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¿Realmente es tan bueno hacer mindfulness?

   

La terapia de mindfulness se ha vuelto muy popular en las últimas décadas a partir de los trabajos de John Kabat-Zinn que adapta esta práctica de meditación budista al mundo occidental. Como ya mencionamos en la entrada sobre este tema, mindfulness consiste en ser consciente de cada instante, y se desarrolla prestando atención deliberadamente a lo que sucede en el momento presente aceptando la experiencia como viene y sin juzgar.

No dejan de difundirse múltiples beneficios que produce la práctica de Mindfulness. Desde la mejora en el estado de salud hasta el cambio en la forma de relacionarse con otras personas desarrollando una actitud de aceptación y compasión, y pasando por numerosos beneficios en el rendimiento, el estado afectivo, etc. El propósito de esta entrada es presentarte las ventajas de mindfulness que a día de hoy han sido avaladas por la investigación científica.

Aunque es posible promover una actitud mindfulness a través de prácticas como el yoga, tai chi, qigong, etc la mayoría de la investigación se ha centrado en la práctica de mindfulness inspirada en la clásica meditación vipassana. Se ha observado que diferentes estilos de práctica de meditación provocan diferentes patrones de actividad cerebral. En concreto, la meditación Mindfulness estimula la autoobservación y mejora la atención.

Los beneficios demostrados de mindfulness se pueden clasificar en tres dimensiones: beneficios afectivos, interpersonales, e intrapersonales.

¿Qué beneficios afectivos produce?

     Entre sus muchos beneficios afectivos, destacan la mejora en autocontrol o regulación emocional. Así, el meta-análisis de Hoffman et al. (2010) pone de manifiesto que la meditación mindfulness cambia las estrategias de regulación emocional que experimentan las personas (haciendo posible procesar estas emociones de manera diferente en el cerebro) lo que se traduce en una mayor capacidad para lidiar con las emociones que nos resultan aversivas (como la ira, la tristeza…).

Por otra parte, trabajos como el de Moore y Malinowski (2009), en los que se compara a un grupo de expertos en la meditación con un grupo control de no practicantes, demuestran que la meditación diaria de mindfulness disminuye la reactividad al estrés, es decir, hace más improbable que nos alteremos ante situaciones difíciles, y lleva a estar más abiertos ante nuevas posibilidades que solucionen los problemas cotidianos (aumenta la flexibilidad de respuesta).

¿Cuáles son sus beneficios interpersonales?

     Los beneficios interpersonales hacen referencia a las relaciones que mantenemos con las personas que nos rodean. Diversos estudios señalan que la actitud que potencia la práctica de mindfulness se asocia a más satisfacción en las relaciones, más capacidad de resolver problemas reduciendo los conflictos, mejor empatía y habilidad para identificar y comunicar las emociones. Además, mindfulness se asocia positivamente con la capacidad de actuar con conciencia en situaciones sociales.

Esa capacidad puede relacionarse con la mejora en la regulación de la emoción, posible gracias al incremento en la materia gris provocado por la meditación. Por ejemplo, Hölzel en 2012, demuestra que la práctica continuada de mindfulness incrementa la materia gris en el hipocampo, la corteza cingulada posterior, la unión tempo-parietal, el cerebelo lateral y el tronco encefálico.

¿Qué beneficios intrapersonales aporta mindfulness?

     A nivel de efectos intrapersonales, o asociados a uno mismo, diversos estudios informan que mindfulness beneficia funciones como la moralidad, la intuición y la modulación del miedo, lo que a su vez se debe a la mejora de la neuroplasticidad.

La neuroplasticidad es la posibilidad que tiene el cerebro para adaptarse a los cambios (o funcionar de otro modo) modificando las rutas que conectan las neuronas. Así, tu cerebro se va modificando a lo largo de la vida en función de las actividades que realices con más frecuencia.

La práctica regular de mindfulness altera la estructura física y el funcionamiento del cerebro: aumentando la atención, el procesamiento sensorial y la sensibilidad a los estímulos internos.

Además, investigaciones como la de Davidson en 2003 demuestran los increíbles efectos de esta neuroplasticidad debida a mindfulness sobre el sistema inmune. En dicho estudio, se observó un aumento significativo en la activación anterior del hemisferio izquierdo, un patrón asociado con el afecto positivo y el aumento de anticuerpos. Estos hallazgos sugieren que la meditación puede afectar la función cerebral y la función inmune de manera positiva.

