Samaniego: fabulas II

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Tomo II

Neque enim notare singulos mens est mihi;

verum ipsam vitam, et mores hominum ostendere.

PREDR. Fab. Prol. lib. III.

 

ADVERTENCIA

A excepción de un corto número de argumentos sacados de ESOPO, FEDRO y LAFONTAINE, todos los asuntos contenidos en los Apólogos de los Libros I, II y III, pertenecen al Fabulista Inglés GAY. El Libro IV es original. [1]

 

Libro primero

Prólogo

 

Fábula primera

El pastor y el filósofo.

De los confusos pueblos apartado,

un anciano pastor vivió en su choza,

en el feliz estado en que se goza

existir ni envidioso, ni envidiado.

No turbó con cuidados la riqueza            5

a su tranquila vida,

ni la extremada mísera pobreza

fue del dichoso anciano conocida. [2]

Empleado en su labor gustosamente

envejeció; sus canas, su experiencia     10

y su virtud le hicieron, finalmente,

respetable varón, hombre de ciencia.

Voló su grande fama por el mundo;

y llevado de nueva tan extraña,

acercose un filósofo profundo  15

a la humilde cabaña,

y preguntó al pastor: «Dime, ¿en qué escuela

te hiciste sabio? ¿Acaso te ocupaste

largas noches leyendo a la candela?

¿A Grecia y Roma sabias observaste?    20

¿Sócrates refinó tu entendimiento?

¿La ciencia de Platón has tú medido,

o pesaste de Tulio el gran talento,

o tal vez, como Ulises, has corrido

por ignorados pueblos y confusos          25

observando costumbres, leyes y usos?- [3]

»Ni las letras seguí, ni como Ulises

(humildemente respondió el anciano),

discurrí por incógnitos países.

Sé que el género humano          30

en la escuela del mundo lisonjero

se instruye en el doblez y en la patraña.

Con la ciencia que engaña

¿quién podrá hacerse sabio verdadero?

Lo poco que yo sé me lo ha enseñado  35

Naturaleza en fáciles lecciones:

Un odio firme al vicio me ha inspirado;

ejemplos de virtud da a mis acciones.

Aprendí de la abeja lo industrioso,

y de la hormiga, que en guardar se afana,           40

a pensar en el día de mañana.

Mi mastín, el hermoso

y fiel sin semejante,

de gratitud y lealtad constante [4]

es el mejor modelo,      45

y si acierto a copiarle me consuelo.

Si mi nupcial amor lecciones toma,

las encuentra en la cándida paloma.

La gallina a sus pollos abrigando

con sus piadosas alas como madre,        50

y las sencillas aves aun volando,

me prestan reglas para ser buen padre.

Sabia naturaleza mi maestra,

lo malo y lo ridículo me muestra

para hacérmelo odioso.               55

Jamás hablo a las gentes

con aire grave, tono jactancioso,

pues saben los prudentes,

que, lejos de ser sabio el que así hable,

será un búho solemne, despreciable.   60

Un hablar moderado,

un silencio oportuno [5]

en mis conversaciones he guardado.

El hablador molesto e importuno

es digno de desprecio.65

Quien escuche a la urraca será un necio.

A los que usan la fuerza y el engaño

para el ajeno daño,

y usurpan a los otros su derecho,

los debe aborrecer un noble pecho.      70

Únanse con los lobos en la caza,

con milanos y halcones,

con la maldita serpentina raza,

caterva de carnívoros ladrones.

Mas ¡qué dije! Los hombres tan malvados         75

ni aún merecen tener estos aliados.

No hay dañino animal tan peligroso

como el usurpador y el envidioso.

Por último, en el libro interminable

de la naturaleza yo medito; [6]80

en todo lo creado es admirable:

Del ente más sencillo y pequeñito,

una contemplación profunda alcanza

los más preciosos frutos de enseñanza.-

»Tu virtud acredita, buen anciano        85

(el filósofo exclama),

tu ciencia verdadera y justa fama.

Vierte el género humano

en sus libros y escuelas sus errores;

en preceptos mejores  90

nos da naturaleza su doctrina.»

Así quien sus verdades examina

con la meditación y la experiencia,

llegará a conocer virtud y ciencia. [7]

 

Fábula II

El hombre y la fantasma.

Un joven licencioso

se hallaba en un estado vergonzoso,

con sus males secretos retirado:

En soledad, doliente, exasperado,

cavila, llora, canta, jura, reza,     5

como quien ha perdido la cabeza.

«¿Te falta la salud? Pues caballero,

de todo tu dinero,

nobleza, juventud y poderío

sábete que me río:         10

Trata de recobrarla, pues perdida,

¿de qué sirven los bienes de la vida?»

Todo esto una fantasma le previno,

y al instante se fue como se vino. [8]

El enfermo se cuida, se repone;              15

un nuevo plan de vida se propone.

En efecto, se casa.

Cércanle los cuidados de la casa,

que se van aumentando de hora en hora.

La mujer (Dios nos libre), gastadora       20

aún mucho más que rica,

los hijos y las deudas multiplica;

de modo que el marido,

más que nunca aburrido,

se puso sobre un pie de economía,        25

que estrechándola más de día en día,

al fin se enriqueció con opulencia.

La fantasma le dice: «En mi conciencia,

que te veo amarillo como el oro;

tienes tu corazón en el tesoro;30

miras sobre tu pecho acongojado

el puñal del ladrón enarbolado; [9]

las noches pasas en mortal desvelo;

¿y así quieres vivir?… ¡qué desconsuelo!»

El hombre, como caso milagroso,            35

se transformó de avaro en ambicioso.

Llegó dentro de poco a la privanza:

¡El señor don Dinero qué no alcanza!

La fantasma le muestra claramente

un falso confidente:      40

Cien traidores amigos,

que quieren ser autores y testigos

de su pronta caída.

Resuélvese a dejar aquella vida,

y ya desengañado,         45

en los campos se mira retirado.

Buscaba los placeres inocentes

en las flores y frutas diferentes.

¿Quieren ustedes creer, esto me pasma,

que aun allí le persigue la fantasma?     50           [10]

Los insectos, los hielos y los vientos,

todos los elementos,

y las plagas de todas estaciones

han de ser en el campo tus ladrones.

Pues ¿adónde irá el pobre caballero?…               55

Digo que es un solemne majadero

todo aquel que pretende

vivir en este mundo sin su duende. [11]

 

Fábula III

El jabalí y el carnero.

De la rama de un árbol un carnero

degollado pendía;

en él a sangre fría

cortaba el remangado carnicero.

El rebaño inocente,     5

que el trágico espectáculo miraba,

de miedo, ni pacía ni balaba.

Un jabalí gritó: «Cobarde gente,

»que miráis la carnívora matanza,

¿cómo no os vengáis del enemigo?-      10

Tendrá, dijo un carnero, su castigo;

mas no de nuestra parte la venganza.

»La piel que arranca con sus propias manos,

sirve para los pleitos y la guerra, [12]

las dos mayores plagas de la tierra,        15

que afligen a los míseros humanos.

»Apenas nos desuellan, se destina

para hacer pergaminos y tambores:

»Mira como los hombres malhechores

labran en su maldad su propia ruina.»   20           [13]

 

Fábula IV

El raposo, la mujer y el gallo.

Con las orejas gachas

y la cola entre piernas,

se llevaba un raposo

un gallo de la aldea.

Muchas gracias al alba,5

que pudo ver la fiesta,

al salir de su casa,

Juana la madruguera.

Como una loca grita:

«Vecinos, que le lleva;  10

que es el mío, vecinos.»

Oye el gallo las quejas,

y le dice al raposo:

«Dile que no nos mienta, [14]

que soy tuyo y muy tuyo.»         15

Volviendo la cabeza,

le responde el raposo:

«Oyes, gran embustera,

no es tuyo, sino mío;

él mismo lo confiesa.»  20

Mientras esto decía,

el gallo libre vuela,

y en la copa de un árbol

canta que se las pela.

El raposo burlado            25

huyó; ¡quién lo creyera!

Yo, pues a más de cuatro,

muy zorros en sus tretas,

por hablar a destiempo,

los vi perder la presa. [15]           30

 

Fábula V

El filósofo y el rústico.

La del alba sería

la hora en que un filósofo salía

a meditar al campo solitario,

en lo hermoso y lo vario,

que a la luz de la aurora nos enseña       5

Naturaleza, entonces más risueña.

Distraído sin senda caminaba,

cuando llegó a un cortijo, donde estaba

con un martillo el rústico en la mano,

en la otra un milano,      10

y sobre una portátil escalera.

«¿Qué haces de esa manera?»,

el filósofo dijo:

«Castigar a un ladrón de mi cortijo, [16]

que en mi corral ha hecho más destrozos           15

que todos los ladrones en Torozos.

Le clavo en la pared… ya estoy contento…

Sirve a toda tu raza de escarmiento.-

»El matador es digno de la muerte,

el sabio dijo, mas si de esa suerte           20

el milano merece ser tratado,

¿de qué modo será bien castigado

el hombre sanguinario, cuyos dientes

devoran a infinitos inocentes,

y cuenta como mísera su vida,  25

si no hace de cadáveres comida?

Y aún tú, que así castigas los delitos,

cenarías anoche tus pollitos.-

Al mundo le encontramos de este modo,

dijo airado el patán. Y sobre todo,          30

si lo mismo son hombres que milanos,

guárdese no le pille entre mis manos.» [17]

El sabio se dejó de reflexiones.

