¿Te desmayas si ves sangre?

Fobia sangre

¿Fobia a la sangre?

     ¿Sientes ansiedad ante la idea de tener que hacerte un análisis de sangre? ¿Evitas ir al médico por miedo a tener que someterte a cualquier tipo de intervención? ¿Te desmayas si ves sangre o, incluso sin verla, simplemente oyendo hablar de estas cosas? Si experimentas este tipo de molestias es probable que sufras fobia a la sangre (hematofobia).

La mayoría de las personas con este miedo temen también las inyecciones y las situaciones relacionadas con heridas, aunque sean pequeñas, por lo que en el actual Diagnostic and Statical Manual of Mental Disorders (DSM V) estos miedos se agrupan en la categoría de fobia a la sangre-inyecciones-heridas (Blood injection injury phobia, BII).

Como en otras fobias, la persona siente un intenso malestar ante la idea de ver o la exposición real a lugares, objetos y situaciones que puedan estar relacionadas con la aparición de sangre, agujas y heridas. Este malestar lleva a evitar este tipo de situaciones lo que fortalece el miedo e impide comprobar que no hay un peligro real.

Además, esta fobia se diferencia de las demás en que implica una respuesta vasovagal única que puede llevar al desmayo hasta en un 80% de las personas con esta fobia.

¿Por qué se produce el desmayo?

     El síncope vasovagal o desmayo en este tipo de fobia es originado por un patrón de respuesta autonómica bifásica: primero la tasa cardíaca, la presión sanguínea y la tasa respiratoria pasan por una fase de aceleración, ya que el sistema nervioso simpático se activa al inicio, acompañado de pensamientos negativos y ansiógenos, típicos de las fobias en general.

A continuación, se produce una desaceleración brusca de estas respuestas (p. ej., desciende la tasa cardíaca y la presión sanguínea) al activarse el sistema nervioso parasimpático provocando una dilatación periférica de los vasos sanguíneos que supone una disminución del aporte de oxígeno al cerebro causando el mareo o desmayo.

En algunos casos, es el desmayo incontrolable el que lleva a evitar todo lo relacionado con sangre, inyecciones etc., más que la situación en sí.

No existe acuerdo sobre la razón certera del desvanecimiento. Se ha hipotetizado que tal vez este desmayo tuvo un valor de supervivencia, en concreto, que en tiempos prehistóricos las personas heridas podían sobrevivir más fácilmente si se desmayaban porque la mayoría de depredadores no atacan a víctimas inconscientes y que el desmayo reduce la pérdida de sangre si estamos heridos.

Otras características de la fobia a la sangre

  • Se trata de una fobia específica muy común con un índice de prevalencia de en torno al 3-4% en la población general.
  • Suele comenzar a una edad temprana, entre los 6-7 años.
  • Tiene un importante componente hereditario ya que suelen existir antecedentes familiares en el 70-80% de los casos.
  • Suele ser más frecuente en mujeres.
  • Estas personas tienen un gran sesgo atencional hacia los estímulos potencialmente peligrosos, ya sean externos o internos, es decir, detectan con mucha facilidad y rapidez estos estímulos (la sangre, por ejemplo).
  • Puede llegar a incapacitar al paciente para afrontar situaciones en las que tengan lugar intervenciones médicas.
  • Puede limitar la capacidad de elección de estas personas, por ejemplo, a la hora de elegir una carrera o realizar ciertas actividades que puedan implicar visión de sangre.

¿Cómo se trata la fobia a la sangre?

     Las fobias específicas son fáciles de tratar y se dispone de tratamientos muy eficaces. El más recomendado según las guías de Práctica Basada en la Evidencia es la exposición graduada en vivo. Consiste en ir afrontando poco a poco las situaciones temidas, empezando por las que generan menos ansiedad hasta llegar a las situaciones más difíciles.

Para facilitar este trabajo de exposición se entrena a la persona en diversas habilidades como relajación o respiración abdominal, para ayudarla a controlar su ansiedad, y terapia cognitiva, para darse cuenta de que se está sobrevalorando el peligro real y catastrofizando las molestias que implican las situaciones temidas, y desarrollar una mejor actitud y pensamientos más ajustados a la realidad.

En el caso concreto de la fobia a la sangre-inyecciones-heridas, la exposición se complementa con una técnica denominada Tensión Muscular Aplicada, desarrollada por el psicólogo Lars-Göran Öst.

