Garcilaso Sonetos

233

SONETOS

I

Cuando me paro a contemplar mi estado,

y a ver los pasos por do me ha traído,

hallo, según por do anduve perdido,

que a mayor mal pudiera haber llegado;

mas cuando del camino estó olvidado

a tanto mal no sé por dó he venido;

se que me acabo, y mas he yo sentido

ver acabar conmigo mi cuidado.

Yo acabare, que me entregue sin arte

a quien sabrá perderme y acabarme

si ella quisiere, y aun sabrá querello;

que pues mi voluntad puede matarme

la suya, que 10 estando de mi parte,

pudiendo, ¿qué hará sino hacello?

II

En fin, a vuestras manos he venido,

do sé que he de morir tan apretado,

que aun aliviar con quejas mi cuidado,

como remedio, me es ya defendido.

Mi vida no sé en qué se ha sostenido,

si no es en haber sido yo guardado

para que sólo en mi fuese probado

cuánto corta una espada en un rendido.

Mis lágrimas han sido derramadas

donde la sequedad y la aspereza

dieron mal fruto dellas y mi suerte.

Basten las que por vos tengo lloradas.

No os venguéis más de mí con mi flaqueza;

allá os vengad, señora, con mi muerte.

III

La mar en medio y tierras he dejado

de cuanto bien, cuitado, yo tenía;

yéndome alejando cada día,

gentes, costumbres, lenguas he pasado.

Ya de volver estoy desconfiado;

pienso remedios en mi fantasía,

y el que más cierto espero es aquel día

que acabará la vida y el cuidado.

De cualquier mal pudiera socorrerme

con veros yo, señora, o esperallo,

si esperallo pudiera sin perdello.

Mas de no veros ya para valerme,

si no es morir, ningún remedio hallo;

y si esto lo es, tampoco podré habello.

IV

Un rato se levanta mi esperanza.

Tan cansada de haberse levantado

torna a caer, que deja, mal mi grado,

libre el lugar a la desconfianza.

¿Quién sufrirá tan áspera mudanza

del bien al mal? ¡Oh, corazón cansado!

esfuerza en la miseria de tu estado,

que tras fortuna suele haber bonanza.

Yo mismo emprenderé a fuerza de brazos

romper un monte, que otro no rompiera,

de mil inconvenientes muy espeso.

Muerte, prisión no pueden, ni embarazos,

quitarme de Ir a veros, como quiera,

desnudo espirtu o hombre en carne y hueso.

V

Escrito está en mi alma vuestro gesto,

y cuanto yo escrebir de vos deseo;

vos sola lo escrebistes, yo lo leo

tan solo, que aunque de vos me guardo en esto.

En esto estoy y estaré siempre puesto;

que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo,

de tanto bien lo que no entiendo creo,

tomando ya la fe por presupuesto.

Yo no nací sino para quereros;

mi alma os ha cortado a su medida;

por hábito del alma misma os quiero.

Cuanto tengo confieso yo deberos;

por vos nací, por vos tengo la vida,

por vos he de morir y por vos muero.

VI

Por ásperos caminos he llegado

a parte que de miedo no me muevo;

y si a mudarme o dar un paso pruebo,

allí por los cabellos soy tornado.

Mas tal estoy, que con la muerte al lado

busco de mi vivir consejo nuevo;

y conozco el mejor y el peor apruebo,

o por costumbre mala o por mi hado.

Por otra parte, el breve tiempo mío,

y el errado proceso de mis años,

en su primer principio y en su medio,

mi inclinación, con quien ya no porfío,

la cierta muerte, fin de tantos daños,

me hacen descuidar de mi remedio.

VII

No pierda más quien ha tanto perdido;

bástete, amor, lo que ha por mí pasado;

válgame agora haber jamás probado

a defenderme de lo que has querido.

Tu templo y sus paredes he vestido

de mis mojadas ropas, y adornado,

como acontece a quien ha ya escapado

libre de la tormenta en que se vido.

Yo había jurado nunca más meterme,

a poder mío y a mi consentimiento,

en otro tal peligro, como vano.

Mas del que viene no podré valerme;

y en esto no voy contra el juramento;

que no es como los otros ni en mi mano.

VIII

De aquella vista pura y ecelente

salen espirtus vivos y encendidos,

y siendo por mis ojos recebidos,

me pasan hasta donde el mal se siente.

Encuéntranse al camino fácilmente,

con los míos, que de tal calor movidos

salen fuera de mí como perdidos,

llamados de aquel bien que está presente.

Ausente, en la memoria la imagino;

mis espirtus, pensando que la vían,

se mueven y se encienden sin medida;

mas no hallando fácil el camino,

que los suyos entrando derretían,

revientan por salir do no hay salida.

IX

Señora mía, si de vos estoy ausente

en esta vida turo y no me muero,

paréceme que ofendo a lo que os quiero,

y al bien de que gozaba en ser presente

Tras éste, luego siento otro acidente,

que es ver que si de vida desespero,

yo pierdo cuanto bien de vos espero,

y así ando en lo que siento diferente.

En esta diferencia mis sentidos

están en vuestra ausencia y en porfía.

No sé ya qué hacerme en mal tamaño.

Nunca entre sí los veo tan reñidos.

De tal arte pelean noche y día,

que sólo se conciertan en mi daño.

X

¡Oh dulces prendas, por mí mal halladas,

dulces y alegres, cuando Dios quería!

Juntas estáis en la memoria mía,

y con ella en mi muerte conjuradas.

¿Quién me dijera, cuando en las pasadas

horas en tanto bien por vos me vía,

que me habíades de ser en algún día

con tan grave dolor representadas?

Pues en un hora junto me llevastes

todo el bien que por términos me distes,

llevadme junto al mal que me dejastes.

Si no, sospecharé que me pusistes

en tantos bienes, porque deseastes

verme morir entre memorias tristes.

XI

Hermosas ninfas, que en el río metidas,

contentas habitáis en las moradas

de relucientes piedras fabricadas

y en colunas de vidrio sostenidas;

agora estáis labrando embebecidas,

o tejiendo las telas delicadas;

agora unas con otras apartadas,

contándoos los amores y las vidas;

dejad un rato la labor, alzando

vuestras rubias cabezas a mirarme,

y no os detendréis mucho según ando;

que o no podréis de lástima escucharme,

o convertido en agua aquí llorando,

podréis allá de espacio consolarme.

XII

Si para refrenar este deseo

loco, imposible, vano, temeroso,

y guarecer de un mal tan peligroso,

que es darme a entender yo lo que no creo,

no me aprovecha verme cual me veo,

o muy aventurado o muy medroso,

en tanta confusión, que nunca oso

fiar el mal de mí que lo poseo,

¿qué me ha de aprovechar ver la pintura

de aquel que con las alas derretidas

cayendo, fama y nombre al mar ha dado,

y la del que su fuego y su locura

llora entre aquellas plantas conocidas,

apenas en el agua resfriado?

XIII

A Dafne ya los brazos le crecían,

y en luengos ramos vueltos se mostraban;

en verdes hojas vi que se tornaban

los cabellos que al oro escurecían.

De áspera corteza se cubrían

los tiernos miembros, que aún bullendo estaban;

los blancos pies en tierra se hincaban;

y en torcidas raíces se volvían.

Aquel que fué la causa de tal daño,

a fuerza de llorar, crecer hacía

el árbol que con lágrimas regaba.

¡Oh miserable estado, oh mal tamaño!

¡Que con lloralla cresca cada día

la causa y la razón por que lloraba!

XIV

Como la tierna madre que el doliente

hijo le está con lágrimas pidiendo

alguna cosa, de la cual comiendo,

sabe que ha de doblarse el mal que siente,

y aquel piadoso amor no le consiente

que considere el daño que haciendo

lo que le pide hace, va corriendo,

y dobla el mal, y aplaca el acidente,

así a mi enfermo y loco pensamiento,

que en su daño os me pide, yo querría

quitar este moral mantenimiento.

Mas pídemelo, y llora cada día

tanto, que cuanto quiere le consiento,

olvidando su muerte y aun la mía.

XV

Si quejas y lamentos pueden tanto,

que el curso refrenaron de los ríos,

y en los diversos montes y sombríos

los árboles movieron con su canto;

si convirtieron a escuchar su llanto

las fieras tigres y peñascos fríos;

si, en fin, con menos casos que los míos

bajaron a los reinos del espanto,

¿por qué no ablandará mi trabajosa

vida, en miseria y lágrimas pasadas,

un corazón conmigo endurecido?

Con más piedad debría ser escuchada

la voz del que se llora por perdido

que la del que perdió y llora otra cosa.

XVI

No las francesas armas odïosas,

ni contra puestas del airado pecho,

ni en los guardados muros con pertrecho

los tiros y saetas ponzoñosas;

no las escaramuzas peligrosas,

ni aquel fiero ruido contrahecho

de aquel que para Júpiter fué hecho

por manos de Vulcano artificiosas,

pudieron, aunque más yo me ofrecía

a los peligros de la dura guerra,

quitar una hora sola de mi hado.

Mas infición de aire en solo un día

me quitó al mundo, y me ha en ti sepultado,

Parténope, tan lejos de mi tierra.

XVII

Pensando que el camino iba derecho,

vine a parar en tanta desventura,

que Imaginar no puedo, aun con locura,

algo de que esté un rato satisfecho.

El ancho campo me parece estrecho;

la noche clara para mí es escura;

la dulce compañía, amarga y dura,

y duro campo de batalla el lecho.

Del sueño, si hay alguno, aquella parte

sola que es ser imagen de la muerte

se aviene con el alma fatigada.

En fin, que como quiera, estoy de arte,

que juzgo ya por hora menos fuerte,

aunque en ella me vi, la que es pasada.

XVIII

Si a vuestra voluntad yo soy de cera,

y por sol tengo sólo vuestra vista,

la cual a quien no inflama o no conquista

con su mirar, es de sentido fuera;

de do viene una cosa, que si fuera

menos veces de mi probada y vista,

según parece que a razón resista,

a mi sentido mismo no creyera,

y es, que yo soy de lejos inflamado

de vuestra ardiente vista, y encendido

tanto, que en vida me sostengo apenas.

Mas si de cerca soy acometido

de vuestros ojos, luego siento, helado,

cuajárseme la sangre por las venas.

XIX

Julio, después que me partí llorando

de quien jamás mi pensamiento parte,

y dejé de mi alma aquella parte

que al cuerpo vida y fuerza estaba dando,

de mi bien a mí mismo voy tomando

estrecha cuenta, y siento de tal arte

faltarme todo el bien, que temo en parte

que ha de faltarme el aire sospirando;

y con este temor, mi lengua prueba

a razonar con vos ¡oh dulce amigo!

del amarga memoria de aquel día

en que yo comencé como testigo

a poder dar del alma vuestra nueva,

y a sabella de vos del alma mía.

XX

Con tal fuerza y vigor son concertados

para mi perdición los duros vientos,

que cortaron mis tiernos pensamientos

luego que sobre mí fueron mostrados.

El mal es que me quedan los cuidados

en salvo destos acontecimientos,

que son duros, y tienen fundamentos

en todos mis sentidos bien echados.

Aunque por otra parte no me duelo,

ya que el bien me dejó con su partida,

del grave mal que en mí está de contino;

antes con él me abrazo y me consuelo;

porque en proceso de tan dura vida

atajaré la guerra del camino.

XXI

Clarísimo Marqués, en quien derrama

el cielo cuanto bien conoce el mundo;

si al gran valor en que el sujeto fundo,

y al claro resplandor de vuestra llama

arribaré mi pluma, y do la llama

la voz de vuestra nombre alto y profundo,

seréis vos solo eterno y sin segundo,

y por vos inmortal quien tanto os ama.

Cuanto del largo cielo se desea,

cuanto sobre la tierra se procura,

todo se halla en vos de parte en parte;

y, en fin, de sólo vos formó natura

una estraña y no vista al mundo idea,

y hizo igual al pensamiento el arte.

XXII

Con ansia estrema de mirar qué tiene

vuestro pecho escondido allá en su centro,

y ver si a lo de fuera lo de dentro

en apariencia y ser igual conviene,

en él puse la vista; mas detiene

de vuestra hermosura el duro encuentro

mis ojos, y no pasan tan adentro,

que miren lo que el alma en si contiene.

Y así, se quedan tristes en la puerta

hecha por mi dolor, con esa mano,

que aun a su mismo pecho no perdona;

donde vi claro mi esperanza muerta,

y el golpe que os hizo amor en vano

non esservi passato oltra la gonna.

XXIII

En tanto que de rosa y azucena

se muestra la color en vuestro gesto,

y que vuestro mirar ardiente, honesto,

enciende al corazón y lo refrena;

y en tanto que el cabello, que en la vena,

del oro se escogió, con vuelo presto,

por el hermoso cuello blanco, enhiesto,

el viento mueve, esparce y desordena;

coged de vuestra alegre primavera

el dulce fruto, antes que el tiempo airado

cubra de nieve la hermosa cumbre.

Marchitará la rosa el viento helado,

todo lo mudará la edad ligera,

por no hacer mudanza en su costumbre.

XIV

Ilustre honor del nombre de Cardona,

décima moradora de Parnaso,

a Tansilo, a Minturno, al culto Taso

sujeto noble de inmortal corona;

si en medio del camino no abandona

la fuerza y el espirtu a vuestro Laso,

por vos me llevará mi osado paso

a la cumbre difícil de Helicona.

Podré llevar entonces sin trabajo

con dulce son que el curso al agua enfrena,

por un camino hasta agora enjuto,

el patrio celebrado y rico Tajo,

que del valor de su luciente arena

a vuestro nombre pague el gran tributo.

XXV

¡Oh hado esecutivo en mis dolores,

cómo sentí tus leyes rigurosas!

Cortaste el árbol con manos dañosas,

y esparciste por tierra fruta y flores.

En poco espacio yacen mis amores

y toda la esperanza de mis cosas,

tornadas en cenizas desdeñosas,

y sordas a mis quejas y clamores.

Las lágrimas que en esta sepultura

se vierten hoy en día y se vertieron

recibe, aunque sin fruto allá te sean,

hasta que aquella eterna noche escura,

me cierre aquestos ojos que te vieron,

dejándome con otros que te vean.

XXVI

Echado está por tierra el fundamento

que mi vivir cansado sostenía.

¡Oh cuánto bien se acaba en solo un día!

¡Oh cuántas esperanzas lleva el viento!

¡Oh cuán ocioso está mi pensamiento

cuando se ocupa en bien de cosa mía!

A mi esperanza, así como a baldía,

mil veces la castiga mi tormento.

Las más veces me entrego, otras resisto

con tal furor, con una fuerza nueva,

que un monte puesto encima rompería.

Aqueste es el deseo que me lleva

a que desee tomar a ver un día

a quien fuera mejor nunca haber visto.

XXVII

Amor, amor, un hábito vestí,

el cual de nuestro paño fué cortado;

al vestir ancho fué mas apretado

y estrecho cuando estuvo sobre mí.

Después acá de lo que consentí,

tal arrepentimiento me ha tomado,

que pruebo alguna vez, de congojado,

a romper esto en que yo me metí.

Mas ¿quién podrá deste hábito librarse,

teniendo tan contraria su natura,

que con él ha venido a conformarse?

Si alguna parte queda por ventura

de mi razón, por mí no osa mostrarse,

que en tal contradición no está segura.

XXVIII

Boscán, vengado estáis, con mengua mía,

de mi rigor pasado y mi aspereza,

con que reheprenderos la terneza

de vuestro blando corazón solía.

Agora me castigo cada día

de tal salvatiquez y tal torpeza;

mas es a tiempo que de mi bajeza

correrme y castigarme bien podría.

Sabed que en mi perfecta edad y armado

con mis ojos abiertos me he rendido

al niño que sabéis, ciego y desnudo.

De tan hermoso fuego consumido

nunca fué corazón. Si preguntado

soy lo demás, en lo demás soy mudo.

XXIX

Pasando el mar Leandro el animoso,

con amoroso fuego todo ardiendo,

esforzó el viento, y fuese embraveciendo

el agua con un ímpetu furioso.

Vencido del trabajo presuroso,

contrastar a las ondas no pudiendo,

y más del bien que allí perdía muriendo,

que de su propia vida congojoso,

como pudo esforzó su voz cansada,

y a las ondas habló desta manera,

mas nunca fué la voz dellas oída:

—Ondas, pues no os escusa que yo muera,

dejadme allá llegar, y a la tornada

vuestro furor esecutá en mi vida.—

XXX

Sospechas, que en mi triste fantasía

puestas, hacéis la guerra a mi sentido,

volviendo y revolviendo el afligido

pecho, con dura mano, noche y día;

ya se acabó la resistencia mía

y la fuerza del alma; ya rendido

vencer de vos me dejo, arrepentido

de haberos contrastado en tal porfía.

Llevadme a aquel lugar tan espantable,

do por no ver la muerte allí esculpida,

cerrados hasta aquí tuve los ojos.

Las armas pongo ya, que concedida

no es tan larga defensa al miserable;

colgad en vuestro carro mis despojos.

XXXI

Dentro de mi alma fué de mí engendrado

un dulce amor, y de mi sentimiento

tan aprobado fué su nacimiento

como de un solo hijo deseado;

mas luego dél nació quien ha estragado

del todo el amoroso pensamiento;

que en áspero rigor y en gran tormento

los primeros deleites ha trocado.

