Sonetos Completos de quevedo

 

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Parnaso español

Sonetos

Francisco de Quevedo

– V –

A la estatua de bronce del Santo Rey Don Felipe III, que está en la casa

del campo de Madrid, traída de Florencia

¡Oh cuánta majestad! ¡Oh cuánto numen,

en el tercer Filipo, invicto y santo,

presume el bronce que le imita! ¡Oh cuánto

estos semblantes en su luz presumen!

Los siglos reverencian, no consumen, 5

bulto que igual adoración y espanto

mereció amigo y enemigo, en tanto

que de su vida dilató el volumen.

Osó imitar artífice toscano

al que a Dios imitó de tal manera, 10

que es, por rey y por santo, soberano.

El bronce, por su imagen verdadera,

se introduce en reliquia, y éste, llano,

en majestad augusta reverbera.

– VI a –

A la misma estatua

Más de bronce será que tu figura

quien la mira en el bronce, si no llora,

cuando ya el sentimiento, que te adora,

hará blando al metal la forma dura.

Quiere de tu caballo la herradura 5

pisar líquidas sendas, que la aurora

a su paso perfuma, donde Flora

ostenta varia y fértil hermosura.

Dura vida con mano lisonjera

te dio en Florencia artífice ingenioso, 10

y reinas en las almas y en la esfera.

El bronce, que te imita, es virtuoso.

¡Oh cuánta de los hados gloria fuera,

si en años le imitaras numeroso!

– VI b –

A Roma, sepultada en ruinas

Buscas en Roma a Roma, ¡oh peregrino!,

y en Roma misma a Roma no la hallas:

cadáver son la que ostentó medallas,

y tumba de sí propio el Aventino.

Yace donde reinaba el Palatino; 5

y limadas del tiempo, las medallas

más se muestran destrozo a las batallas

de las edades que blasón latino.

Sólo el Tibre quedó, cuya corriente,

si ciudad la regó, ya, sepultura, 10

la llora con funesto son doliente.

¡Oh, Roma!, en tu grandeza, en tu hermosura,

huyó lo que era firme, y solamente

lo fugitivo permanece y dura.

– VII a –

Inscripción de la estatua augusta del César Carlos V en Aranjuez

Las selvas hizo navegar, y el viento

al cáñamo en sus velas respetaba,

cuando, cortés, anhélito tasaba

con la necesidad del movimiento.

Dilató su victoria el vencimiento 5

por las riberas que el Danubio lava;

cayó África ardiente; gimió esclava

la falsa religión en fin sangriento.

Vio Roma en la desorden de su gente,

si no piadosa, alegre valentía, 10

y de España el rumor sosegó ausente.

Retiró a Solimán, temor de Hungría,

y por ser retirada más valiente,

se retiró a sí misma el postrer día.

– VII b –

A un retrato de Don Pedro Girón, Duque de Osuna, que hizo Guido

Boloñés, armado, y grabadas de oro las armas

Vulcano las forjó, tocolas Midas,

armas en que otra vez a Marte cierra,

rígidas con el precio de la sierra,

y en el rubio metal descoloridas.

Al ademán, siguieron las heridas 5

cuando su brazo estremeció la tierra;

no las prestó el pincel: diolas la guerra;

Flandes las vio sangrientas y temidas.

Por lo que tienen del Girón de Osuna

saben ser apacibles los horrores, 10

y en ellas es carmín la tracia luna.

Fulminan sus semblantes vencedores;

asistió al arte en Guido la Fortuna,

y el lienzo es belicoso en los colores.

– VIII a –

A la fiesta de los toros y cañas en el buen Retiro, en día de grande nieve

Llueven calladas aguas en vellones

blancos las nubes mudas; pasa el día,

más no sin majestad, en sombra fría,

y mira el sol, que esconde, en los balcones.

No admiten el invierno corazones 5

asistidos de ardiente valentía:

que influye la española monarquía

fuerza igualmente en toros y rejones.

El blasón de Jarama, humedecida,

y ardiendo, la ancha frente en torva saña, 10

en sangre vierte la purpúrea vida.

Y lisonjera al grande rey de España,

la tempestad, en nieve oscurecida,

aplaudió al brazo, al fresno y a la caña.

– VIII b –

Al Duque de Maqueda en ocasión de no perder la silla en los grandes

corcovos de su caballo, habiendo hecho buena suerte en el toro

Descortésmente y cauteloso el hado,

vuestro valor, ¡oh Duque esclarecido!,

solícito envidioso y, atrevido,

logró apenas lo mal intencionado.

Por derribaros, de soberbia armado, 5

diligencia en que estrellas han perdido

la silla, el animal enfurecido

más alabanza os dio que os dio cuidado.

Poca le pareció su valentía

al toro, presunción de la ribera, 10

para desalentar vuestra osadía.

Vuestro caballo os duplicó la fiera;

mas en vos vencen arte y valentía,

juntas a la que os lleva y os espera.

– IX –

Túmulo a Scévola

Tú que, hasta en las desgracias envidiado,

con brazo, Mucio, en ascuas encendido,

más miedo diste a Júpiter temido

que el osado Jayán con ciento armado;

tú, cuya diestra con imperio ha estado 5

reinando entre las llamas; tú, que has sido

el que con sólo un brazo que has perdido

las alas de la fama has conquistado;

tú, cuya diestra fuerte, si no errara,

hiciera menos, porque no venciera 10

un ejército solo cara a cara,

de esas cenizas, fénix nueva espera,

y de ese fuego, luz de gloria clara,

y de esa luz, un sol que nunca muera.

– X a –

Exhortación a la Majestad del Rey Nuestro Señor Felipe IV para el

castigo de los rebeldes

Escondido debajo de tu armada

gime el Ponto, la vela llama al viento,

y a las lunas de Tracia con sangriento

eclipse ya rubrica tu jornada.

En las venas sajónicas tu espada 5

el acero calienta, y, macilento,

te atiende el belga, habitador violento

de poca tierra, al mar y a ti robada.

Pues tus vasallos son el Etna ardiente

y todos los incendios que a Vulcano 10

hacen el metal rígido obediente,

arma de rayos la invencible mano:

caiga roto y deshecho el insolente

belga, el francés, el sueco y el germano.

– X b –

Al retrato del Rey Nuestro Señor hecho de rasgos y lazos, con pluma,

por Pedro Morante

Bien con argucia rara y generosa

de rasgos, vence el único Morante

los pinceles de Apeles y Timante;

bien vuela así su pluma victoriosa.

Vive en imitación maravillosa, 5

grande Filipo, augusto tu semblante,

y, laberinto mudo, si elegante,

la tinta anima en semejanza hermosa.

Propiamente retratan tu belleza

lazos, pues que son lazos tus facciones 10

a Venus, como a Marte tu grandeza.

Tus ejércitos, naves y legiones

lazos son de tu inmensa fortaleza,

en que cierran los mares y naciones.

– XI –

Al toro a quien con bala dio muerte el Rey Nuestro Señor

En el bruto, que fue bajel viviente

donde Jove embarcó su monarquía,

y la esfera del fuego donde ardía

cuando su rayo navegó tridente,

yace vivo el león que, humildemente, 5

coronó por vivir su cobardía,

y vive muerta fénix valentía,

que de glorioso fuego nace ardiente.

Cada grano de pólvora le aumenta

de primer magnitud estrella pura, 10

pues la primera magnitud le alienta.

Entrará con respeto en su figura

el sol, y los caballos que violenta,

con temor de la sien áspera y dura.

– XII a –

Al mismo toro y al propio tiro

En dar al robador de Europa muerte,

de quien eres señor, monarca ibero,

al ladrón te mostraste justiciero

y al traidor a su rey castigo fuerte.

Sepa aquel animal que tuvo suerte 5

de ser disfraz a Júpiter severo,

que es el León de España el verdadero,

pues de África el cobarde se lo advierte.

No castigó tu diestra la victoria,

ni dio satisfacción al vencimiento: 10

diste al uno consuelo, al otro gloria.

escribirá con luz el firmamento

duplicada señal, para memoria,

en los dos, de tu acierto y su escarmiento.

– XII b –

Memoria inmortal de Don Pedro Girón, Duque de Osuna, muerto en la

prisión

Faltar pudo su patria al grande Osuna,

pero no a su defensa sus hazañas;

diéronle muerte y cárcel las Españas,

de quien él hizo esclava la Fortuna.

Lloraron sus envidias una a una 5

con las propias naciones las extrañas;

su tumba son de Flandes las campanas,

y su epitafio la sangrienta luna.

En sus exequias encendió al Vesubio

Parténope, y Trinacria al Mongibelo; 10

el llanto militar creció en diluvio.

Diole el mejor lugar Marte en su cielo;

la Mosa, el Rhin, el Tajo y el Danubio

murmuran con dolor su desconsuelo.

– XIII –

Al Duque de Lerma, Maese de campo, General en Flandes

Tú, en cuyas venas caben cinco grandes,

a quien hace mayores tu cuchilla,

eres Adelantado de Castilla,

y, en el pliego, adelantado en Flandes.

Aguarda la Victoria que la mandes: 5

que tu ejemplo sin voz sabe rejilla;

y pues desprecias miedos de la orilla,

nadando es justo que en elogios andes.

No de otra suerte Cesar, animoso,

del Rubicón los rápidos raudales 10

penetró con denuedo generoso.

Fueron, sí, las acciones desiguales;

pues en el corazón suyo, ambicioso,

eran traidoras, como en ti leales.

