Columna Granada Hoy, El juego de votar, 29-6

El juego de votar, Granada Hoy, 29-6

LOS británicos han votado marcharse de la Unión Europea. Asustados con su voto, sin embargo, ya han recogido 3 millones de firmas pidiendo votar otra vez para poder quedarse. Se sienten engañados, no sabían realmente lo que votaban, dicen. Estas cosas pasan cuando un país vota alentado por políticos irresponsables, populistas, mesiánicos, sin saber muy bien qué ni para qué vota. Y es que tan nefastos y peligrosos son los políticos que impiden las votaciones de los ciudadanos como aquellos que las utilizan perversamente, alentándolas en todo momento como una especie de juego que se puede jugar con alegría de cualquier manera; un juego, aparentemente, democrático y sin consecuencias.

En España conocemos también políticos de esa clase, esos que proponen sin cesar jugar al juego del voto: votar para decidir, por ejemplo, a qué hay que llamar patrimonio en una ciudad como Granada (si a la gente no le parece bien, ¿por qué habría que considerar a la Alhambra o al Albayzín como patrimonio?); o votar para saber si todos los ciudadanos que viven en el mismo país quieren, de verdad, seguir viviendo en el mismo país (¿por qué un país tendría que seguir siendo el mismo si hay una mayoría -la mitad, tres quintos, qué más da- que vota separarse?). El juego de votar, ese juego infantil, es un juego cómodo, relajado, donde el jugador votante puede abandonarse, dejarse llevar por sus emociones, por sus deseos más recónditos, por la posibilidad imposible. En el juego de votar no manda la razón. El jugador votante es un niño que no tiene que pensar en las consecuencias de sus actos. Porque en el juego de votar lo que vale, lo único que vale, es lo que dice la mayoría, la gente emocionada pegada a su mágica papeleta, esa gente unida que siempre va a tener razón, porque para eso es mayoría, y lo que la mayoría dice será siempre justo, democrático, verdadero.

A los que venimos de países en los que no se vota nunca, en los que los que mandan impiden votar, nos repugna profundamente el juego del voto. Precisamente porque sabemos lo que vale, lo que cuesta votar. Y sabemos, también, que al juego del voto no se juega impunemente. Juegas y juegas porque crees que no pasa nada. Pero un día pasa, como le ha pasado a los británicos. Ellos, que tuvieron a Freud viviendo entre ellos, olvidaron algunas de sus enseñanzas, como esa que hoy estarán recordando: “A los espíritus del mal no hay que invocarlos”.

Columna Granada Hoy, Precariedad, 15-6

PRECARIEDAD, Granada Hoy, 15-6

UNO de los momentos curiosos del predecible y poco novedoso debate entre los cuatro candidatos principales al gobierno de España fue ese en que Rajoy describió la hipotética contratación de todos los contrincantes en imaginarios puestos de trabajo.

El propósito supuesto de Rajoy era demostrar, y convencer, claro, a los votantes, de que en España el empleo estable predomina sobre el empleo temporal, y transmitir la idea de que, de cuatro personas contratadas (según el presidente de gobierno), tres lo son mediante contratos estables. Sin embargo, con ese rarísimo sentido del humor que le caracteriza, Rajoy se sacó de su atril un ejemplo insólito para defender su tesis. Así, a Rajoy no se le ocurrió otra cosa que imaginar una inmediata oferta de empleo para los cuatro rivales. Nunca dijo, por cierto, cuál sería el puesto de trabajo ofertado. Pero sí dejó claro que, si se produjera esa situación, cada uno de sus tres rivales tendría la seguridad de conseguir un contrato indefinido, reservándose para sí mismo la opción más triste y precaria del pobre cuarto empleado, la del contrato temporal.

En su extravagante ejemplo, Rajoy pudo dejar la peor opción a alguno de sus rivales, a Sánchez, o a Iglesias, o quizás a Rivera, el que más incisivamente cuestionó su labor. Sin embargo, no lo hizo, tal vez porque intentaba tocar el lado sensible de los votantes: él, el “pobre” presidente, era ese cuarto en situación “precaria”, frente a los tres rivales “fuertes” aliados contra él. Al mismo tiempo era, acaso, un modo de señalar, sin decirlo, y otra vez apelando a la sensibilidad y aún a la compasión de los votantes, a su propia posición en La Moncloa. Y es que, después de todo, aunque Rajoy sea, siga siendo el presidente del gobierno, no es más que un Presidente en funciones, es decir, un presidente interino, en riesgo de ser despedido en cualquier momento.

Pero la extravagancia de Rajoy puede hacernos pensar en otros modos de precariedad. La que hay que atribuir, por ejemplo, a un país en la que ni siquiera su máximo dirigente tiene garantizado un empleo en condiciones. O, quizás, una peor: la de esa precariedad en la que nos encontramos los ciudadanos ante la hipótesis de una situación muy parecida a la del pasado diciembre, sin ninguna clara opción de pactos que permitan formar un gobierno. O, todavía, esa que casi resulta un tabú pronunciar: ¿la precariedad de unas terceras elecciones?

Columna Granada Hoy, Olvidar la política, 1-6

OLVIDAR LA POLÍTICA, Granada Hoy, 1-6

LLAMATIVA, paradójicamente, las encuestas sobre los resultados electorales que se están publicando desde hace varias semanas ofrecen como ganadores (sin mayoría absoluta para gobernar, es cierto) a los dos partidos que menos hicieron para formar gobierno en las pasadas elecciones generales: el Partido Popular y Podemos; las dos fuerzas más polarizadas políticamente, esas que se acusan y se miran como si no existiera más opción que ellos.

Los votantes, que en las pasadas elecciones favorecieron el pacto y el acuerdo sin que estos fueran atendidos por los representantes políticos elegidos, parecen otorgar ahora su confianza precisamente a los que menos se esforzaron por cumplir el mandato electoral.

Es difícil explicar y explicarse los resultados que auguran las encuestas. Respecto al Partido Popular, sigue funcionando, al parecer, la idea de que han conseguido evitar (hasta ahora), una intervención europea en España. Y ahí siguen, encabezando las encuestas. Y esto a pesar de la reforma laboral y de todos los recortes en el ámbito de lo público, y aún de la extrema corrupción; esa fiesta, es un decir, de los Gürtel, las Púnicas, las Taulas, que no parece tener fin. Y a pesar, también, de un presidente casi clandestino, que apenas da la cara, que decidió no presentarse como candidato aunque fuera la fuerza más votada y que suele preferir (¿se podría hablar de cierto abuso de género?) esconderse detrás de su vicepresidenta.

En cuanto a la confianza que numerosos electores parecen depositar en Podemos (en su nueva alianza con Izquierda Unida, es cierto) es tal vez un hecho aún más misterioso. Supongo que la promesa de la conquista de los cielos en la tierra sigue manteniendo su gran atractivo, sobre todo, para quienes han tenido la suerte de no vivir el desastre (o el horror) de alcanzarlos.

Quizás el hastío, el cansancio de tantos meses sin gobierno, sin acuerdos y sin pactos, hayan provocado cierta (justa) ira en los electores que ha encendido su pasión. Y la pasión, ya se sabe, suele moverse hacia los polos. Y como todo sentimiento exacerbado, no demasiado racional, puede ser causante de lo mejor y de lo peor.

Espero que las encuestas se equivoquen y el 26-J no ganen ni los recortes ni los cielos. Y que tengamos un gobierno tranquilo, dialogante, incluso aburrido, que nos haga, al menos por un tiempo, olvidar la política y poner nuestra pasión en otro sitio.