Garcilaso de la Vega
Obras
ÉGLOGAS
ÉGLOGA PRIMERA
El dulce lamentar de dos pastores
Salicio juntamente y Nemoroso,
he de contar, sus quejas imitando;
cuyas ovejas al cantar sabroso
estaban muy atentas, los amores
de pacer olvidadas, escuchando.
Tú, que ganaste obrando
un nombre en todo el mundo,
y un grado sin segundo,
agora estés atento, sólo y dado
al ínclito gobierno del Estado,
Albano; agora vuelto a la otra parte,
resplandeciente, armado,
representando en tierra, el fiero Marte;
agora de cuidados enojosos
y de negocios libre, por ventura
andes a caza, el monte fatigando
en ardiente jinete, que apresura
el curso tras los ciervos temerosos
que en vano su morir van dilatando;
espera, que en tornando
a ser restituido
al ocio, ya perdido,
luego verás ejercitar mi pluma
por la infinita innumerable suma
de tus virtudes y famosas obras;
antes que me consuma,
faltando a ti, que a todo el mundo sobras
En tanto que este tiempo que adivino
viene a sacarme de la deuda un día,
que se debe a tu fama y a tu gloria;
que es deuda general, no sólo mía,
mas de cualquier ingenio peregrino
que celebra lo dino de memoria;
el árbol de vitoria
que ciñe estrechamente
tu gloriosa frente
dé lugar a la hiedra que se planta
debajo de tu sombra, y se levanta
poco a poco, arrimada a tus loores;
y en cuanto esto se canta,
escucha tú el cantar de mis pastores.
saliendo de las ondas encendido,
rayaba de los montes el altura
el sol, cuando Salicio, recostado
al pie de un alta haya, en la verdura,
por donde un agua clara con sonido
atravesaba en fresco y verde prado,
él, con canto acordado
el rumor que sonaba,
del agua que pasaba,
se quejaba tan dulce y blandamente
como si no estuviera de allí ausente
la que de su dolor culpa tenía;
y así, como presente,
razonando con ella, le decía.
SALICIO
¡Oh más dura que mármol a mis quejas,
y al encendido, füego en que me quemo
más helada que nieve, Galatea!
Estoy muriendo, y aún la vida temo;
témola, con razón, pues tú me dejas;
que no hay, sin ti, el vivir para qué sea;
Vergüenza he que me vea
ninguno en tal estado,
de ti desamparado,
y de mi mismo yo me corro agora.
¿De un alma te desdeñas ser señora,
donde siempre moraste, no pudiendo
della salir un hora?
Salid, sin duelo, lágrimas, corriendo.
El sol tiende los rayos de su lumbre
por montes y por valles, despertando
las aves y animales y la gente:
cuál por el aire claro va volando,
cuál por el verde valle o alta cumbre
paciendo va segura y libremente,
cuál con el sol presente
va de nuevo al oficio,
y al usado ejercicio
do su natura o menester le inclina:
siempre está en llanto esta ánima mesquina,
cuando la sombra el mundo va cubriendo
o la luz se avecina.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.
¿Y tú, desta mi vida ya olvidada,
sin mostrar un pequeño sentimiento
de que por ti Salicio triste muera,
dejas llevar, desconocida, al viento,
el amor y la fe que ser guardada
eternamente sólo a mí debiera?
¡Oh Dios! ¿Por qué siquiera,
pues ves desde tu altura
esta falsa perjura
causar la muerte de un estrecho amigo,
no recibe del cielo algún castigo?
Si en pago del amor yo estoy muriendo,
¿qué hará el enemigo?
Salid sin duelo, lágrimas corriendo.
Por ti el silencio de la selva umbrosa,
por ti la esquividad y apartamiento
del solitario monte me agradaba;
por y la verde hierba, el fresco viento,
el blanco lirio y colorada rosa
y dulce primavera deseaba,
¡Ay, cuanto me engañaba!
¡Ay, cuán diferente era
y cuán de otra manera
lo que en tu falso pecho se escondía!
Bien claro con su voz me do decía
la siniestra corneja repitiendo
la desventura mía
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.
¡Cuántas veces, durmiendo en la floresta,
reputándolo yo por desvarío,
vi mi mal entre sueños, desdichado!
Soñaba que en el tiempo del estío
llevaba, por pasar allí la siesta,
a beber en el Tajo mi ganado;
y después de llegado,
sin saber de cuál arte,
por desusada parte
y por nuevo camino el agua se iba;
ardiendo ya con la calor estiva,
el curso, enajenado, iba siguiendo
del agua fugitiva
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo
Tu dulce habla ¿en cúya oreja suena?
Tus claros ojos ¿a quién los volviste?
¿Por quién tan sin respeto me trocaste?
Tu quebrantada fe ¿dó la pusiste?
¿Cuál es el cuello que, como en cadena,
de tus hermosos brazos anudaste?
No hay corazón que baste,
aunque fuese de piedra,
viendo mi amada hiedra,
de mi arrancada, en otro muro asida,
y mi parra en otro olmo entretejida,
que no se esté con llanto deshaciendo
hasta acabar la vida
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.
¿Qué no se esperará de aquí adelante,
por difícil que sea y por incierto?
O ¿qué discordia no sera juntada
y juntamente qué tendrá por cierto,
o qué de hoy más no temerá el amante,
siendo a todo materia por ti dada?
Cuando tú enajenada
de mi cuidado fuiste,
notable causa diste
y ejemplo a todos cuantos cubre el cielo,
que el más seguro tema con recelo,
perder lo que estuviere poseyendo.
Salid fuera sin duelo,
salid sin duelo, lágrimas, corriendo.
Materia diste al mundo de esperanza
de alcanzar lo imposible y no pensado,
y de hacer juntar lo diferente,
dando a quien diste el corazón malvado,
quitándole de mí con tal mudanza,
que siempre sonará de gente en gente.
La cordera paciente
con el lobo hambriento
hará su ayuntamiento,
y con las simples aves sin ruido
harán las bravas sierpes ya su nido;
que mayor diferencia camprehendo
de ti al que has escogido.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.
Siempre de nueva leche en el verano
y en el invierno abundo; en mi majada
la manteca y el queso esta sobrado;
de mi cantar, pues, yo te vi agradada,
tanto, que no pudiera el mantuano
Títiro ser de ti más alabado
No soy, pues, bien mirado,
tan disforme ni feo;
que aun agora me veo
en esta agua que corre clara y pura,
y cierto no trocara mi figura
con ese que de mí se está riendo;
¡trocara mi ventura!
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.
¿Cómo te vine en tanto menosprecio?
¿Cómo te ful tan presto aborrecible?
¿Cómo te faltó en mí el conocimiento?
Si no tuvieras condición terrible,
siempre fuera tenido de ti en precio,
y no viera de ti este apartamiento,
¿No sabes que sin cuento
buscan en el estío
mis ovejas el frío
de sierra de Cuenca, y el gobierno
del abrigado Estremo en el invierno?
Mas ¡qué vale el tener, si derritiendo
me estoy en llanto eterno!
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.
Con mi llorar las piedras enternecen
su natural dureza y la quebrantan;
los árboles parece que se inclinan;
las aves que me escuchan, cuando cantan,
con diferente voz se condolecen,
y mi morir cantando me adivinan.
Las fieras que reclinan
su cuerpo fatigado,
dejan el sosegado
sueño por escuchar mi llanto triste.
Tú sola contra mí te endureciste,
los ojos aun siquiera no volviendo
a lo que tú heciste.
Salid sin duelo, lágrimas corriendo.
Mas ya que a socorrer aquí no vienes,
no dejes el lugar que tanto amaste,
que bien podrás venir de mi segura.
Yo dejaré el lugar do me dejaste;
ven, si por sólo esto te detienes.
Ves aquí un prado lleno de verdura,
ves aquí una espesura,
ves aquí una agua clara
en otro tiempo cara,
a quien de ti con lágrimas me quejo.
Quizá aquí hallarás, pues yo me alejo,
al que todo mi bien quitarme puede;
que pues el bien bien que le dejo,
no es mucho que el lugar también le quede.
Aquí dio fin a su cantar Salicio
y sospirando en el postrero acento,
soltó de llanto una profunda vena.
Queriendo el monte al grave sentimiento
de aquel dolor en algo ser propicio,
con la pesada voz retumba y suena,
la blanca Filomena,
casi como dolida
y a compasión movida,
dulcemente responde al son lloroso.
Lo que cantó tras esto Nemoroso
decidlo vos, Piérides; que tanto
no puedo yo ni oso,
que siento enflaquecer mi débil canto.
NEMOROSO
Corrientes aguas, puras, cristalinas
árboles que os estáis mirando en ellas,
verde prado de fresca sombra lleno,
aves que aquí sembráis vuestras querellas,
hiedra que por los árboles caminas,
torciendo el paso por su verde seno;
yo me vi tan ajeno
del grave mal que siento,
que de puro contento
con vuestra soledad me recreaba,
donde con dulce sueño reposaba,
o con el pensamiento discurría
por donde no hallaba
sino memorias llenas de alegría.
Y en este mismo valle, donde agora
me entritesco y me canso, en el reposo
estuve ya contento y descansado,
¡Oh bien caduco, vano y presuroso!
Acuerdóme durmiendo aquí algún hora,
que despertando, a Elisa vi a mi lado
¡Oh miserable hado!
¡Oh tela delicada.
antes de tiempo dada
a los agudos filos de la muerte!
Más convenible suerte
a los cansados años de mi vida,
que es más que el hierro fuerte,
pues no la ha quebrantado tu partida.
¿Dó están agora aquellos claros ojos
que llevaban tras sí, como colgada,
mi alma doquier que ellos se volvían?
¿Dó está la blanca mano delicada,
llena de vencimientos y despojos
que de mí mis sentidos le ofrecían?
Los cabellos que vían
con gran desprecio el oro,
como a menor tesoro,
¿adónde están? ¿Adónde el blanco pecho?
¿Dó la coluna que el dorado techo
con presunción graciosa sostenía?
Aquesto todo agora ya se encierra,
por desventura mía,
en la fría, desierta y dura tierra.
¿Quién me dijera. Elisa, vida mía.
cuando en aqueste valle al fresco viento
andábamos cogiendo tiernas flores,
que había de ver con largo apartamiento
venir el triste y solitario día
que diese amargo fin a mis amores?
El cielo en mis dolores
cargó la mano tanto,
que a sempiterno llanto
y a triste soledad me ha condenado;
y lo que siento más es verme atado
a la pesada vida y enojosa,
solo, desamparado,
ciego sin lumbre en cárcel tenebrosa.
Después que nos dejaste, nunca pace
en hartura el ganado ya, ni acude
el campo al labrador con mano llena.
No hay bien que en mal no se convierta y mude:
la mala hierba al trigo ahoga, y nace
en lugar suyo la infelice avena;
la tierra, que de buena
gana nos producía
flores con que solía
quitar en solo vellas mil enojos,
produce agora en cambio estos abrojos,
ya de rigor de espinas intratable,
yo hago con mis ojos
crecer, lloviendo, el fruto miserable.
Como al partid del sol la sombra crece
y en cayendo su rayo se levanta
la negra oscuridad que el mundo cubre,
de do viene el temor que nos espanta,
y la medrosa forma en que se ofrece
aqnella que la noche nos encubre,
hasta que el sol descubre
su luz pura y hermosa,
tal es la tenebrosa
noche de tu partir, en que he quedado
de sombra y de temor atormentado,
hasta que muerte el tiempo determine
que a ver el deseado
sol de tu clara vista me encamine
Cual suele el ruiseñor con triste canto
quejarse, entre las hojas escondido,
del duro labrador, que cautamente
le despojó su caro y dulce nido
de los tiernos hijuelos, entre tanto
que del amado ramo estaba ausente,
y aquel dolor que siente
con diferencia tanta
por la dulce garganta
despide, y a su canto el aire suena,
y la callada noche no refrena
su lamentable oficio y sus querellas,
trayendo de su pena
al cielo por testigo y las estrellas,
desta manera suelto ya la rienda
a mi dolor, y así me quejo en vano
de la dureza de la muerte airada.
Ella en mi corazón metió la mano,
y de allí me llevó mi dulce prenda;
que aquel era su nido y su morada.
¡Ay muerte arrebatada!
Por ti me estoy quejando
al cielo y enojando
con importuno llanto al mundo todo:
el desigual dolor no sufre modo.
No me podrán quitar el dolorido
sentir, si ya del todo
primero no me quitan el sentido.
Tengo una parte aquí de tus cabellos,
Elisa, envueltos en un blanco paño,
que nunca de mi seno se me apartan;
descójolos, y de un dolor tamaño
enternecerme siento, que sobre ellos
nunca mis ojos de llorar se hartan.
Sin que de allí se partan.
con sospiros calientes,
mas que la llama ardientes,
los enjugo del llanto, y de consuno
casi los paso y cuento uno a uno;
juntándolos, con un cordón los ato.
Tras esto el importuno
dolor me deja descansar un rato.
Mas luego a la memoria se me ofrece
aquella noche tenebrosa, escura,
que tanto aflige esta ánima mesquina
con la memoria de mí desventura.
Verte presente agora me parece
en aquel duro trance de Lucina,
y aquella voz divina,
con cuyo son y acentos
a los airados vientos
pudieras amansar, que agora es muda,
me parece que oigo que a la cruda,
inesorable diosa demandabas
en aquel paso ayuda;
y tú, rústica diosa, ¿dónde estabas?
¿Íbate tanto en perseguir las fieras?
¿Íbate tanto en un pastor dormido?
¿Cosa pudo bastar a tal crueza,
que, conmovida y a compasión, oído
a los votos y lágrimas no dieras
por no ver hecha tierra tal belleza,
o no ver la tristeza
en que tu Nemoroso
queda, que su reposo
era seguir tu oficio, persiguiendo
las fieras por los montes, y ofreciendo
a tus sagradas aras los despojos?
¿Y tú, ingrata, riendo,
dejas morir mi bien ante los ojos?
Divina Elisa, pues agora el cielo
con inmortales pies pisas y mides,
y su mudanza ves, estando queda,
¿por qué de mi te olvidas y no pides
que se apresure el tiempo en que este velo
rompa del cuerpo, y verme libre pueda,
y en la tercera rueda
contigo mano a mano
busquemos otro llano,
busquemos otros montes y otros ríos,
otros valles floridos y sombríos,
donde descanse y siempre pueda verte
ante los ojos míos,
sin miedo y sobresalto de perderte?
Nunca pusieran fin al triste lloro
los pastores, ni fueran acabadas
las canciones que sólo el monte oía
si mirando las nubes coloradas,
al tramontar del sol bordadas de oro.
no vieran que era ya pasado el día.
La sombra se veía
venir corriendo apriesa
ya por la falda espesa
del altísimo monte, y recordando
ambos como de sueño, y acabando
el fugitivo sol, de luz escaso
su ganado llevando
se fueron recogiendo paso a paso.
ÉGLOGA SEGUNDA
ALBANIO
En medio del invierno está templada
el agua dulce desta clara fuente,
y en el verano más que nieve helada.
¡Oh claras ondas, cómo veo presente,
en viéndoos, la memoria de aquel día
de que el alma temblar y arder se siente!
En vuestra claridad vi mi alegría
oscurecerse toda y enturbiarse;
cuando os cobré perdí mi compañía.
A quién pudiera igual tormento darse,
que con lo que descansa otro afligido
venga mi corazón a atormentarse.
El dulce murmurar de este ruido,
el mover de los árboles al viento,
el suave olor del prado florecido.
podrían tornar, de enfermo y descontento,
cualquier pastor del mundo, alegre y sano;
yo sólo en tanto bien morir me siento.
¡Oh hermosura sobre el ser humano!
¡Oh claros ojos! ¡Oh cabellos de oro!
¡Oh cuello de marfil! ¡Oh blanca mano!
¿Cómo puede ora ser que en triste lloro
se convirtiese tan alegre vida,
y en tal pobreza todo mi tesoro?
Quiero mudar lugar, y a la partida
quizá me dejará parte del daño
que tiene el alma casi consumida.
¡Cuán vano imaginar, cuán claro engaño
es darme yo a entender que con partirme,
de mí se ha de partir un mal tamaño!
¡Ay miembros fatigados, y cuán firme
es el dolor que os cansa y enflaquece!
¡Oh si pudiese un rato aquí dormirme!
Al que velando el bien nunca se ofrece,
quizá que el sueño le dará durmiendo
algún placer, que presto desfallece;
en tus manos ¡oh sueño! me encomiendo.
SALICIO
¡Cuán bienaventurado
aquel puede llamarse
que con la dulce soledad se abraza,
y vive descuidado,
y lejos de empacharse
en lo que al alma impide y embaraza!
No ve la llena plaza,
ni la soberbia puerta
de los grandes señores,
ni los aduladores
a quien la hambre del favor despierta;
no le será forzoso
rogar, fingir, temer y estar quejoso.
A la sombra holgando
de un alto pino o robre,
o de alguna robusta y verde encina,
el ganado contando
de su manada pobre,
que por la verde selva se avecina,
plata cendrada y fina,
oro luciente y puro,
baja y vil le parece,
y tanto aborrece,
que aun no piensa que dello está seguro,
y como está en su seso,
rehuye la cerviz del grave peso.
Convida a dulce sueño
aquel manso ruido
del agua que la clara fuente envía,
y las aves sin dueño,
con canto no aprendido
hinchen el aire de dulce armonía;
háceles compañía,
a la sombra volando,
y entre varios olores
gustando tiernas flores,
la solicita abeja susurrando;
los árboles y el viento
al sueño ayudan con su movimiento.
¿Quién duerme aquí? ¿Dó está que no le veo?
¡Oh helo allí! Dichoso tú, que aflojas
la cuerda al pensamiento o al deseo.
¡Oh natura, cuán pocas obras cojas
en el mundo son hechas por tu mano!
Creciendo el bien, menguando las congojas,
el sueño diste al corazón humano
para que al despertar más se alegrase
del estado gozoso alegre y sano;
que, como si de nuevo le hallase,
hace aquel intervalo que ha pasado
que el nuevo gusto nunca al bien se pase.
Y al que de pensamiento fatigado
el sueño baña con licor piadoso,
curando el corazón despedazado.
aquel breve descanso, aquel reposo
basta con cobrar de nuevo aliento,
con que se pase el curso trabajoso.
Llegarme quiero cerca con buen tiento,
y ver, si de mi fuere conocido,
si es del número triste o del contento.
Albanio es este que está aquí dormido,
o yo conozco mal, Albanio es, cierto.
Duerme, garzón casado y afligido.
¡Por cuán mejor librado tengo un muerto
que acaba el curso de la vida humana
y es reducido a más seguro puerto,
que el que, viviendo acá, de vida ufana
y de estado gozoso, noble y alto,
es derrocado de fortuna insana!
Dicen que este mancebo dió un gran salto;
que de amorosos bienes fué abundante,
y agora es pobre, miserable y falto.
No sé la historia bien; mas quien delante
se halló al duelo me contó algún poco
del grave caso deste pobre amante.
ALBANIO
¿Es esto sueño, o ciertamente toco
la blanca mano? ¡Ah sueño! ¿estás burlando?
Yo estábate creyendo como loco.
¡Oh cuitado de mí! Tú vas volando
con prestas alas por la ebúrnea puerta;
yo quédome tendido aquí llorando.
¿No basta el grave mal en que despierta
el alma vive, o por mejor decillo,
está muriendo de una vida incierta?
SALICIO
Albanio, deja el llanto, que en oíllo me aflijo
ALBANIO
¿Quién presente está a mi duelo?
SALICIO
Aquí está quien te ayudará a sentillo.
ALBANIO
¿Aquí estás tú, Salicio? Gran consuelo
me fuera en cualquier mal tu compañía;
mas tengo en esto por contrario al cielo.
SALICIO
Parte de tu trabajo ya me había
contado Galafrón, que fué presente
en aqueste lugar el mismo dia;
mas no supo decir del acidente
la causa principal; bien que pensaba
que era mal que decir no se consiente;
y a la sazón en la ciudad yo estaba,
como tú sabes bien, aparejando
aquel largo camino que esperaba;
y esto que digo me contaron cuando
torné a volver; mas yo te ruego agora,
si esto no es enojoso que demando,
que particularmente el punto y hora,
la causa, el daño cuentes y el proceso;
que el mal comunicado se mejora
ALBANIO
Con un amigo tal verdad es eso,
cuando el mal sufre cura, mi Salicio;
mas éste ha penetrado hasta el hueso.
Verdad es que la vida y ejercicio
común, y el amistad que a ti me ayunta,
mandan que complacerte sea mi oficio;
mas ¿qué haré? que el alma ya barrunta,
que quiero renovar en la memoria
la herida mortal de aguda punta;
y póneme delante aquella gloria
pasada, y la presente desventura,
para espantarme de la horrible historia.
Por otra parte, pienso que es cordura
renovar tanto el mal que me atormenta,
que a morir venga de tristeza pura.
Y por esto, Salicio, entera cuenta
te daré de mi mal como pudiere,
aunque el alma rehuya y no consienta.