– XIV a –

A la huerta del Duque de Lerma, favorecida y ocupada muchas veces

del Señor Rey Don Felipe III, y olvidada hoy de igual concurso

Yo vi la grande y alta jerarquía

del magno, invicto y santo Rey Tercero

en esta casa, y conocí lucero

al que en sagradas púrpuras ardía.

Hoy desierta de tanta monarquía, 5

y del nieto, magnánimo heredero,

yace; pero arde en glorias de su acero,

como la pompa en que ostentar solía.

Menos envidia teme aventurado

que venturoso; el mérito procura; 10

los premios aborrece escarmentado.

¡Oh, amable, si desierta arquitectura,

más hoy al que te ve desengañado,

que cuando frecuentada en tu ventura!

– XIV b –

Es de sentencia alegórica todo este soneto

Pequeños jornaleros de la tierra,

abejas, lises ricas de colores,

los picos y las alas con las flores

saben hacer panales, mas no guerra.

Lis suena flor, y Lis el pleito cierra 5

que revuelve en Italia los humores;

si, vos, no vobis, sois revolvedores,

pues el León y el Águila os afierra.

Son para las Abejas las venganzas

mortales, y la guerra rigurosa 10

no codicia aguijones, sino lanzas.

Hace punta la Águila gloriosa;

hace presa el León sin acechanzas;

el Delfín nada en onda cautelosa.

– XV a –

Al Cardenal de Rucheli, movedor de las armas francesas, con alusión al

nombre «ruceli», que es «arroyo» en significación italiana, por estar

escrito en esa lengua

Dove, Ruceli, andate col pie presto?

Dove sangre, non púrpura conviene;

per tributari el fiume, il mar vi tiene;

y Ruceli nel mar han fin funesto.

Et hor Ruceli, onde procede questo, 5

che senza il Rosignuolo il Gallo vene,

et rauco grida, et vol bater le pene

nel nido, che gli a stato mai infesto?

Credo che il Ciel ad ambi dui abassi,

che vi attende la mente di Scipione, 10

e gli occhi msi nelle vigilie lassi,

un’Ocha, se riguardi ai tempi buoni,

scacciò y galli de y tarpei Sassi,

hor che faranno l’Aquile e y Leoni.

– XV b –

Figurada contraposición de dos valimentos

Sabe, ¡oh rey tres cristiano!, la festiva

púrpura, sediciosa por tus alas,

deshojarse las lises con las balas,

pues cuanto te aventura, tanto priva.

Sabe, ¡oh humana deidad!, también tu oliva 5

armar con su Minerva a Marte y Palas,

y, laurel, coronar prudentes galas,

y, próvida, ilustrar paz vengativa.

Saber poner tu púrpura en tus manos,

decimotercio rey, con prisión grave, 10

tu esclarecida madre y tus hermanos.

Tu oliva, ¡oh gran monarca!, poner sabe

en tu pecho los tuyos soberanos,

con la unidad que en los imperios cabe.

– XVI –

Al Rey Don Felipe, en ocasión de haber salido en un día muy lluvioso a

jugar cañas, y haberse serenado luego el cielo

Aquella frente augusta que corona

cuanto el mar cerca, cuanto el sol abriga

(pues lo que no gobierna lo castiga

Dios con no sujetarlo a su persona),

pudo, vistiendo a Flora y a Pomona, 5

mandar que el tiempo sus colores siga,

haciendo que el invierno se desdiga

de los yelos y nieves que blasona.

Pudo al sol que a diciembre volvió mayo

volverle, de envidioso, al Occidente, 10

la luz con ceño, el oro con desmayo.

Correr galán y fulminar valiente

pudo; la caña en él, ser flecha y rayo;

pudo Lope cantarle solamente.

– XVII a –

Parenética alegoría

Decimotercio rey, esa eminencia

que tu alteza a sus pies tiene postrada

querrá ver la ascendencia coronada,

pues osó coronar la descendencia.

Casamiento llamó la inteligencia, 5

y en él sólo de ha visto colorada

la desvergüenza. Díselo a tu espada,

y dale al cuarto mandamiento audiencia.

Si te derriba quien a ti se arrima,

su fábrica en tus ruinas adelanta, 10

y en cuanto te aconseja, te lastima.

¡Oh muy cristiano rey!, en gloria tanta,

ya el azote de Dios tienes encima:

mira que el Cardenal se te levanta.

– XVII b –

A Don Luis Carrillo, hijo de Don Fernando Carrillo, Presidente de

Indias, Cuatralbo de las galeras de España y Poeta

Ansí, sagrado mar, nunca te oprima

menos ilustre peso; ansí no veas

entre los altos montes que rodeas

exenta de tu imperio alguna cima;

ni, ofendida, tu blanca espuma gima 5

agravios de haya humilde, y siempre seas,

como de arenas, rico de preseas,

del que la luna más que el sol estima.

Ansí tu mudo pueblo esté seguro

de la gula solícita, que ampares 10

de Thetis al amante, al hijo nuevo:

pues en su verde reino y golfo oscuro,

don Luis la sirve, honrando largos mares,

ya de Aquiles, valiente, ya de Febo.

– XVIII b –

Al Rey Nuestro Señor saliendo a jugar cañas

Amagos generosos de la guerra

en esa mano diestra esclarecidos

militan, y estremecen referidos,

y el ademán ejércitos encierra.

El pino, que fue greña de la sierra 5

y copete de cerros atrevidos,

fulminando con hierros sacudidos,

rígida era amenaza de la tierra.

La caña descansó el temor al día

en que tu lanza aseguró campañas 10

que ardor disimulado prometía;

figurando, en la entrada de estas cañas,

cortés y religiosa profecía,

la de Jerusalén a tus hazañas.

– XIX –

Al Rey Católico, Nuestro Señor Don Felipe IV, infestado de guerras

No siempre tienen paz las siempre hermosas

estrellas en el coro azul ardiente;

y, si es posible, Jove omnipotente

publican que temió guerras furiosas.

Cuando armó las cien manos belicosas 5

Tifeo con cien montes, insolente,

víboras de la greña de su frente

atónitas lamieron a las Osas.

Si habitan en el cielo mal seguras

las estrellas, y en él teme el Tonante, 10

¿qué extrañas guerras, tú, qué paz procuras?

Vibre tu mano el rayo fulminante:

castigarás soberbias y locuras,

y, si militas, volverás triunfante.

– XXX –

Desterrado Scipión a una rústica casería suya, recuerda consigo la

gloria de sus hechos y de su posteridad

Faltar pudo a Scipión Roma opulenta;

mas a Roma Scipión faltar no pudo;

sea blasón de su envidia, que mi escudo,

que del mundo triunfó, cede a su afrenta.

Si el mérito africano la amedrenta, 5

de hazañas y laureles me desnudo;

muera en destierro en este baño rudo,

y Roma de mi ultraje esté contenta.

Que no escarmiente alguno en mí, quisiera,

viendo la ofensa que me da por pago, 10

porque no falte quien servirla quiera.

Nadie llore mi ruina ni mi estrago,

pues será a mi ceniza cuando muera,

epitafio Aníbal, urna Cartago.

– LIX –

Muestra con ilustres ejemplos cuán ciegamente desean los hombres

Próvida dio Campania al gran Pompeo

piadosas, si molestas, calenturas;

la salud le abundó de desventuras

y le usurpó a sus glorias el trofeo.

¿Quién podrá disculpar nuestro deseo 5

si en el cerco del sol camina a oscuras?

Sobráranle en Campania sepulturas;

fáltanle de su muerte en el rodeo.

Si Mario la alma espléndida exhalara,

opima con los triunfos de la guerra, 10

lagos, destierro y cárcel ignorara.

Mucha tiniebla y grande noche cierra

cuanto destina el hombre, y todo para

en pretendida muerte y poca tierra.

– L a –

Enseña cómo es rico el que tiene mucho caudal

Quitar codicia, no añadir dinero,

hace ricos los hombres, Casimiro:

puedes arder en púrpura de Tiro

y no alcanzar descanso verdadero.

Señor te llamas; yo te considero, 5

cuando el hombre interior que vives miro,

esclavo de las ansias y el suspiro,

y de tus propias culpas prisionero.

Al asiento del alma suba el oro;

no al sepulcro del oro l’alme baje, 10

ni le compita a Dios su precio al lodo.

Descifra las mentiras del tesoro;

pues falta (y es del cielo este lenguaje)

al pobre, mucho; y al avaro, todo.

– L b –

Séneca vuelve a Nerón la riqueza que le había dado

Esta miseria, gran señor, honrosa,

de la humana ambición alma dorada;

esta pobreza ilustre acreditada,

fatiga dulce y inquietud preciosa;

este metal de la color medrosa 5

y de la fuerza contra todo osada

te vuelvo: que alta dádiva envidiada

enferma la fortuna más dichosa.

Recíbelo, Nerón; que, en docta historia,

más será recibirlo que fue darlo, 10

y más seguridad en mí el volverlo:

pues juzgarán, y te será más gloria,

que diste oro a quien supo despreciarlo

para mostrar que supo merecerlo.

– LI a –

Respuesta de Nerón a Séneca, no admitiéndole lo que le volvía

Séneca, el responder hoy de repente

a tu razonamiento prevenido,

gloria es de tu enseñanza que ha podido

formar mi lengua contra ti elocuente.

A lo que yo te debo aún no es decente 5

eso que de mi mano has recibido;

y, para lo que a mí me debo, ha sido

empezar a premiarte escasamente.

Quieres, a costa de la fama mía,

que alaben tu modestia y tu templanza, 10

y que acusen mi avara hidropesía.

