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Duelo sin despedida por covid-19

¿Qué diferencia el duelo normal del duelo complicado?

     La muerte de un ser querido es uno de los sucesos más dolorosos de nuestra existencia. Rara vez estamos preparados para despedirnos definitivamente de quien amamos. El duelo es la reacción emocional natural a la pérdida de un ser querido.

El duelo normal produce una mezcla de emociones negativas. Las más habituales son dolor por la pérdida, sensación de incredulidad por la dificultad de creer lo sucedido e impotencia ante lo que no podemos controlar. También se puede experimentar bloqueo emocional, cólera, desesperación, shock, culpa, ansiedad, miedo o incluso alivio si valoramos que era lo mejor para esa persona.

Es bastante previsible pasar un tiempo confundido, con dificultad para concentrarse o pensar con claridad. Triste y como desconectado de los demás. Con ausencia de interés en nada, excepto en pensar en la persona que perdimos. Haciendo cosas para tratar de sentirnos cerca de ella o, por el contrario, tratando de evitar todo lo que nos la recuerda.

Estas reacciones de duelo por la pérdida de un ser querido afectan incluso a las personas más fuertes y, a veces, de forma totalmente distinta a como esperaban. O’Connor en su artículo de 2019 “Grief: A Brief History of Research on How Body, Mind, and Brain Adapt” revisa cómo el duelo afecta no sólo a nuestra emoción sino también a nuestro cerebro y a nuestros sistemas corporales pudiendo perjudicar nuestra salud si no se resuelve bien.

El dolor puede llegar a parecer insoportable e interminable como sabemos los que hemos atravesado duelos traumáticos. Hace falta tiempo para adaptarse a todos los cambios que suceden en nuestra vida cuando muere un ser querido. Cada persona hace frente de forma distinta a la pérdida y el tiempo de adaptación depende de nuestra relación con el fallecido y del papel que desempeñaba en nuestra vida.

El período de dolor más agudo suele durar desde semanas a varios meses en los que la persona muestra síntomas parecidos a los de una depresión (ej., tristeza, problemas de sueño, falta de apetito, dificultades de concentración, etc.). Tras la sensación de irrealidad inicial, la mayoría de emociones negativas serán máximas a los 6 meses (anhelo, cólera, pena…) y mejoran en torno al año. Los períodos temporales no deben verse de forma rígida, porque cada persona sigue su ritmo.

La mayoría de las personas va superando de forma gradual este dolor y se adapta a la pérdida. La adaptación no ocurre de una vez. Suele oscilarse entre momentos en los que uno afronta bien sus dificultades y otros en los que se deja llevar por la pena.

En algunas personas el proceso de adaptación se descarrila y la intensidad del dolor sigue siendo alta mucho tiempo resultando imposible aceptar la pérdida o imaginar un futuro sin esa persona. Esta es la condición conocida como «duelo complicado», “trastorno de duelo complejo persistente” (Diagnostic and statistical manual of mental disorders, 5th edn) o “trastorno de duelo prolongado” (International Clasification of Diseases, 11th edn).

Algunas características personales (ej. padecer de antes de la pérdida problemas psicológicos como depresión) y de tu situación (ej. vivir solo tras la pérdida) aumentan el riesgo de un duelo difícil. Pero también existen factores que pueden mejorar o agravar a los anteriores y que dependen más de ti. Algunos de los factores más importantes que pueden impedir el proceso de curación de un duelo son los siguientes:

