estado
y a ver los pasos por donde he venido,
me espanto de que un hombre tan perdido
a conocer su error haya llegado.
Cuando miro los años que he pasado
la divina razón puesta en olvido,
conozco qué piedad del cielo ha sido
no haberme en tanto mal precipitado.
Entré por laberinto tan extraño,
fiando al débil hilo de la vida
el tarde conocido desengaño,
Mas de tu luz mi oscuridad vencida,
el monstruo muerto de mi ciego engaño
vuelva a la patria, la razón perdida.
Lope de Vega
¿Qué ceguedad me trato a tantos daños?
¿Por dónde me llevaron desvaríos,
que no traté mis años como míos
y traté como propios sus engaños?
Oh puerto de mis blancos desengaños,
por donde ya mis juveniles bríos
pasaron como el curso de los ríos,
que no los vuelve atrás el de los años.
Hicieron fin mis locos pensamientos;
acomodóse el tiempo a la edad mía,
por ventura en ajenos escarmientos.
Que no temer el fin no es valentía,
donde acaban los gustos en tormentos
y el curso de los años en un día.
Lope de Vega
¡Cuántas veces, Señor, me habéis llamado,
y cuántas, con vergüenza he respondido,
desnudo como Adán, aunque vestido
de las hojas del árbol del pecado!
Seguí mil veces vuestro pie sagrado,
fácil de asir, en una Cruz asido,
y atrás volví otras tantas atrevido,
al mismo precio en que me habéis comprado.
Besos de paz os di para ofenderos,
pero si fugitivos de su dueño
hierran cuando los hallan los esclavos,
hoy que vuelvo con lágrimas a veros,
clavadme vos a vos en vuestro leño
y tendréisme seguro con tres clavos.
Lope de Vega
Con ánimo de hablarle en confianza
de su pide, entré en el tempo un día;
donde Cristo en la cruz resplandecía
con el perdón que quien le mira alcanza.
Y aunque la fe, el amor y la esperanza
a la lengua pusieron osadía,
acordéme que fue por culpa mía,
y quisiera de mí tomar venganza.
Ya me volvía sin decirle nada,
y como vi la llaga del costa,
paróse el alma en lágrimas bañada.
Hablé, lloré, y entré por aquel lado,
porque no tiene Dios puerta cerrada
al corazón contrito y humillado.
Lope de Vega
Muere la vida, y vivo yo sin vida,
ofendiendo la vida de mi muerte,
sangre divina de las venas vierte,
y mi diamante su dureza olvida.
Está la majestad de Dios tendida
en una dura cruz, y yo de suerte
que soy de sus dolores el más fuerte,
y de su cuerpo la mayor herida.
¡Oh duro corazón de mármol frío!,
¿tiene tu Dios abierto el lado izquierdo,
y no te vuelves un copioso río?
Morir por él será divino acuerdo,
mas eres tú mi vida, Cristo mío,
y como no la tengo, no la pierdo.
Lope de Vega
Yo me muero de amor, que no sabía,
aunque diestro en amar cosas del suelo,
que no pensaba yo que amor del cielo
con tal rigor las almas encendía.
Si llama la moral filosofía
deseo de hermosura a amor, recelo
que con mayores ansias me desvelo
cuanto es más alta la belleza mía.
Amé en la tierra vil, ¡qué necio amante!
¡Oh luz del alma, habiendo de buscaros,
qué tiempo que perdí como ignorante!
Mas yo os prometo agora de pagaros
con mil siglos de amor cualquiera instante
que por amarme a mí dejé de amaros.
Lope de Vega
Hombre mortal mis padres me engendraron,
aire común y luz de los cielos dieron,
y mi primera voz lágrimas fueron,
que así los reyes en el mundo entraron.
La tierra y la miseria me abrazaron,
paños, no piel o pluma, me envolvieron,
por huésped de la vida me escribieron,
y las horas y pasos me contaron.
Así voy prosiguiendo la jornada
a la inmortalidad el alma asida,
que el cuerpo es nada, y no pretende nada.
Un principio y un fin tiene la vida,
porque de todos es igual la entrada,
y conforme a la entrada la salida.
Lope de Vega
Buscaba Madalena pecadora
un hombre, y Dios halló sus pies, y en ellos
perdón, que más la fe que los cabellos
ata sus pies, sus ojos enamora.
De su muerte a su vida se mejora,
efecto en Cristo de sus ojos bellos,
sigue su luz, y al occidente dellos
canta en los cielos y en peñascos llora.
«Si amabas, dijo Cristo, soy tan blando
que con amor a quien amó conquisto,
si amabas, Madalena, vive amando».
Discreta amante, que el peligro visto
súbitamente trasladó llorando
los amores del mundo a los de Cristo.
Lope de Vega

