Academia de Ciencias Matemáticas, Físico-Químicas y Naturales


Discurso de toma de posesión como Presidente de la Academia del Excmo. Sr. D. Enrique Hita Villaverde



Excma. Sra. Rectora Magnífica de nuestra Universidad.

Excmo. Sr. Presidente del Instituto de Academias de Andalucía.

Excmo. Sr. Presidente de la Academia de Ciencias.

Excmo. Sr. Alcalde de Granada.

Excmo. Sr. Teniente General Jefe del MADOC.

Excmos. Srs. Presidentes de la Real Academia de Medicina e Iberoamericana de Farmacia.

Excmo. Sr. Presidente de Honor de la Academia.

Ilmo. Sr. Decano de la Facultad

Excmos. e Ilmos. Sras. y Srs. Académicos.

Queridos compañeros, familiares y amigos:

De nuevo, y en muy corto intervalo de tiempo, me encuentro ante una situación anímica en la que se me hace ciertamente difícil expresar con naturalidad y templanza los sentimientos que me invaden, pues si hace ahora unos meses el orgullo, la satisfacción y la gratitud por haber recibido el máximo galardón que otorga nuestra Universidad, dieron lugar a que un nudo en la garganta me obligara a recurrir a nuestro Federico García Lorca para poder iniciar mi intervención, hoy, a aquellos mismos sentimientos debo añadir la abrumadora, y a la vez preciosa, responsabilidad que asumo al incorporarme a la presidencia de esta noble institución que es nuestra querida Academia de Ciencias Matemáticas, Físico-Químicas y Naturales.

Estoy convencido, de nuevo, de que han sido la generosidad y el cariño de sus integrantes, más que mis modestos méritos personales, los que han conducido a esta situación para mí tan gratificante. Y es que cuando analizo el significado que tiene este acto, no puedo por menos que sentir una gran satisfacción, acompañada de una fuerte preocupación por la responsabilidad que supone incorporarme, ni más ni menos, que a la presidencia de tamaña Institución, un ámbito que se conforma con la presencia en el mismo de grandes maestros que, día a día, ponen al servicio de aquella su extraordinaria formación y su responsable quehacer.

Ante tal situación, a uno no le pueden invadir en este momento otros sentimientos que los de gratitud y compromiso y de nuevo manifestar con García Lorca que hoy también "siento en el corazón un vago temblor de estrellas". Por todo ello quisiera empezar esta breve, estén tranquilos, intervención, expresando mi agradecimiento, en primer lugar, a todos los asistentes a este acto, pues vuestra presencia aquí significa para mí, no solo un compromiso con la Institución, sino además ese espaldarazo de complicidad tan necesario en el inicio de cualquier andadura de responsabilidad.

Y también al pleno de la Academia por haberme dado su confianza para ejercer la presidencia de la misma.

Al equipo de gobierno saliente por su labor generosa durante estos últimos años.

Y, ¡cómo no!, a los que ahora se incorporan o continúan en estas tareas sin más interés que ayudar a la Institución colaborando en la gestión de la misma.

A ti, querida Rectora, por la acogida que diste a la petición que se te hizo en su día para presidir este acto y al esfuerzo que, en tiempos nada fáciles, lo sé, has hecho para dar consistencia al mismo con tu magnífica charla, en definitiva por tu compromiso con la Institución.

A ti, querido presidente del Instituto de Academias de Andalucía, que con tu presencia das entidad y oficialidad a este acto dotándolo de la solemnidad que requiere.

A ti, querido Alcalde, convencido de que no solo es la relación de amistad que nos une la que te hace estar aquí, que también, sino además el compromiso de querer penetrar en el conocimiento y posibilidades de estas nobles entidades del saber.

A ti, querido Teniente General del MADOC, pues con tu presencia ratificas el convenio que tiempo atrás firmaron nuestras Instituciones y haces patente tu deseo de colaboración mutua, colaboración que estoy deseando retomar.

A vosotros, presidentes de las Academias de Medicina y Farmacia, porque de esta forma arropáis nuestra Institución y dais entidad al proyecto común que debemos tener.