El premio, pues, debido a mi enseñanza

goza, porque el volvérmele este día

y no admitirle yo, no sea alabanza.

– LI b –

Un delito igual se reputa desigual si son diferentes los sujetos que le

cometen, y aun los delitos, desiguales

Si de un delito propio es precio Lido

la horca, y en Menandro la dilema,

¿quién pretendes, ¡oh Júpiter!, que tema

el rayo a las maldades prometido?

Cuando fueras un pobre endurecido, 5

y no del cielo majestad suprema,

gritaras, tronco, a la injusticia extrema,

y, dios de mármol, dieras un gemido.

Sacrilegios pequeños se castigan;

los grandes en los triunfos se coronan, 10

y tienen por blasón que se los digan.

Lido robó una choza, y le aprisionan;

Menandro un reino, y su maldad obligan

con nuevas dignidades que le abonan.

– LII a –

El pecar intercede por los premios, prefiriéndose a la virtud

Si gobernar provincias y legiones

ambicioso pretendes, ¡oh Licino!,

procura que el favor que desatino

aseguren de infames tus acciones.

No merezca ninguno las prisiones 5

mejor que tú, pues cuanto más vecino

al suplicio te vieres, el destino

más te apresurará las elecciones.

Felices son y ricos los pecados:

ellos dan los palacios suntuosos, 10

llueve el oro, adquieren los estados.

Alábense los hombres virtuosos;

mas, para los que viven alabados,

quien los alaba elige los viciosos.

– LII b –

Qué desengaños son la verdadera riqueza

¿Cuándo seré feliz con mi gemido?

¿Cuándo sin el ajeno afortunado?

El desprecio me sigue desdeñado;

la envidia, en dignidad constituido.

U del bien u del mal vivo ofendido; 5

y es ya tan insolente mi pecado,

que, por no confesarme castigado,

acusa a Dios con llanto inadvertido.

Temo la muerte, que mi miedo afea;

amo la vida, con saber es muerte: 10

tan ciega noche el seso me rodea.

Si el hombre es flaco y la ambición es fuerte,

caudal que en desengaños no se emplea,

cuanto se aumenta, Caridón, se vierte.

– LIII a –

Por más poderoso que sea el que agravia, deja armas para la venganza

Tú, ya, ¡oh ministro!, afirma tu cuidado

en no injuriar al mísero y al fuerte;

cuando le quites oro y plata, advierte

que le dejas el hierro acicalado.

Dejas espada y lanza al desdichado, 5

y poder y razón para vencerte;

no sabe pueblo ayuno temer muerte;

armas quedan al pueblo despojado.

Quien ve su perdición cierta, aborrece,

más que su perdición, la causa de ella; 10

y ésta, no aquélla, es más quien le enfurece.

Arma su desnudez y su querella

con desesperación, cuando le ofrece

venganza del rigor quien le atropella.

– LIII b –

Persuade a la justicia que arroje el peso, pues usa sólo de la espada

Arroja las balanzas, sacra Astrea,

pues que tiene tu mano embarazada;

y si se mueven, tiemblan de tu espada:

que el peso y la igualdad no las menea.

No estás justificada, sino fea; 5

y, en vez de estar igual, estás armada;

feroz te ve la gente, no ajustada:

¿quieres que el tribunal batalla sea?

Ya militan las leyes y el derecho,

y te sirven de textos las heridas 10

que escribe nuestra sangre en nuestro pecho.

La Parca eres, fatal, para las vidas:

pues lo que hilaron otras has deshecho

y has vuelto las balanzas homicidas.

– LIV a –

Manifiesta un ardid grande del perverso pretendiente, cuando desea que

todos sean buenos, con intento malo

¿Cuando, Licino, di, contento viste

hombre con un pecado solamente,

si quien merece pena es suficiente,

y el inculpable, inútil yace triste?

¿Quién al mayor delito se resiste? 5

¿Qué cortesano habrá que no se afrente

de que le exceda en vida delincuente

el que a los ojos, que pretende, asiste?

¡Oh ingenio del pecado escandaloso!

Pues Licas (habitado de serenos 10

áspides el espíritu ambicioso)

todos los malos quieren que sean buenos,

para que a su maldad el poderoso,

por sola, comunique sus venenos.

– LIV b –

Describe el apetito exquisito de pegar

No agradan a Polycles los pecados

con el uso plebeyo repetidos,

ni delitos por otro introducidos:

sí los mayores, y por sí inventados.

Cual si fueran virtud, los moderados 5

vivios Polycles tiene aborrecidos,

y los templadamente distraídos

yacen de su privanza desterrados.

De puro pecador, le son ingratos

los pecados tal vez, pues al pequeño, 10

o desprecia, o le admite con recatos.

De vicios hace escrupuloso empeño;

ni los quiere ordinarios ni baratos:

si tú le imitas, tú serás su dueño.

– LV a –

A la violenta e injusta prosperidad

Ya llena de sí solo la litera

Matón, que apenas anteayer hacía

(flaco y magro malsín) sombra, y cabía,

sobrado sitio, en una ratonera.

Hoy, mal introducido con la esfera 5

su casa, al sol los pasos le desvía,

y es tropezón de estrellas; y algún día,

si fuera más capaz, pocilga fuera.

Cuando a todos pidió, le conocimos;

no nos conoce cuando a todos toma; 10

y hoy dejamos de ser lo que ayer dimos.

Sóbrale tanto cuanto falta a Roma;

y no nos puede ver, porque le vimos:

lo que fue esconde; lo que usurpa asoma.

– LV b –

Advierte que aunque se tarda la venganza del cielo, contra el pecado, en

efecto, llega

Porque el azufre sacro no te queme,

y toque el robre, sin haber pecado,

¿será razón que digas, obstinado,

cuando Jove te sufre, que te teme?

¿Qué tu boca sacrílega blasfeme 5

porque no eres bidéntal evitado?

¿Qué en lugar de enmendarte, perdonado,

tu obstinación contra el perdón se extreme?

¿Por eso Jove te dará algún día

la barba tonta y las dormidas cejas, 10

para que las repele tu osadía?

A dios, ¿con qué le compras las orejas?

Que parece asquerosa mercancía

intestinos de toros y de ovejas.

– LVI a –

Advierte el llanto fingido y el verdadero con el efecto de la codicia

Lágrimas alquiladas del contento

lloran difunto al padre y al marido;

y el perdido caudal ha merecido

solamente verdad en el lamento.

Codicia, no razón ni entendimiento, 5

gobierna los efectos del sentido:

quien pierde hacienda dice que ha perdido;

no el que convierte en logro el monumento.

Los sacrosantos bultos adorados

ven sus muslos raídos, por el oro; 10

sus barbas y cabellos, arrancados.

Y el ser los dioses masa de tesoro,

los tiene al fuego y cuño condenados,

y al Tonante, fundido en cisne y toro.

– LVI b –

Al ambicioso valimento que siempre anhela subir más

Descansa, mal perdido en alta cumbre,

donde a tantas alturas te prefieres;

si no es que acocear las nubes quieres,

y en la región del fuego beber lumbre.

Ya te padece, grave pesadumbre, 5

tu ambición propia; peso y carga eres

de la Fortuna, en que viviendo mueres:

¡y esperas que podrá mudar costumbre!

El vuelo de las águilas que miras

debajo de las alas con que vuelas, 10

en tu caída cebarán tus iras.

Harto crédito has dado a las cautelas.

¿Cómo puedes lograr a lo que aspiras,

si, al tiempo de expirar, soberbio anhelas?

– LVII a –

Peligro del que sube muy alto, y más si es por la caída de otro

Para, si subes; si has llegado, baja;

que ascender a rodar es desatino;

mas si subiste, logra tu camino,

pues quien desciende de la cumbre, ataja.

Detener de Fortuna la rodaja, 5

a pocos concedió poder divino;

y si la cumbre desvanece el tino,

también, tal vez, la cumbre se desgaja.

El que puede caer, si él se derriba,

ya que no se conserva, se previene 10

contra el semblante de la suerte esquiva.

Y pues nadie que llega se detiene,

tema más quien se mira más arriba;

y el que subió, por quien rodando viene.

– LVII b –

Más se han perdido en la prosperidad confiados, que en la adversidad

prevenidos

Más escarmientos dan al Ponto fiero

(si atiendes) la bonanza y el olvido,

que el peligro y naufragio prevenido

y el enojo del Euro más severo.

Ansí, cuando, cortés y lisonjero, 5

Noto tus velas mueva adormecido,

y sirva, por tus gavias extendido,

de líquido y sonoro marinero,

entonces, ¡oh Mirtilo!, desvelados

en la milicia de la calma ociosa, 10

tus sentidos irán y tus cuidados.

Menos dulce es la paz que peligrosa;

no salgas, no, a recibir los hados;

tarda, con advertencia peligrosa.

– LVIII –

Moralidad útil contra los que hacen adorno propio de la ajena desnudez

Desabrigan en los altos monumentos

cenizas generosas, por crecerte,

y altas ruinas de que te haces fuerte,

más te son amenaza que cimientos.

De venganzas del tiempo, de escarmientos, 5

de olvidos y desprecios de la muerte,

de túmulo funesto, osas hacerte

arbitro de los mares y los vientos.

Recuerdos y no alcázares fabricas;

otro vendrá después que de sus torres 10

alce en tus huesos fábricas más ricas.

De ajenas desnudeces te socorres,

y procesos de mármol multiplicas:

temo que con tu llanto el suyo borres.