Salamanca y Unamuno

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Informacion pagina web Catedral de Salamanca

Mi Salamanca de Miguel de Unamuno:

Alto soto de torres que al ponerse
tras las encinas que el celaje esmaltan
dora a los rayos de su lumbre el padre
Sol de Castilla;
bosque de piedras que arrancó la historia
a las entrañas de la tierra madre,
remanso de quietud, yo te bendigo,
¡mi Salamanca!

Miras a un lado, allende el Tormes lento,
de las encinas el follaje pardo
cual el follaje de tu piedra, inmoble,
denso y perenne.
Y de otro lado, por la calva Armuña,
ondea el trigo, cual tu piedra, de oro,
y entre los surcos al morir la tarde
duerme el sosiego.

Duerme el sosiego, la esperanza duerme
de otras cosechas y otras dulces tardes,
las horas al correr sobre la tierra
dejan su rastro.
Al pie de tus sillares, Salamanca,
de las cosechas del pensar tranquilo
que año tras año maduró en tus aulas,
duerme el recuerdo.

Duerme el recuerdo, la esperanza duerme
y es tranquilo curso de tu vida
como el crecer de las encinas, lento,
lento y seguro.
De entre tus piedras seculares, tumba
de remembranzas del ayer glorioso,
de entre tus piedras recojió mi espíritu
fe, paz y fuerza.

En este patio que se cierra al mundo
y con ruinosa crestería borda
limpio celaje, al pie de la fachada
que de plateros

ostenta filigranas en la piedra,
en este austero patio, cuando cede
el vocerío estudiantil, susurra
voz de recuerdos.

 

En silencio fray Luis quédase solo
meditando de Job los infortunios,
o paladeando en oración los dulces
nombres de Cristo.

Nombres de paz y amor con que en la lucha
buscó conforte, y arrogante luego
a la brega volvióse amor cantando,
paz y reposo.

La apacibilidad de tu vivienda
gustó, andariego soñador, Cervantes,
la voluntad le enhechizaste y quiso
volver a verte.


Volver a verte en el reposo quieta,
soñar contigo el sueño de la vida,
soñar la vida que perdura siempre
sin morir nunca.

Sueño de no morir es el que infundes
a los que beben de tu dulce calma,
sueño de no morir ese que dicen
culto a la muerte.

En mi florezcan cual en ti, robustas,
en flor perduradora las entrañas
y en ellas talle con seguro toque
visión del pueblo.

Levántense cual torres clamorosas
mis pensamientos en robusta fábrica
y asiéntese en mi patria para siempre
la mi Quimera.

Pedernoso cual tú sea mi nombre
de los tiempos la roña resistiendo,
y por encima al tráfago del mundo
resuene limpio.

Pregona eternidad tu alma de piedra
y amor de vida en tu regazo arraiga,
amor de vida eterna, y a su sombra
amor de amores.

En tus callejas que del sol nos guardan
y son cual surcos de tu campo urbano,
en tus callejas duermen los amores
más fugitivos.

Amores que nacieron como nace
en los trigales amapola ardiente
para morir antes de la hoz, dejando
fruto de sueño.

El dejo amargo del Digesto hastioso
junto a las rejas se enjugaron muchos,
volviendo luego, corazón alegre,
a nuevo estudio.

De doctos labios recibieron ciencia
mas de otros labios palpitantes, frescos,
bebieron del Amor, fuente sin fondo,
sabiduría.

Luego en las tristes aulas del Estudio,
frías y oscuras, en sus duros bancos,
aquietaron sus pechos encendidos
en sed de vida.

Como en los troncos vivos de los árboles
de las aulas así en los muertos troncos
grabó el Amor por manos juveniles
su eterna empresa.

Sentencias no hallaréis del Triboniano,
del Peripato no veréis doctrina,
ni aforismos de Hipócrates sutiles,
jugo de libros.

Allí Teresa, Soledad, Mercedes,
Carmen, Olalla, Concha, Bianca o Pura,
nombres que fueron miel para los labios,
brasa en el pecho.