Quise bien, y querré mientras rigiere
aquestos miembros el espíritu mío,
aquella por quien muero, si muriere.
En este amor no entré por desvarío,
ni lo traté, como otros, con engaños,
ni fué por elección de mi albedrío.
Desde mis tiernos y primeros años
a aquella parte me inclinó mi estrella,
y a aquel fiero destino de mis daños.
Tu conociste bien una doncella,
de mi sangre y abuelos descendida,
más que la misma hermosura bella.
En su verde niñez, siendo ofrecida
por montes y por selvas a Diana,
ejercitaba allí su edad florida.
Yo, que desde la noche a la mañana
y del un sol al otro, sin cansarme,
seguía la caza con estudio y gana.
por deudo y ejercicio a conformarme
vine con ella en tal domestiqueza,
que della un punto no sabía apartarme.
Iba de un hora en otra la estrecheza
haciéndose mayor, acompañada
de un amor sano y lleno de pureza.
¿Qué montaña dejó de ser pisada
de nuestros pies? ¿Qué bosque o selva umbrosa
no fué de nuestra caza fatigada?
Siempre con mano larga y abundosa
con parte de la caza visitando
el sacro altar de nuestra santa diosa;
la colmilluda testa ora llevando
del puerco jabalí cerdoso y fiero,
del peligro pasado razonando;
ora clavando del ciervo ligero
en algún sacro pino los ganchosos
cuernos, con puro corazón sincero
tornábamos contentos y gozosos,
y al disponer de lo que nos quedaba,
jamás me acuerdo de quedar quejosos.
Cualquiera caza a entrambos agradaba;
pero la de las simples avecillas
menos trabajo y más placer nos daba.
En mostrando el aurora sus mejillas
de rosa, y sus cabellos de oro fino
humedeciendo ya las florecillas,
nosotros, yendo fuera de camino,
buscábamos un valle, el más secreto
y de conversación menos vecino;
aquí con una red de muy perfeto
verde tejida, aquel valle atajábamos
muy sin rumor, con paso muy quieto.
De dos árboles altos la colgábamos,
y habiéndonos un poco lejos ido,
hacia la red armada nos tornábamos,
y por lo más espeso y escondido,
los árboles y matas sacudiendo,
turbábamos el valle con ruido.
Zorzales, tordos, mirlas, que temiendo
delante de nosotros, espantados
del peligro menor, iban huyendo,
daban en el mayor, desatinados,
quedando en la sutil red engañosa
confusamente todos enredados.
Entonces era vellos una cosa
estraña y agradable, dando gritos,
y con voz lamentándose quejosa.
Algunos dellos, que eran infinitos,
su libertad buscaban revolando;
otros estaban míseros y aflitos.
Al fin las cuerdas de la red tirando,
llevábamosla juntos casi llena,
la caza a cuestas y la red cargando.
Cuando el húmido otoño ya refrena
del seco estío el gran calor ardiente,
y va faltando sombra a Filomena,
con otra caza desta diferente,
aunque también de vida ociosa y blanda,
pasábamos el tiempo alegremente.
Entonces siempre, como sabes, anda
de estorninos volando a cada parte
de acá y allá la espesa y negra banda.
Y cierto aquesto es cosa de contarte,
cómo con los que andaban por el viento
usábamos también de astucia y arte.
Uno vivo primero de aquel cuento
tomábamos, y en esto sin fatiga
era cumplido luego nuestro intento;
al pie del cual, un hilo, untado en liga,
atando, le soltábamos al punto
que vía volar aquella banda amiga.
Apenas era suelto, cuando junto
estaba con los otros y mesclado,
secutando el efeto de su asunto.
A cuantos era el hilo enmarañado
por alas o por pies o por cabeza,
todos venían al suelo mal su grado.
Andaban forcejando una gran pieza
a su pesar y a mucho placer nuestro;
que así de un mal ajeno bien se empieza.
Acuérdaseme agora que el siniestro
canto de la corneja y el agüero
para escaparse no le fué maestro.
Cuando una dellas, como es muy ligero,
a nuestras manos viva nos venía,
era ocasión de más de un prisionero.
La cual a un llano grande yo traía,
a do muchas cornejas andar juntas
o por el suelo o por el aire vía;
clavándola en la tierra por las puntas
estremas de las alas, sin rompellas,
seguíase lo que apenas tú barruntas.
Parecía que mirando a las estrellas,
clavada boca arriba en aquel suelo,
estaba a contemplar el curso dellas.
De allí nos alejábamos, y el cielo
rompía con gritos ella, y convocaba
de las cornejas el superno vuelo.
En un solo momento se ayuntaba
una gran muchedumbre apresurosa
a socorrer la que en el suelo estaba.
Cercábanla, y alguna, más piadosa
del mal ajeno de la compañera
que del suyo avisada y temerosa,
llegábase muy cerca, y la primera
que esto hacía, pagaba su inocencia
con prisión o con muerte lastimera.
Con tal fuerza la presa y tal violencia
se engarrafaba de la que venía,
que ya no se despidiera sin licencia.
Ya puedes ver cuán gran placer sería
ver, de una por soltarse y desasirse,
de otra por socorrerse, la porfía.
Al fin la fiera lucha a despartirse
venía por nuestra mano, y la cuitada
del bien hecho empezaba a arrepentirse.
¿Qué me dirás si con su mano alzada
haciendo la noturna centinela,
la grúa de nosotros fué engañada?
No aprovechaba al ánsar la cautela,
ni ser siempre sagaz descubridora
de noturnos engaños con su vela.
Ni al blanco cisne que en las aguas mora
por no morir como Faetón en fuego,
del cual el triste caso canta y llora.
Y tú, perdiz cuitada, ¿piensas luego
que en huyendo del techo estás segura?
En el campo turbamos tu sosiego.
A ningún ave o animal natura
dotó de tanta astucia que no fuese
vencido al fin de nuestra astucia pura.
Si por menudo de contarte hubiese
de aquesta vida cada partecilla,
temo que antes del fin anocheciese.
Basta saber que aquesta tan sencilla
y tan pura amistad, quiso mi hado
en diferente especie convertilla,
en un amor tan fuerte y tan sobrado,
y en un desasosiego no creíble,
tal, que no me conozco, de trocado.
El placer de miralla, con terrible
y fiero desear sentí mesclarse,
que siempre me llevaba a lo imposible.
La pena de su ausencia vi mudarse,
no en pena, no en congoja, en cruda muerte,
y en fuego eterno el alma atormentarse.
A aqueste estado en fin mi dura suerte
me trajo poco a poco, y no pensara
que contra mí pudiera ser más fuerte,
si con mi grave daño no probara
que, en comparación de ésta, aquella vida
cualquiera por descanso la juzgara.
Ser debe aquesta historia aborrecida
de tu orejas ya, que así atormenta
mi lengua y mi memoria entristecida.
Decir ya más no es bien que se consienta;
junto todo mi bien perdí en un hora,
y esta es la suma, en fin, de aquesta cuenta.
SALICIO
Albanio, si tu mal comunicaras
con otro, que pensaras que tu pena
juzgaba como ajena, o que este fuego
nunca probó, ni el juego peligroso
de que tú estás quejoso, yo confieso
que fuera bueno aqueso que hora haces;
mas si tú me deshaces con tus quejas.
¿por qué agora me dejas como a estraño,
sin dar de aqueste daño fin al cuento?
¿Piensas que tu tormento como nuevo
escucho, y que no pruebo, por mi suerte,
aquesta viva muerte en las entrañas?
Si no con todas mañas ni esperiencia
esta grave dolencia se desecha,
al menos aprovecha, yo te digo,
para que de un amigo que adolesca,
otro se condolesca, que ha llegado
de bien acuchillado a ser maestro.
Así que, pues te muestro abiertamente
que no estoy inocente destos males,
que aún traigo las señales de las llagas,
no es bien que tú te hagas tan esquivo;
que mientras estás vivo, ser podría
que por alguna vía te avisase,
y contigo llorase; que no es malo
tener al pie del palo quien se duela
del mal, y sin cautela te aconseje.
ALBANIO
Tú quieres que forceje y que contraste
con quien al fin no baste a derrocalle.
Amor quiere que calle; yo no puedo
mover el paso un dedo sin gran mengua.
El tiene de mi lengua el movimiento;
así que no me siento ser bastante.
SALICIO
¿Qué te pone delante que te impida
el descubrir tu vida al que aliviarte
del mal alguna parte cierto espera?
ALBANIO
Amor quiere que muera sin reparo;
y conociendo claro que bastaba
lo que yo descansaba en este llanto
contigo, a que entre tanto me aliviase,
y aquel tiempo probase a sostenerme;
por más presto perderme, como injusto,
me ha ya quitado el gusto que tenía
de echar la pena mía por la boca.
Así que ya no toca nada dello
a ti querer sabello, ni contallo
a quien sólo pasallo le conviene,
y muerte sólo por alivio tiene.
SALICIO
¿Quién es contra su ser tan inhumano,
que al enemigo entrega su despojo,
y pone su poder en otra mano?
¿Cómo, y no tienes ora algún enojo
de ver que amor tu misma lengua ataje,
o la desate por su solo antojo?
ALBANIO
Salicio amigo, cese este lenguaje;
cierra tu boca, y más aquí no la abras;
yo siento mi dolor, y tú mi ultraje.
¿Para qué son maníficas palabras?
¿Quién te hizo filósofo elocuente,
siendo pastor de ovejas y de cabras?
¡Oh cuitado de mí, cuán fácilmente
con espedida lengua y rigurosa
el sano da consejos al doliente!
SALICIO
No te aconsejo yo, ni digo cosa
para que debas tú por ella darme
respuesta tan aceda y tan odiosa.
Ruégote que tu mal quieras contarme,
porque dél pueda tanto entristecerme,
cuando suelo del bien tuyo alegrarme.
ALBANIO
Pues ya de ti no puedo defenderme,
yo tornaré a mi cuento cuando hayas
prometido una gracia concederme;
y es que en oyendo el fin luego te vayas
y me dejes llorar mi desventura
entre estos pinos solo y estas hayas.
SALICIO
Aunque pedir tú eso no es cordura,
yo seré dulce más que sano amigo,
y daré bien lugar a tu tristura.
ALBANIO
Hora, Salicio, escucha lo que digo;
y vos, ¡oh ninfas deste bosque umbroso,
a doquiera que estáis, estad conmigo!
Ya te conté el estado tan dichoso
a do me puso amor, si en él yo firme
pudiera sostenerme con reposo;
mas, como de callar y de encubrirme
de aquella por quien vivo me encendía,
llegué ya casi al punto de morirme,
mil veces ella preguntó qué había,
y me rogó que el mal le descubriese,
que mi rostro y color lo descubría.
Mas no acabó con cuanto me dijese,
que de mí a su pregunta otra respuesta
que un sospiro con lágrimas hubiese.
Aconteció que en una ardiente siesta,
viniendo de la caza fatigados,
en el mejor lugar desta floresta,
que es este donde estamos asentados,
a la sombra de un árbol aflojamos
las cuerdas de los arcos trabajados.
En aquel prado allí nos reclinamos,
y del céfiro fresco recogiendo
el agradable espíritu, respiramos.
Las flores a los ojos ofreciendo
diversidad estraña de pintura,
diversamente así estaban oliendo.
Y en medio aquesta fuente clara y pura,
que como de cristal resplandecía,
mostrando abiertamente su hondura,
el arena, que de oro parecía,
de blancas pedrezuelas variada,
por do manaba el agua, se bullía.
En derredor ni sola una pisada
de fiera o de pastor o de ganado
a la sazón estaba señalada.
Después que con el agua resfriado
hubimos el calor, y juntamente
la sed de todo punto mitigado,
ella, que con cuidado diligente
a conocer mi mal tenía el intento,
y a escudriñar el ánimo doliente,
con nuevo ruego y firme juramento
me conjuró y rogó que le contase
la causa de mi grave pensamiento;
y si era amor, que no me recelase
de hacelle mi caso manifiesto,
y demostralle aquella que yo amase,
que me juraba que también en esto
el verdadero amor que me tenía
con pura voluntad estaba presto.
Yo, que tanto callar ya no podía,
y claro descubrir menos osaba
lo que el alma triste se sentía,
le dije que en aquella fuente clara
vería de aquella que yo tanto amaba
abiertamente la hermosa cara.
Ella, que ver aquésta deseaba,
con menos diligencia discurriendo
de aquella con que el paso apresuraba,
a la pura fontana fué corriendo,
y en viendo el agua, toda fué alterada,
en ella su figura sola viendo.
Y no de otra manera, arrebatada,
del agua rehuyó, que si estuviera
de la rabiosa enfermedad tocada.
Y sin mirarme, desdeñosa y fiera,
no sé qué allá entre dientes murmurando,
me dejó aquí, y aquí quiere que muera.
Quedé yo triste y solo allí, culpando
mi temeraria osar, mi desvarío,
la pérdida del bien considerando.
Creció de tal manera el dolor mío,
y de mi loco error el desconsuelo,
que hice de mis lágrimas un río.
Fijos los ojos en el alto cielo,
estuve boca arriba una gran pieza
tendido, sin mudarme en este suelo.
Y como de un dolor otro se empieza,
el largo llanto, el desvanecimiento,
el vano imaginar de la cabeza,
de mi gran culpa aquel remordimiento,
verme del todo al fin sin esperanza,
me trastornaron casi el sentimiento.
Cómo deste lugar hice mudanza
no sé, ni quién de aquí me condujese
al triste albergo y a mi pobre estanza.
Sé que tornando en mí, como estuviese
sin comer y dormir bien cuatro días,
y sin que el cuerpo de un lugar moviese,
las ya desamparadas vacas mías
por otro tanto tiempo no gustaron
las verdes hierbas ni las aguas frías.
Los pequeños hijuelos, que hallaron
las tetas secas ya de las hambrientas
madres, bramando al cielo se quejaron.
Las selvas, a su voz también atentas,
bramando pareció que respondían,
condolidas del daño y descontentas.
Aquestas cosas nada se movían,
antes con mi llorar hacía espantados
todos cuantos a verme allí venían.
Vinieron los pastores de ganados,
vinieron de los sotos los vaqueros,
para ser de mi mal de mí informados.
Y todos con los gestos lastimeros
me preguntaban cuáles habían sido
los acidentes de mi mal primeros.
A los cuales, en tierra yo tendido,
ninguna otra respuesta dar sabía,
rompiendo con sollozos mi gemido,
sino de rato en rato les decía:
“Vosotros, los de Tajo, en su ribera,
cantaréis la mi muerte cada día.
Este descanso llevaré aunque muera,
que cada día cantaréis mi muerte
vosotros, los de Tajo, en su ribera.”
La quinta noche, en fin, mi cruda suerte,
queriéndome llevar do se rompiese
aquesta tela de la vida fuerte,
hizo que de mi choza me saliese
por el silencio de la noche escura
a buscar un lugar donde muriese.
Y caminando por do mi ventura
y mis enfermos pies me condujeron,
llegué a un barranco de muy gran altura.
Luego mis ojos lo reconocieron,
que pende sobre el agua, y su cimiento
las ondas poco a poco le comieron.
Al pie de un olmo hice allí mi asiento;
y acuérdome que ya con ella estuve
pasando allí la siesta al fresco viento.
En aquesta memoria me detuve,
como si aquesta fuera medicina
de mi furor y cuanto mal sostuve.
Denunciaba el aurora ya vecina
la venida del sol resplandeciente,
a quien la tierra, a quien la mar se inclina.
Entonces, como cuando el cisne siente
el ansia postrimera que le aqueja,
y tienta el cuerpo mísero y doliente,
con triste y lamentable son se queja,
y se despide con funesto canto
del espíritu vital que dél se aleja;
así, aquejado yo de dolor tanto,
que el alma abandonaba ya la humana
carne, solté la rienda al triste llanto.
“¡Oh fiera, dije, más que tigre hircana
y más sorda a mis quejas que el rúido
embravecido de la mar insana!
”Heme entregado, heme aquí rendido,
he aquí que vences; toma los despojos
de un cuerpo miserable y afligido.
”Yo pondré fin del todo a tus enojos,
ya no te ofenderé mi rostro triste,
mi temerosa voz y húmidos ojos.
”Quizá tú, que en mi vida no moviste
el paso a consolarme en tal estado,
ni tu dureza cruda enterneciste,
”viendo mi cuerpo aquí desamparado,
vendrás a arrepentirte y lastimarte;
mas tu socorro tarde habrá llegado.
”¿Cómo pudiste tan presto olvidarte
de aquel tan luengo amor, y de sus ciegos
nudos en sola un hora desligarte?
”¿No se te acuerda de los dulces juegos
ya de nuestra niñez, que fueron leña
destos dañosos y encendidos fuegos,
”cuando la encina desta espesa breña
de sus bellotas dulces despojaba,
que íbamos a comer sobre esta peña?
”¿Quién las castañas tiernas derrocaba
del árbol al subir dificultoso?
¿Quién en su limpia falda las llevaba?
”¿Cuándo en valle florido, espeso, umbroso
metí jamás el pie, que dél no fuese
cargado a ti de flores y oloroso?
”Jurábasme, si ausente yo estuviese,
que ni el agua sabor, ni olor la rosa,
ni el prado hierba para ti tuviese.
”¿A quién me quejo, que no escucha cosa
de cuantas digo, quien debería escucharme?
Eco sola me muestra ser piadosa;
”respondiéndome prueba conhortarme,
como quien probó mal tan importuno;
mas no quiere mostrarme y consolarme.
”¡Oh dioses! si allá juntos de consuno
de los amantes el cuidado os toca;
¡oh tú sólo! si toca a solo uno,
”recibid las palabras que la boca
echa con la doliente ánima fuera,
antes que el cuerpo torne en tierra poca.
”¡Oh náyades, de aquesta mi ribera
corriente moradoras! ¡Oh napeas,
guarda del verde bosque verdadera!
“Alce una de vosotras, blancas deas,
del agua su cabeza rubia un poco;
¡así, ninfa, jamás en tal te veas!
”Podré decir que con mis quejas toco
las divinas orejas, no pudiendo
las humanas tocar, cuerdo ni loco.
”¡Oh hermosas oréades, que teniendo
el gobierno de selvas y montañas,
a caza andáis por ellas discurriendo!
”Dejad de perseguir las alimañas;
venid a ver un hombre perseguido,
a quien ni valen fuerzas ya ni mañas.
”¡Oh dríades, de amor hermoso nido,
dulces y graciosísimas doncellas,
que a la tarde salís de lo escondido,
”con los cabellos rubios, que las bellas
espaldas dejan de oro cobijadas,
parad mientes un rato a mis querellas!
”Y si con mi ventura conjuradas
no estáis, haced que sean las ocasiones
de mi muerte aquí siempre celebradas.
”¡Oh lobos, oh osos, que, por los rincones
destas fieras cavernas escondidos,
estáis oyendo agora mis razones!
“Quedáos adiós, que ya vuestros oídos
de mi zampoña fueron halagados,
y alguna vez de amor enternecidos.
”Adiós, montañas; adiós, verdes prados;
adiós, corrientes ríos espumosos;
vivid sin mí con siglos prolongados:
”y mientras en el curso presurosos
iréis al mar a dalle su tributo,
corriendo por los valles pedregosos,
”haced que aquí se muestre triste luto
por quien, viviendo alegre, os alegraba
con agradable son y viso enjuto.
”Por quien aquí sus vacas abrevaba,
por quien, ramos de lauro entretejiendo,
aquí sus fuertes toros coronaba.”
Estas palabras tales en diciendo,
en pie me alcé por dar ya fin al duro
dolor que en vida estaba padeciendo.
Y por el paso en que me ves te juro
que ya me iba a arrojar de do te cuento,
con paso largo y corazón seguro,
cuando una fuerza súbita de viento
vino con tal furor, que de una sierra
pudiera remover el firme asiento.
De espaldas, como atónito, en la tierra,
desde ha gran rato me hallé tendido;
que así se halla siempre aquel que yerra.
Con más sano discurso en mi sentido,
comencé de culpar el presupuesto
y temerario error que había seguido,
en querer dar con triste muerte al resto
de questa breve vida fin amargo,
no siendo por los hados aún dispuesto.
De allí me fui con corazón más largo
para esperar la muerte, cuando venga
a relevarme deste grave cargo.
Bien has ya visto cuánto me convenga,
que pues buscalla a mí no se consiente,
ella en buscarme a mí no se detenga.
Contado te he la causa, el acidente,
el daño y el proceso todo entero;
cúmpleme tu promesa prestamente.
Y si mi amigo, cierto y verdadero
eres, como yo pienso, ¡vete agora!
no estorbes un dolor acerbo y fiero
al afligido y triste cuando llora.
SALICIO
Tratara de una parte
que agora sólo siento,
si no pensaras que era dar consuelo.
Quisiera preguntarte
cómo tu pensamiento
se derribó tan presto en ese suelo,
o se cubrió de un velo,
para que no mirase
que quien tan luengamente
amó, no se consiente
que tan presto del todo te olvidase.
