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Qué hacer ante la depresión

Tratamiento de la depresión

¿Qué es una depresión?

     La depresión es el trastorno mental por excelencia y se ha convertido en uno de los problemas psicológicos más populares. Estar “depre” es una expresión común que no identifica al trastorno como tal, sino a un estado de ánimo negativo más pasajero que puede ser normal. Para hablar de depresión debe evaluarse la intensidad, la gravedad y la duración de una serie de síntomas. Los síntomas principales serían los siguientes:

  • Alteración del estado de ánimo. La emoción que más asociamos a la depresión es la tristeza, pero puede experimentarse también abatimiento, vacío, irritabilidad o nerviosismo, e incluso “anestesia emocional” como si no se fuera capaz de tener ningún sentimiento.
  • Falta de motivación. Apatía, indiferencia y la llamada anhedonía o incapacidad para sentir placer o disfrutar de las cosas que previamente nos gustaban. La anhedonia es junto a la tristeza el síntoma más importante de depresión.
  • Problemas cognitivos. Déficit de memoria, atención y capacidad de concentración, e indecisión, que pueden alterar la ejecución o el funcionamiento laboral. Además, el contenido de los pensamientos está alterado. La valoración que hace una persona deprimida de sí misma, de su entorno y de su futuro suele ser negativa. La desesperanza o visión totalmente pesimista del futuro es un factor casi siempre presente y, en los casos más graves, puede llevar a ideas de suicidio.
  • Molestias físicas. Es habitual que la depresión se acompañe de problemas de sueño, especialmente insomnio, fatiga, pérdida de apetito, disminución del deseo sexual y diversas quejas (sobre todo problemas de dolor muscular, de cabeza y estómago).
  • Deterioro de las relaciones interpersonales. La apatía se extiende a las relaciones con los demás, e incluso a la pareja, y suele aparecer tendencia al aislamiento. El entorno puede reaccionar inicialmente mostrando mayor atención, pero ante la falta de respuesta de la persona con depresión la atención extra se extingue y la persona sufre un “abandono” auto-provocado que agudiza más su depresión.

     La depresión es uno de los diagnósticos que se emplea con más frecuencia. La proporción de personas con depresión en un período de 12 meses puede oscilar entre el 4-7% y a lo largo de la vida entre un 12-20%. La mayor incidencia de depresión se da en las mujeres, las personas con menores niveles de ingreso y desempleados, más bajo nivel educacional, los solteros y los que viven en áreas urbanas frente a rurales. Además, es frecuente que la depresión se acompañe de otros problemas médicos o psicológicos cuya evolución puede contribuir a agravar.

     En un reciente informe de la World Federation for Mental Health sobre el impacto de la depresión en el ámbito laboral se destaca que, por ejemplo, en el año 2010 este trastorno costó unos 92.000 millones de euros a Europa, de los cuales aproximadamente 54.000 millones se debieron a costes indirectos como el absentismo laboral. Se calcula que en el año 2020 la depresión podría constituir la primera causa de discapacidad en el mundo.

 Causas de la depresión

     La depresión es uno de los cuadros más complejos y heterogéneos, y en su aparición pueden intervenir una diversidad de causas. Los modelos biológicos simplistas que entienden la depresión como consecuencia de la alteración de determinados neurotransmisores o sistemas cerebrales no pueden ser apoyados con la evidencia científica actual.

   Sabemos, sin embargo, que la adversidad tanto precoz como reciente contribuye de forma significativa a la posibilidad de un episodio depresivo. Cuando una situación negativa es muy intensa y aparece pronto en la vida de una persona (negligencia o maltrato físico en la infancia, pérdida temprana de seres queridos, etc.) es capaz de producir una alteración neuroendocrina en los sistemas de reactividad al estrés que en el futuro actuaría como factor de vulnerabilidad aumentando el riesgo de sufrir depresión. La presencia de situaciones aversivas intensas y prolongadas, incluso en la vida adulta, puede acabar generando cambios en zonas relacionadas con la vivencia de emociones como la amígdala y el hipocampo, entre otras. Un tratamiento que funcione bien puede llegar a modificar estos circuitos.

    Además, cuando vivimos una mala experiencia interiorizamos ciertos esquemas sobre la realidad que en caso de volver a ser activados, por una nueva experiencia negativa, pueden dominar nuestra forma de ver las cosas y explicar la distorsión de la realidad de las personas con depresión. Por ejemplo, vivencias de ser criticado, humillado o ridiculizado pueden resultar en la visión de que uno no tiene valor y el abuso es todo lo que puede esperar. Una nueva experiencia de humillación, incluso aunque esta vez no tuviera tanta importancia u objetivamente no hubiera por qué entenderla en términos humillantes (p. ej., mi pareja me dice que quiere que lo dejemos), activaría ese esquema del que emergerían los pensamientos negativos, las emociones y conductas típicas de la depresión.

Estos elementos una vez activos, se retroalimentan entre sí y refuerzan el esquema ayudando a perpetuar el problema. Por ejemplo, una persona que piense que no tiene valor y que todo lo que puede esperar de este mundo es que abusen de ella, se sentirá triste, desesperanzada y mostrará tendencia a la inactividad. Cuanto peor es nuestro estado de ánimo más pensamientos negativos y distorsionados generará nuestro cerebro, y viceversa. Además, al dejarse llevar por la inactividad e inercia, el acceso a gratificaciones será cada vez menor, lo que mermará la autoestima y la esperanza, y elevará la probabilidad de que se produzcan acontecimientos aversivos que, a su vez, alimenten los pensamientos negativos y agraven el estado depresivo.