Otro ejemplo de neuroplasticidad es el estudio de Zeidan del año 2011, que demuestra que la meditación reduce el procesamiento aferente relacionado con el dolor en la corteza somatosensorial primaria, una región asociada con el procesamiento discriminatorio sensorial de información nociceptiva, lo que se traduce en menos dolor.

¿Qué beneficios tiene acudir a un terapeuta que practique mindfulness?

     Haciendo cierto aquello de que hay que predicar con el ejemplo también existen estudios que demuestran una recuperación más rápida en las personas que fueron tratadas por terapeutas que practicaban mindfulness (sobre todo en los trastornos de ansiedad y estrés), así como un mayor desarrollo de la autobservación y autoconciencia.

Dice la investigación que los terapeutas que meditamos somos más empáticos y compasivos, lo que puede mejorar nuestras habilidades para el asesoramiento, especialmente en problemas de estrés y ansiedad.

La empatía alude a la capacidad de experimentar el sufrimiento del paciente y ayudarlo a expresar sus sensaciones y sentimientos corporales. La compasión en estos estudios se refiere al componente de ‘no juzgar’ asociado a la actitud del terapeuta.

En conclusión, y volviendo a la pregunta inicial ¿realmente es tan bueno meditar con Mindfulness? ¡Pues si! como ves la práctica de la meditación Mindfulness puede afectar de forma positiva a múltiples ámbitos de nuestra vida. ¡Ánimate y ponte a ello!

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Pensamientos intrusivos

Pensamientos

¿Tienes pensamientos intrusivos?

     Los pensamientos intrusivos son visitantes molestos pero familiares de la mente de la mayoría de las personas. Tienen la doble vertiente de que pueden ser experimentados por gente perfectamente sana y al mismo tiempo son el núcleo central de los trastornos de ansiedad y están presentes en múltiples problemas psicológicos.

Nuestro cerebro es como una máquina de fabricar ideas. A través de él, la naturaleza nos ha dotado de una especie de mecanismo generador de pensamientos que nunca cesa en su funcionamiento y crea contenidos de todo tipo, unos más lógicos, otros raros, graciosos, tristes, preocupantes, etc.; y que pueden afectar a cualquier área como la salud, la persona amada, los conflictos laborales, etc. Todas las personas producimos pensamientos raros o absurdos. Algunas de estas ideas pueden incluir contenidos tan inadecuados que tendríamos reparos en compartirlos con otras personas.

Este mecanismo es muy útil porque nos ayuda a adaptarnos al entorno de forma creativa y a encontrar soluciones nuevas a algunos problemas. ¿Por qué el mismo tipo de pensamientos puede causar molestias importantes a algunas personas y no a otras? Como veremos la respuesta emocional que demos ante estos pensamientos depende del significado que le atribuyamos.

¿Cuando son un problema estos pensamientos?

     Las teorías cognitivas de Rachman o Salkoskis y las investigaciones actuales indican que el contenido de los pensamientos es menos importante que el significado que se les atribuye. Es decir, si el pensamiento se valora adecuadamente (p. ej., “este es un pensamiento raro o desagradable, pero no significa nada”) desaparece sin más de nuestra mente y no tiene consecuencias. Pero si el pensamiento se valora de forma inadecuada y catastrofista (p. ej., “¿cómo es posible que alguien como yo tenga este tipo de pensamiento?”, “¿significa esto que de verdad voy a agredir a alguien?”, etc.) la persona lo interpreta como una amenaza y se activa su ansiedad.

Por ejemplo, a un hombre le viene a la cabeza la idea de que su mujer haya podido tener un accidente de tráfico. Si interpreta que esto no significa nada en especial, el pensamiento se irá. Si piensa “a ver si es que pensar esto significa que va a tener un accidente…” o “¿qué clase de esposo soy? A ver si es que en el fondo deseo que tenga un accidente…” el pensamiento se volverá recurrente.

     Los significados más amenazantes para la mayoría de los adultos tienen que ver con fallos morales (posibilidad de ser en realidad mala persona, dañar a otros o en el fondo desear actuar de forma contraria a los valores) o con la presencia de alteraciones psicológicas (interpretar que los pensamientos intrusivos significan que algo no funciona bien en mi). Mientras en las personas más mayores uno de los significados más amenazantes es la posibilidad de tener declive cognitivo o deterioro cerebral. Recordemos que se trata de interpretaciones erróneas.