¿Qué sabes si ella agora
juntamente su mal y el tuyo llora?
ALBANIO
Cese ya el artificio
de la maestra mano;
no me hagas pasar tan grave pena.
Harásme tú, Salicio,
ir do nunca pie humano
estampó su pisada en el arena.
Ella está tan ajena
de estar desa manera
como tú de pensallo,
aunque quieres mostrado
con razón aparente a verdadera.
Ejercita aquí el arte
a solas, que yo voyme en otra parte.
SALICIO
No es tiempo de curalle,
hasta que menos tema
la cura del maestro y su crueza.
Sólo quiero dejalle;
que aún está el apostema
intratable, a mi ver, por su dureza.
Quebrante la braveza.
del pecho empedernido
con largo y tierno llanto;
iréme yo entretanto
a requerir de un ruiseñor el nido,
que está en un alta encina,
y estará presto en manos de Gravina.
CAMILA
Si desta tierra no he perdido el tino,
por aquí el corzo vino que ha traído,
después que fué herido, atrás el viento.
¿Qué recio movimiento en la corrida
lleva, de tal herida lastimado?
En el sinistro lado soterrada
la flecha enherbolada va mostrando,
las plumas blanqueando solas fuera.
Y háceme que muera con buscalle.
No pasó deste valle; aquí está cierto,
y por ventura muerto. ¡Quién me diese
alguno que siguiese el rastro agora,
mientras la ardiente hora de la siesta
en aquella floresta yo descanso!
¡Ay viento fresco y manso y amoroso,
almo, dulce, sabroso! Esfuerza, esfuerza
tu soplo, y esta fuerza tan caliente
del alto sol ardiente hora quebranta;
que ya la tierna planta, del pie mío
anda a buscar el frío desta hierba.
A los hombres reserva tú, Diana,
en esta siesta insana tu ejercicio:
por agora tu oficio desamparo,
que me ha costado caro en este día.
¡Ay dulce fuente mía, y de cuán alto
con sólo un sobresalto me arrojaste!
¿Sabes qué me quitaste, fuente clara?
Los ojos de la cara, que no quiero
menos un compañero que yo amaba;
mas no como él pensaba. Dios ya quiera
que antes Camila muera que padesca
culpa por do meresca ser echada
de la selva sagrada de Diana.
¡Oh cuán de mala gana mi memoria
renueva aquesta historia! Mas la culpa
ajena me desculpa; que si fuera
yo la causa primera desta ausencia,
yo diera la sentencia en mi contrario.
El fué muy voluntario y sin respeto.
y aquí donde me hallo recrearme.
Aquí quiero acostarme, y en cayendo
la siesta iré siguiendo mi corcillo,
que yo me maravillo ya y me espanto
cómo con tal herida huyó tanto.
ALBANIO
Si mi turbada vista no me miente,
paréceme que vi entre rama y rama
una ninfa llegar a aquella fuente.
Quiero llegar allá; quizá, si ella ama,
me dirá alguna cosa con que engañe
con algún falso alivio aquesta llama.
Y no se me da nada que desbañe
mi alma, si es contrario lo que creo;
que a quien no espera bien no hay mal que dañe.
¡Oh santos dioses! ¿Qué es esto que veo?
¿Es error de fantasma convertida
en forma de mi amor y mi deseo?
Camila es esta que está aquí dormida;
no puede de otra ser su hermosura;
la razón está clara y conocida:
una obra sola quiso la natura
hacer como ésta, y rompió luego apriesa
la estampa do fué hecha tal figura.
¿Quién podrá luego de su forma espresa
el traslado sacar, si la maestra
misma no basta, y ella lo confiesa?
Mas ya que es cierto el bien que a mí se muestra
¿cómo podré llegar a despertalla,
temiendo yo la luz que a ella me adiestra?
¿Si solamente de poder tocalla
perdiese el miedo yo? ¿Mas si despierta?…
Si despierta, tenella y no soltalla,
Esta osadía, temo que no es cierta.
Mas ¿qué me puede hacer? Quiero llegarme.
En fin, ella está agora como muerta.
Cabe ella por lo menos asentarme
bien puedo; mas no ya como solía.
¡Oh mano poderosa de matarme!
¿Viste cuánto tu fuerza en mí podía?
¿Por qué para sanarme no la pruebas?
Que tu poder a todo bastaría.
CAMILA
Socórreme, Diana.
ALBANIO
No te muevas,
que no te he de soltar; escucha un poco.
CAMILA
¿Quién me dijera, Albanio, tales nuevas?
Ninfas del verde bosque, a vos invoco,
a vos pido socorro desta fuerza.
¿Qué es esto, Albanio? Dime si estás loco.
ALBANIO
Locura debe ser la que me fuerza
a querer más que el alma y que la vida
a la que a aborrecerme así se esfuerza.
CAMILA
Yo debo ser de ti la aborrecida,
pues me quieres tratar de tal manera,
siendo tuya la culpa conocida.
ALBANIO
¿Yo culpa contra ti? Si la primera
no está por cometer, Camila mía,
en tu disgracia y disfavor yo muera.
CAMILA
¿Tú no violaste nuestra compañía,
queriéndola torcer por el camino
que de la vida honesta se desvía?
ALBANIO
¿Cómo de sola un hora el desatino
ha de perder mil años de servicio,
si el arrepentimiento tras él vino?
CAMILA
Aqueste es de los hombres el oficio
tentar el mal, y si es malo el suceso,
pedir con humildad perdón del vicio.
ALBANIO
¿Qué tenté yo, Camila?
CAMILA
Bueno es eso.
Esta fuente lo diga, que ha quedado
por un testigo de tu mal proceso.
ALBANIO
Si puede ser mi yerro castigado
con muerte, con deshonra o con tormento,
vesme aquí, estoy a todo aparejado.
CAMILA
Suéltame ya la mano, que el aliento
me falta de congoja.
ALBANIO
He muy gran miedo
que te me irás, que corres más que el viento.
CAMILA
No estoy como solía, que no puedo
moverme ya, de mal ejercitada.
Suelta, que casi me mas quebrado un dedo.
ALBANIO
¿Estarás, si te suelto, sosegada,
mientras con razón claro yo te muestro
que fuiste sin razón de mí enojada?
CAMILA
Eres tú de razones gran maestro.
Suelta, que si estaré.
ALBANIO
Primero jura
por la primera fe del amor nuestro.
CAMILA
Yo juro por la ley sincera y pura
de la amistad pasada, de sentarme,
y de escuchar tus quejas muy segura.
¡Cuál me tienes la mano, de apretarme
con esa dura mano, descreído!
ALBANIO
¡Cuál me tienes el alma de dejarme!
CAMILA
Mi prendedero de oro ¡si es perdido!
¡Oh cuitada de mí! Mi prendedero
desde aquel valle aquí se me ha caído.
ALBANIO
Mira no se cayese allá primero,
antes de aqueste al Val de la Hortiga.
CAMILA
Doquier que se perdió, buscallo quiero.
ALBANIO
Yo iré a buscallo, escusa esa fatiga;
que no puedo sufrir que aquesta arena
abrase el blanco pie de mi enemiga.
CAMILA
Pues ya quieres tomar por mí esta pena,
derecho ve primero a aquellas hayas;
que allí estuve yo echada una hora buena.
ALBANIO
Ya voy; mas entre tanto no te vayas.
CAMILA
Seguro vé, que antes verás mi muerte
que tú me cobres ni a tus manos hayas.
ALBANIO
¡Ah ninfa desleal! Y ¿desa suerte
se guarda el juramento que me diste?
¡Ah condición de vida dura y fuerte!
¡Oh falso amor, de nuevo me heciste
revivir con un poco de esperanza!
¡Oh modo de matar penoso y triste!
¡Oh muerte llena de mortal tardanza!
Por ti podré llamar injusto el cielo,
injusta su medida y su balanza.
Recibe tú, terreno y duro suelo,
este rebelde cuerpo, que detiene
del alma el espedido y leve vuelo.
Yo me daré la muerte, y aun si viene
alguno a resistirme… ¿A resistirme?
El verá que a su vida no conviene.
¿No puedo yo morir, no puedo irme
por aquí, por allí, por do quisiere,
desnudo espirtu o carne y hueso firme?
SALICIO
Escucha, que algún mal hacerse quiere,
o cierto tiene trastornado el seso.
ALBANIO
Aquí tuviese yo quien mal me quiere.
Descargado me siento de un gran peso;
paréceme que vuelo, despreciando
monte, choza, ganado, leche y queso.
¿No son aquestos pies? Con ellos ando.
Ya caigo en ello, el cuerpo se me ha ido;
sólo el espirtu es éste que hora mando.
¿Hale hurtado alguno o escondido
mientras mirando estaba yo otra cosa?
¿O si quedó por caso allí dormido?
Una figura de color de rosa estaba
allí durmiendo; ¿si es aquélla
mi cuerpo? No, que aquélla es muy hermosa.
NEMOROSO
Gentil cabeza; no daría por ella
yo para mi traer solo un cornado.
ALBANIO
¿A quién iré del hurto a dar querella?
SALICIO
Estraño ejemplo es ver en qué ha parado
este gentil mancebo, Nemoroso;
¡Y a nosotros que le hemos más tratado,
manso, cuerdo, agradable, virtuoso,
sufrido, conversable, buen amigo,
y con un alto ingenio, gran reposo!
ALBANIO
Yo podré poco, o hallaré testigo
de quién hurtó mi cuerpo; aunque esté ausente,
yo le perseguiré como enemigo.
¿Sabrásme decir dél, mi clara fuente?
Dímelo, si lo sabes; así Febo
nunca tus frescas ondas escaliente.
Allá dentro en lo fondo está un mancebo
de laurel coronado, y en la mano
un palo propio, como yo, de acebo.
Hola, ¿quién está allá? Responde, hermano.
¡Válgame Dios! O tú eres sordo o mudo,
o enemigo mortal del trato humano.
Espirtu soy, de carne ya desnudo,
que busco el cuerpo mío, que me ha hurtado
algún ladrón malvado, injusto y crudo.
Callar que callarás. ¿Hasme escuchado?
¡Oh santo Dios! Mi cuerpo mismo veo,
o yo tengo el sentido trastornado.
¡Oh cuerpo! Hete hallado, y no lo creo;
tanto sin ti me hallo descontento.
Pon fin ya a tu destierro y mi deseo.
NEMOROSO
Sospecho que el continuo pensamiento
que tuvo de morir antes de agora
le representa aqueste apartamiento.
SALICIO
Como del que velando siempre llora,
quedan durmiendo las especies llenas
del dolor que en el alma triste mora.
ALBANIO
Si no estás en cadenas, sal ya fuera
a darme verdadera forma de hombre,
que agora sólo el nombre me ha quedado.
Y si no estás forzado en ese suelo,
dímelo; que si al cielo que me oyere,
con quejas no moviere y llanto tierno,
convocaré el infierno y reino escuro,
y romperé su muro de diamante,
como hizo el amante blandamente
por la consorte ausente, que cantando
estuvo halagando las culebras
de las hermanas negras mal peinadas.
NEMOROSO
¡De cuán desvariadas opiniones
saca buenas razones el cuitado!
SALICIO
El curso acostumbrado del ingenio,
aunque le falte el genio que lo mueva,
con la fuga que lleva, corre un poco;
y aunque éste está hora loco, no por eso
ha de dar al travieso su sentido,
en todo, habiendo sido cual tú sabes.
NEMOROSO
No más, no me lo alabes, que por cierto,
de vello como muerto estoy llorando.
ALBANIO
Estaba contemplando qué tormento
en este apartamiento. A lo que pienso
no nos aparta inmenso mar airado,
no torres de fosado rodeadas,
no montañas cerradas y sin vía,
no ajena compañía, dulce y cara;
un poco de agua clara nos detiene;
por ella no conviene lo que entramos
con ansia deseamos; porque al punto
que a ti me acerco y junto, no te apartas;
antes nunca te hartas de mirarme,
y de sinificarme en tu meneo
que tienes gran deseo de juntarte
con esta media parte. Daca, hermano,
échame acá esa mano, y como buenos
amigos a lo menos nos juntemos,
y aquí nos abracemos. Ah ¿burlaste?
¿Así te me escapaste? Yo te digo
que no es obra de amigo hacer eso.
¿Quedo yo, don Travieso, remojado,
y tú estás enojado? ¡Cuán apriesa
mueves ¿qué cosa es esa? tu figura!
¿Aún esa desventura me quedaba?
Ya yo me consolaba en ver serena
tu imagen, y tan buena y amorosa.
No hay bien ni alegre cosa ya que dure.
NEMOROSO
A lo menos que cure tu cabeza.
SALICIO
Salgamos, que ya empieza un furor nuevo.
ALBANIO
¡Oh Dios! ¿Por qué no pruebo a echarme dentro
hasta llegar al centro de la fuente?
SALICIO
¿Qué es esto, Albanio? Tente.
ALBANIO
¡Oh manifiesto
ladrón! Mas ¿qué es aquesto? Y ¿es muy bueno
vestiros de lo ajeno, y ante el dueño,
como si fuese un leño sin sentido,
venir muy revestido de mi carne?
Yo haré que descarne esa alma osada
aquesta mano airada.
SALICIO
Está quedo.
Llega tú, que no puedo detenelle.
NEMOROSO
Pues ¿qué quieres hacelle?
SALICIO
¿Yo? dejalle,
si desenclavijalle yo acabase
la mano, a que escapase mi garganta.
NEMOROSO
No tiene fuerza tanta; sólo puedes
hacer lo que tú debes a quien eres.
SALICIO
¡Qué tiempo de placeres y de burlas!
¿Con la vida te burlas, Nemoroso?
Ven ya, no estés donoso.
NEMOROSO
Luego vengo,
en cuanto me detengo yo aquí un poco.
Veré cómo de un loco te desatas.
SALICIO
¡Ay!, paso, que me matas.
ALBANIO
Aunque mueras…
NEMOROSO
Ya aquello va de veras. Suelta, loco.
ALBANIO
Déjame estar un poco, que ya acabo.
NEMOROSO
Suelta ya.
ALBANIO
¿Qué te hago?
NEMOROSO
¿A mí? No, nada.
ALBANIO
Pues vete tu jornada, y nunca entiendas,
en ajenas contiendas.
SALICIO
¡Ah furioso!
Afierra, Nemoroso, tenle fuerte.
Yo te daré la muerte, don Perdido.
Ténmele tú tendido mientras lo ato;
probemos así un rato a castigallo.
Quizá con espantado habrá algún miedo.
ALBANIO
Señores, si estoy quedo ¿dejaréisme?
SALICIO
ALBANIO
¡Pues qué! ¿mataréisme?
SALICIO
Sí.
ALBANIO
¿Sin falta?
Mira cuánto más alta aquella sierra
está que la otra tierra.
NEMOROSO
Bueno es esto.
El olvidará presto la braveza.
SALICIO
Calla, que así se aveza a tener seso.
ALBANIO
¿Cómo? ¡Azotado y preso!
SALICIO
Calla, escucha.
ALBANIO
Negra fué aquella lucha que contigo
hice, que tal castigo dan tus manos.
¿No éramos como hermanos de primero?
NEMOROSO
Albanio, compañero, calla agora,
y duerme aquí algún hora, y no te muevas.
ALBANIO
¿Sabes algunas nuevas de mí?
SALICIO
ALBANIO
Paso, que duermo un poco.
SALICIO
¿Duermes, cierto?
ALBANIO
¿No me ves como un muerto? Pues ¿qué hago?
SALICIO
Éste te dará el pago, si despiertas,
en esas carnes muertas, te prometo.
NEMOROSO
Algo está más quieto y reposado
que hasta aquí. ¿Qué dices tú, Salicio?
¿Parécete que puede ser curado?
SALICIO
En procurar cualquiera beneficio
a la vida y salud de un tal amigo
haremos el debido y justo oficio.
NEMOROSO
Escucha, pues, un poco lo que digo,
y contaré una estraña y nueva cosa,
de que yo fui la parte y el testigo.
En la ribera verde y deleitosa
del sacro Tormes, dulce y claro río,
hay una vega grande y espaciosa,
verde en el medio del invierno frío,
en el otoño verde y primavera,
verde en la fuerza del ardiente estío.
Levántase al fin della una ladera
con proporción graciosa en el altura,
que sojuzga la vega y la ribera.
Allí está sobrepuesta la espesura
de las hermosas torres, levantadas
al cielo con estraña hermosura.
No tanto por la fábrica estimadas,
aunque estraña labor allí se vea,
cuanto de sus señores ensalzadas.
Allí se halla lo que se desea:
virtud, linaje, haber y todo cuanto
bien de natura o de fortuna sea.
Un hombre mora allí de ingenio tanto,
que toda la ribera adonde él vino
nunca se harta de escuchar su canto.
Nacido fué en el campo placentino,
que con estrago y destruición romana
en el antiguo tiempo fué sanguino,
y en éste, con la propria, la inhumana
furia infernal, por otro nombre guerra
lo tiñe, y lo arruina y lo profana.
El, viendo aquesto, abandonó su tierra,
por ser más del reposo compañero,
que de la patria que el furor atierra.
Llevóle a aquella parte el buen agüero,
de aquella tierra de Alba tan nombrada,
que este es el nombre della, y dél Severo.
A aquéste, Febo no le escondió nada;
antes de piedras, hierbas y animales
diz que le fué noticia entera dada.
Éste, cuando le place, a los caudales
ríos el curso presuroso enfrena
con fuerza de palabras y señales.
La negra tempestad en muy serena
y clara luz convierte, y aquel día,
si quiere revolvello, el mundo atruena.
La luna de allá arriba bajaría
si al son de las palabras no impidiese
el son del carro que la mueve y guía.
Temo que si decirte presumiese
de su saber la fuerza con loores,
que en lugar de alaballo, lo ofendiese.
Mas no te callaré que los amores
con un tan eficaz remedio cura,
cuanto conviene a tristes amadores.
En un punto remueve la tristura,
convierte en odio aquel amor insano,
y restituye el alma a su natura.
No te sabré decir, Salicio hermano,
la orden de mi cura y la manera;
mas sé que me partí dél libre y sano.
Acuérdaseme bien que en la ribera
de Tormes lo hallé solo cantando,
tan dulce, que a una piedra enterneciera.
Como cerca me vido, adivinando
la causa y la razón de mi venida,
suspenso un rato estuvo allí callando;
y luego con voz clara y espedida
soltó la rienda al verso numeroso
en alabanzas de la libre vida.
Yo estaba embebecido y vergonzoso;
atento al son, y viéndome del todo
fuera de libertad y de reposo,
no sé decir sino que, en fin, de modo
aplicó a mi dolor la medicina,
que el mal desarraigó de todo en todo.
Quedé yo entonces como quien camina
de noche por caminos enriscados,
sin ver dónde la senda o paso inclina,
mas venida la luz, y contemplados,
del peligro pasado nace un miedo,
que deja los cabellos erizados.
Así estaba mirando atento y quedo
aquel peligro yo que atrás dejaba,
que nunca sin temor pensallo puedo.
Tras esto luego se me presentaba
sin antojos delante, la vileza
de lo que antes ardiendo deseaba.
Así curó mi mal con tal destreza
el sabio viejo, como te he contado,
que volvió el alma a su naturaleza,
y soltó el corazón aherrojado.
SALICIO
¡Oh gran saber! ¡Oh viejo frutuoso!
que el perdido reposo al alma vuelve,
y lo que la revuelve y lleva a tierra,
del corazón destierra encontinente.
Con esto solamente que contaste,
así lo reputaste acá conmigo,
que sin otro testigo, a desealle
ver presente y hablalle me levantas.
NEMOROSO
¿Desto poco te espantas tú, Salicio?
De más te daré indicio manifiesto,
si no te soy molesto y enojoso.
SALICIO
¿Qué es esto, Nemoroso, y qué cosa
puede ser tan sabrosa en otra parte
a mi, como escucharte? No la siento;
cuanto más este cuento de Severo;
dímelo por entero, por tu vida,
pues no hay quien nos impida ni embarace.
Nuestro ganado pace, el viento espira,
Filomena sospira en dulce canto,
y en amoroso llanto se amancilla;
gime la tortolilla sobre el olmo,
preséntanos a colmo el prado flores,
y esmalta en mil colores su verdura;
la fuente clara y pura murmurando
nos está convidando a dulce trato.
NEMOROSO
Escucha, pues, un rato, y diré cosas
estrañas y espantosas poco a poco.
Ninfas, a vos invoco; verdes faunos,
sátiros y silvanos, soltad todos
mi lengua en dulces modos y sutiles:
que ni los pastoriles ni el avena
ni la zampoña suena como quiero.
Este vuestro Severo pudo tanto
con el suave canto y dulce lira,
que, revueltos en ira y torbellino,
en medio del camino se pararon
los vientos, y escucharon muy atentos
la voz y los acentos, muy bastantes
a que los repunantes y contrarios
hiciesen voluntarios y conformes.
A aqueste el viejo Tormes como a hijo
lo metió al escondrijo de su fuente,
de do va su corriente comenzada.
