Mercedes Matamoros
El útimo amor de Safo
I
Safo a Faón
Vengo a ofrecerte mi mayor tesoro,
vengo a brindarte mi glorioso encanto,
la que recoge de mi amor el llanto,
la que te dice sin cesar ¡te adoro!
¡Es mi lira! La dulce lira de oro
con que tu hechizo irresistible canto,
cuyos himnos en gozo y en quebranto
son ruiseñores que te forman coro.
En ella enlazo notas y colores,
porque a tus plantas elocuente sea
símbolo de mi vida y mis amores.
Que es en mis manos la vibrante lira
lor que se abre, llama que chispea,
onda que ruge, cisne que suspira.
II10
Yo
Tengo el color de golondrina oscura,
sombríos los cabellos ondulantes,
y mis ojos ¡tan negros! son diamantes
en cuyas chispas la pasión fulgura.
Es urna de coral y esencia pura
mi boca, en que los besos palpitantes
buscan, cual pajarillos anhelantes,
de la tuya el calor y la dulzura.
Mi cuerpo es una sierpe tentadora*,
y en el mórbido seno se doblega
lánguidamente el cuello como un lirio.
¿No es verdad que es tu Safo encantadora?**
¡Oh, ven! Y en este amor que a ti me entrega,
¡tú serás el placer y yo el delirio!
III11
La declaración
Tras la cita de ayer, por el camino
voy con el corazón regocizado,
hallando en cuanto miro, retratado,
¡oh, Faón! tu semblante peregrino12.
Veo en el clavel de tu labio purpurino,
tu blanca frente en el jazmín nevado,
tus ojos son el cielo abrillantado,
y el sol releja tu mirar divino.
¡Mas recuerdo tu voz! Y no hay murmullo
de brisa musical, o grato arrullo
de onda pura, ni tímido reclamo,
que puedan igualarse al blando acento
con que al oído, en celestial momento,
trémulo* me dijiste ¡Yo te amo!
IV13
Anhelos
Quiero aromar tus rizos abundosos
con perfume embriagante de verbenas,
y tu cuello enlazar con las cadenas
ardientes de mis brazos amorosos.
Quiero encender con besos fervorosos
la sangre que circula por tus venas,
y trocar en fogosas las serenas
miradas de tus ojos luminosos.
Porque siempre han de ser en mis* amores,
venenosas las más fragantes lores,
borrascosos** las noches y los días.
Y así, ¡no olvidará sus horas bellas!
¡Que siempre dejan en el mundo huellas
las tempestades locas y sombrías!
V14
La primera traición
¡Ah! ¡Te he visto! Detrás de la enramada
estabas con Cloé bien escondido,
y de tus besos conocí el sonido
en su fresca mejilla sonrosada.
Seductora, voluble y descocada,
me llamaba tu labio fementido;
y yerta de dolor, perdí el sentido,
de mi amor inaudito avergonzada.
¡Y reía Cloé! La mujercilla
que supone ser bella entre las bellas
y es amiga de sátiros lascivos.
¡Pues bien! ¡En esa impúdica mejilla
que tú has besado, dejará sus huellas
el nácar de mis dientes incisivos!
VI15
Arrepentimiento
¿Y vuelves cariñoso? ¡Bienvenido!
Con las dulces turquesas de tus ojos,
tus áureos bucles y tus labios rojos,
que en mi regazo encontrarás un nido.
Quédate blandamente en él dormido,
sin recordar mis celos, mis enojos.
ellos son de mi amor tristes despojos,
llévelos en sus alas el olvido.
Contempla la pradera perfumada
en que te conocí. Los dos gustamos
de esta gran vid la fruta delicada.
Duerme a su sombra, juntos reposemos
sin afán ni dolor. Hoy nos amamos.
¡Quiera el cielo que nunca despertemos!
VII16
La orgía
¿Te acuerdas? Fue una noche deliciosa,
Cupido en torno nuestro sonreía,
y en el loco bullicio de la orgía
a tu lado me hallé, tierna y gozosa.
Dulce vino de Chipre, en la preciosa
copa te dio a libar la mano mía,
con mis trémulos brazos te ceñía,
más que nunca incitante y voluptuosa.
¡Sentí en la boca un ósculo de fuego!
Después, voluble, con suprema calma
te fuiste sin oír mi blando ruego.
Mas del beso fugaz quedó la huella,
¡y aún palpita, encendido, aquí en mi alma,
como en el cielo nocturno ardiente estrella!
VIII17
Mirene
Sé que Mirene, la gentil romana,
contigo tan rebelde, tan esquiva,
anoche te entregó la siempreviva
con que su seno espléndido engalana.
Pero más frágil que la lor lozana
es la regia beldad que te cautiva.
En Glauco y Antenor yo sé que activa
el fuego impuro de pasión temprana.
¡Y qué insensato en tu inconstancia eres!
¿Cómo sin tino y sin razón preieres
la cruel romana a la sensible griega?
Ella te ordena cuando yo me rindo,
y el amor verdadero, el que te brindo,
¡no es el que manda, sino aquel que ruega!
IX18
Celos
¡No me nombres jamás a otras mujeres!
Yo no anhelo saber si tus hermosas
sílides19 son, o si parecen diosas.
Las odio a todas porque tú las quieres.
¡Cállate, por favor! No más alteres
mis sombrías pasiones silenciosas.
¡Cual Furias del Averno20, tumultuosas
se alzarán contra ti, si me ofendieres!
Mas perdona, ¡Oh, dolor! Yo bien ansío
doblar el cuello como dulce oveja,
y tras el golpe, acariciar tu mano.