Así bajo los ojos la divisa del amor,
redentora del estudio,
y cuando el maestro calla, aquellos bancos
dicen amores.

Oh, Salamanca, entre tus piedras de oro
aprendieron a amar los estudiantes
mientras los campos que te ciñen daban
jugosos frutos.

Del corazón en las honduras guardo
tu alma robusta; cuando yo me muera
guarda, dorada Salamanca mía,
tú mi recuerdo.
Y cuando el sol al acostarse encienda
el oro secular que te recama,
con tu lenguaje, de lo eterno heraldo,
di tú que he sido.

Miguel de Unamuno

Pemán : poesias 2

The Holy Night by Carlo Maratta

Madonna_con_il_Bambino

José María Pemán :

Cargadores de la Isla mecedla con suavidad, que lleváis sobre los hombros a la Reina de la Mar!

Cargadores de la Isla: ésa que vais a sacar es la Virgen marinera, que huele a marisco y sal; (…) la que apacienta las olas los días de tempestad; (…) Tú, cargador, que no sabes rezar la Salve, quizás: si cuando lo saques, meces el paso con buen compás, aunque no sepas la Salve, Dios te lo perdonará…

2

Bendito seas, Señor, por tu infinita bondad; porque pones con amor sobre espinas de dolor rosas de conformidad.

¡Qué triste es mi caminar! llevo en mi pecho escondido un gemido de pesar y en mis labios un cantar para esconder mi gemido.

Mi poesía soñadora es agua murmuradora de corriente mansa y grave, que, al murmurar, no se sabe si es que canta o es que llora.

Y es que temiendo, Señor, que este temiendo, Señor, que ese mundo burlador se burle de mis pesares, voy ahogando entre cantares los ayes de mi dolor.

No quiero que en mi cantar mi pena se transparente; quiero sufrir y callar. No quiero dar a la gente migajas de mi pesar.

Tú sólo, Dios y Señor, tú, que con amor me hieres, tú que con inmenso  amor pruebas con mayor dolor a las almas que más quieres.

Tú solo lo has de saber; que sólo quiero contar mi secreto padecer a quien lo ha de comprender y lo puede consolar.

Bendito seas, Señor, por tu infinita bondad; porque pones con amor sobre espinas  de dolor,  rosas de conformidad.

Será el dolor que viniere en buena hora recibido. Venga, pues que Dios lo quiere, ¿Qué me importa verme herido, si es  i Dios el que me hiere?

Yo  no me quejo, Señor, yo sé que es gozo el dolor, si se sufre por amor; y el padecer es gozar, se  padece de amor.

Sé que para el peregrino que busca el placer divino de padecer por amores, las espinas del camino se van convirtiendo en flores.

Yo no me quejo, Señor, quiero por amor gozar la locura del dolor, quiero por amor gozar la locura del dolor; quiero hacer mi vida altar de un sacrificio de amor.

Vivir sin pena de Amores es triste vivir sombrío, como el del agua de un río que, sin árboles ni flores, va por un campo baldío.

Vida falsa alegría, yo no te envidio: que el día que fuera mi vida así, temblando de horror diría: “Dios se ha olvidado de mí”

No huyáis, penas y dolores con flaqueza de cobardes, ni busquéis falsos amores, que mueren como las flores con el morir de la tarde.

Saber sufrir y tener el alma recia y curtida es lo que importa saber. La ciencia del padecer es la ciencia de la vida.

No hay como saber sufrir con entereza el dolor, para saber combatir. Que el dolor es la mejor enseñanza del vivir.

El ayuda con su manto las empresas duraderas del vivir fecundo y sano; él  sabe  aventar del grano la suciedad de las eras.

El nos enseña a tener siempre el alma apercibida, y a esperar y a no temer, y a dar su justo valer a las cosas de la vida.

Nos enseña a caminar por la vida, y a luchar con ánimo bien templado, para no desesperar ni aún esperar demasiado.

Es saludable lección para las necias pasiones, cauterio del corazón, freno de las tentaciones y escuela de perfección.

Por eso, Dios y Señor, porque por amor me hieres, porque, con inmenso amor, pruebas con mayor dolor a las almas qué más quieres.

Porque sufrir es curar las llagas del corazón: porque sé que me has de dar consuelo y resignación a medida del pesar.

