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¿Comes dulces cuando sientes ansiedad?

Emociones y alimentación

     Probablemente en ninguna otra época de la humanidad ha habido tal cantidad y variedad de alimentos al alcance de la mano, al menos para la parte del planeta que no vive en la pobreza.

Este consumismo extremo, trasladado a la propia alimentación, ha influido en que actualmente en la parte de mundo “desarrollado” nuestra alimentación dependa muchas veces de factores socioeconómicos y psicológicos más que de necesidades fisiológicas.

Si el comportamiento de comer dependiera principalmente de cubrir necesidades nutricionales no existiría la obesidad. Pero, como es sabido, hay una epidemia de sobrepeso y obesidad, eso sí en una parte del mundo mientras la otra muere de hambre.

Las emociones influyen de forma poderosa en la elección de alimentos y en los hábitos alimentarios de las personas. Tenemos más tendencia a comer alimentos saludables cuando experimentamos emociones positivas y a comer comida basura cuando sufrimos emociones negativas.

Hay emociones negativas como el miedo, el dolor o la tensión extrema donde es habitual perder el apetito. La ira puede aumentar la impulsividad y velocidad con que se come. Pero en situaciones de depresión, ansiedad o aburrimiento se tiende a abusar de alimentos como los dulces, el chocolate, las patatas fritas u otros snacks salados. De hecho, hay estudios que sugieren que el estrés dañaría la salud no sólo a través de procesos biológicos sino a través del cambio en los alimentos que se consumen.

Este tipo de alimentos (galletas, pasteles, etc.) son de nulo valor nutricional ya que constituyen hidratos de carbono simples o de absorción rápida, es decir, pasan rápidamente al torrente sanguíneo cuando los tomamos y se caracterizan por su sabor dulce. Por el contrario, los hidratos de carbono complejos o de absorción lenta, tardan más tiempo en pasar a sangre tras su ingesta. No poseen sabor dulce y presentan mayor interés nutricional debido a la presencia de otros componentes como fibra, vitaminas y minerales (por ejemplo, los cereales integrales como trigo, avena, pasta integral, etc. ).

Existen ciertas excepciones. La fructosa o azúcar de la fruta, es un azúcar simple no beneficioso cuando es añadido por la industria en algún producto, pero saludable si se consume en la fruta, ya que la fruta presenta fibra insoluble que disminuye la velocidad de absorción en sangre, además de presentar vitaminas de gran interés nutricional.

También el chocolate presenta propiedades beneficiosas al contener polifenoles (flavonoides) que actúan como antioxidantes y antiinflamatorios. Pero éstos polifenoles están presentes en el fruto del cacao. La mayoría del chocolate que consumimos es una mezcla de azúcar con cacao, pasta de cacao y aditivos que potencian su sabor. Las variedades más puras de chocolate tienen mayor contenido de cacao (por tanto, de polifenoles) y son más saciantes lo que reduce la ingesta de dulces posterior.

Esta tendencia a abusar de “alimentos apetecibles” cuando nos encontramos mal puede llegar a convertirse en un problema denominado trastorno de ingesta compulsiva o por atracones. Consiste en darse atracones de comida de forma recurrente, comiendo de manera más rápida y en mayores cantidades de lo normal, para acabar sintiéndose culpable o deprimido después del atracón.

La ingesta compulsiva puede afectar hasta un 50% de las personas con obesidad que buscan tratamiento. Pero también puede darse en torno al 2-4% de la población general y predispone a tener sobrepeso y obesidad.

¿Por qué un dulce y no una ensalada cuando estamos nerviosos?

     El control de los nutrientes que necesitamos comer y el mantenimiento del equilibrio de nuestro nivel de energía resulta de una compleja interacción de factores sociales, ambientales y neuroendocrinos. El hipotálamo es la estructura central del control del apetito pero también participan otras estructuras relacionadas con la motivación hacia la comida.

Cuando comemos alimentos que nos resultan agradables, principalmente alimentos ricos en hidratos de carbono simples, como puede ser el azúcar, en nuestro cerebro se activa el sistema de recompensa. Este sistema de recompensa es una estructura compleja formada por el sistema dopaminérgico del área tegmental ventral, el núcleo accumbens, el núcleo pálido ventral y la amígdala. Se activa al realizar actividades que consideramos placenteras y se ha estudiado principalmente en la adicción a drogas.

El sabor agradable desencadena una potente liberación de dopamina en el núcleo accumbens, que a su vez influyendo aspectos más volicionales de la conducta alimentaria (“lo quiero”) ocasiona el deseo de repetir una y otra vez la misma acción. La respuesta de este sistema de recompensa al comer alimentos azucarados es parecida a la que se da al consumir drogas, generándose una especie de adicción.