– LIX –

Advierte la doctrina segura: que castigos de la providencia divina, fuera

del uso común, avisa la enmienda de pecados

Si son nuestros corsarios nuestros puertos;

si usurpa primavera belicosa

al invierno, estación facinerosa

con cielo armado y con escollos yertos;

si caudal sumergidos y hombres muertos, 5

la voz que gime el Ponto procelosa,

no acuerdan la conciencia perezosa,

más estamos difuntos que despiertos.

Tú, Señor, ligas en tu diestra mano

tempestades sonoras, ondas frías, 10

fabricando en azote el Océano.

Por cobradores tuyos nos envías

hoy la borrasca, ayer el luterano,

y ejecutores son horas y días.

– LX b –

A un amigo que retirado de la corte pasó su edad

Dichoso tú, que, alegre en tu cabaña,

mozo y viejo espiraste la aura pura,

y te sirven de cuna y sepultura

de paja el techo, el suelo de espadaña.

En esa soledad, que, libre, baña 5

callado sol con lumbre más segura,

la vida al día más despacio dura,

y la hora, sin voz, te desengaña.

No cuentes por los cónsules los años;

hacen tu calendario tus cosechas; 10

pisas todo tu mundo sin engaños.

De todo lo que ignoras te aprovechas;

ni anhelas premios, ni padeces daños,

y te dilatas cuanto más te estrechas.

– LXI a –

Exclama contra el rico, hinchado y glotón

¡Cuántas manos se afanan en Oriente

examinando la mayor altura,

porque en tus dedos, breve coyuntura,

con todo patrimonio, esté luciente!

¡Cuánta descaminada ciega gente 5

tiene en poco del mar la saña dura,

sólo para que adorne tu locura

rubia calamidad, púrpura ardiente!

¡Cuánto pirata de Noruega, atento

ministro de tu gula, remontado, 10

despuebla de familia alada el viento!

¡Cuánto engaño de cáñamo anudado

tiene el golfo, inquiriendo su elemento

al pasto delicioso del pecado!

– LXI b –

Aconseja a un amigo que estaba en buena posesión de nobleza, no trate

de calificarse, porque no le descubran lo que no se sabe

Solar y ejecutoria de tu abuelo

es la ignorada antigüedad sin dolo;

no escudriñes al Tiempo el protocolo,

ni corras al silencio antiguo el velo.

Estudia en el osar de este mozuelo, 5

descaminado escándalo del polo:

para probar que descendió de Apolo,

probó, cayendo, descender del cielo.

No revuelvas los huesos sepultados;

que hallarás más gusanos que blasones, 10

en testigo de nuevo examinados.

Que de multiplicar informaciones,

puedes temer multiplicar quemados,

y con las mismas pruebas, Faetones.

– LXII a –

El pobre, cuando da, pide más que cuando pide

Si lo que ofrece el pobre al poderoso,

Licas, a logro es don interesado,

pues da por recibir, menos cuidado

pedigüeño dará que dadivoso.

Yo, que mendigo soy, más no ambicioso, 5

apenas de mi sombra acompañado,

con lo que no te doy he disculpado

en mi necesidad lo cauteloso.

Pues que tu hacienda a mi caudal excede,

deja que el ruego tu socorro cobre, 10

por quien mi desnudez sola intercede.

No aguades que mañosa ofrenda obre,

pues solo con no dar al rico puede

ser con el rico liberal el pobre.

– LXII b –

Castiga a los glotones y bebedores, que con los desórdenes suyos

aceleran la enfermedad y la vejez

Que los años por ti vuelen tan leves,

pides a Dios, que el rostro sus pisadas

no sienta, y que a las greñas bien peinadas

no pase corva la vejez sus nieves.

Esto le pides, y, borracho, bebes 5

las vendimias en tazas coronadas

y para el vientre tuyo las manadas

que Apulia pasta con bocados breves.

A Dios le pides lo que tú te quitas:

la enfermedad y la vejez te tragas, 10

y estar de ellas exento solicitas.

Pero en rugosa piel la deuda pagas

de las embriagueces que vomitas

y en la salud que, comilón, estragas.

– LXIV a –

Enseña el camino más seguro para la virtud, y quita el velo engañoso a

la riqueza

A quien la buena dicha no enfurece,

ninguna desventura le quebranta;

camino, Fabio, por la senda santa,

que no en despeñaderos permanece.

Huye el camino izquierdo, que florece 5

con el engaño de tu propia planta;

pues cuanto en curso alegre se adelanta,

tanto en mentidas lumbres te anochece.

Huye la multitud descaminada;

deja la culpa espléndida, y, seguro, 10

a virtud dará el fin de la jornada.

Y si al engaño, en la opulencia oscuro,

aplicas luz, harás que te persuada

que el oro es cárcel con blasón de muro.

– LXIV b –

Reprehende la continua solicitud de los usureros

Con más vergüenza viven Euro y Noto,

Licas, que en nuestra edad los usureros:

sosiéganse tal vez los vientos fieros,

y, ocioso, el mar no gime su alboroto.

No siempre el Ponto en sus orillas roto 5

ejercita los roncos marineros:

ocio tienen los golfos más severos;

ocio goza el bajel, ocio el piloto.

Cesa de la borrasca la milicia:

nunca cesa el despojo ni la usura, 10

ni sabe estar ociosa su codicia.

No tiene paz; no sabe hallar hartura;

oso llamar a su maldad justicia;

arbitrio, al robo; a la dolencia, cura.

– LXV a –

Que al más valeroso león puede hacer daño una sabandija y beneficio

otra

¿Ves la greña que viste, por muceta,

erizada, y la sima en donde embosca

armas por dientes? ¿Qué la cola enrosca,

y en cada uña alista una saeta?

¿Qué el bramido le sirve de trompeta, 5

y que la zarpa desanuda tosca?

Pues todo lo ocasiona aquella mosca,

y un átomo importuna le inquieta.

Por otra parte, aquel ratón, royendo,

le quita la prisión que no ha podido 10

quitarse, muy león y muy horrendo.

Tal sucede al poder que es más temido:

que le libra un ratón, que vive huyendo,

y del mosquito le congoja el ruido.

– LXV b –

La honesta humildad en el traje abriga al hombre y le aconseja

Sin venero serrano, en pobre lana,

que acuerda de la oveja, no de Tiro,

me abrigo, en tanto que vestida miro

las coronadas furias con la grana.

La pálida ceniza, que tirana 5

se guarda, y se descubre con suspiro,

no encamina la envidia a mi retiro,

ni el sueño y la conciencia me profana.

Las guijas que el Oriente por tesoro

vende a la vanidad y a la locura, 10

si no encienden mis dedos, no las lloro.

De balde me da el sol su lumbre pura,

plata la luna, las estrellas oro:

basta que dé la tierra sepultura.

– LXVI a –

Burla de los que con dones quieren granjear del cielo pretensiones

injustas

Para comprar los hados más propicios,

como si la deidad vendible fuera,

con el toro mejor de la ribera

ofreces cautelosos sacrificios.

Pides felicidades a tus vicios; 5

para tu nave rica y usurera,

viento tasado y onda lisonjera,

mereciéndole al golfo precipicios.

Porque exceda a la cuenta tu tesoro.

a tu ambición, no a Júpiter, engañas; 10

que él cargó las montañas sobre el oro.

Y cuando l’ara en sangre humosa bañas,

tú miras las entrañas de tu toro,

y Dios está mirando tus entrañas.

– LXVI b –

Contra los que quieren gobernar el mundo y viven sin gobierno

En el mundo naciste, no a enmendarle,

sino a vivirle, Clito, y padecerle;

puedes, siendo prudente, conocerle;

podrás, si fueres bueno, despreciarle.

Tú debes, como huésped, habitarle 5

y para el otro mundo disponerle;

enemigo de l’alma, has de temerle,

y, patria, de tu cuerpo, tolerarle.

Vives mal presumidas y ambiciosas

horas, inútil número del suelo, 10

atento a sus quimeras engañosas;

pues, ocupado en un mordaz desvelo,

a ti no quieres enmendarte, y osas

enmendar en el mundo tierra y cielo.

– LXVII –

Advertencia a España de que así como se ha hecho señora de muchos,

así será de tantos enemigos envidiada y perseguida, y necesita de

continua prevención por esa causa

Un godo, que una cueva en la montaña

guardó, pudo cobrar las dos Castillas;

del Betis y Genil las dos orillas,

los herederos de tan grande hazaña.

A Navarra te dio justicia y maña; 5

y un casamiento, en Aragón, las sillas

con que a Sicilia y Nápoles humillas,

y a quien Milán espléndida acompaña.

Muerte infeliz en Portugal arbola

tus castillos. Colón pasó los godos 10

al ignorado cerco de esta bola.

Y es más fácil, ¡oh España!, en muchos modos,

que lo que a todos le quitaste sola

te puedan a ti sola quitar todos

– LXVIII –

Difícil, aunque le llamaron fácil, pero sólo medio verdadero de tener

riqueza y alegría en el ánimo

Todo lo puede despreciar cualquiera;

mas nadie ha de poder tenerlo todo:

sólo, para ser rico, es fácil modo

despreciar la riqueza lisonjera.

El metal que a las luces de la esfera 5

por hijo primogénito acomodo,

luego que al fuego se desnuda el lodo,

espléndido tirano reverbera.

A ser peligro tan precioso viene

polvo que, en vez de enriquecer, ultraja; 10

que sólo a quien le tiene, honor se tiene.