  • Catastrofizar la muerte. Es decir, enfocar de la forma más dramática posible lo sucedido (ej., pensar que va a pasar lo peor, que uno no saldrá de esta, que su vida ya no tiene sentido, etc).
  • Rumiar constantemente. Una rumiación es como un pensamiento que no se completa nunca por no poder llegarse a una conclusión clara (ej., pasar muchas horas dándole vueltas a lo injusta que ha sido su muerte, a lo que uno podría haber hecho, a cómo habrá muerto realmente, a cómo sería mi vida sí aun estuviera vivo, etc). El impacto negativo de estos estilos de pensamiento en la trayectoria del duelo se ha demostrado en diversos estudios (por ejemplo, en el reciente estudio de Smith y Ehlers, 2020)
  • Esforzarse en evitar todo lo que recuerda al difunto (sus objetos personales, los indicadores de que ya no está, personas o lugares que lo evocan, actividades que se hacían juntos, etc.). O todo lo contrario: escapar de la realidad pasando un tiempo excesivo entre los recuerdos del difunto.
  • Ignorar o evitar las emociones dolorosas (ej., no permitirse sentir dolor, mantenerse muy ocupado para no pensar, etc).
  • Sentirse extremadamente incómodo o culpable por experimentar emociones positivas. Es totalmente normal alternar momentos de dolor con otros en los que uno puede estar mejor. Pero algunas personas en duelo consideran inadecuado permitirse esos momentos y se culpan o castigan por ello.
  • Tener patrones de sueño irregular (ej., empezar a dormir durante el día acostándose tardísimo). Así como descuidar las conductas de cuidado personal (higiene, alimentación, …).

Todas estas reacciones son normales en algún momento del duelo pero si dejas que tomen el control mucho tiempo puedes estancarte en tu proceso de duelo.

¿Cómo afecta al duelo la actual crisis sanitaria por covid-19?

     Además de las características de la persona que afronta el duelo, de su situación y del tipo de relación con el fallecido, las circunstancias de la muerte tienen un impacto. Al respecto, las circunstancias específicas que rodean a las muertes en esta época de alarma sanitaria por Covid-19 pueden dificultar las reacciones de duelo normal.

A continuación, se exponen los principales elementos negativos que acompañan a la muerte en el contexto actual de crisis sanitaria. No obstante, piensa que la vivencia de cada pérdida es única y depende de muchos factores. No es posible predecir cuándo un duelo se va a complicar o no.

– Muerte repentina e inesperada. En los fallecimientos por covid-19 hay poco tiempo para prepararse para un desenlace fatal. Algunas muertes suceden en días, horas,… lo que es distinto de cuando un familiar lleva meses o años con una enfermedad grave. Las muertes por sorpresa son más complicadas de elaborar y generan una fuerte sensación de incredulidad o irrealidad. Además, pueden fomentar estados de shock , así como ansiedad y miedo al representar un desafío a nuestro sentido de control y de orden en el mundo. Las personas que afrontan muertes inesperadas es más probable que muestren rumiación intentando entender lo sucedido, lo que como hemos visto agrava el duelo.

Un meta-análisis reciente estima que aproximadamente un 10% de la población en duelo puede acabar sufriendo duelo complicado. Sin embargo estas cifras son mucho más elevadas en las muertes repentinas sobre todo si la víctima es de menos edad. Las muertes repentinas pueden ser naturales (ej., infarto, ictus, muerte súbita del bebé), accidentales, por suicidio u homicidio. Por ejemplo, en casos de suicidio de un 35-83% padecerá duelo complicado según el parentesco, entre otros aspectos. No se dispone de datos aún respecto al duelo por casos de covid-19.

Imposibilidad de acompañamiento y despedida. La persona que queremos muere sin que la podamos acompañar ni en su proceso de enfermedad ni en sus últimos momentos. Que nos queden cosas por comunicar o por resolver con un ser querido fallecido puede originar un duelo complicado, especialmente si quedaba un conflicto pendiente. No poder abordar el conflicto puede producir ira o culpa que impida elaborar el duelo. La imposibilidad de despedirse convierte el tema en un “asunto inacabado” y puede obstaculizar un duelo normal. Estamos viendo como algunos profesionales sanitarios, en medio de su vorágine de trabajo, logran facilitar una llamada entre la persona ingresada y sus familiares. Se trata de un gesto de gran valor.

Angustia intensa previa al desenlace. Dado que por motivos de seguridad sanitaria no podemos acompañar a nuestro familiar enfermo, se viven días o semanas de gran angustia que van minando la resistencia psicológica de la persona. Para cuando se recibe la fatal noticia, los familiares pueden estar agotados y con alta ansiedad. Este nivel de ansiedad sostenido tiene el gran problema de poder acentuar la reacción emocional que se da ante la noticia (ej. experimentándose un ataque de ansiedad). Un ataque de ansiedad es una experiencia altamente desagradable que puede contribuir a “marcar como traumático” un determinado momento. Por ejemplo, en los estudios efectuados en contextos de catástrofes de otro tipo (como atentados terroristas) se ha demostrado que las personas que sufren un ataque de ansiedad tienen más probabilidades de desarrollar estrés post-traumático que las que no.