Y ahora, tras un recuerdo muy especial para el fundador de la Academia que nos abandonó recientemente, quisiera dirigir unas palabras de agradecimiento, de cariño en definitiva, a dos personas que creo son, en buena medida, muy responsables de que yo esté presente en este acontecimiento.

A la primera de ellas, Gerardo Pardo Sánchez, nuestro presidente de honor, mi maestro y padrino de ingreso en esta Institución, le debo mucho, entre otras cosas el haber tratado de guiarme desde mi ingreso en la Universidad, siendo un continuo consejero y no cesando nunca en su empeño de ayudarme a hacer las cosas lo mejor posible, empeño que continúa en la actualidad y que, estoy convencido de ello, perdurará siempre.

A la segunda, Fernando González Caballero, nuestro actual presidente y mi amigo de siempre, le debo el haberme sentido a lo largo de mi andadura universitaria arropado por una gran amistad y compañerismo, algo que ha perdurado a lo largo de los tiempos y que hoy se corona con su empeño en que yo ocupe la presidencia de esta noble Institución. Yo te agradezco, Fernando, la magnífica labor que has desarrollado a lo largo de estos años como presidente de la Academia y lamento tu decisión de no querer continuar en el cargo por más tiempo, decisión que da idea, por otro lado, de tu generosidad y compromiso con la Institución en el sentido de abrir las puertas a otras ideas, a otros talantes, a otros estilos, pero estando siempre ahí detrás ayudando.

Y finalmente, permítanme la licencia de referirme a mis familiares y amigos, muchos aquí presentes hoy, por la confianza que supone haber podido contar con ellos en tantos momentos ciertamente difíciles pero, y sobre todo, sabiendo que hacen suyos, los momentos agradables como este que ahora vivimos. En especial, a mis padres, Enrique y Mercedes que, aunque ya ausentes, seguro que andarán por aquí, presumiendo de hijo y disfrutando de esta ceremonia, pues a su esfuerzo le debo ser lo que soy y cómo soy.

A mi mujer Encarnita, y a mis hijas Cristina y Pilar, que siempre estuvieron ahí arropando, ayudando y, lo más importante para mí, comprendiendo. Y, como no, a la esperanza, al futuro..., a mis nietos allende los mares Isabella y Chiquitín, y aquí más cerca, y muy especialmente, a mi Julia que me está suponiendo esa inyección de alegría necesaria, a ciertas edades, para seguir adelante.

Y ahora unas muy breves palabras sobre el acto que nos ocupa y los compromisos que adquiero al respecto.

Las Academias representan, según lo veo yo, Instituciones solventes en las que se organiza la comunidad científico-humanista para promocionar la cultura y también su difusión.

Por ello, si el integrarse en las mismas como miembro de número, o como correspondiente, requiere una fuerte dosis de concienciación social, el hacerlo en su presidencia exige la más profunda de las responsabilidades al plantearnos el compromiso que supone ayudar en su actividad a un colectivo ciertamente selecto, pero no solamente en el quehacer científico, que lo es sin duda alguna, sino también en el compromiso de hacer que la Ciencia llegue a todos los rincones de nuestro entorno e incluso más allá. Y es que las Academias deben ser, han sido, lo son y lo serán siempre Instituciones comprometidas socialmente con la creación y con la promoción del conocimiento independientemente de cuál sea la procedencia del mismo.

Por otro lado, si la exigencia de que los resultados de la Ciencia sean de general conocimiento constituye el principal objetivo de las Academias, no es, ni mucho menos, de menor alcance el hecho de que estos resultados sean aceptados por su valor intrínseco de verdad y sin discriminación alguna por razones de la procedencia de sus autores. Este propósito ennoblece a la Academia, pues la independiza de cualquier injerencia externa al planteamiento puramente científico.

Como decía nuestro compañero, el Dr. Rico, en su discurso de ingreso, se trata de un proceso en el que no existen, o no deben existir, otros intereses diferentes a los propios de la Ciencia, el planteamiento de nuevas cuestiones y las respuestas que le seguirán en un ejercicio coherente y sistemático de la crítica constructiva e independiente.