La amarillez del oro esta en la paja

con más salud, y, pobre, nos previene,

desde la choza alegre, la mortaja

– LXIX a –

Muestra por extraño e ingenioso camino que es dicha no ser poderoso,

y que siempre los que lo son suelen emplearlo mal

No es falta de poder que yo no pueda

tener al benemérito quejoso,

ni harto de venganza al envidioso

que la bien obrar infama la vereda;

ni elegir en ministro a quien enreda 5

el sosiego y la paz del virtuoso,

ni ocupar en aumentos del vicioso

de la Fortuna próspera la rueda.

No es falta del poder que el poderío

me falte para ofensas, siendo miedo 10

al varón docto, y amenaza al pío.

Y pues sin esta potestad me quedo,

mucho le debo al poco poder mío,

pues, cuanto debo no querer, no puedo.

– LXIX b –

Descubre el vivio de la hipocresía que afectan muchos en la

disimulación de sus maldades

Si el sol, por tu recato diligente,

no ve, ¡oh Licas!, horribles tus locuras,

es argumento de vivir a oscuras;

pero no de que vives inocente.

Abona la ignorancia de la gente 5

tu astucia, sí, no tus costumbres duras,

cuando no parecer malo procuras,

y serlo, si es posible, juntamente.

No dejas la maldad, y la retiras;

eres prisión de culpas y venenos; 10

son tus virtudes pálidas mentiras.

Cubrir los vicios no los hace ajenos;

pocos son malos, si a testigos miras;

si a la conciencia, poco son los buenos.

– LXX –

Admirable enseñanza del pedir

El barro, que me sirve, me aconseja,

y el golpe, no el ladrón, me le arrebata;

no pudo el Potosí guardar la plata,

ni el mar, que ondoso y próvido le aleja.

Del no guardarla yo, docto me deja 5

bien la ambición, a mi quietud ingrata,

cuando, con menos susto, se desata

el natural sustento en una teja.

Pues tiene el vituperio por salida

el pedir, avergüéncense en la entrada, 10

cuando tan poco ha menester la vida.

Mas si el pedir es fuerza no excusada,

quiero pedirme a mí que nadie pida,

primero que pedir a nadie nada.

– LXXI –

Enseña cómo los puestos en alta fortuna suelen admitir consejos

Conso, el primer consejo que nos diste

fue mandarnos bajar para lograrte

a los templos de Júpiter y Marte

se sube, si se baja al que elegiste.

Al que desciende, tu deidad asiste, 5

y en lo humilde y lo bajo puede hallarte

Dios; que en las cumbres nunca tienes parte,

donde la vanidad se te resiste.

Mas si te admite aquel que subir quiere,

búsquete en Roma, que creció contigo, 10

y en ella sus aumentos considere.

Yo, que desciendo, tus altares sigo;

y quien por ti no baja, si subiere,

buscando premios, hallará castigos.

– LXXII a –

A un caballero que con perros y cazas de montería ocupaba su vida

Primero va seguida de los perros,

vana, tu edad, que de sus pies, la fiera;

deja que el corzo habite la ribera,

y los arroyos, la espadaña y berros.

Quieres en ti mostrar que los destierros 5

no son castigos ya de ley severa;

el ciervo, empero, sin tu envidia muera;

muera de viejo el oso por los cerros.

¿Qué afrenta has recibido del venado,

que le sigues con ansia de ofendido? 10

Perdona al monte al pueblo que ha criado.

El pelo de Acteón, endurecido

en su frente, te advierte tu pecado:

oye, porque no brames, su bramido.

– LXXII b –

Reprehende a la adúltera la circunstancia de su pecado

Sola en ti, Lesbia, vemos ha perdido

el adulterio la vergüenza al cielo;

pues licenciosa, libre, y tan sin velo,

ofendes la paciencia del sufrido.

Por Dios, por ti, por mí, por tu marido, 5

no sirvas a su ausencia de libelo;

cierra la puerta, vive con recelo:

que el pecado se precia de escondido.

No digo yo que dejes tus amigos;

mas digo que no es bien que estén notados 10

de los pocos que son tus enemigos.

Mira que tus vecinos, afrentados,

dicen que te deleitan los testigos

de tus pecados más que tus pecados.

– LXXIII –

Describe la vida miserable de los palacios, y las costumbres de los

poderosos que en ellos favorecen

Para entrar en palacio las afrentas,

¡oh Licionio!, son grandes, y mayores

las que dentro conservan los favores

y las dichas mentidas y violentas.

Los puestos en que juzgas que te aumentas 5

menos gustos producen que temores,

y vendido al desdén de los señores,

pocas horas de vida y de paz cuentas.

No te queda deudor de beneficio

quien te comunicare cosa honesta; 10

y sólo alcanzarás puesto y oficio

de quien su iniquidad te manifiesta;

a quien, cuando quisieres, de algún vicio

pudieres acusarle sin respuesta.

– LXXV a –

Aconseja a un amigo no pretenda en su vejez

Deja la veste blanca desceñida,

pues la visten los años a tus sienes,

y los sesenta que vividos tienes

no los culpes con por cuatro seis de vida.

Dejar es prevención de la partida; 5

es locura inmortal el juntar bienes

y que, caduco, la ambición estrenes;

sed que se enciende y crece, socorrida.

Doy que alcanzas el puesto que deseas,

y que, escondido en polvo cortesano, 10

las pretendientes sumisiones creas;

pues yo sé bien que no será en tu mano

que ayune, en los aumentos que granjeas,

de tu conciencia el vengador gusano.

– LXXVI –

Que se ha de tener dado a Dios en el ánimo todo lo que el hombre

posee, para que cuando le faltare, no parezca que se lo quitó

Tuya es, Demetrio, voz tan animosa:

«Agravio a mi obediencia, Dios, hiciste,

cuando tu voluntad no me dijiste,

antes que la trajera hora forzosa.

»Diera lo que me llevas, pues no hay cosa 5

que me quites, si no es lo que me diste:

pudiste recibir, y más quisiste

ejecutar con mano rigurosa.

»Esto, que es obediencia, yo quisiera

que fuera ofrecimiento, la alma mía 10

y los hijos te doy del mismo modo.

»Cobra la hacienda que otro dueño espera;

no me agravie, Señor, tu cortesía;

y, pues todo lo das, cóbralo todo.»

– LXXVII –

A estas animosas palabras que decía Epicteto: «Pule, Júpiter, super me

calamitates»

«Llueve, oh Dios, sobre mí persecuciones»,

mendigo, esclavo y manco, repetía

Epitecto valiente, y cada día

a Júpiter retaban sus razones.

«Vengan calamidades y aflicciones 5

averigua en dolor mi valentía;

con los trabajos mi paciencia expía

mi sufrimiento, en hierros y prisiones.»

¡Oh hazañoso espíritu hospedado

en edificio enfermo, que pudieras 10

animar cuerpo excelso y coronado!

Trabajos pides y molestia esperas,

y, con tener a Dios desafiado,

ni ofendes, ni presumes, ni te alteras.

– LXXIX b –

Pinta el engaño de los alquimistas

¿Podrá el vidrio llorar partos de Oriente

¿Cabrá su habilidad en los crisoles?

¿Será la tierra adultera a los soles,

por concebir de un horno siempre ardiente?

¿Destilarás en baños a Occidente? 5

¿Podrán los mismo humo que arreboles?

¿Abreviarán por ti los españoles

el precioso naufragio de su gente?

Osas contrahacer su ingenio al día;

pretendes que le parle docta llama 10

los secretos de Dios a tu osadía.

Doctrina ciega, y ambiciosa fama

el oro miente en la ceniza fría,

y cuando le promete le derrama.

– LXXX a –

Conveniencias de no usar de los ojos, de los oídos y de la lengua

Oír, ver y callad remedio fuera

en tiempo que la vista y el oído

y la lengua pudiera ser sentido

y no delito que ofender pudiera.

Hoy, sordos, los remeros con la cera, 5

golfo navegaré que (encanecido

de huesos, no de espumas) con bramido

sepulta a quien oyó voz lisonjera.

Sin ser oído y sin oír, ociosos

ojos y orejas, viviré olvidado 10

del ceño de los hombres poderosos.

Si es delito saber quien ha pecado,

los vicios escudriñen los curiosos:

y viva yo ignorante y ignorado.

– LXXXI –

Retiro de quien experimenta contraria la suerte, ya profesando virtudes,

y ya vicios

Quiero dar un vecino a la Sibila

y retirar mi desengaño a Cumas,

donde, en traje de nieve con espumas,

líquido fuego oculto mar destila.

El son de la tijera que se afila 5

oyen alegres mis desdichas sumas;

corta a su vuelo la ambición las plumas,

pues ya la Parca corta lo que hila.

Fui malo por medrar: fui castigado

de los buenos; fui bueno: fui oprimido 10

de los malos, y preso, y desterrado.

Contra mí solo atento el mundo ha sido,

y pues sólo fue inútil mi pecado,

cual si fuera virtud, padezca olvido.

– LXXXIII a –

Privilegios de la virtud y temores del poder violento

Desembaraza Júpiter la mano,

derrámanse las nubes sobre el suelo,

Euro se lleva el sol y borra el cielo,

y en noche y en invierno ciega el llano;

tiembla, escondido, en torres el tirano, 5

y es su guarda, su muro y su recelo;

y erizado temor le cuaja en yelo

cuando el rayo da música al villano.

¡Oh serena virtud! El que valiente

y animoso te sigue, en la mudanza 10

del desdén y el halago de la gente,

se pone más allá de donde alcanza

en vengativa luz la saña ardiente,

y no del miedo pende y la esperanza.

– LXXXIV a –

Reprehende a un amigo débil en el sentimiento de las adversidades, y

exhórtale a su tolerancia

Desacredita, Lelio, el sufrimiento

blando y copioso, el llanto que derramas,

y con lágrimas fáciles infamas

el corazón, rindiéndole al tormento.