Cuanto más nos inquiete el pensamiento y más nos esforcemos en que desaparezca, más fuerte se hará. La mente reacciona de una forma paradójica, ya que cuando intentamos no pensar en algo, en realidad pensamos más en ello. Así es como está diseñado nuestro cerebro.

Un ejercicio sencillo que ejemplifica esto es el Experimento del Oso Blanco que demuestra que la peor manera de no pensar en algo, es no querer pensar precisamente en ese algo. En este ejercicio, primero, se pide a la persona que durante 2 minutos piense en un oso blanco y levante la mano derecha cada vez que no logre pensar en eso. A continuación, se le pide que durante 2 minutos intente no pensar en un oso blanco y levante la mano cada vez que piense en un oso blanco. En la gran mayoría de los casos se comprueba que es menos difícil mantener el pensamiento presente en la primera fase, y que es totalmente imposible mantener el pensamiento alejado en la segunda. Esto ayuda a comprender que nuestro control mental, incluso con pensamientos que no tienen un significado importante, no es perfecto.

     Si la persona experimenta una gran ansiedad y se empeña repetidamente en intentar vencer a sus pensamientos puede terminar sufriendo serios inconvenientes o incluso, si confluyen otros factores de vulnerabilidad, desarrollando una obsesión. Las obsesiones son pensamientos, imágenes o impulsos que invaden nuestra mente una y otra vez, en diferentes situaciones, a pesar de los esfuerzos desesperados de la persona para no pensar en ellas.

Tener ideas obsesivas conlleva un importante malestar para quien las sufre. Por eso, es habitual que las personas que tienen obsesiones intenten de alguna forma remediar la amenaza o consecuencias negativas que se derivarían del contenido de sus pensamientos (p. ej., la persona puede pensar que su pensamiento significa que se contaminará, se condenará, se quedará sola, etc.). Para intentar eliminar o neutralizar estas supuestas consecuencias negativas o reducir la ansiedad, la persona pone en marcha otros pensamientos (p. ej., contar, rezar, repetir determinadas palabras, etc.) o diversas acciones (p. ej., tocar ciertas cosas, lavarse en exceso, efectuar comprobaciones innecesarias, etc.) que se denominan compulsiones (a veces coloquialmente «manías”).

Efectuar compulsiones o rituales es una pésima idea que sólo complicará las cosas. Ya que estas “manías” suelen aliviar algo la ansiedad, de forma temporal y parcial, lo que por un fenómeno de aprendizaje llamado reforzamiento negativo hará que cada vez se fortalezca más el círculo: obsesión-ansiedad-compulsión…obsesión-ansiedad-compulsión… Si está dinámica no se detiene puede acabarse desarrollando un trastorno obsesivo compulsivo (TOC).

Cuanto se realizan compulsiones la persona tendrá cada vez más la sensación de haber perdido el control y su estado de ánimo empeorará. Los estados de ánimo negativos (estar ansioso, deprimido, etc.) aumentan la frecuencia y la intensidad de las obsesiones y disminuyen la eficacia de las “manías”, lo que contribuirá a agravar el cuadro. El abordaje del TOC se describirá con detalle en otra entrada.

¿Cómo afrontar los pensamientos intrusivos?

Lo que NO hay que hacer:

  • Interpretar como amenaza o peligro lo que es normal. Cuanto más te desagrade o preocupe un pensamiento, y más dramatices el hecho de tenerlo, más probable es que vuelva.
  • Intentar conscientemente dejar de pensar. Si te empeñas en apartar de tu mente esa idea extraña o ese pensamiento doloroso se hará más fuerte.
  • Empezar a evitar objetos, situaciones o lugares por miedo a que se disparen los pensamientos raros (p. ej., evito los lugares que puedan estar sucios o los hospitales por miedo a contaminarme).
  • Empezar a realizar cualquier manía para reducir la ansiedad y sentirse mejor. Ese es el principio del camino en dirección al TOC.