Al tirano le ofenden las razones,

que demuestran su orgullo y tiranía;     35

mientras por su sentencia cada día

muere, viviendo él mismo impunemente,

por menores delitos otra gente. [18]

 

Fábula VI

La pava y la hormiga.

Al salir con las yuntas

los criados de Pedro,

el corral se dejaron

de par en par abierto.

Todos los pavipollos       5

con su madre se fueron,

aquí y allí picando,

hasta el cercano otero.

Muy contenta la pava

decía a sus polluelos:     10

«Mirad, hijos, el rastro

de un copioso hormiguero.

Ea, comed hormigas,

y no tengáis recelo, [19]

que yo también las como:           15

Es un sabroso cebo.

Picad, queridos míos:

¡Oh, qué días los nuestros,

si no hubiese en el mundo

malditos cocineros!        20

Los hombres nos devoran,

y todos nuestros cuerpos

humean en las mesas

de nobles y plebeyos.

A cualquier fiestecilla    25

ha de haber pavos muertos.

¡Qué pocas navidades

contaron mis abuelos!

¡Oh, glotones humanos,

crueles carniceros!»      30

Mientras tanto una hormiga

se puso en salvamento [20]

sobre un árbol vecino

y gritó con denuedo:

«¡Hola!, con que los hombres   35

son crueles, perversos:

¿Y qué seréis los pavos?

¡Ay de mí!, ya lo veo:

a mis tristes parientes,

¡qué digo!, a todo el pueblo      40

sólo por desayuno

os le vais engullendo.

No respondió la pava

por no saber un cuento,

que era entonces del caso,        45

y ahora viene a pelo.

Un gusano roía

un grano de centeno:

viéronlo las hormigas:

¡Qué gritos!, ¡qué aspavientos!               50           [21]

«Aquí fue Troya, dicen:

Muere, pícaro perro»;

y ellas ¿qué hacían? Nada:

Robar todo el granero.

Hombres, pavos, hormigas,    55

según estos ejemplos,

cada cual en su libro

esta moral tenemos.

La falta leve en otro

es un pecado horrendo;              60

pero el delito propio

no más que pasatiempo. [22]

 

Fábula VII

El enfermo y la visión.

«¿Conque, de tus recetas exquisitas,

un enfermo exclamó, ninguna alcanza?…»

El médico se fue sin esperanza,

contando por los dedos sus visitas.

Así desengañado,        5

y creciendo por horas su dolencia,

de este modo examina su conciencia:

«En todos mis contratos he logrado,

»no lo niego, ganancia muy segura;

trabajé en calcular mis intereses:            10

Aumenté mi caudal en pocos meses,

más por felicidad que por usura.

»Sin rencor ni malicia

hice que a mi deudor pusiesen preso: [23]

Murió pobre en la cárcel, lo confieso;    15

mas, en fin, es un hecho de justicia.

»Si por cierto instrumento

reduje una familia muy honrada

a pobreza extremada,

algún día leerán mi testamento.              20

»Entonces, muerto yo, se hará patente

en la tierra lo mismo que en el cielo,

para alivio de pobres y consuelo

mi caridad ardiente.»

Una visión se acerca y dice: «Hermano,             25

la esperanza condeno

del que aguarda a morir para ser bueno.

Una acción de piedad está en tu mano:

Tus prójimos, según sus oraciones,

están necesitados:         30

Para ser remediados

han menester siquiera cien doblones.- [24]

»¡Cien doblones! No es nada.

¿Y si, porque Dios quiera, no me muero,

y después me hace falta ese dinero,     35

sería caridad bien ordenada?-

»Avaro, ¿te resistes? Pues al cabo

te anuncio que tu muerte está cercana.-

¿Me muero? Pues que esperen a mañana.»

La visión se volvió sin un ochavo. [25]    40

 

Fábula VIII

El camello y la pulga.

Al que ostenta valimiento

cuando su poder es tal,

que ni influye en bien ni en mal,

le quiero contar un cuento.

En una larga jornada      5

un camello muy cargado

exclamó ya fatigado:

«¡Oh, qué carga tan pesada!»

Doña Pulga, que montada

iba sobre él, al instante                10

se apea, y dice arrogante:

«Del peso te libro yo.» [26]

El camello respondió:

«Gracias, señor Elefante.» [27]

 

Fábula IX

El cerdo, el carnero y la cabra.

Poco antes de morir el corderillo

lame alegre la mano y el cuchillo

que han de ser de su muerte el instrumento,

y es feliz hasta el último momento.

Así, cuando es el mal inevitable,              5

es quien menos prevé más envidiable.

Bien oportunamente mi memoria

me presenta al lechón de cierta historia.

Al mercado llevaba un carretero

un marrano, una cabra y un carnero.     10

Con perdón, el cochino

clamaba sin cesar en el camino:

«¡Esta sí que es miseria!,

perdido soy, me llevan a la feria.» [28]

Así gritaba: mas ¡con qué gruñidos!       15

No dio en su esclavitud tales gemidos

Hécuba la infelice.

El carretero al gruñidor le dice:

«¿No miras al carnero y a la cabra,

que vienen sin hablar una palabra?-      20

¡Ay, señor, le responde, ya lo veo!

Son tontos y no piensan. Yo preveo

nuestra muerte cercana.

A los dos por la leche y por la lana

quizá no matarán tan prontamente;      25

pero a mí, que soy bueno solamente

para pasto del hombre… no lo dudo:

Mañana comerán de mi menudo.

Adiós, pocilga; adiós, gamella mía.»

Sutilmente su muerte preveía;30

mas ¿qué lograba el pensador marrano?

Nada, sino sentirla de antemano. [29]

El dolor ni los ayes es seguro

que no remediarán el mal futuro. [30]

 

Fábula X

El león, el tigre y el caminante.

Entre sus fieras garras oprimía

un tigre a un caminante.

A los tristes quejidos al instante

un león acudió: Con bizarría

lucha, vence a la fiera, y lleva al hombre              5

a su regia caverna. «Toma aliento,

le decía el león; nada te asombre;

soy tu libertador, estame atento.

¿Habrá bestia sañuda y enemiga,

que se atreva a mi fuerza incomparable?            10

Tú puedes responder, o que lo diga

esa pintada fiera despreciable.

Yo, yo solo, monarca poderoso,

domino en todo el bosque dilatado. [31]

¡Cuántas veces la onza y aún el oso        15

con su sangre el tributo me han pagado!

Los despojos de pieles y cabezas,

los huesos que blanquean este piso

dan el más claro aviso

de mi valor sin par y mis proezas.-          20

Es verdad, dijo el hombre, soy testigo:

Los triunfos miro de tu fuerza airada,

contemplo a tu nación amedrentada;

al librarme venciste a mi enemigo.

En todo esto, señor, con tu licencia,       25

sólo es digna del trono tu clemencia.

Sé benéfico, amable,

en lugar de despótico tirano;

porque, señor, es llano

que el monarca será más venturoso,     30

cuanto hiciere a su pueblo más dichoso.-

»Con razón has hablado; [32]

y ya me causa pena

el haber yo buscado

mi propia gloria en la desdicha ajena.    35

En mis jóvenes años

el orgullo produjo mil errores,

que me los ha encubierto con engaños

una corte servil de aduladores.

»Ellos me aseguraban de concierto,    40

que por el mundo todo

no reinan los humanos de otro modo,

tú lo sabrás mejor; dime, ¿y es cierto?» [33]

 

Fábula XI

La muerte.

Pensaba en elegir la Reina Muerte

un Ministro de Estado:

le quería de suerte

que hiciese floreciente su reinado.

El tabardillo, gota, pulmonía       5

y todas las demás enfermedades,

yo conozco, decía,

que tienen excelentes calidades.

Mas ¿qué importa? La peste, por ejemplo,

un Ministro sería sin segundo;  10

pero ya por inútil la contemplo,

habiendo tanto médico en el mundo.

Uno de éstos elijo… Mas no quiero,

que están muy bien premiados sus servicios [34]

sin otra recompensa que el dinero.        15

Pretendieron la plaza algunos vicios,

alegando en su abono mil razones.

Consideró la Reina su importancia,

y después de maduras reflexiones,

el empleo ocupó la Intemperancia.        20           [35]

 

Fábula XII

El amor y la locura.

Habiendo la Locura

con el Amor reñido,

dejó ciego de un golpe

al miserable niño.

Venganza pide al cielo  5

Venus, mas ¡con qué gritos!

Era madre y esposa:

con esto queda dicho.

Queréllase a los dioses,

presentando a su hijo:  10

¿De qué sirven las flechas,

de qué el arco a Cupido,

faltándole la vista

para asestar sus tiros? [36]

Quítensele las alas          15

y aquel ardiente cirio,

si a su luz ser no pueden

sus vuelos dirigidos.

Atendiendo a que el ciego

siguiese su ejercicio,      20

y a que la delincuente

tuviese su castigo,

Júpiter, presidente

de la asamblea, dijo:

«Ordeno a la Locura,     25

desde este instante mismo,

que eternamente sea

de Amor el lazarillo.» [37]

 

Libro segundo

 

Fábula primera

El raposo enfermo.

El tiempo, que consume de hora en hora

los fuertes murallones elevados,

y lo mismo devora

montes agigantados,

a un raposo quitó de día en día             5

dientes, fuerza, valor, salud; de suerte

que él mismo conocía

que se hallaba en las garras de la muerte.

Cercado de parientes y de amigos,

dijo en trémula voz y lastimera:               10

«¡Oh vosotros, testigos

de mi hora postrera, [38]

»atentos escuchad un desengaño!