Verdad severa enmiende el sentimiento 5

si, varón fuerte, dura virtud amas.

¿Castigo, con profana boca, llamas

el acordarse Dios de ti un momento?

Alma robusta en penas se examina,

y trabajos ansiosos y mortales 10

cargan, mas no derriban, nobles cuellos.

A Dios quien más padece se avecina;

El está solo fuera de los males,

y el varón que los sufre, encima de ellos.

– LXXXIV b –

Representa la mentirosa y verdadera riqueza

¿Ves, con el oro, áspero y pesado

del poderoso Licas el vestido?

¿Ves el sol por sus dedos repartido,

y en círculos su fuego encarcelado?

¿Ves de inmortales cedros fabricado 5

techo? ¿Ves en los jaspes de tenido

el peso del palacio, ennoblecido

con las telas que a Tiro han desangrado?

Pues no lo admires, y alta envidia guarda

para quien de lo poco, humildemente, 10

no deseando más, hace tesoro.

No creas fácil vanidad gallarda:

que con el resplandor y el lustre miente

pálida sed hidrópica del oro.

– LXXXV b –

Advierte de la temeridad de los que navegan

Creces, y con desprecio, disfrazada,

en yerba humilde, máquina espantosa,

que fuerza disimula poderosa,

y tiene toda el agua amenazada.

Ve, ¡oh Noto!, que, secreta y encerrada, 5

alimentas con caña maliciosa

tu más larga fatiga y peligrosa,

tu peregrinación más codiciada.

Con menos hojas vive que cautelas;

pues, a pesar del mar, sobre él tendidas, 10

juntará las orillas con sus telas.

Ahogáranse en ésta menos vidas

corrida en lazos que tejida en velas:

mortajas a volar introducidas.

– LXXXVI b –

Rey es quien reina en sus pasiones, y esclavo el rey si ellas son señoras

Lleva Mario el ejército, y a Mario

arrastra ciego la ambición de imperio;

es su anhelar al cónsul vituperio,

y su llanto a Minturnas tributario.

Padécenle los cimbros temerario; 5

padece en sí prisión y cautiverio;

fatigó su furor el hemisferio,

y a su discordia falleció el erario.

Y con desprecio, en África rendida,

después mendigó pan quien las legiones 10

desperdició de Roma esclarecida.

¿Qué sirve dominar en las naciones,

si es monarca el pecado de tu vida

y provincias del vicio tus pasiones?

– LXXXVII –

Ciertas peticiones de los hombres a Dios

«¡Oh fallezcan los blancos, los postreros

años de Clito! Y ya que, ejercitado,

corvo reluzga el diente del arado,

brote el surco tesoros y dineros.

»Los que me apresuré por herederos, 5

parto a mi sucesión anticipado,

por deuda de la muerte y el pecado,

cóbrenlo ya los hados más severos.»

¿Por quién tienes a Dios? ¿De esa manera

previenes el postrero parasismo? 10

¿A Dios pides insultos, alma fiera?

Pues siendo Stayo de maldad abismo,

clamara a Dios, ¡oh Clito!, si te oyera;

y ¿no temes que Dios clame a Sí mismo?

– LXXXVIII a –

Conjetura la causa de tocarse la campana de velilla, en Aragón, después

de la muerte del piadoso Rey Don Felipe III, y muestra la diferencia

con que la oirán los humanos

O el viento, sabedor de lo futuro,

clamoreó por el difunto hado,

o en doctos caracteres anudado,

le repitió parlero gran conjuro.

Y puede ser que espíritu más puro, 5

a la advertencia humana destinado,

pronunció penitencias al pecado

en lenguaje tan breve y tan oscuro.

Profético metal, los ciudadanos

que de agüero y cometa son exentos, 10

a tu son bailarán por estos llanos;

en tanto que tu voz y tus acentos

oyen descoloridos los tiranos

y te atienden los reyes macilentos.

– LXXXIX –

Imagen del tirano y del adulador

Desconoces, Damocles, mi castigo,

por no culpar tu lengua en mi tormento,

y del semblante que, esforzado, miento,

con gran ostentación, eres amigo.

No ves la amarillez que dentro abrigo, 5

ni el corazón, que yace macilento,

ni atiendes al mortal razonamiento

del invisible y pertinaz testigo.

Pues solo me acompañas, algún día

contradígame voz tuya severa: 10

oiga verdades la conciencia mía.

Merezca un desengaño antes que muera:

que la contradicción es compañía,

y no seremos dos de otra manera.

– XC –

Enseña no ser segura política reprehende acciones, aunque malas sean,

pues ellas tienen guardado su castigo

Raer tiernas orejas con verdades

mordaces, ¡oh Licino!, no es seguro:

si desengañas, vivirás oscuro,

y escándalo serás de las ciudades.

No las hagas, ni enojes, las maldades, 5

ni murmures la dicha del perjuro:

que si gobierna y duerme Palinuro,

su error castigarán las tempestades.

El que, piadoso, desengaña amigos

tiene mayor peligro en su consejo 10

que en su venganza el que agravió enemigos.

Por esto a la maldad y al malo dejo.

Vivamos, sin ser cómplices, testigos;

advierta al mundo nuevo el mundo viejo.

– XCI –

Muestra que algunas repúblicas se enferman con lo que imaginan

medicina

Miedo de la virtud llamó algún día

en Atenas virtud al ostracismo,

y en Sicilia arrojaba el petalismo,

por dolencia, al valor y valentía.

Si a Scipión, que gozaba, le temía 5

Roma, que del postrero parasismo

la libró, y de Aníbal, siendo el mismo

aquel temor que él antes sido había,

¿cómo también con votos no apedrea

el ostraco los pérfidos tiranos 10

que en vicio exceden y codicia fea?

¿Por qué han de ser los malos, ciudadanos?

Que si el destierro en la virtud se emplea,

es echar la salud por quedar sanos.

– XCII a –

Ruina de Roma por consentir robos de los gobernadores de sus

provincias

El sacrílego Verres ha venido

con las naves cargadas de trofeos,

de paz culpada, y con tesoros reos,

y triunfos de lo mismo que ha perdido.

¡Oh Roma!, ¿por qué culpa han merecido 5

grandes principios estos fines feos?

Gastas provincias en hartar deseos

y en ver a tu ladrón enriquecido.

Después que la romana, santa y pura

pobreza pereció, se han coronado 10

tus delitos, tu afrenta y tu locura.

De tu virtud tus vicios han vengado

a los que sujetó tu fuerza dura,

y aclaman por victoria tu pecado.

– XCII b –

Advierte contra el adulador, que lo dulce que dice no es por deleitar al

que lo escucha, sino por interés propio suyo; y amenaza a quien le da

crédito

Con acorde concento, o con ruidos

músicos, ensordeces al gusano,

para que los enojos del verano

no atienda, ni del cielo los bramidos.

No es piedad confundirle los sentidos; 5

codicia sí, guardándole tirano

para que su mortaja con su mano

hile y, en su mortaja, tus vestidos.

Nació paloma, y, en tu seno, el vuelo

perdió; gusano, arrastra despreciado, 10

y osas llamar tu vil cautela celo.

Tal fin tendrá cualquiera desdichado

a quien estorba oír la voz del cielo,

con músico alboroto, su pecado.

– XCIII a –

A un señor perseguido y constante en los trabajos

De amenazas del Ponto rodeado

y de enojos del viento sacudido,

tu pompa es la borrasca, y su gemido

más aplauso te da que no cuidado.

Reinas con majestad, escollo osado, 5

en las iras del mar enfurecido,

y, de sañas de espuma, encanecido,

te ves de tus peligros coronado.

Eres robusto escándalo a orgullosa

prora que, por peligros naufragante, 10

te advierte, y no te toca, escrupulosa.

Y a su envidia y al mar, siempre constante,

de advertido bajel seña piadosa

eres, norte y aviso a vela errante.

– XCIII b –

Amenaza de la inocencia perseguida, que hace el rigor de un poderoso

Ya te miro caer precipitado,

y que en tus propias ruinas te confundes;

que en ti propio te rompes y te hundes,

entre tus chapiteles sepultado.

Tanto como has crecido has enfermado 5

y, por mas bien que los cimientos fundes,

mientras en oro y vanidad abundes,

tu tesoro y poder son tu pecado.

Si de los que derribas te levantas

y si de los que entierras te edificas, 10

en amenazas propias te adelantas.

Medrosos escarmientos multiplicas;

lágrimas tristes, que ocasionas, cantas:

son tu caudal calamidades ricas.

– XCIV –

Sigue el mismo argumento hablando de Dios

A tu justicia tocan mis contrarios,

pues ha encargarte de ellos te comides,

cuando venganza para ti nos pides,

que guarda tu decreto en tus erarios.

Contigo lo han de haber los temerarios, 5

pues en humo y ceniza los divides;

y el blasón de sus armas y sus lides

desmentirás con escarmientos varios.

Pues Dios de las Venganzas te apellidas,

baja al tirano débil encumbrado; 10

hártese en él tu saña de heridas.

De mi agravio, Señor, te has encargado;

pues tus promesas, grande Dios, no olvidas,

caiga deshecho el monstruo idolatrado.

– XCV a –

Al incendio de la Plaza de Madrid, en que se abrasó todo un lado de

cuatro

Cuando la Providencia es artillero,

no yerra la señal la puntería;

de cuatro lados la centella envía

al que de azufre ardiente fue minero.

El teatro, a las fiestas lisonjero, 5

donde el ocio alojaba su alegría,

cayó, borrando con el humo el día,

y fue el remedio al fuego compañero.

El viento que negaba julio ardiente

a la respiración, le dio a la brasa, 10

tal, que en diciembre pudo ser valiente.

Brasero es tanta hacienda y tanta casa;

más agua da la vista que la fuente:

logro será, si escarmentado pasa.

– XCV b –

Toma venganza de la lascivia la penitencia de la riqueza desperdiciada,

y ahora la misma lascivia en ídolo su arrepentimiento

Si Venus hizo de oro a Fryne bella,

porque el lascivo corazón se incline

al precio de sus culpas como a ella.

Adore sus tesoro, si los huella

el desperdicio, y tarde ya los gime: 5

que tal castigo y penitencia oprime

a quien abrasa femenil centella.

En pálida hermosura, enriquecidas

sus facciones, dio vida a su figura

Fidias, a quien prestó sus manos Midas. 10

Arde en metal precioso su blancura;

veneren, pues les cuesta seso y vidas,

los griegos su pecado y su locura.

– XCVI –

Restituye Fryne en seguridad a su patria lo que le había usurpado en

inquietudes

Fryne, si el esplendor de tu riqueza

a Tebas dio muralla bien segura,

tantos padrones cuente a tu hermosura

cuantas piedras se ven en tu grandeza.

Del grande Macedón la fortaleza 5

desfiguró su excelsa arquitectura;

mas lo que abate fuerza armada y dura

restituye, desnuda, tu flaqueza.

Tú, que fuiste prisión de los tebanos,

eres defensa a Tebas, que yacía 10

cadáver lastimoso de estos llanos.

La ciudad que por ti lasciva ardía

se venga del poder de otros tiranos

con lo que le costó su tiranía.

– XCVII a –

Las causas de la ruina del Imperio romano

En el precio, el favor; y la ventura,

venal; el oro, pálido y tirano;

el erario, sacrílego y profano;

con togas, la codicia y la locura;

en delitos, patíbulo la altura; 5

más suficiente el más soberbio y vano;

en opresión, el sufrimiento humano;

en desprecio, la ciencia y la cordura,

promesas son, ¡oh Roma!, dolorosas

del precipicio y ruina que previenes 10

a tu imperio y sus fuerzas poderosas.

El laurel que te abraza las dos sienes

llama al rayo que evita, y peligrosas

y coronadas por igual las tienes.

– XCVII b –

Abundoso y feliz Licas en su palacio, sólo él es despreciable

Harta la toga del veneno tirio,

o ya en el oro pálida y regente,

cubre con los tesoros del Oriente,

mas no descansa, ¡oh Licas!, tu martirio.

Padeces un magnífico delirio 5

cuando felicidad tan delincuente

tu horror oscuro en esplendor te miente,

víbora en rosicler, áspid en lirio.

Competir su palacio a Jove quieres,

pues miente el oro estrellas a su modo 10

en el que vives sin saber que mueres.

Y en tantas glorias, tú, señor de todo,

para quien sabe examinarte, eres

lo solamente vil, el asco, el lodo.

– XCVIII a –

La templanza, adorno para la garganta, más precioso que las perlas de

mayor valor

Esta concha que ves presuntuosa,

por quien blasona el mar índico y moro,

que en un bostezo concibió un tesoro

del sol y el cielo, a quien se miente esposa;

esta pequeña perla y ambiciosa, 5

que junta su soberbia con el oro,

es defecto del nácar, no decoro,

y mendiga maldad, aunque preciosa.

Bastaba que la gula el mar pescara,

sin que avaricia en él tendiera redes 10

con que la vanidad alimentara.

Floris, mejor con la templanza puedes

adornar tu garganta, que con rara

perdición rica, que del Ponto heredes.

– XCVIII b –

Comprende la obediencia del mar, y la inobediencia del codicioso en

sus afectos

La voluntad de Dios por grillos tienes,

y ley de arena tu coraje humilla,

y, por besarla, llegas a la orilla,

mar obediente, a fuerza de vaivenes.

Con tu soberbia undosa te detienes 5

en la humildad, bastante a resistilla;

a tu saña tu cárcel maravilla,

rica, por nuestro mal, de nuestros bienes.

¿Quién dio al pobre y al l’haya atrevimiento

de nadar, selva errante deslizada, 10

y al lino de impedir el paso al viento?

Codicia, más que el Ponto desfrenada,

persuadió que, en el mar, el avariento

fuese inventor de muerte no esperada.

– C –

Descubre quién lleva los premios de las victorias marciales

Más vale una benigna hora del Hado

al que sigue la caja y la bandera,

que si una carta de favor le diera

Venus para Mavorte enamorado.

Heridas son lesión al desdichado, 5

no mérito a su fama verdadera;

servir no es merecer, sino quimera

que entretiene la vida del soldado.

De las pérdidas triunfa el venturoso;

padece sus victorias el valiente, 10

en mañosa calumnia del ocioso.

Druso, acomoda con la edad la mente;

guarda para la paz lo belicoso;

aprende a ser en el peligro ausente.

– CI –

Desconsuela al poderoso, que aflige y desfavorece a alguno por

vengarse, y enseña al perseguido cómo le desprecie

El que me niega lo que no merezco

me da advertencia, no me quita nada;

que en ambición sin méritos premiada,

más me deshonro yo que me enriquezco.

Si con las otras malas hierbas crezco, 5

pues se aborrece más la más medrada,

mereceré el enojo de la azada

cuando inútil los surcos empobrezco.

Quien mi pobreza y soledad aumenta,

a pesar de su intento, me asegura, 10

y con lo que me niega me acrecienta.

No puede estar sujeto a desventura

quien teme el beneficio por afrenta;

quien tiene la esperanza por locura.

– CII a –

Contra los hipócritas y fingida virtud de monjas y beatas, en alegoría

del cohete

No digas, cuando vieres alto el vuelo

del cohete, en la pólvora animado,

que va derecho al cielo encaminado,

pues no siempre quien sube llega al cielo.

Festivo rayo que nació del suelo, 5

en popular aplauso confiado,

disimula el azufre aprisionado;

traza es la cuerda, y es rebozo el velo.

Si le vieres en alto radiante,

que con el firmamento y sus centellas 10

equivoca su sitio y su semblante,

¡oh, no le cuentes tú por una de ellas!

Mira que hay fuego artificial farsante,

que es humo y representa a las estrellas.

– CII b –

Es amenaza a la soberbia y consuelo a la humildad del estado

¿Puedes tú ser mayor? ¿Puede tu vuelo

remontarte a más alta y rica cumbre,

ni a más hermosa y clara excelsa lumbre

que la que ves arder por todo el cielo?

¿Puede mi desnudez y mi desvelo, 5

y el llanto que a mis ojos es costumbre,

bajarme más que al cardo y la legumbre,

que son desmedro al más inútil suelo?

Pues todo el oro fijo y el errante,

que sombras de la noche nos destierra 10

y son vistas del orbe centelleante,

todo el pueblo de luz que el zafir cierra,

eterno al parecer, siempre constante,

tiene donde caer; mas no la tierra.

– CII c –

Naufraga nave, que advierte y no da escarmiento

Tirano de Adria el Euro, acompañada

de invierno y noche la rugosa frente,

sañudo se arrojó y inobediente,

la cárcel rota y la prisión burlada.

Bien presumida y mal aconsejada, 5

pomposa nave sus enojos siente;

gime el mar ronco temerosamente,

líquida muerte bebe gente osada;

cuando en maligno escollo inadvertida,

de escarmientos la playa procelosa 10

infamó, en mil naufragios dividida.

Y nunca faltará vela animosa

-¡tal es la presunción de nuestra vida!-

que repita su ruina lastimosa.

– CIII a –

A un ignorante muy derecho, severo y misterioso de figura

Esa frente, ¡oh Gïaro!, en remolinos

torva y rugas pálida y funesta,

antes señas de toro manifiesta

que de estudios severos y divinos.

Tus semblantes ceñudos y mohínos, 5

si no descifran délfica respuesta,

obligan que, de risa descompuesta,

se descalcen los propios calepinos.

No tiene por fructífera el villano

la espiga que con uso se endereza, 10

sino la corva, a quien derriba el grano.

Hacia la tierra inclina tu entereza,

porque lo erguido se promete vano,

y que está sin meollo la cabeza.

– CIV –

Virtud de la música honesta y devota con abominación de la lascivia

Músico rey y médica armonía,

exorcismo canoro sacrosanto,

y en angélica voz tutelar canto,

bien acompañan cetro y monarquía.

La negra Majestad con tiranía 5

de Saúl en las iras y en el llanto

reinaba, y fue provincia suya, en tanto

que de David a la arpa no atendía.

Decente es santo coro al Rey sagrado;

útil es el concento religioso 10

al rey que de Luzbel yace habitado.

¡Oh, no embaraces, Fabio, el generoso

oído con los tonos del pecado,

porque halle el salmo tránsito espacioso!

– CV a –

Enseña a los avaros y codiciosos el más seguro modo de enriquecer

mucho

Si enriquecer pretendes con la usura,

Cristo promete, ¡oh pálido avariento!,

por uno que en el pobre le des, ciento:

¿dónde hallarás ganancia más segura?

La desdicha del pobre es tu ventura; 5

su hambre y su miseria, tu sustento;

su desnudez, tus galas y tu aumento,

si socorres su afán y pena dura.

