Sonetos religiosos 5

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Catedral de Salamanca
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1
Contemplación del poder del amor divino:
Todo lo vende amor, todo lo espera,
igual es con la muerte en poderío,
divino ardor que no lo anega el río
de la tribulación y angustia fiera.
Sólo el amor no acaba su carrera
con las cenizas del cadáver frío;
en gloria sigue el abrasado estío,
que en cuerpo fue suave primavera.
De amor se paga Dios, y quien le ama
consume en este fuego sus pecados,
puro se entrega como el oro puro.
Que aquella sacra y penetrante llama,
sobre los nudos dulcemente dados,
de esperanza y de fe levanta un muro.
Luis de Ribera (1552-1612)
La llamada divina
Metido andaba en vanas alegrías
sin Ti (mi Dios), de mí mismo olvidado,
y Tú, Señor, mirábasme enojado,
pero porque me amabas, me sufrías.
Esperábasme un día y muchos días;
sufríasme un pecado, otro pecado,
por no perder con solo un golpe airado
la imagen tuya con las culpas mías.
Pusiste en mí tus ojos blandamente,
y con los rayos de tu vista pura
me dejaste trocado en un momento;
Porque en llegando aquella luz ardiente,
quedó deshecha la tiniebla oscura
que ofuscaba mi ciego entendimiento.
Fray Diego Murillo (1555-1616)
Amor de Dios en la Eucarístía
Costumbre es del amante, si se parte,
dejar al que ama, en prenda señalada,
la prenda más querida y precïada
que acuerde su presencia, aunque se parte.
Hoy, Dios, de este manera y con tal arte,
al ausentarse de su Esposa amada,
deja su cuerpo en forma consagrada,
en toda todo y todo en cualquier parte.
¡Oh milagro tan digno de este nombre,
que al más agudo entendimiento y grave
deja confuso, atónito, espantado!
Viendo que sólo por amor del hombre,
Dios, que en el cielo ni en la tierra cabe,
así todo se encierra en un bocado.
Fray Diego Murillo
De un pecador arrepentido
Cobarde llego a vuestra real presencia,
aunque culpados dicen que acaricia,
temblando, ¡ay Dios!, si la he de hallar propicia
por ser envejecida mi dolencia.
Llego, viéndoos con brazos de clemencia,
temo, viéndoos con vara de justicia,
huyo de vos a vos en mi malicia
y apelo a vos de vos de la sentencia.
Para que me convierta, convertidme;
porque no huya, a vuestros pies clavadme,
y pues herido estáis, Señor, heridme.
Oveja vuestra soy, pastor, buscadme;
pródigo vuelvo, Padre, recibidme,
y pues que sois Jesús, ¡Jesús, salvadme!
José de Valdivieso (1560-1638)
¿Cuándo vendrá la muerte?
¿Cuándo vendrá la muerte? No sabemos.
¿El cómo y el lugar? Ni en conjetura.
¿El detener su curso? ¡Qué locura!
Sólo es cierto y de fe que fallecemos.
Pues, ¿cómo la amenaza no tememos
del Crïador de toda criatura?
Deseche la maldad nuestra cordura
y el vïaje del alma preparemos.
La muerte, aunque parece que se esconde,
cada momento nos está acechando;
dejémosla que siga y que nos ronde.
Ella va y viene, y nos está esperando,
y ya que nos oculta cómo y dónde,
estemos prontos para siempre y cuándo.
Diego de Torres Villarroel (1693-1770)
Plegaria
¡Dame, Señor, la firme voluntad,
compañera y sostén de la virtud;
la que sabe en el golfo hallar quietud
y en medio de las sombras claridad:
La que trueca en tesón la veleidad
y el ocio en perenal solicitud,
y las ásperas fiebres en salud,
y los torpes engaños en verdad!
Y así conseguirá mi corazón
que los favores que a tu amor debí,
te ofrezcan fruto en galardón…
y aún tú, Señor, conseguirás así
que no llegue a romper mi confusión
la imagen tuya que pusiste en mí.
Adelardo López de Ayala (1829-1879)
En el camino
Me levantaré e iré a mi padre
I
Resuelve tornar al Padre
No temas, Cristo Rey, si descarriado
tras locos ideales he partido:
ni en mis días de lágrimas te olvido,
ni en mis horas de dicha te he olvidado.
En la llaga cruel de tu costado
quiere formar el ánima su nido,
olvidando los sueños que ha vivido
y las tristes mentiras que ha soñado.
A la luz del dolor, que ya me muestra
mi mundo de fantasmas vuelto escombros,
de tu místico monte iré a la falda,
con un báculo: el tedio, en la siniestra;
con andrajos de púrpura en los hombros,
con el haz de quimeras a la espalda.
II
De cómo se congratulan del retorno
Tornaré como el Pródigo doliente
a tu heredad tranquila; ya no puedo
la piara cultivar, y al inclemente
resplandor de los soles tengo miedo.