Mostróle una labrada y cristalina
urna, donde él reclina el diestro lado;
y en ella vió entallado y esculpido
lo que antes de haber sido, el sacro viejo
por divino consejo puso en arte,
labrado a cada parte, las estrañas
virtudes y hazañas de los hombres
que con sus claros nombres ilustraron
cuanto señorearon de aquel río.
Estaba con un brío desdeñoso,
con pecho corajoso, aquel valiente
que contra un rey potente y de gran seso,
que el viejo padre preso le tenía,
cruda guerra movía, despertando
su ilustre y claro bando al ejercicio
de aquel piadoso oficio. A aqueste junto
la gran labor al punto señalaba
al hijo, que mostraba acá en la tierra
ser otro Marte en la guerra, en corte Febo.
Mostrábase mancebo en las señales
del rostro, que eran tales, que esperanza
y cierta confianza claro daban
a cuantos le miraban, que él sería
en quien se informaría un ser divino.
Al campo sarracino en tiernos años
daba con grandes daños a sentillo;
que, como fué caudillo del cristiano,
ejercitó la mano y el maduro
seso y aquel seguro y firme pecho.
En otra parte, hecho ya más hombre,
con más ilustre nombre, los arneses
de los fieros franceses abollaba.
Junto tras esto estaba figurado
con el arnés manchado de otra sangre,
sosteniendo la hambre en el asedio,
siendo él solo remedio del combate,
que con fiero rebate y con ruido
por el muro batido le ofrecían.
Tantos, al fin, morían por su espada,
a tantos la jornada puso espanto,
que no hay labor que tanto notifique
cuanto el fiero Fadrique de Toledo
puso terror y miedo al enemigo.
Tras aqueste que digo se veía
el hijo don García, que en el mundo
sin par y sin segundo solo fuera,
si hijo no tuviera. ¿Quién mirara
de su hermosa cara el rayo ardiente,
quién su resplandeciente y clara vista,
que no diera por vista su grandeza?
Estaban de crueza fiera armadas
las tres inicas hadas, cruda guerra
haciendo allí a la tierra con quitalle
a éste, que en alcanzalle fué dichosa.
¡Oh patria lagrimosa, y cómo vuelves
los ojos a los Gelves, sospirando!
El está ejercitando el duro oficio,
y con tal artificio la pintura
mostraba su figura, que dijeras,
si pintado le vieras, que hablaba.
El arena quemaba, el sol ardía,
la gente se caía medio muerta;
él solo con despierta vigilanza
dañaba la tardanza floja, inerte,
y alababa la muerte gloriosa.
Luego la polvorosa muchedumbre
gritando a su costumbre le cercaba;
mas el que se llegaba al fiero mozo,
llevaba con destrozo y con tormento
del loco atrevimiento el justo pago.
Unos en bruto lago de su sangre,
cortado ya el estambre de la vida,
la cabeza partida revolcaban;
otros claro mostraban espirando,
de fuera palpitando las entrañas,
por las fieras y estrañas cuchilladas
de aquella mano dadas. Mas el hado
acerbo, triste, airado, fué venido;
y al fin él, confundido de alboroto,
atravesado y roto de mil hierros,
pidiendo de sus yerros venia al cielo,
puso en el duro suelo la hermosa
cara, como la rosa matutina,
cuando ya el sol declina al mediodía,
que pierde su alegría, y marchitando
va la color mudándo; o en el campo
cual queda el lirio blanco, que el arado
crudamente cortado al pasar deja,
del cual aun no se aleja presuroso
aquel color hermoso, o se destierra;
mas ya la madre tierra, descuidada,
no le administra nada de su aliento,
que era el sustentamiento y vigor suyo.
¡Tal está el rostro tuyo en el arena,
fresca rosa, azucena blanca y pura!
Tras esto una pintura estraña tira
los ojos de quien mira, y los detiene
tanto, que no conviene mirar cosa
estraña ni hermosa, sino aquélla.
De vestidura bella allí vestidas
las Gracias esculpidas se veían;
solamente traían un delgado
velo, que el delicado cuerpo viste;
mas tal, que no resiste a nuestra vista.
Su diligencia en vista demostraban;
todas tres ayudaban en un hora
una muy gran señora que paría.
Un infante se vía ya nacido,
tal, cual jamás salido de otro parto,
del primer siglo al cuarto vió la luna.
En la pequeña cuna se leía
un nombre que decía: Don Fernando.
Bajaban, dél hablando, dedos cumbres
aquellas nueve lumbres de la vida;
con ligera corrida iba con ellas,
cual luna con estrellas, el mancebo
intonso y rubio Febo: y en llegando,
por orden abrazando todas fueron
al niño, que tuvieron luengamente
visto como presente. De otra parte
Mercurio estaba, y Marte, cauto y fiero,
viendo el gran caballero que encogido
en el recién nacido cuerpo estaba.
Entonces lugar daba mesurado
a Venus, que a su lado estaba puesta.
Ella con mano presta y abundante
nétar sobre el infante desparcía;
mas Febo la desvía de aquel tierno
niño, y daba el gobierno a sus hermanas.
Del cargo están ufanas todas nueve.
El tiempo el paso mueve, el niño crece,
y en tierna edad florece, y se levanta
como felice planta en buen terreno.
Ya sin preceto ajeno daba tales
a su ingenio señales, que espantaban
a los que lo criaban. Luego estaba
cómo una lo entregaba a un gran maestro,
que con ingenio diestro y vida honesta
hiciese manifiesta al mundo y clara
aquella ánima rara que allí vía.
Al niño recebía con respeto
un viejo, en cuyo aspeto se vía junto
severidad a un punto con dulzura.
Quedó desta figura como helado
Severo, y espantado viendo al viejo,
que, como si en espejo se mirara,
en cuerpo, edad y cara eran conformes.
En esto, el rostro a Tormes revolviendo,
vió que estaba riendo de su espanto.
“¿De qué te espantas tanto? —dijo el río—.
¿No basta el saber mío a que primero
que naciese Severo, yo supiese
que había de ser quien diese la dotrina
al ánima divina deste mozo?”
El, lleno de alborozo y de alegría,
sus ojos mantenía de pintura.
Miraba otra figura de un mancebo,
el cual venía con Febo mano a mano,
al mundo cortesano. En su manera,
lo juzgara cualquiera, viendo el gesto
lleno de un sabio, honesto y dulce afeto,
por un hombre perfeto en la alta parte
de la difícil arte cortesana,
maestra de la humana y dulce vida.
Luego fué conocida de Severo
la imagen por entero fácilmente
deste que allí presente era pintado.
Vió que era el que había dado a don Fernando,
su ánimo formando en luenga usanza,
el trato, la crianza y gentileza,
la dulzura y llaneza acomodada,
la virtud apartada y generosa,
y en fin, cualquier cosa que se vía
en la cortesanía, de que lleno
Fernando tuvo el seno y bastecido.
Después de conocido, leyó el nombre
Severo de aqueste hombre que se llama
Boscán, de cuya llama clara y pura
sale el fuego que apura sus escritos,
que en siglos infinitos tendrán vida.
De algo más crecida edad miraba
al niño que escuchaba sus consejos,
luego los aparejos ya de Marte,
estotro puesto aparte le traía.
Así les convenía a todos ellos,
que no pudiera dellos dar noticia
a otro la milicia en muchos años.
Obraba los engaños de la lucha,
la maña y fuerza mucha y ejercicio
con el robusto oficio está mesclando.
Allí con rostro blando y amoroso
Venus aquel hermoso mozo mira,
y luego lo retira por un rato
de aquel áspero trato y son de hierro.
Mostrábale ser yerro y ser mal hecho
armar contino el pecho de dureza,
no dando a la terneza alguna puerta.
Entrada en una huerta, con él siendo,
una ninfa durmiendo le mostraba.
El mozo la miraba, y juntamente
de súbito acidente acometido,
estaba embebecido, y a la diosa,
que a la ninfa hermosa se allegase
mostraba que rogase, y parecía
que la diosa temía de llegarse.
El no podía hartarse de miralla,
eternamente amalla proponiendo.
Luego venía corriendo Marte airado,
mostrándose alterado en la persona,
y daba la corona a don Fernando.
Estábale mostrando un caballero
que con semblante fiero amenazaba
al mozo que quitaba el nombre a todos.
Con atentados modos se movía
contra el que atendía en una puente.
Mostraba claramente la pintura
que acaso noche escura entonces era.
De la batalla fiera era testigo
Marte, que al enemigo condenaba
y al mozo coronaba en el fin della;
el cual como la estrella relumbrante
que el sol envía delante, resplandece.
De allí su nombre crece, y se derrama.
su valerosa fama a todas partes.
Luego con nuevas artes se convierte
a hurtar a la muerte y a su abismo
gran parte de sí mismo y quedar vivo
cuando el vulgo cativo lo llorare,
y muerto lo llamaré con deseo.
Estaba el Himeneo allí pintado,
el diestro pie calzado en lazos de oro.
De vírgenes un coro está cantando,
partidas altercando y respondiendo,
y en un lecho poniendo una doncella,
que quien atento aquélla bien mirase,
y bien la cotejase en su sentido
con la que el mozo vido allá en la huerta,
verá que la despierta y la dormida
por una es conocida de presente.
Mostraba juntamente ser señora
dina y merecedora de tal hombre.
El almohada el nombre contenía,
el cual doña María Enriques era.
Apenas tienen fuera a don Fernando,
ardiendo y deseando estar ya echado.
Al fin era dejado con su esposa,
dulce, pura, hermosa, sabia, honesta.
En un pie estaba puesta la fortuna,
nunca estable ni una, que llamaba
a Fernando, que estaba en vida ociosa,
que por dificultosa y ardua vía
quisiera ser su guía y ser primera;
mas él por compañera tomó a aquélla,
siguiendo a la que es bella descubierta,
y juzgada cubierta por disforme;
el nombre era conforme a aquesta fama:
virtud ésta se llama, al mundo rara.
¿Quién tres ella guiara igual en curso,
sino éste, que el discurso de su lumbre
forzaba la costumbre de sus años,
no recibiendo engaños sus deseos?
Los montes Pireneos, que se estima
de abajo que la cima está en el cielo,
y desde arriba el suelo en el infierno,
por medio del invierno atravesaba.
La nieve blanqueaba, y las corrientes
por debajo de puentes cristalinas
y por heladas minas van calladas.
El aire las cargadas ramas mueve,
que el peso de la nieve las desgaja.
Por aquí se trabaja el Duque osado,
del tiempo contrastado y de la vía,
con clara compañía de ir delante.
El trabajo constante y tan loable
por la Francia mudable, en fin, lo lleva,
la fama en él renueva la presteza;
la cual con ligereza iba volando,
y con el gran Fernando se paraba,
y le sinificaba en modo y gesto
que el caminar muy presto convenía.
De todos escogía el Duque uno,
y entrambos de consuno cabalgaban;
los caballos mudaban fatigados;
mas a la fin llegados a los muros
del gran París seguros, la dolencia,
con su débil presencia y amarilla,
bajaba de la silla al Duque sano,
y con pesada mano le tocaba.
El luego comenzaba a demudarse,
y amarillo pararse y a dolerse.
Luego pudiera verse de travieso
venir por un espeso bosque ameno,
de buenas hierbas lleno y medicina,
Esculapio, y camina, no parando,
hasta donde Fernando está en el lecho.
Entró con pie derecho, y parecía
que le restituía en tanta fuerza,
que a proseguir se esfuerza su viaje,
que lo llevó al pasaje del gran Reno.
Tomábale en su seno el caudaloso
y claro río, gozoso de tal gloria,
trayendo a la memoria cuándo vino
el vencedor latino al mismo paso.
No se mostraba escaso de sus ondas;
antes con aguas hondas que engendraba,
los bajos igualaba y al liviano
barco daba de mano, el cual, volando,
atrás iba dejando muros, torres.
Con tanta priesa corres, navecilla,
que llegas do amancilla una doncella,
y once mil más con ella, y mancha el suelo
de sangre, que en el cielo está esmaltada.
Ursula, desposada y virgen pura,
mostraba su figura, en una pieza
pintada su cabeza. Allí se vía
que los ojos volvía ya espirando;
y estábate mirando aquel tirano
que con acerba mano llevó a hecho
de tierno en tierno pecho tu compaña.
Por la fiera Alemaña de aquí parte
el Duque, a aquella parte enderezado
donde el cristiano estado estaba en dubio.
En fin al gran Danubio se encomienda;
por él suelta la rienda a su navío,
que con poco desvío de la tierra,
entre una y otra sierra el agua hiende.
El remo, que desciende en fuerza suma,
mueve la blanca espuma como argento.
El veloz movimiento parecía
que pintado se vía ante los ojos.
Con amorosos ojos adelante
Cario, César triunfante, lo abrazaba
cuando desembarcaba en Ratisbona.
Allí por la corona del imperio
estaba el magisterio de la tierra
convocado a la guerra que esperaban.
Todos ellos estaban enclavando
los ojos en Fernando, y en el punto
que así lo vieron junto, se prometen
de cuanto allí acometen la Vitoria.
Con falsa y vana gloria y arrogancia,
con bárbara jatancia allí se vía
a los fines de Hungría el campo puesto
de aquel que fué molesto en tanto grado
al húngaro cuitado y afligido;
las armas y el vestido a su costumbre,
era la muchedumbre tan estraña,
que apenas la campaña la abrazaba,
ni a dar pasto bastaba, ni agua el río.
César con celo y pío y con valiente
ánimo aquella gente despreciaba;
la suya convocaba, y en un punto
vieras un campo junto de naciones
diversas y razones, mas de un celo.
No ocupaban el suelo en tanto grado
con número sobrado y infinito
como el campo maldito; mas mostraban
virtud, con que sobraban su contrario,
ánimo voluntario, industria y maña;
con generosa saña y viva fuerza
Fernando los esfuerza y los recoge,
y a sueldo suyo coge muchos dellos.
De un arte usaba entre ellos admirable;
con el discipinable alemán fiero
a su manera y fuero conversaba;
a todos se aplicaba de manera,
que el flamenco dijera que nacido
en Flandes había sido, y el osado
español y sobrado, imaginando
ser suyo don Fernando y de su suelo,
demanda sin recelo la batalla.
Quien más cerca se halla del gran hombre
piensa que crece el nombre por su mano.
El cauto italiano nota y mira,
los ojos nunca tira del guerrero,
y aquel valor primero de su gente
junto en éste y presente considera.
En él ve la manera misma y maña
del que pasó en España sin tardanza,
siendo sólo esperanza de su tierra,
y acabó aquella guerra peligrosa
con mano poderosa y con estrago
de la fiera Cartago y de su muro,
y del terrible y duro su caudillo,
cuyo agudo cuchillo a las gargantas
Italia tuvo tantas veces puesto.
Mostrábase tras esto allí esculpida
la envidia carcomida, así molesta;
contra Fernando puesta frente a frente,
la desvalida gente convocaba,
y contra aquél la armaba, y con sus artes
busca por todas partes daño y mengua.
El con su mansa lengua y largas manos
los tumultos livianos asentando,
poco a poco iba alzando tanto el vuelo,
que la envidia en el cielo lo miraba;
y como no bastaba a la conquista,
vencida ya su vista de tal lumbre,
forzaba su costumbre, y parecía
que perdón le pedía, en tierra echada.
El, después de pisada, descansado
quedaba y aliviado de este enojo;
y lleno de despojo desta fiera,
hallaba en la ribera del gran río,
de noche, al puro frío del sereno,
a César, que en su seno está penoso,
del suceso dudoso desta guerra;
que, aunque de sí destierra la tristeza,
del caso la grandeza trae consigo
el pensamiento amigo del remedio.
Entrambos buscan medio convenible
para que aquel terrible furor loco
les empeciese poco, y recibiese
tal estrago, que fuese destrozado.
Después de haber hablado, ya cansados,
en la hierba acostados se dormían;
el gran Danubio oían ir sonando,
casi como aprobando aquel consejo.
En esto el claro viejo río se vía
que del agua salía muy callado,
de sauces coronado y de un vestido
de las ovas tejido mal cubierto,
y en aquel sueño incierto les mostraba
todo cuanto tocaba al gran negocio.
Y parecía que el ocio sin provecho
les sacaba del pecho; porque luego,
como si en vivo fuego se quemara
alguna cosa cara, se levantan
del gran sueño y se espantan, alegrando
el ánimo y alzando la esperanza.
El río sin tardanza parecía
que el agua disponía al gran viaje;
allanaba el pasaje y la corriente,
para que fácilmentee aquella armada
que había de ser guiada por su mano,
en el remar liviano y dulce viese
cuánto el Danubio fuese favorable.
Con presteza admirable vieras junto
un ejército a punto denonado;
y después de embarcado, el remo lento,
el duro movimiento de los brazos,
los pocos embarazos de las ondas
llevaban por las hondas aguas presta
el armada, molesta al gran tirano.
El artificio humano no hiciera
pintura que esprimiera vivamente,
el armada, la gente, el curso, el agua;
apenas en la fragua, donde sudan
los cíclopes y mudan fatigados
los brazos ya cansados del martillo,
pudiera así esprimillo el gran maestro.
Quien viera el curso diestro por la clara
corriente, bien jurara a aquellas horas
que las agudas proras dividían
el agua y la hendían con sonido,
y el rastro iba seguido. Luego vieras
al viento las banderas tremolando,
las ondas imitando en el moverse.
Pudiera también verse casi viva
la otra gente esquiva y descreída,
que, de ensoberbecida y arrogante,
pensaban que delante no hallaran
hombres que se pararan, a su furia.
Los nuestros, tal injuria no sufriendo,
remos iban metiendo con tal gana,
que iba de espuma cana el agua llena.
El temor enajena al otro bando;
el sentido, volando de uno en uno,
entrábase importuno por la puerta
de la opinión incierta, y siendo dentro,
en el íntimo centro allá del pecho
les dejaba deshecho un hielo frío,
el cual, como un gran río en flujos gruesos,
por medulas y huesos discurría.
Todo el campo se vía conturbado
y con arrebatado movimiento;
sólo del salvamento platicaban.
Luego se levantaban con desorden;
confusos y sin orden caminando,
atrás iban dejando con recelo,
tendida por el suelo, su riqueza.
Las tiendas do pereza y do fornicio,
con todo bruto vicio obrar solían,
sin ellas se partían; así armadas,
eran desamparadas de sus dueños.
A grandes y pequeños juntamente
era el temor presente por testigo,
y el áspero enemigo a las espaldas,
que les iba las faldas ya mordiendo.
César estar teniendo allí se vía
a Fernando, que ardía sin tardanza
por colorar su lanza en turca sangre.
Con ánimos a hambre y con denuedo
forceja con quien quedo estar le manda.
Como lebrel de Irlanda generoso
que el jabalí cerdoso y fiero mira,
rebátese, sospira, fuerza y riñe,
y apenas le costriñe el atadura,
que el dueño con cordura más aprieta;
así estaba perfeta y bien labrada
la imagen figurada de Fernando,
que quien allí mirándola estuviera,
que era desta manera bien juzgara.
Resplandeciente y clara de su gloria
pintada la Vitoria se mostraba;
a César abrazaba, y no parando,
los brazos a Fernando echaba al cuello.
El mostraba de aquello sentimiento,
por ser el vencimiento tan holgado.
Estaba figurado un carro estraño
con el despojo y daño de la gente
bárbara, y juntamente allí pintados
cativos amarrados a las ruedas,
con hábitos y sedas variadas;
lanzas rotas, celadas y banderas,
armaduras ligeras de los brazos,
escudos en pedazos divididos,
vieras allí cogidos en trofeo,
con que el común deseo y voluntades
de tierras y ciudades se alegraba.
Tras esto blanqueaba falda y seno
con velas al Tirreno de la armada
sublime y ensalzada y gloriosa.
Con la prora espumosa las galeras,
como nadantes fieras, el mar cortan,
hasta que en fin aportan con corona
de lauro a Barcelona, do cumplidos
los votos ofrecidos y deseos,
y los grandes trofeos ya repuestos,
con movimientos prestos de allí luego,
en amoroso fuego todo ardiendo,
el Duque iba corriendo, y no paraba.
Cataluña pasaba, atrás la deja;
ya de Aragón se aleja, y en Castilla,
sin bajar de la silla, los pies pone.
El corazón dispone a la alegría
que vecina tenía, y reserena
su rostro, y enajena de sus ojos
muerte, daños, enojos, sangre y guerra.
Con sólo amor se encierra sin respeto,
y el amoroso afeto y celo ardiente
figurado y presente está en la cara;
y la consorte cara, presurosa,
de un tal placer dudosa, aunque lo vía,
el cuello le ceñía en nudo estrecho,
de aquellos brazos hecho delicados;
de lágrimas preñados relumbraban
los ojos que sobraban al sol claro.
Con su Fernando caro y señor pío
la tierra, el campo, el río, el monte, el llano,
alegres a una mano estaban todos,
mas con diversos modos lo decían.
