Persona que concurre a unas elecciones para acceder a un cargo gubernativo o de representación. Puede concurrir en representación de un partido o agrupación electoral, o bien hacerlo por sí mismo de forma independiente.
El origen del término lo hallamos en el latín “candidatus”, cuyo significado era “el que viste de blanco”. Precisamente, blanco era el color de la toga de aquellos que en la antigua Roma pretendían acceder a un cargo público del “cursus honorum”, esto es, de la carrera política. El blanco determinaba la pureza y honradez de las personas destinadas a representar al pueblo o al Estado, unas cualidades que se consideraba que debían poseer los aspirantes y por este motivo vestían de ese color.
En esta época, además, los candidatos debían reunir unos requisitos exigentes para poder concurrir como tales. En este sentido, debían contar con el respaldo del electorado para acceder a una magistratura, y era preciso que declarasen ante el magistrado que fuese a presidir el proceso electoral –lo que se conocía como la “professio”– su intención de ser elegidos para un cargo, ante lo que el magistrado podía o no aceptar la inscripción como candidato dependiendo de la situación en la que se encontrase el aspirante (Bravo, 2011: 15).
La irrupción y extensión de la televisión en Estados Unidos, así como el propio sistema presidencialista imperante en el país, favorecieron los primeros estudios en torno a la figura del candidato a raíz de los años sesenta. En este momento, además, la contienda electoral provoca que se dejen de lado las cuestiones ideológicas para centrar el foco en cuestiones como la imagen, personalidad y carisma de los aspirantes, quienes deben incluso ser capaces de vencer a sus contrincantes dentro de los propios partidos (Rúas, 2011: 81).
A principios de los años setenta, la imagen de los candidatos se convirtió, por tanto, en un tema de estudio recurrente, con las aportaciones de autores como McGinnis y Nimmo tras los sondeos realizados por Sigel sobre la percepción de los candidatos con el paso del tiempo. Asimismo, estas investigaciones coexistían con los estudios sobre los efectos e influencia de los medios de comunicación (McCombs y Shaw, Iyergar y Kinder, etc.).
Más tarde, los estudios en esta materia se centrarían en el concepto de liderazgo y sus distintos tipos, y ya a principios de los años noventa, la disciplina se orientaría más hacia la visión del carisma de los candidatos. En este sentido, Max Weber ya había propuesto la legitimación carismática del poder (Weber, 2012), no obstante, esta idea se retoma ahora y se profundiza en el estudio desde una perspectiva más ligada al marketing político.
Renshon (1995) llega incluso a distinguir tres tipologías y habilidades carismáticas para un candidato: (1) ambición y determinación; (2) habilidades interpersonales, como la capacidad negociadora y de llegar a acuerdos, la capacidad de persuasión o la capacidad de cooperación con otros actores políticos y medios de comunicación; y (3) habilidades cognoscitivo-creativas, necesarias igualmente para afrontar la resolución de problemas. Otros autores valoraron el carisma de los candidatos en función de otras habilidades tales como la capacidad retórica y discursiva, la inteligencia, o incluso la originalidad y creatividad (Rúas, 2011: 82).
Se ha trabajado bastante desde el marketing político la figura del candidato, y son numerosas las propuestas que han planteado los diversos autores sobre las características del candidato ideal. Si continuamos profundizando en estas cualidades ideales que deberían reunir los candidatos, Barranco (1982) formuló la siguiente afirmación sobre cómo debería ser:
“Persona de mediana edad, con presencia física atractiva, honrada, sincera, de gran simpatía, respetuosa con la religión, con ideas progresistas aunque sin llegar a ser revolucionarias, con claro pasado democrático, de carácter fuerte y enérgico, buen orador, pragmático y realista en su ideología, dinámico, partidario de la paz aunque dispuesto a defender la soberanía de su nación por encima de todo, moderado, con formación universitaria y experiencia política o empresarial”.
Más allá de las cualidades ideales, Martínez Pandiani (2001) refiere que la viabilidad de un candidato debe valorarse en función a una serie de aspectos. Por una parte, debe tenerse en cuenta la historia personal, tanto profesional como privada, del candidato. El pasado de éste trasciende a la opinión pública en cuanto los medios difunden su selección, y se han conocido casos en los que incluso los secretos más íntimos llegan a conocerse y pueden afectar en mayor o menor medida a la proyección del candidato y al éxito del partido. Con el desarrollo de las nuevas tecnologías de la comunicación, en nuestros días esta difusión es aún más rauda.
Por otra parte, deben tenerse en cuenta el aspecto y las limitaciones del candidato. Se debe ser capaz de potenciar las virtudes del candidato, así como de reconocer sus carencias, pero siendo capaces de convertirlas en atributos positivos de cara al electorado. En este sentido, además, cabe elaborar un análisis más determinado sobre cómo se concebiría la figura de un candidato ideal, y en qué posición se encuentra el candidato efectivamente seleccionado, para trabajar así en la mejora de sus aptitudes y recursos.
La construcción de la imagen del candidato resulta un factor que puede ser determinante en el éxito del mismo. El candidato cuenta con una imagen de partida, puede trabajarla y moldearla, reconvertirla para resultar más atractiva, pero a la vez se debe procurar transmitir esta imagen de forma correcta. Los electores perciben la imagen del candidato de un modo que puede ser distinto al que objetivamente se trata de transmitir por parte de los partidos y los equipos de campaña, por lo que se vuelve importante, igualmente, realizar mediciones que lleven a palpar la percepción de aquél.
En la actualidad, como ya adelantábamos, la figura del candidato se encuentra estrechamente vinculada a los medios de comunicación. Los medios dan cobertura a los candidatos, pero también fiscalizan sus actuaciones y transmiten su imagen. El candidato debe procurar cuidar sus relaciones con los periodistas, y mostrar buena predisposición a atenderles, aunque sin caer en prácticas indecorosas. Los medios han reconvertido las campañas electorales, y han provocado una evolución también de los candidatos.
En este sentido, los candidatos en nuestros días han debido adaptarse también a la irrupción de los nuevos medios de comunicación y las redes sociales. Resulta muy habitual que aquéllos cuenten con canales de difusión y comunicación diferentes habituales, que frecuenten las redes sociales e incluso que tengan perfil en las mismas desde el que pueden transmitir información e interactuar con los ciudadanos.
En el caso de presentación de listas por los partidos políticos que integren diversos candidatos, las formaciones pueden optar por seguir un orden aleatorio, o por introducir diversos criterios. De esta forma, se pueden encontrar listas en que se garantice la presencia de de hombres y mujeres, incluso “listas-cremallera”, en las que se incluye un candidato masculino seguido de uno femenino, y así sucesivamente. La propia legislación de los territorios puede obligar a asegurar esta presencia mediante estos mecanismos de representatividad, tal y como ocurre en el caso español.
Arnaldo, Enrique (2002). El carácter dinámico del régimen electoral español. Madrid: Centro de Estudios Políticos y Constitucionales.
Barranco, Francisco Javier (1982). Técnicas de Marketing Político. Madrid: Pirámide- ESIC.
Bravo, María José (2011). “El proceso electoral en Roma: la publicidad política en la época tardorrepublicana”, en RJUAM, nº 23, pp. 13-33.
Weber, Max (2012). Sociología del poder. Los tipos de dominación. Madrid: Alianza editorial.