Fías de la codicia del tratante

y de la tierra y en alado pino 10

los tesoros al mar siempre inconstante,

y sólo dudas del poder divino,

pues su misma promesa no es bastante

a persuadir tu ciego desatino.

– CV b –

Los vanos y poderosos, por defuera resplandecientes, y dentro pálidos y

tristes

Si las mentiras de fortuna, Licas,

te desnudas, veraste reducido

a sola tu verdad, que, en alto olvido,

ni sigues, ni conoces, ni platicas.

Esas larvas espléndidas y ricas 5

que abultan tus gusanos, con vestido

en el veneno tirio recocido

presto vendrán a tu soberbia chicas.

¿Qué tienes, si te tienen tus cuidados?

¿Qué puedes, si no puedes conocerte? 10

¿Qué mandas, si obedecen tus pecados?

Furias del oro habrán de poseerte;

padecerás tesoros mal juntados;

desmentirá tu presunción la muerte.

– CVI a –

Al oro, considerándole en su origen y después en su estimación

Este metal que resplandece ardiente

y tanta envidia en poco bulto encierra,

entre las llamas renunció la tierra:

ya no conoce al risco por pariente.

Fundido, ostenta brazo omnipotente, 5

horror que a la ciudad prestó la sierra,

descolorida paz, preciosa guerra,

veneno de la aurora y del poniente.

Este en dineros ásperos cortado,

orbe pequeño, al hombre le compite 10

los blasones de ser mundo abreviado.

Pálida ley que todo lo permite,

caudal perdido cuanto más guardado;

sed que no en la abundancia se remite.

– CVI b –

Desengaño de la exterior apariencia con el examen interior y verdadero

¿Miras este gigante corpulento

que con soberbia y gravedad camina?

Pues por de dentro es trapos y fajina,

y un ganapán le sirve de cimiento.

Con su alma vive y tiene movimiento, 5

y adonde quiere su grandeza inclina;

mas quien su aspecto rígido examina,

desprecia su figura y ornamento.

Tales son las grandezas aparentes

de la vana ilusión de los tiranos: 10

fantásticas escorias eminentes.

¿Veslos arder en púrpura, y sus manos

en diamantes y piedras diferentes?

Pues asco dentro son, tierra y gusanos.

– CVII –

Advierte a los avaros la ocasión de faltarles muchas veces sus aumentos

Injurias dices, avariento, al cielo;

llámasle de metal, porque no llueve:

dime el socorro que a tu troj le debe

en el pobre que viste sin consuelo.

De estéril osas acusar el suelo, 5

porque a los gritos tuyos no se mueve;

presumes, necio, de mandar la nieve,

y al invierno tasar quieres el yelo.

Si no se abre el cielo soberano,

si no dan fruto a tu labor las tierras, 10

imitan tus graneros y tu mano.

En cuanto al cielo le suplicas, yerras;

pues, de los bienes que te dio, tirano,

le pides que se abra, y tú le cierras.

– CVIII –

Desastre del valido que cayó aun en sus estatuas

¿Miras la faz que al orbe fue segunda

y en el metal vivió rica de honores

cómo, arrastrada, sigue los clamores,

en las maromas de la plebe inmunda?

No hay fragua que sus miembros no los funda 5

en calderas, sartenes y asadores;

y aquel miedo y terror de los señores

sólo de humo en la cocina abunda.

El rostro que adoraron en Seyano,

despedazado en garfios, es testigo 10

de la instabilidad del precio humano.

Nadie le conoció, ni fue su amigo;

y sólo quien le infama de tirano

no acompañó el horror de su castigo.

– CIX –

Reprehesión de la gula

¿Tan grande precio pones a la escama?

Ya fuera más barato, bien mirado,

comprar el pescador, y no el pescado,

en que tanta moneda se derrama.

No el pescado que comes, mas la fama, 5

lo caro y lo remoto, es lo preciado,

pues de los peces de otro mar cargado

lleva tu sueño vuelcos a la cama.

Y envidio al que te vende la murena

que entre Caribdi y Scila resbalaba, 10

pues más su bolsa que tu vientre llena.

Das grande precio por lo que otro alaba;

más es la tuya adulación que cena,

y más tu hacienda que tu hambre acaba.

– CX –

Muestra la iniquidad que los poderosos usan con la heredad del pobre,

si tienen codicia de ella hasta que se la toman en bajo precio

En la heredad del pobre, las espigas

más gruesas te parecen, más opacas,

y ni en tus trojes la codicia aplacas,

no pudiendo sufrir su mies las vigas.

Arrójanle tus ansias enemigas 5

con laso cuello en su quiñón tus vacas,

para que, hambrientas, las que entraron flacas

le saquen la cosecha en las barrigas.

¡Oh cuántos lloran robos dolorosos

de la envidia opulenta! ¡Oh cuántos males 10

ocasionan vecinos poderosos!

Hasta que, a intersección de injurias tales,

les expongan los dueños querellosos

aquella posesiones ya venales.

– CXI a –

Muestra en oportuna alegoría la seguridad del estado pobre y el riesgo

del poderoso

¿Ves esa choza pobre que, en la orilla,

con bien unidas pajas, burla al Noto?

¿Ves el horrendo y líquido alboroto,

donde agoniza poderosa quilla?

¿No ves la turba ronca y amarilla 5

desconfiar del arte y del piloto,

a quien, si el parasismo acuerda el voto,

la muerte los semblantes amancilla?

Pues eso ves en mí, que, retirado

a la serena paz de mi cabaña, 10

más quiero verme pobre que anegado.

Y miro, libre, naufragar la saña

del poder cauteloso, que, engañado,

tormenta vive cuando alegre engaña.

– CXI b –

Enseña que, aunque tarde, es mejor reconocer el engaño de las

pretensiones y retirarse a la granjería del campo

Cuando esperando está la sepultura

por semilla mi cuerpo fatigado,

doy mi sudor al reluciente arado

y sigo la robusta agricultura.

Disculpa tiene, Fabio, mi locura, 5

si me quieres creer escarmentado:

probé la pretensión con mi cuidado,

y hallo que es la tierra menos dura.

Recojo en fruto lo que aquí derramo,

y derramaba allá lo que cogía: 10

quien se fía de Dios sirve a buen amo.

Más quiero depender del sol y el día,

y de la agua, aunque tarde, si la llamo,

que de l’áulica infiel astrología.

– CXII a –

A un juez mercadería

Las leyes con que juzgas, ¡oh Batino!,

menos bien las estudias que las vendes;

lo que te compran solamente entiendes;

más que Jasón te agrada el Vellocino.

El humano derecho y el divino, 5

cuando los interpretas, los ofendes,

y al compás que la encoges o la extiendes,

tu mano para el fallo se previno.

No sabes escuchar ruegos baratos,

y sólo quien te da te quita dudas; 10

no te gobiernan textos, sino tratos.

Pues que de intento y de interés no mudas,

o lávate las manos con Pilatos,

o, con la bolsa, ahórcate con Judas.

– CXII b –

Virtud de la presencia del señor en la agricultura y en la guerra

Más fertilizan mi heredad mis ojos

que el mayo que las lluvias no resista;

pues con el beneficio de mi vista,

en espigan reviven mis rastrojos.

Vuélvense los gañanes en gorgojos 5

si falta el dueño que al trabajo asista;

y quien espera grano, coge arista,

mal acondicionada con abrojos.

Lo mismo es la batalla que la tierra:

el que la viere dar tendrá victoria, 10

pues los ojos del rey arman la guerra.

El que manda y gobierna de memoria,

y a su defensa entrambos ojos cierra,

sin cetro y con bordón busca la gloria.

– CXIII a –

Comparación de las fábricas de la soberbia con las de la humildad

Es la soberbia artífice engañoso;

da su fábrica pompa, y no provecho:

ve, Nabuco, la estatua que te ha hecho;

advierte el edificio cauteloso.

Hizo la frente del metal precioso; 5

armó de plata y bronce cuello y pecho;

y por trocar con el cimiento el techo,

los pies labró de barro temeroso.

No alcanzó el oro a ver desde la altura

la guija, que rompió con ligereza 10

el polvo en quien fundó rica locura.

El que pusiere el barro en la cabeza

y a los pies del metal la lumbre pura,

tendrá, si no hermosura, fortaleza.

– CXIII b –

Espántase de la advertencia quien tiene olvidada la culpa

De los misterios a los brindis llevas,

¡oh! Baltasar, los vasos más divinos,

y de los sacrificios a los vinos,

porque injurias de Dios, profano, bebas.

¡Qué a difamar los cálices te atrevas, 5

que vinieron del templo peregrinos,

juntando a ceremonias desatinos

y a ancianos ritos tus blasfemias nuevas!

Después de haber, sacrílego, bebido

toda la edad a Baco en urna santa, 10

mojado el seso y húmedo el sentido,

¿ver una mano en la pared te espanta,

habiendo tu garganta merecido,

no que escriba, que corte tu garganta?

– CXIV a –

Al repentino y falso rumor de fuego que se movió en la Plaza de

Madrid en una fiesta de toros

Verdugo fue el temor, en cuyas manos

depositó la muerte los despojos

de tanta infausta vida. Llorad, ojos,

si ya no lo dejáis por inhumanos.

¿Quién duda ser avisos soberanos, 5

aunque el vulgo los tenga por antojos,

con que el cielo el rigor de sus enojos

severo ostenta entre temores vanos?

Ninguno puede huir su fatal suerte;

nada pudo estorbar estos espantos; 10

ser de nada el rumor, ello se advierte.

Y esa nada a causado muchos llantos,

y nada fue instrumento de la muerte,

y nada vino a ser muerte de tantos.

La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados