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¿Estas dispuesto al cambio?

 

El cambio

     ¿Estas dispuesto al cambio o esperas que suceda por arte de magia? Decía Theodore Roosevelt que “en cualquier momento de decisión lo mejor es hacer lo correcto, luego lo incorrecto y lo peor es no hacer nada”.

     Pero, ¿qué es lo correcto? Podríamos definir lo correcto, o lo apropiado, como aquello que es acertado o adecuado a determinadas condiciones o circunstancias.  El Diccionario de la Real Academia Española lo define como “aquello que se ajusta a las condiciones o a las necesidades de alguien o de algo”. Sin duda, todos queremos hacer lo adecuado o, por lo menos, lo que percibimos como tal. Consecuentemente a ello experimentamos una sensación gratificante del “deber cumplido”, desterrando la dichosa disonancia de cuando lo que pensamos y creemos no se corresponde con lo que hacemos.

     En un mundo subjetivo como en el que vivimos siempre se puede encontrar un pequeño resquicio de objetividad, por lo menos percibida por uno mismo como tal al sentir la conexión de las creencias y las conductas cabalgando al unísono.

      La psicología es una ciencia “joven”. Pero ha alcanzado muchos éxitos desarrollando caminos que permitan paliar las diversas psicopatologías existentes, y crecientes, en nuestra sociedad. Para cada patología un tratamiento; ésta ha sido una de las vías más fructíferas. Así, existen terapias bien establecidas, con contrastado soporte científico basado en la evidencia; otras en cambio parecieran haber sido sacadas de la chistera de algún ilusionista, bien sabida la tendencia actual de la sociedad a dejarse seducir por todo lo que suene…”cool”.

     Estando al corriente de la oleada de terapias – tanto bien establecidas como alternativas – existentes, el reto de la psicología actual reside no tanto en saber lo que hay que hacer para combatir cada trastorno, sino más bien en cómo hacer para que las personas que los padecen hagan lo que ya sabemos que se puede hacer para erradicarlos.

      Todo tratamiento psicológico efectivo requiere de un proceso para que se produzcan los cambios necesarios en nuestro organismo. Concretamente han de producirse cambios neuronales específicos, los cuales generarán nuevas conductas.

 En parte, somos el producto del entramado de conexiones neuronales existente en nuestro sistema nervioso. Literalmente, poseemos más neuronas que estrellas existen en la Vía Láctea; y si entendemos que cada una de esas neuronas establece conexiones con miles de otras adyacentes, las conexiones resultantes son de una magnitud inimaginable. No existen dos personas iguales, de la misma manera que no existe una configuración espacial, neuronalmente hablando, exacta entre dos individuos. Además, nuestro sistema nervioso cambia constantemente con cada una de las experiencias y situaciones que enfrentamos, incluyendo, con especial relevancia, cada uno de nuestros pensamientos, emociones y sentimientos.

Como decía anteriormente, el reto de la psicología ahora no es tanto qué tratamiento seguir, pues hay tantos (si no más) como psicopatologías existen, sino en cómo lograr que la población tenga información mínimamente fiable sobre las maneras adecuadas de resolver problemas psicológicos y, una vez logrado eso, conseguir que la persona se adhiera al tratamiento en cuestión.

Respecto a la primera cuestión, la mayoría de las personas que sufre un trastorno psicológico no solicita ayuda psicológica. Vivimos en la era de la comunicación y la información. Nunca antes en la historia se ha estado tan interconectado e intercomunicado como lo estamos en estos momentos. Tenemos la información en el bolsillo y estamos a un “clic” de alcanzarla, de forma inmediata. Esa inmediatez converge en otros muchos aspectos de nuestras vidas que van más allá de la comunicación y la información. Queremos cambios, pero queremos conseguirlos de forma inmediata. Así, muchos problemas psicológicos son abordados desde otros campos de aplicación, como por ejemplo la psiquiatría,  a través de tratamientos farmacológicos que prometen mejoría en poco tiempo y sin esfuerzo alguno, pero que han demostrado que el problema se mantiene ahí, eso sí, oculto tras los efectos de la droga. En muchos casos las mejorías son nulas, y abundan los efectos secundarios, con el “mágico, rápido y eficaz tratamiento”.