Tú saldrás a encontrarme diligente;
de mi mal te hablaré quedo, muy quedo…
y dejarás un ósculo en mi frente
y un anillo de nupcias en mi dedo;
y congregando del hogar en torno
a los viejos amigos del contorno,
mientras yantan risueños a tu mesa,
clamarás con profundo regocijo:
“¡Gozad con mi ventura, porque el hijo
que perdido llorábamos, regresa!”.
III
Pondera lo intenso de la futura vida interior
¡Oh, sí!, yo tornaré; tu amor estruja
con invencible afán al pensamiento,
que tiene hambre de paz y de aislamiento
en la mansa quietud de la cartuja.
¡Oh, sí!, yo tornaré; ya se dibuja
en el fondo del alma, ya presiento
la plácida silueta del convento
con su albo domo y su gentil aguja…
Ahí, solo por fin conmigo mismo,
escuchando en las voces de Isaías
tu clamor insinuante que me nombra,
¡cómo voy a anegarme en el mutismo,
cómo voy a perderme en las crujías,
cómo voy a fundirme con la sombra!
Amado Nervo (1870-1919)
Ten piedad, mi Señor, de mi presente
como ya la tuviste del pasado,
y ya que el corazón me lo has trocado,
ayúdame a vivir cristianamente.
Mira que quiero verme transformado,
transido de tu amor profundamente;
testigo de tu Cruz, constantemente
de espinas en mi cuerpo traspasado.
Pues de ti me confieso enamorado,
sólo tú has de ocupar mi pensamiento
Señor, amigo fiel, Crucificado.
Y puesto de rodillas a tu lado
tan sólo han de trabar conocimiento
mis ojos y tu cuerpo tan llagado.
Teófilo Amores
Si de la oscuridad me reclamaste
con tu Pasión tras verte escarnecido,
¡cuánto agradezco aquello que has sufrido,
pues que con ello, Amado, me salvaste!
Si por tu celo y amor no me dejaste,
ya que de ti fui siempre perseguido,
tan solo es tuyo, Señor, lo conseguido,
pues con tu sangre y tus ojos me alcanzaste.
¡Cuánta miseria y lodo hay en mi vida!
¡Cuánto sufriste, Amor, por no quererte!
¡Qué salvación me has dado inmerecida!
Vamos, Señor: dame pronto la muerte,
ya que por ella he de encontrar la Vida…
Quiero morir, Señor, … para tenerte.
Teófilo Amores
La partida
Contigo, mano a mano. Y no retiro
la postura, Señor. Jugamos fuerte.
Empeñada partida en que la muerte
Será baza final. Apuesto. Miro
tus cartas, y me ganas siempre. Tiro
las mías, Das de nuevo. Quiero hacerte
trampas. Y no es posible. Clara suerte
tienes, contrario en el que tanto admiro.
Pierdo mucho, Señor. Y apenas queda
tiempo para el desquite. Haz Tú que pueda
igualar todavía. Si mi parte
no basta ya por pobre y mal jugada,
si de tanto caudal no queda nada,
ámame más, Señor, para ganarte.
José García Nieto
¿Por qué, de pronto, así, reconciliado
con todo: con el mundo y su armonía?
Señor, en este tarde, tuya y mía,
dame que se haga eterno tu cuidado.
¿Por qué sin esperarte has esperado
a un corazón que hacia el desierto huía?
¿Por qué me has dicho: “Hay tiempo todavía
para recuperar al olvidado”?
Atrás mi casa “estaba sosegada”;
se quedaba en mis hijos la mirada;
habías Tú dispuesto mesa y vino.
Y he salido a buscarte, y a perderme,
y a herirme con tu espada… Solo, inerme,
me has dejado en un alto del camino.
José García Nieto
Arde Lorenzo y goza en las parrillas;
el tirano en Lorenzo arde y padece,
viendo que su valor constante crece
cuanto crecen las llamas amarillas.
Las brasas multiplica en maravillas
y el sol entre carbones amanece
y en alimento a su verdugo ofrece
guisadas del martirio sus costillas.
A Cristo imita en darse en alimento
a su enemigo, esfuerzo soberano
y ardiente imitación del Sacramento.
Mírale el cielo eternizar lo humano,
y viendo victorioso el vencimiento
menos abrasa que arde el vil tirano.
Francisco de Quevedo y Villegas (Madrid, 1580 – 1645)
Salmo II
¡Cuán fuera voy, Señor, de tu rebaño,
llevado del Antojo y gusto mío!
Llévame mi esperanza viento frío,
y a mí con ella disfrazado engaño.
Un año se me va tras otro año:
y yo más duro y pertinaz porfío
por mostrarme más verde mi Albedrío,
la torcida raíz de tanto daño.
Llámasme, gran Señor: nunca respondo.
Sin duda mi respuesta sólo aguardas,
pues tanto mi remedio solicitas.
Mas, ¡ay!, que sólo temo en Mar tan hondo,
que lo que en castigarme ahora aguardas,
doblando los castigos lo desquitas.
Francisco de Quevedo y Villegas