PRESENTACIÓN
El Barroco no es sólo un estilo
artístico. Más profundamente,
es una imagen del mundo, una
comprensión del ser de aquello
que llamamos "realidad" -es
decir, una ontología-, que tuvo
su expresión hispana destellante
en el siglo XVII y que experimentó
una torsión en América Latina,
originando allí, por mor de la
mixtura y de los obvios desencuentros,
rasgos específicos. A esa imagen
del mundo le es inherente la experiencia
de una profunda crisis,
no sólo socio-política,
sino de hondura vital, existencial, espiritual.
Es una época en la que el ser humano
experimenta la falta
de fundamento del mundo. Para decirlo
con mayor precisión, experimenta
la ausencia de lo absoluto, el cual -al
convertirse en absconditus- deja
su impronta como tal sustracción.
El mundo es Todo y Nada a un tiempo. Todo,
en cuanto hace relación al absoluto.
Nada, en la medida en que éste
se ha convertido en estrella lejana e
inalcanzable. Podría decirse que
en la experiencia barroca vibra una nada, coincidente con la aporética
presencia del fundamento ausente. Por
eso, el barroco es también una imagen del mundo que se cruza
con el nihilismo,
un nihilismo generativo y creador, no
coincidente con el que promueve la abulia
o la desesperación desvastadoramente
anonadante. Y es que, en un mundo sin
fundamento, el héroe barroco se
siente impelido a invocar a lo absoluto
ausente para injertarlo en todo lo que
lo rodea. En tal tesitura, emerge la contradicción
y lucha hombre-mundo. El mundo,
vaciado de su fuente germinal y atravesado
por procesos que ocupan su lugar y que
operan como ingobernables, aparece -así
lo asegura Baltasar Gracián, uno
de los más eminentes representantes
del barroco hispano- al revés,
invertido, y eso de tal modo que lo elevado
y noble es subyugado al tiempo que lo
bajo, fraudulento o apócrifo se
asientan y extienden. Tal vez por eso
el barroco se entrecruza también
con el temple trágico,
pues el héroe, como D. Quijote
-ese personaje cervantino que sirve de
quicio y apertura al barroco- ni puede
abandonar su batalla campal con el mundo
ni puede llegar a imprimirle a éste
con conclusivo efecto su ideal. Estos
nexos entre barroco, nihilismo y tragedia
deben ser tomados, no obstante con cautela,
pues se trenzan sin identificarse y no
empapan necesariamente todos los rostros
barrocos. Entre tales rostros -pues esta imagen del mundo es poliédrica-
cuentan su ontología de la potencia
o del operar, la inserción del modus operandi de la picaresca,
la experiencia central del desengaño como acicate de un despertar inacabable,
el inextricable lazo heteróclito
entre rostro y máscara, la indisolubilidad
de vida y sueño, y tantos otros
que la investigació de este Grupo
explora. El trasunto investigador se encuentra,
pues, entretejido por una multitud de
hilos que implican la necesidad de la
intersección temática y
de la transdisciplinariedad.
Pero la complejidad del barroco no sólo
reside en la multiplicidad de ámbitos
problemáticos que teje. En un orden,
no sincrónico, sino diacrónico,
se nutre también de la temporalidad
barroca. Algunos especialistas, como Eugenio
D'Ors, han interpretado al barroco como
un eón, una imagen
del mundo que retorna una y otra
vez, alternándose con las épocas
de clasicismo, en las que el
orden, la armonía o la fe recobrada
entre lo real y lo ideal sustituyen a
la crisis. Sin embargo, independientemente
de esta hermenéutica, lo cierto
es que es ya un tópico afirmar
que nos encontramos en un retorno de lo
barroco, se lo caracterice con el término
neobarroco o con alguno semejante. Y es
que nuestra época -el mundo contemporáneo-
guarda similitudes muy fuertes con él.
Tras la anunciada por Nietzsche muerte
de Dios -que significa, cabalmente,
descreencia en cualquier fundamento del
mundo- asistimos a una crisis que prácticamente
toda la filosofía continental del
siglo XX confirma. De nuevo se nos muestra
atravesado por fuerzas ciegas ingobernables.
De nuevo el hombre se encuentra en discordia
con él. De nuevo, y esto resulta
fascinante, el humus del mundo de
la vida se fe afectado por la herida
de una ausencia, esta vez no de un absoluto
divino y trascendente, pero sí
del fondo creador que lo dinamiza, que
puede ser equiparado al de un in-finito
inmanente a la finitud mundanal. La espectral
sombra de la nada huera, vacía
-producto de un cierre de tal infinito-
ronda nuestro tiempo y se encubre en máscaras
muy diversas, en los ámbitos de
lo socio-político, lo moral y lo
estético. Si esta vuelta -se interprete
en su historicidad de un modo o de otro-
es real -y este Grupo la tiene como tal-
se hace necesario un trabajo de análisis
de nuestro presente y un estudio comparativo
entre el barroco del XVII y su transfigurado
retorno con matices propios. En cualquier
caso, esta cuestión convierte a
la investigación sobre lo barroco
en una investigación sobre el ser
de nuestra actualidad. El barroco
aparece como una cifra privilegiada para
comprender lo que somos, hoy, nosotros.
Y no resulta azaroso que la pregunta por
el nihilismo y por lo trágico hayan
sido y sean emblemas presentes. En tal
situación de estudio, la investigación
del Grupo se hace más transdisciplinar,
pues debe acoger perspectivas de otros
ámbitos del saber, como son la
sociología, la filosofía
política, la estética y
la antropología.
Finalmente, hay que advertir que, junto
a la complejidad reticular que el barroco
posee sincrónica y diacrónicamente,
se une la circunstancia de que, como se
ha señalado, un barroco
latinoamericano se nutre de componentes
propios. De hecho, los estudios sobre
barroco alcanzan gran intensidad plus
ultra. El Grupo aspira también
a sondear el entrelazo que articula el
barroco europeo y el latinoamericano,
atendiendo tanto a su recíproca
intrincación como a sus rasgos
diferenciales