Esto último cobra para mí una importancia especial en el momento que estamos viviendo, en el cual creo que se hace ciertamente difícil independizar la objetividad científica de las presiones, más o menos influenciadas por intereses muy al margen de los estrictamente científicos.

Y es que, bajo mi punto de vista, las academias deben venir a representar en su actividad cotidiana lo que el sociólogo Robert King Merton estableció como normas específicas de la actividad científica: Comunitarismo, Universalismo, Desinterés, Originalidad y Escepticismo.

A su vez, las Academias, en ese intento de hacer llegar la verdad científica a todos los rincones, deben asumir como actividad también prioritaria la transmisión del conocimiento para la mejor formación posible de los ciudadanos en general y de nuestra juventud en particular.

Espero que comprendan ustedes ahora las razones por las que les decía, al principio de esta intervención, que me encuentro en este momento abrumado por la responsabilidad que supone para mí encabezar una Institución como esta. No obstante, y en un razonamiento sopesado, esta opresión se desvanece cuando uno se siente arropado por un colectivo de la calidad científica y humana que presentan sus integrantes, mis queridos compañeros académicos; es más, se llega a pensar que no son otra cosa que la propia soberbia o el orgullo mal entendido, las actitudes que te hacen llegar a tal sensación de responsabilidad, pues se comprende enseguida que la Academia estará siempre viva y activa por sí misma, por su propia naturaleza y esencia y por la condición de sus integrantes, y ello independientemente de quién la presida.

No obstante, también soy consciente de que algo se esperará de mí, de mi actividad al frente de esta noble Institución y para tratar de centrar esa actuación tal vez lo mejor sea ir a sus estatutos, los que establecen como objetivo fundamental, para ella cultivar, fomentar y difundir las Ciencias y sus Aplicaciones, así como atender las consultas que las instituciones públicas o privadas le dirijan sobre asuntos científicos de su competencia.

He reflexionado mucho últimamente sobre esta sentencia, fundamentalmente sobre su última parte y, dentro del contexto que hoy nos ocupa, he tratado de encontrar el entorno de actuación y el rumbo a seguir durante el periodo que ahora se inicia teniendo en cuenta las circunstancias del mundo actual y las metas que se pretenden conseguir. Ese entorno se enmarca en principio, y a mi entender, en la propia Universidad, no en vano nuestra Academia tiene su sede en esta nuestra querida Facultad de Ciencias, para extenderse, como debe ser, hasta los rincones más recónditos de nuestra sociedad alcanzando, entre otras cosas, a los niveles de formación inicial de nuestra juventud; ya lo dije antes.

Las Academias se consideran Instituciones de Servicio Público y, bajo esa premisa, hago mías las aspiraciones de mi antecesor, el Dr. González Caballero, de hacer llegar la presencia de la nuestra a todos los debates para la resolución de los problemas científicos y de promoción del conocimiento en los que la Academia, dada su naturaleza, pueda y deba intervenir, y ello fundamentándose en esa experiencia científica y capacidad intelectual de sus integrantes a la que ya me he referido, lo que tiene su origen en una gran responsabilidad concebida como una obligada compensación social, pues esa superioridad adquirida por sus miembros ha sido posible, no lo olvidemos nunca, gracias al esfuerzo de la sociedad en general y no solamente al personal o familiar.

No sé, querida Rectora, si estoy consiguiendo comunicarte un ofrecimiento de colaboración totalmente desinteresado, te estoy ofreciendo la solera y la capacidad de un colectivo que no actúa con carácter profesional y al que cabría considerar más bien como amateur, en el sentido, como diría Albert Einstein, de hacer las cosas por las cosas, con la sola premisa de la voluntad de hacerlas; y es que yo entiendo que en la Academia no se plantea el oficio sino la vocación, vocación de transmisión del Conocimiento, de acrecentamiento de la Ciencia y fomento de la capacidad de discusión crítica, independiente y ausente de dogmatismo.