Ausencia de velatorio y funeral. La muerte sucede sin poder ver su cuerpo, sin poder realizar un velatorio y funeral. Estos elementos ayudan a elaborar el duelo. Nos permiten ir asimilando la pérdida, nos ayudan a combatir la incredulidad. Pueden aparecer fantasías sobre que haya habido un error y se hayan confundido de cuerpo, la sensación de que queda algo importante por hacer que impide avanzar, preocupación por su alma al no haber podido efectuar la ceremonia religiosa correspondiente, etc.

Miedo a habernos contagiado. Cuando fallece un familiar por covid-19 podemos sentir miedo a habernos contagiado y poder morir nosotros mismos, más o menos grave en función del tipo de roce que hayamos tenido con él y de nuestro perfil o no de riesgo. Esta emoción es distinta a lo que experimentamos con otro tipo de muertes en las que no se nos pasa por la cabeza la idea de poder morir nosotros. Este miedo contribuye a sobrecargarnos psicológicamente intensificando el estado emocional negativo.

El apoyo social de familiares, amigos y conocidos. Es un elemento importante para afrontar cualquier duelo. El distanciamiento físico impuesto por la crisis sanitaria debido al covid-19 imposibilita que muchas de las personas que podrían apoyarnos estén físicamente presentes.

– Por último, la situación de confinamiento conocida por todos, limita las posibilidades de distracción o involucración en actividades que vendrían muy bien para sobrellevar mejor los momentos de dolor (ej., el contacto con la naturaleza, hacer deporte al aire libre, las reuniones con amigos, etc.).

Recomendaciones prácticas

     Aunque el proceso de afrontar el duelo es algo muy personal, también existen puntos en común entre las personas. Para afrontar el duelo de una forma sana tienes que intentar alcanzar un equilibrio entre concederte un espacio para el dolor por esa persona y continuar con tu vida. Tan contraproducente resulta actuar como si nada e ir deprisa, como dejarse arrastrar por una espiral de tristeza y victimismo.

En la entrada de este blog sobre duelo complicado puedes encontrar información sobre las fases o tareas que hay que ir atravesando para resolver un duelo. Algunas de ellas pueden parecerte muy lejanas aún si acabas de perder a alguien. Tómate con calma esa lectura, puedes hacerla más adelante si lo prefieres. Por eso, aquí nos vamos a centrar en lo que puedes hacer desde ya para fomentar que tu duelo siga su curso natural y prevenir que tu proceso de duelo se estanque:

Si eres profesional sanitario, recuerda que puedes notificar la muerte de un modo que ayude. Muéstrate empático y responde todas las preguntas que te hagan. Los familiares tienen una fuerte necesidad de entender las circunstancias que han rodeado a la muerte. Distintos estudios muestran que las tres necesidades principales ante una muerte súbita son entender cómo y por qué ha muerto esa persona, poder despedirse y recibir apoyo. Utiliza con claridad la palabra muerte o fallecimiento sin eufemismos (nos ha dejado, ya descansa en paz, etc.), expresa que lo sientes y deja algún teléfono o recurso al que pueda acudir la persona si lo necesita. Los Colegios de Psicólogos de las distintas comunidades han puesto en marcha teléfonos de apoyo gratuitos tanto para sanitarios como para afectados.

Apóyate en tus familiares y amigos. El que no puedan estar físicamente presentes no significa que no podáis estar conectados. Utiliza el teléfono, las videollamadas…y desahógate. Hablar de lo sucedido e intercambiar impresiones y sentimientos te ayudará a ir asimilando la realidad de la pérdida. Si eres el familiar o amigo de alguien que ha perdido un ser querido, llámalo e insiste si notas que le cuesta contestar.