Los que apuestan por un tratamiento psicológico basado en la evidencia tienen muchas probabilidades de mejorar, pero también es frecuente el abandono precoz de la terapia, y en la mayoría de los casos antes incluso de que el paciente pudiera percibir los primeros síntomas de mejoría. La concienciación por parte de cada persona de que un tratamiento psicológico es un proceso y que, como tal, requiere un tiempo determinado –variable dependiendo de multitud de factores como la motivación, el medio ambiente, características de personalidad, etc. – es de vital importancia para que un tratamiento psicológico, cualquiera que sea éste, funcione. En la psicología los milagros no existen.

      La psicopatología conlleva una alteración de las conexiones neuronales que subyacen a una determina conducta. Así, por ejemplo, se sabe que la ansiedad se manifiesta por una hiperactivación de la amígdala – una estructura cerebral implicada en el procesamiento de las emociones de miedo – . Se ha demostrado que la aplicación de un tratamiento basado en la meditación mindfulness (los ejercicios de meditación centrados en la respiración se hacen a diario durante unas 8 semanas) reduce considerablemente la actividad de la amígdala, con la consiguiente reducción de los síntomas de ansiedad. También existe evidencia científica que un tratamiento cognitivo conductual (TCC), que trabaja con la modificación de los pensamientos erróneos y desadaptativos, reduce los síntomas asociados con la ansiedad, mejorando la calidad de vida del paciente.

Ahora bien, sabiendo esto, ¿por qué las personas que sufren ansiedad no realizan alguno de estos métodos, por indicar algunos que han demostrado ser eficaces, para reducir una sintomatología que puede llegar a ocasionar tanto sufrimiento?

En ambos casos, el tratamiento requiere motivación, trabajo y, como no, tiempo. El tiempo parece ser el factor más influyente en el fracaso de cualquier tipo de tratamiento psicológico.

      Estamos en constante cambio, nos guste o no. Nuestro organismo, y por tanto nuestra mente, son entes dinámicas, en constante evolución, a cada instante. Ni tú ni yo somos ya quienes éramos hace unos meses, ni tan siquiera hace unos días o unas horas. Con cada suceso, con cada situación, incluso con cada pensamiento, todo nuestro circuito neuronal, aquel que nos dispone y sitúa como lo que hoy y ahora somos, se transforma. Es lo que los neurocientíficos llaman “neuroplasticidad” o “plasticidad cerebral”. Somos el resultado de las experiencias vividas. Lo que hoy forma nuestra personalidad, nuestra individualidad, nuestra idiosincrasia, al margen de los correspondientes factores genéticos predisponentes, es el resultado de todas y cada una de las situaciones vividas en el pasado. ¿Acaso serías como eres en estos momentos, pensarías lo que piensas en estos momentos y tendías los valores de los que dispones en estos instantes si hubieras sido entregado en adopción a otra familia, o si tus padres hubieran decidido mudarse de cuidad cuando eras pequeño, o si no hubieras roto con ese primer amor?

    Ahora bien, para que se formaran todas esas conexiones que nos configuran como entes únicos e irremplazables, se ha necesitado tiempo, desde el nacimiento hasta el presente. Nuevos modelos de pensamientos o acciones, pueden pasar a formar parte de nosotros pero no quedarán establecidos  hasta que las conexiones que conforman esa nueva configuración se fortalezcan lo suficiente con la práctica como para que pasen a formar parte de nuestro nuevo yo. Es algo así como que una sola persona tenga que llenar un camión de arena con la única ayuda de una pala. Es tan fácil como que solo tiene que llenar la pala de arena y volcar su contenido en el interior del camión. Sencillo, pero requiere trabajo, tiempo y esfuerzo. ¿Estamos dispuesto a ello?

 

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Perfeccionismo

Perfeccionismo

¿Uno de los objetivos en tu vida es hacerlo todo bien?