Los muros parecían de otra altura;
el campo en hermosura de otras flores
pintaba mil colores disconformes;
estaba el mismo Tormes figurado
en torno rodeado de sus ninfas,
vertiendo claras linfas con instancia,
en mayor abundancia que solía;
del monte se veía el verde seno
de ciervos todo lleno, corzos, gamos,
que de los tiernos ramos van rumiando;
el llano está mostrando su verdura,
tendiendo su llanura así espaciosa,
que a la vista curiosa nada empece,
ni deja en qué tropiece el ojo vago.
Bañados en un lago, no de olvido,
mas de un embebecido gozo, estaban
cuantos consideraban la presencia
deste, cuya ecelencia el mundo canta,
cuyo valor quebranta al turco fiero.
Aquesto vió Severo por sus ojos,
y no fueron antojos ni ficiones;
si oyeras sus razones, yo te digo
que como a buen testigo lo creyeras.
Contaba muy de veras que, mirando
atento y contemplando las pinturas,
hallaba en las figuras tal destreza,
que con mayor viveza no pudieran
estar si ser les dieran vivo y puro.
Lo que dellas escuro allí hallaba,
y el ojo no bastaba a recogello,
el río le daba dello gran noticia.
—Éste, de la milicia —dijo el río—
la cumbre y señoría tendrá sólo
del uno al otro polo, y porque espantes
a todos, cuando cantes los famosos
hechos tan gloriosos, tan ilustres,
sabe que en cinco lustres de sus años
hará tantos engaños a la muerte,
que con ánimo fuerte habrá pasado
por cuanto aquí pintado della has visto.
Ya todo lo has previsto, vamos fuera,
dejarte he en la ribera do estar sueles.
—Quiero que me reveles tú primero
—le replicó Severo— qué es aquello,
que de mirar en ello se me ofusca
la vista; así corusca y resplandece,
y tan claro parece allí en la urna,
como en hora noturna la cometa.
—Amigo, no se meta —dijo el viejo—
ninguno, le aconsejo, en este suelo
en saber más que el cielo le otorgare;
y si no te mostrare lo que pides,
tu mismo me lo impides, porque en tanto
que el mortal velo y manto el alma cubren,
mil cosas se te encubren, que no bastan
tus ojos, que contrastan, a mirallas.
No pude yo pintallas con menores
luces y resplandores, porque sabe,
y aquesto en ti bien cabe, que esto todo
que en ecesivo modo resplandece
tanto, que no parece ni se muestra,
es lo que aquella diestra mano osada
y virtud sublimada de Fernando
acabarán entrando más los días.
Lo cual, con lo que vías comparado,
es como con nublado, muy escuro
el sol ardiente, puro, relumbrante.
Tu vista no es bastante a tanta lumbre,
hasta que la costumbre de miralla
tu ver al contemplada no confunda.
Como en cárcel profunda el encerrado,
que, súbito sacado, le atormenta
el sol que se presenta a sus tinieblas,
así tú, que las nieblas y honduras,
metido en estrechura, contemplabas
que era cuando mirabas otra gente,
viendo tan diferente suerte de hombre,
no es mucho que te asombre luz tamaña;
pero vete, que baña el sol hermoso
su carro presuroso ya en las ondas,
y antes que me respondas será puesto.
Diciendo así, con gesto muy humano
tomóle por la mano. ¡Oh admirable
caso, y, cierto, espantable! Que en saliendo,
se fueron estriñendo de una parte
y de otra de tal arte aquellas ondas,
que las aguas que hondas ser solían,
el suelo descubrían, y dejaban
seca por do pasaban la carrera,
hasta que en la ribera se hallaron;
y como se pararon en un alto,
el viejo de allí un salto dió con brío,
y levantó del río espuma al cielo,
y comovió del suelo negra arena.
Severo, ya de ajena ciencia instruto,
fuese a coger el fruto sin tardanza
de futura esperanza; y escribiendo,
las cosas fué esprimiendo muy conformes
a las que había de Tormes aprendido;
y aunque de mi sentido él bien juzgase
que no las alcanzase, no por eso
este largo proceso sin pereza
dejó, por su nobleza, de mostrame.
Yo no podía hártame allí leyendo,
y tú de estarme oyendo estás cansado.
SALICIO
Espantado me tienes
con tan estraño cuento,
y al son de tu hablar embebecido:
acá dentro me siento,
oyendo tantos bienes
y el valor de este príncipe escogido,
bullir con el sentido
y arder con el deseo,
por contemplar presente
a aquel que, estando ausente
por tu divina relación ya veo.
¡Quién viese la escritura,
ya que no puede verse la pintura!
Por firme y verdadero,
después que te he escuchado,
tengo que ha de sanar Albanio cierto;
qué según me has contado,
bastará tu Severo
a dar salud a un vivo y vida a un muerto;
que a quien fué descubierto
un tamaño secreto,
razón es que se crea
que, cualquiera que sea,
alcanzará con su saber perfeto,
y a las enfermedades
aplicará contrarias calidades.
NEMOROSO
Pues ¿en qué te resumes, di, Salicio,
acerca deste enfermo compañero?
SALICIO
En que hagamos el debido oficio.
Luego de aquí partamos, y primero
que haga curso el mal y se envejesca,
así le presentemos a Severo.
NEMOROSO
Yo soy contento, y antes que amanesca
y que del sol el claro rayo ardiente
sobre las altas cumbres se paresca,
el compañero mísero y doliente
llevemos luego donde cierto entiendo
que será guarecido fácilmente.
SALICIO
Recoge tu ganado, que cayendo
ya de los altos montes las mayores
sombras, con ligereza van corriendo.
Mira en torno, y verás por los alcores
salir el humo de las caserías
de aquestos comarcanos labradores.
Recoge tus ovejas y las mías,
y vete ya con ellas poco a poco
por aquel mismo valle que solías.
Yo solo me avendré con nuestro loco,
que pues él hasta quí no se ha movido,
la braveza y furor debe ser poco.
NEMOROSO
Si llegas antes, no te estés dormido:
apareja la cena, que sospecho
que aún fuego Galafrón no habrá encendido.
SALICIO
Yo lo haré, que al hato iré derecho,
si no me lleva a despeñar consigo
de algún barranco Albanio a mi despecho.
Adiós, hermano.
NEMOROSO
Adiós, Salido amigo.
ÉGLOGA TERCERA
Aquella voluntad honesta y pura,
ilustre y hermosísima María,
que en mí de celebrar tu hermosura,
tu ingenio y tu valor estar solía,
a despecho y pesar de la ventura
que por otro camino me desvía,
está y estará en mí tanto clavada,
cuanto del cuerpo el alma acompañada.
Y aun no se me figura que me toca
aqueste oficio solamente en vida;
mas con la lengua muerta y fría en la boca
pienso mover la voz a ti debida.
Libre mi alma de su estrecha roca,
por el Estigio lago conducida,
celebrándote irá, y aquel sonido
hará parar las aguas del olvido.
Mas la fortuna, de mi mal no harta,
me aflige y de un trabajo en otro lleva;
ya de la patria, ya del bien me aparta,
ya mi paciencia en mil maneras prueba;
y lo que siento más es que la carta,
donde mi pluma en tu alabanza mueva,
poniendo en su lugar cuidados vanos,
me quita y me arrebata de las manos.
Pero, por más que en mí su fuerza pruebe
no tornará mi corazón mudable;
nunca dirán jamás que me remueve
fortuna de un estudio tan loable.
Apolo y las hermanas, todas nueve,
me darán ocio y lengua con que hable
lo menos de lo que en tu ser cupiere,
que esto será lo más que yo pudiere.
En tanto no te ofenda ni te harte
tratar del campo y soledad que amaste,
ni desdeñes aquesta inculta parte
de mi estilo, que en algo ya estimaste.
Entre las armas del sangriento Marte,
do apenas hay quien su furor contraste,
hurté de el tiempo aquesta breve suma,
tomando, ora la espada, ora la pluma.
Aplica, pues, un rato los sentidos
al bajo son de mi zampoña ruda,
indina de llegar a tus oídos,
pues de ornamento y gracia va desnuda;
mas a las veces son mejor oídos
el puro ingenio y lengua casi muda,
testigos limpios de ánimo inocente,
que la curiosidad del elocuente.
Por aquesta razón de ti escuchado,
aunque me falten otras, ser meresco.
Lo que puedo te doy, y lo que he dado,
con recibido tú yo me enriquesco.
De cuatro ninfas que del Tajo amado
salieron juntas, a cantar me ofresco,
Filódoce, Dinámene y Climene,
Nlse, que en hermosura par no tiene.
Cerca del Tajo en soledad amena,
de verdes sauces hay una espesura,
toda de hiedra revestida y llena,
que por el tronco va hasta el altura,
y así la teje arriba y encadena,
que el sol no halla paso a la verdura;
el agua baña el prado con sonido
alegrando la vista y el oído.
Con tanta mansedumbre el cristalino
Tajo Јn aquella parte caminaba,
que pudieran los ojos el camino
determinar apenas que llevaba.
Peinando sus cabellos de oro fino,
una ninfa, del agua, do moraba,
la cabeza sacó, y el prado ameno
vido de flores y de sombra lleno.
Movióla el sitio umbroso, el manso viento,
el suave olor de aquel florido suelo.
Las aves en el fresco apartamiento
vió descansar del trabajoso vuelo.
Secaba entonces el terreno aliento
el sol subido en la mitad del cielo.
En el silencio sólo se escuchaba
un susurro de abejas que sonaba.
Habiendo contemplado una gran pieza
atentamente aquel lugar sombrío,
somorgujó de nuevo su cabeza,
y al fondo se dejó calar del río.
A sus hermanas a contar empieza
del verde sitio el agradable frío,
y que vayan les ruega y amonesta
allí con su labor a estar la siesta.
No perdió en esto mucho tiempo el ruego,
que las tres dellas su labor tomaron,
y en mirando de fuera, vieron luego
el prado, hacia el cual enderezaron.
El agua clara con lacivo juego
nadando dividieron y cortaron,
hasta que el blanco pie tocó mojado,
saliendo de la arena, el verde prado.
Poniendo ya en lo enjuto las pisadas,
escurrieron del agua sus cabellos,
los cuales esparciendo, cubijadas
las hermosas espaldas fueron dellos.
Luego sacando telas delicadas,
que en delgadeza competían con ellos,
en lo más escondido se metieron,
y a su labor atentas se pusieron.
Las telas eran hechas y tejidas
del oro que el felice Tajo envía,
apurado, después de bien cernidas
las menudas arenas do se cría.
Y de las verdes hojas, reducidas
en estambre sutil, cual convenía
pera seguir el delicado estilo
del oro ya tirado en rico hilo.
La delicada estambre era distinta
de los colores que antes le habían dado
con la fineza de la varia tinta
que se halla en las conchas del pescado.
Tanto artificio muestra en lo que pinta
y teje cada ninfa en su labrado,
cuanto mostraron en sus tablas antes
el celebrado Apeles y Timantes.
Filódoce, que así de aquéllas era
llamada la mayor, con diestra mano
tenía figurada la ribera
de Estrimón, de una parte el verde llano,
y de otra el monte de aspereza fiera,
pisado tarde o nunca de pie humano,
donde el amor movió con tanta gracia
la dolorosa lengua del de Tracia.
Estaba figurada la hermosa
Eurídice, en el blanco pie mordida
de la pequeña sierpe ponzoñosa,
entre la hierba y flores escondida;
descolorida estaba como rosa
que ha sido fuera de sazón cogida,
y el ánima, los ojos ya volviendo,
de su hermosa carne despidiendo.
Figurado se vía estensamente
el osado marido que bajaba
al triste reino de la escura gente,
y la mujer perdida recobraba;
y cómo después desto él, impaciente,
por miralla de nuevo, la tornaba
a perder otra vez, y del tirano
se queja al monte solitario en vano.
Dinámene no menos artificio
mostraba en la labor que había tejido,
pintando a Apolo en el robusto oficio
de la silvestre caza embebecido.
Mudar luego le hace el ejercicio
la vengativa mano de Cupido,
que hizo a Apolo consumirse en lloro
después que le enclavó con punta de oro.
Dafne, con el cabello suelto al viento,
sin perdonar al blanco pie, corría
por áspero camino tan sin tiento,
que Apolo en la pintura parecía
que, porque ella templase el movimiento,
con menos ligereza la seguía.
El va siguiendo, y ella huye como
quien siente al pecho el odioso plomo.
Mas a la fin los brazos le crecían,
y en sendos ramos vueltos se mostraban,
y los cabellos, que vencer solían
al oro fino, en hojas se tornaban;
en torcidas raíces se estendían
los blancos pies, y en tierra se hincaban.
Llora el amante, y busca el ser primero,
besando y abrazando aquel madero.
Climene llena de destreza y mana,
el oro y las colores matizando,
iba de hayas una gran montaña
de robles y de peñas variando.
Un puerco entre ellas, de braveza estraña,
estaba los colmillos aguzando
contra un mozo, no menos animoso,
con su venablo en mano, que hermoso.
Tres esto el puerco allí se vía herido,
de aquel mancebo por su mal valiente,
y el mozo en tierra estaba ya tendido.
abierto el pecho del rabioso diente;
con el cabello de oro desparcido
barriendo el suelo miserablemente,
las rosas blancas por allí sembradas
tornaba con su sangre coloradas.
Adonis éste se mostraba que era,
según se muestra Venus dolorida,
que viendo la herida abierta y fiera,
estaba sobre él casi amortecida.
Boca con boca coge la postrera
parte del aire que solía dar vida
al cuerpo, por quien ella en este suelo
aborrecido tuvo al alto cielo.
La blanca Nise no tomó a destajo
de los pasados casos la memoria,
y en la labor de su sutil trabajo
no quiso entretejer antigua historia:
antes mostrando de su claro Tajo
en su labor la celebrada gloria,
lo figuró en la parte donde él baña
la más felice tierra de la España.
Pintado el caudaloso río se vía,
que, en áspera estrecheza reducido,
un monte casi al rededor tenía
con ímpetu corriendo y con ruído;
querer cercallo todo parecía
en su volver, mas era afán perdido;
dejábase correr, en fin, derecho,
contento de lo mucho que había hecho
Estaba puesta en la sublime cumbre
del monte, y desde allí por él sembrada,
aquella ilustre y clara pesadumbre,
de antiguos edificios adornada.
De allí con agradable mansedumbre
el Tajo va siguiendo su jornada,
y regando los campos y arboledas
con artificio de las altas ruedas.
En la hermosa tela se veían
entretejidas las silvestres diosas
salir de la espesura, y que venían
todas a la ribera presurosas,
en el semblante tristes, y traían
cestillos blancos de purpúreas rosas,
las cuales esparciendo, derramaban
sobre una ninfa muerta que lloraban.
Todas con el cabello desparcido
lloraban una ninfa delicada,
cuya vida mostraba que había sido
antes de tiempo y casi en flor cortada.
Cerca del agua, en un lugar florido,
estaba entre la hierba degollada,
cual queda el blanco cisne cuando pierde
la dulce vida entre la hierba verde.
Una de aquellas diosas, que en belleza,
al parecer, a todas ecedía,
mostrando en el semblante la tristeza
que del funesto y triste caso había,
apartada algún tanto, en la corteza
de un álamo unas letras escrebía,
como epitafio de la ninfa bella,
que hablaban así por parte della:
“Elisa soy, en cuyo nombre suena
y se lamenta el monte cavernoso,
testigo del dolor y grave pena
en que por mí se aflige Nemoroso,
y llama Elisa; Elisa a boca llena
responde el Tajo, y lleva presuroso
al mar de Lusitania el nombre mío,
donde será escuchado, yo lo fío.”
En fin, en esta tela artificiosa
toda la historia estaba figurada,
que en aquella ribera deleitosa
de Nemoroso fué tan celebrada;
porque de todo aquesto y cada cosa
estaba Nise ya tan informada
que llorando el pastor, mil veces ella
se enterneció escuchando su querella.
Y porque aqueste lamentable cuento,
no sólo entre las selvas se contase,
mas, dentro de las ondas, sentimiento
con la noticia desto se mostrase,
quiso que de su tela el argumento
la bella ninfa muerta señalase,
y así se publicase de uno en uno
por el húmido reino de Netuno.
Destas historias tales variadas
eran las telas de las cuatro hermanas,
las cuales, con colores matizadas,
claras las luces de las sombras vanas,
mostraban a los ojos relevadas
las cosas y figuras que eran llanas;
tanto que, al parecer, el cuerpo vano
pudiera ser tomado con la mano.
Los rayos ya del sol se trastornaban,
escondiendo su luz, al mundo cara,
tras altos montes, y a la luna daban
lugar para mostrar su blanca cara;
los peces a menudo ya saltaban,
con la cola azotando el agua clara,
cuando las ninfas, la labor dejando,
hacia el agua se fueron paseando.
En las templadas hondas ya metidos
tenían los píes, y reclinar querían
los blancos cuerpos, cuando sus oídos
fueron dé dos zampoñas que tañían
suave y dulcemente, detenidos;
tanto, que sin mudarse las oían
y al son de las zampoñas escuchaban
dos pastores, a veces, que cantaban.
Más claro cada vez el son se oía,
de dos pastores, que venían cantando
tras el ganado, que también venía
por aquel verde soto caminando,
y a la majada, ya pasado el día,
recogido llevaban, alegrando
las verdes selvas con el son suave,
haciendo su trabajo menos grave.
Tirreno de estos dos el uno era,
Alcino el otro, entrambos estimados,
y sobre cuantos pacen la ribera
del Tajo, con sus vacas, enseñados;
mancebos de una edad, de una manera
a cantar juntamente aparejados,
y a responder, aquesto van diciendo,
cantando el uno, él otro respondiendo.
TIRRENO
Flérida, para mi dulce y sabrosa
más que la fruta del cercado ajeno,
más blanca que la leche y más hermosa
que el prado por abril, de flores lleno;
ái tú respondes pura y amorosa
al verdadero amor de tu Tirreno,
a mi majada arribarás, primero
que el cielo nos amuestre su lucero.
ALCENO
Hermosa Filis, siempre yo te sea
amargo al gusto más que la retama,
y de ti despojado yo me vea,
cual queda el tronco de su verde rama,
si más que yo el murciélago desea
la escuridad, ni más la luz desama,
por ver ya el fin de un término tamaño
deste día, para mí mayor que un año.
TIRRENO
Cual suele acompañada de su bando
aparecer la dulce primavera,
cuando Favonio y Céfiro soplando,
al campo tornan su beldad primera,
y van artificiosos esmaltando
de rojo, azul y blanco la ribera,
en tal manera a mí, Flérida mía,
viniendo, reverdece mi alegría.
ALCINO
¿Ves el furor del animoso viento,
embravecido en la fragosa sierra,
que los antiguos robles ciento a ciento
y los pinos altísimos atierra,
y de tanto destrozo aún no contento,
al espantoso mar mueve la guerra?
Pequeña es esta furia, comparada
a la de Filis, con Alcino airada.
TIRRENO
El blanco trigo multiplica y crece,
produce el campo en abundancia tierno
pasto al ganado, el verde monte ofrece
a las fieras salvajes su gobierno;
a do quiera que miro me parece
que derrama la copia todo el cuerno;
mas todo se convertirá en abrojos
si dello aparta Flérida sus ojos.
ALCINO
De la estirilidad es oprimido
el monte, el campo, el soto y el ganado;
la malicia del aire corrompido
hace morir la hierba mal su grado;
las aves ven su descubierto nido,
que ya de verdes hojas fué cercado;
pero si Filis por aquí tornare,
hará reverdecer cuanto mirare.
TIRRENO
El álamo de Alcides escogido
fué siempre, y el laurel del rojo Apolo;
de la hermosa Venus fué tenido
en precio y en estima el mirto solo;
el verde sauz de Flérida es querido,
y por suyo entre todos escogiólo;
doquiera que de hoy más sauces se hallen,
el álamo, el laurel y el mirto callen.
ALCINO
El fresno por la selva en hermosura
sabemos ya que sobre todos vaya,
y en aspereza y monte de espesura
se aventaja la verde y alta haya,
mas el que la beldad de tu figura
dondequiera mirado, Filis, haya,
al fresno y a la haya en su aspereza
confesará que vence tu belleza.—
Esto cantó Tirreno, y esto Alcino
le respondió; y habiendo ya acabado
el dulce son, siguieron su camino
con paso un poco más apresurado.
Siendo a las ninfas ya el rumor vecino,
todas juntas se arrojan por el vado,
y de la blanca espuma que movieron
las cristalinas ondas se cubrieron.
ELEGÍA PRIMERA
Aunque este grave caso haya tocado
con tanto sentimiento el alma mía,
que de consuelo estoy necesitado,
con que de su dolor mi fantasía
se descargase un poco, y se acabase
de mi contino llanto la porfía,
quise, pero, probar si me bastase
el ingenio a escrebirte algún consuelo,
estando cual estoy, que aprovechase
para que tu reciente desconsuelo
la furia mitigase, si las musas
pueden un corazón alzar del suelo
y poner fin a las querellas que usas,
con que de Pindo ya las moradoras
se muestran lastimadas y confusas;
que, según he sabido, ni a las horas
que el sol se muestra ni en el mar se esconde,
de tu lloroso estado no mejoras;
antes en él permaneciendo, donde
quiera que estás tus ojos siempre bañas,
y el llanto a tu dolor así responde,
que temo ver deshechas tus entrañas
en lágrimas, como al lluvioso viento
se derrite la nieve en las montañas.