A veces, en combinación con un medio hostil, o incluso sin que existan circunstancias desagradables, la depresión puede deberse a una baja tasa de reforzamiento positivo. Es decir, la persona encuentra poca gratificación en su vida. Hay personas que no logran entender por qué están deprimidas al reconocer que su trabajo, familia, etc. están bien. En estos casos la depresión puede estar avisando de que uno no lleva el tipo de vida que desearía llevar o que sería congruente con sus objetivos vitales y necesita cambiar aspectos importantes de su vida.

Tratamiento de la depresión

     La depresión tiene un alto riesgo de cronificarse. A pesar de su alta frecuencia, el problema no se diagnostica correctamente en muchos casos (p.ej., no es raro que la solicitud de ayuda profesional empiece por quejas físicas ante un médico de atención primaria) y pocas veces recibe un tratamiento adecuado.

    En las últimas décadas múltiples estudios han analizado la eficacia de los fármacos antidepresivos, de los tratamientos psicológicos, o de la combinación de ambos. Los resultados de estos trabajos han dejado claro que el tratamiento psicológico es igual de eficaz a corto plazo que la medicación, pero a largo plazo los tratamientos psicológicos presentan mejores resultados, con una menor tasa de abandonos y recaídas. Además, la combinación de medicación y tratamiento psicológico sólo puede tener algún interés a corto plazo pero no a largo plazo.

Actualmente millones de personas toman psicofármacos para la depresión (tanto antidepresivos tricíclicos, como inhibidores selectivos de la recaptación de la serotonina). Pero los antidepresivos no deberían ser el tratamiento de elección en la depresión ya que causan más daño que beneficio. Por ejemplo, en un reciente artículo publicado en la revista Frontiers in Psychology, se documentan en detalle los efectos nocivos de los antidepresivos. El consumo prolongado de antidepresivos puede generar problemas de crecimiento en niños, problemas relacionados con la función sexual y la reproducción, dificultades digestivas, anomalías de la coagulación y aumentar el riesgo de accidente cerebrovascular en las personas más mayores.

Los tratamientos psicológicos que han mostrado mayor efectividad para la depresión en las distintas guías de Práctica Basada en la Evidencia incluyen la terapia cognitivo-conductual, la activación conductual, la terapia interpersonal o la terapia de solución de problemas. Por ejemplo, el prestigioso National Institute for Health and Clinical Excellence (NICE) recomienda iniciar el tratamiento de la depresión con terapia cognitivo-conductual y ejercicio físico (evitando la prescripción de antidepresivos), y valorar el uso de medicación sólo en casos severos, si los recursos anteriores no han funcionado. Pero insiste en que la medicación se acompañe siempre de terapia cognitivo-conductual para que cuando se retiren los antidepresivos no se produzca una recaída del problema.

La terapia cognitivo-conductual incluye diversas técnicas que se dirigen a mejorar el afrontamiento de las circunstancias externas que están actuando en la depresión y a modificar el bajo estado de ánimo, los comportamientos depresivos y los esquemas negativos. El tratamiento empezaría resolviendo el riesgo de suicidio si existe. Por ejemplo, se buscan razones para vivir y no morir, que habitualmente el deprimido dejándose llevar por su desesperación ha dejado fuera de su análisis (¿has pensado en lo que pensarían tus padres cuando se enteren?, ¿qué pruebas tienes de que realmente vas a descansar si mueres?, etc.).

A continuación se aborda el problema de insomnio que frecuentemente acompaña a la depresión y que puede hacer estragos en el nivel de energía diario. Si existen problemas en el medio que exijan ser resueltos el proceso de toma de decisiones se aborda con una terapia de resolución de problemas. Cuando el conflicto a la base de la depresión afecta a la relación con personas significativas para el paciente es de interés la terapia interpersonal.

La activación conductual logra cambiar el bajo estado de ánimo enseñando a la persona a modificar las actividades que realiza en su vida. Al principio estas actividades se deben realizar sin gusto, simplemente siguiendo un plan acordado con el terapeuta, pero gradualmente la persona recupera su sensación de dominio y de disfrute.

Otro componente clave de la terapia cognitivo-conductual es la modificación de los pensamientos y esquemas negativos que acompañan a la depresión. La terapia cognitiva ayuda a que la persona tome conciencia de que sus pensamientos sólo reflejan su forma de ver el mundo, y no la verdad misma, y desarrolle pensamientos más racionales y positivos que van mejorar cómo se siente y se comporta.

Por último, si se detecta que la persona es deficitaria en ciertas habilidades que están contribuyendo a la depresión (p. ej., tiene escasas habilidades sociales y pocos amigos, no sabe organizarse el tiempo, etc.) se incluiría un entrenamiento específico en esas habilidades.

En el contexto clínico actual, la adherencia a estas recomendaciones basadas en la evidencia científica es bastante baja. Existen importantes deficiencias en cuanto a las posibilidades que tienen los ciudadanos de poder acceder a los tratamientos psicológicos más adecuados.

Hacer más accesibles las terapias más eficaces reduciría de forma considerable los costes médicos y sociales asociados a la depresión. Recibir terapia cognitivo-conductual para la depresión es a largo plazo más eficaz y barato que medicarse. La duración de este tipo de terapia puede oscilar entre 15-20 sesiones y los efectos se mantienen bien en el tiempo. Si sufres una depresión busca un profesional que pueda ofrecerte un tratamiento que funcione.

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