Garcilaso de la Vega

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Mi mejor soneto de la lengua castellana:

Escrito está en mi alma vuestro gesto
y cuanto yo escribir de vos deseo:
vos sola lo escribistes; yo lo leo
tan solo que aun de vos me guardo en esto.

En esto estoy y estaré siempre puesto,
que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo,
de tanto bien lo que no entiendo creo,
tomando ya la fe por presupuesto.

Yo no nací sino para quereros;
mi alma os ha cortado a su medida;
por hábito del alma misma os quiero;

cuanto tengo confieso yo deberos;
por vos nací, por vos tengo la vida,
por vos he de morir, y por vos muero.

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Sonetos completos:

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Obra completa:

Garcilaso De La Vega – Poesía Completa

Si de mi baja lira
tanto pudiese el son que en un momento
              aplacase la ira
              del animoso viento
y la furia del mar y el movimiento,
              y en ásperas montañas
con el süave canto enterneciese
              las fieras alimañas,
              los árboles moviese
y al son confusamente los trujiese:
              no pienses que cantado
seria de mí, hermosa flor de Gnido,
              el fiero Marte airado,
              a muerte convertido,
de polvo y sangre y de sudor teñido,
              ni aquellos capitanes
en las sublimes ruedas colocados,
              por quien los alemanes,
              el fiero cuello atados,
y los franceses van domesticados;
              mas solamente aquella
fuerza de tu beldad seria cantada,
              y alguna vez con ella
              también seria notada
el aspereza de que estás armada,
              y cómo por ti sola
y por tu gran valor y hermosura,
              convertido en vïola,
              llora su desventura
el miserable amante en tu figura.
              Hablo d’aquel cativo
de quien tener se debe más cuidado,
              que ’stá muriendo vivo,
              al remo condenado,
en la concha de Venus amarrado.
              Por ti, como solía,
del áspero caballo no corrige
              la furia y gallardía,
              ni con freno la rige,
ni con vivas espuelas ya l’aflige;
              por ti con diestra mano
no revuelve la espada presurosa,
              y en el dudoso llano
              huye la polvorosa
palestra como sierpe ponzoñosa;
              por ti su blanda musa,
en lugar de la cítera sonante,
              tristes querellas usa
              que con llanto abundante
hacen bañar el rostro del amante;
              por ti el mayor amigo
l’es importuno, grave y enojoso:
              yo puedo ser testigo,
              que ya del peligroso
naufragio fui su puerto y su reposo,
              y agora en tal manera
vence el dolor a la razón perdida
              que ponzoñosa fiera
              nunca fue aborrecida
tanto como yo dél, ni tan temida.
              No fuiste tú engendrada
ni producida de la dura tierra;
              no debe ser notada
              que ingratamente yerra
quien todo el otro error de sí destierra.
              Hágate temerosa
el caso de Anajárete, y cobarde,
              que de ser desdeñosa
              se arrepentió muy tarde,
y así su alma con su mármol arde.
              Estábase alegrando
del mal ajeno el pecho empedernido
              cuando, abajo mirando,
              el cuerpo muerto vido
del miserable amante allí tendido,
              y al cuello el lazo atado
con que desenlazó de la cadena
              el corazón cuitado,
              y con su breve pena
compró la eterna punición ajena.
              Sentió allí convertirse
en piedad amorosa el aspereza.
              ¡Oh tarde arrepentirse!
              ¡Oh última terneza!
¿Cómo te sucedió mayor dureza?
              Los ojos s’enclavaron
en el tendido cuerpo que allí vieron;
              los huesos se tornaron
              más duros y crecieron
y en sí toda la carne convertieron;
               las entrañas heladas
tornaron poco a poco en piedra dura;
              por las venas cuitadas
              la sangre su figura
iba desconociendo y su natura,
              hasta que finalmente,
en duro mármol vuelta y transformada,
              hizo de sí la gente
              no tan maravillada
cuanto de aquella ingratitud vengada.
              No quieras tú, señora,
de Némesis airada las saetas
              probar, por Dios, agora;
              baste que tus perfetas
obras y hermosura a los poetas
              den inmortal materia,
sin que también en verso lamentable
              celebren la miseria
              d’algún caso notable
que por ti pase, triste, miserable.