Si acaso el trabajado pensamiento
en el común reposo se adormece,
por tornar al dolor con nuevo aliento,
en aquel breve sueño te aparece
la imagen amarilla del hermano,
que de la dulce vida desfallece;
y tú, tendiendo la piadosa mano,
probando a levantar el cuerpo amado,
levantas solamente el aire vano;
y del dolor el sueño desterrado
con ansia vas buscando, el que partido
era ya con el sueño y alongado.
Así desfalleciendo en tu sentido,
como fuera de ti, por la ribera
de Trápana con llanto y con gemido
el caro hermano buscas, que solo era
la mitad de tu alma, el cual muriendo,
no quedará ya tu alma entera.
Y no de otra manera repitiendo
vas el amado nombre, en desusada
figura a todas partes revolviendo,
que cerca del Erídano aquejada,
lloró y llamó Lampecie el nombre en vano,
con la fraterna muerte lastimada:
“¡Ondas, tornadme ya mi dulce hermano
Faetón!, si no, aquí veréis mi muerte,
regando con mis ojos este llano.”
¡Oh cuántas veces, con el dolor fuerte
avivadas las fuerzas, renovaba,
las quejas de su cruda y dura suerte!
¡Y cuántas otras, cuando se acababa
aquel furor, en la ribera umbrosa,
muerta, cansada, el cuerpo reclinaba!
Bien te confieso que si alguna cosa
entre la humana puede y mortal gente
entristecer un alma generosa,
con gran razón podrá ser la presente,
pues te ha privado de un tan dulce amigo,
no solamente hermano, un acidente;
el cual, no sólo siempre fué testigo
de tus consejos y íntimos secretos,
mas de cuanto lo fuiste tú contigo.
En él se reclinaban tus discretos
y honestos pareceres, y hacían
conformes al asiento sus efetos.
En él ya se mostraban y leían
tus gracias y virtudes, una a una,
y con hermosa luz resplandecían,
como en luciente de cristal coluna,
que no encubre de cuanto se avecina
a su viva pureza cosa alguna.
¡Oh miserables hados! ¡Oh mesquina
suerte la del estado humano, y dura,
do por tantos trabajos se camina!
Y agora muy mayor la desventura
de aquesta nuestra edad, cuyo progreso
muda de un mal en otro su figura.
¿A quién ya de nosotros el eceso
de guerras, de peligros y destierro
no toca, y no ha cansado el gran proceso?
¿Quién no vió desparcir su sangre al hierro
del enemigo? ¿Quién no vió su vida
perder mil veces y escapar por yerro?
¿De cuántos queda y quedará perdida
la casa y la mujer y la memoria,
y de otros la hacienda despendida?
¿Qué se saca de aquesto? ¿Alguna gloria?
¿Algunos premios o agradecimientos?
Sabrálo quien leyere nuestra historia.
Veráse allí que como polvo al viento
así se deshará nuestra fatiga
ante quien se endereza nuestro intento.
No contenta con esto la enemiga
del humano linaje, que invidiosa
coge sin tiempo el grano de la espiga,
nos ha querido ser tan rigurosa,
que ni a tu juventud, don Bernaldino,
ni ha sido nuestra pérdida piadosa.
¿Quién pudiera de tal ser adivino?
¿A quién no le engañara la esperanza,
viéndote caminar por tal camino?
¿Quién no se prometiera en abastanza
seguridad entera de tus años,
sin temer de natura tal mudanza?
Nunca los tuyos, mas los propios daños,
dolemos deben; que la muerte amarga
nos muestra claros ya mil desengaños:
hanos mostrado ya que en vida larga
apenas de tormentos y de enojos
llevar podemos la pesada carga;
hanos mostrado en ti que claros ojos
y juventud y gracia y hermosura,
son también, cuando quiere, sus despojos.
Mas no puede hacer que tu figura,
después de ser vida ya privada,
no muestre el artificio de natura.
Bien es verdad que no está acompañada
de la color de rosa que solía
con la blanca azucena ser mesclada;
porque el calor templado que encendía
la blanca nieve de tu rostro puro,
robado ya la muerte te lo hábía.
En todo lo demás, como en seguro
y reposado sueño descansabas,
indicio dando del vivir futuro.
Mas ¿qué hará la madre que tú amabas,
de quien perdidamente eres amado,
a quien la vida con la tuya dabas?
Aquí se me figura que ha llegado
de su lamento el son que con su fuerza
rompe el aire vecino y apartado:
tras el cual a venir también se esfuerza
el de las cuatro hermanas, que teniendo
va con el de la madre viva fuerza.
A todas las contemplo desparciendo
de su cabello luengo el fino oro,
al cual ultraje y daño están haciendo.
El viejo Tormes con el blanco coro
de sus hermosas ninfas seca el río,
y humedece la tierra con su lloro.
No recostado en urna al dulce frío
de su caverna umbrosa, mas tendido
por el arena en el ardiente estío,
con ronco son de llanto y de gemido,
los cabellos y barbas mal paradas
se despedaza y el sutil vestido.
En torno dél sus ninfas, desmayadas,
llorando en tierra están sin ornamento,
con las cabezas de oro despeinadas.
Cese ya del dolor, el sentimiento,
hermosas moradoras del undoso
Tormes; tened más provechoso intento;
consolad a la madre, que el piadoso
dolor la tiene puesta en tal estado,
que es menester socorro presuroso.
Presto será que el cuerpo, sepultado
en un perpetuo mármol, de las ondas
podrá de vuestro Tormes ser bañado.
Y tú, hermoso coro, allá en las hondas
aguas metido, podrá ser que al llanto
de mi dolor te muevas y respondas.
Vos, altos promontorios, entre tanto
con toda la Trinada entristecida
buscad alivio en desconsuelo tanto.
Sátiros, faunos, ninfas, cuya vida
sin enojos se pasa, moradores
de la parte repuesta y escondida,
con luenga esperiencia sabidores,
buscad para consuelo de Fernando
hierbas de propriedad oculta y flores;
así en el escondido bosque, cuando
ardiendo en vivo agradable fuego
las fugitivas ninfas vais buscando,
ellas se inclinen al piadoso ruego,
y en recíproco lazo estén ligadas,
sin esquivar el amoroso juego.
Tú, gran Fernando, que entre tus pasadas
y tus presentes obras resplandeces,
y a mayor fama están por ti obligadas,
contempla dónde estás; que si falleces
al nombre que has ganado entre la gente,
de tu virtud en algo te enflaqueces.
Porque al fuerte varón no se consiente
no resistir los casos de fortuna
con firme rostro y corazón valiente.
Y no tan solamente esta importuna,
con proceso cruel y riguroso,
con revolver de sol, de cielo y luna
mover no debe un pecho generoso,
ni entristecello con funesto vuelo,
turbando con molestia su reposo;
mas si toda la máquina del cielo
con espantable son y con ruido,
hecha pedazos se viniere al suelo,
debe ser aterrado y oprimido
del grave peso y de la gran ruina,
primero que espantado y comovido.
Por estas asperezas se camina
de la inmortalidad al alto asiento,
do nunca arriba quien de aquí declina.
En fin, Señor, tornando al movimiento
de la humana natura, bien permito
a nuestra flaca parte un sentimiento;
mas el eceso en esto vedo y quito,
si alguna cosa puedo, que parece
que quiere proceder en infinito.
A lo menos el tiempo, que descrece
y muda de las cosas el estado,
debe bastar, si la razón fallece.
No fué el troyano príncipe llorado
siempre del viejo padre dolorido,
ni siempre de la madre lamentado;
antes, después del cuerpo redemido
con lágrimas humildes y con oro,
que fué del fiero Aquiles concedido,
y reprimido el lamentable coro
del frigio llanto, dieron fin al vano
y sin provecho sentimiento y lloro.
El tierno pecho, en esta parte humano,
de Venus, ¿qué sintió, su Adonis viendo
de su sangre regar el verde llano?
Mas desque vido bien que corrompiendo
con lágrimas sus ojos no hacía
sino en su llanto estarse deshaciendo,
y que tornar llorando no podía
su caro y dulce amigo de la escura
y tenebrosa noche al claro día,
los ojos enjugó y la frente pura
mostró con algo más contentamiento,
dejando con el muerto la tristura;
y luego con gracioso movimiento
se fué su paso por el verde suelo,
con su guirnalda usada y su ornamento;
desordenaba con lacivo vuelo
el viento su cabello, y con su vista
alegraba la tierra, el mar y el cielo.
Con discurso y razón que es tan prevista,
con fortaleza y ser que en ti contemplo,
a la flaca tristeza se resista.
Tu ardiente gana de subir al templo
donde la muerte pierde su derecho,
te baste, sin mostrarte yo otro ejemplo.
Allí verás cuán poco mal ha hecho
la muerte en la memoria y clara fama
de los famosos hombres que ha deshecho.
Vuelve los ojos donde el fin te llama
la suprema esperanza, do perfeta
sube y purgada el alma en pura llama.
¿Piensas que es otro el fuego que en Oeta
de Alcides consumió la mortal parte
cuando voló el espíritu al alta meta?
Desta manera aquel por quien reparte
tu corazón sospiros mil al día,
y resuena tu llanto en cada parte,
subió por la difícil y alta vía,
de la carne mortal purgado y puro,
en la dulce región del alegría;
do con discurso libre ya y seguro
mira la vanidad de los mortales,
ciegos, errados en el aire escuro;
y viendo y contemplando nuestros males,
alégrase de haber alzado el vuelo
a gozar de las horas inmortales.
Pisa el inmenso y cristalino cielo
teniendo puestos de una y otra mano
el claro padre y el sublime abuelo.
El uno ve de su proceso humano
sus virtudes estar allí presentes,
que el áspero camino hacen llano;
el otro, que acá hizo entre las gentes
en la vida mortal menor tardanza,
sus llagas muestra allá resplandecientes.
Dellas aqueste premio allá se alcanza;
porque del enemigo no conviene procurar
en el cielo otra venganza.
Mira la tierra, el mar que la contiene,
todo lo cual por un pequeño punto
a, respeto del cielo juzga y tiene.
Puesta la vista en aquel gran trasunto
y espejo, do se muestra lo pasado
con lo futuro y lo presente junto,
el tiempo que a tu vida limitado
de allá arriba te está, Fernando, mira,
y allí ve tu lugar ya deputado.
¡Oh bienaventurado, que sin ira,
sin odio, en paz estás, sin amor ciego,
con quien acá se muere y se sospira;
y en eterna holganza y en sosiego
vives, y vivirás cuanto encendiere
las almas del divino amor el fuego!
Si el cielo piadoso y largo diere
luenga vida a la voz deste mi llanto,
lo cual tú sabes que pretende y quiere,
yo te prometo, amigo, que entre tanto
que el sol al mundo alumbre, y que la escura
noche cubra la tierra con su manto,
y en tanto que los peces la hondura
húmida habitarán del mar profundo,
y las fieras del monte la espesura,
se cantará de ti por todo el mundo;
que en cuanto se discurre, nunca visto
de tus años jamás otro segundo
será desde el Antártico a Calisto.
ELEGÍA SEGUNDA
Aquí, Boscán, donde del buen troyano
Anquises con eterno nombre y vida
conserva la ceniza el Mantuano,
debajo de la seña esclarecida
de César Africano nos hallamos,
la vencedora gente recogida:
diversos en estudio, que unos vamos
muriendo por coger de la fatiga
el fruto que con el sudor sembramos;
otros, que hacen la virtud amiga
y premio de sus obras, y así quieren
que la gente lo piense y que lo diga,
destotos en lo público difieren,
y en lo secreto sabe Dios en cuánto
se contradicen en lo que profieren.
Yo vor por medio, porque nunca tanto
quise obligarme a procurar hacienda;
que un poco más que aquéllos me levanto.
Ni voy tampoco por la estrecha senda
de los que cierto sé que a la otra vía
vuelven de noche, al caminar, la rienda.
Mas ¿dónde me llevó la pluma mía,
que a sátira me voy mi paso a paso,
y aquesta que os escribo es elegía?
Yo enderezo, señor, en fin, mi paso
por donde vos sabéis, que su proceso
siempre ha llevado y lleva Garcilaso;
y así, en mitad de aqueste monte espeso
de la diversidades me sostengo,
no sin dificultad, mas no por eso
dejo las musas, antes torno y vengo
dellas al negociar, y variando,
con ellas dulcemente me entretengo.
Así se van las horas engañando,
así del duro afán y grave pena
estamos algún hora descansando.
De aquí iremos a ver de la Serena
la patria, que bien muestra haber ya sido
de ocio y de amor antiguamente llena.
Allí mi corazón tuvo su nido
un tiempo ya; mas no sé, triste, agora
o si estará ocupado o desparcido.
De aquesto un frío temor así a deshora
por mis huesos discurre en tal manera,
que no puedo vivir con él un hora.
Si, triste, de mi bien estado hubiera
un breve tiempo ausente, yo no niego
que con mayor seguridad viviera.
La breve ausencia hace el mismo juego
en la fragua de amor, que en fragua ardiente
el agua moderada hace al fuego;
la cual verás que no tan solamente
no lo suele matar, más lo refuerza
con ardor más intenso y eminente;
porque un contrario con la poca fuerza
de su contrario, por vencer la lucha,
su brazo aviva y su valor esfuerza;
pero si el agua en abundancia mucha
sobre el fuego se esparce y se derrama,
el humo sube al cielo, el son se escucha,
y el claro resplandor de viva llama,
en polvo y en ceniza convertido,
apenas queda dél sino la fama.
Así el ausencia larga, que ha esparcido
en abundancia su licor, que amata
el fuego que el amor tenía encendido,
de tal suerte lo deja, que lo trata
la mano sin peligro en el momento
que en aparencia y son se desbarata.
Yo sólo fuera voy de aqueste cuento;
porque el amor me aflige y me atormenta,
y en ausencia crece el mal que siento;
y pienso yo que la razón consienta
y permita la causa deste efeto,
que a mí solo entre todos se presenta;
porque, como del cielo yo sujeto
estaba eternamente y deputado
al amoroso fuego en que me meto,
así para poder ser amatado,
el ausencia sin término infinita
debe ser, y sin tiempo limitado;
lo cual no habrá razón que lo permita;
porque, por más y más que ausencia dure,
con la vida se acaba, que es finita.
Mas a mí ¿quién habrá que me asegure
que mi mala fortuna con mudanza
y olvido contra mí no se conjure?
Este temor persigue la esperanza
y oprime y enflaquece el gran deseo
con que mis ojos van de su holganza.
Con ellos solamente agora veo
este dolor que el corazón me parte,
y con él y conmigo aquí peleo.
¡Oh crudo, oh riguroso, oh fiero Marte,
de túnica cubierto de diamante,
y endurecido siempre en toda parte!
¿Qué tiene que hacer el tierno amante
con tu dureza y áspero ejercicio
llevado siempre del furor delante?
Ejercitando, por mi mal, tu oficio,
soy reducido a términos que muerte
será mi postrimero beneficio.
Y ésta no permitió mi dura suerte
que me sobreviniese peleando,
de hierro traspasado agudo y fuerte,
porque me consumiese contemplando
mi amado y dulce fruto en mano ajena,
y el duro posesor de mí burlando.
Mas ¿dónde me trasporta y enajena
de mi proprio sentido el triste miedo?
A parte de vergьenza y dolor llena,
donde si el mal yo viese, ya no puedo,
según con esperalle estoy perdido,
acrecentar en la miseria un dedo.
Así lo pienso agora, y si él venido
fuese en su misma forma y su figura,
tendría el presente por menor partido,
y agradecería siempre a la ventura
mostrarme de mi mal sólo el retrato,
que pintan mi temor y mi tristura.
Yo sé que cosa es esperar un rato
el bien del proprio engaño, y solamente
tener con él inteligencia y trato.
Como acontece al mísero doliente,
que del un cabo el cierto amigo y sano
le muestra el grave mal de su acidente,
y le amonesta que del cuerpo humano
comience a levantar a mejor parte
el alma suelta con volar liviano;
mas la tierna mujer, de la otra parte
no se puede entregar a desengaño,
y encúbrele del mal la mayor parte;
él, abrazado con su dulce engaño,
vuelve los ojos a la voz piadosa,
y alégrase muriendo con su daño,
así los quito yo de toda cosa,
y póngolos en solo el pensamiento
de la esperanza cierta o mentirosa.
En este dulce error muero contento;
porque ver claro y conocer mi estado
no puede ya curar el mal que siento;
y acabo como aquel que en un templado
baño metido, sin sentillo muere,
las venas dulcemente desatado.
Tú, que en la patria entre quien bien te quiere
la deleitosa playa estás mirando,
y oyendo el son del mar que en ella hiere,
y sin impedimento contemplando
la misma a quien tú vas eterna fama,
en tus vivos escritos procurando;
alégrate, que más hermosa llama
que aquella que el troyano encendimiento
pudo causar, el corazón te inflama.
No tienes que temer el movimiento
de la fortuna con soplar contrario,
que el puro resplandor serena el viento.
Yo, como conducido mercenario,
voy do fortuna a mi pesar me envía,
si no a morir, que aquesto es voluntario.
Sólo sontiene la esperanza mía
un tan débil engaño, que de nuevo
es menester hacello cada día;
y si no lo fabrico y lo renuevo,
da consigo en el suelo mi esperanza;
tanto, que en vano a levantada pruebo.
Aqueste premio mi servir alcanza,
que en sola la miseria de mi vida
negó fortuna su común mudanza.
¿Dónde podré huir que sacudida
un rato sea de mí la grave carga
que oprime mi cerviz enflaquecida?
Mas ¡ay! que la distancia no descarga
el triste corazón, y el mal, doquiera
que estoy, para alcanzarme el vuelo alarga.
Si donde el sol ardiente reverbera
de la arenosa Libia, engendradora
de toda cosa ponzoñosa y fiera;
o adonde él es vencido a cualquier hora
de la rígida nieve y viento frío,
parte do no se vive ni se mora;
si en ésta o en aquélla el desvarío
o la fortuna me llevase un día,
y allí gastase todo el tiempo mío,
el celoso temor con mano fría
en medio del calor y ardiente arena
el triste corazón me apretaría;
y en el rigor del hiedo, en la serena
noche, soplando el viento agudo y puro,
que el veloce correr del agua enfrena,
de aqueste vivo fuego en que me apuro
y consumirme poco a poco espero,
sé que aun allí no podré estar seguro;
y así, diverso entre contrarios muero.
EPÍSTOLA
Señor Boscán, quien tanto gusto tiene
de daros cuenta de los pensamientos
hasta en las cosas que no tienen nombre,
no le podrá, con vos faltar materia,
ni será menester buscar estilo
presto, distinto, de ornamento puro
tal cual a culta epístola conviene
Entre muy grandes bienes que consigo
el amistad perfecta nos concede,
es aqueste descuido suelto y puro,
lejos de la curiosa pesadumbre;
y así, de aquesta libertad gozando,
digo que vine, cuanto a lo primero,
tan sano como aquel que en doce días
lo que sólo veréis ha caminado
cuando el fin de la carta os la mostrare.
Alargo y suelto a su placer la rienda,
mucho más que al caballo, al pensamiento,
y llévame a las veces por camino
tan dulce y agradable, que me hace
olvidar el trabajo del pasado.
Otras me lleva por tan duros pasos,
que con la fuerza del afán presente,
también de los pasados se me olvida.
A veces sigo un agradable medio
honesto y reposado en que el discurso
del gusto y del ingenio se ejercita.
Iba pensando y discurriendo un día
a cuántos bienes alargó la mano
el que de la amistad mostró el camino;
y luego vos, de la amistad ejemplo,
os me ofrecéis en estos pensamientos.
Y con vos a lo menos me acontece
una gran cosa, al parecer estraña;
y porque la sepáis en pocos versos,
es que, considerando los provechos,
las honras y los gustos que me vienen
desta vuestra amistad, que en tanto tengo,
ninguna cosa en mayor precio estimo,
ni me hace gustar del dulce estado,
tanto como el amor de parte mía.
Este conmigo tiene tanta fuerza,
que sabiendo muy bien las otras partes
de la amistad de la estrecheza nuestra,
con sólo aqueste el alma se enternece;
y sé que otramente me aprovecha,
que el deleite, que suele ser pospuesto
a las útiles cosas y a las graves.
Llévame a escudriñar la causa desto
ver contino tan recio el mí el efeto,
y hallo que el provecho, el ornamento,
el gusto y el placer que se me sigue
del vínculo de amor que nuestro genio
enredó sobre nuestros corazones,
son cosas que de mí no salen fuera,
y en mí el provecho sólo se convierte.
