La motivación nos impulsa a comenzar y el hábito nos permite continuar (Jim Ryun, 2003)
¿Premios o castigos?
En distintas entradas vamos a abordar los procedimientos para modificar conductas. Estas técnicas tienen su base en los estudios sobre condicionamiento operante o instrumental desarrollados por Skinner que, de forma resumida, entienden que la principal fuente de control de la conducta son las consecuencias que la siguen.
Así, en vez de preguntarnos, cómo es habitual ¿por qué hace el niño esto? Una pregunta más acertada sería plantearnos ¿para qué le sirve al niño hacer esto? Las consecuencias que siguen a la conducta son las responsables de que dicha conducta se mantenga.
La Ley Empírica del Efecto, aplicable a cualquier ser vivo, expresa este efecto de las consecuencias sobre nuestra conducta: la conducta aumentará su probabilidad de ocurrencia si va seguida de estímulos positivos (refuerzos) y reducirá su probabilidad de ocurrencia si va seguida de elementos negativos para la persona (castigos).
No obstante, la investigación ha demostrado que mientras el refuerzo es un potente facilitador del aprendizaje de conductas, el castigo no lo es igualmente del desaprendizaje. Esto, como analizaremos en otra entrada, se debe a ciertas limitaciones y efectos indeseables que tiene el uso del castigo, y que obligan a tener que utilizarlo como estrategia complementaria pero únicamente de cierta forma y bajo ciertas circunstancias. Para eliminar una conducta habría entonces que dejar de reforzarla (no premiar y tampoco castigar, sólo ignorar) lo que significa iniciar su desaprendizaje o extinción.
A pesar de ello, popularmente muchos padres y educadores tienen “la costumbre” de confiar en el castigo (especialmente en forma de desaprobación, reprimendas, etc.) cuando la investigación rigurosa sobre procedimientos de cambio de conductas ha demostrado su ineficacia. Se tiende a regañar al niño cuando se porta mal, a criticar lo que no está bien, etc. y, en cambio, cuando muestra el comportamiento deseado, a veces, no decimos nada, como si asumiéramos que es su obligación.
Esta forma de proceder resulta desmotivante para cualquiera. Cuando regañamos, castigamos los comportamientos indeseables pero no enseñamos nada positivo, no damos una alternativa sobre cómo actuar, asumiendo que el niño ya lo sabe o lo debe saber, lo que en muchos casos no es realista.
Por otra parte, cuando un niño se porta bien agradece la alabanza, el afecto y reconocimiento de sus padres o profesores. Pensemos, por ejemplo, en nuestro trabajo como adultos. También sería nuestra obligación hacer el trabajo lo mejor posible, pero si funcionamos así y nunca tenemos un reconocimiento por ello, resulta frustrante y desmotivante.
Las opiniones de las personas que están alrededor del niño son muy importantes para éstos, los niños se identifican con la imagen que reciben de sí mismos por parte de los demás. Mucho de su personalidad y autoestima se va a formar a través de esas opiniones externas que le ayudan a definir quién es.
Así, una educación basada en dar reforzamiento más que castigo, no sólo resultará más eficaz para ir construyendo las conductas que deseamos fomentar, sino que ayudará al niño a desarrollarse de forma más positiva, con confianza en sus posibilidades, y, en definitiva, a ser más feliz.
¿Cómo cambio una conducta?
Si deseamos modificar un comportamiento de nuestro hijo primero tenemos que tener clara la respuesta a esta pregunta: ¿la conducta ya existe en el repertorio conductual del niño (es decir, ya sabe hacerlo)? Si la respuesta es no, el primer paso es tomarse un tiempo en enseñárselo.
Por ejemplo, cada tarde es una batalla para que se siente a hacer los deberes. Tal vez asumamos que sabe hacerlo sólo, pero merecería la pena que nos tomáramos la molestia de averiguarlo. Probemos a empezar estudiando con él y enseñarle cómo organizarse, cómo subrayar, cómo memorizar, etc. De lo contrario, cada vez que se enfrenta a la tarea se siente perdido, le parece un mundo, se desmotiva…y por mucho que quisiéramos administrar premios por la conducta de estudiar no funcionaría, porque el primer paso sería garantizar que sabe cómo hacerlo.
Si la respuesta a la pregunta es sí, ya sabe cómo hacerlo. Entonces la siguiente cuestión a plantearse es ¿la conducta se produce en el contexto en el que queremos que ocurra pero con una frecuencia baja que queremos fortalecer o la conducta se produce en contextos inadecuados? En cada caso, procederemos de manera diferente.
Si el comportamiento sucede en contextos inadecuados (p. ej., sabe identificar las ganas de ir a hacer pis y no se lo hace encima, pero lo hace en sitios inapropiados y no en el baño) el objetivo será premiar la conducta sólo cuando lo haga en el baño e ignorarlo (ni premiar ni castigar) cuando lo haga en otro lugar. A veces la efusividad inicial de los padres premiando al niño que “ya no se lo hace encima” ha podido confundirlo. Si bien ese refuerzo pudo ser adecuado en un primer momento, ahora toca afinar más e ir premiando sólo las emisiones de la conducta que se den en el contexto que interesa. Técnicamente esto se llama entrenamiento en control de estímulos y tiene distintas versiones según la conducta a abordar.
Si la conducta se produce en el contexto adecuado y lo que queremos es fortalecerla porque sucede rara vez, es inestable, etc. El procedimiento a elegir es el reforzamiento. Llamamos reforzamiento a la técnica que permite incrementar la frecuencia o tasa de presentación de una determinada conducta. Existen dos tipos de reforzamiento:
- Reforzamiento positivo: consiste en presentar estímulos agradables después de la ocurrencia de la conducta. El refuerzo positivo fortalece la probabilidad de aparición de un comportamiento.