El funeral u otros ritos también ayudan a aceptar la realidad de la pérdida, que es el primer paso en cualquier proceso de duelo. Aunque existen importantes limitaciones en la situación actual para llevar a cabo un funeral tal y como se solía hacer, puedes encontrar alternativas. Lleva a cabo algún ritual que para ti tenga sentido (ej., haz un pequeño altar en casa, enciende una vela ante su foto, rezad juntos por esa persona, etc). Lo más poderoso es la intención. Además, ten la seguridad de que cuando sea posible habrá importantes ceremonias para honrar y conmemorar a todas las víctimas de esta pandemia.

Necesitas despedirte de tu ser querido. Algunas personas confunden esto con decirle “adiós”. Probablemente aún no estás listo para eso. Y de hecho, una parte de ti siempre mantendrá una conexión perdurable con esa persona. Lo que quiere decir despedirse es que tengas la oportunidad de expresarle lo que te hubiera gustado decirle (ej., expresar tu amor, darle las gracias por ciertas cosas, pedirle perdón por algo pendiente, etc.). Puedes escribir una carta dirigida a esa persona donde recojas todo lo que desees expresar. No caigas en una idealización irreal. Puedes expresar tanto aspectos positivos como otros negativos, construyendo una imagen humana y no por ello menos valiosa de esa persona. Hazlo con tiempo y recogimiento. Es un ejercicio muy especial e importante.

Fomenta pensamientos realistas sobre lo sucedido evitando la catastrofización o dramatismo y la rumiación negativa. Trata de pensar de forma objetiva en relación a cuestiones que te preocupen. Por ejemplo, en vez de “debió de sentirse muy sólo y desamparado sin nadie allí”, “cuanto sufriría el pobre”, etc. Ten claro que los sanitarios que lo han atendido son excelentes profesionales, que se están dejando la piel y hacen su trabajo con entrega. Tu familiar estuvo bien atendido y se hizo lo que se pudo.

Tampoco sobrevalores el efecto negativo de no haber podido estar allí cuando falleció. Es una renuncia generosa pensando en el bien común. Además, existen estudios previos a la crisis del covid-19 que demuestran que estar presente en la UCI en el momento de la muerte de un familiar se asocia a peor trayectoria del duelo, probablemente porque las características del entorno no permiten la intimidad ni el tipo de despedida que uno desearía.

Expresa tus emociones. No evites sentir ese dolor. Aparte de compartirlo con los que te apoyan es muy útil canalizar la expresión emocional en tareas de tipo creativo. Valen muchas opciones y la mejor para ti depende de tus gustos y habilidades  (pintura, música, fotografía, danza, coser…). Tomar la costumbre de escribir una especie de diario puede ser terapéutico. Te ayuda a aprender de ti y de tu experiencia, sin las barreras que a veces podemos sentir para expresar a alguien ciertas cosas. Además se puede convertir en una forma de resolver problemas y nuevas tareas si te acostumbras a escribir asuntos que debes abordar.

Se paciente, date un tiempo, se amable y flexible contigo mismo. No te culpes. Culpa significa cometer una mala acción de forma deliberada. Claramente no eres culpable de nada de lo sucedido. Nadie podía imaginar el resultado.

Cuídate incluso más de lo que lo hacías antes. Aliméntate de forma sana. Cuida de tu sueño y mantén horarios de sueño regular. Haz ejercicio físico. En cuanto te sea posible salir, son especialmente recomendables las actividades al aire libre y el contacto con la naturaleza.

Reinventa una nueva forma de estar conectado con tu ser querido (haciendo algo bueno en honor a él/ella, llevando encima algo especial, etc.). Y fomenta tu espiritualidad del modo en que consideres oportuno.

Si sientes que no avanzas busca ayuda profesional. Un psicólogo puede ayudarte a superar un duelo difícil. No tomes medicación. La investigación ha demostrado que los antidepresivos no resuelven el duelo. Considera en su lugar participar en un programa de terapia cognitivo-conductual o mindfulness que puede aportar cambios importantes a tu vida.

El ser humano es resiliente y puede incluso crecer después de la adversidad. Las personas podemos superar muertes dramáticas y seguir adelante fortalecidas.

 

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Qué hacer cuando hay riesgo de suicidio

     El riesgo de suicidio se puede reducir trabajando con los factores que llevan a la persona plantearse morir y que se han revisado en la entrada sobre señales de alarma de suicidio.

