¿Qué es una fobia?
Las fobias son miedos intensos, a estímulos de diverso tipo, que la persona reconoce como excesivos o irracionales, aunque en los niños puede faltar este reconocimiento. Las fobias se manifiestan en forma de pensamientos negativos sobre el estímulo temido (ideas exageradas sobre el peligro o el daño que puede hacernos, pensamientos catastrofistas, etc.), emociones de miedo y ansiedad (acompañadas de taquicardia, sudoración, temblor, llanto en niños más pequeños, etc.), y respuestas de escape y evitación (la persona se niega a acercarse a lo que teme o, si se la obliga, lo hace con mucho malestar).
Este tipo de miedo a un estímulo en concreto, en el que la persona no presenta otro tipo de complicaciones, se llama fobia específica o simple, y es muy frecuente en la población. Estas reacciones fóbicas no son muy diferentes del miedo normal. La diferencia es que se dan ante situaciones donde la reacción de miedo no es necesaria o se produce en un grado desproporcionado respecto al peligro real de la situación. Se calcula que entre un 7-9% de las personas presenta una fobia simple, ascendiendo el porcentaje al 16% entre los 11-17 años. En los niños más pequeños los miedos son tan habituales que es importante exigir una duración del miedo de 6 meses o más antes de pensar en una fobia.
El actual Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (DSM, V) distingue entre cuatro categorías posibles de fobias específicas: 1) miedos a animales (p. ej., arañas, gatos, avispas, etc., 2) miedos a fenómenos naturales (p. ej., alturas, tormentas, agua, etc.), 3) miedo a sangre, inyecciones o heridas y 4) miedos situacionales (p. ej., avión, sitio cerrado, ascensor, etc.).
Causas de las fobias
Para resolver una fobia no es imprescindible conocer su origen, aunque esta información cuando se puede tener es de interés. Existen tres posibles vías de adquisición de un miedo: 1) condicionamiento de tipo traumático (p. ej., a partir de que me atacó un perro he adquirido miedo a los perros), 2) observación de modelos (p. ej., mi madre siempre gritaba cuando veía insectos voladores y, por tanto, yo tengo su mismo miedo), y 3) trasmisión de información (p. ej., he leído y visto un documental sobre las características de las ratas y desde entonces las temo). El que confluyan varías de estas vías en un determinado objeto, especialmente si la persona atraviesa un período de estrés, facilita la adquisición del miedo.
Al margen de qué originara la fobia, es muy importante tener claro que las fobias se mantienen principalmente por las conductas de escape y evitación. Es decir, no afrontar el objeto temido impide que nos demos cuenta de que no es peligroso y nos produce alivio ante la ansiedad que sentimos cuando pensamos en tener que exponernos a él. Este alivio o reducción de la ansiedad fortalece el miedo por un mecanismo que se llama reforzamiento negativo. Cuando das un paso atrás ante el miedo, el miedo crece y se hace fuerte. Dar un paso adelante y exponerse a lo que uno teme es la única forma conocida de superar de verdad una fobia.
Cuando hay que buscar tratamiento
La mayoría de los miedos infantiles se resuelven solos. Cuando persisten en la vida adulta no suelen ser motivo de tratamiento a menos que por el estilo de vida de la persona supongan una interferencia con su vida (p. ej., la mayoría de las personas tiene miedo a hablar en público. Uno puede vivir con ese miedo a menos que por su profesión se vea obligado a exponerse a situaciones en las que debe hablar en público). En los siguientes casos podría ser recomendable que te plantearas resolver tu miedo:
- El miedo interfiere en tu vida o en la de las personas que te rodean (p. ej., cuando el miedo a la oscuridad de un niño acaba afectando al sueño de toda la familia).
- Te priva de hacer cosas que te gustaría hacer y te sientes limitado debido a él.
- Te genera mucho malestar o reduce tu autoestima porque influye en la idea que tienes sobre tu propia eficacia o competencia.