Lo que SI hay que hacer:

  • No conceder la menor importancia a los pensamientos molestos. Entender el contenido del pensamiento como parte del funcionamiento normal de nuestra mente, igual que cuando por ejemplo tenemos un sueño rarísimo.
  • No hacer nada en especial. La mayoría de las personas cuando nos vemos asaltadas por un pensamiento raro o extraño simplemente lo dejamos pasar sin hacer nada en concreto. Sólo es un pensamiento no la realidad misma. Esta actitud puede trabajarse con mindfulness, una técnica de meditación que fomenta la aceptación y el centrarse en el presente. Una de sus máximas: “a lo que te resistes persiste, y lo que aceptas se transforma y se va” es totalmente aplicable en este ámbito. De hecho, por ejemplo, estudios recientes demuestran que las personas con mayor capacidad de aceptación tienen menos probabilidad de desarrollar pensamientos intrusivos indeseados incluso después de la ocurrencia de eventos traumáticos.
  • No evites situaciones normales que disparan tus pensamientos molestos. Haz justo lo contrario, exponte a ellas. Por ejemplo, si has notado cierto malestar por la idea de contaminarte en un sitio al que el resto de las personas acude con normalidad (p. ej., un trasporte público, un hospital, etc.) actúa como lo haría otra persona sin esas ideas.
  • Si ya realizas alguna manía o conducta extraña o te dices ciertas frases o palabras, deja de hacerlo. Al principio te sentirás peor y ansioso, pero si aguantas un poco, esa ansiedad se estabilizará y acabará bajando, hasta llegar un momento en el que desaparecerá.
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¿Te desmayas si ves sangre?

Fobia sangre

¿Fobia a la sangre?

     ¿Sientes ansiedad ante la idea de tener que hacerte un análisis de sangre? ¿Evitas ir al médico por miedo a tener que someterte a cualquier tipo de intervención? ¿Te desmayas si ves sangre o, incluso sin verla, simplemente oyendo hablar de estas cosas? Si experimentas este tipo de molestias es probable que sufras fobia a la sangre (hematofobia).

La mayoría de las personas con este miedo temen también las inyecciones y las situaciones relacionadas con heridas, aunque sean pequeñas, por lo que en el actual Diagnostic and Statical Manual of Mental Disorders (DSM V) estos miedos se agrupan en la categoría de fobia a la sangre-inyecciones-heridas (Blood injection injury phobia, BII).

Como en otras fobias, la persona siente un intenso malestar ante la idea de ver o la exposición real a lugares, objetos y situaciones que puedan estar relacionadas con la aparición de sangre, agujas y heridas. Este malestar lleva a evitar este tipo de situaciones lo que fortalece el miedo e impide comprobar que no hay un peligro real.

Además, esta fobia se diferencia de las demás en que implica una respuesta vasovagal única que puede llevar al desmayo hasta en un 80% de las personas con esta fobia.

¿Por qué se produce el desmayo?

     El síncope vasovagal o desmayo en este tipo de fobia es originado por un patrón de respuesta autonómica bifásica: primero la tasa cardíaca, la presión sanguínea y la tasa respiratoria pasan por una fase de aceleración, ya que el sistema nervioso simpático se activa al inicio, acompañado de pensamientos negativos y ansiógenos, típicos de las fobias en general.

A continuación, se produce una desaceleración brusca de estas respuestas (p. ej., desciende la tasa cardíaca y la presión sanguínea) al activarse el sistema nervioso parasimpático provocando una dilatación periférica de los vasos sanguíneos que supone una disminución del aporte de oxígeno al cerebro causando el mareo o desmayo.

En algunos casos, es el desmayo incontrolable el que lleva a evitar todo lo relacionado con sangre, inyecciones etc., más que la situación en sí.

No existe acuerdo sobre la razón certera del desvanecimiento. Se ha hipotetizado que tal vez este desmayo tuvo un valor de supervivencia, en concreto, que en tiempos prehistóricos las personas heridas podían sobrevivir más fácilmente si se desmayaban porque la mayoría de depredadores no atacan a víctimas inconscientes y que el desmayo reduce la pérdida de sangre si estamos heridos.