La gran mayoría de las personas que comenten suicidio no estaban en tratamiento psicológico. Someterse a tratamiento psicológico es un importante factor de protección.

Sabemos que el tratamiento psicológico funciona, pero como señalan Bernert, Hom, y Weiss Roberts (2014) en su revisión de las guías clínicas existentes sobre prevención e intervención en suicidio, están claros los factores de riesgo y de protección, pero falta consenso respecto a detalles del tratamiento y qué intervención concreta es mejor en cada caso.

Técnicas de control del suicidio

Las principales técnicas de control de las crisis de suicidio son las siguientes:

1. Eliminar la oportunidad. Limitar el acceso al medio de suicidio es una de las formas más eficaces de impedirlo. El suicidio se da en circunstancias donde uno tiene la oportunidad de cometerlo (p. ej., en lugares como Japón donde los suicidas suelen saltar desde puentes, es eficaz poner barandas que impidan el acceso).

Algunas recomendaciones son:

  • Elegir a un familiar que viva un tiempo con el paciente (si vive sólo).
  • Decírselo al familiar elegido en cuanto acudan las ideas de suicidio.
  • No tener acceso a la medicación o al método elegido para suicidarse.
  • No estar a solas en momentos críticos (cuidado con los fines de semana y momentos de aniversario o Navidades).
  • No dormir solo.
  • No conducir solo.

Este control se retira progresivamente a medida que la persona mejore.

2. Terapia cognitiva. Los pensamientos suicidas son ideas irracionales o distorsionadas que no se basan en la realidad ni son objetivos. Estas “ideas negras” son resultado de la depresión o de la desesperanza pero no de un razonamiento “filosófico” acertado.

Al igual que otro tipo de pensamientos negativos irracionales abordados con terapia cognitiva, las ideas de suicidio se pueden debatir y desmontar. Por ejemplo, habitualmente la persona expresa “al fin descansaré”. La terapia cognitiva invitaría a mostrar pruebas de que efectivamente suicidándose uno va a descansar.

El paciente no va a poder encontrar ninguna prueba real, ya que si es creyente, todas las religiones castigan el suicidio lo que significa poder estar en un estado de sufrimiento aún peor y, si no tiene creencias trascendentes, no existiendo no podrá sentir nada y sería imposible disfrutar de ningún descanso. Tras la discusión cognitiva con su terapeuta la persona reconoce que su planteamiento es erróneo y se la invita a describir los hechos de un modo más ajustado a lo real.

3. Pros y Contras del suicidio. Ante el problema “sufro demasiado” se llega  a la solución “suicidio” cuando existen soluciones más ventajosas, ya que para que una solución sea adecuada debe reducir el malestar y me debe permitir disfrutar de la mejoría. Aplicando un enfoque parecido al del entrenamiento en solución de problemas se anima a la persona a encontrar alternativas de solución, y analizar objetivamente las ventajas e inconvenientes de cada una.

Es muy importante la guía de un profesional ya que la persona suele mostrar numerosas distorsiones cognitivas. Por ejemplo, puede señalar como ventaja de suicidarse “mi familia estará mejor sin mi” y entonces el terapeuta le plantearía ¿le has preguntado a tus padres si prefieren que te suicides?, etc. para ayudar a enfocar las opciones desde el ángulo adecuado. Claramente los contras de suicidarse superan a los pros.

4. Hacer una lista de las razones para no morir. Cuando uno piensa en morir se centra en escapar de su propio dolor, pero no valora lo suficiente el impacto negativo en otros. Se revisa que sucedería si uno se matase en las distintas áreas de su vida. Por ejemplo, centrándonos en el área de la familia ¿qué pensará tu hija de 10 años cuando se entere de que su madre se ha matado?, ¿cómo crees que la afectará esto en el futuro?, ¿qué sentirá tu mujer cuando te encuentre muerto?, etc. Por ejemplo, respecto al dolor físico ¿quién te garantiza que morirás sin sufrir y no quedarás afectado para el resto de tu vida? Realmente, ni los métodos más contundentes de suicidio están exentos de fallos. O en al área espiritual ¿qué pasará con tu alma si te suicidas?, etc.