Mis ya pasadas culpas me atormentan;

ahora, conjuradas en mi daño,15

¿no veis cómo a mi lado se presentan?

»Mirad, mirad los gansos inocentes

con su sangre teñidos,

y los pavos en partes diferentes

al furor de mis garras divididos.                20

»Apartad esas aves que aquí veo,

y me piden sus pollos devorados:

Su infernal cacareo

me tiene los oídos penetrados.»

Los raposos le afirman con tristeza,     25

no sin lamerse labios y narices:

«Tienes debilitada la cabeza;

ni una pluma se ve de cuanto dices.

»Y bien lo puedes creer, que si se viese…-

¡Oh, glotones!, callad; ya os entiendo,  30           [39]

el enfermo exclamó; ¡si yo pudiese

corregir las costumbres cual pretendo!

»¿No sentís que los gustos,

si son contra la paz de la conciencia,

se cambian en disgustos?           35

Tengo de esta verdad gran experiencia.

»Expuestos a las trampas y a los perros,

matáis y perseguís a todo trapo,

en la aldea gallinas, y en los cerros

los inocentes lomos del gazapo.              40

»Moderad, hijos míos, las pasiones;

observad vida quieta y arreglada,

y con buenas acciones

ganaréis opinión muy estimada.-

»Aunque nos convirtamos en corderos,           45

le respondió un oyente sentencioso,

otros han de robar los gallineros

a costa de la fama del raposo. [40]

»Jamás se cobra la opinión perdida:

Esto es lo uno. A más, ¿usted pretende               50

que mudemos de vida?

Quien malas mañas ha… ya usted me entiende.-

»Sin embargo, hermanito, crea, crea…

El enfermo le dijo. Mas ¡qué siento!…

¿No oís que una gallina cacarea?             55

Esto sí que no es cuento.»

Adiós, sermón: escápase la gente.

El enfermo orador esfuerza el grito:

¿Os vais, hermanos? Pues tened presente

que no me haría daño algún pollito.       60           [41]

 

Fábula II

Las exequias de la leona.

En su regia caverna inconsolable

el Rey león yacía,

porque en el mismo día

murió ¡cruel dolor!, su esposa amable.

A Palacio la corte toda llega,       5

y en fúnebre aparato se congrega.

En la cóncava gruta resonaba

del triste Rey el doloroso llanto;

allí los cortesanos entretanto

también gemían porque el Rey lloraba.                10

Que si el viudo monarca se riera,

la corte lisonjera

trocara en risa el lamentable paso.

Perdone la difunta: voy al caso. [42]

Entre tanto sollozo         15

el ciervo no lloraba, yo lo creo;

porque, lleno de gozo,

miraba ya cumplido su deseo.

La tal Reina le había devorado

un hijo y la mujer al desdichado.             20

El ciervo, en fin, no llora;

el concurso lo advierte:

El monarca lo sabe, y en la hora

ordena con furor darle la muerte.

«¿Cómo podré llorar, el ciervo dijo,       25

si apenas puedo hablar de regocijo?

Ya disfruta, gran Rey, más venturosa,

los Elíseos Campos vuestra esposa:

Me lo ha revelado, a la venida

muy cerca de la gruta aparecida.             30

Me mandó lo callase algún momento,

porque gusta mostréis el sentimiento.» [43]

Dijo así; y el concurso cortesano

aclamó por milagro la patraña.

El ciervo consiguió que el soberano        35

cambiase en amistad su fiera saña.

Los que en la indignación han incurrido

de los grandes señores,

a veces su favor han conseguido

con ser aduladores.       40

Mas no por esto advierto

que el medio sea justo; pues es cierto,

que a más príncipes vicia

la adulación servil que la malicia. [44]

 

Fábula III

El poeta y la rosa.

Una fresca mañana,

en el florido campo

un poeta buscaba

las delicias de mayo.

Al peso de las flores       5

se inclinaban los ramos,

como para ofrecerse

al huésped solitario.

Una rosa lozana,

movida al aire blando,   10

le llama, y él se acerca,

la toma, y dice ufano:

«Quiero, rosa, que vayas

no más que por un rato [45]

a que la hermosa Clori  15

te reciba en su mano.

Mas no, no, pobrecita;

que si vas a su lado,

tendrás de su hermosura

unos celos amargos.      20

Tu suave fragancia,

tu color delicado,

el verdor de tus hojas,

y tus pimpollos caros,

entre estas florecillas    25

pueden ser alabados;

mas junto a Clori bella,

es locura pensarlo.

Marchita, cabizbaja

te irías deshojando,       30

hasta parar tu vida

en un desnudo cabo.» [46]

La rosa, que hasta entonces

no desplegó sus labios,

le dijo resentida:             35

«Poeta chabacano,

cuando a un héroe quieras

coronar con el lauro,

del jardín de sus hechos,

has de cortar los ramos.               40

»Por labrar su corona,

no es justo que tus manos

desnuden otras sienes

que la virtud y el mérito adornaron.» [47]

 

Fábula IV

El búho y el hombre.

Vivía en un granero retirado

un reverendo búho, dedicado

a sus meditaciones,

sin olvidar la caza de ratones.

Se dejaba ver poco, mas con arte:          5

al Gran Turco imitaba en esta parte.

El dueño del granero

por azar advirtió que en un madero

el pájaro nocturno

con gravedad estaba taciturno.                10

El hombre le miraba, se reía;

«¡qué carita de pascua!, le decía;

¿puede haber más ridículo visaje?

Vaya, que eres un raro personaje. [48]

¿Por qué no has de vivir alegremente   15

con la pájara gente,

seguir desde la aurora

a la turba canora

de jilgueros, calandrias, ruiseñores,

por valles, fuentes, árboles y flores?-   20

Piensas a lo vulgar, eres un necio,

dijo el solemne búho con desprecio;

mira, mira, ignorante,

a la sabiduría en mi semblante:

Mi aspecto, mi silencio, mi retiro,            25

aun yo mismo lo admiro.

Si rara vez me digno, como sabes,

de visitar la luz, todas las aves

me siguen y rodean: desde luego

mi mérito conocen, no lo niego.-             30

¡Ah, tonto presumido!,

el hombre dijo así; ten entendido [49]

que las aves, muy lejos de admirarte,

te siguen y rodean por burlarte.

De ignorante orgulloso te motejan,       35

como yo a aquellos hombres que se alejan

del trato de las gentes,

y con extravagancias diferentes

han llegado a doctores en la ciencia

de ser sabios no más que en la apariencia.»       40

De esta suerte de locos

hay hombres como búhos, y no pocos. [50]

 

Fábula V

La mona.

Subió una mona a un nogal,

y cogiendo una nuez verde,

en la cáscara la muerde;

con que la supo muy mal.

Arrojola el animal,          5

y se quedó sin comer.

Así suele suceder

a quien su empresa abandona,

porque halla, como la mona,

al principio qué vencer.                10           [51]

 

Fábula VI

Esopo y un ateniense.

Cercado de muchachos

y jugando a las nueces,

estaba el viejo Esopo

más que todos alegre.

«¡Ah, pobre!, ya chochea»,       5

le dijo un ateniense.

En respuesta, el anciano

coge un arco que tiene

la cuerda floja, y dice:

«Ea, si es que lo entiendes,        10

dime, ¿qué significa

el arco de esta suerte?»

Lo examina el de Atenas,

piensa, cavila, vuelve, [52]

y se fatiga en vano,        15

pues que no lo comprehende.

El frigio victorioso

le dijo: «Amigo, advierte

que romperás el arco

si está tirante siempre;20

si flojo, ha de servirte

cuando tú lo quisieres.»

Si al ánimo estudioso

algún recreo dieren,

volverá a sus tareas       25

mucho más útilmente. [53]

Fábula VII

Demetrio y Menandro.

Si te falta el buen nombre,

Fabio, en vano presumes

que en el mundo te tengan por grande hombre,

sin más que por tus galas y perfumes.

Demetrio el Faleriano se apodera        5

de Atenas; y aunque fue con tiranía,

de agradable manera

los del vulgo le aclaman a porfía.

Los grandes y los nobles distinguidos

con fingido placer la mano besan            10

que los tiene oprimidos;

aun a los que en el ocio se embelesan

y a la poltrona gente [54]

los arrastra el temor al cumplimiento.

Con ellos va Menandro juntamente,     15

dramático escritor de gran talento,

cuyas obras leyó, sin conocerle,

Demetrio. Con perfumes olorosos

y pasos afectados entra. Al verle

llegar entre los tardos perezosos,           20

el nuevo Archonte prorrumpió, enojado:

«¿Con qué valor se pone en mi presencia

ese hombre afeminado?-

Señor, le respondió la concurrencia,

es Menandro el autor.» Al punto muda               25

de semblante el tirano:

Al escritor saluda,

y con grata expresión le da la mano. [55]

 

Fábula VIII

Las hormigas.

Lo que hoy las hormigas son,

eran los hombres antaño:

De lo propio y de lo extraño

hacían su provisión.

Júpiter, que tal pasión  5

notó de siglos atrás,

no pudiendo aguantar más,

en hormigas los transforma:

Ellos mudaron de forma;

¿y de costumbres? Jamás.          10           [56]

 

Fábula IX

Los gatos escrupulosos.

A las once, y aun más de la mañana

la cocinera Juana,

con pretexto de hablar a la vecina,

se sale, cierra, y deja en la cocina

a Micifuf y Zapirón hambrientos.             5

Al punto, pues no gastan cumplimientos

gatos enhambrecidos,

se avanzan a probar de los cocidos.