Pero dueña no soy de mi albedrío.
Quien manda en mí, y el crimen me aconseja,
es solo el corazón, ¡el gran tirano!
X21
Los alileres
¡Mátame sin temor! Yo fui quien puse
más de un ino aliler en la almohada
de tu Mirene, mi rival odiada,
y su rostro de Venus descompuse.
¿Y quieres saber más? Después me impuse
en su alcoba secreta con Andrada,
y con Cintia y Friné. Desesperada,
gritó, lloró… Remedios le propuse.
Y aunque atenderla con piedad ingimos,
¡cómo luego a hurtadillas nos reímos!
¡Por Júpiter! ¡Qué triunfo! Yo creía
que todos los placeres22 conocía,
¡y es el más grande, a una rival temible
la encantadora faz dejarle horrible!
XI23
Mis trenzas
Las trenzas de azabache ¡tan hermosas!
que en espirales a mis pies descienden,
guardan aromas que en el alma encienden
recuerdos de promesas engañosas.
Las cubrieron de perlas y de rosas
esas péridas manos que hoy me venden.
Manos que sus guedejas ya no extienden,
ni con ellas se enlazan cariñosas.
Pasaron los contentos de otros días,
y al morir con tu amor mis alegrías,
¿de qué me sirven, ¡ay!, mis trenzas bellas?
¡Quisiera que, en serpientes transformadas,
dejaran en tu cuerpo, envenenadas,
de su aguijón sutil las rojas huellas!
XII24
El pañuelo
Ayer, en la cajita misteriosa
que encierra tus recuerdos adorados,
entre ramos de mirto, deshojados,
otra prenda encontré, la más preciosa.
Tu pañuelo, con mano temblorosa
desdoblé, y en los pliegues perfumados
con aromas ya casi evaporados,
desolada oculté la faz llorosa.
¡Cuántas veces con él acariciaste
mi frente!, si dormida entre tus brazos,
no despertaba a tus alegres risas.
¡Oh, viento que mi dicha arrebataste!
Como hizo el cruel mi corazón pedazos,
¡llévaselo en tus alas hecho trizas!
XIII25
Conidencias a Friné26
¡Olvidarlo! ¿Conoces tú sus besos?
Los que otros te hayan dado, estoy segura
que no tienen la magia, la dulzura
de los que aún viven en mi boca impresos.
Los de Faón, amiga, en los accesos
de su fogosa y rápida ternura,
son miel hiblea27, rica esencia pura,
locas llamas, divinos embelesos.
En sus purpúreos labios sonrientes,
son lores del amor primaverales,
cual temprana edad, frescos y ardientes.
Son, Friné, cual las fuentes de Juvencio28,
¡vida y placer me dieron a raudales!,
de las noches de mayo en el silencio.
XIV29
Presentimiento
Sin fuerzas, ¡oh, Faón!, porque te ama,
es la que llora y a tu puerta expira,
¡alma de fuego que por ti delira,
hielo fundido por ardiente llama!
Soy la mujer que tu beldad proclama,
que te persigue y con pasión te admira.
Así en torno del Sol la Tierra gira
y con su hermoso resplandor ¡se* inlama!
¿Ves? Ya surge en Oriente el alba pura,
cual cintas de oro sobre el mar Egeo,
la luz extiende sus guedejas blondas.
Calma, ¡oh, cruel!, de mi pecho la amargura,
y si no acudes pronto a mi deseo,
¡tumba he de hallar en las cerúleas ondas!
XV30
Tormento
Yo no puedo vivir sin contemplarte,
ni puedo ser dichosa sin oírte,
alas no tengo ya para seguirte,
voces no tengo ya con que llamarte.
Quisiera ser voluble para odiarte,
quisiera tener fuerzas para huirte,
esquivez y desdenes para herirte,
orgullo y dignidad para olvidarte.
Mas no me atrevo ningún daño a hacerte.
Yo no puedo dictar fallo de muerte
contra el tirano cruel que me tortura.
Medito mi venganza hora tras hora,
y en lo íntimo del pecho que te adora,
par ti, caro bien, ¡solo hay dulzura!
XVI32
Invitación
La bacante32: ya escucho la doliente
lira en que tu alma su pasión deplora.
Necia, en verdad, es la mujer que llora
cuando el vino en la copa salta hirviente.
Si el hombre huye de ti, mi cuerpo siente
a tu lado un afán que lo devora.
¡Mira! Con verde pabellón decora
amor su nido entre la sombra ardiente.
Safo: ¡Qué horror! Ya vuelven tentadores
los placeres que en tiempo que maldigo
me hundieron en el fango de la vida.
La bacante: ¿Por qué vanos temores?
La dicha solo encontrarás conmigo.
Baco te aguarda. ¡Embriágate y olvida!
XVII33
La bestia
En lo más negro de aquel monte umbrío,
nuestro lecho, Faón he preparado.
¡De mi pecho el volcán se ha desbordado,
de la iebre fatal ya siento el frío!
¿No escuchas a lo lejos al sombrío
león, que con rugido apasionado
responde a la leona, en el callado
y hondo recinto de su amor bravío?
¡Amémonos así! Ven y desprende
de mi ajustada túnica los lazos,
y ante mi seno tu pupila enciende.
Es el amor que humilla y que deprava.
¡No importa! Lleva a Safo entre tus brazos,
¡donde loco, el placer la rinda esclava!
XVIII34
Venganza
Me levanté, febril, sin hacer ruido
a media noche, y cautelosamente,
fui a tu estancia, pensando amargamente
¡Podré matarlo cuando esté dormido!
