Archivos de la categoría Psicología Positiva

Optimismo

Optimismo

¿El vaso medio lleno o medio vacío?

     El optimismo es un rasgo psicológico que diferencia a unas personas de otras y que influye en cómo uno se ve a sí mismo y a sus circunstancias, cómo procesa la información que le llega y cómo decide actuar según esa información.

Mientras los optimistas confían en que el futuro será favorable, los pesimistas creen que es probable que les sucedan cosas malas. Como expresaba el poeta Kahlil Gibran en 1951 “el optimista ve la rosa y no sus espinas, el pesimista se fija en las espinas, olvidando la rosa” (p.45).

     El optimismo se ha relacionado con un determinado estilo atribucional (la forma de explicar los sucesos que nos han pasado). Desde los trabajos de Seligman, en los años 70 en la Universidad de Pensilvania, se demostró que cuando las personas se exponen de forma repetida a sucesos negativos incontrolables, se rinden y se vienen abajo desarrollando un estado que se llama indefensión aprendida y que ha sido de gran utilidad para explicar problemas como la depresión. No obstante, Seligman y su equipo vieron que algunas personas nunca se rendían aunque experimentaran grandes dosis de adversidad.

Éstas personas tenían una forma peculiar de explicar los sucesos negativos que les sucedían. Pensaban que las cosas negativas que les pasaban eran inestables (“las cosas pronto mejorarán”), específicasotros apectos van bien”) y que dependían de factores externos (“una mala racha”).

En cambio, los que podían desarrollar indefensión aprendida tendían a interpretar que los acontecimientos negativos eran estables (“siempre me irá mal”), globales (“mi vida entera es un desastre¨) y se culpaban de lo sucedido (“es muy culpa”). Es decir, no es que a los optimistas no les sucedan cosas malas, pero las interpretan de una forma constructiva y no fatalista.

     Además, el optimismo guarda relación con el modelo del valor y la expectativa en la persecución de metas formulado por Scheier y Carver en años recientes. Según este modelo, las personas perseguimos metas que tienen valor para nosotros y que pensamos que podemos conseguir. El optimismo y el pesimismo son versiones opuestas de confianza y duda, respectivamente, sobre múltiples aspectos que constituyen nuestras metas en la vida.

Estas expectativas van a influir en cómo nos comportamos las personas. Por ejemplo, Juan y Luís son dos hombres similares en formación y capacidad que acaban de quedarse en paro. Juan se queda en casa durante semanas, lamentándose de su situación (p. ej., repasando mentalmente todo lo que pudo hacer mal, dudando de su talento, etc.). Se culpa de lo sucedido y piensa que será muy difícil volver a encontrar un buen trabajo. Luís se pone casi de inmediato a preparar un currículum y busca distintas entrevistas de trabajo. Se siente mal por estar en el paro pero atribuye lo sucedido a la crisis económica o a la mala suerte: “son cosas que pasan”.

Luís siguió mostrando persistencia los meses siguientes, confió en su habilidad y en que su suerte tenía que cambiar. Tras participar en varios procesos de selección, encontró un buen trabajo adecuado a su perfil. Juan siguió un tiempo desanimado y cuando se repuso algo empezó a buscar empleos de menor cualificación, pensando que debía rebajar sus expectativas. Finalmente, encontró un trabajo con menos sueldo y responsabilidad que su trabajo anterior. Luís es un optimista. Juan es una persona pesimista, que duda de ella y de su futuro.

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¿Es saludable perdonar?

“El perdón cae como lluvia suave desde el cielo a la tierra. Es dos veces bendito; bendice al que lo da y al que lo recibe.”

William Shakespeare

¿Qué es el perdón?