Este circuito puede ayudar a entender por qué ante estados emocionales negativos buscamos alimentos que desencadenen una liberación de dopamina que ayude a elevar nuestro estado de ánimo. El problema es que debido a que se trata de hidratos de carbono de absorción rápida, su efecto es muy transitorio. Con lo que la persona en muy poco tiempo tendrá que volver a consumir azúcar para elevar la dopamina entrando en una dinámica de alimentación muy negativa que aumenta el riesgo de sobrepeso y obesidad.

El exceso de azúcar es un potente factor de deterioro de los tejidos y órganos de nuestro cuerpo, habiéndose asociado a múltiples consecuencias negativas como disminución de la plasticidad cerebral, mayor riesgo de cáncer, envejecimiento prematuro, etc.

Y el grave problema es que actualmente la mayoría de alimentos procesados que compramos en el supermercado ya vienen cargados de azúcar y grasas saturadas. Existen cientos de alimentos con “azúcar oculto” como el yogurt líquido, las salsas, los refrescos, el pan de molde, etc, etc. De manera que aún proponiéndote no comer azúcar probablemente superas la cantidad máxima diaria recomendada por la Organización Mundial de la Salud informe de 2015 y que es inferior al 5% de la ingesta calórica total diaria (unas 6 cucharaditas de azúcar para un adulto).

Por otra parte, en los estudios sobre emociones y alimentación se ha observado que la influencia de las emociones sobre la conducta alimentaria es más fuerte en las personas obesas y en las personas que hacen dieta. De hecho, a mayor índice de masa corporal mayor control emocional de la ingesta.

Cuanto más restrictiva es una dieta y más alimentos “prohibidos” tiene la persona, mayor es la probabilidad de abandonar la dieta y comer incluso más que los que no hacen dieta. Una dieta así produce hambre, frustración y ausencia de sensaciones de saciación, lo que ayuda a reiniciar la ingesta. Cuando la persona viola la dieta se siente mal y lo interpreta como falta de control. Esto dispara sus sentimientos negativos, afecta su autoestima, y la lleva a querer recuperar el control en forma de dieta estricta, lo que generará nuevos fracasos.

Este tipo de proceso suele afectar más a las mujeres, probablemente porque suelen tener un mayor número de alimentos “prohibidos” y mayor tendencia a estar de dieta.

Las dietas estrictas también hacen más probables los atracones de comida. Cuando se incumple la dieta, la persona puede “tirar la toalla” y sucumbir a sus ganas de comer dándose un atracón. El atracón produce un alivio momentáneo, pero después del atracón la persona se sentirá aún peor y aumentarán sus preocupaciones sobre su posibilidad de controlar la comida y alimentarse bien lo que animara a la persona a retomar la restricción alimentaria, lo cual aumenta el riesgo de un nuevo atracón… y así sucesivamente.

Recomendaciones para prevenir la ingesta compulsiva

     Si las emociones negativas te llevan a ingerir alimentos poco sanos o a darte un atracón, parece claro que hay que trabajar con esas emociones. Para ello el enfoque más aceptado es la Terapia Cognitivo-Conductual (TCC) que se centra en trabajar con los pensamientos, las emociones y las conductas inadecuadas.

Algunas líneas de trabajo desde este enfoque serían las siguientes:

  • Recibir educación sobre la relación entre las emociones y la alimentación, destacando las consecuencias negativas de comer de forma impulsiva si uno se siente mal (después te sentirás aún peor, los problemas no se resuelven comiendo, dañas tu salud, etc.).
  • Aprender a identificar correctamente nuestras emociones (por ejemplo, a veces puede confundirse la ansiedad con hambre cuando son cosas distintas).
  • Aprender habilidades para regular emociones negativas. Pueden ir desde la relajación o entrenamiento en mindfulness para promover estados de mayor calma y autoaceptación, hasta el entrenamiento en habilidades sociales o en resolución de problemas cuando la persona tiene asuntos que resolver en su medio.
  • Aprender a combatir pensamientos inadecuados desadaptativos (por ejemplo, “soy adicta a los dulces”, “no tengo fuerza de voluntad”, etc.) y  sustituirlos por otros más útiles con técnicas de terapia cognitiva (¨puedo aprender a comer mejor”, etc.).
  • Identificar situaciones de riesgo de alta ingesta de alimentos no saludables para eliminar los estímulos que desencadenan atracones (por ejemplo, es más fácil no comer dulces indeseados si no los tienes en casa) y tener pensadas distintas alternativas de actuación que sirvan como alternativas saludables a ponerse a comer (por ejemplo, llamar a un amigo, dar un paseo, hacer alguna tarea de casa, etc.).