«¡Fú, dijo Zapirón, maldita olla!

¡Cómo abrasa! Veamos esa polla            10

que está en el asador lejos del fuego.»

Ya también escaldado, desde luego

se arrima Micifuf, y en un instante

muestra cada trinchante [57]

que en el arte cisoria, sin gran pena,      15

pudiera dar lecciones a Villena.

Concluido el asunto,

el señor Micifuf tocó este punto.

Utrum si se podía o no en conciencia

comer el asador. ¡Oh, qué demencia!   20

Exclamó Zapirón en altos gritos,

¡cometer el mayor de los delitos!

¿No sabes que el herrero

ha llevado por él mucho dinero,

y que, si bien la cosa se examina,            25

entre la batería de cocina

no hay un mueble más serio y respetable?

Tu pasión te ha engañado, miserable.»

Micifuf en efecto

abandonó el proyecto;30

pues eran los dos gatos

de suerte timoratos, [58]

que si el diablo, tentando sus pasiones,

les pusiese asadores a millones

(no hablo yo de las pollas), o me engaño,           35

o no comieran uno en todo el año.

De otro modo.

¡Qué dolor!, por un descuido

Micifuf y Zapirón

se comieron un capón,

en un asador metido.

Después de haberse lamido

trataron en conferencia,

si obrarían con prudencia

en comerse el asador.

¿Le comieron? No señor.

Era caso de conciencia. [59]

 

Fábula X

El águila y la asamblea de los animales.

Todos los animales cada instante

se quejaban a Júpiter tonante

de la misma manera

que si fuese un alcalde de montera.

El dios, y con razón, amostazado             5

viéndose importunado,

por dar fin de una vez a las querellas,

en lugar de sus rayos y centellas,

de recetor envía desde el cielo

al águila rapante, que de un vuelo          10

en la tierra juntó los animales,

y expusieron en suma cosas tales.

Pidió el león la astucia del raposo; [60]

éste de aquel lo fuerte y valeroso;

envidia la paloma al gallo fiero;15

el gallo a la paloma lo ligero.

Quiere el sabueso patas más felices,

y cuenta como nada sus narices.

El galgo lo contrario solicita;

y en fin, cosa inaudita,  20

los peces, de las ondas ya cansados,

quieren poblar los bosques y los prados;

y las bestias, dejando sus lugares,

surcar las olas de los anchos mares.

Después de oírlo todo,              25

el águila concluye de este modo:

«¿Ves, maldita caterva impertinente,

que entre tanto viviente

de uno y otro elemento,

pues nadie está contento,          30

no se encuentra feliz ningún destino? [61]

Pues ¿para qué envidiar el del vecino?»

Con sólo este discurso,

aun el bruto mayor de aquel concurso

se dio por convencido.35

De modo que es sabido

que ya sólo se matan los humanos

en envidiar la suerte a sus hermanos. [62]

 

Fábula XI

La paloma.

Un pozo pintado vio

una paloma sedienta:

Tirose a él tan violenta,

que contra la tabla dio.

Del golpe, al suelo cayó,              5

y allí muere de contado.

De su apetito guiado,

por no consultar al juicio,

así vuela al precipicio

el hombre desenfrenado.          10           [63]

 

Fábula XII

El chivo afeitado.

«Vaya una quisicosa.

Si aciertas, Juana hermosa,

cuál es el animal más presumido,

que rabia por hacerse distinguido

entre sus semejantes,  5

te he de regalar un par de guantes.

No es el pavón, ni el gallo,

ni el león, ni el caballo;

y así, no me fatigues con demandas.-

¿Será tal vez… el mono? -Cerca le andas.-          10

¿El mico? -Que te quemas;

pero no acertarás: no, no lo temas.

Déjalo, no te canses el caletre.

Yo te diré cuál es: el Petimetre.» [64]

Este vano orgulloso        15

pierde tiempo, doblones y reposo

en hacer distinguida su figura.

No para en los adornos su locura;

hace estudio de gestos y de acciones

a costa de violentas contorsiones;          20

de perfumes va siempre prevenido;

no quiere oler a hombre ni en descuido.

Que mire, marche o hable,

en todo busca hacerse remarcable.

¿Y qué consigue? Lo que todo necio:     25

Cuanto más se distingue, más desprecio.

En la historia siguiente yo me fundo.

Un chivo, como muchos en el mundo,

vano extremadamente,

se miraba al espejo de una fuente.        30

«¡Qué lástima, decía,

que esté mi juventud y lozanía [65]

por siempre disfrazada

debajo de esta barba tan poblada!

¿Y cuándo? Cuando en todas las naciones          35

no tienen ni aun bigotes los varones;

pues ya cuentan que son los moscovitas,

si barbones ayer, hoy señoritas.

¡Qué cabrunos estilos tan groseros!

A bien que estoy en tierra de barberos.»            40

La historia fue en Tetuán, y todo el día

la barberil guitarra se sentía,

el chivo fue, guiado de su tono,

a la tienda de un mono,

barberillo afamado,       45

que afeitó al señorito de contado.

Sale barbilampiño a la campaña.

Al ver una figura tan extraña,

no hubo perro ni gato

que no le hiciese burla al mentecato.    50           [66]

Los chivos le desprecian de manera

que no hay más que decir. ¡Quién lo creyera!

Un respetable macho

dicen que se rió como un muchacho. [67]

 

Libro tercero

 

Fábula primera

El naufragio de Simónides.

A Elisa.

En tanto que tus vanas compañeras,

cercadas de galanes seductores,

escuchan placenteras

en la escuela de Venus los amores,

Elisa, retirada te contemplo       5

de la diosa Minerva al sacro templo.

Ni eres menos donosa,

ni menos agraciada

que Clori ponderada

de gentil y de hermosa:               10           [68]

Pues, Elisa divina, ¿por qué quieres

huir en tu retiro los placeres?

¡Oh sabia, qué bien haces

en estimar en poco la hermosura,

los placeres fugaces,     15

el bien que sólo dura

como rosa que el ábrego marchita!

Tu prudencia infinita

busca el sólido bien y permanente

en la virtud y ciencia solamente.              20

Cuando el tiempo implacable con presteza,

o los males tal vez inopinados,

se lleven la hermosura y gentileza,

con lágrimas estériles llorados

serán aquellos días que se fueron,         25

y a juegos vanos tus amigas dieron;

pero a tu bien estable

no hay tiempo ni accidente que consuma: [69]

Siempre serás feliz, siempre estimable.

Eres sabia, y en suma    30

este bien de la ciencia no perece.

Oye cómo esta fábula lo explica,

que mi respeto a tu virtud dedica.

Simónides en Asia se enriquece,

cantando a justo precio los loores           35

de algunos generosos vencedores.

Este sabio poeta, con deseo

de volver a su amada patria Ceo,

se embarca, y en la mar embravecida

fue la mísera nave sumergida.  40

De la gente a las ondas arrojada,

sale quien diestro nada,

y el que nadar no sabe

fluctúa en las reliquias de la nave.

Pocos llegan a tierra, afortunados,         45

con las náufragas tablas abrazados. [70]

Todos cuantos el oro recogieron,

con el peso abrumados perecieron.

A Clecémone van. Allí vivía

un varón literato, que leía           50

las obras de Simónides, de suerte

que al conversar los náufragos, advierte

que Simónides habla, y en su estilo

le conoce; le presta todo asilo

de vestidos, criados y dineros;  55

pero a sus compañeros

les quedó solamente por sufragio

mendigar con la tabla del naufragio. [71]

 

Fábula II

El filósofo y la pulga.

Meditando a sus solas cierto día

un pensador filósofo decía:

«El jardín adornado de mil flores,

y diferentes árboles mayores,

con su fruta sabrosa enriquecidos,         5

tal vez entretejidos

con la frondosa vid que se derrama

por una y otra rama,

mostrando a todos lados

las peras y racimos desgajados,               10

es cosa destinada solamente

para que la disfruten libremente

la oruga, el caracol, la mariposa:

No se persuaden ellos otra cosa. [72]

»Los pájaros sin cuento,           15

burlándose del viento,

por los aires sin dueño van girando.

El milano cazando

saca la consecuencia:

Para mí los crió la Providencia.  20

El cangrejo, en la playa envanecido

mira los anchos mares, persuadido

a que las olas tienen por empleo

sólo satisfacerle su deseo,

pues cree que van y vienen tantas veces            25

por dejarle en la orilla ciertos peces.

No hay, prosigue el filósofo profundo,

animal sin orgullo en este mundo.

El hombre solamente

puede en esto alabarse justamente.     30

»Cuando yo me contemplo colocado

en la cima de un risco agigantado, [73]

imagino que sirve a mi persona

todo el cóncavo cielo de corona.

Veo a mis pies los mares espaciosos,     35

y los bosques umbrosos

poblados de animales diferentes,

las escamosas gentes,

los brutos y las fieras,

y las aves ligeras,             40

y cuanto tiene aliento

en la tierra, en el agua y en el viento,

y digo finalmente: Todo es mío.

¡Oh, grandeza del hombre y poderío!»

Una pulga que oyó con gran cachaza  45

al filósofo maza,

dijo: «Cuando me miro en tus narices,

como tú sobre el risco que nos dices,

y contemplo a mis pies aquel instante

nada menos que al hombre dominante,              50           [74]

que manda en cuanto encierra

el agua, viento y tierra,

y que el tal poderoso caballero

de alimento me sirve cuando quiero,

concluyó finalmente: Todo es mío.         55

¡Oh grandeza de pulga y poderío!»