Esta técnica contrarresta diversos fenómenos autonómicos implicados en el síncope vasovagal, por ejemplo, logra aumentar la presión sanguínea para evitar que el desmayo se produzca. Consta de dos partes, una en la que es necesario que el paciente aprenda a tensar los músculos más grandes del cuerpo para lograr este aumento de la presión sanguínea, y otra en la que se le enseña a detectar los descensos en la presión sanguínea para que en ese momento pueda aplicar la técnica y evitar el desmayo.

La persona se sienta, cómodamente, y tensa los músculos de los brazos, piernas y tronco durante unos 10-15 segundos, hasta notar una sensación de calor que sube hacia la cabeza. A continuación, se elimina la tensión durante 20-30 segundos y el ciclo se repite cinco veces.

La técnica ha demostrado su eficacia incluso en una sola sesión de entrenamiento. Aunque para favorecer el aprendizaje de esta habilidad, el ejercicio completo puede practicarse durante una semana unas cinco veces al día llevando un registro del mismo, bajando la intensidad si la persona llegara a tener dolor de cabeza.

Tras saber controlar el aumento de presión sanguínea, el ejercicio se emplea durante las sesiones de exposición a los estímulos temidos. Por ejemplo, la persona va a una extracción de sangre y tiene que mantener en tensión el torso, los músculos de las piernas y el brazo en el que no le vayan a pinchar, manteniendo el otro relajado para facilitar la extracción.

Una vez que se afronte la exposición con poca ansiedad se pueden ir retirando los ejercicios de tensión muscular. Pero la persona los puede volver a utilizar cada vez que note que los necesita.

Además de la Tensión Muscular Aplicada, un estudio reciente demuestra que un Entrenamiento en Hipoventilación Respiratoria, que se logra en una sesión breve, también es de utilidad en esta fobia. En la fobia a sangre-inyecciones-heridas, como en otras, se produce inicialmente una respuesta de hiperventilación típica de los estados de ansiedad. Es decir, la persona respira de forma más profunda y/o rápida de lo normal lo que se asocia a vasoconstricción cerebral, hipocapnia (niveles reducidos de dióxido de carbono en sangre) y síntomas de desmayo.

En lugar del tradicional entrenamiento en relajación o respiración abdominal que produciría un descenso de la presión sanguínea, favoreciendo el desmayo, el Entrenamiento en Hipoventilación se centra en enlentecer la respiración, con un patrón nasal y abdominal, para eliminar la hiperventilación, pero simplemente hasta normalizar el ritmo respiratorio sin producir relajación.

Deja de sufrir por la fobia a la sangre-inyecciones-heridas, y experimentar las limitaciones que te puede conllevar, porque como ves existen tratamientos muy breves que resuelven el problema de forma eficaz.

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El encanto de romper objetos para combatir la ira

Ira

 

¿Puede resolverse la ira con ira?

     Seguro que algunas veces has imaginado o deseado estar en un lugar donde pudieras romper todas las cosas que quisieras para descargar tu ira, aunque sabes que eso no es factible, ni social ni económicamente. Pero, ¿y si alguien hiciera realidad tus deseos en un espacio controlado, te preparase el escenario con diversos objetos frágiles y te dejara solo con un bate de béisbol y un mal día?

Pues precisamente esta idea ha sido convertida en negocio por algunas empresas, creando la atractiva “Crash Therapy” la cual te brinda la posibilidad de destruir infinidad de cosas con el fin de liberar tu ira y estrés.

La “terapia” presenta varias modalidades con diferentes tarifas dependiendo del número de cosas que quieras romper. Así, tras vestirte con prendas apropiadas, colocarte gafas de protección y elegir la música, entras en una sala insonorizada donde puedes dar rienda suelta a tu rabia con la ayuda de un bate de béisbol o hasta un martillo.

La oferta no acaba allí, porque tras la sesión de destrucción puedes pedir media hora de relajación in situ para volver a tu rutina como nuevo, o incluso llevarte a casa un DVD mostrando tu agresividad para que se lo puedas enseñar a tus conocidos.

Está claro que a primera vista, la técnica parece atractiva e incluso efectiva. Y aunque no podemos negar la existencia de una gran estrategia de marketing, lo que realmente interesa es si de verdad resulta eficaz para la eliminación de la ira.

Negocio basado en mitos

     De acuerdo con las investigaciones realizadas en el campo, entre las que se encuentran importantes trabajos de psicólogos como A. Ellis o M. McKay, esta técnica resulta un completo engaño. No se puede eliminar la ira con más ira.