   La TCC es eficaz para reducir la ingesta compulsiva y los atracones, y mejorar el estado de ánimo. Las Guías de Práctica Basada en la Evidencia recomiendan como primer nivel de actuación TCC, que incluso funciona en formato de autoayuda. El pronóstico es especialmente bueno si no hay sobrepeso y problemas psicológicos asociados.

En los casos donde la TCC no de buenos resultados, la mejor opción de los tratamientos actualmente disponibles sería la Terapia Interpersonal (TI), que se centrará sobre todo en mejorar las relaciones interpersonales de la persona.

Hay que tener en cuenta que ni la TCC ni la TIP tienen como objetivo principal la reducción de peso, con lo que no se logra una reducción significativa. Cuando hay un objetivo así en casos de sobrepeso u obesidad, lo primero es controlar la ingesta compulsiva con las estrategias anteriores. Y una vez logrado ese objetivo, además de mejorar la salud emocional, se debe incluir la mejora de los hábitos de alimentación y ejercicio físico regular.

Sólo algunas notas sobre estas dos últimas líneas de actuación, ya que el sobrepeso y obesidad son temas complejos que necesitan de otra entrada.

Respecto a la educación nutricional destinada a optimizar tus hábitos de alimentación ten en cuenta que:

  • Se recomienda variar la alimentación, ya que si comemos lo mismo todos los días las señales de dopamina que activan el placer al comer se debilitan, lo que aumenta el riesgo de que nuestro cerebro busque satisfacerse recurriendo a alimentos con mayor contenido dulce. Si la alimentación es variada, las nuevas sensaciones que proporciona la comida es más fácil que activen el sistema de recompensa.
  • Es importante no tener alimentos prohibidos o hacer dietas muy restrictivas. Recordemos que esto aumenta los niveles de deseo ante dicho alimento, aumentando la probabilidad de perder el control en un momento de malestar emocional. Está claro que nuestra alimentación debe estar basada en alimentos saludables pero darse un capricho dulce de forma eventual y equilibrada es mucho menos dañino que marcarse el objetivo incumplible de no volver a comer tal cosa, pues aumenta el riesgo de abuso de dichos alimentos.

Del ejercicio, existen estudios que demuestran que las personas que hacen ejercicio tienden a intentar reducir su peso con ejercicio, mientras las personas sedentarias suelen recurrir a realizar dietas hipocalóricas. Recuerda que hacer dieta aumenta las probabilidades de que acabes comiendo lo que no deseas. El ejercicio más allá de ayudar a controlar el peso, es un hábito de salud esencial que conlleva inmunerables ventajas para la salud física y psicológica.

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El encanto de romper objetos para combatir la ira

Ira

 

¿Puede resolverse la ira con ira?

     Seguro que algunas veces has imaginado o deseado estar en un lugar donde pudieras romper todas las cosas que quisieras para descargar tu ira, aunque sabes que eso no es factible, ni social ni económicamente. Pero, ¿y si alguien hiciera realidad tus deseos en un espacio controlado, te preparase el escenario con diversos objetos frágiles y te dejara solo con un bate de béisbol y un mal día?

Pues precisamente esta idea ha sido convertida en negocio por algunas empresas, creando la atractiva “Crash Therapy” la cual te brinda la posibilidad de destruir infinidad de cosas con el fin de liberar tu ira y estrés.

La “terapia” presenta varias modalidades con diferentes tarifas dependiendo del número de cosas que quieras romper. Así, tras vestirte con prendas apropiadas, colocarte gafas de protección y elegir la música, entras en una sala insonorizada donde puedes dar rienda suelta a tu rabia con la ayuda de un bate de béisbol o hasta un martillo.

La oferta no acaba allí, porque tras la sesión de destrucción puedes pedir media hora de relajación in situ para volver a tu rutina como nuevo, o incluso llevarte a casa un DVD mostrando tu agresividad para que se lo puedas enseñar a tus conocidos.

Está claro que a primera vista, la técnica parece atractiva e incluso efectiva. Y aunque no podemos negar la existencia de una gran estrategia de marketing, lo que realmente interesa es si de verdad resulta eficaz para la eliminación de la ira.

Negocio basado en mitos

     De acuerdo con las investigaciones realizadas en el campo, entre las que se encuentran importantes trabajos de psicólogos como A. Ellis o M. McKay, esta técnica resulta un completo engaño. No se puede eliminar la ira con más ira.