Por tu abandono el corazón herido,
¡lloraba sangre! Con furor creciente
a ti llegueme…Te encontré sonriente,
de blando sueño en el profundo olvido.
¡Cuán bello estabas! Por un breve instante,
a la luz de la lámpara, mis ojos
vieron de Apolo el poderoso encanto.
Entonces recordé ¡que fui tu amante!
Junto a tu lecho me postré de hinojos,
¡dejé el puñal y me deshice en llanto!
XIX35
Al amor carnal
Por ti olvidé, cual lores sin esencia,
ilusiones de bien que fueron mías,
y troqué por culpables alegrías
lo más bello del alma, ¡la inocencia!
Lleváronse la paz de mi existencia
tus locas noches y revueltos días.
¡En el fuego mortal de tus orgías
quemó sus níveas alas mi conciencia!
Hollé por tu favor lo más sagrado,
apagué con tu risa el sentimiento,
escondí en tu cinismo mis sonrojos.
Y en cambio, ingrato amor, ¿qué me has dejado?
¡Sombrío, cual la noche, el pensamiento,
inerte el corazón, secos los ojos!
XX36
En la roca de Léucades37
¡Son ellas! Son las olas turbulentas
que se levantan bruscamente airadas,
y con su ronca voz, ¡desesperadas!,
responden a mis íntimas tormentas.
¡Son ellas! Sus vorágines violentas
cual mis locas pasiones desatadas,
me llaman a las grutas ignoradas
para ocultar mis desventuras cruentas.
¡Oh dioses! ¡Desatad de vuestra ira
sobre el iniel los rayos vengadores!
Y que esas olas que me brinda el cielo,
de sus espumas entre el banco velo,
¡mi cuerpo envuelvan y la dulce lira
con que canté mis últimos amores!
La muerte del esclavo38
Por hambre y sed y hondo pavor rendido
del monte enmarañado en la espesura,
cayó por in entre la sombra oscura
el miserable siervo perseguido.
Aún escucha a lo lejos el ladrido
del mastín, olfateando en la llanura,
y hasta en los brazos de la muerte dura
del estallante látigo el chasquido.
Mas de su cuerpo ante la masa yerta
no se alzará mi voz conmovedora
para decirle ¡Lázaro, despierta!
¡Atleta del dolor, descansa al cabo,
que el que vive en la muerte nunca llora,
y más vale morir que ser esclavo!
La tempestad39
Ruge el océano, como hambrienta iera,
en torno de la nave combatida,
y engañada creyéndose, y perdida,
la chusma vil levántase altanera.
Con amenaza en que la muerte impera
se abalanza a Colón enfurecida,
pero quedándose inmóvil, confundida,
ante ese rostro que el temor no altera.
Que al bramar de los vientos desatados,
entre la sombra que oscurece el día,
y al choque de los mástiles lanzados
por el vívido rayo al hondo abismo,
tranquilo el genio está, porque confía
en su inmenso poder, como Dios mismo.
En la muerte de Casal40
Atenta muchedumbre conmovida
ve pasar en silencio reverente,
el sombrío ataúd del que doliente
encontró pocas lores en la vida.
Llora una juventud desvanecida,
el triste eclipse de una luz naciente.
Solo allí el envidioso, internamente
a la muerte le da la bienvenida.
Enemigo de Dios y de su hechura
lo mismo es Satanás, con loco anhelo
llegar quiso hasta él, y en su amargura
de gozo cruel su corazón palpita,
cada vez que una nube turbia el cielo,
cada vez que una rosa se marchita.
Cleopatra41
Del baño de alabastro, ante la clara
linfa, que ondula fresca y bulliciosa,
entre siervas, la iniel y voluptuosa
reina, al nuevo deleite se prepara.
El manto le desprenden y la tiara,
y la de seda túnica lujosa,
quedando al in desnuda y tan hermosa,
que la Venus de Milo la envidiara.
La sierva entonces que en su torno gira
al etíope le muestra allá en la entrada,
guardián inmóvil que en silencio admira.
Mas ella le responde, indiferente
No es un hombre el esclavo, y extasiada
se abandona entre espumas blandamente.
Himno matinal42
Se oye el rumor suavísimo y lejano
de un mar que exhala endechas gemidoras,
y las cañas de azúcar cimbradoras
rompen en dulce música en el llano.
Sus hojas mueve el plátano lozano,
se estremecen las palmas vibradoras,
el gallo anuncia las primeras horas,
bulle el torrente bajo el cielo indiano.
Abre el aura cantando armoniosa
de blancas nubes los lotantes linos,
y al asomar el sol la faz gloriosa
ante el himno de amor que lo saluda,
cual ave herida que olvidó sus trinos
solo mi alma permanece muda.
Venus43
Del bosque umbrío bajo el manto espeso
que la luna alumbraba misteriosa,
dormida al parecer, hallé a la diosa
de ligero cansancio al dulce peso.
Despertarla intenté de su embeleso,
por saber si era tierna cuanto hermosa,
y con blando rozar de mariposa
dejó mi labio en su mejilla un beso.
Más ¡ay! que inmóvil continuó callada,
y viendo yo mi aspiración burlada,
junto a la estatua yerta, sentí frío.
y aunque seguí admirándola por bella,
como el alma inmortal no hallaba en ella,
al in mi admiración ¡volviose hastío!
A la vejez44
Cuando llegan tus años tenebrosos
bañas en llanto el corazón que heriste,
como cumbre de escarcha invierno triste
los troncos deshojados y ruinosos.