     El perdón ha sido un concepto históricamente asociado a las religiones y a la filosofía, donde se estudió por siglos de manera teórica. Después de la Segunda Guerra Mundial se intensificó el estudio del odio, por la necesidad de entender cómo un individuo, país o etnia, podía ser capaz de cometer masacres y genocidios. Con el paso de los años el foco de las investigaciones se centró en cómo sanar las secuelas del odio. Finalmente, gracias al surgimiento de la Psicología Positiva hace apenas dos décadas, se impulsó el estudio científico del perdón, empezando a aparecer estudios que lo relacionaban con la salud mental y física, y con procesos sociales.

El perdón no es tolerar una injusticia, no es olvidar, no es excusar o justificar el daño sufrido. Perdonar es una decisión altruista que significa renunciar al poder y al vínculo establecido entre víctima y agresor, abandonando todo deseo de venganza. Al tratar de entender qué es el perdón es útil conocer a su antagonista, el odio, que podría definirse como un sentimiento procedente de la elaboración a través del pensamiento de la emoción de ira. Freud (1915) desde el psicoanálisis lo entendía como “un estado del yo que desea destruir la fuente de su infelicidad”.

El objetivo del perdón sería remplazar los sentimientos de ira, traición y dolor por otros sentimientos más prosociales o constructivos. Perdonar es un proceso individual interno y no se debe confundir con la reconciliación, que es un proceso que se da en la relación con otra persona.

Es curioso que a nivel neuroanatómico varias de las regiones que se activan en el cerebro  cuando una persona odia, como la ínsula o el putamen, son las mismas que se activan cuando experimenta sentimientos de amor romántico. Este hecho tiene que ver con que ambos sentimientos pueden conllevar actos agresivos e irracionales.

Es importante matizar que no todas las ofensas están al mismo nivel, por ejemplo, una traición amorosa y una violación no tienen las mismas repercusiones, por lo que el proceso de perdón será distinto. En este post nos centraremos más en aquellos actos transgresivos no asociados a reacciones de estrés post-traumático.

¿Qué consecuencias tiene perdonar?

     Eliminar los sentimientos negativos de resentimiento, odio y venganza a través del perdón trae consigo efectos beneficiosos a nivel psicológico, físico y relacional. El perdón ayuda a superar las secuelas derivadas del odio,  evitando que se vuelvan crónicas y se conviertan en una carga de la cual no podemos librarnos.

  • Mayor bienestar psicológico. Un reciente meta-análisis sobre los efectos beneficiosos del perdón de Akhtar, Dolan y Barlow (2017) destaca como consecuencias positivas la percepción de bienestar mental, la reducción de las emociones negativas (tristeza, culpa, enfado), el aumento de las emociones positivas, una sensación de crecimiento espiritual, de mayor significado de la vida y el empoderamiento personal. Estos beneficios se aplican a las dos condiciones de recibir perdón: por parte de la víctima y por el propio sujeto (autoperdón). En otros estudios se ha observado una asociación entre perdonar y mostrar menor incidencia de diversos trastornos psicológicos (ej. trastornos de la conducta alimentaria, trastornos de personalidad, etc.).
  • Mejor salud física. Da Silva, Witvliet y Riek  (2017) demostraron que perdonarse a uno mismo así como recibir el perdón de otro se relaciona con una menor actividad del sistema nervioso simpático, lo que genera consecuencias cardiovasculares positivas. Un aspecto importante del perdón que destacan otras investigaciones es su potencial de uso en pacientes con enfermedades como el SIDA, fibromialgia, cáncer y enfermedades terminales. En estas situaciones el perdón puede considerarse como un mediador entre la respuesta emocional y la salud debido a que muchos pacientes se pueden percibir a sí mismos como víctimas y a la enfermedad en sí como una transgresión.
  • Mejora de nuestras relaciones. Distintos estudios han enfatizado que el perdón es un mecanismo clave de nuestras vidas que ayuda a reparar nuestras relaciones, devolviéndonos los efectos positivos que estas nos aportan. Por ejemplo, cuando perdonamos nos replanteamos la concepción que tenemos del agresor y ejercemos un importante acto de empatía hacía él descubriendo una humanidad compartida. Esta serie de elementos son positivos para la construcción de relaciones sanas con los demás.