¡Oh crudo nieto, que das vida al padre

y matas al abuelo! ¿por qué creces

tan disconforme a aquel de que has nacido?

¡Oh celoso temor! ¿a quién pareces?

¡Que la envidia, tu propia y fiera madre,

se espanta en ver el mostro que ha parido!

XXXII

Estoy continuo en lágrimas bañado,

rompiendo el aire siempre con sospiros;

y más me duele nunca osar deciros

que he llegado por vos a tal estado,

que viéndome do estoy y lo que he andado

por el camino estrecho de seguiros,

si me quiero tornar para huiros,

desmayo viendo atrás lo que he dejado;

si a subir pruebo, en la difícil cumbre,

a cada paso espántanme en la vía

ejemplos tristes de los que han caído.

Y sobre todo, fáltame la lumbre

de la esperanza, con que andar solía

por la escura región de vuestro olvido.

XXXIII

Mario, el ingrato amor, como testigo

de mi fe pura y de mi gran firmeza,

mostrando en mí su vil naturaleza,

que es hacer más ofensa al más amigo;

teniendo miedo que si escribo o digo

su condición, abajo su grandeza,

no bastando su fuerza a mi crueza,

ha esforzado la mano a mi enemigo.

Y así, en la parte que la diestra mano

gobierna, y en aquella que declara

el conceto del alma, fui herido.

Mas yo haré que aquesta ofensa, cara

le cueste al ofensor, que ya estoy sano,

libre, desesperado y ofendido.

XXXIV

Gracias al cielo doy que ya del cuello

del todo el grave yugo he sacudido,

y que del viento el mar embravecido

veré desde la tierra sin temello.

Veré colgada de un sutil cabello

la vida del amante embebecido

en su error, y en su engaño adormecido,

sordo a las voces que le avisan dello.

Alegrárame el mal de los mortales;

mas no es mi corazón tan inhumano

en aqueste mi error como parece,

porque yo huelgo, como huelga el sano,

no de ver a los otros en los males,

sino de ver que dellos él carece.

XXXV

Boscán, las armas y el furor de Marte,

que con su propia sangre el africano

suelo regando, hacen que el romano

imperio reverdesca en esta parte,

han reducido a la memoria el arte

y el antiguo valor italïano,

por cuya fuerza y valerosa mano

Africa se aterró de parte a parte.

Aquí donde el romano encendimiento,

donde el fuego y la llama licenciosa

sólo el nombre dejaron a Cartago,

vuelve y revuelve amor un pensamiento,

hiere y enciende el alma temerosa,

y en llanto y en ceniza me deshago.

XXXVI

A la entrada de un valle, en un desierto,

do nadie atravesaba ni se vía,

vi que con estrañeza un can hacía

estremos de dolor con desconcierto;

ahora suelta el llanto al cielo abierto,

ora va rastreando por la vía;

camina, vuelve, para, y todavía

quedaba desmayado como muerto.

Y fué que se apartó de su presencia

su amo, y no le hallaba, y esto siente;

mirad hasta dó llega el mal de ausencia.

Movióme a compasión ver su acidente;

díjele lastimado: “Ten paciencia,

que yo alcanzo razón, y estoy ausente.”

XXXVII

Mi lengua va por do el dolor la guía;

ya yo con mi dolor sin guía camino;

entrambos hemos de ir con puro tino;

cada uno va a parar do no quería;

yo, porque voy sin otra compañía,

sino la que me hace el desatino;

ella, porque la lleve aquel que vino

a hacella decir más que querría.

Y es para mí la ley tan desigual,

que aunque inocencia siempre en mí conoce

siempre yo pago el yerro ajeno y mío.

¿Qué culpa tengo yo del desvarío

de mi lengua, si estoy en tanto mal,

que el sufrimiento ya me desconoce?

XXXVIII

Siento el dolor menguarme poco a poco

no porque ser le sienta más sencillo,

mas fallece el sentir para sentillo,

después que de sentillo estoy tan loco.

Ni en sello pienso que en locura toco,

antes voy tan ufano con oíllo,

que no dejaré el sello y el sufrillo,

que si dejo de sello el seso apoco.

Todo me empece, el seso y la locura;

prívame éste de sí por ser tan mío;

mátame estotra por ser yo tan suyo.

Parecerá a la gente desvarío

preciarme deste mal, do me destruyo;

yo lo tengo por única ventura.