Sonetos religiosos 4

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De las condiciones del pájaro solitario
“Las condiciones del pájaro solitario son Cinco: la L primera, que se va a lo más alto; la segunda, que no sufre compañía, aunque sea de su natura-leza; la tercera, que pone el pico al aire; la cuarta, que no tiene determinado color; la quinta, que canta suavemente. Las cuales ha de tener el alma contemplativa: que ha de subir sobre las cosas transitorias no haciendo más caso de ellas que si no fuesen, y ha de ser tan amiga de la soledad y el silencio, que no sufra compañía de otra criatura; ha de poner el pico al aire del Espíritu Santo, corres-pondiendo a sus inspiraciones, para que, haciéndolo así, se haga más digna de su compañía; no ha de tener determinado color, no teniendo determina-ción en ninguna cosa, sino en lo que es voluntad de Dios; ha de cantar suavemente en la contemplación y amor de su Esposo”.
«Dichos de luz y amor»
San Juan de la Cruz
I
«…La primera, que se va a lo más alto».
Si fuera yo, si fuera yo, si fuera
un pájaro de llama enamorado,
un pájaro de luz tan incendiado
que en el silencio de tu noche ardiera;
si pudiera subirme, si pudiera
muy más allá de todo lo creado
y en la última rama de mi Amado
pusiera el corazón y el alma entera;
si aún más alto, más alto, y más volara,
allí donde no hay aire ya, ni vuelo,
allí donde tu mano es agua clara
y no es preciso mendigar consuelo,
allí -¡qué soledad!- yo me dejara
dulcemente morir de tanto cielo.
II
«…la segunda, que no sufre compañía,
aunque sea de su naturaleza».
¿Y qué has hecho de mí, pues a desierto
me sabe todo amor cuando te has ido?
Tú lo sabes muy bien; yo siempre he sido
un mendigo de amor en cada puerto.
Tendí mi mano en el camino incierto
de la belleza humana: cualquier nido
podía ser mi casa; y he pedido
tantos besos, que tengo el labio muerto.
Y ahora todo es sal. Me sabe a tierra
el pobre corazón. Estoy vacío.
El calor de un abrazo es calor frío.
Pues tu amor me redime y me destierra
y sé que mientras Tú no seas mío
hasta la paz va a parecerme guerra.
III
«…la tercera, que tiene el pico al aire».
Al aire de tu vuelo está mi vida.
Perdido en el silencio más delgado,
despojado de mí, deshabitado,
abierto estoy como se abre una herida.
Abierto a Ti, mi corazón se olvida
de respirar, y, estando tan callado,
escucha los latidos del Amado,
la voz de amor que a más amor convida.
El pico al aire, el viento de tu viento
respirará gozoso en la arboleda,
porque tu voz es todo mi alimento.
Y, mientras a tus pies mi canto queda,
en el silencio dormiré contento.
Lejos el mundo rueda, rueda y rueda
IV
«…la cuarta, que no tiene determinado color».
Al acercarme al agua de tu río
lo que yo fui se fue desvaneciendo,
lo mucho que soñé se fue perdiendo
y de cuanto yo soy ya nada es mío.
Tan sólo en Ti y en tu hermosura fío,
soy lo que eres, acabaré siendo
rastro de Ti, y triunfaré perdiendo
en combate de amor mi desafío.
Ya de hoy no más me saciaré con nada;
sólo Tú satisfaces con tu todo.
Un espejo seré de tu mirada,
esposados los dos, codo con codo.
Y, cuando pongas fin a mi jornada,
yo seré Tú, viviendo de otro modo.
V
«…la quinta, que canta suavemente».
Yo que hablé tanto, tanto, tanto y tanto,
que siempre fui un charlatán del viento,
un mayorista de palabras, siento
que no me queda voz para tu canto.
Y hoy que, temblando, mi canción levanto,
se quiebra en mi garganta el sentimiento
y ya más que canción es un lamento,
y ya más que lamento es sólo un llanto.
Adelgázame, Amor, mi voz ahora,
déjala ser silencio, llama pura;
río de monte, soledad sonora,
álamo respirando en la espesura.
Déjame ser un pájaro que llora
por no saber cantar tanta hermosura.
José Luis Martín Descalzo (Madridejos. Toledo, 1930-1994)
La espera
Te esperaré, Señor, tenso el oído
al callado temblor de tu pisada
sobre la senda nueva, acostumbrada
de tanto presentirte ya venido.
Te esperaré, Señor, estremecido
el cielo de mi noche inacabada,
despierta mi impaciencia a tu llamada
y hecha mi cárcel vuelo reprimido.
Te esperaré, Señor, hasta que quieras
trocarme en logro de tu dulce encuentro
esta amarga quietud de mis esperas.
Te esperaré en mi casa anochecida,
vallada en soledad por fuera y dentro,
a la luz de mi lámpara encendida.
Emeterio García Setién (Santander, 1915)
Íntima
Lo mejor que hay en mí ya te 1o he dado,
en mi secreta copa misteriosa.
Abierta se quedó la oculta rosa.
¡Ya estoy solo, tranquilo, despojado!
Tu dardo fue certero en mi costado:
tu llama fue voraz y luminosa.
