Byron poemas 1

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BIOGRAFIA:
George Gordon Byron, sexto barón de Byron(1788-1824)
Poeta inglés, fue uno de los escritores más versátiles e importantes del Romanticismo. Nació en Londres el 22 de enero de 1788 y estudió en el colegio de Harrow y la Universidad de Cambridge. En 1798, al morir su tío abuelo William, quinto barón Byron, heredó el título y las propiedades. Más adelante, en 1822, adoptó el nombre de Noel para recibir una herencia de su suegra. En 1807 se publicó su libro de poemas Horas de ocio, una crítica adversa aparecida en el Edimburgh Review provocó su réplica en verso titulada Bardos ingleses y críticos escoceses (1809). En 1809 ocupó un escaño en la Cámara de los Lores y emprendió un viaje de dos años por España, Portugal y Grecia.
La publicación en 1812 de los dos primeros cantos de Childe Harold, poema que narra sus viajes por Europa, le llevó a la fama. El héroe del poema, Childe Harold, fue el primer ejemplo de lo que llegaría a conocerse como el héroe byroniano: un joven de emociones tormentosas que rechaza la humanidad y vaga por la vida bajo el peso de un sentimiento de culpa causado por misteriosos pecados del pasado. Este héroe byroniano, inspirado en la vida y personalidad del autor, es el mismo estereotipo que se repetiría en sus poemas narrativos de los dos años siguientes, El infiel (1813), La novia de Abydos (1813), El corsario (1814) y Lara (1814). En 1815, año en que publicó Melodías hebreas, se casó con Anna Isabella Milbanke, que tras dar a luz a la única hija legítima del poeta, Augusta Ada, le abandonó. En 1816, acordó la separación legal de su esposa. Los rumores sobre sus relaciones incestuosas con su hermanastra Augusta y las dudas sobre su cordura provocaron su ostracismo social. Amargado profundamente, Byron abandonó Inglaterra en 1816 y nunca volvió.
En Génova vivió con los Shelley y Claire Clairmont, escribió el tercer canto de Childe Harold y el poema narrativo El prisionero de Chillon (1816). De 1816 a 1819 estableció su residencia en Venecia, donde escribió el drama en verso Manfred (1817), que originó su correspondencia con Goethe, los dos primeros cantos de Don Juan (1818-1819) y el cuarto y último canto de Childe Harold (1818). También escribió allí Beppo (1818), un poema satírico escrito en octava rima (estrofa de ocho versos de once o doce sílabas), el mismo estilo que escogió y desarrolló por completo en Don Juan. Durante dos años viajó por Italia hasta que en 1821 se instaló en Pisa. Allí escribió los dramas en verso Caín y Sardanápalo y los poemas narrativos Mazeppa y La isla. En 1822 fundó en Pisa la revista The Liberal con los poetas Percy Bysshe Shelley y Leigh Hunt, pero la muerte de Shelley aquel mismo año y una pelea con Hunt puso fin a esta empresa cuando sólo habían publicado tres ejemplares. También entabló una polémica literaria con el poeta Robert Southey, que había atacado su Don Juan en el prefacio de su libro Una visión del juicio final. En su respuesta, Byron mostró su habilidad como satírico componiendo un devastador ataque, en el estilo de Una visión del juicio final, al elogio que Southey escribió a la muerte de Jorge III. Don Juan, poema heroicoburlesco de 16 cantos, supone una sátira brillante sobre la sociedad inglesa de la época. Considerada por muchos como su mejor obra, la terminó en 1823. Al enterarse de las noticias de la rebelión de los griegos contra los turcos, haciendo caso omiso de su débil condición física, se unió a los insurgentes en julio de 1823 en Missolonghi. No sólo reclutó un regimiento para la causa de la independencia griega sino que contribuyó con grandes sumas de dinero. Los griegos le nombraron Comandante en jefe de sus fuerzas en enero de 1824.
Murió de fiebre en Missolonghi, tres meses después sin participar en ningún combate importante. Como confirmación de su atracción y simpatía por los liberales españoles y la causa de los patriotas hispanoamericanos, se puede recordar que puso el nombre de `Bolívar` a su barco.