Es común que la mayoría de las personas caigan en la falacia de que expresar la ira la elimina, pero no es así. Esta falsa creencia se debe a la fuerte influencia que nos causó Freud, quien entendía que la ira es un sentimiento que necesariamente debe ser expulsado, ya que si lo reprimimos, se acumula en nuestro interior y tarde o temprano acabará explotando.

En contraposición con Freud, los estudios observan que las personas propensas a expresar su ira se vuelven más airadas, en vez de menos. Las personas que suelen tener explosiones de ira acaban sumiéndose en un ciclo que se retroalimenta a sí mismo. El ciclo comienza con alta activación fisiológica y un estallido de cólera, acompañado de gritos, agresión a objetos, etc., para finalmente decrecer hasta el agotamiento dejando a la persona con un sentimiento de culpa y desesperanza. Cuantas más veces recorramos este ciclo más fuerte se vuelve, haciendo que cada vez sientas mayor necesidad de mostrar tu agresividad, por lo que estas respuestas se acabarían generalizando al mínimo indicio de estímulo estresante que te enfade.

Además, al principio la ira y agresividad pueden estar limitadas a ciertos ámbitos pero cada vez más se van generalizando los lugares donde se expresa ira (en casa, en el trabajo, entre amigos…). Y un problema añadido es que estas conductas agresivas se pueden contagiar a las personas de su entorno, creándose un ambiente hostil en el hogar o lugar de trabajo.

Otro mito sobre la ira y la agresividad, es que muchas personas creen que se trata de algo instintivo o natural. Pero la realidad es que no es así. Por ejemplo, cuando los grupos de primates pelean entre ellos por la zona territorial, la lucha es más bien un ejercicio de exhibición competitiva. Lo mismo sucede en las confrontaciones entre grupos de machos de otras especies, donde el más apto gana la competición sin causar bajas en los contrincantes. Si una especie resolviera sus disputas a través de la violencia porque son incapaces de contener su instinto asesino, se situaría en una posición evolutiva desventajosa y acabaría por extinguirse. El factor de éxito en el proceso evolutivo es la cooperación más que el conflicto.

Además, hay que tener en cuenta que nuestros comportamientos proporcionan retroalimentación a nuestros pensamientos y emociones. Por ejemplo, el mero hecho de ponernos a respirar muy rápido puede hacer que nos sintamos alterados. La situación de destrucción y agresividad de la «Crash Therapy», da a la persona una retroalimentación de estar fuera de control y altamente activado lo que tiene muchas más probabilidades de aumentar la furia que de reducirla.

Con toda probabilidad el alivio que algunas personas sienten tras la terapia se debe más al agotamiento físico que a otra cosa. Pero este efecto puede lograrse realizando por ejemplo ejercicio físico saludable que va a tener un efecto totalmente distinto y beneficioso para la salud. La expresión descontrolada de ira supone un grave riesgo para el desarrollo de enfermedades cardiovasculares como demuestran los trabajos del psicólogo A. Siegman de la Universidad de Maryland.

¿Cómo mejorar la ira?

     Existen técnicas psicológicas eficaces basadas en la evidencia para aprender a afrontar la ira. Uno de los enfoques que da mejores resultados es la terapia cognitivo-conductual, aunque según meta-análisis recientes falta investigación para precisar mejor qué componentes debe incluir el programa en cada caso. En una entrada posterior describiremos con más detalle cómo se trabaja con la ira desde esta perspectiva, pero avanzamos algunas claves.

A la base del fenómeno están mecanismos afectivos y fisiológicos (la emoción de ira), cognitivos o de pensamientos (hostilidad) y del comportamiento (la agresión verbal o física). Es decir, diversos acontecimientos pueden provocar activación y una emoción negativa (ira), lo que en gran medida está influido por el modo en que la persona interpreta el incidente (entiende que hay hostilidad de los otros) y que puede desembocar en una acción violenta (agresión).

La terapia se centraría en trabajar con estos componentes:

  • El componente de activación fisiológica y afectivo (la emoción de ira) responde bien a la relajación que sirve de recurso para reducir esa activación y moderar la emoción. Además, es muy importante que la persona aprenda a identificar los estímulos que desencadenan su ira para poder parar cuando aún la emoción tiene una intensidad manejable.
  • La idea de hostilidad es una de las características más importantes de las personas que tienen explosiones de ira. Estas personas se ven a sí mismas como vulnerables y tienden a interpretar que los otros actúan de forma egoísta y que hay que desconfiar y recelar de ellos. Estas creencias, habitualmente combinadas con baja autoestima, llevan a entender el comportamiento de otros como hostil. Los pensamientos negativos se trabajan con autoinstrucciones positivas y terapia cognitiva que ayudan a darse cuenta de la irracionalidad de algunas creencias y a sustituirlas por pensamientos y actitudes más realistas y saludables.
  • Por último, lo anterior se complementa con el aprendizaje de conductas alternativas a la agresividad. En concreto un entrenamiento en habilidades sociales, ya que las personas que saben responder de forma asertiva a los conflictos tienen muchas menos probabilidades de sentir ira. Además, dependiendo del caso pueden ser de utilidad la mejora de la autoestima y el entrenamiento en solución de problemas, entre otras técnicas.