¿Cómo perdonar?

     El perdón es un fenómeno complejo, e incluso controvertido, que depende en gran medida de la situación y la persona que perpetra la transgresión. Un importante meta-análisis sobre los factores que influyen en el perdón concluye que están involucrados componentes como el tipo de personalidad, el tipo de relación con el transgresor, factores específicos de la ofensa  y factores socio-cognitivos, siendo el más importante la empatía o capacidad de ponerse en el lugar del otro.

Por ejemplo, las personas que por su personalidad disfrutan con el poder que les confiere la posición de víctima pueden complicar el perdón. Por otra parte, el deseo de querer perdonar es mayor hacia aquellas personas que se perciben como cercanas y con las cuales se comparte algún vínculo positivo. Aunque eso no significa que por ello el proceso de perdón vaya a ser más fácil, ya que la ofensa o el daño que proviene de una persona cercana se siente con más dolor que si procediera de un desconocido.

     En el proceso de perdonar pueden diferenciarse distintas etapas. Según el clásico modelo de Enright y Fitzgibbons (2000) sobre el perdón existen cuatro fases que a su vez implican distintas tareas:

1ª etapa: Reconocer el daño sufridoLo primero es reconocer que se ha recibido un daño, evitando su negación, y expresar ese dolor de la forma más constructiva posible. Dejando salir los sentimientos de rabia, enfado o vergüenza. Tomando conciencia del modo en que objetivamente nos ha afectado lo sucedido y también de toda la “energía” que invertimos en preocupaciones y pensamientos negativos sobre lo sucedido. Seguir atrapados en la ofensa nos perjudica.

2ª etapa: Elegir la opción de perdonar. Para poder perdonar debemos alejarnos del resentimiento y del deseo de venganza. Querer perdonar es siempre sinónimo de querer dejar de sufrir. Perdonar no sólo es positivo para el que comete la ofensa, sino también para el que perdona. El perdón guarda una estrecha relación con la religión (por ejemplo, un estudio reciente de Fincham y May, 2019 demuestra la relevancia de sentirse perdonado por Dios y no sólo por el otro). Pero es que aparte de los beneficios espirituales, comporta importantes beneficios psicológicos y para la salud.

3ª etapa: Aceptar la rabia, el sufrimiento, y perdonar. Se trabaja la empatía y compasión hacia el que ha cometido la ofensa. Esto puede ser bastante difícil, por ejemplo, en situaciones de abuso. Se desarrolla la aceptación de los sentimientos dolorosos fortaleciendo aquellos valores y acciones que nos hagan enfocarnos y comprometernos  con el perdón. El perdón se enfoca como un regalo moral.

Al mismo tiempo deben establecerse estrategias para autoprotegerse. El perdón no implica que estemos dispuestos a aceptar ser atacados u ofendidos de nuevo. Analizar el episodio ocurrido en el cual hemos sido dañados también nos sirve para crear estrategias que nos permitan protegernos de futuros peligros. Por ejemplo, en un estudio de McNulty se demostraba que aquellos maridos y esposas que estaban más dispuestos a perdonar a sus parejas tenían niveles más altos de satisfacción marital, pero si la parte ofendida perdonaba inmediatamente después del incidente (ej. una infidelidad) se reforzaba esa conducta infiel y tendía a mantenerse en el tiempo. Por eso se concluye que un punto calve para perdonar a la pareja es acompañar el perdón de un cambio de conducta.

Esta etapa suele implicar también una expresión explicita de perdón que se organizará de forma diferente según cada caso (ej. efectuar un rito simbólico, escribir una carta que puede o no ser enviada, etc.)