     El perfeccionismo está formado por un continuo de conductas y/o pensamientos relacionados con alto nivel de responsabilidad, capacidad de esfuerzo y altas expectativas. El gusto por realizar bien lo que nos propongamos y convertirnos en “personas de éxito” puede ser una aspiración común. Cuando logramos nuestras metas nos sentimos bien y es deseable tener metas y luchar por ellas. De entrada, esta característica es positiva ya que con esa motivación es más probable conseguir los objetivos que nos propongamos.

El problema está cuando ese perfeccionismo es llevado al extremo, “nunca nada es suficiente, existiendo una gran autoexigencia que sin saberlo puede llegar a rozar lo obsesivo y resultar desadaptativa para la persona.

¿Ser perfeccionista te hace feliz?

     Esta es quizá la pregunta clave para saber cuando el perfeccionismo se convierte en un problema. Si eres una persona responsable, trabajadora, que intenta hacer lo que hace lo mejor posible, que sabe encajar bien un error y tiene tiempo tanto para las obligaciones como para disfrutar de todo lo que la vida ofrece (p. ej., la familia, los amigos, las aficciones, etc.) no hay motivos para preocuparse.

Si eres una persona perfeccionista que vive alerta, contrareloj, orientada al futuro sin disfrutar del presente, más tiempo angustiada que feliz, y el estado emocional que predomina en ti es de insatisfacción tal vez te estés extralimitando en tus exigencias. Probablemente sientes que tu conducta perfeccionista es excesiva y desgastadora, y notas que pasas con facilidad de tu “zona de confort” a tu “zona de peligro”. Estas son algunas de las características de un perfeccionismo negativo:

  • Gran temor al fracaso o los errores. La persona evita el fracaso a toda costa pudiendo pensar que “cometer un error es terrible”, “no puedo permitirme un error”, etc. Estos pensamientos generan una activación negativa que disminuye el disfrute con el que se realizan las tareas y pueden provocar malestar intenso (ansiedad, indefensión, frustración, dificultad en las relaciones, etc). Además esta actitud resulta autolimitante, en el sentido de que por miedo al fracaso la persona evite iniciar proyectos, actividades, etc. que podría realizar bien pero que ni siquiera intenta por temor a no realizar perfectamente.
  • Nada es suficiente. El estándar de ser perfecto nunca se sacia. Cuando se ha conseguido un determinado objetivo o nivel y la persona pensaba que así ya sería feliz, descubre que hay otros objetivos importantes pendientes de hacer. Hay que diferenciar el afán deseable de querer mejorar siempre mientras uno viva, del estado de insatisfacción predominante que caracteriza a las personas perfeccionistas al margen de lo que ya hayan conseguido.
  • Creencia de que el valor de la persona se define por sus logros. Las personas perfeccionistas piensan que necesitan ser perfectas para convertirse en personas con valor y asociado a ello ser merecedoras de amor, felicidad, etc. Esta creencia la condena a la insatisfacción al ser imposible que las cosas salgan tal y como espera y, por tanto, no valorarse a sí mismo. Vivimos en un mundo imperfecto y tratar de buscar ser “perfecto” en él, no tiene posibilidades de éxito.

¿Qué causa el perfeccionismo?

     A veces, en el fondo de las exigencias perfeccionistas se encuentra una persona insegura, que piensa que si no lo hace todo bien no vale nada, y vive con gran temor a equivocarse y una necesidad de que los demás den el visto bueno a sus acciones. El origen de la conducta perfeccionista puede guardar relación con estos factores:

  • Haber tenido unos padres muy perfeccionistas y exigentes, a los que les costaba mostrar satisfacción con los logros de sus hijos, teniendo además unas expectativas altas hacia los mismos. El riesgo es que el niño crea que se le quiere o no en función de lo que logre, y sienta que si no logra resultados excelentes no tiene valor o no es merecedor del amor de sus padres. Los padres han podido criarse también en un ambiente competitivo que sobreenfatizaba los logros. Si ellos mismos no han alcanzado un equilibrio entre intentar hacer las cosas lo mejor posible y saber disfrutar de las cosas, es difícil que puedan transmitirlo a los hijos.
  • Haber sido educado por unos padres muy estrictos o dominantes y que mostraban un exceso de control hacia los hijos y pocas muestras de afecto. En esta situación, a menudo, los niños no han formado un apego seguro con sus padres y han podido recibir un exceso de atención o escasa atención durante su infancia, no pudiéndose desarrollar completamente de forma emocional. El niño puede llegar a creer que sus padres lo tratan así porque él no vale nada y, de alguna forma, intenta convertirse en alguien valioso tratando de ser perfecto.

     Es importante no confundir la conducta perfeccionista con el trastorno obsesivo compulsivo de la personalidad (TOCP), aunque pueda ser uno de sus síntomas. No todas las personas con este trastorno tienen que presentar este síntoma, aunque es probable que sean perfeccionistas. Por otro lado, el hecho de ser perfeccionista no implica tener TOCP, ya que existen personas con conductas perfeccionistas que no manifiestan otros síntomas de dicho trastorno que además se caracteriza por rigidez y obstinación, incapacidad para tomar decisiones, dudas y precauciones excesivas, excesiva pedantería y adhesión a las normas sociales o la irrupción no deseada e insistente de pensamientos o impulsos obsesivos que causan malestar.

¿Cómo puedo superar el perfeccionismo?

     El tratamiento del TOCP debe investigarse más, no existiendo en la actualidad recomendaciones claras desde el enfoque de Práctica Basada en la Evidencia. El tipo de tratamiento que viene empleándose con resultados prometedores es la terapia cognitivo-conductual para que la persona aprenda a aceptar los cambios, la incertidumbre y la falta de control sobre ciertas situaciones. Para el tratamiento del perfeccionismo, se emplea la misma terapia con el objetivo de desarrollar estrategias y  mecanismos de afrontamiento eficaces para abordar las exigencias del medio.

Algunas recomendaciones que pueden ayudar a paliar las conductas perfeccionistas son las siguientes:

  • Aprender a distinguir objetivos en función de su prioridad. Hay que diferenciar entre las cosas que es importante hacer y otro tipo de actividades o tareas que tienen un carácter más secundario.
  • Establecer un plan de trabajo que implique abordar los temas poco a poco y no todos a la vez. Nuestros objetivos están compuestos por “pasos” intermedios, los cuales hay que alcanzar poco a poco hasta el objetivo final y cuando las personas no fraccionan sus metas, pueden desarrollar síntomas ansiosos.
  • Aprender a delegar en otros y asignar responsabilidades a los diferentes miembros del grupo, familia, etc. Trabajar en equipo es importante y, sobre todo, enriquecedor.
  • Tener momentos de descanso en el día y realizar todos los días alguna actividad que nos resulte agradable. Realizar cosas que nos gustan y dedicar tiempo a nosotros mejora nuestro ánimo y sensación de control.

No obstante, lo más importante de todo es cambiar nuestra actitud hacia la perfección y los errores, y aceptarnos a nosotros mismos. La reestructuración cognitiva puede ayudarnos a descubrir que la perfección no es posible, vivimos en un mundo imperfecto, todos cometemos errores y pueden constituir una importante experiencia aprendizaje. Tratar de ser perfecto te condena a la frustración, merma tu autoestima y, paradójicamente, puede resultar un lastre para tu avance y el logro de tus objetivos.  Siendo más realistas, flexibles y comprensivos con nosotros mismos, tenemos más probabilidades de alcanzar metas y de disfrutar de lo que hacemos en cada momento.

 

 

 

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Afrontar la ansiedad social

Fobia social

¿Timidez o fobia social?

     La fobia social, actualmente denominada trastorno de ansiedad social, se define como miedo o ansiedad persistente y exagerado a una o más situaciones sociales (p. ej., conocer gente, tener que hablar en grupos o reuniones, comer o beber en público, hablar con desconocidos o figuras de autoridad, etc.).