Así dijo, y saltando se le ausenta.

De este modo se afrenta

aun al más poderoso,

cuando se muestra vano y orgulloso.    60           [75]

 

Fábula III

El cazador y los conejos.

Poco antes que esparciese

sus cabellos en hebras

el rubicundo Apolo

por la faz de la tierra,

de cazador armado,       5

al soto Fabio llega.

Por el nudoso tronco

de cierta encina vieja

sube para ocultarse

en las ramas espesas.   10

Los incautos conejos

alegres se le acercan.

Uno del verde prado

igualaba la hierba; [76]

otro, cual jardinero,       15

las florecillas riega;

el tomillo y romero

éste y aquel cercenan;

entretanto al más gordo

Fabio su tiro asesta;       20

dispara, y al estruendo

se meten en sus cuevas

tan repentinamente,

que a muchos pareciera,

que, salvo el muerto, a todos    25

se los tragó la tierra.

Después de tal espanto,

¿habrá alguno que crea

que de allí a poco rato

la tímida caterva,             30

olvidando el peligro,

al riesgo se presenta? [77]

Cosa extraña parece,

mas no se admiren de ella.

¿Acaso los humanos      35

hacen de otra manera? [78]

 

Fábula IV

El filósofo y el faisán.

Llevado de la dulce melodía

del canticio variado y delicioso

que en un bosque frondoso

las aves forman saludando al día,

entró cierta mañana      5

un sabio en los dominios de Diana.

Sus pasos esparcieron el espanto

en la agradable estancia;

interrúmpese el canto;

las aves vuelan a mayor distancia;           10

todos los animales, asustados,

huyen delante de él precipitados,

y el filósofo queda

con un triste silencio en la arboleda. [79]

Marcha con cauto paso ocultamente;   15

descubre sobre un árbol eminente

a un faisán, rodeado de su cría,

que con amor materno la decía:

«Hijos míos, pues ya que en mis lecciones

largamente os hablé de los milanos,      20

de los buitres y halcones,

hoy hemos de tratar de los humanos.

La oveja en leche y lana

da abrigo y alimento

para la raza humana,     25

y en agradecimiento

a tan gran bienhechora,

la mata el hombre mismo y la devora.

A la abeja, que labra sus panales

artificiosamente,             30

la roba, come, vende sus caudales,

y la mata en ejércitos su gente. [80]

¿Qué recompensa, en suma,

consigue al fin el ganso miserable

por el precioso bien incomparable,        35

de ayudar a las ciencias con su pluma?

Le da muerte temprana el hombre ingrato,

y hace de su cadáver un gran plato.

Y pues que los humanos son peores

que milanos y azores     40

y que toda perversa criatura,

huiréis con horror de su figura.»

Así charló, y el hombre se presenta.

«Ése es», grita la madre, y al instante

la familia volante             45

se desprende del árbol y se ausenta.

¡Oh, como habló el faisán! Mas, ¡qué dijera

el filósofo exclama, si supiera

que en sus propios hermanos

la ingratitud ejercen los humanos!         50           [81]

 

Fábula V

El zapatero médico.

Un inhábil y hambriento zapatero

en la corte por médico corría:

Con un contraveneno que fingía

ganó fama y dinero.

Estaba el Rey postrado en una cama,5

de una grave dolencia;

para hacer experiencia

del talento del médico, le llama.

El antídoto pide, y en un vaso

finge el Rey que le mezcla con veneno:               10

Se lo manda beber; el tal Galeno

teme morir, confiesa todo el caso,

y dice que sin ciencia

logró hacerse doctor de grande precio [82]

por la credulidad del vulgo necio.            15

Convoca el Rey al pueblo: «¡Qué demencia

es la vuestra, exclamó, que habéis fiado

la salud francamente

de un hombre a quien la gente

ni aun quería fiarle su calzado!»               20

Esto para los crédulos se cuenta,

en quienes tiene el charlatán su renta. [83]

 

Fábula VI

El murciégalo y la comadreja.

Cayó, sin saber cómo,

un murciégalo a tierra;

al instante le atrapa

la lista comadreja.

Clamaba el desdichado,               5

viendo su muerte cerca.

Ella le dice: «Muere;

que por naturaleza

soy mortal enemiga

de todo cuanto vuela.»                10

El avechucho grita,

y mil veces protesta

que él es ratón, cual todos

los de su descendencia. [84]

Con esto ¡qué fortuna!                15

el preso se liberta.

Pasado cierto tiempo,

no sé de que manera,

segunda vez le pilla:

Él nuevamente ruega;  20

mas ella le responde

que Júpiter la ordena

tenga paz con las aves,

con los ratones guerra.

«¿Soy yo ratón acaso?,25

yo creo que estás ciega,

¿quieres ver como vuelo?-

En efecto, le deja,

y a merced de su ingenio

libre el pájaro vuela.      30           [85]

Aquí aprendió de Esopo

la gente marinera,

murciégalos que fingen

pasaporte y bandera.

No importa que haya pocos       35

ingleses comadrejas;

tal vez puede de un riesgo

sacarnos una treta. [86]

 

Fábula VII

La mariposa y el caracol.

Aunque te haya elevado la fortuna

desde el polvo a los cuernos de la luna,

si hablas, Fabio, al humilde con desprecio

tanto como eres grande serás necio.

¡Qué!, ¿te irritas?, ¿te ofende mi lenguaje?      5

«No se habla de ese modo a un personaje.»

Pues haz cuenta, señor, que no me oíste,

y escucha a un caracol. Vaya de chiste.

En un bello jardín, cierta mañana,

se puso muy ufana         10

sobre la blanca rosa

una recién nacida mariposa.

El sol resplandeciente [87]

desde su claro oriente

los rayos esparcía;          15

Ella, a su luz, las alas extendía,

sólo porque envidiasen sus colores

manchadas aves y pintadas flores.

Esta vana, preciada de belleza,

al volver la cabeza,         20

vio muy cerca de sí, sobre una rama,

a un pardo caracol. La bella dama,

irritada, exclamó: «¿Cómo, grosero,

a mi lado te acercas? Jardinero,

¿de qué sirve que tengas con cuidado  25

el jardín cultivado,

y guarde tu desvelo

la rica fruta del rigor del hielo,

y los tiernos botones de las plantas,

si ensucia y come todo cuanto plantas  30

este vil caracol de baja esfera? [88]

O mátale al instante, o vaya fuera.-

»Quien ahora te oyese,

si no te conociese,

respondió el caracol, en mi conciencia,35

que pudiera temblar en tu presencia.

Mas dime, miserable criatura,

que acabas de salir de la basura,

¿puedes negar que aún no hace cuatro días,

que gustosa solías          40

como humilde reptil andar conmigo,

y yo te hacía honor en ser tu amigo?

¿No es también evidente

que eres por línea recta descendiente

de los Orugas, pobres hilanderos,           45

que mirándose en cueros,

de sus tripas hilaban y tejían

un fardo, en que el invierno se metían,

como tú te has metido, [89]

y aún no hace cuatro días que has salido?           50

Pues si éste fue tu origen y tu casa,

¿por qué tu ventolera se propasa

a despreciar a un caracol honrado?»

El que tiene de vidrio su tejado,

esto logra de bueno      55

con tirar las pedradas al ajeno. [90]

 

Fábula VIII

Los dos titiriteros.

Todo el pueblo, admirado,

estaba en una plaza amontonado,

y en medio se empinaba un titerero,

enseñando una bolsa sin dinero.

«Pase de mano en mano, les decía;       5

señores, no hay engaño, está vacía.»

Se la vuelven; la sopla, y al momento

derrama pesos duros, ¡qué portento!

Levántase un murmullo de repente,

cuando ven por encima de la gente       10

otro titiritero a competencia.

Queda en expectación la concurrencia

con silencio profundo.

Cesó el primero, y empezó el segundo. [91]

Presenta de licor unas botellas;               15

algunos se arrojaron hacia ellas,

y al punto las hallaron transformadas

en sangrientas espadas.

Muestra un par de bolsillos de doblones;

dos personas, sin duda dos ladrones,    20

les echaron la garra muy ufanos,

y se ven dos cordeles en sus manos.

A un relator cargado de procesos

una letra le enseña de mil pesos.

«Sople usted»; sopla el hombre apresurado,    25

y le cierra los labios un candado.

A un abate arrimado a su cortejo

le presenta un espejo,

y al mirar su retrato peregrino,

se vio con las orejas de pollino.                30

A un santero le manda

que se acerque; le pilla la demanda, [92]

y allá con sus hechizos

la convirtió en merienda de chorizos.

A un joven desenvuelto y rozagante:    35

le regala un diamante:

Éste le dio a su dama, y en el punto

pálido se quedó como un difunto,

ítem más sin narices y sin dientes.

Allí fue la rechifla de las gentes,               40

la burla y la chacota.

El primer titerero se alborota;

dice por el segundo con denuedo:

«Ese hombre tiene un diablo en cada dedo,

pues no encierran virtud tan peregrina                45

los polvos de la madre Celestina.

Que declare su nombre.»

El concurso lo pide, y el buen hombre

entonces, más modesto que un novicio,

dijo: «No soy el diablo, sino el vicio.»    50           [93]

 

Fábula IX

El raposo y el perro.