CUANDO NOSOTROS NOS SEPARAMOS

Cuando nosotros nos separamos
con silencio y lágrimas,
con el corazón medio roto
para desunirnos por años,
pálidas se volvieron tus mejillas y frías,
y aún más frío tu beso;
en verdad esa hora predijo
aflicción a ésta.
El rocío de la mañana
se hundió frío en mi frente:
lo sentía como el aviso
de lo que ahora siento.
Todas las promesas están rotas
e inconstante es tu reputación:
oigo pronunciar tu nombre
y comparto su vergüenza.
Ante mí te nombran,
tañido de muerte que escucho;
un temblor me recorre:
¿por qué te quise tanto?
No saben que te conocía,
que te conocía muy bien:
mucho, mucho tiempo te lamentaré,
muy hondamente para expresarlo.
En secreto nos encontramos.
En silencio me duelo,
que tu corazón pueda olvidar,
y engañar tu espíritu.
Si te volviese a encontrar,
después de muchos años,
¿cómo debería acogerte?
Con silencio y lágrimas.
1808
VERSOS GRABADOS EN UNA COPA HECHA CON UN CRÁNEO
Ni te sobresaltes ni creas que mi espíritu huyó;
en mí contempla al único cráneo,
del que, al revés de una viviente cabeza,
todo lo que fluye nunca es aburrido.
Viví, amé, bebí a grandes tragos como tú:
morí: que la tierra renuncie a mis huesos;
lléname: tú no puedes hacerme daño;
el gusano tiene labios más viles que los tuyos.
Mejor es contener a la uva burbujeante,
que criar la viscosa progenie del gusano terrestre,
y rodear en la forma de la copa
a la bebida de los dioses, que no al alimento del reptil.
Cuando por casualidad una vez mi ingenio brilla,
en ayuda de los demás, deja que brille;
y cuando, ¡ay!, nuestros cerebros hayan desaparecido,
¿qué substituto más noble habrá que el vino?
Bebe a grandes tragos mientras puedas: otra raza
cuando tú y la tuya, como la mía, se haya perdido,
puede que te rescate del abrazo de la tierra,
y rime y se deleite con los muertos.
¿Por qué no? Ya que mediante el breve día del vivir,
nuestras cabezas efectos tan tristes engendran,
redimidas de los gusanos y de la arcilla desgastada,
esta posibilidad tienen de ser provechosas.
Newstead Abbey
1808
NO ME HAGAS EVOCAR,
NO ME HAGAS EVOCAR
No me hagas evocar, no me hagas evocar,
esas amadas horas desvanecidas,
cuando toda mi alma te pertenecía;
horas que nunca serán olvidadas,
hasta que el tiempo debilite nuestras fuerzas vitales,
y tú y yo dejemos de existir.
¿Puedo yo olvidar, puedes tú olvidar,
cuando jugueteando con tu dorado cabello,
la premura con que latía tu palpitante corazón?
¡Oh, por mi alma, aún te veo
con ojos muy lánguidos, pecho muy hermoso,
y labios que, aunque callados, amor exhalaban!
Cuando así reclinada en mi pecho,
tus ojos me devolvían una mirada muy dulce,
que, aunque un poco reprochadora, alzaba el deseo,
y aún más cerca y más cerca nos estrechábamos,
y aún nuestros encendidos labios se encontraban
como si fueran a expirar en los besos.
Y luego esos pensativos ojos se cerraban,
y unión los párpados entre sí buscaban,
velando las azules órbitas debajo,
mientras el oscuro lustre de sus largas pestañas
parecían invadir la brillante mejilla,
como el plumaje del cuervo alisado en la nieve.
Anoche soñé que nuestro amor regresaba,
y es dulce el decirlo, ese mismo sueño
era más dulce en su fantasía
que si por otros corazones yo ardiese,
pues ningunos otros ojos como los tuyos podrían destellar
en la salvaje realidad del éxtasis.