Mas el amor, de donde por ventura
nacen todas las cosas, si hay algunas
que a vuestra utilidad y gusto miren,
es razón grande que en mayor estima
tenido sea de mí, que todo el resto,
cuánto más generosa y alta parte
es el hacer el bien que el recebillo;
así que amando me deleito, y hallo
que no es locura este deleite mío.
¡Oh cuán corrido estoy y arrepentido
de haberos alabado el tratamiento
del camino de Francia y las posadas!
Corrido de que ya por mentiroso
con razón me tendréis; arrepentido
de haber perdido tiempo en alabaros
cosa tan dina ya de vituperio;
donde no hallaréis sino mentiras,
vinos acedos, camareras feas,
varietés codiciosos, malas postas,
gran paga, poco argén, largo camino
llegar al fin a Nápoles no habiendo
dejado allá enterrado algún tesoro,
salvo si no decís que es enterrado
lo que nunca se halla ni se tiene.
A mi señor Dural estrechamente
abrazad de mi parte, si pudierdes.
Doce del mes de otubre, de la tierra
do nació el claro fuego del Petrarca,
y donde están del fuego las cenizas.
CANCIÓN PRIMERA
Si a la región desierta, inhabitable
por el hervor del sol demasiado,
y sequedad de aquella arena ardiente;
o la que por el hielo congelado
y rigurosa nieve es intratable,
del todo inhabitada de la gente,
por algún acidente
o caso de fortuna desastrada,
me fuésedes llevada,
y supiese que allá vuestra dureza
estaba en su crueza,
allá os iría a buscar, como perdido,
hasta morir a vuestros pies tendido.
Vuestra soberbia y condición esquiva
acabe ya, pues es tan acabada
la fuerza de en quien ha de esecutarse.
Mirad bien que el amor se desagrada
deso, pues quiere que el amante viva
y se convierta a do piense salvarse.
El tiempo ha de pasarse,
y de mis males, arrepentimiento,
confusión y tormento
sé que os ha de quedar, y esto recelo;
¡que aun de aquesto me duelo!
Como en mí vuestros males son de otra arte,
duélenme en más sentible y tierna parte.
Así paso la vida, acrecentando
materia de dolor, a mis sentidos,
como si la que tengo no bastase;
las cuales para todo están perdidos,
sino para mostrarme a mí cuál ando.
Pluguiese a Dios que aquesto aprovechase
para que yo pensase
un rato en mi remedio, pues os veo
siempre ir con un deseo
de perseguir al triste y al caído;
yo estoy aquí tendido,
mostrándoos de mi muerte las señales,
y vos viviendo sólo de mis males.
Si aquella amarillez y los sospiros
salidos sin licencia de su dueño;
si aquel hondo silencio no han podido
un sentimiento grande ni pequeño
mover en vos, que baste convertiros
a siquiera saber que soy nacido,
baste ya haber sufrido
tanto tiempo, a pesar de lo que basto;
que a mí mismo contrasto,
dándome a entender que mi flaqueza
me tiene en la tristeza
en que estoy puesto, y no lo que yo entiendo;
así que con flaqueza me defiendo.
Canción, no has de tener
conmigo que ver más en malo o en bueno;
trátame como ajeno,
que no te faltará de quien lo aprendas.
Si has miedo que me ofendas,
no quieras hacer más por mi derecho
de lo que hice yo, que el mal me he hecho.
CANCIÓN SEGUNDA
La soledad siguiendo,
rendido a mi fortuna,
me voy por los caminos que se ofrecen,
por ellos esparciendo
mis quejas de una en una
al viento, que las lleva do perecen;
puesto que ellas merecen
ser de vos escuchadas,
pues son tan bien vertidas,
he lástima de ver que van perdidas
por donde suelen ir las remediadas.
A mi se han de tornar,
adonde para siempre habrán de estar.
Mas ¿qué haré, señora,
en tanta desventura?
¿Adónde iré, si a vos no voy con ella?
¿De quién podré yo agora
valerme en mi tristura,
si en vos no halla abrigo mi querella?
Vos sola sois aquella
con quien mi voluntad
recibe tal engaño,
que viéndoos holgar siempre con mi daño,
me quejo a vos, como si en la verdad
vuestra condición fuerte
tuviese alguna cuenta con mi muerte.
Los árboles presento
entre las duras peñas
por testigo de cuanto os he encubierto;
de lo que entre ellas cuento
podrán dar buenas señas,
si señas pueden dar del desconcierto.
Mas ¿quién tendrá concierto
en contar el dolor,
que es de orden enemigo?
No me den pena, pues, por lo que digo;
que ya no me refrenará el temor.
¡Quién pudiera hartarse
de no esperar remedio y de quejarse!
Mas esto me es vedado
con unas obras tales
con que nunca fué a nadie defendido;
que si otros han dejado
de publicar sus males,
llorando el mal estado a que han venido,
señora, no habrá sido
sino con mejoría
y alivio en su tormento;
mas ha venido en mí a ser lo que siento
de tal arte, que ya en mi fantasía
no cabe; y así, quedo
sufriendo aquello que decir no puedo.
Si por ventura estiendo
alguna vez mis ojos
por el proceso luengo de mis daños,
con lo que me defiendo
de tan grandes enojos,
solamente es allí con mis engaños:
mas vuestros desengaños
vencen mi desvarío
y apocan mis defensas.
Sin yo poder dar otras recompensas,
sino que, siendo vuestro más que mío,
quise perderme así,
por vengarme de vos, señora, en mí.
Canción, yo he dicho más que me mandaron,
y menos que pensé;
no me pregunten más, que lo diré.
CANCIÓN TERCERA
Con un manso ruido
de agua corriente y clara,
cerca el Danubio una isla, que pudiera
ser lugar escogido
para que descansara
quien como yo estó agora, no estuviera;
do siempre primavera
parece en la verdura
sembrada de las flores;
hacen los ruiseñores
renovar el placer o la tristura
con sus blandas querellas,
que nunca día ni noche cesan dellas.
Aquí estuve yo puesto,
o por mejor decillo,
preso y forzado y sólo en tierra ajena;
bien pueden hacer esto
en quien puede sufrillo
y en quien él a si mismo se condena.
Tengo sólo una pena,
si muero desterrado
y en tanta desventura,
que piensen por ventura
que juntos tantos males me han llevado;
y sé yo bien que muero
por sólo aquello que morir espero.
El cuerpo está en poder
y en manos de quien puede
hacer a su placer lo que quisiere;
mas no podrá hacer
que mal librado quede,
mientras de mí otra prenda no tuviere.
Cuando ya el mal viniere,
y la postrera suerte,
aquí me ha de hallar,
en el mismo lugar,
que otra cosa más dura que la muerte
me halla y ha hallado;
y esto sabe muy bien quien lo ha probado.
No es necesario agora
hablar más sin provecho,
que es mi necesidad muy apretada;
pues ha sido en un hora
todo aquello deshecho
en que toda mi vida fué gastada.
¿Y al fin de tal jornada
presumen espantarme?
Sepan que ya no puedo
morir sino sin miedo;
que aun nunca qué temer quiso dejarme
la desventura mía,
que el bien y el miedo me quitó en un día.
Danubio, río divino,
que por fieras naciones
vas con tus claras ondas discurriendo,
pues no hay otro camino
por donde mis razones
vayan fuera de aquí, sino corriendo
por tus aguas y siendo
en ellas anegadas;
si entierra tan ajena
en la desierta arena
fueren de alguno acaso en fin halladas,
entiérrelas, siquiera
, porque su error se acabe en tu ribera.
Aunque en el agua mueras,
canción, no has de quejarte;
que yo he mirado bien lo que te toca.
Menos vida tuvieras
si hubieras de igualarte
con otras que se me han muerto en la boca.
Quién tiene culpa desto,
allá lo entenderás de mí muy presto.
CANCIÓN CUARTA
El aspereza de mis males quiero
que se muestre también en mis razones,
como ya en los efetos se ha mostrado.
Lloraré de mi mal las ocasiones,
sabrá el mundo la causa porque muero,
y moriré a lo menos confesado.
Pues soy por los cabellos arrastrado
de un tan desatinado pensamiento,
que por agudas peñas peligrosas,
por matas espinosas,
corre con ligereza más que el viento,
bañando de mi sangre la carrera;
y para más despacio atormentarme,
llévame alguna vez por entre flores,
a do de mis tormentos y dolores
descanso, y dellos vengo a no acordarme;
mas él a más descanso no me espera;
antes, como me ve desta manera,
con un nuevo furor y desatino
torna a seguir el áspero camino.
No vine por mis pies a tantos daños;
fuerzas de mi destino me trajeron,
y a la que me atormenta me entregaron.
Mi razón y juicio bien creyeron
guardarme, como en los pasados años
de otros graves peligros me guardaron;
mas cuando los pasados compararon
con los que venir vieron, no sabían
lo que hacer de sí ni dó meterse;
que luego empezó a verse
la fuerza y el rigor con que venían.
Mas de pura vergüenza costreñida,
con tardo paso y corazón medroso
al fin ya mi razón salió al camino.
Cuanto era el enemigo más vecino,
tanto más el recelo temeroso
le mostraba el peligro de su vida.
Pensar en el temor de ser vencida,
la sangre alguna vez le calentaba,
mas el mismo temor se la enfriaba.
Estaba yo a mirar, y peleando
en mi defensa mi razón estaba
cansada, y en mil partes ya herida;
y sin ver yo quién dentro me incitaba,
ni saber cómo, estaba deseando
que allí quedase mi razón vencida.
Nunca en todo el proceso de mi vida
cosa se me cumplió que desease
tan presto como aquesta; que a la hora
se rindió la señora,
y al siervo consintió que gobernase
y usase de la ley del vencimiento.
Entonces yo sentirme salteado
de una vergüenza libre y generosa;
corrime gravemente que una cosa
tan sin razón hubiese así pasado.
Luego siguió el dolor al corrimiento
de ver mi reino en mano de quien cuento
que me da vida y muerte cada día,
y es la más moderada tiranía.
Los ojos, cuya lumbre bien pudiera
tornar clara la noche tenebrosa,
y escurecer al sol a mediodía,
me convirtieron luego en otra cosa.
En volviéndose a mí la vez primera
con el calor del rayo que salía
de su vista, que en mí se difundía,
y de mis ojos la abundante vena
de lágrimas, al sol que me inflamaba,
no menos ayudaba
a hacer mi natura en todo ajena
de lo que era primero. Corromperse
sentí el sosiego y libertad pasada,
y el mal de que muriendo estó, engendrarse,
y en tierras sus raíces ahondarse
tanto cuanto su cima levantada
sobre cualquier altura hace verse.
El fruto que de aquí suele cogerse,
mil es amargo, alguna vez sabroso;
mas mortífero siempre y ponzoñoso.
De mí agora huyendo, voy buscando
a quien huye de mí como enemiga;
que al un error añado el otro yerro,
y en medio del trabajo y la fatiga
estoy cantando yo, y está sonando
de mis atados pies el grave hierro;
mas poco dura el canto si me encierro
acá dentro de mí, porque allí veo
un campo lleno de desconfianza.
Muéstrame la esperanza
de lejos su vestido y su meneo;
mas ver su rostro nunca me consiente.
Torno a llorar mis daños, porque entiendo
que es un crudo linaje de tormento
para matar aquel que está sediento,
mostralle el agua por que está muriendo;
de la cual el cuitado juntamente
la claridad contempla, el ruido siente;
mas cuando llega ya para bebella,
gran espacio se halla lejos della.
De los cabellos de oro fué tejida
la red que fabricó mi sentimiento,
do mi razón revuelta y enredada
con gran vergüenza suya y corrimiento,
sujeta al apetito y sometida,
en público adulterio fué tomada,
del cielo y de la tierra contemplada.
Mas ya no es tiempo de mirar yo en esto,
pues no tengo con qué considerado,
y en tal punto me hallo,
que estoy sin armas en el campo puesto,
y el paso ya cerrado y la huida.
¿Quié no se espantará de lo que digo?
Que es cierto que he venido a tal estremo,
que del grave dolor que huyo y temo,
me hallo algunas veces tan amigo,
que en medio dél, si vuelvo a ver la vida
de libertad, la juzgo ya perdida,
y maldigo las horas y momentos
gastados mal en libres pensamientos.
No reina siempre aquesta fantasía,
que en imaginación tan variable
no se reposa un hora el pensamiento.
Viene con un rigor tan intratable
a tiempos el dolor, que al alma mía
desampara, huyendo, el sufrimiento,
lo que dura la fuerza del tormento.
No hay parte en mí que no se me trastorne
y que en torno de mí no esté llorando,
de nuevo protestando
que de la vía espantosa atrás me torne.
Esto ya por razón no va fundando,
ni le dan parte dello a mi juicio,
que este discurso todo es ya perdido;
mas es en tanto daño del sentido
este dolor, y en tanto perjuicio,
que todo lo sensible atormentado,
del bien, si alguno tuvo, ya olvidado
está de todo punto, y sólo siente
la furia y el rigor del mal presente.
En medio de la fuerza del tormento
una sombra de bien se me presenta,
do el fiero ardor un poco se mitiga.
Figúraseme cierto a mí que sienta
alguna parte de lo que yo siento
aquella tan amada mi enemiga.
Es tan incomportable la fatiga,
que si con algo yo no me engañase
para poder llevalla, moriría;
y así, me acabaría
sin que de mí en el mundo se hablase.
Así que, del estado más perdido
saco algún bien; mas luego en mí la suerte
trueca y revuelve el orden; que algún hora,
si el mal acaso un poco en mí mejora,
aquel descanso luego se convierte
en un temor que me ha puesto en olvido
aquella por quien sola me he perdido.
Así, del bien que un rato satisface,
nace el dolor que el alma me deshace.
Canción, si quien te viere se espantare
de la instabilidad y ligereza
y revuelta del vago pensamiento,
estable, grave y firme es el tormento
le di, que es causa, cuya fortaleza
es tal, que cualquier parte que tocare,
le hará revolver hasta que pare
en aquel fin de lo terrible y fuerte,
que todo el mundo afirma que es la muerte.
CANCIÓN QUINTA
Si de mi baja lira
tanto pudiese el son, que un momento
aplacase la ira
del animoso viento,
y la furia del mar y el movimiento;
y en ásperas montañas
con el suave canto enterneciese
las fieras alimañas,
los árboles moviese,
y al son confusamente los trajese;
no pienses que cantando
sería de mi, hermosa flor de Nido,
el fiero Marte airado,
a muerte convertido,
de polvo y sangre y de sudor teñido;
ni aquellos capitanes
en las sublimes ruedas colocados,
por quien los alemanes
el fiero cuello atados
y los franceses van domesticados.
Mas solamente aquella fuerza
de tu beldad sería cantada,
y alguna vez con ella
también sería notada
el aspereza de que estás armada;
y cómo por ti sola,
y por tu gran valor y hermosura
convertida en viola,
llora su desventura
el miserable amante en su figura.
Hablo de aquel cativo,
de quien tener se debe más cuidado,
que está muriendo vivo,
al remo condenado,
en la concha de Venus amarrado.
Por ti, como solía,
del áspero caballo no corrige
la furia y gallardía,
ni con freno le rige,
ni con vivas espuelas ya le aflige.
Por ti, con diestra mano
no revuelve la espada presurosa,
y en el dudoso llano
huye la polvorosa
palestra como sierpe ponzoñosa.
Por ti, su blanda musa,
en lugar de la cítara sonante,
tristes querellas usa,
que con llanto abundante
hacen bañar el rostro del amante.
Por ti, el mayor amigo
le es importuno, grave y enojoso
; yo puedo ser testigo,
que ya del peligroso
naufragio fui su puerto y su reposo.
Y agora en tal manera
vence el dolor a la razón perdida,
que ponzoñosa fiera
nunca fué aborrecida
tanto como yo dél, ni tan temida.
No fuiste tú engendrada
ni producida de la dura tierra;
no debe ser notada
que ingratamente yerra
quien todo el otro error de sí destierra.
Hágate temerosa
el caso de Anajérete, y cobarde,
que de ser desdeñosa
se arrepintió muy tarde;
y así, su alma con su mármol arde.
Estábase alegrando
del mal ajeno el pecho empedernido,
cuando abajo mirando,
el cuerpo muerto vido
del miserable amante, allí tendido.
Y al cuello el lazo atado,
con que desenlazó de la cadena
el corazón cuitado,
que con su breve pena
compró la eterna punición ajena.
Sintió allí convertirse
en piedad amorosa el aspereza.
¡Oh tarde arrepentirse!
¡Oh última terneza!
¿Cómo te sucedió mayor dureza?
Los ojos se enclavaron
en el tendido cuerpo que allí vieron,
los huesos se tornaron
más duros y crecieron,
y en sí toda la carne convirtieron;
las entrañas heladas
tornaron poco a poco en piedra dura;
por las venas cuitadas
la sangre su figura
iba desconociendo y su natura;
hasta que, finalmente,
en duro mármol vuelta y trasformada,
hizo de sí la gente
no tan maravillada
cuanto de aquella ingratitud vengada.
No quieras tú, señora,
de Némesis airada las saetas
probar, por Dios, agora;
baste que tus perfetas
obra y hermosura a los poetas
den inmortal materia,
sin que también en verso lamentable
celebren la miseria
de algún caso notable
que por ti pase triste y miserable.
SONETOS
I
Cuando me paro a contemplar mi estado,
y a ver los pasos por do me ha traído,
hallo, según por do anduve perdido,
que a mayor mal pudiera haber llegado;
mas cuando del camino estó olvidado
a tanto mal no sé por dó he venido;
se que me acabo, y mas he yo sentido
ver acabar conmigo mi cuidado.
Yo acabare, que me entregue sin arte
a quien sabrá perderme y acabarme
si ella quisiere, y aun sabrá querello;
que pues mi voluntad puede matarme
la suya, que 10 estando de mi parte,
pudiendo, ¿qué hará sino hacello?
II
En fin, a vuestras manos he venido,
do sé que he de morir tan apretado,
que aun aliviar con quejas mi cuidado,
como remedio, me es ya defendido.
Mi vida no sé en qué se ha sostenido,
si no es en haber sido yo guardado
para que sólo en mi fuese probado
cuánto corta una espada en un rendido.
Mis lágrimas han sido derramadas
donde la sequedad y la aspereza
dieron mal fruto dellas y mi suerte.
Basten las que por vos tengo lloradas.
No os venguéis más de mí con mi flaqueza;
allá os vengad, señora, con mi muerte.
III
La mar en medio y tierras he dejado
de cuanto bien, cuitado, yo tenía;
yéndome alejando cada día,
gentes, costumbres, lenguas he pasado.
Ya de volver estoy desconfiado;
pienso remedios en mi fantasía,
y el que más cierto espero es aquel día
que acabará la vida y el cuidado.
De cualquier mal pudiera socorrerme
con veros yo, señora, o esperallo,
si esperallo pudiera sin perdello.
Mas de no veros ya para valerme,
si no es morir, ningún remedio hallo;
y si esto lo es, tampoco podré habello.
IV
Un rato se levanta mi esperanza.
Tan cansada de haberse levantado
torna a caer, que deja, mal mi grado,
libre el lugar a la desconfianza.
¿Quién sufrirá tan áspera mudanza
del bien al mal? ¡Oh, corazón cansado!
esfuerza en la miseria de tu estado,
que tras fortuna suele haber bonanza.
Yo mismo emprenderé a fuerza de brazos
romper un monte, que otro no rompiera,
de mil inconvenientes muy espeso.
Muerte, prisión no pueden, ni embarazos,
quitarme de Ir a veros, como quiera,
desnudo espirtu o hombre en carne y hueso.
V
Escrito está en mi alma vuestro gesto,
y cuanto yo escrebir de vos deseo;
vos sola lo escrebistes, yo lo leo
tan solo, que aunque de vos me guardo en esto.
En esto estoy y estaré siempre puesto;
que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo,
de tanto bien lo que no entiendo creo,
tomando ya la fe por presupuesto.
Yo no nací sino para quereros;
mi alma os ha cortado a su medida;
por hábito del alma misma os quiero.
Cuanto tengo confieso yo deberos;
por vos nací, por vos tengo la vida,
por vos he de morir y por vos muero.
VI
Por ásperos caminos he llegado
a parte que de miedo no me muevo;
y si a mudarme o dar un paso pruebo,
allí por los cabellos soy tornado.
Mas tal estoy, que con la muerte al lado
busco de mi vivir consejo nuevo;
y conozco el mejor y el peor apruebo,
o por costumbre mala o por mi hado.
Por otra parte, el breve tiempo mío,
y el errado proceso de mis años,
en su primer principio y en su medio,
mi inclinación, con quien ya no porfío,
la cierta muerte, fin de tantos daños,
me hacen descuidar de mi remedio.
VII
No pierda más quien ha tanto perdido;
bástete, amor, lo que ha por mí pasado;
válgame agora haber jamás probado
a defenderme de lo que has querido.
Tu templo y sus paredes he vestido
de mis mojadas ropas, y adornado,
como acontece a quien ha ya escapado
libre de la tormenta en que se vido.