4ª etapa: Profundizando y creciendo a través del perdón. Perdonar puede aportar nuevos significados a nuestra vida. Se anima a la persona a que piense en sus propias faltas y las veces que ella misma ha sido perdonada. Todos necesitamos el perdón en nuestra vida. Se ayuda a la persona a prestar atención a la transformación positiva que ha experimentado al perdonar. Por ejemplo, ha disminuido el malestar emocional y aumentan la esperanza y la auto-aceptación.

Si somos nosotros mismos quienes ofendemos o herimos a los demás es muy importante saber pedir perdón. Pedir perdón lleva implícitas una serie de acciones para evitar que no vuelva ocurrir lo sucedido y restituir el mal causado.

La petición de perdón debe de llevar consigo una serie de pasos: reconocer que se ha ofendido o herido al otro, sentir de verdad el dolor del otro, analizar la propia conducta y las motivaciones y sentimientos que nos llevaron a cometer el acto, pedir perdón explícitamente al otro, y  restituir el daño causado.

Falta investigación sobre programas o intervenciones concretas para lograr el perdón. No obstante, la compasión es un elemento habitual de las terapias basadas en mindfulness y aceptación que si han demostrado ampliamente su eficacia en numerosas condiciones.

A veces perdonar puede ser una tarea difícil y dolorosa que requiere de la ayuda especializada de profesionales como los psicólogos. Pide ayuda si necesitas que alguien especializado te guíe y te acompañe en este proceso. Por doloroso que parezca, puedes transitar esas situaciones adversas que te han herido y salir fortalecido de ellas. Perdonar es un camino que vale la pena recorrer.

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Profecía autocumplida: El Efecto Pigmalión

¿Qué es una profecía autocumplida?

     La profecía autocumplida, o que se autorrealiza, es una expectativa o forma de ver a una situación o persona que hace que esta visión, inicialmente falsa, se vuelva realidad.

Aunque el fenómeno se conoce desde siempre, y existen numerosos ejemplos del mismo en la historia o la literatura universal, el término profecía autocumplida se debe al sociólogo Robert K. Merton que inició su estudio en los años 80.

En el ámbito específico de la psicología y la educación se denomina Efecto Pigmalión a la influencia potencial que la creencia que una persona tiene de otra ejerce en el comportamiento de esta última. En el mito griego de Pigmalión, el escultor de este nombre se enamora de una de sus creaciones, Galatea que representa su ideal de mujer, y ésta al final acaba cobrando vida gracias al amor que Pigmalión le profesa.

Es decir, parte de nuestro comportamiento está influido por el modo en cómo nos ven los demás. Las creencias y expectativas que otras personas tienen sobre nosotros afectan al modo en que actuamos.

La profecía autocumplida actúa en todos los ámbitos del funcionamiento humano. El fenómeno se ha documentado científicamente a nivel social, familiar, educativo, laboral o económico. Un ejemplo paradigmático figura en la novela Traficantes de dinero de Arthur Hailey: se hace correr el rumor de que un banco va a quebrar. La gente alarmada por el rumor acude en masa a retirar su dinero lo que finalmente acaba generando un colapso de la entidad. Estudios recientes demuestran, por ejemplo, cómo las expectativas afectan al mercado bursátil  (las previsiones de cambios económicos afectan a las decisiones de los inversores antes de que se produzcan los cambios) o político (las encuestas pueden influir la decisión de voto).

¿Cómo actúa la profecía autocumplida?

     Aunque los mecanismos que enlazan la creencia de otra persona con un efecto objetivo en la conducta de la persona a quien se dirigen dichas creencias son complejos y necesitan más investigación, se trata de dinámicas de tipo psicológico.