     El resultado de este ejercicio se escribe en un tarjeta o en notas del móvil: “no puedo matarme porque…” para que la persona lo lea si lo necesita.

Este ejercicio es más sencillo de hacer si uno tiene hijos u otras responsabilidades y es creyente. Mientras el riesgo se incrementa en viudedad (sin hijos), divorcio, y personas impulsivas, que abusan de sustancias o tienen síntomas psicóticos.

5. Hacer una lista de las razones para vivir. Todos tenemos poderosas razones para vivir y es cuestión de mirar en la dirección adecuada. De forma guiada la persona será capaz de encontrar cuáles son sus razones. El ejercicio se centra en la potencia de lo sencillo y lo cotidiano, no en razones abstractas. Por ejemplo, la razón para vivir de un padre puede ser seguir disfrutando de los besos y abrazos de sus hijos cada vez que tenga ocasión, verlos crecer y poder ser de ayuda en lo que pueda, etc. Este listado también se guarda por escrito.

6. Lista de actividades incompatibles. Las crisis de suicidio duran horas, días y rara vez más tiempo. La idea es tener por escrito diversas actividades sencillas y positivas que, además de lo anterior, la persona pueda poner en marcha si se ve asaltada por ideas suicidas. Por ejemplo,  llamar por teléfono a un amigo, salir a dar un paseo, darse una ducha relajante, etc.

      En casos de emergencia absoluta se puede sugerir un aplazamiento del suicidio (p. ej., “dame 6 meses para que llevemos a cabo la terapia y si después de ese tiempo te quieres seguir matando haces lo que quieras”), pero es importante no retar al sujeto ni que se sienta cuestionado o que se le quita importancia al acto.

A nivel comunitario funciona el teléfono de la esperanza 717 003 717, o el de emergencias (112). En este último te pasan con un médico con el que hablar y si sospechan riesgo de suicidio envían un equipo médico al domicilio. Hay que tener cuidado con las hospitalizaciones pues en ese contexto suceden muchos suicidios ya que la persona en realidad no mejora por estar hospitalizada.

La aparición de pensamientos de suicidio es un indicador fiable de la gravedad de la depresión/desesperanza, si uno los tiene necesita ayuda psicológica.

Mitos sobre el suicidio

Para finalizar, desmontemos algunos de los principales mitos sobre el suicidio:

  • Las personas que hablan del suicidio rara vez se suicidan en realidad (“el que lo dice no lo hace”). Esto es falso. La mayoría de suicidas han expresado sus deseos de morir.
  • El suicidio ocurre sin previo aviso. Los estudios demuestran que la mayoría de suicidas habían comunicado a alguien sus intenciones.
  • Hablar del suicidio incita al suicidio. Una revisión del año 2016 publicada en Lancet Psychiatry muestra que introducir un screening de suicidio no eleva el riesgo de suicidio y puede ayudar a detectar casos de riesgo aunque este tipo de medidas deben desarrollarse mucho más. Permitir a una persona expresar su ideación suicida es el primer paso para poderla ayudar.
  • El suicida tiene completamente claro que quiere morir. La mayoría de suicidas “juega a matarse” dejando en otros el que logren salvarlos (p. ej., una chica envío un whasap sonde decía “se va a producir un cambio radical en mi vida y a partir de ahora estaré bien”. Su terapeuta supo adivinar que hablaba de matarse y se logró salvar a la chica, pero si no se hubiera llegado a tiempo habría muerto).
  • Cometen suicidio los enfermos mentales graves y suele ser un acto impulsivo por lo que no hay nada que hacer. Los que se suicidan, tengan o no un trastorno psicológico, se sienten profundamente desesperanzados y esa desesperanza se puede resolver con un tratamiento adecuado. Muchos suicidios fueron planeados durante el tiempo suficiente como para poderlos impedir.
  • Si el que amenaza con suicidarse es un niño es imposible que lo haga. Por desgracia se dan casos de suicidio a cualquier edad y la comunicación de este tipo de intención indica la necesidad de recibir tratamiento psicológico.
  • Una persona que se intenta suicidar lo seguirá intentando en el futuro hasta que lo consiga. Falso también. Las ideas de suicidio surgen en circunstancias concretas. En muchos casos superada la crisis o una determinada etapa la persona no vuelve a considerar seriamente la idea de matarse.
  • La mejora que sigue a un intento de suicidio o la mejora que se produce inicialmente como consecuencia de un tratamiento farmacológico para la depresión aleja el riesgo de suicidio. No es cierto. Si no se ha trabajado el problema de fondo con terapia psicológica, esa mejoría aparente puede dar a la persona la energía que antes le faltaba para matarse.
  • La disposición al suicidio se hereda y/o si un familiar cercano se suicidó yo también acabaré haciéndolo. No existen génes que directamente lleven al suicidio y cuando coinciden varios suicidios en una misma familia es por una tendencia a la repetición del modelo, que se puede evitar, y no por razones biológicas.
  • Los medios de comunicación no pueden hacer nada. El tratamiento que, a veces, se da a las noticias de suicidio puede ser inadecuado e incitar a un Efecto Wherter. La noticia debiera centrarse en elementos negativos y no en aspectos sensacionalistas que lleven a personas en riesgo a fantasear con el impacto de su potencial suicidio.
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Cómo prevenir el suicidio