¡Qué dulce su caricia silenciosa
que todo lo consume y lo ha trocado!
Que todo lo ha trocado en un deseo
que palpita en el fondo de la sombra,
donde a pesar de las tinieblas veo.
Ya es tuyo lo que es tuyo y me has logrado.
Aquello cuya voz todo lo nombra,
lo mejor que hay en mí, ya te lo he dado.
Juan Alberto de los Carmenes, Cuba
Oremos
Corazón, corazón, la travesía
te hace a veces sangrar con su aspereza.
La oración te será tu fortaleza,
¡reza, reza a Jesús, reza a María!
Orar logra entender la profecía
que es la cruz toda báculo y firmeza
y escala de ideal. Por eso, reza
para encender tu noche con su Día.
Oculto hablar, coloquio silencioso,
vena de un hondo y divinal reposo
donde renuevan fuerzas tus anhelos.
Santa oración, que todo el triunfo encierra.
¡Eres sobre el dolor de tanta tierra
la alegre embajadora de los cielos!
Juan Alberto de los Carmenes
Eucaristía
¿Quién te ha atado, Señor, a esta cadena,
a esta blanca cadena de la harina,
a este disfraz de pan, vianda divina
de misterio y deleite todo llena?
¿Quién te trajo por mesa tan ajena
de la deidad donde tu ser culmina,
para ocupar en la escasez mezquina
el puesto del manjar en nuestra cena?
¡Quién fue sino el Amor, y un amor tanto
que no cabe en la mente estremecida,
supera nuestro asombro y nuestro espanto!
¡ Y sólo puede el alma conmovida
ablandar esta harina con su llanto
y alimentar con este Pan la vida!
Juan Alberto de los Cármenes
Primera misa
Cuando suba al altar, cuando yo sienta
el suave son del órgano armonioso,
y entre. nubes de incienso vaporoso
se eleve el alma en la plegaria atenta.
En el instante de la ofrenda incruenta,
cuando feliz me incline tembloroso,
y el divino conjuro misterioso
la voz pronuncie conmovida y lenta.
En ese instante de ardoroso encanto,
de fe transida y silencioso llanto,
¡qué sentirá mi corazón aleve
cuando implorando amor que lo sostenga,
entre mis manos, mi Jesús, te tenga,
y ente mis manos, mi Jesús, te eleve!
Juan Alberto de los Cármenes
La tempestad
Te soñaba en mi noche tan lejano…
y creía mi mar tan sin orilla,
que alargaba mi angustia a la sencilla
omnipotencia alada de tu mano.
Vigía en tensa espera mi desvelo,
al tiempo que la sombra avizoraba,
la fe de mi esperanza agonizaba
en la inquieta impaciencia de mi anhelo.
Y, al rendirme al clamor de mis temores,
sorprendime al saber que Tú dormías
en el fondo del alma, quietamente.
Y, al quebrar la mañana sus albores,
vi, admirado, Señor, que sonreías
por mi angustia de niño, dulcemente.
Daniel Alfonso Vega (Gáname. Zamora, 1928)
Trascendencia
Yo sé de una perenne primavera
tras de algún horizonte sin orilla.
Allí para mis ojos un sol brilla
saciativo y redondo en tensa espera.
Y será alguna tarde. Cuando muera
entre mis manos esta lamparilla
de la luz de mi tiempo. Ya mi quilla
he enfilado hacia el lago sin ribera.
¿Cuándo será esa tarde, con su ocaso
perfumado de esencias de otras flores?
Mi alma es toda inquietud por sus caminos.
Todo se vuelva alfombras a mi paso:
Brisas, auroras, fuentes, ruiseñores.
Ya se alarga la sombra de los pinos.
Pablo Fernández Rey (Pinilla de los Barruecos, Burgos, 1928)
Así en tu mar…
Me ha robado,. Señora, la luz clara
de tus ojos azules. En prisiones
tan suaves, rindo ya las ambiciones
con que un ansia secreta se me ampara.
¡Cárcel de Dios y carcelera mía!
¡Dulce pirata de mi ardiente vuelo!
¡Desvelo de ilusión, claro desvelo
de los vuelos sin rumbo de mi ría!
Corta ya las amarras al navío,
Virgencita del Carmen, marinera.
Por faro, la luz blanca de tus ojos
nos brilla ya en la orilla. Tus anteojos
tomen hoy el timón de mi albedrío.
Y un día… así en tu mar ¡que yo me muera!
Eduardo T. Gil de Muro (Arnedo. La Rioja, 1927)
La última verdad
POR perseguirme a mi me fui Contigo
tras de un buscarte agotadoramente;
se me iba tu presencia en el torrente
clamoroso que hería mi castigo.
Me vi, Señor, sin Ti, me vi mendigo
mi cuerpo a cuestas dolorosamente.
Te vi cómo escapabas tristemente
sin que quisiera ser, Señor, Tu amigo.
Al fin yo me rendí a la instancia hambrienta
que me cavaba el alma como un toro
cava en la noche el río de sus celos.
Y te sentí conmigo en mi tormenta
corno un pulso cautivo y tan sonoro,
que. el alma se pobló toda de vuelos.
Ángel Mª Martínez