Algunos de estos miedos son comunes y lo que diferencia a la persona con fobia social es la intensidad de la preocupación antes, durante y después de la situación. Especialmente, la sensación que tienen de que harán algo humillante o embarazoso (p. ej., piensan que harán el ridículo, resultarán poco interesantes y aburridos, todo el mundo se dará cuenta de lo nerviosos que están etc.). Hay un gran temor a la crítica y al rechazo, en muchos casos asociado a sentimientos de inferioridad o baja autoestima.

Los niños pueden mostrar su ansiedad de modo distinto a los adultos, siendo más probable que se bloqueen, lloren o tengan una rabieta. Las situaciones más amenazantes para ellos suelen tener que ver con participar en clase y realizar actividades con sus compañeros (p. ej., asistir a fiestas, ir a excursiones o viajes, etc).

La persona con ansiedad social tiene una capacidad normal para relacionarse afectivamente con sus seres queridos y puede tener uno o pocos amigos íntimos con los que está a gusto.

La fobia social es un problema frecuente que afecta en algún momento de su vida a un 12% de las personas. Resulta limitante para quienes lo sufren, reduciendo a veces de forma drástica los contactos sociales y mermando las posibilidades académicas o laborales. No es extraño que éste problema se acabe asociando con otros como depresión, abuso de sustancias, etc.

     Es importante no confundir fobia social con timidez. La timidez afecta en torno al 40% de los niños y adolescentes, es normal desde un punto de vista evolutivo y suele desaparecer sola a medida que se cumplen años. La persona tímida no evita las situaciones sociales, aunque a veces se pueda sentir algo nerviosa, por lo que la timidez no genera el mismo nivel de interferencia que un problema de ansiedad social.

¿Cuáles son las causas de la ansiedad social?

     Las razones de por qué algunas personas experimentan ansiedad en presencia de otras no siempre están claras. En general, están presentes uno o varios de los siguientes factores:

  • Déficit de habilidades sociales. Las personas no nacemos siendo socialmente torpes o muy habilidosas. Los comportamientos sociales se aprenden sobre todo por observación. La presencia de modelos parentales, o de otras personas importantes para nosotros, que promuevan conductas de ansiedad social o no refuerzen conductas socialmente positivas se relaciona con este problema.
  • Ansiedad social condicionada. A veces, la persona tiene habilidades sociales normales pero ha aprendido a sentir ansiedad en situaciones sociales debido a experiencias negativas (p ej., acoso escolar de los compañeros, ridiculización por parte de un professor, etc.). En estos casos, la ansiedad inhibe la puesta en marcha de las conductas socialmente adecuadas.
  • Pensamientos sociales negativos. En otros casos, no se recuerdan experiencias traumáticas de índole social pero la persona ha desarrollado por sus características o experiencias vitales una serie de expectativas negativas que obstaculizan que haga un buen papel en situaciones sociales (p. ej., piensa que no tiene nada que ofrecer a los demás, que los demás son hostiles o dominantes, que se va a poner nervioso y todo el mundo se va a dar cuenta, etc.).

En conjunto, suele ocurrir que una persona con cierta vulnerabilidad (p.ej., por haber sido educada con modelos inhibidos, tener limitaciones personales como problemas de lenguaje, aprendizaje, etc., haber vivido experiencias negativas…) siente mucha ansiedad ante situaciones sociales y en un determinado momento descubre que evitando estas situaciones su ansiedad se reduce (este proceso se llama refuerzo negativo). Evitar situaciones sociales perpetua el problema, al impedir a la persona ejercitarse en situaciones sociales y descubrir que los demás no son una amenaza.

¿Cómo se trata la fobia social?

     Algunas personas con ansiedad social piensan que sus dificultades reflejan una especie de defecto personal o “fallo del carácter” y no saben que se trata de un problema clínico reconocido que puede resolverse de forma eficaz.