     El suicidio representa un caso grave y complejo de violencia dirigida contra uno mismo que ocasiona un profundo impacto en la familia, el entorno y la sociedad en su conjunto.

Suele ignorarse la envergadura real del problema, según la Organización Mundial de la Salud se estima que cada año se producen en el mundo en torno a 1 millón de muertes por suicidio. Aproximadamente un 57% de las muertes violentas serían por suicidio. En EEUU el suicidio figura entre las primeras 10 causas de muerte.

En España, en el último año con datos del INE (2015) se registraron 3.602 muertes por suicidio (2.680 hombres y 922 mujeres). Aunque, la media de suicidios por millón de habitantes es algo menor a la cifra mundial.

No obstante, como comentan Santurtun et al. 2017 en su reciente estudio sobre el suicidio en España, existen miles de casos sospechosos de “muerte accidental” por ahogamientos, accidentes de tráfico o envenenamientos con psicofármacos y drogas que podrían ser suicidios encubiertos.

Las tasas de prevalencia varían mucho según la cultura y aspectos psicosociales. En nuestro país se comete más suicidio en Málaga, Asturias y Galicia, sin que estén claras las razones de estas diferencias.

El suicido es más frecuente en los varones, aunque las mujeres cometen un mayor número de intentos de suicidio. Los varones suelen optar por métodos contundentes (p. ej., emplear una pistola es lo usual en EEUU) y las mujeres prefieren medios que no deformen su imagen, siendo el más habitual el envenenamiento con fármacos o drogas.

Tener más de 69 años se asocia a mayor prevalencia de suicidio, aunque también hay un pico muy preocupante entre los 15-24 años pero el suicidio puede darse en cualquier edad. El suicidio es más frecuente en zonas urbanas que rurales y en primavera e invierno.

Por todo lo anterior, la prevención del suicidio se ha convertido en un tema de gran interés y en una de las actuaciones prioritarias a nivel de salud en muchos países.

¿Qué lleva al suicidio?

     Las ideas de suicidio suelen darse en el contexto de una depresión u otros problemas mentales (principalmente trastorno bipolar, trastorno límite de la personalidad o abuso de sustancias) y ante la toma de conciencia de una enfermedad médica grave. Además, lo anterior se combina con circunstancias externas que llevan a la persona a sentirse sobrepasada.

No es imprescindible estar deprimido o enfermo para cometer suicidio. La investigación ha encontrado que el mejor predictor del suicidio es la desesperanza. No tener esperanza en el futuro y creer que las cosas no mejorarán. La persona valora que no puede hacer nada para cambiar su situación y que el sufrimiento que padece le resulta insoportable.

El suicidio puede ser a veces un acto impulsivo donde una persona desesperada (deprimida o no) intenta acabar con su sufrimiento. En otros casos, es una decisión meditada.

Los principales factores de riesgo de suicidio son haber experimentado experiencias de abuso físico o sexual o maltrato psicológico, haber vivido acontecimientos dolorosos, la pérdida de un ser querido, tener una historia familiar de intentos de suicidio y falta de apoyo social o aislamiento.