Entonces no me hables, no me hagas evocar,
las horas que, aunque desaparecidas para siempre,
aún pueden restituir un sueño placentero,
hasta que tú y yo seamos olvidados,
e inertes e insensibles estemos, como la lápida
desmoronada que diga que ya no volveremos a ser nunca.
Y TÚ HAS MUERTO, SIENDO TAN JOVEN Y HERMOSA
«Heu, quanto minus esl cum reliquis versari quam tul meminisse!»
¡Y tú has muerto, siendo tan joven y hermosa
como si no fueras de nacimiento humano,
y forma tan suave y encantos tan únicos
tan pronto han regresado a la tierra!
Aunque la tierra los recibió en su lecho
y sobre el sitio la multitud ande
descuidada en su regocijo,
hay unos ojos que no podrían tolerar
mirar ni un instante a esa tumba.
No preguntaré dónde yaces ahí abajo,
ni contemplaré el sitio;
en él puede que crezcan flores o cizañas,
así que prefiero no mirarlos.
Me basta comprobar
que lo que amé y durante mucho tiempo amaré,
como la tierra común puede pudrirse;
no necesito ninguna lápida que lo diga,
nada importa que haya amado tan bien.
Con todo te amé hasta el final
con el mismo fervor que tú me amabas,
que nunca cambiaste en todo el pasado,
y ya no puedes modificarlo.
El amor en el que la muerte ha puesto su sello,
ni el tiempo puede enfriarlo, ni robarlo un rival,
ni repudiarlo la falsedad;
y, lo que sería peor, es que no puedes ver
ni mal, ni cambio, ni falta en mí.
Los días mejores de la vida fueron nuestros;
los peores no pueden ser sino míos:
el sol que alegra, la tormenta que abate,
nunca más serán míos.
El silencio de ese dormir sin sueños
ahora envidio demasiado como para llorar;
no necesito lamentarme,
que todos esos encantos hayan desaparecido;
pues los habría observado en su larga decadencia.
La flor en sazonada lozanía sin par,
debe caer como la primerísima presa;
aunque ninguna mano la arranque prematuramente,
los pétalos deben desgajarse:
y sin embargo sería un mayor dolor
el verla marchitarse, pétalo a pétalo,
que verla hoy arrancada;
ya que el ojo terrenal no puede sino aportar mal
al descubrir el cambio a la fetidez de la belleza.
No sé si habría soportado
el ver desvanecerse tu hermosura;
la noche que siguió a tal mañana
tuvo una sombra más profunda:
el día sin una nube ha pasado,
y tú fuiste hermosa hasta el final;
te extinguiste, no te marchitaste;
como las estrellas que cruzan el cielo
brillan con el mayor fulgor al caer desde las alturas.
Como una vez lloré, si pudiera llorar,
bien valdría la pena arrojar mis lágrimas,
al pensar que cerca no estuve para pasar
una vigilia junto a tu lecho;
para contemplar, con cuánto cariño, tu rostro,
y estrecharte con lánguido abrazo,
y sostener tu caída cabeza;
y probar que el amor, a pesar de todo lo vano,
ni tú ni yo podremos sentirlo de nuevo.
Sin embargo, mucho menos sería obtener,
aunque tú me hayas dejado libre,
las cosas más encantadoras que aún persisten,
¡que así recordarte!
Todo lo tuyo que no puede morir
por la oscuridad y temible eternidad,
vuelve de nuevo a mi lado,
y más tu amor sepultado se hace querido
que ninguna otra cosa, salvo sus vivos años.
Febrero de 1812
¡RECORDARTE! ¡RECORDARTE!
¡Recordarte! ¡Recordarte!
¡Hasta que el Leteo sofoque la ardiente corriente de la vida,
el remordimiento y la vergüenza se aferrarán a ti!
¡Y te perseguirán como un febril sueño!
¡Recordarte! Sí, no lo dudes.
¡Tu esposo también pensará en ti!
¡Ninguno de los dos te olvidará,
para él fuiste engañosa, para mí un demonio!