Es común que la mayoría de las personas caigan en la falacia de que expresar la ira la elimina, pero no es así. Esta falsa creencia se debe a la fuerte influencia que nos causó Freud, quien entendía que la ira es un sentimiento que necesariamente debe ser expulsado, ya que si lo reprimimos, se acumula en nuestro interior y tarde o temprano acabará explotando.

En contraposición con Freud, los estudios observan que las personas propensas a expresar su ira se vuelven más airadas, en vez de menos. Las personas que suelen tener explosiones de ira acaban sumiéndose en un ciclo que se retroalimenta a sí mismo. El ciclo comienza con alta activación fisiológica y un estallido de cólera, acompañado de gritos, agresión a objetos, etc., para finalmente decrecer hasta el agotamiento dejando a la persona con un sentimiento de culpa y desesperanza. Cuantas más veces recorramos este ciclo más fuerte se vuelve, haciendo que cada vez sientas mayor necesidad de mostrar tu agresividad, por lo que estas respuestas se acabarían generalizando al mínimo indicio de estímulo estresante que te enfade.

Además, al principio la ira y agresividad pueden estar limitadas a ciertos ámbitos pero cada vez más se van generalizando los lugares donde se expresa ira (en casa, en el trabajo, entre amigos…). Y un problema añadido es que estas conductas agresivas se pueden contagiar a las personas de su entorno, creándose un ambiente hostil en el hogar o lugar de trabajo.

Otro mito sobre la ira y la agresividad, es que muchas personas creen que se trata de algo instintivo o natural. Pero la realidad es que no es así. Por ejemplo, cuando los grupos de primates pelean entre ellos por la zona territorial, la lucha es más bien un ejercicio de exhibición competitiva. Lo mismo sucede en las confrontaciones entre grupos de machos de otras especies, donde el más apto gana la competición sin causar bajas en los contrincantes. Si una especie resolviera sus disputas a través de la violencia porque son incapaces de contener su instinto asesino, se situaría en una posición evolutiva desventajosa y acabaría por extinguirse. El factor de éxito en el proceso evolutivo es la cooperación más que el conflicto.

Además, hay que tener en cuenta que nuestros comportamientos proporcionan retroalimentación a nuestros pensamientos y emociones. Por ejemplo, el mero hecho de ponernos a respirar muy rápido puede hacer que nos sintamos alterados. La situación de destrucción y agresividad de la «Crash Therapy», da a la persona una retroalimentación de estar fuera de control y altamente activado lo que tiene muchas más probabilidades de aumentar la furia que de reducirla.

Con toda probabilidad el alivio que algunas personas sienten tras la terapia se debe más al agotamiento físico que a otra cosa. Pero este efecto puede lograrse realizando por ejemplo ejercicio físico saludable que va a tener un efecto totalmente distinto y beneficioso para la salud. La expresión descontrolada de ira supone un grave riesgo para el desarrollo de enfermedades cardiovasculares como demuestran los trabajos del psicólogo A. Siegman de la Universidad de Maryland.

¿Cómo mejorar la ira?

     Existen técnicas psicológicas eficaces basadas en la evidencia para aprender a afrontar la ira. Uno de los enfoques que da mejores resultados es la terapia cognitivo-conductual, aunque según meta-análisis recientes falta investigación para precisar mejor qué componentes debe incluir el programa en cada caso. En una entrada posterior describiremos con más detalle cómo se trabaja con la ira desde esta perspectiva, pero avanzamos algunas claves.

A la base del fenómeno están mecanismos afectivos y fisiológicos (la emoción de ira), cognitivos o de pensamientos (hostilidad) y del comportamiento (la agresión verbal o física). Es decir, diversos acontecimientos pueden provocar activación y una emoción negativa (ira), lo que en gran medida está influido por el modo en que la persona interpreta el incidente (entiende que hay hostilidad de los otros) y que puede desembocar en una acción violenta (agresión).