¿Cómo se tratan las fobias?
Las fobias simples son uno de los problemas clínicos más fáciles de tratar y actualmente se dispone de tratamientos psicológicos con un alto porcentaje de eficacia. En la mayoría de guías de Práctica Basada en la Evidencia se recomienda como mejor opción de tratamiento la exposición graduada en vivo. Es decir, como te adelantábamos antes, para superar una fobia hay que exponerse poco a poco en la vida real al estímulo temido. Como la mayoría de los fóbicos están poco dispuestos a hacer esto, el tratamiento suele empezar dotando de “armas” o recursos a la persona para que se sienta más segura ante “la batalla” que tiene que librar.
Generalmente se puede ofrecer algún recurso de relajación para reducir los altos niveles de ansiedad, como un entrenamiento en respiración abdominal lenta. En ciertos miedos como la fobia a la sangre, inyecciones o heridas en vez de relajarse es más interesante enseñar a la persona a contrarrestar la sensación de desvanecimiento con una técnica llamada tensión muscular aplicada. Además, se efectúa un trabajo de cambio cognitivo de los pensamientos erróneos o sobrevalorados que la persona tiene sobre el objeto fóbico para que empiece a relativizar sus ideas de miedo y esté más dispuesta a empezar a exponerse a lo que teme.
Una vez la persona está preparada para empezar la exposición se necesita una jerarquía de situaciones relacionadas con su miedo, ordenada desde aquellas situaciones que le producen menos ansiedad, y por las que estaría dispuesta a empezar, hasta las que le producen más miedo y en este momento le parece imposible poder afrontar. La jerarquía o listado que se elabore debe recoger un abanico suficiente de situaciones relacionadas con el miedo como para que al finalizar el trabajo la fobia pueda considerarse superada. Por ejemplo, si a alguien le dan miedo las arañas uno de los últimos ítems de la jerarquía puede ser rozar o tocar una pequeña araña no venenosa. Para llegar a eso empezaremos, por ejemplo, viendo fotos o videos de arañas, jugando con una de plástico, viendo una araña real a lo lejos, etc.
Hay una serie de normas básicas de la exposición que hay que tener en cuenta para que el procedimiento funcione correctamente. La esencial, la regla de oro de la exposición, es que no se puede abandonar la situación de exposición hasta que se haya producido una reducción importante de los niveles de ansiedad. Lo lógico al empezar a exponerse es sentir miedo, pero si terminamos de forma prematura el ejercicio, sintiendo aún mucho miedo, la experiencia no se diferenciaría de la que ha estado manteniendo el miedo. Si me voy sintiendo mucho miedo vuelve a ser escape/evitación y no resuelvo nada. Por eso se empieza por algo muy fácil y de ahí se va avanzando poco a poco, cada uno a su ritmo.
Muchas jerarquías tienen entre 10-15 situaciones y se pueden trabajar, por ejemplo, dos situaciones cada sesión de exposición, aunque pueden ser menos o más dependiendo de la naturaleza del estímulo fóbico. Se recomienda que la persona practique varios días a la semana intentando llevar buen ritmo. Cuanto más practique más fácil le acabará resultando. Cuando se llega al final de la jerarquía hay que mantener los logros alcanzados exponiéndose con normalidad y frecuencia al antiguo objetivo temido. Esto es especialmente fácil en los estímulos que están muy presentes en nuestras vidas como, por ejemplo, ascensores, la oscuridad, alturas, etc.
Algunas personas pueden ser lo suficientemente hábiles como para afrontar solas una fobia. Aunque en muchos casos es posible que uno ya haya intentado exponerse antes al objeto fóbico sin que le funcionara. Eso es porque la exposición que ha intentado hacer no ha sido planificada, graduada y controlada siguiendo las pautas que hemos comentado. En estos casos puedes beneficiarte de la ayuda proporcionada por un profesional de la psicología.