mozart conciertos violin

Imagen de previsualización de YouTube

Conciertos para violín y orquesta: KV 207, KV 211, KV 216, KV 218 y KV 219

 

Tanta es la importancia que los historiadores de la música le dieron a Mozart como pianista que casi no se menciona que también fue un violinista de relevantes condiciones. Tan es así que varios de sus contemporáneos declararon categóricamente que merecía ser contado entre los mejores de su época.

Literalmente hablando, el compositor al servicio de cualquiera de las Cortes del Siglo XVIII era una fábrica de música que producía en cantidad y que necesariamente, en razón de la constante demanda, se veía obligado a descuidar la calidad. La mayoría de ellos se pasaban los años que duraba su siempre insegura ocupación recorriendo el mismo camino trillado, escribiendo rápidamente para llenar páginas y páginas de papel pautado sin preocuparse mayormente de que aquí o allá luciera alguna inquietud o una cierta dosis de inspiración. Sin embargo, algunos pocos compositores sinceros y verdaderamente geniales -Bach, Haydn y Mozart, los más notables- amontonaron una fantástica cantidad de obras maestras pese al clima tan poco favorable que reinaba en las Cortes.

Fue precisamente bajo el imperio de tales circunstancias que Mozart compuso sus primeros cinco conciertos para violín (tal vez fueron sus únicos cinco conciertos para violín, ya que otras dos obras similares cuya paternidad se le ha acreditado son de dudoso origen). Los cinco fueron escritos para que el mismo Mozart los diera a conocer en calidad de solista -aunque es probable que haya tenido que rendir tributo a los celos de su colega Brunetti, permitiéndole presentar uno o dos de ellos- y fueron creados en el breve lapso que fue de abril a diciembre de 1775 en medio de la agitación por componer nueva música para entretener el ocio cortesano.

Estas cinco obras son notables si se las considera como el producto de un compositor de edad madura, pero viéndolas como la creación de un joven de diecinueve años son sencillamente maravillosas. Indudablemente Mozart ya había compuesto música asombrosa a una edad más tierna todavía, pero en esos prodigios anteriores faltaba aún la realización total, la pujanza propia y la segura disciplina. Por otra parte, los conciertos para violín se nos presentan como pequeñas pero indiscutibles obras maestras, llenas de frescura imaginativa, moldeadas casi a la perfección y magistralmente controladas. Muchos musicólogos de mérito que han estudiado escrupulosamente cada una de las notas que Mozart escribió antes de los conciertos, ven en ellos la huella de su primer paso en la senda de la madurez creadora. Sobre este particular tal vez sea interesante señalar que son las primeras obras que aparecen en su catálogo cronológicamente y que han logrado un lugar permanente en el repertorio normal de los solistas.