Columna Granada Hoy, Lista, 23-3

LISTA, Granada Hoy, 23-3

TRAS 56 años de odio declarado, guerra fría (y a veces más caliente), el gobierno de Cuba (la misma familia de antes, aunque sin uniforme y con algunos tímidos polvos de apertura) ha recibido en la isla (¡quién lo hubiera dicho!) la visita de un presidente de Estados Unidos.

Sesenta años son muchos años. Y el tiempo no ha pasado en vano. E, ironías de la historia, Barak Obama viaja como revolucionario a un país que alguna vez lo fue. Porque sí, los papeles se han invertido. Y aquella joven y flamante Revolución cubana de los 60 es hoy una arruinada y ya antigua dictadura, y su máximo y casi único gobernante, Raúl Castro, es una especie de monarca solitario, envejecido, aferrado al poder, o al pasado. Obama, en cambio, es el presidente joven, negro y moderno que llega anunciando la nueva del futuro. Quizás, por eso, ninguno de los invitados cubanos (todos, por supuesto, pertenecientes a la nomenclatura del régimen) se atrevió a aplaudir el discurso obamiano. Permanecieron en silencio, como paralizados. Por supuesto, por miedo a represalias, quién lo duda. Pero quizás, también, desconcertados y aturdidos, al comprobar por primera vez con sus propios ojos y dentro de la isla, lo pasada de moda, lo arcaica que se ha quedado la Revolución cubana.

En la conferencia de prensa que Obama y Raúl Castro ofrecieron en La Habana eran muy evidentes también estos contrastes. En ella, la anécdota que más ha trascendido ha sido la pregunta del periodista norteamericano por los presos políticos de la isla. Raúl Castro, muy incómodo (en Cuba ningún periodista se atreve a hablar de estas cosas), negó los hechos y exigió al norteamericano una lista de nombres, comprometiéndose a liberar a los presos al día siguiente si la lista le era entregada.

Diversas organizaciones de Derechos Humanos han empezado a publicar listas para enviarlas al gobernante cubano. Ahora que Raúl Castro parece aceptar listas y peticiones, he decidido elaborar también la mía, pensando que es parecida a la de muchos, muchísimos cubanos: Libertad para los presos políticos. Libertad de expresión. Libertad de asociación. Periódicos y medios de comunicación independientes del gobierno. Elecciones libres. Separación entre el Estado y el Gobierno. Independencia de la Justicia. Pluripartidismo. Derecho a huelga. Autorización de sindicatos no verticales. Mercado. En fin, todo eso que fuera de Cuba se llama democracia.

Entrevista en Romanische Studien, Nº 3, 2016

Entrevista a Milena Rodríguez en Romanische Studien, Nº 3, 2016, por Andrea Gremels

Andrea Gremels entrevista a Milena Rodríguez Gutiérrez, poeta cubana, crítica literaria y editora de la antología Otra Cuba secreta: antología de poetas cubanas del XIX y del XX (2011). Desde una perspectiva profesional y personal Rodríguez Gutiérrez, que vive en Granada, responde a las preguntas acerca de la diáspora cubana, del canon literario nacional y de las implicaciones del cambio para las escritoras y escritores dentro y fuera de la isla. Además, presenta a los lectores dos poemas suyos, ambos dedicados a Cuba: “Preguntas desde el otro lado de la cocina” y “Cuba”.

 

Columna Granada Hoy, Sin gobierno, 9-3

SIN GOBIERNO, Granada Hoy, 9-3

NO sé si alguno de los grupos políticos en el Congreso de los Diputados habrá presentado la propuesta. Digo la de instituir un complemento productivo en el Parlamento. Una norma que disponga pagar a sus señorías en función de lo que producen, como en ciertas empresas. Y cuyo primer artículo estableciera que si no se produce, no se cobra. Si existiera tal disposición, probablemente las circunstancias serían otras en el Parlamento nacional. Porque la primera tarea de los diputados, una vez constituidos, es elegir un presidente que pueda formar un gobierno. (O, al menos, no impedir que esto ocurra). Y lo cierto es que llevan más de dos meses sin hacerlo. Algunos, desde luego, produciendo menos que otros. Tal vez porque todos siguen cobrando lo mismo a fin de mes, hagan lo que hagan.

Es evidente que sus señorías tampoco se sienten obligados a producir porque no tienen que rendir cuentas ante una circunscripción concreta. Y es que en España los electores son una especie de ente abstracto sin materialidad alguna. Aquí ningún diputado rinde cuentas. O sólo las rinde ante la cúpula de su partido, ante sus colegas militantes del ídem, ante los hooligans, o ante la televisión. Pero nunca ante electores de un lugar a los que pidió su voto. Por eso, una votación nominal en el Parlamento español resulta ridícula, como se vio tras los dos debates de investidura. Se menciona un nombre tras otro, como si no se supiera que todos los miembros de un mismo partido van a votar lo mismo. Que no existe la menor posibilidad de que ocurra lo que en Inglaterra o Estados Unidos: ver, de pronto, que diputados de un partido deciden apoyar una propuesta de un partido rival. Y no porque alguien compre sus votos (en España esta sería la única causa por la que algo así sucedería), sino sencillamente porque tienen opinión propia y porque hay electores concretos ante los que tendrán que responder. Decir en España un nombre en una votación del Parlamento nacional (o autonómico o municipal) sólo sirve para conocer la cara de su específica señoría, no su conciencia.

 Sí, llevamos más de dos meses sin gobierno. Y un gobierno para un país es algo tan imprescindible como unos zapatos. Y es necesario que sus pijas señorías dejen de pensar en la marca, los tacones, o en si la suela es de goma u otro material, y asuman su primera obligación. Que es conseguir que tengamos zapatos, que el país no vaya descalzo.