¿En dónde, en dónde están los venturosos
sueños, que el alma en adorar persiste?
¿Por qué la rosa del placer no existe
y quedaron los tallos espinosos?
¡Oh, noche! Ya desciendes gravemente,
y la nave gentil de la esperanza
vuelve sin joyas del lejano Oriente.
Y hacia la playa, donde el viento a solas
gime, la hermosa juventud avanza,
cadáver yerto entre las negras olas.
Principio45
Fue una mañana en que el amor cantaba
del sol de agosto entre el dorado velo,
y la campiña con ardiente anhelo
al ritmo de su acento despertaba.
El sauce en la onda pura se miraba,
las nubes se buscaban en el cielo,
y hacia el árbol la brisa en raudo vuelo
el fecundante polen impulsaba.
Entonces el hermoso adolescente
que con la virgen de modesta frente
vagaba por la selva rumorosa,
fue con ella a sentarse junto a un nido.
Le dijo dulces frases al oído,
¡y besaron los dos la misma rosa!
Fin46
Mas la noche llegó, pura y hermosa
cual desposada del ardiente día,
que con trémula mano le ceñía
corona de diamantes luminosa.
El tronco de la palma, cariñosa,
la liana entre sus redes envolvía
y al oculto nidal rauda volvía
con anhelos de amante, la tojosa47.
Y el mismo adolescente que admiraba
la lor en que la virgen otorgaba
casta caricia que no deja agravios,
clavó en la bella la mirada ansiosa,
y abandonando la marchita rosa,
¡se embriagó con la esencia de sus labios!
Reposo48
Como errante viajera fatigada,
quiero olvidar del tiempo en que he vivido
la punzadora espina que me ha herido
y la copa de néctar rebosada.
Ni aun siento abandonar la bien amada
tierra hermosa del sol en que he nacido,
¡tanto mi corazón ha padecido
de su triste existencia la jornada!
Quédense aquí la gloria, los amores,
los diamantes, los pájaros, las lores
cuanto a gozar y sonreír convida.
Mi único anhelo es verme sepultada
en el seno del todo o de la nada,
y no tornar a conocerte ¡oh, vida!
Juventud in de siglo49
No eres ya el trovador que perturbaba
ante la reja el sueño de Eloísa,
ni el héroe que ostentara cual divisa
la sacrosanta cruz por quien luchaba.
No eres el siervo vil que se postraba
por lograr de su rey una sonrisa,
o que al feudal señor con faz sumisa
a su propia consorte le entregaba.
Ya rasgó tu ignorancia sus cendales,
y con la antorcha de la ciencia, ufana
buscas en la verdad tus ideales.
Mas, ¡por el dardo de la duda, herida,
marchita estás en tu primer mañana,
hermosa juventud, lor de vida!
Los desterrados50
Es de noche, y los mares enlutados
por la fúnebre sombra pavorosa,
va surcando la nave silenciosa
que conduce a los tristes desterrados.
¡Cuántos dejan, tal vez desamparados,
al tierno infante, a la doliente esposa!
¡Hasta el viento su voz une quejosa
al grito de esos pechos desolados!
Víctimas de implacable tiranía,
ni aun la esperanza de tornar un día
llevan ¡ay! en sus almas por consuelo.
Menos cruel eres tú, muerte piadosa,
que señalas con mano generosa
en lontananza, al que agoniza, un cielo.
Llanto en la sombra51
En este aislado bosque, misterioso
claustro en que brillan tibios resplandores,
donde encuentra la abeja dulces lores
y blando musgo el pájaro amoroso.
Do se refugia el ciervo tembloroso
huyendo de los crueles cazadores,
y solo se perciben los rumores
tristes del viento entre el ramaje umbroso.
Deja que llore los hermosos días
en que tú suspirando me decías
nunca se olvida cuando bien se quiere,
y halle mi corazón su amor burlado
en cada pobre nido destrozado
donde hay alguna tórtola que muere.
A Cienfuegos52
¡Cuán hermosa en mis sueños te levantas
a los rayos de un sol resplandeciente,
lor marina, a quien besan blandamente
las ondas que suspiran a tus plantas!
Tú, cual visión deslumbradora, encantas
los tristes años de mi vida presente,
y a tu nombre despiértase en mi mente
todo un pasado de memorias santas.
¡Favorita gentil de la fortuna,
la que en ti halló su venturosa cuna,
sin lágrimas no logra recordarte!
Bajo tu cielo, que mi pecho ansía,
duermen los restos de la madre mía…
¿Cómo pudiera yo dejar de amarte?
En un ingenio53
Opulentos y verdes campos míos,
testigos de los juegos de mi infancia,
montes llenos de sombra y de fragancia,
do nacieron mis tiernos desvaríos.
Vuestros dulces encantos están fríos,
ya no existen la paz y la abundancia,
ni las cañas meciéndose a distancia,
ni entre el palmar los rústicos bohíos.
¡Negros escombros, tenebrosas ruinas,
luto y desolación solo proclama
el viento en las praderas y colinas!
¡Ay! ¡Culpa fue de la implacable tea!
Pero ¿qué importa, si brilló en su llama
¡oh, libertad! tu sacrosanta idea?
La gota de rocío54
Diáfana, temblorosa, deslumbrante,
cual átomo de luz entre las lores,
robas a las estrellas sus fulgores
y sus vívidas chispas al diamante.
Perla del cielo, el sol con su brillante
rayo, te da del iris los colores,
y del tiempo estival en los ardores
es el zunzún tu libador constante.
Mas aunque en ti se encuentra la frescura
del néctar que el jazmín guarda en su seno,
¡nunca serás tan bella ni tan pura
como la dulce lágrima piadosa
que vi brillar, ante el dolor ajeno,
en los divinos ojos de una hermosa!
Los enamorados55
Cual enjambre de alegres mariposas
impulsadas por ávidos empeños,
en el jardín de los ardientes sueños
va el mirto a buscar entre las rosas.
Del alma de las bellas ruborosas
con sutiles astucias se hacen dueños,
y ellas con risas o ingidos ceños
a su vez los enlazan caprichosas.
Y después del combate por la gloria
de alcanzar un ferviente yo te adoro,
les quedan solo a veces por memoria
algunas dulces cartas desgarradas,
algún rizo o retrato ya incoloro,
o algunas tristes lores deshojadas…
El bohío56
Yo amaré siempre el rústico bohío
que a los buenos indígenas sirviera
entre el verdor de la feraz pradera,
de albergue en el invierno y el estío.
Me place contemplarlo junto al río
bajo el mango frondoso y la palmera,
como recuerdo de la edad primera
en que fue tan dichoso el pueblo mío.
Mas si esta humilde herencia ya decae,
porque el progreso en su lugar nos trae
ricos hogares de arrogantes techos,
aún del indio nos queda el alma altiva,
y el ansia de ser libres que, ¡honda y viva
arde cual llama eterna en nuestros pechos!
A una coqueta57
Con tu oscura y ondeante cabellera
que el aura tropical besa y agita,
formas la red de amor en que palpita
el alma que a tu encanto se rindiera.
Tornas tu voz en máscara hechicera
que a los sueños del placer invita,
en dardos tu mirada, en ininita
seducción tu sonrisa placentera.
Mas ¡ay! del corazón que por ti llora
¿qué haces tú con las lágrimas vertidas
en noches de dolor, hora tras hora?
Las dejas ¡oh mujer! que se deshagan
como las lores en el mar perdidas,
cual los aromas que en los aires vagan.
En el libro de poesías58
Del libro en que tú y él habéis leído
graba ¡oh niña! en la página postrera,
la palabra más triste y lastimera
para el ardiente corazón ¡olvido!
Símbolo de la muerte al que ha sentido
la dicha, la pasión, la fe sincera,
le dice esa palabra que es quimera
cuanto está por nacer o que ha nacido.
Y esos versos que a amar te convidaron,
y a dos almas dormidas despertaron,
que sobre ellos sus lágrimas vertieron,
serán ¡ay! cual las notas suspiradas
que exhalaron dos olas enlazadas
¡y en el mar de la vida se perdieron!
Pablo y Virginia59
Perdidos en la selva enmarañada,
hallan de pronto el caudaloso río,
cuya linfa con ímpetu bravío
corre al mar espumosa y desatada.
Virginia retrocede amedrentada,
esquivando entregarse a su albedrío,
mas con denuedo y arrogante brío
levanta Pablo en hombros a su amada.
Y al sostener la lucha peligrosa
con el túrbido oleaje amenazante,
cuando siente los brazos de la hermosa,
ceñirle el cuello, su mayor anhelo
es ver la opuesta orilla tan distante
¡como la tierra mísera del cielo!
Laura y Petrarca60
Cuando vuelven las aves a su nido,
Laura, vestida con aéreo traje,
contempla la hermosura del paisaje,
vagando por los cármenes loridos.
De pronto, melancólicos sonidos
penetran por el toldo del ramaje,
y extasiada se queda en el boscaje
de Petrarca escuchando los gemidos.
Y en su fe conyugal es tan sencilla,
que la embriaguez del canto delicioso
hace arder el rubor en su mejilla.
Y cuando el triste trovador se aleja,
llora, pensando que ofendió a su esposo
tan solo porque oyó la amante queja.
Abelardo y Eloísa61
Viuda infeliz en el retiro santo
marchita ya su angélica hermosura,
retorno de Eloísa el alma pura,
a la región donde no corre el llanto.
El pueblo, alzando fervoroso canto
por la que fue modelo de ternura,
lleva el cuerpo a la misma sepultura
en que reposa su perdido encanto.
Y a la luz de la antorcha funeraria
se estremece Abelardo, abre los brazos
en la profunda cripta solitaria,
cual si quisiera, agradecido amante,
guardar ansioso con eternos lazos
junto a su pecho, a la mujer constante.
El hombre en la vejez62
Eterno explorador de su camino,
andando sigue con afán creciente,
y aunque el hielo en redor se alza impotente,
llega a los polos cual audaz marino.
Vacilante, sin fuerzas y sin tino
rendirse el cuerpo entumecido siente,
y ya en confusa turbación presiente
que se cumple la ley de su destino.
Y sin embargo, ¡por instinto avanza!
mas al caer como una masa inerte,
aún guarda una ambición, una esperanza,
¡hallar bajo la mole endurecida,
en el triste secreto de la muerte
el secreto, aun más triste, de la vida!
A mi musa
De mi vida en los cándidos albores,
y en todo lo que brilla y canta y llora,
surgiste, ¡oh visión deslumbradora!,
coronada de estrellas y de lores.
Si en mis sueños de glorias y de amores
fuiste la dulce amiga encantadora,
también fuiste la iel consoladora
de graves y recónditos dolores.
Tú templaste la lira en que he cantado
de mi patria el pesar o la ventura,
cuanto mi alma ha sufrido y ha gozado,
y tú sola tal vez vendrás mañana
a verter en mi pobre sepultura
las lágrimas piadosas de una hermana.
A la juventud
Como la alondra cuando empieza el día
canta tu corazón puro y sincero,
y en tu semblante dulce y hechicero
irradia como un astro tu alegría.
No ha brotado a tus pasos todavía
de los dolores el abrojo iero,
tienes al bello amor por compañero,
y es la esperanza el ángel que te guía.
Y sueñas entre augurios de ventura,
de noble aspiración henchido el pecho,
al término del viaje hallar la gloria.
Y bajo el sol de tus hermosos años,
no piensas que, cual tigres en acecho,
aguardándote están los desengaños.
A la muerte
¿Eres tú? ¿Y en la góndola enlutada
por tu pálida mano dirigida,
de mi cruento dolor compadecida,
quieres llevarme a la región soñada?
¡Partamos, pues! La brisa perfumada
cual nuncio de la tierra prometida,
con ósculos de amor y bienvenida
acaricia mi frente atormentada.
¡Hieran los remos la brillante espuma,
rasgue la proa audaz la densa bruma,
que a nuestros pies se rinda el mar profundo!
¡Y de la eterna luz a los relejos,
piérdase, como átomo, a lo lejos,
con sus venturas míseras el mundo!
Transformación
Mira volando en el pensil ameno
la oruga transformada en mariposa,
cómo el capullo se despierta rosa,
cómo la rosa se convierte en cieno.
Al rostro juvenil, dulce y sereno,
triste sucede el de vejez llorosa,
tórnase arrugas la mejilla hermosa,
en mármol frío el palpitante seno.
Y yo, sujeta a la eternal mudanza,
en los ritmos del arpa estremecida,
luctuando entre la duda y la esperanza,
ya canto a la tristeza, ya al contento,
porque en cada minuto de la vida
cambian el corazón y el pensamiento.
Naturalismo. La cortesana y el sibarita63
Ella64
Yo soy Laís, la de los garzos ojos.
Mi seno simboliza la belleza,
y el cándido jazmín de la pureza
se agosta y muere entre mis labios rojos.
No me causa el desdén pesar o enojos
pues por dicha no sé lo que es terneza.
En mi pecho no cabe la tristeza
y en amor no me importan los sonrojos.
No pienses que por celos me enfurezco,
ni que lloro cual lloran las mujeres
ni que por tu conquista me envanezco.
Dame túnicas regias y diamantes
aunque pérido injas que me quieres,
y después… ¡tan amigos como antes!
Él65
Pues yo soy Glauco, a quien le turba el sueño
hasta el suave contacto de las lores,
el que en todos sus fáciles amores
nunca es esclavo, porque siempre es dueño.
Tan solo en el placer pongo mi empeño
y si alguna beldad con sus rigores
quiere en mis campos espigar dolores,
con mis sonrisas le disipo el ceño.
Que es para mí el amor de la hermosura
como la frágil gota de dulzura
que el labio solicita en miel sabrosa,
el beso de los céiros que vagan
y el deleite fugaz con que me embriagan
la música y la esencia de la rosa.
El café66
La cubana beldad de negros ojos
brinda al feliz amante apasionado,
en la taza de China, el aromado
néctar, ardiente cual sus labios rojos.
–¿No hallas bueno el café? ¿Te causa enojos
porque está como ayer, mal preparado?
¡Pues lo endulcé yo misma, y lo he probado!
¡Eres bien exigente en tus antojos!
Y él, su cándido rostro contemplando,
–Ya cedo en el enojo y la porfía,
responde tiernamente suspirando.
–¡Nunca amargo estará, si por ventura
dejas siempre al café, querida mía,
de la lor de tus labios la dulzura!
La moderna Dalila y Sansón67
Yo soy la ardiente luz de la centella
que admiración te causa o te aniquila,
en el mar de tu vida, onda tranquila,
o dura roca en que tu afán se estrella.
Me amaste y me amarás porque soy bella,
y porque en el imán de mi pupila
la eterna llama del placer rutila,
donde quiera que voy, sigues mi huella.
Víctima siempre de mi artero engaño
aún prosigo segándote el cabello
porque hoy, Sansón, te duermes como antaño.
Que aunque eres tú la fuerza omnipotente,
mientras ciña mis brazos a tu cuello
¡no lograrás vencer a la serpiente!
Al salir el sol el 20 de mayo68
Se oye el rumor dulcísimo y lejano
de un mar que exhala endechas gemidoras
y las cañas de azúcar cimbradoras
rompen en blanda música en el llano.
Sus hojas mueve el plátano lozano,
se estremecen las palmas vibradoras,
el gallo anuncia las primeras horas,
bulle el torrente bajo el cielo indiano.
Abre el aura cantando melodiosa
la nube en los espacios suspendida,
y al asomar el sol la faz gloriosa
ante el himno de amor que lo saluda,
de entusiasmo y de gozo enardecida,
¿qué alma cubana permanece muda?
Pasadas69
A Esteban Borrero Echevarría
Ardorosos y plácidos estíos,
tan fecundos en rosas y esplendores,
¿dónde están vuestros cándidos albores,
azules noches y opulentos ríos?
¿Por qué en abismos hondos y sombríos
cayeron ¡ay! vuestras hermosas lores,
y de tantos alegres ruiseñores
solo tiene el vergel nidos vacíos?
Devolvedme el calor de aquellas horas,
despertad en mi pecho aletargado
mirtos, estrellas, cánticos y auroras.
¡Y sed cual los perfumes penetrantes
que van, desde el oasis incendiado,
hasta las playas tristes y distantes!
Sonetos70
A una hermana de la Caridad71
Amazona de Dios, que has combatido
junto al lecho del niño y el anciano
llena de fe, con el dolor humano,
sin que al rudo pelear te hayas rendido.
Tú, que el hábito humilde has preferido
al áureo traje y al salón mundano,
y a los ricos anillos en tu mano
las lágrimas que en ella se han vertido.
Si del pobre hospital te han desterrado
para albergar la indiferencia fría,
la vanidad y el interés menguado,
no gimas, que si el hombre así lo quiso,
¡Dios, nunca ingrato, para ti algún día
las puertas abrirá del paraíso!
A la tempestad
Soberbia, arrebatada, pavorosa,
cual iera que sacude sus melenas,
destrozando iracunda tus cadenas
te revuelves indómita y furiosa.
Ciegas del sol la llama esplendorosa,
con tus rugidos el espacio atruenas,
y de luto y dolor los campos llenas
trocando en ruinas la mansión dichosa.
Mas, cuando robas a la lor sus galas,
y el mundo cubres con tus negras alas,
y todo se perturba en tu presencia,
¡cuán dulce es encontrar un sosegado
plácido asilo en el hogar honrado,
y una luz celestial en la conciencia!
Manos fraternales
Estrechen vuestras manos blancas, puras
como lores de lis, castas doncellas,
las manos pecadoras, las de aquellas
que se embriagan del vicio en las locuras.
Nobles, tiernas, colmadas de dulzuras
borren del mal las vergonzosas huellas,
cierren el lupanar y abran las bellas
puertas de las angélicas venturas.
Ciñan, inmaculadas, a sus frentes
con fraternal amor, el blanco velo
que vosotras lleváis por inocentes.
Y unidas impecables y mundanas,
cantad, alzando la mirada al cielo,
¡Redimidas están nuestras hermanas!
Sonetos72
A la ilusión
¡Salve a la reina de los dulces sueños
que con su cetro mágico hermosea
cuanto la mente enardecida crea
en sus arduos y múltiples empeños!
Todos los seres tristes o risueños
oyen tu voz que encanta y lisonjea,
y el eterno incienso ante tu trono humea,
pues del ansiado bien los haces dueños.
Tú eres gozo y amor y pensamiento,
a todo prestas luz, vida y acento,
lores esparces, los abrojos pisas,
y aunque llore tenaz su mal presente,
haces feliz la humanidad doliente
¡porque nunca le niegas tus sonrisas!
La hija adoptiva73
Ven a mis brazos, deliciosa y pura
compensación que el cielo ha otorgado
por la muerte del ángel que he llorado
con llanto inagotable de amargura.
No eres huérfana ya, que mi ternura
cual vigilante iel está a tu lado.
Yo tampoco estoy sola… tú has llegado,
¡y aclarándose va mi noche oscura!
Así dice la madre dolorida
al hallar en la tierra nuevos lazos,
porque al verla tan triste desde el cielo,
¡quién sabe si su dulce pequeñuelo
fue quien envió la huérfana a sus brazos
para reconciliarla con la vida!
Lucrecia Borgia74
Del espejo en la luna veneciana
se contempla feliz; la noche oscura
duerme en sus rizos, y deleite augura
su dulce boca en un botón de grana.
Si en sus ojos la luz de la mañana
tiene un nido celeste por clausura,
de un mármol de Carrara es la blancura
que ostenta el seno en su desnudez lozana.
Y sonríe al hallarse tan hermosa,
y en un sueño de amor se desvanece
absorta idolatrándose a sí misma.
¡Mas despierta espantada y se estremece
cuando de su alma negra y tempestuosa
en el horrible dédalo se abisma!
III75
¡Cuán feliz es aquel que del pasado
ni el bien ni el mal recuerda conmovido,
y sepulta en la noche del olvido
todo lo que ha sufrido y ha gozado!
Porque es triste vivir atormentado
con las memorias de un Edén perdido,
o conservar un corazón herido
por dolores que el tiempo no ha endulzado.
El olvido es la dicha y es la calma.
¿Pero cómo encontrar en la existencia
su celestial consuelo para el alma?
¡Ay!, que el hombre ha de hallarlo, ¡dura suerte!
Tan solo en la embriaguez, en la demencia,
o en el helado seno de la muerte.
Ante la estatua de José Martí76
Lema: If you could see the phantom!
El alma, que hoy evoca el pecho mío,
del noble ser a quien la patria adora,
no palpita ni canta, gime, implora,
bajo ese mármol silencioso y frío.
¡Tuviera yo el supremo poderío
que de la noche hizo brotar la aurora,
del polvo, la hermosura seductora,
y el casto amor del lóbrego vacío!
Entonces, esos labios sonrieran,
esas manos, a Cuba bendijeran,
palabras de perdón se escucharían.
mas al tornar el pensamiento grave
hacia el dudoso porvenir, ¡quién sabe,
quién sabe si esos ojos llorarían!
El primer día de mayo77
I
Venus se halla en la gruta de nácar y de oro,
sobre un cojín de trébol y de mirtos en lor,
y al compás dulce y lento del oleaje sonoro
arrulla entre sus brazos un infante, ¡el Amor!
Las ondinas risueñas cantando le hacen coro,
pero el travieso niño se agita con ardor,
Venus procura en vano retener su tesoro,
y él huye los halagos del maternal calor.
Salta al in de sus brazos, y remontando el vuelo
roba encendidas llamas a los astros del cielo,
en luminosas chispas las riega por doquier,
llevando, mientras bate las victoriosas palmas,
el fuego a los sentidos, la inquietud a las almas,
¡y su lecha es el cetro del eterno poder!
II78
Mirad la virgen cándida en cuya frente altiva
hay la blancura rósea de una concha del mar,
en su boca de grana ríe una siempreviva,
y sus ojos turquíes aún no saben llorar.
Su nacarada mano, aunque pequeña, activa,
los sombríos ramajes consigue desgarrar,
y su mirada dulce, pero curiosa y viva,
en cada nido busca misterios que indagar.
Quédase luego absorta oyendo en los pensiles
suspiros muy lejanos, palabras que no entiende
y llegan hasta ella cual ondas de placer.
Y al cruzar por su mente pensamientos febriles,
ansiosa se pregunta, ¡qué extraño fuego enciende
su cuerpo de doncella, su alma de mujer!
III79
Adán, que está dormido en el Edén riente,
sueña que en sus mejillas un ala se plegó.
¿Será la blanca alondra que canta dulcemente
o la azul mariposa que en el monte encontró?
Cubre el rubor de llamas su faz de adolescente,
por vez primera un dardo en el pecho sintió,
y piensa que lo enlaza sutil una serpiente
que de noche en el bosque silbando lo llamó.
Abre entonces los ojos, y hermosa y conmovida
ve a la mujer que guarda en su seno la vida,
que le dice temblando cual lirio en el vergel:
Quien te besó en tu sueño no fue la mariposa,
ni la alondra que canta, sino Eva, tu esposa,
¡que para ti en sus labios trae un panal de miel!
IV
A cuchichear dos palmas risueñas se aproximan,
y se cuentan que Flora ha llegado al jardín,
que un palomo y su novia en el juncal intiman,
que una rosa liviana le dio un beso al jazmín.
Al oír la conidencia, los pájaros se animan
y vuelan repitiéndola del valle hasta el confín.
Flora se enoja entonces, y al ver que no la estiman
sus vasallos, al viento pidiendo su clarín,
manda que todos queden cautivos en sus lares.
Mas de súbito Febo gozoso se presenta
y abrazando a la diosa le dice ¡Por favor,
deja que libres gocen en tierra y cielo y mares!
¡Y en un banquete espléndido, en que el placer se sienta,
la gran naturaleza brinda por el amor!
En el monte Turquino80
Allá en la cumbre, que al rayar el día
ciñe Febo con rojas llamaradas,
contemplo con estáticas miradas
la noble enseña de la patria mía.
Entre el mar y los cielos, desafía
los oleajes de espumas irisadas,
y las altas esferas argentadas,
con celajes de nívea encajería.
Nada turba la calma placentera
de la tierra gentil que lentamente
se despierta cual virgen perezosa,
pero se oye el rumor de la bandera
que lotando le canta dulcemente
¡Ya eres libre! ¡Procura ser dichosa!
Polares81
I
Cansados, macilentos, en noches pavorosas
a la oscura Siberia van los tristes penados,
con los pálidos rostros de lágrimas surcados,
inclinando hacia el suelo sus frentes dolorosas.
Al cielo a veces alzan las manos temblorosas
pidiendo auxilio en vano sus pechos desolados,
culpables o inocentes, gimiendo van alados
por las llanuras lóbregas, heladas, silenciosas.
Muy lejos los aguardan las sombrías prisiones,
abismos de tormentos, asilos de espanto.
Y al desgarrarse a un tiempo sus pobres corazones
se oyen gritos, plegarias, sollozos y lamentos,
se abre la amarga fuente de inagotable llanto,
¡y sus voces se pierden en alas de los vientos!
II
En la región sombría, casi tocan el cielo
como blancos fantasmas, las montañas de nieve.
El oso hambriento y iero los témpanos conmueve,
husmeando humanas huellas en el helado suelo.
El negro abeto gime llorando sin consuelo,
los alerces82 no ostentan ni la hoja más breve,
semejan esqueletos sus ramas, que no mueve
ni un ave con sus alas, ni el céiro en su vuelo.
Profundas soledades, espantosos desiertos,
harapos esparcidos de los náufragos muertos,
los aludes cayendo con ruido atronador…
Pero en el éter brilla, lejana, misteriosa,
una pálida estrella que dice temblorosa
¡Soy la piedad divina contemplando el dolor!
III
Que ese mundo lóbrego, donde es cobarde el fuerte,
y halla su eterno asilo la fúnebre tristeza,
surge, cual lor del cielo, la virginal pureza,
cubriendo con su manto el horror y la muerte.
En guirnaldas de aljófar la nieve se convierte
y lleva al tronco escuálido su espléndida belleza,
derramando sus lágrimas de angélica terneza
en el páramo yerto, sobre la huesa83 inerte.
Tan diáfana y tan pura como el alma de un niño,
ni una sombra oscurece su inmaculado armiño,
parece el albo seno de una mujer hermosa,
o una cándida novia que tranquila reposa
soñando en casto lecho venturas sin pesares,
con la púdica frente orlada de azahares.
IV
Y allí también sus iestas celebra mayo un día,
casi se siente el ruido del germen fecundante.
El sol abre sus puertas, y la ardilla volante
va de un árbol a otro saltando de alegría.
Un grato olor de rosas esparce en lejanía
el abedul, que agita su copa murmurante
a los ligeros ósculos del ceirillo errante,
que riza en las lagunas la espuma blanca y fría.
El velludo cítiso84 su fresca lor enseña,
y en húmedos marjales85 se anida la cigüeña,
que en la región sombría, donde todo está inerte,
también de un Dios clemente penetra la mirada,
la primavera asoma su faz ruborizada
¡y hay amor en la nieve, y esperanza en la muerte!