¿Cómo la expectativa o creencia sobre alguien incita a actuar a esa persona de forma congruente con lo que se espera de ella? Estas creencias nos llevan a comportarnos de un modo distinto con esas personas. Tratamos a las personas de forma diferente según lo que pensamos de ellas y le transmitimos de forma directa o indirecta nuestra creencia. Esto tiene consecuencias en el comportamiento de dichas personas, porque la persona responderá al tipo de trato que le damos. Esta forma de comportamiento finalmente produce ciertos resultados que tenderán a confirmar la creencia inicial. Curiosamente, el que tiene la falsa creencia, percibirá el curso de los acontecimientos como una prueba de que estaba en lo cierto desde el principio.

     La profecía autocumplica se estudió primero en el ámbito educativo. Numerosos estudios de Rosenthal y Jacobson en los años 60-70 demostraron que los profesores tratan de forma distinta a los alumnos según las expectativas que tienen de ellos. En algunos de estos estudios estas expectativas se manipulaban de forma deliberada: teniendo un grupo de alumnos similares en capacidad e inteligencia, al profesor se le indicaba que varios de ellos eran alumnos extraordinarios con capacidad más elevada de la media. En otros casos, se hacía lo contrario, al profesor se le decía que varios alumnos eran problemáticos y con capacidad más limitada que la media. Al finalizar el curso los alumnos sobre los que se genera una expectativa positiva tienen un rendimiento e integración social superior a los restantes aunque las diferencias iniciales entre ellos eran inventadas. Lo mismo sucede pero al contrario cuando se genera una expectativa negativa.

Los alumnos que son objeto de expectativas positivas sobre su rendimiento escolar reciben más atención (p. ej., se mantiene más contacto ocular con ellos y se les sonríe más, se genera un clima positivo de aprendizaje, se les pregunta con más frecuencia, sobre temas más estimulantes, reciben más feedback de su progreso, etc.) lo que lleva a estos alumnos a rendir mejor, confirmando así las expectativas de sus profesores. Por el contrario, los profesores ignoraban o tendían a evitar a los alumnos que consideraban problemáticos y atrasados lo que llevaba a peores resultados.

Un estudio reciente de Szumski y Karwowski (2019) sirve de ejemplo de este tipo de resultados. Estos autores llevan a cabo un estudio longitudinal con 1488 estudiantes polacos de 13-15 años de edad de 108 clases de 40 colegios distintos. De forma consistente con el Efecto Pigmalión, las expectativas positivas de los profesores se asociaban a mejor rendimiento de los alumnos en matemáticas tres semestres después aún controlando numerosas variables que podían haber afectado a los resultados.  Las matemáticas son más sensibles que otras asignaturas al Efecto Pigmalión y por eso seleccionan esa medida. El efecto se debía en parte a que las expectativas positivas aumentaban el autoconcepto en rendimiento en matemáticas de estos alumnos y eso les llevaba a rendir mejor.

Interesantemente, el efecto no sólo se observa a nivel individual sino a nivel de clases enteras, así, las expectativas positivas sobre toda una clase tienen un efecto positivo en el rendimiento de toda la clase. Las mejores expectativas se producían en las clases de niños con alto estatus socioeconómico y sin o con pocos estudiantes con discapacidad y vicerversa.

     El conocido Efecto Rosenthal se relaciona también con estos estudios y alude a que las expectativas o sesgos de un investigador puede influir en el comportamiento de los sujetos estudiados, por eso actualmente para garantizar la calidad de cualquier investigación en cualquier ámbito se emplea el llamado ciego o doble ciego (la persona que evalúa un efecto no puede conocer las hipótesis de un estudio o lo sesgará sin querer).

     En el mundo empresarial se da esta misma dinámica entre jefes y empleados. La desconfianza y bajas expectativas de un jefe sobre un determinado empleado generará desmotivación y bajo rendimiento en dicho empleado y viceversa.

Diversos estudios, por ejemplo Madon et al., 2018, demuestran que los prejuicios sociales hacia ciertos grupos tienen el efecto de perpetuar el estereotipo en el tiempo con un efecto acumulativo (nuevas personas juzgarán a ciertos grupos minoritarios o desfavorecidos a través de las conductas estereotípicas que expectativas previas negativas de otros les llevaron a adoptar) lo que es una fuente magnífica de desigualdad social que debe llevarnos a la reflexión.