En conclusión, una terapia basada en la destrucción no trata la ira, simplemente la refuerza, lo cual es preocupante ya que bastantes personas creen en la efectividad del método.

Dado que vivimos en una sociedad donde por desgracia la agresividad parece ir en aumento es importante desarrollar programas de prevención e intervención válidos, que desde la infancia dejen claro que la violencia no es el modo adecuado de resolver conflictos, y que aborden con eficacia las situaciones donde la ira se convierte en un problema.

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Hipocondría

Hipocondria

¿Qué es la hipocondría?

     Todos nosotros, en mayor o menos medida, hemos experimentado en algún momento inquietud o preocupación por nuestra salud. El problema aparece cuando ese malestar se presenta de manera excesiva. La hipocondría es la preocupación exagerada por padecer o contraer una enfermedad grave. No existen síntomas corporales, son muy leves o, con frecuencia, la persona malinterpreta variaciones o sensaciones físicas normales (p. ej., pequeñas heridas, manchas en la piel, toses e incluso cambios normales en los latidos del corazón pueden activar la ansiedad por la salud).

Recientemente, el Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (DSM, V), modificó el nombre de la tradicional hipocondría por el de Trastorno de Ansiedad por Enfermedad. Con el cambio, sólo se consideran «hipocondría» los casos de preocupación excesiva por la salud sin síntomas somáticos o con síntomas mínimos.

Para las situaciones donde existen síntomas corporales sin explicación médica evidente y que provocan una preocupación excesiva se emplea la denominación de Trastorno de Síntomas Somáticos.

La personas con enfermedades médicas reales pueden recibir los diagnósticos anteriores si muestran una ansiedad exagerada por su salud o por la gravedad de determinada enfermedad, y que excede con mucho a la preocupación que tendrían otras personas en su misma situación.

Para hablar de hipocondría esta ansiedad por la salud debe durar al menos 6 meses. Durante ese tiempo la enfermedad temida puede ir cambiando.

Las personas con hipocondría se alarman con facilidad por su estado de salud  (p. ej., al oir que alguien se ha puesto enfermo o leer noticias relacionadas con enfermedades). El comportamiento prototípico del paciente hipocondríaco se caracteriza por constantes comprobaciones sobre su salud (p. ej., observan continuamente su cuerpo en busca de señales de enfermedad e interpretan negativamente cualquier sensación o signo físico).

Esta angustia por poder estar enfermo suele llevar a frecuentar con mucha frecuencia los servicios de saludLas repetidas pruebas diagnósticas negativas y las explicaciones del médico, no suelen tranquilizar al paciente. Aunque algunos pueden sentir un pequeño alivio al salir de la consulta del médico, el problema es que cuando pasa un tiempo vuelven a pensar que tienen un problema y acuden de nuevo a consulta.

Otro perfil de comportamiento hipocondríaco consiste en evitar la asistencia médica debido a la alta ansiedad que le ocasiona (p. ej., evita ir al médico, evita hablar de personas que padecen enfermedades parecidas a las que ellos creen tener, etc.).

Tanto el buscar tranquilización continua en los médicos, familiares, etc. como el evitar cualquier tema relacionado con la salud son formas de evitación de su ansiedad por la salud que les sirven para quedarse momentáneamente tranquilos, pero que a largo plazo son perjudiciales al no permitirles relacionarse con su salud de un modo adecuado.

La preocupación constante por la enfermedad se convierte en un elemento central de la identidad de la persona, que afecta a las actividades cotidianas, las relaciones sociales, familiares, el trabajo, etc. deteriorando la calidad de vida. La propia salud psicológica puede verse dañada fruto de la ansiedad constante que genera insomnio, depresión, etc.

La hipocondría puede afectar hasta un 1-2% de la población, se da en igual proporción en hombres y mujeres, y puede aparecer en cualquier edad pero es más frecuente al principio de la edad adulta.

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