Por tu bondad y tu amor, porque lo mandas y quieres, porque  es tuyo mi dolor.

¡Bendita sea, Señor, la mano con que me hieres!

                                     José María Peman          

3

              Estaba la dolorosa
junto al leño de la cruz
¡que alta palabra de luz!
qué manera tan graciosa
de enseñarnos la preciosa
lección de callar doliente.
Tronaba el cielo rugiente,
la tierra se estremecía.
Bramaba el agua… María
estaba, sencillamente.
 

 

Obras completas, Madrid: Escelicer, 1947–1965, siete tomos. I. «Poesía» (1947). II. «Novelas y cuentos» (1948). III. «Narraciones y ensayos» (1949). IV. «Teatro». V. «Doctrina y oratoria» (1953). VI. «Miscelánea» (1953). VII. «Miscelánea» (1965).

Lírica De la vida sencilla. Poesías originales, M., V. H. Sanz Calleja, 1923 (con prólogo de Francisco Rodríguez Marín). Nuevas poesías, M., Voluntad, 1925. A la rueda, rueda… Cancionero, M., CIAP Mundo Latino, 1929. El barrio de Santa Cruz (Itinerario lírico), Jerez de la Frontera, Nueva Litografía Jerezana, 1931. Elegía de la tradición de España, Cádiz, Tip. Manuel Cerón, 1931. Salmo de los muertos del 10 de agosto, 1933. Señorita del mar, M., Sáez Hnos, 1934. Poesía (1923-1937), Valladolid, Santarén, 1937. Poema de la Bestia y el Ángel, Zaragoza, Jerarquía, 1938. Poesía sacra, M., Escelicer, 1940. Por Dios, por la Patria y el Rey, M., Ediciones Españolas, 1940 (Estampas de Carlos Saez de Tejada). Las musas y las horas, M., Aguilar, 1945. Las flores del bien, B., Montaner y Simón, 1946. Obras completas, M., Escelicer, 1947 (Tomo I: Poesía). La Pasión según Pemán. Edibesa, 1997. Poesía esencial. Granada, 2002. (Estudio preliminar y selección de José Enrique Salcedo Mendoza). Narrativa y cuentos Cuentos sin importancia, 1927. Romanza del fantasma y doña Juanita, 1927. Inquietudes de un provinciano, 1930. Volaterías, 1932. De Madrid a Oviedo, pasando por Las Azores, 1933. La vencedora, 1933. San Pedro, 1933. Fierabrás, 1935. El vuelo inmóvil, 1936. ¡Atención, atención!, 1937. Arengas y crónicas de guerra. Escelicer-Cerón, Cádiz, 1937. Historia de tres días, 1939. El paraíso y la serpiente, 1942. Señor de su ánimo, 1943. Un laureado civil, 1944. De doce cualidades de la mujer, 1948. Un soldado en la historia: vida del capitán general Varela. Madrid, 1954. Ensayo El hecho y la idea de la Unión Patriótica, 1929. Cartas a un escéptico en materia de formas de gobierno, 1935. Crónicas de antes y después del diluvio, 1939. La historia de España contada con sencillez, 1939. Ocho ensayos religiosos, 1948. Teatro Isoldina y Polión, 1928. La viudita naviera. El divino impaciente, 1933. Cuando las Cortes de Cádiz, 1934. Cisneros, 1935. Julieta y Romeo, 1935. La danza de los velos, 1936. Almoneda, 1937. De ellos es el mundo, 1938. Ha habido un robo en el teatro, 1938. La Santa virreina, 1939. Ella no se mete en nada, 1941. Por la Virgen Capitana, 1941. Metternich, 1942. Juan sin versos, 1942. El testamento de la Mariposa, 1942. Hay siete pecados, 1943. Como el primer día, 1943. Hablar por hablar, 1944. Si me quieres o me dejas, 1944. Yo no he venido a traer la paz, 1945. Diario íntimo de la tía Angélica, 1946. Todo a medio hacer, 1946. Antígona, 1946. La casa, 1947. En tierra de nadie, 1947. Vendimia, 1947. La verdad, 1947. Lo que debe ser, 1948. Semana de Pasión, 1948. Hamlet, 1949. Electra, 1949. El viejo y las niñas, 1949. El gran cardenal, 1950. Paca Almuzara, 1950. Por el camino de la vida, 1950. La muerte de Carmen, 1949; libreto de ópera con música de Ernesto Halffter.