     Además, según la etapa de la vida se añade a lo anterior como factor de riesgo de suicidio:

  • En la infancia tener una familia desestructurada y mala relación con los padres, convivir con un enfermo mental como único pariente, hacer sido castigado de forma humillante o ser víctima de bullying.
  • En la adolescencia desengaño amoroso, excesivas expectativas de los progenitores que sobrepasan las capacidades del joven, embarazo no deseado, confusión sobre la orientación sexual y bullying.
  • En la adultez destacan el desempleo (durante el primer año) y la quiebra financiera.
  • En la vejez, la viudez, enfermedades crónicas dolorosas o incapacitantes, ser consciente de la pérdida de las facultades mentales, sentimientos de soledad e inutilidad, o sentirse abuelo “ping-pong” (con traslado forzoso de domicilio).

     Existe también un efecto imitativo del suicidio que se denominó Efecto Werther (por la novela de Goethe de 1774 en la que un joven angustiado por amor se pega un tiro, la novela tuvo que ser prohibida en diversos lugares de Europa porque ocasionó una oleada de suicidios).

Por ello, es importante cuidar el modo en que se divulgan las noticias de suicidio en los medios de comunicación.

 Señales de alarma

     A diferencia de otras amenazas para la salud, las conductas de suicidio se pueden prevenir y controlar. Ahora bien, no tiene sentido que te sientas mal si alguien cercano cometió suicidio y no se supo prever. Estas señales son observables para los que somos expertos y nadie que no lo sea tiene por qué conocerlas.

Claramente hay una necesidad de dar más información y mejorar muchísimo la detección del riesgo de suicidio en los lugares donde podría detectarse. Por ejemplo, los estudios muestran que la mayoría de las personas que se suicidó visitó poco antes a un médico de cabecera que no supo identificar el riesgo.

     Las señales de alarma de suicidio según la American Psychological Association son las siguientes:

  • Decir que uno se quiere morir. Cualquier mención a desear morir, descansar, desaparecer, no aguantar más, etc. debe tomarse en consideración.
  • Que la persona se muestre preocupada acerca de la muerte y morir.
  • Sentirse una persona sin valor, con intensos sentimientos de culpa, y expresar cosas como que “estarían mejor sin él/ella”.
  • Mostrar cambios en los hábitos de comida (pérdida de apetito y peso, o lo contrario).
  • Cambios notables en conducta o personalidad (triste, irritable, ansioso, muy cansado, apático…). Cuidado también con el cese de la angustia, y la aparición de calma tras una fase de agitación respecto a un problema que sigue ahí.
  • Dificultad para atender sus obligaciones en el trabajo, la escuela u otro tipo de actividades.
  • Aislarse de los amigos, actividades o hobbies que antes le gustaban.
  • Perder el interés en su propia apariencia personal.
  • Organizar aspectos de su muerte (p. ej., escribir una carta de despedida, hacer arreglos financieros, hacer testamento, etc.).
  • Desprenderse de posesiones preciadas.
  • Asumir riesgos innecesarios.

     Si la persona está siendo atendida por un psicólogo, éste hará una estimación del riesgo real de suicidio basándose en la evaluación de los pensamientos de suicidio, las emociones, la existencia de un plan de suicidio y el análisis de los intentos suicidas pasados, si los hubiera.

Por ejemplo, el riesgo de suicidio es mayor si la persona ya ha planeado cómo lo haría y sube más cuanto más elaborado esté el plan (p. ej., tiene a su disposición el medio, ha pensado el lugar, el momento,…). Por otra parte, si existen intentos pasados de suicidio el riesgo es alto si se emplearon métodos muy letales, la letalidad ha ido en aumento con cada intento o la persona experimentó frustración por no lograrlo.

Hay pacientes que lo que muestran son autolesiones (p. ej., cortes en el brazo, quemaduras, etc.) que también son conductas peligrosas y que, a veces, se emplean para regular su estado emocional o castigarse debido a sentimientos de culpa.

En la siguiente entrada se describe qué hacer cuando hay riesgo de suicidio.

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