Aprovechad esta posibilidad queridas autoridades, utilizad a las Academias como elementos de consulta y de asesoramiento, como foros de discusión objetiva que, sin pedir nada a cambio, estarán siempre dispuestas a arropar y a apoyar las iniciativas que, basadas en estos entornos de debate científico y discusión de ideas, puedan tomar vuestros equipos de gobierno.

Soy consciente de que existen corrientes, tal vez vistas incluso como modernas, que consideran a las Academias como una especie de reducto de momias científicas, como un colectivo marginal fuera del contexto actual de la Ciencia. Nada más lejos de la realidad querido auditorio, os lo digo por convicción propia, y tú en concreto, querida rectora, lo sabes bien pues perteneces a una de las de más solera; y es más, por experiencia personal os puedo decir a todos vosotros que cuando oigáis hablar de la Academia de Ciencias, abráis bien los oídos y orientéis bien las orejas, porque detrás de ella encontraréis siempre capacidad, honestidad, conocimiento, espíritu de colaboración y proyección socio-cultural.

A su vez pienso, al hilo de lo dicho, y este es uno de los compromisos que adquiero aquí y ahora, que es muy necesario abrir la proyección de la Academia a entornos hasta ahora poco implicados en su actividad; y es que parece cierto el hecho de que se venga interpretando que el carácter de los conocimientos que adornan a los integrantes del colectivo académico no lo hace proclive a su aplicación en otros ámbitos o foros de cultura ajenos a la Universidad o a entornos de actividad científica puntera.

Yo sin embargo entiendo que este planteamiento, además de erróneo, viene originando que se pierda una gran oportunidad de proyección social, ya que es precisamente en esos ámbitos donde la experiencia y el conocimiento maduro tienen sus mayores posibilidades, pues siempre entendí que el mejor científico, el mejor maestro, es el que mejor divulga.

El conocimiento es, a su vez, un derecho social del hombre pero ese conocimiento para que sea eficaz ha de ser asequible a todos los niveles posibles lo que requiere capacidad divulgadora, algo que abunda, lo sé por experiencia, en nuestras Academias.

Por otro lado, con frecuencia se observa que en los órganos de decisión política a todos los niveles se toman iniciativas que no siempre están avaladas por el análisis crítico de sus posibles repercusiones; suelen ser decisiones consecuencia de presiones o interpretaciones no siempre objetivas y a veces ausentes de crítica constructiva, marcadas más bien por corrientes de oportunismo que por la objetividad puramente científica.

Entiendo que las Academias pueden, pues tienen capacidad para ello, introducir ese análisis crítico necesario basado solamente en planteamientos científico-técnicos, análisis que dotaría a tales decisiones de una objetividad fuera de toda duda, lo que no sólo es deseable, sino posible, pues solo hay que pedirlo; sin más.

Os estoy ofreciendo, queridas autoridades, una riqueza intelectual y una capacidad científica fuera de toda duda y ausente de cualquier interés guiado por planteamientos de lucro, algo que siempre se considerará por las Academias como una posibilidad de ayuda, o de colaboración si se quiere, pero nunca como una oportunidad de injerencia, podéis estar tranquilos.

A cambio no se pide nada, si acaso aliento y posibilidades para poder ejercer las funciones propias de estas instituciones de las que nosotros mismos, la sociedad, se ha dotado. En definitiva, reconocimiento para una actividad generosa y solidaria realizada por colectivos a los que ya no les deben abordar otros intereses distintos de la colaboración social en todos los niveles.

Yo me comprometo, querido auditorio, aquí y ahora, a poner todo mi empeño durante el periodo que esté al frente de nuestra querida Academia de Ciencias, para tratar de conseguir estos objetivos y podéis estar seguros de que oficio por mi parte no va a faltar y ello haciéndolo con ilusión, que es lo que ahora tengo, porque estoy convencido, como decía Víctor Hugo, de que El alma tiene ilusiones, como el pájaro alas, eso es lo que la sostiene.

Muchas gracias a todos por vuestra atención.