De un modo muy afable y amistoso

el mastín de un pastor con un raposo

se solía juntar algunos ratos,

como tal vez los perros y los gatos

con amistad se tratan. Cierto día             5

el zorro a su compadre le decía:

«Estoy muy irritado;

los hombres por el mundo han divulgado

que mi raza inocente (¡qué injusticia!)

les anda circumcirca en la malicia.            10

¡Ah, maldita canalla!

Si yo pudiera…» En esto el zorro calla,

y erizado se agacha. «Soy perdido,

dice, los cazadores he oído. [94]

¿Qué me sucede? -Nada.           15

No temas, le responde el camarada;

son las gentes que pasan al mercado.

Mira, mira, cuitado,

marchar haldas en cinta a mis vecinas,

coronadas con cestas de gallinas.»         20

No estoy, dijo el raposo, para fiestas:

Vete con tus gallinas y tus cestas,

y satiriza a otro. Porque sabes

que robaron anoche algunas aves,

¿he de ser yo el ladrón? -En mi conciencia,         25

que hablé, dijo el mastín, con inocencia.

¿Yo pensar que has robado gallinero,

cuando siempre te vi como un cordero?-

¡Cordero!, exclama el zorro; no hay aguante.

Que cordero me vuelva en el instante,30

si he hurtado el que falta en tu majada.-

¡Hola!, concluye el perro, camarada, [95]

el ladrón es usted, según se explica.»

El estuche molar al punto aplica

al mísero raposo,            35

para que así escarmiente el cosquilloso,

que de las fabulillas se resiente.

Si no estás inocente,

dime, ¿por qué no bajas las orejas?

Y si acaso lo estás, ¿de qué te quejas?  40           [96]

 

Libro cuarto

 

Fábula primera

El gato y las aves.

Charlatanes se ven por todos lados,

en plazas y en estrados,

que ofrecen sus servicios, ¡cosa rara!

A todo el mundo por su linda cara.

Éste, químico y médico excelente,         5

cura a todo doliente;

Pero gratis: no se hable de dinero.

El otro, petimetre caballero,

canta, toca, dibuja, borda, danza,

y ofrece la enseñanza   10

gratis, por afición, a cierta gente.

Veremos en la fábula siguiente [97]

si puede haber en esto algún engaño.

La prudente cautela no hace daño.

Dejando los desvanes y rincones         15

desiertos de ratones.

El señor Mirrimiz, gato de maña,

se salió de la villa a la campaña.

En paraje sombrío,

a la orilla de un río,         20

de sauces coronado,

en unas matas se quedó agachado.

El gatazo callaba como un muerto,

escuchando el concierto

de dos mil avecillas,       25

que en las ramas cantaban maravillas;

pero callaba en vano,

mientras no se acercaban a su mano

los músicos volantes; pues quería [98]

Mirrimiz arreglar la sinfonía.       30

Cansado de esperar, prorrumpe al cabo,

sacando la cabeza: Bravo, bravo.

La turba calla: Cada cual procura

alejarse o meterse en la espesura;

mas él les persuadió con buenos modos,            35

y al fin logró que le escuchasen todos.

«No soy gato montés o campesino;

soy honrado vecino

de la cercana villa:

Fui gato de un maestro de capilla;           40

la música aprendí, y aun, si me empeño,

veréis como os la enseño,

pero gratis y en menos de una hora.

¡Qué cosa tan sonora

será el oír un coro de cantores,                45

verbigracia calandrias ruiseñores!»

Con estas y otras cosas diferentes, [99]

algunas de las aves inocentes

con manso vuelo a Mirrimiz llegaron:

Todas en torno de él se colocaron.         50

Entonces con más gracia

y más diestro que el músico de Tracia,

echando su compás hacia el más gordo,

consigue gratis merendarse un tordo. [100]

 

Fábula II

La danza pastoril.

A la sombra que ofrece

un gran peñón tajado,

por cuyo pie corría

un arroyuelo manso,

se formaba en estío       5

un delicioso prado.

Los árboles silvestres

aquí y allí plantados,

el suelo siempre verde

de mil flores sembrado,               10

más agradable hacían

el lugar solitario.

Contento en él pasaba

la siesta, recostado [101]

debajo de una encina,  15

con el albogue, Bato.

Al son de sus tonadas,

los pastores cercanos,

sin olvidar algunos

la guarda del ganado,    20

descendían ligeros

desde la sierra al llano.

Las honestas zagalas,

según iban llegando,

bailaban lindamente,    25

asidas de las manos,

en torno de la encina

donde tocaba Bato.

De las espesas ramas

se veía colgando              30

una guirnalda bella

de rosas y amaranto. [102]

La fiesta presidía

un mayoral anciano;

y ya que el regocijo        35

bastó para descanso,

antes que se volviesen

alegres al rebaño,

el viejo presidente

con su corvo cayado      40

alcanzó la guirnalda

que pendía del árbol,

y coronó con ella

los cabellos dorados

de la gentil zagala            45

que con sencillo agrado

supo ganar a todas

en modestia y recato. [103]

Si la virtud premiaran

así los cortesanos,          50

yo sé que no huiría

desde la corte al campo. [104]

 

Fábula III

Los dos perros.

Procure ser en todo lo posible,

el que ha de reprehender, irreprehensible.

Sultán, perro goloso y atrevido,

en su casa robó, por un descuido,

una pierna excelente de carnero.           5

Pinto, gran tragador, su compañero

le encuentra con la presa encarnizado,

ojo al través, colmillo acicalado,

fruncidas las narices y gruñendo.

«¿Qué cosa estás haciendo,   10

desgraciado Sultán? Pinto le dice;

¿No sabes, infelice,

que un perro infiel, ingrato, [105]

no merece ser perro, sino gato?

¡Al amo, que nos fía       15

la custodia de casa noche y día,

nos halaga, nos cuida y alimenta,

le das tan buena cuenta,

que le robas, goloso,

la pierna del carnero más jugoso!           20

Como amigo te ruego

no la maltrates más: Déjala luego.-

Hablas, dijo Sultán, perfectamente.

Una duda me queda solamente

para seguir al punto tu consejo:               25

Di, ¿te la comerás, si yo la dejo?» [106]

 

Fábula IV

La moda.

Después de haber corrido

cierto danzante mono

por cantones y plazas,

de ciudad en ciudad, el mundo todo,

logró, dice la historia,    5

aunque no cuenta el cómo,

volverse libremente

a los campos del África orgulloso.

Los monos al viajero

reciben con más gozo   10

que a Pedro el Czar los Rusos,

que los griegos a Ulises generoso.

De leyes, de costumbres

ni él habló ni algún otro [107]

le preguntó palabra;      15

pero de trajes y de modas todos.

En cierta jerigonza,

con extranjero tono

les hizo un gran detalle

de lo más remarcable a los curiosos.      20

«Empecemos, decían,

aunque sea por poco.»

Hiciéronse zapatos

con cáscaras de nueces, por lo pronto;

toda la raza mona           25

andaba con sus choclos,

y el no traerlos era

faltar a la decencia y al decoro.

Un leopardo hambriento

trepa para los monos:   30

Ellos huir intentan

a salvarse en los árboles del soto. [108]

Las chinelas lo estorban,

y de muy fácil modo

aquí y allí mataba,           35

haciendo a su placer dos mil destrozos.

En Tetuán, desde entonces

manda el senado docto

que cualquier uso o moda,

de países cercanos o remotos,40

antes que llegue el caso

de adoptarse en el propio,

haya de examinarse,

en junta de políticos, a fondo.

Con tan justo decreto                45

y el suceso horroroso,

¿dejaron tales modas?

Primero dejarían de ser monos. [109]

 

Fábula V

El lobo y el mastín.

Trampas, redes y perros

los celosos pastores disponían

en lo oculto del bosque y de los cerros,

porque matar querían

a un lobo por el bárbaro delito  5

de no dejar a vida ni un cabrito.

Hallose cara a cara

un mastín con el lobo de repente,

y cada cual se para,

tal como en Zama estaban frente a frente,        10

antes de la batalla, muy serenos

Aníbal y Scipión, ni mas ni menos.

En esta suspensión, treguas propone

el lobo a su enemigo. [110]

El mastín no se opone,15

antes le dice: «Amigo,

es cosa bien extraña, por mi vida,

meterse un señor lobo a cabricida.

Ese cuerpo brioso,

y de pujanza fuerte,      20

que mate al jabalí, que venza al oso.

Mas ¿qué dirán al verte

que lo valiente y fiero

empleas en la sangre de un cordero?»

El lobo le responde: «Camarada,             25

tienes mucha razón: En adelante

propongo no comer sino ensalada.»

Se despiden y toman el portante.

Informados del hecho

los pastores se apuran y patean;             30

agarran al mastín y le apalean.

Digo que fue bien hecho; [111]

pues en vez de ensalada, en aquel año

se fue comiendo el lobo su rebaño.

¿Con una reprehensión, con un consejo          35

se pretende quitar un vicio añejo? [112]

 

Fábula VI

La hermosa y el espejo.

Anarda la bella

tenía un amigo

con quien consultaba

todos sus caprichos:

Colores de moda,           5

más o menos vivos,

plumas, sombreretes,

lunares y rizos

jamás en su adorno

fueron admitidos,           10

si él no la decía:

Gracioso, bonito.

Cuando su hermosura,

llena de atractivo, [113]

en sus verdes años        15

tenía más brillo,

traidoras la roban

(ni acierto a decirlo)

las negras viruelas

sus gracias y hechizos.  20

Llegose al espejo:

Éste era su amigo;

y como se jacta

de fiel y sencillo,

lisa y llanamente             25

la verdad la dijo.

