Sonetos religiosos 3

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Oración a la luz
Señor: Yo sé que en la mañana pura
de este mundo, tu diestra generosa
hizo la luz antes que toda cosa
por que todo tuviera su figura.
Yo sé que te refleja la segura
línea inmortal del lirio y de la rosa
mejor que la embriagada y temerosa
música de los vientos en la altura.
Por eso te celebro yo en el frío
pensar exacto a la verdad sujeto
y en la ribera sin temblor del río;
por eso yo te adoro, mudo y quieto;
y por eso, Señor, el dolor mío
por llegar hasta ti se hizo soneto.
José María Pemán (Cádiz, 1897-1891)
Sonetos de esperanza
I
Cuando a tu mesa voy y de rodillas
recibo el mismo pan que Tú partiste
tan luminosamente, un algo triste
suena en mi corazón mientras Tú brillas.
Y me doy a pensar en las orillas
del lago y en las cosas que dijiste…
¡Cómo el alma es tan dura que resiste
tu invitación al mar que andando humillas!
Y me retiro de tu mesa ciego
de verme junto a Ti. Raro sosiego
con la inquietud de regresar rodea
la gran ruina de sombras en que vivo.
¿Por qué estoy miserable y fugitivo
y una piedra al rodar me pisotea?
II
Y salgo a caminar entre dos cielos
y ya al anochecer vuelvo a mis ruinas.
Ultimas nubes, ángeles divinas,
se bañan en desnudos arroyuelos.
La oscura sangre siente los flagelos
de un murciélago en ráfaga de espinas,
y aun en las limpias aguas campesinas
se pudren luminosos terciopelos.
La poderosa soledad se alegra
de ver las luces que su noche integra.
¡Un cielo enorme que alojaría puede!
Y un goce primitivo, una alegría
de Paraíso abierto se sucede.
Algo de Dios al mundo escalofría.
Carlos Pellicer (Villahermosa, México, 1899-1977)
Arrepentimiento
¿Qué has hecho tú? ¡Dámaso, bruto, bruto!
Del mundo, libertad centro te hacía.
Tiempo de Dios, en libertad crecía.
La flor, en rama, libre se iba a fruto.
¿Qué hiciste, adolescente chivo hirsuto,
luego chacal, pantera de su hombría,
hoy mico viejo ya, tú, inarmonía
del orbe en Dios, Dámaso bruto, bruto?
¡Alas de libertad! Aire sereno
del orden era en torno. Y yo gritaba:
«¡Libre Dámaso-dios!» Dámaso impío:
aire de Dios rasgó mi desenfreno
que osé la libertad que Dios me daba,
látigo contra Dios alzar, ¡Dios mío!
Dámaso Alonso (Madrid, 1898-1990)
Como la hiedra
Por el dolor creyente que brota del pecado.
Por haberte querido de todo corazón.
Por haberte, Dios mío, tantas veces negado;
tantas veces pedido, de rodillas, perdón.
Por haberte perdido; por haberte encontrado.
Porque es como un desierto nevado mi oración.
¡Porque es como la hiedra sobre el árbol cortado
el recuerdo que brota cargado de ilusión!
Porque es como la hiedra, déjame que Te abrace,
primero amargamente, lleno de flor después,
y que a mi viejo tronco poco a poco me enlace,
y que mi vieja sombra se derrame a tus pies;
¡porque es como la rama donde la savia nace,
mi corazón, Dios mío, sueña que Tú lo ves!
Leopoldo Panero (Astorga, 1909-1962)
A Jesucristo N.S., muerto en la Cruz para salvarnos
Casi en las manos sosteniendo el brío,
desprendido y yacente el cuerpo santo
deshabitado está, ¡no alzad el llanto!
Ya tiene luz la rosa y gozo el río.
La muerte confirmó su señorío
sobre la carne del Señor y, en tanto,
si es sombra sana su mortal quebranto,
ya está el tiempo parado, Cristo mío;
ya está el tiempo en el mar y está cumplida
la noche en la mirada redentora
que vio la luz mirando el firmamento.
¡y volverá el pecado con la vida,
y clavada en la cruz está la Aurora
ya inútil al abrazo y leve al viento!
Luis Rosales (Granada, 1910-1992)
A Jesús crucificado
Delante de la Cruz, los ojos míos,
quédense, Señor, así mirando
y sin ellos quererlo, estén llorando,
porque pecaron mucho y están fríos.
Y estos labios que dicen mis desvíos,
quédenseme, Señor, así cantando,
y, sin ellos quererlo, estén rezando
porque pecaron mucho y son impíos.
Y así, con la mirada en vos prendida,
y así, con la palabra prisionera
como a carne a vuestra cruz asida,
quédeseme, Señor, el alma entera,
y así, lavada en vuestra Cruz mi vida,
Señor, así, cuando queráis me muera.
Rafael Sánchez Mazas
Hombre
Luchando, cuerpo a cuerpo, con la muerte,
al borde del abismo, estoy clamando
a Dios. Y su silencio, retumbando,
ahoga mi voz en el vacío inerte.
¡Oh Dios! Si he de morir, quiero tenerte
despierto. Y, noche a noche, no sé cuándo,
oirás mi voz. ¡Oh Dios! Estoy hablando
solo. Arañando sombras para verte.
Alzo la mano, y tú me la cercenas.
Abro los ojos: me los sajas vivos.
Sed tengo, y sal se vuelven tus arenas.
Esto es ser hombre: horror a manos llenas.
Ser -y no ser- eternos, fugitivos.
¡Ángel con grandes alas de cadenas!
Blas de Otero (Bilbao, 1916-1979)
Salmo por el hombre de hoy
Salva al hombre, Señor, en esta hora
horrorosa, de trágico destino;
no sabe adónde va, de dónde vino
tanto dolor, que en sauce roto llora.
Ponlo de pie, Señor, clava tu aurora
en su costado, y sepa que es divino
despojo, polvo errante en el camino;
mas que tu luz lo inmortaliza y dora.
Mira, Señor, que tanto llanto, arriba,
en pleamar, oleando a la deriva,
amenaza cubrirnos con la Nada.
¡Ponnos, Señor, encima de la muerte!
¡Agiganta, sostén nuestra mirada
para que aprenda, desde ahora, a verte!
Blas de Otero
Más que eterno
¡Ansia de eternidad! Señor, ¿acaso
no es suficiente ya con esta vida,
con esta hermosa noche concedida,
límite entre tu aurora y nuestro ocaso?
¿Si la luz de esta noche en que me abraso,
si el fuego en que mi sangre está encendida
no colman mi ambición en su medida,
dime qué tierra medirá mi paso?
¿Qué cielo exigiré para mi frente,
qué luz para mis ojos y qué fuego
para este corazón tan vehemente?
Será inmortal. ¿ Y alcanzaré el sosiego?
¿La eternidad será, al fin, suficiente?
No siempre, siempre pediré más, luego.
Vicente Gaos (Valencia, 1919-1980)
Fe de errores
(Mea culpa)
Cuando te imaginaba más cercano,
Qué lejos de ti estaba, Señor mío.
Cuando sentía hambre y sed y frío
Y distancia de Ti, tú de tu mano
me tenías, Señor. Ese es tu arcano
misterioso. Y yo, mi pensamiento impío,
no creía ni en mí. ¿Libre albedrío?
¡Ensueño de una noche de verano!
Mas de pronto surgiste. Tú, solemne,
mostrándome las llagas, como hiciste
con Tomás el incrédulo, conmigo.
Y te di gracias por salvarme indemne
de tanta ceguedad en que me hundiste
para alzarme al final, Señor, mi Amigo.
Vicente Gaos
Al nacimiento de Cristo, Nuestro Señor
Pender de un leño, traspasado el pecho
y de espinas clavadas ambas sienes,
dar tus mortales penas en rehenes
de nuestra gloria, bien fue heroico hecho;
pero más fue nacer en tanto estrecho,
donde, para mostrar en nuestros bienes
a donde bajas y de donde vienes,
no quiere un portalillo tener techo.
No fue ésta más hazaña, oh gran Dios mío,
del tiempo por haber la helada ofensa
vencido en flaca edad con pecho fuerte
(que más fue sudar sangre que haber frío),
sino porque hay distancia más inmensa
de Dios ahombre, que de hombre a muerte.
Luis de Góngora (1561-1627)
Pecado y resurrección
¡Qué inmensa, negra noche desolada,
sus tinieblas de espanto, y de amargura,
su frío desamor, su sombra impura,
descendió sobre mi alma abandonada!
¡Qué triste corazón sin tu mirada,
sin tu luz, mi Señor, sin tu ventura!
¡Qué muerte sin tu amor! ¡Qué desventura
sentir mi sequedad, mi amarga nada!
Es la Noche, es la Sombra, es el no verte,
Señor, en la ceguera del pecado
la más amarga, cruel, trágica muerte…
Te tuve en mis entrañas sepultado
tanto tiempo, Señor, sin conocerte…
¡Mas nuevamente en mí has resucitado!
Bartolomé Llorens Catarroja, ( Valencia, 1922-1946)
Soneto a Cristo (Trilogía)
I
No te entiendo, Señor, cuando te miro
frente al mar, ante el mar crucificado.
Solos el mar y Tú. Tú en la cruz, anclado,
dando a la mar el último suspiro.
No sé si entiendo lo que más admiro:
que ante el mar estando Dios callado,
que brote el agua, muda, a su costado,
tras el morir, de herida sin respiro.
O el mar o Tú me engañas, al mirarte
entre dos soledades, a la espera
de un mar de sed, que es sed de mar perdido.
¿Me engañas Tú o el mar, al contemplarte
anda celeste en tierra marinera,
mortal memoria ante inmortal olvido?
II
Ven ya, madre de monstruos y quimeras,
paridora de música radiante:
ven a cantarle al Hombre agonizante
tus mágicas palabras verdaderas.
Rompe a sus pies tus olas altaneras,
deshechas en murmullo suspirante.
De la nube sin agua al desbordante
trueno de tu voz, enciende tus banderas.
Relampaguea, de tormenta suma,
la faz divinamente atormentada
del Hijo a tus entrañas evadido.
Pulsa la cruz con dedos de tu espuma.
Y mece, por el sueño acariciada,
la muerte de tu Dios recién nacido.
III
No se mueven de Dios para anegarte
las aguas por sus manos esparcidas;
ni se hace lengua el mar en tus heridas,
lamiéndolas de sal, para callarte.
Llega hasta ti la mar, a suplicarte,
madre de madres por tu afán transidas,
que ancles en sus entrañas doloridas
la misteriosa voz con que engendraste.
No hagas tu cruz, espada en carne muerta;
mástil en tierra y sequedad hundido,
árbol en cielo y nubes arraigado.
Madre tuya es la mar, sola, desierta.
Mírala tú que callas, tú caído.
Y entrégale tu grito arrebatado.
José Bergamín
¿Dónde está, Señor, tu luz?
Dame, Señor, tu mano guiadora.
Dime dónde la luz del sol se esconde.
Dónde la vida verdadera. Dónde
la verdadera muerte redentora.
Que estoy ciego, Señor, que quiero ahora
saber. Anda, Señor, anda, responde
de una vez para siempre. Dime dónde
se halla tu luz que dicen cegadora.
Dame, Señor, tu mano. Dame el viento
que arrastra a Ti a los hombres desvalidos.
O dime dónde está, para buscarlo.
Que estoy ciego, Señor. Que ya no siento
la luz sobre mis ojos ateridos
y ya no tengo Dios para adorarlo.
Jorge López Gorge
Hablando claro
Las cosas claras, Dios, las cosas claras.
¿Acaso te pedí que me nacieras,
que de dos voluntades verdaderas,
de barro y llanto, Dios, me levantaras?
¿Acaso te pedí que me dejaras
en mitad de la calle -en las aceras
se apiñaba la vida-, y que te fueras
y que con tu desdén me atropellaras?
Palabra que no sé por lo que peco.
Palabra que procuro, mas en vano,
llenar tu hueco, rellenar mi hueco.
Pero soy nada más Carlos Muriano.
Ni hombre ni nada, Dios; sólo un muñeco
que se mueve en la palma de tu mano.
Carlos Muriano (Arcos de la Frontera. Cádiz, 1931)
Corpus Christi
Todo fue así, tu voz, tu dulce aliento
sobre un trozo de pan que bendijiste,
que en humildad partiste y repartiste
haciendo despedida y testamento.
«Así mi cuerpo os doy en alimento…»
¡Qué prodigio de amor! Porque quisiste,
diste tu carne al pan y te nos diste
Dios, en el trigo para sacramento.
Y te quedaste aquí, patena viva,
virgen alondra que le nace al alba
de vuelo siempre y sin cesar cautiva.
Hostia de nieve, nube, nardo, fuente,
gota de luna que ilumina y salva.
Y todo ocurrió así, sencillamente.
Sencillamente, como el ave cuando
inaugura, de un vuelo, la mañana;
sencillamente, como la fontana
canta en la roca, agua de luz manando;
sencillamente, como cuando ando,
como cuando Tú andabas la besana,
cuando calmabas sed samaritana,
cuando te nos morías perdonando.
Sencillamente. Hora de paz. ¡Qué leves
tus manos para el pan, para el amigo!
cena de doce y Dios. Noche de Jueves.
Y era en Jerusalén la primavera.
Y era blanco milagro ya aquel trigo.
Sencillamente: «Este es mi cuerpo». Y era.
Que viene por la calle Dios, que viene
como de espuma o pluma o nieve ilesa;
tan azucenamente pisa y pesa
que sólo un soplo de aire le sostiene.
Otro milagro, ¿ves? El, que no tiene
ni tamaño ni límites, no cesa
nunca de recrearnos la sorpresa
y ahora en un aro de aire se contiene.
Se le rinde el romero y se arrodilla;
se le dobla la palma ondulante;
las torres en tropel, campaneando.
Dobla también y rinde tu rodilla,
hombre, que viene Cristo caminante
-poco de pan, copo de pan- pasando.
Antonio y Carlos Muriano