La decision de ir a terapia puede ser problemática para las personas con fobia social. Las estadísticas muestran que solo la mitad acude a consulta y suele hacerlo después de 15-20 años sufriendo el problema. Cuanto más tardes en buscar ayuda, más sufrimiento gratuito experimentado.

Si es necesario, el psicólogo puede tomar ciertas medidas al principio (p. ej., dar la cita en un momento en que no haya nadie más en la sala de espera, dar la opción de empezar la comunicación por vías distintas del cara a cara como teléfono o Internet, etc.).

     La opción más recomendada de tratamiento en las actuales guías de Práctica Clínica Basada en la Evidencia es la terapia cognitiva-conductual basada en el modelo de Clark, Wells o Heimberg, que puede aplicarse de forma individual o en grupo. Este tratamiento incluye los siguientes elementos:

  • Información sobre la ansiedad social. Entender las características del problema, los factores que lo mantienen, etc. y sentirse identificado con eso, es un primer paso relevante para dar sentido al tratamiento que se desarrollará.
  • Entrenamiento en habilidades sociales. Si se detecta que la persona tiene un deficit en alguna habilidad social (p. ej., no sabe decir no, recibir críticas, expresar sentimientos negativos, mantener conversaciones, etc.) se entrenan y practican estas habilidades.
  • Entrenamiento en relajación. Un tratamiento sólo basado en relajación o mindfulness para tratar la ansiedad social no es eficaz. Por tanto, éste no es un elemento presente en la mayoría de las guías clínicas. No obstante, si la persona lo necesita puede incluirse algún procedimiento de relajación como la respiración abdominal como ayuda antes de afrontar las situaciones a las que habrá que exponerse.
  • Reestructuración cognitiva. Se centra en sustituir los pensamientos negativos que inhiben las conductas socialmente habilidosas por pensamientos más realistas y adaptativos que fomenten conductas sociales.
  • Experimentos conductuales. Suelen programarse ejercicios o experiencias que permitan a la persona comprobar los efectos negativos de mantener ciertas actitudes, pensamientos o conductas. Por ejemplo, un ejercicio para demostrar el impacto negativo que tiene en una interacción social que uno esté pendiente de su cuerpo, de si se pone nervioso, etc. frente al efecto de focalizar la atención en la otra persona. Los ejercicios se pueden grabar en video para después dar feedback sobre la ejecución.
  • Exposición graduada a situaciones sociales. Cuando el problema ya no radica en las habilidades sociales y se han desarrollado actitudes más positivas ante estas situaciones hay que empezar a afrontar poco a poco todas las posibles situaciones que generan ansiedad. Algunas de estas situaciones pueden trabajarse en la propia consulta pero se acompañarán de tareas sociales que la persona tiene que realizar en su ambiente.

Este tratamiento dura en promedio unas 15 sesiones semanales de aproximadamente hora u hora y media.

    En el caso de los niños es importante contar con la colaboración de los padres, profesores u otros adultos, para crear un ambiente que refuerce las metas establecidas con el tratamiento. En ocasiones, el entrenamiento de habilidades puede extenderse a los padres, sobre todo en los niños más pequeños, para que modelen y refuercen de forma adecuada la exposición del niño a situaciones sociales.

Para los pacientes que insistan en recibir medicación en vez de terapia psicológica se recomienda explorar qué preocupaciones tienen en relación al tratamiento (p. ej., le da vergüenza tener que contar sus experiencias al psicólogo…).

Faltan estudios bien controlados sobre los efectos a largo plazo de los fármacos en fobia social. Además de los efectos secundarios habituales y los riesgos de recaída al dejar la medicación, puede aparecer sensación de inquietud o agitación lo que intensificaría los síntomas de ansiedad social. El uso de medicación en niños o adolescentes está contraindicado y explicitamente no recomendado por los estudios disponibles.

Tampoco funcionan otras posibilidades que circulan por Internet para controlar la sudoración excesiva y el enrojecimiento facial, como administrar toxina botulínica o una intervención llamada simpatectomía torácica, que no disponen de apoyo en estudios serios y pueden ser perjudiciales.

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