Otras características de la fobia a la sangre

  • Se trata de una fobia específica muy común con un índice de prevalencia de en torno al 3-4% en la población general.
  • Suele comenzar a una edad temprana, entre los 6-7 años.
  • Tiene un importante componente hereditario ya que suelen existir antecedentes familiares en el 70-80% de los casos.
  • Suele ser más frecuente en mujeres.
  • Estas personas tienen un gran sesgo atencional hacia los estímulos potencialmente peligrosos, ya sean externos o internos, es decir, detectan con mucha facilidad y rapidez estos estímulos (la sangre, por ejemplo).
  • Puede llegar a incapacitar al paciente para afrontar situaciones en las que tengan lugar intervenciones médicas.
  • Puede limitar la capacidad de elección de estas personas, por ejemplo, a la hora de elegir una carrera o realizar ciertas actividades que puedan implicar visión de sangre.

¿Cómo se trata la fobia a la sangre?

     Las fobias específicas son fáciles de tratar y se dispone de tratamientos muy eficaces. El más recomendado según las guías de Práctica Basada en la Evidencia es la exposición graduada en vivo. Consiste en ir afrontando poco a poco las situaciones temidas, empezando por las que generan menos ansiedad hasta llegar a las situaciones más difíciles.

Para facilitar este trabajo de exposición se entrena a la persona en diversas habilidades como relajación o respiración abdominal, para ayudarla a controlar su ansiedad, y terapia cognitiva, para darse cuenta de que se está sobrevalorando el peligro real y catastrofizando las molestias que implican las situaciones temidas, y desarrollar una mejor actitud y pensamientos más ajustados a la realidad.

En el caso concreto de la fobia a la sangre-inyecciones-heridas, la exposición se complementa con una técnica denominada Tensión Muscular Aplicada, desarrollada por el psicólogo Lars-Göran Öst.

Esta técnica contrarresta diversos fenómenos autonómicos implicados en el síncope vasovagal, por ejemplo, logra aumentar la presión sanguínea para evitar que el desmayo se produzca. Consta de dos partes, una en la que es necesario que el paciente aprenda a tensar los músculos más grandes del cuerpo para lograr este aumento de la presión sanguínea, y otra en la que se le enseña a detectar los descensos en la presión sanguínea para que en ese momento pueda aplicar la técnica y evitar el desmayo.

La persona se sienta, cómodamente, y tensa los músculos de los brazos, piernas y tronco durante unos 10-15 segundos, hasta notar una sensación de calor que sube hacia la cabeza. A continuación, se elimina la tensión durante 20-30 segundos y el ciclo se repite cinco veces.

La técnica ha demostrado su eficacia incluso en una sola sesión de entrenamiento. Aunque para favorecer el aprendizaje de esta habilidad, el ejercicio completo puede practicarse durante una semana unas cinco veces al día llevando un registro del mismo, bajando la intensidad si la persona llegara a tener dolor de cabeza.

Tras saber controlar el aumento de presión sanguínea, el ejercicio se emplea durante las sesiones de exposición a los estímulos temidos. Por ejemplo, la persona va a una extracción de sangre y tiene que mantener en tensión el torso, los músculos de las piernas y el brazo en el que no le vayan a pinchar, manteniendo el otro relajado para facilitar la extracción.

Una vez que se afronte la exposición con poca ansiedad se pueden ir retirando los ejercicios de tensión muscular. Pero la persona los puede volver a utilizar cada vez que note que los necesita.

Además de la Tensión Muscular Aplicada, un estudio reciente demuestra que un Entrenamiento en Hipoventilación Respiratoria, que se logra en una sesión breve, también es de utilidad en esta fobia. En la fobia a sangre-inyecciones-heridas, como en otras, se produce inicialmente una respuesta de hiperventilación típica de los estados de ansiedad. Es decir, la persona respira de forma más profunda y/o rápida de lo normal lo que se asocia a vasoconstricción cerebral, hipocapnia (niveles reducidos de dióxido de carbono en sangre) y síntomas de desmayo.

En lugar del tradicional entrenamiento en relajación o respiración abdominal que produciría un descenso de la presión sanguínea, favoreciendo el desmayo, el Entrenamiento en Hipoventilación se centra en enlentecer la respiración, con un patrón nasal y abdominal, para eliminar la hiperventilación, pero simplemente hasta normalizar el ritmo respiratorio sin producir relajación.

Deja de sufrir por la fobia a la sangre-inyecciones-heridas, y experimentar las limitaciones que te puede conllevar, porque como ves existen tratamientos muy breves que resuelven el problema de forma eficaz.

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