Algunas aclaraciones y recomendaciones prácticas

  • ¡Si las expectativas interpersonales son capaces de crear la realidad más nos vale cuidar dichas expectativas! Recuerda que el fenómeno actúa en todos los ámbitos de la vida humana y te es aplicable tengas el rol que tengas. Por ejemplo, si  si desconfías de tu pareja o de tu hijo/a estás aumentando las probabilidades de que realmente te engañe.
  • Hasta cierto punto, tu vida personal es tu vida personal… pero ¿que sucede si eres una persona llena de prejuicios, recelo hacia los demás y pensamientos negativos sobre las personas? Pues que si eres padre o si te dedicas  ámbitos como la enseñanza o la salud, o eres jefe de una empresa o institución tu efecto sobre los demás puede ser  lesivo. En ese caso deberías revisar tus creencias y tratar de desarrollar la mejor visión positiva de cada una de las personas que dependen de tí.  Sólo así generas el contexto oportuno para que sus potencialidades de rendimiento se puedan desarrollar.
  • La investigación señala que hay que estar especialmente atentos cuando nos relacionamos con personas de grupos minoritarios o que sabemos que desafían nuestros prejuicios personales. La creencia o el sesgo es falso por definición (si uno tiene pruebas reales para tener cierta expectativa no se llama efecto Pigmalión) y se manifiesta con más facilidad en situaciones que tienen que ver con la raza o la etnia, el sexo, diferencias socioeconómicas marcadas, o etiquetas diagnósticas (p. ej. estudiantes con hiperactividad).
  • La profecía autocumplida puede actuar de forma positiva (alguien cree que puedo conseguir un objetivo y eso me ayuda a lograrlo) o de forma negativa (mis padres creen que seré un mal estudiante y eso hace más probable que yo lo sea). No obstante, es muy importante saber que los estudios muestran que el efecto es más potente en sentido negativo.  De hecho, los estudios sobre el Efecto Pigmalión propiamente dicho se han centrado en la faceta negativa.
  • Cuando una expectativa negativa afecta a una persona no sólo se verá resentido su rendimiento o se producirá un cambio en su comportamiento sino que los estudios demuestran un impacto relevante en el propio autoconcepto o idea que la persona tiene de sí misma, así como en su  motivación y el esfuerzo que estará dispuesto a invertir por un objetivo. Esto es importante porque, por ejemplo, según distintos estudios el autoconcepto correlaciona entre 0,49-0,69 con el éxito académico.
  • También hay que tener en cuenta que el efecto es probabilístico. Afectará sobre todo a ciertas personas y en ciertas circunstancias. Por ejemplo, los meta-análisis muestran que el tamaño del efecto de la expectativa del profesor o Efecto Pigmalión oscila entre 0.10-0.20, o expresado con una métrica distinta, que afectará mucho entre un 5-10% de los alumnos. El poder del efecto es mayor cuanto más importante sea para nosotros la persona que mantiene la expectativa y más cercana nuestra relación con ella (p. ej., una expectativa positiva fuerte de los padres hacia el rendimiento de su hijo puede amortiguar las expectativas negativas de un profesor).
  • Por último, pero clave: la creencia debe ser genuina. Es decir, no vale disimular que no pienso mal de esta persona o tengo un prejuicio hacia ella porque lo notará a través de complejos mecanismos psicológicos. Si realmente quiero dar a las personas con las que me relaciono la mejor oportunidad posible de expresar su potencial positivo tengo que convertirme en un «espejo limpio« que les devuelva una imagen neutra o, mejor aún, positiva de si mismas y no deformada por mis propias limitaciones y prejuicios. Prueba ¡tal vez te sorprendan los resultados!
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