- Reforzamiento negativo: consiste en eliminar algún estímulo no agradable después de que suceda un comportamiento. En este caso, el comportamiento se intensifica por la eliminación de algo que era desagradable.
Por ejemplo, este segundo mecanismo está a la base de muchos comportamientos adictivos (si tomando alcohol se reduce mi ansiedad y dejo de pensar en mis preocupaciones, mi conducta de ingerir alcohol se refuerza). Su uso como estrategia de intervención en niños es mucho más limitado por lo que nos centraremos en el reforzamiento positivo.
¿Cómo se aplica el reforzamiento positivo?
El reforzamiento positivo es uno de los procedimientos clave para aumentar las conductas que queramos fortalecer. Forma parte de los programas de manejo de contingencias o de los programas de entrenamiento de padres y es una de las técnicas recomendadas en la guías de Práctica Clínica Basada en la Evidencia para cambiar conductas problemáticas. Puede emplearse sólo o de forma más habitual combinado con los procedimientos descritos en otra entrada para reducir conductas problema si existen (en esos casos no bastará solo con el reforzamiento).
Para aplicarlo de forma correcta pueden seguirse los siguientes pasos:
1. Identificar la conducta que queremos reforzar. Es mejor elegir una o pocas conductas, si son muy sencillas, e ir poco a poco, que pretender que de golpe nuestro hijo modifique todos los comportamientos que podría mejorar. La conducta tiene que definirse con precisión. Decir “me gustaría que mi hijo se portara mejor” no nos permite saber qué hay que hacer. Una formulación especifica sería “me gustaría que mi hijo hiciera sus deberes antes de jugar”.
2. Elegir reforzadores (premios) que funcionen. Los premios son individualizados, es decir, los que sirven para un niño pueden no servir para otro. Hay que buscar algo que motive al niño y desee conseguir (p. ej., pequeños regalos, realizar actividades como ir al cine, invitar amigos a casa, etc.). Para buscar premios que funcionen tenemos que:
- Asegurarnos que el niño está privado del premio y no puede conseguirlo por otros medios. Si esta saciado (tiene de todo cuando quiere) o al margen de lo que hagamos nosotros, cuando por ejemplo lleguen los abuelos, lo van a llevar a ver esa peli de todas formas, el valor reforzante del premio como medio para controlar la conducta no es suficiente.
- Tenemos que disponer de una serie variada de premios para evitar que nosotros mismos acabemos produciendo saciación. Si siempre que recoge y ordena su cuarto le doy un chupa Chus de fresa, después de un cierto número de veces puede cansarse. Tengo que variar el premio antes de que eso suceda.
- Podemos empezar con premios materiales al principio, pero gradualmente hay que ir logrando que la conducta sea controlada por reforzadores sociales como la alabanza. Por ejemplo, tras verlo estudiando un examen muy concentrado le regalo un sobre de sus cromos favoritos y al mismo tiempo le digo con efusividad “que bien estudias Luís, que contento estoy contigo”. En un tiempo la asociación del reforzador material con la expresión verbal de afecto hace que esta última acabe sirviendo sola como fuente de control de la conducta. El afecto genuino de sus padres es siempre el mejor premio.
3. Administrar de forma adecuada los reforzadores. Los premios sólo funcionan si se administran inmediatamente después de que suceda la conducta y tienen lo que se llama una relación de contingencia con dicha conducta, es decir, la persona que recibe el premio tiene claro de que lo que recibe se debe a haber realizado la conducta. Si premiamos a nuestro hijo por haber estado jugando tranquilamente con su hermano sin pelearse durante mucho rato a los dos días del suceso, el refuerzo pierde su valor. Igualmente, si debido a que no somos constantes, el niño interpreta “hoy mi padre me dice eso porque tiene un buen día (no porque yo lo esté haciendo bien)” el premio tampoco servirá.
4. Planificar el mantenimiento de los logros. Cuando se empieza a fortalecer una conducta podemos reforzar todas las veces que el niño realiza esa conducta. Técnicamente se llama a esto programa de reforzamiento continuo. Pero la idea no es que para que mi hijo se porte bien yo tenga que estar todo el tiempo pendiente y administrando premios.
Así, una vez empezamos a observar progresos se deben empezar a administrar los premios según programas de refuerzo intermitente. Es decir, de forma gradual vamos a aumentar el criterio de respuesta, le vamos a exigir más antes de premiar. Si por ejemplo, antes yo hacía varios comentarios positivos sobre él una tarde mientras estudiaba tranquilamente, los voy reduciendo a menos y luego a uno.
También invito al niño a descubrir sus propias fuentes intrínsecas de reforzamiento y a autoexpresarse reconocimiento mentalmente (p.ej., él se siente orgulloso de trabajar bien, experimenta la agradable sensación que acompaña al deber hecho, etc. y puede decirse “que bien trabajo”, “mamá y papá están muy contentos conmigo”, etc.).
Los reforzadores intrínsecos que el propio niño se puede administrar, junto al mío externo, hacen fuerte la conducta, y son un paso que cada vez ganará más peso a medida que el niño madure.
Una vez conseguido el objetivo, no dejemos nunca de reforzar ese objetivo en algunas ocasiones, y seguir reforzando más intensivamente otros nuevos.
El refuerzo ayuda también a mejorar el vínculo afectivo que el niño tiene con quien le educa, y puesto que el niño disfruta al vernos contentos, hasta puede producirse por un proceso llamado generalización que por sí mismo introduzca cambios positivos en otros comportamientos buscando mantener esa buena relación.