Yo había jurado nunca más meterme,
a poder mío y a mi consentimiento,
en otro tal peligro, como vano.
Mas del que viene no podré valerme;
y en esto no voy contra el juramento;
que no es como los otros ni en mi mano.
VIII
De aquella vista pura y ecelente
salen espirtus vivos y encendidos,
y siendo por mis ojos recebidos,
me pasan hasta donde el mal se siente.
Encuéntranse al camino fácilmente,
con los míos, que de tal calor movidos
salen fuera de mí como perdidos,
llamados de aquel bien que está presente.
Ausente, en la memoria la imagino;
mis espirtus, pensando que la vían,
se mueven y se encienden sin medida;
mas no hallando fácil el camino,
que los suyos entrando derretían,
revientan por salir do no hay salida.
IX
Señora mía, si de vos estoy ausente
en esta vida turo y no me muero,
paréceme que ofendo a lo que os quiero,
y al bien de que gozaba en ser presente
Tras éste, luego siento otro acidente,
que es ver que si de vida desespero,
yo pierdo cuanto bien de vos espero,
y así ando en lo que siento diferente.
En esta diferencia mis sentidos
están en vuestra ausencia y en porfía.
No sé ya qué hacerme en mal tamaño.
Nunca entre sí los veo tan reñidos.
De tal arte pelean noche y día,
que sólo se conciertan en mi daño.
X
¡Oh dulces prendas, por mí mal halladas,
dulces y alegres, cuando Dios quería!
Juntas estáis en la memoria mía,
y con ella en mi muerte conjuradas.
¿Quién me dijera, cuando en las pasadas
horas en tanto bien por vos me vía,
que me habíades de ser en algún día
con tan grave dolor representadas?
Pues en un hora junto me llevastes
todo el bien que por términos me distes,
llevadme junto al mal que me dejastes.
Si no, sospecharé que me pusistes
en tantos bienes, porque deseastes
verme morir entre memorias tristes.
XI
Hermosas ninfas, que en el río metidas,
contentas habitáis en las moradas
de relucientes piedras fabricadas
y en colunas de vidrio sostenidas;
agora estáis labrando embebecidas,
o tejiendo las telas delicadas;
agora unas con otras apartadas,
contándoos los amores y las vidas;
dejad un rato la labor, alzando
vuestras rubias cabezas a mirarme,
y no os detendréis mucho según ando;
que o no podréis de lástima escucharme,
o convertido en agua aquí llorando,
podréis allá de espacio consolarme.
XII
Si para refrenar este deseo
loco, imposible, vano, temeroso,
y guarecer de un mal tan peligroso,
que es darme a entender yo lo que no creo,
no me aprovecha verme cual me veo,
o muy aventurado o muy medroso,
en tanta confusión, que nunca oso
fiar el mal de mí que lo poseo,
¿qué me ha de aprovechar ver la pintura
de aquel que con las alas derretidas
cayendo, fama y nombre al mar ha dado,
y la del que su fuego y su locura
llora entre aquellas plantas conocidas,
apenas en el agua resfriado?
XIII
A Dafne ya los brazos le crecían,
y en luengos ramos vueltos se mostraban;
en verdes hojas vi que se tornaban
los cabellos que al oro escurecían.
De áspera corteza se cubrían
los tiernos miembros, que aún bullendo estaban;
los blancos pies en tierra se hincaban;
y en torcidas raíces se volvían.
Aquel que fué la causa de tal daño,
a fuerza de llorar, crecer hacía
el árbol que con lágrimas regaba.
¡Oh miserable estado, oh mal tamaño!
¡Que con lloralla cresca cada día
la causa y la razón por que lloraba!
XIV
Como la tierna madre que el doliente
hijo le está con lágrimas pidiendo
alguna cosa, de la cual comiendo,
sabe que ha de doblarse el mal que siente,
y aquel piadoso amor no le consiente
que considere el daño que haciendo
lo que le pide hace, va corriendo,
y dobla el mal, y aplaca el acidente,
así a mi enfermo y loco pensamiento,
que en su daño os me pide, yo querría
quitar este moral mantenimiento.
Mas pídemelo, y llora cada día
tanto, que cuanto quiere le consiento,
olvidando su muerte y aun la mía.
XV
Si quejas y lamentos pueden tanto,
que el curso refrenaron de los ríos,
y en los diversos montes y sombríos
los árboles movieron con su canto;
si convirtieron a escuchar su llanto
las fieras tigres y peñascos fríos;
si, en fin, con menos casos que los míos
bajaron a los reinos del espanto,
¿por qué no ablandará mi trabajosa
vida, en miseria y lágrimas pasadas,
un corazón conmigo endurecido?
Con más piedad debría ser escuchada
la voz del que se llora por perdido
que la del que perdió y llora otra cosa.
XVI
No las francesas armas odïosas,
ni contra puestas del airado pecho,
ni en los guardados muros con pertrecho
los tiros y saetas ponzoñosas;
no las escaramuzas peligrosas,
ni aquel fiero ruido contrahecho
de aquel que para Júpiter fué hecho
por manos de Vulcano artificiosas,
pudieron, aunque más yo me ofrecía
a los peligros de la dura guerra,
quitar una hora sola de mi hado.
Mas infición de aire en solo un día
me quitó al mundo, y me ha en ti sepultado,
Parténope, tan lejos de mi tierra.
XVII
Pensando que el camino iba derecho,
vine a parar en tanta desventura,
que Imaginar no puedo, aun con locura,
algo de que esté un rato satisfecho.
El ancho campo me parece estrecho;
la noche clara para mí es escura;
la dulce compañía, amarga y dura,
y duro campo de batalla el lecho.
Del sueño, si hay alguno, aquella parte
sola que es ser imagen de la muerte
se aviene con el alma fatigada.
En fin, que como quiera, estoy de arte,
que juzgo ya por hora menos fuerte,
aunque en ella me vi, la que es pasada.
XVIII
Si a vuestra voluntad yo soy de cera,
y por sol tengo sólo vuestra vista,
la cual a quien no inflama o no conquista
con su mirar, es de sentido fuera;
de do viene una cosa, que si fuera
menos veces de mi probada y vista,
según parece que a razón resista,
a mi sentido mismo no creyera,
y es, que yo soy de lejos inflamado
de vuestra ardiente vista, y encendido
tanto, que en vida me sostengo apenas.
Mas si de cerca soy acometido
de vuestros ojos, luego siento, helado,
cuajárseme la sangre por las venas.
XIX
Julio, después que me partí llorando
de quien jamás mi pensamiento parte,
y dejé de mi alma aquella parte
que al cuerpo vida y fuerza estaba dando,
de mi bien a mí mismo voy tomando
estrecha cuenta, y siento de tal arte
faltarme todo el bien, que temo en parte
que ha de faltarme el aire sospirando;
y con este temor, mi lengua prueba
a razonar con vos ¡oh dulce amigo!
del amarga memoria de aquel día
en que yo comencé como testigo
a poder dar del alma vuestra nueva,
y a sabella de vos del alma mía.
XX
Con tal fuerza y vigor son concertados
para mi perdición los duros vientos,
que cortaron mis tiernos pensamientos
luego que sobre mí fueron mostrados.
El mal es que me quedan los cuidados
en salvo destos acontecimientos,
que son duros, y tienen fundamentos
en todos mis sentidos bien echados.
Aunque por otra parte no me duelo,
ya que el bien me dejó con su partida,
del grave mal que en mí está de contino;
antes con él me abrazo y me consuelo;
porque en proceso de tan dura vida
atajaré la guerra del camino.
XXI
Clarísimo Marqués, en quien derrama
el cielo cuanto bien conoce el mundo;
si al gran valor en que el sujeto fundo,
y al claro resplandor de vuestra llama
arribaré mi pluma, y do la llama
la voz de vuestra nombre alto y profundo,
seréis vos solo eterno y sin segundo,
y por vos inmortal quien tanto os ama.
Cuanto del largo cielo se desea,
cuanto sobre la tierra se procura,
todo se halla en vos de parte en parte;
y, en fin, de sólo vos formó natura
una estraña y no vista al mundo idea,
y hizo igual al pensamiento el arte.
XXII
Con ansia estrema de mirar qué tiene
vuestro pecho escondido allá en su centro,
y ver si a lo de fuera lo de dentro
en apariencia y ser igual conviene,
en él puse la vista; mas detiene
de vuestra hermosura el duro encuentro
mis ojos, y no pasan tan adentro,
que miren lo que el alma en si contiene.
Y así, se quedan tristes en la puerta
hecha por mi dolor, con esa mano,
que aun a su mismo pecho no perdona;
donde vi claro mi esperanza muerta,
y el golpe que os hizo amor en vano
non esservi passato oltra la gonna.
XXIII
En tanto que de rosa y azucena
se muestra la color en vuestro gesto,
y que vuestro mirar ardiente, honesto,
enciende al corazón y lo refrena;
y en tanto que el cabello, que en la vena,
del oro se escogió, con vuelo presto,
por el hermoso cuello blanco, enhiesto,
el viento mueve, esparce y desordena;
coged de vuestra alegre primavera
el dulce fruto, antes que el tiempo airado
cubra de nieve la hermosa cumbre.
Marchitará la rosa el viento helado,
todo lo mudará la edad ligera,
por no hacer mudanza en su costumbre.
XIV
Ilustre honor del nombre de Cardona,
décima moradora de Parnaso,
a Tansilo, a Minturno, al culto Taso
sujeto noble de inmortal corona;
si en medio del camino no abandona
la fuerza y el espirtu a vuestro Laso,
por vos me llevará mi osado paso
a la cumbre difícil de Helicona.
Podré llevar entonces sin trabajo
con dulce son que el curso al agua enfrena,
por un camino hasta agora enjuto,
el patrio celebrado y rico Tajo,
que del valor de su luciente arena
a vuestro nombre pague el gran tributo.
XXV
¡Oh hado esecutivo en mis dolores,
cómo sentí tus leyes rigurosas!
Cortaste el árbol con manos dañosas,
y esparciste por tierra fruta y flores.
En poco espacio yacen mis amores
y toda la esperanza de mis cosas,
tornadas en cenizas desdeñosas,
y sordas a mis quejas y clamores.
Las lágrimas que en esta sepultura
se vierten hoy en día y se vertieron
recibe, aunque sin fruto allá te sean,
hasta que aquella eterna noche escura,
me cierre aquestos ojos que te vieron,
dejándome con otros que te vean.
XXVI
Echado está por tierra el fundamento
que mi vivir cansado sostenía.
¡Oh cuánto bien se acaba en solo un día!
¡Oh cuántas esperanzas lleva el viento!
¡Oh cuán ocioso está mi pensamiento
cuando se ocupa en bien de cosa mía!
A mi esperanza, así como a baldía,
mil veces la castiga mi tormento.
Las más veces me entrego, otras resisto
con tal furor, con una fuerza nueva,
que un monte puesto encima rompería.
Aqueste es el deseo que me lleva
a que desee tomar a ver un día
a quien fuera mejor nunca haber visto.
XXVII
Amor, amor, un hábito vestí,
el cual de nuestro paño fué cortado;
al vestir ancho fué mas apretado
y estrecho cuando estuvo sobre mí.
Después acá de lo que consentí,
tal arrepentimiento me ha tomado,
que pruebo alguna vez, de congojado,
a romper esto en que yo me metí.
Mas ¿quién podrá deste hábito librarse,
teniendo tan contraria su natura,
que con él ha venido a conformarse?
Si alguna parte queda por ventura
de mi razón, por mí no osa mostrarse,
que en tal contradición no está segura.
XXVIII
Boscán, vengado estáis, con mengua mía,
de mi rigor pasado y mi aspereza,
con que reheprenderos la terneza
de vuestro blando corazón solía.
Agora me castigo cada día
de tal salvatiquez y tal torpeza;
mas es a tiempo que de mi bajeza
correrme y castigarme bien podría.
Sabed que en mi perfecta edad y armado
con mis ojos abiertos me he rendido
al niño que sabéis, ciego y desnudo.
De tan hermoso fuego consumido
nunca fué corazón. Si preguntado
soy lo demás, en lo demás soy mudo.
XXIX
Pasando el mar Leandro el animoso,
con amoroso fuego todo ardiendo,
esforzó el viento, y fuese embraveciendo
el agua con un ímpetu furioso.
Vencido del trabajo presuroso,
contrastar a las ondas no pudiendo,
y más del bien que allí perdía muriendo,
que de su propia vida congojoso,
como pudo esforzó su voz cansada,
y a las ondas habló desta manera,
mas nunca fué la voz dellas oída:
—Ondas, pues no os escusa que yo muera,
dejadme allá llegar, y a la tornada
vuestro furor esecutá en mi vida.—
XXX
Sospechas, que en mi triste fantasía
puestas, hacéis la guerra a mi sentido,
volviendo y revolviendo el afligido
pecho, con dura mano, noche y día;
ya se acabó la resistencia mía
y la fuerza del alma; ya rendido
vencer de vos me dejo, arrepentido
de haberos contrastado en tal porfía.
Llevadme a aquel lugar tan espantable,
do por no ver la muerte allí esculpida,
cerrados hasta aquí tuve los ojos.
Las armas pongo ya, que concedida
no es tan larga defensa al miserable;
colgad en vuestro carro mis despojos.
XXXI
Dentro de mi alma fué de mí engendrado
un dulce amor, y de mi sentimiento
tan aprobado fué su nacimiento
como de un solo hijo deseado;
mas luego dél nació quien ha estragado
del todo el amoroso pensamiento;
que en áspero rigor y en gran tormento
los primeros deleites ha trocado.
¡Oh crudo nieto, que das vida al padre
y matas al abuelo! ¿por qué creces
tan disconforme a aquel de que has nacido?
¡Oh celoso temor! ¿a quién pareces?
¡Que la envidia, tu propia y fiera madre,
se espanta en ver el mostro que ha parido!
XXXII
Estoy continuo en lágrimas bañado,
rompiendo el aire siempre con sospiros;
y más me duele nunca osar deciros
que he llegado por vos a tal estado,
que viéndome do estoy y lo que he andado
por el camino estrecho de seguiros,
si me quiero tornar para huiros,
desmayo viendo atrás lo que he dejado;
si a subir pruebo, en la difícil cumbre,
a cada paso espántanme en la vía
ejemplos tristes de los que han caído.
Y sobre todo, fáltame la lumbre
de la esperanza, con que andar solía
por la escura región de vuestro olvido.
XXXIII
Mario, el ingrato amor, como testigo
de mi fe pura y de mi gran firmeza,
mostrando en mí su vil naturaleza,
que es hacer más ofensa al más amigo;
teniendo miedo que si escribo o digo
su condición, abajo su grandeza,
no bastando su fuerza a mi crueza,
ha esforzado la mano a mi enemigo.
Y así, en la parte que la diestra mano
gobierna, y en aquella que declara
el conceto del alma, fui herido.
Mas yo haré que aquesta ofensa, cara
le cueste al ofensor, que ya estoy sano,
libre, desesperado y ofendido.
XXXIV
Gracias al cielo doy que ya del cuello
del todo el grave yugo he sacudido,
y que del viento el mar embravecido
veré desde la tierra sin temello.
Veré colgada de un sutil cabello
la vida del amante embebecido
en su error, y en su engaño adormecido,
sordo a las voces que le avisan dello.
Alegrárame el mal de los mortales;
mas no es mi corazón tan inhumano
en aqueste mi error como parece,
porque yo huelgo, como huelga el sano,
no de ver a los otros en los males,
sino de ver que dellos él carece.
XXXV
Boscán, las armas y el furor de Marte,
que con su propia sangre el africano
suelo regando, hacen que el romano
imperio reverdesca en esta parte,
han reducido a la memoria el arte
y el antiguo valor italïano,
por cuya fuerza y valerosa mano
Africa se aterró de parte a parte.
Aquí donde el romano encendimiento,
donde el fuego y la llama licenciosa
sólo el nombre dejaron a Cartago,
vuelve y revuelve amor un pensamiento,
hiere y enciende el alma temerosa,
y en llanto y en ceniza me deshago.
XXXVI
A la entrada de un valle, en un desierto,
do nadie atravesaba ni se vía,
vi que con estrañeza un can hacía
estremos de dolor con desconcierto;
ahora suelta el llanto al cielo abierto,
ora va rastreando por la vía;
camina, vuelve, para, y todavía
quedaba desmayado como muerto.
Y fué que se apartó de su presencia
su amo, y no le hallaba, y esto siente;
mirad hasta dó llega el mal de ausencia.
Movióme a compasión ver su acidente;
díjele lastimado: “Ten paciencia,
que yo alcanzo razón, y estoy ausente.”
XXXVII
Mi lengua va por do el dolor la guía;
ya yo con mi dolor sin guía camino;
entrambos hemos de ir con puro tino;
cada uno va a parar do no quería;
yo, porque voy sin otra compañía,
sino la que me hace el desatino;
ella, porque la lleve aquel que vino
a hacella decir más que querría.
Y es para mí la ley tan desigual,
que aunque inocencia siempre en mí conoce
siempre yo pago el yerro ajeno y mío.
¿Qué culpa tengo yo del desvarío
de mi lengua, si estoy en tanto mal,
que el sufrimiento ya me desconoce?
XXXVIII
Siento el dolor menguarme poco a poco
no porque ser le sienta más sencillo,
mas fallece el sentir para sentillo,
después que de sentillo estoy tan loco.
Ni en sello pienso que en locura toco,
antes voy tan ufano con oíllo,
que no dejaré el sello y el sufrillo,
que si dejo de sello el seso apoco.
Todo me empece, el seso y la locura;
prívame éste de sí por ser tan mío;
mátame estotra por ser yo tan suyo.
Parecerá a la gente desvarío
preciarme deste mal, do me destruyo;
yo lo tengo por única ventura.
CANCIONES EN VERSOS CASTELLANOS
I
HABIENDOSE CASADO SU DAMA
Culpa debe ser quereros,
según lo que en mí hacéis;
mas allá lo pagaréis,
do no sabrán conoceros,
por mal que me conocéis.
Por quereros, ser perdido
pensaba, que no culpado;
mas que de todo lo haya sido
así me lo habéis mostrado,
que lo tengo bien sabido.
¡Quién pudiera no quereros
tanto como vos sabéis,
por holgarme que paguéis
lo que no han de conoceros
con lo que no conocéis!
II
OTRA
Yo dejaré desde aquí
de ofenderos más hablando;
porque mi morir callando
os ha de hablar por mí,
Gran ofensa os tengo hecha
hasta aquí en haber hablado,
pues en cosa os he enojado
que tampoco me aprovecha.
Derramaré desde aquí
mis lágrimas no hablando;
porque quien muere callando
tiene quien hable por sí.
III
A UNA PARTIDA
Acaso supo, a mi ver,
y por acierto quereros,
quien tal hierro fué a hacer,
como partiese de veros
donde os dejase de ver.
Imposible es que este tal,
pensando que os conocía,
supiese lo que hacía,
cuando su bien y su mal
junto os entregó en un día.
Acertó acaso a hacer
lo quesi por conoceros
hiciera, no podía ser
partirse, y con sólo veros
dejaros siempre de ver.
IV
TRADUCIENDO CUATRO VERSOS DE OVIDIO
Pues este nombre perdí,
Dido, mujer de Siqueo,
en mi muerte esto deseo
que se escriba sobre mí:
“El peor de los troyanos
dió la causa y el espada;
Dido, a tal punto llegada,
no puso más de las manos.”
V
A UNA SEÑORA QUE ANDANDO ÉL Y OTRO PASEANDO LES ECHÓ UNA RED EMPEZADA Y UN HUSO COMENZANDO A HILAR EN ÉL, Y DIJO QUE AQUELLO HABÍA TRABAJADO TODO EL DÍA
De la red y del hilado
hemos de tomar, señora,
que echáis de vos en un hora
todo el trabajo pasado.
Y si el vuestro se ha de dar
a los que se pasearen,
lo que por vos trabajaren,
¿dónde lo pensáis echar?
VI
GLOSA DE GARCILASO SOBRE ESTE VILLANCICO
“¿Qué testimonios son estos
que le queréis levantar?
Que no fué sino bailar.”
glosa de Garcilaso
¿Ésta tienen por gran culpa?
No lo fué a mi parecer,
porque tiene por desculpa
que lo hizo la mujer.
Ésta le hizo caer
mucho más que el no saltar
que hizo con el bailar.
VII
A BOSCÁN, PORQUE ESTANDO EN ALEMANIA DANZO EN UNAS BODAS
La gente se espanta toda
que hablar a todos distes,
que un milagro que hecistes,
hubo de ser en la boda.
Pienso que habéis de venir,
si vais por este camino,
a tornar el agua en vino,
como el danzar en reír.
VIII
VILLANCICO
Nadi puede ser dichoso,
señora, ni desdichado
sino que os haya mirado.
Porque la gloria de veros
en este punto se quita
que se piensa mereceros.
Así que, sin conoceros,
nadi puede ser dichoso,
señora, ni desdichado,
sino que os haya mirada.