La terapia se centraría en trabajar con estos componentes:

  • El componente de activación fisiológica y afectivo (la emoción de ira) responde bien a la relajación que sirve de recurso para reducir esa activación y moderar la emoción. Además, es muy importante que la persona aprenda a identificar los estímulos que desencadenan su ira para poder parar cuando aún la emoción tiene una intensidad manejable.
  • La idea de hostilidad es una de las características más importantes de las personas que tienen explosiones de ira. Estas personas se ven a sí mismas como vulnerables y tienden a interpretar que los otros actúan de forma egoísta y que hay que desconfiar y recelar de ellos. Estas creencias, habitualmente combinadas con baja autoestima, llevan a entender el comportamiento de otros como hostil. Los pensamientos negativos se trabajan con autoinstrucciones positivas y terapia cognitiva que ayudan a darse cuenta de la irracionalidad de algunas creencias y a sustituirlas por pensamientos y actitudes más realistas y saludables.
  • Por último, lo anterior se complementa con el aprendizaje de conductas alternativas a la agresividad. En concreto un entrenamiento en habilidades sociales, ya que las personas que saben responder de forma asertiva a los conflictos tienen muchas menos probabilidades de sentir ira. Además, dependiendo del caso pueden ser de utilidad la mejora de la autoestima y el entrenamiento en solución de problemas, entre otras técnicas.

En conclusión, una terapia basada en la destrucción no trata la ira, simplemente la refuerza, lo cual es preocupante ya que bastantes personas creen en la efectividad del método.

Dado que vivimos en una sociedad donde por desgracia la agresividad parece ir en aumento es importante desarrollar programas de prevención e intervención válidos, que desde la infancia dejen claro que la violencia no es el modo adecuado de resolver conflictos, y que aborden con eficacia las situaciones donde la ira se convierte en un problema.

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Hipocondría

Hipocondria

¿Qué es la hipocondría?

     Todos nosotros, en mayor o menos medida, hemos experimentado en algún momento inquietud o preocupación por nuestra salud. El problema aparece cuando ese malestar se presenta de manera excesiva. La hipocondría es la preocupación exagerada por padecer o contraer una enfermedad grave. No existen síntomas corporales, son muy leves o, con frecuencia, la persona malinterpreta variaciones o sensaciones físicas normales (p. ej., pequeñas heridas, manchas en la piel, toses e incluso cambios normales en los latidos del corazón pueden activar la ansiedad por la salud).

Recientemente, el Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (DSM, V), modificó el nombre de la tradicional hipocondría por el de Trastorno de Ansiedad por Enfermedad. Con el cambio, sólo se consideran «hipocondría» los casos de preocupación excesiva por la salud sin síntomas somáticos o con síntomas mínimos.

Para las situaciones donde existen síntomas corporales sin explicación médica evidente y que provocan una preocupación excesiva se emplea la denominación de Trastorno de Síntomas Somáticos.

La personas con enfermedades médicas reales pueden recibir los diagnósticos anteriores si muestran una ansiedad exagerada por su salud o por la gravedad de determinada enfermedad, y que excede con mucho a la preocupación que tendrían otras personas en su misma situación.

Para hablar de hipocondría esta ansiedad por la salud debe durar al menos 6 meses. Durante ese tiempo la enfermedad temida puede ir cambiando.

Las personas con hipocondría se alarman con facilidad por su estado de salud  (p. ej., al oir que alguien se ha puesto enfermo o leer noticias relacionadas con enfermedades). El comportamiento prototípico del paciente hipocondríaco se caracteriza por constantes comprobaciones sobre su salud (p. ej., observan continuamente su cuerpo en busca de señales de enfermedad e interpretan negativamente cualquier sensación o signo físico).

Esta angustia por poder estar enfermo suele llevar a frecuentar con mucha frecuencia los servicios de saludLas repetidas pruebas diagnósticas negativas y las explicaciones del médico, no suelen tranquilizar al paciente. Aunque algunos pueden sentir un pequeño alivio al salir de la consulta del médico, el problema es que cuando pasa un tiempo vuelven a pensar que tienen un problema y acuden de nuevo a consulta.

Otro perfil de comportamiento hipocondríaco consiste en evitar la asistencia médica debido a la alta ansiedad que le ocasiona (p. ej., evita ir al médico, evita hablar de personas que padecen enfermedades parecidas a las que ellos creen tener, etc.).

Tanto el buscar tranquilización continua en los médicos, familiares, etc. como el evitar cualquier tema relacionado con la salud son formas de evitación de su ansiedad por la salud que les sirven para quedarse momentáneamente tranquilos, pero que a largo plazo son perjudiciales al no permitirles relacionarse con su salud de un modo adecuado.

La preocupación constante por la enfermedad se convierte en un elemento central de la identidad de la persona, que afecta a las actividades cotidianas, las relaciones sociales, familiares, el trabajo, etc. deteriorando la calidad de vida. La propia salud psicológica puede verse dañada fruto de la ansiedad constante que genera insomnio, depresión, etc.

La hipocondría puede afectar hasta un 1-2% de la población, se da en igual proporción en hombres y mujeres, y puede aparecer en cualquier edad pero es más frecuente al principio de la edad adulta.

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