Anarda, furiosa,

casi sin sentido,

le vuelve la espalda,

dando mil quejidos.       30

Desde aquel instante

cuentan que no quiso [114]

volver a consultas

con el señor mío.

«Escúchame, Anarda:                35

Si buscas amigos

que te representen

tus gracias y hechizos,

mas que no te adviertan

defectos y aún vicios,    40

de aquellos que nadie

conoce en sí mismo,

dime, ¿de qué modo

podrás corregirlos?» [115]

 

Fábula VII

El viejo y el chalán.

«Fabio está, no lo niego, muy notado

de una cierta pasión, que le domina;

mas ¿qué importa, señor? Si se examina,

se verá que es un mozo muy honrado,

generoso, cortés, hábil, activo,             5

y que de todo entiende

cuanto pide el empleo que pretende.-

Y qué, ¿no se le dan?… ¿Por qué motivo?…»

Trataba un viejo de comprar un perro

para que le guardase los doblones;        10

le decía el chalán estas razones:

«Con un collar de hierro

que tenga el animal, échenle gente: [116]

Es hermoso y pujante,

leal, bravo, arrogante;  15

y aunque tiene la falta solamente

de ser algo goloso…-

¿Goloso?, dice el rico; no le quiero.-

No es para marmitón ni despensero,

continúa el chalán muy presuroso;         20

Sino para valiente centinela.-

Menos, concluye el viejo;

dejará que me quiten el pellejo

por lamer entretanto la cazuela.» [117]

 

Fábula VIII

La gata con cascabeles.

Salió cierta mañana

Zapaquilda al tejado

con un collar de grana,

de pelo y cascabeles adornado.

Al ver tal maravilla,         5

del alto corredor y la guardilla

van saltando los gatos de uno en uno.

Congrégase al instante

tal concurso gatuno

en torno de la dama rozagante,               10

que entre flexibles colas arboladas

apenas divisarla se podía.

Ella con mil monadas

el cascabel parlero sacudía; [118]

pero cesando al fin el sonsonete,           15

dijo que por juguete

quitó el collar al perro su señora,

y se lo puso a ella.

Cierto que Zapaquilda estaba bella.

A todos enamora,           20

tanto que en la gatesca compañía,

cuál dice su atrevido pensamiento,

cual se encrespa celoso;

riñen éste y aquél con ardimiento,

pues con ansia quería   25

cada gato soltero ser su esposo.

Entre los arañazos y maullidos

levántase Garraf, gato prudente,

y a los enfurecidos

les grita: «Novel gente,                30

¡gata con cascabeles por esposa!

¿Quién pretende tal cosa? [119]

¿No veis que el cascabel la caza ahuyenta,

y que la dama hambrienta

necesita sin duda que el marido,             35

ausente y aburrido,

busque la provisión en los desvanes,

mientras ella, cercada de galanes,

porque el mundo la vea,

de tejado en tejado se pasea?»              40

Marchose Zapaquilda convencida,

y lo mismo quedó la concurrencia.

¡Cuántos chascos se llevan en la vida

los que no miran más que la apariencia! [120]

 

Fábula IX

El ruiseñor y el mochuelo.

Una noche de mayo,

dentro de un bosque espeso,

donde, según reinaba

la triste oscuridad con el silencio,

parece que tenía             5

su habitación Morfeo;

cuando todo viviente

disfrutaba del dulce y blando sueño,

pendiente de una rama

un ruiseñor parlero        10

empezó con sus ayes

a publicar sus dolorosos celos.

Después de mil querellas,

que llegaron al cielo, [121]

a cantar empezaba         15

la antigua historia del infiel Tereo

cuando, sin saber cómo,

un cazador mochuelo

al músico arrebata

entre las corvas uñas prisionero.             20

Jamás Pan con la flauta

igualó sus gorjeos,

ni resonó tan grata

la dulce lira del divino Orfeo;

no obstante, cuando daba          25

sus últimos lamentos,

los vecinos del bosque

aplaudían su muerte; yo lo creo.

Si con sus serenatas

el mismo Farinelo           30

viniese a despertarme

mientras que yo dormía en blando lecho, [122]

en lugar de los bravos,

diría: «Caballero,

¡que no viniese ahora   35

para tal ruiseñor algún mochuelo!»

Clori tiene mil gracias,

¿y qué logra con eso?

Hacerse fastidiosa

por no querer usarlas a su tiempo.         40           [123]

 

Fábula X

El amo y el perro.

«Callen todos los perros de este mundo

donde está mi Palomo:

Es fiel, decía el amo, sin segundo,

y me guarda la casa… Pero ¿cómo?

»Con la despensa abierta         5

le dejé cierto día:

En medio de la puerta,

de guardia se plantó con bizarría.

»Un formidable gato,

en vez de perseguir a los ratones,          10

se venía, guiado del olfato,

a visitar chorizos y jamones.

»Palomo le despide buenamente;

el gatazo se encrespa y acalora; [124]

riñen sangrientamente,               15

y mi Guarda-jamones le devora.»

Esto contaba el amo a sus amigos,

y después a su casa se los lleva

a que fuesen testigos

de tal fidelidad en otra prueba.                20

Tenía al buen Palomo prisionero

entre manidas pollas y perdices;

los sebosos riñones de un carnero

casi casi le untaban las narices.

Dentro de este retiro a penitencia       25

el triste fue metido

después de algunos días de abstinencia.

Al fin, ya su señor, compadecido,

abre con sus amigos el encierro:

sale rabo entre piernas, agachado;         30

al amo se acercaba el pobre perro,

lamiéndose el hocico ensangrentado. [125]

El dueño se alborota y enfurece

con tan fatales nuevas.

Yo le preguntaría: ¿Y qué merece        35

quien la virtud expone a tales pruebas? [126]

 

Fábula XI

Los dos cazadores.

Que en una marcial función,

o cuando el caso lo pida,

arriesgue un hombre su vida,

digo que es mucha razón.

Pero el que por diversión         5

exponer su vida quiera

a juguete de una fiera

o peligros no menores,

sepa de dos cazadores

una historia verdadera.                10

Pedro Ponce el valeroso

y Juan Carranza el prudente

vieron venir frente a frente [127]

al lobo más horroroso.

El prudente, temeroso,               15

a una encina se abalanza,

y cual otro Sancho Panza,

en las ramas se salvó.

Pedro Ponce allí murió.

Imitemos a Carranza.    20           [128]

 

Fábula XII

El gato y el cazador.

Cierto gato, en poblado descontento,

por mejorar sin duda de destino

(que no sería gato de convento),

pasó de ciudadano a campesino.

Metiose santamente    5

dentro de una covacha, mas no lejos

de un gran soto poblado de conejos.

Considere el lector piadosamente

si el novel ermitaño

probaría la hierba en todo el año.           10

Lo mejor de la caza devoraba,

haciendo mil excesos;

mas al fin, por el rastro que dejaba

de plumas y de huesos, [129]

un cazador lo advierte: Le persigue;       15

arma trampas y redes con tal maña,

que al instante consigue

atrapar la carnívora alimaña.

Llégase el cazador al prisionero;

quiere darle la muerte;                20

el animal le dice: «Caballero,

duélase de la suerte

de un triste pobrecito,

metido en la prisión, y sin delito.-

¿Sin delito, me dices,    25

cuando sé que tus uñas y tus dientes

devoran infinitos inocentes?-

Señor, eran conejos y perdices,

y yo no hacía más, a fe de gato,

que lo que ustedes hacen en el plato.-30

Ea, pícaro, muere;

que tu mala razón no satisface.» [130]

Con que sea la cosa que se fuere,

¿La podrá usted hacer, si otro la hace? [131]

 

Fábula XIII

El pastor.

Salicio usaba tañer

la zampoña todo el año,

y por oírle el rebaño,

se olvidaba de pacer.

Mejor sería romper    5

la zampoña al tal Salicio;

porque si causa perjuicio,

en lugar de utilidad,

la mayor habilidad,

en vez de virtud, es vicio.            10           [132]

 

Fábula XIV

El tordo flautista.

Era un gusto el oír, era un encanto,

a un tordo gran flautista; pero tanto,

que en la gaita gallega,

o la pasión me ciega,

o a Misón le llevaba mil ventajas.            5

Cuando todas las aves se hacen rajas

saludando a la aurora,

y la turba confusa charladora

la canta sin compás y con destreza

todo cuanto la viene a la cabeza,             10

el flautista empezó: Cesó el concierto

los pájaros con tanto pico abierto

oyeron en un tono soberano

las folías, la gaita y el villano. [133]

Al escuchar las aves tales cosas,            15

quedaron admiradas y envidiosas.

Los jilgueros, preciados de cantores,

los vanos ruiseñores,

unos y otros corridos,

callan, entre las hojas escondidos.          20

Ufano el tordo grita: «Camaradas,

ni saben ni sabrán estas tonadas

los pájaros ociosos,

sino los retirados estudiosos.

»Sabed que con un hábil zapatero       25

estudié un año entero:

Él dale que le das a sus zapatos,

y alternando, silbábamos a ratos.

En fin, viéndome diestro,

vuela al campo, me dice mi maestro,     30

y harás ver a las aves de mi parte

lo que gana el ingenio con el arte. [134]

 

Fábula XIV

El raposo y el lobo.

Un triste raposo

por medio del llano

marchaba sin piernas,

cual otro soldado,

que perdió las suyas      5

allá en Campo Santo.

Un lobo le dijo:

«Hola, buen hermano,

diga ¿en qué refriega

quedó tan lisiado?-        10

¡Ay de mí!, responde;

un maldito rastro

me llevó a una trampa,

donde por milagro, [135]

dejando una pierna,      15

salí con trabajo.

Después de algún tiempo

iba yo cazando,

y en la trampa misma

dejé pierna y rabo.»      20

El lobo le dice:

«Creíble es el caso.

Yo estoy tuerto, cojo

y desorejado

por ciertos mastines,     25

guardas de un rebaño.

Soy de estas montañas

el lobo decano;

y como conozco

las mañas de entrambos,            30

temo que acabemos,

no digo enmendados, [136]

sino tú en la trampa,

y yo en el rebaño.»

¡Que el ciego apetito  35

pueda arrastrar tanto!

A los brutos pase,

¡pero a los humanos!… [137]

 

Fábula XVI

El ciudadano pastor.

Cierto joven leía

en versos excelentes

las dulces pastorales

con el mayor deleite.

Tenía la cabeza5

llena de prados, fuentes,

pastores y zagalas,

zampoñas y rabeles.

Al fin, cierta mañana

prorrumpe de esta suerte:         10

«¡Yo he de estar prisionero,

cercado de paredes,

esclavo de los hombres,

y sujeto a las leyes, [138]

pudiendo entre pastores            15

grata y sencillamente

disfrutar desde ahora

la libertad campestre!

De la ciudad al bosque

me marcho para siempre.           20

Allí Naturaleza

me brinda con sus bienes,

los árboles y ríos

con frutas y con peces,

los ganados y abejas      25

con la miel y la leche;

hasta las duras rocas

habitación me ofrecen

en grutas coronadas

de pámpanos silvestres.              30

Desde tan bella estancia,

¿cuántas y cuántas veces, [139]

al son de dulces flautas,

y sonoros rabeles,

oiré los pastores              35

que discretos contienden,

publicando en sus versos

amores inocentes?

Como que ya diviso

entre el ramaje verde   40

a la pastora Nise,

que al lado de una fuente,

sentada al pie de un olmo,

una guirnalda teje.

¿Si será para Mopso?…»             45

Tanto el joven enciende

su loca fantasía,

que ya en fin se resuelve,

y en zagal disfrazado,

en los bosques se mete.             50           [140]

A un rabadán encuentra,

y le pregunta alegre:

«Dime, ¿es de Melibeo

ese ganado? -Miente,

que es mío; y sobre todo,           55

sea de quien se fuere.»

No respondió el buen hombre

muy poéticamente.

El joven, temeroso

de que tal vez le diese  60

con el fiero garrote

que por cayado tiene,

sin chistar más palabra

huyó bonitamente.

Marchaba pensativo,    65

cuando quiso la suerte

que cogiendo bellotas

a la pastora viese. [141]

«¡Oh Nise fementida!,

exclama; ¡cuántas veces,            70

siendo niña, querías

que yo te recogiese

la fruta con rocío

de mis manzanos verdes!»

Diciendo así, se acerca,75

la moza se revuelve,

y dándole un bufido,

en las breñas se mete.

Sorprendido el mancebo,

dice: «¿Qué me sucede?             80

¿Son estos los pastores

discretos, inocentes,

que pintan los poetas

tan delicadamente?

A nuevos desengaños  85

ya no quiero exponerme.» [142]

Rendido, caviloso,

a la ciudad se vuelve.

Yo siento a par del alma

que no se detuviese      90

a disfrutar un poco

de la vida campestre.

Por mi fe, que las migas,

el pastoril albergue,

el rigor del verano,         95

los hielos y las nieves

le hubieran persuadido

mucho más vivamente.

Que es un solemne loco

todo aquel que creyere               100

hallar en la experiencia

cuanto el hombre nos pinta por deleite. [143]

 

Fábula XVII

El ladrón.

Por catar una colmena

cierto goloso ladrón,

del venenoso aguijón

tuvo que sufrir la pena.

«La miel, dice, está muy buena:

es un bocado exquisito;

por el aguijón maldito

no volveré al colmenar.»

¡Lo que tiene el encontrar

la pena tras el delito! [144]

 

Fábula XVIII

El joven filósofo y sus compañeros.

Un joven educado

con el mayor cuidado

por un viejo filósofo profundo,

salió por fin a visitar el mundo.

Concurrió cierto día,      5

entre civil y alegre compañía,

a una mesa abundante y primorosa.

«¡Espectáculo horrendo! ¡Fiera cosa!

¡La mesa de cadáveres cubierta

a la vista del hombre!… ¡Y éste acierta10

a comer los despojos de la muerte!»

El joven declamaba de esta suerte.

Al son de filosóficas razones, [145]

devorando perdices y pichones,

le responden algunos concurrentes:     15

Si usted ha de vivir entre las gentes,

deberá hacerse a todo.»

Con un gracioso modo,

alabando el bocado de exquisito,

le presentan un gordo pajarito.               20

«Cuanto usted ha exclamado será cierto;

mas, en fin, le decían, ya está muerto.

Pruébelo por su vida… Considere

que otro le comerá, si no le quiere.»

La ocasión, las palabras, el ejemplo,    25

y según yo contemplo,

yo no sé qué olorcillo

que exhalaba el caliente pajarillo,

al joven persuadieron de manera,

que al fin se le comió. «¡Quién lo dijera!              30

¡Haber yo devorado un inocente!» [146]

Así exclamaba, pero fríamente.

Lo cierto es, que llevado de aquel cebo,

con más facilidad cayó de nuevo.

La ocasión se repite       35

de uno en otro convite,

y de una codorniz a una becada,

llegó el joven al fin de la jornada,

olvidando sus máximas primeras,

a ser devorador como las fieras.              40

De esta suerte los vicios se insinúan,

crecen, se perpetúan

dentro del corazón de los humanos,

hasta ser sus señores y tiranos.

Pues ¿qué remedio?… Incautos jovencitos,      45

cuenta con los primeros pajaritos. [147]

 

Fábula XIX

El elefante, el toro, el asno y los demás animales.

Los mansos y los fieros animales,

a que se remediasen ciertos males

desde los bosques llegan,

y en la rasa campaña se congregan.

Desde la más pelada y alta roca                5

un asno trompetero los convoca.

El concurso ya junto,

instruido también en el asunto

(Pues a todos por Júpiter previno

con cédula ante diem el pollino),             10

Imponiendo silencio el elefante,

así dijo: «Señores, es constante

en todo el vasto mundo, [148]

que yo soy en lo fuerte sin segundo:

los árboles arranco con la mano (1),

15

venzo al león, y es llano

que un golpe de mi cuerpo en la muralla

abre sin duda brecha. A la batalla

llevo todo un castillo guarnecido;

en la paz y en la guerra soy tenido          20

por un bruto invencible,

no solo por mi fuerza irresistible,

por mi gordo coleto y grave masa,

que hace temblar la tierra donde pasa.

»Mas, señores, con todo lo que cuento,          25

solo de vegetales me alimento,

y como a nadie daño, soy querido,

mucho más respetado que temido.

Aprended, pues, de mí, crueles fieras, [149]

las que hacéis profesión de carniceras,30

y no hagáis por comer atroces muertes,

puesto que no seréis, ni menos fuertes,

ni menos respetadas,

sino muy estimadas

de grandes y pequeños animales,          35

viviendo, como yo, de vegetales.-

Gran pensamiento, dicen, gran discurso;

y nadie se le opone del concurso.

Habló después un toro de Jarama:

Escarba el polvo, cabecea, brama.          40

«Vengan, dice, los lobos y los osos,

si son tan poderosos,

y en el circo verán con que donaire

les haré que volteen en el aire.

¡Que!, ¿son menos gallardos y valientes             45

mis cuernos que sus garras y sus dientes?

Pues ¿por qué los villanos carniceros [150]

han de comer mis vacas y terneros?

Y si no se contentan

con las hojas y hierbas, que alimentan  50

en los bosques y prados

a los más generosos y esforzados,

que muerdan de mis cuernos al instante,

o si no, de la trompa al elefante.»

La asamblea aprobó cuanto decía           55

el toro con razón y valentía,

Seguíase a los dos en el asiento,

por falta de buen orden, el jumento,

y con rubor expuso sus razones.

«Los milanos, prorrumpe, y los halcones             60

(no ofendo a los presentes, ni quisiera),

sin esperar tampoco a que me muera,

hallan para sus uñas y su pico

estuche entre los lomos del borrico.

Ellos querrán ahora como bobos,            65           [151]

comer la hierba a los señores lobos.

Nada menos: aprendan los malditos

de las chochaperdices o chorlitos,

que, sin hacer a los jumentos guerra,

envainan sus picotes en la tierra;            70

y viva todo el mundo santamente,

sin picar ni morder en lo viviente.-

Necedad, disparate, impertinencia,

gritaba aquí y allí la concurrencia.-

Haya silencio, claman, haya modo.»       75

Alborótase todo:

Crece la confusión, la grita crece;

Por más que el elefante se enfurece,

se deshizo en desorden la asamblea.

Adiós, gran pensamiento: adiós, idea.  80

Señores animales, yo pregunto:

¿Habló el asno tan mal en el asunto? [152]

¿Discurrieron tal vez con más acierto

el elefante y toro? No por cierto.

Pues ¿por qué solamente al buen pollino           85

le gritan disparate, desatino?

Porque nadie en razones se paraba,

sino en la calidad de quien hablaba.

Pues, amigo elefante, no te asombres.

Por la misma razón entre los hombres  90

se desprecia una idea ventajosa.

¡Qué preocupación tan peligrosa!

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La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados