El castigo en niños I ¿cuando y como?

Castigo

Tipos de castigo

     En la entrada previa explicaba que la conducta depende de las consecuencias que la siguen. Es decir, si un comportamiento va seguido de una consecuencia positiva, esa conducta se hace más fuerte y viceversa, los comportamientos que se siguen de consecuencias negativas tienden a reducirse en el futuro.

Por eso, como vimos, el mejor enfoque para aumentar conductas que deseamos fomentar es el reforzamiento positivo, que consiste en administrar premios cuando suceden los comportamientos de interés.

Pero, si como padres deseamos reducir una conducta inadecuada de nuestro hijo o hija ¿Qué posibilidades de actuación tenemos? Pues básicamente las tres siguientes:

Administrar una consecuencia negativa (un estímulo desagradable o aversivo) después de que suceda la conducta. Técnicamente a esta forma de castigar se la llama castigo positivo. Como veremos no tiene nada de positivo, la palabra positivo alude a la aparición de algo desagradable (p. ej., un grito, amenaza, insulto, azote, etc.).

Retirar una consecuencia positiva después de que ocurra el comportamiento. Si nos quitan algo que nos gusta (p.ej., nos dejan sin salir, ver la TV, jugar con el Ipad, etc.) también se nos castiga. Esta forma de castigo se llama castigo negativo. El término técnico puede resultar confuso, ya que negativo aquí significa que se pierde o se retira algo. Bajo esta forma de castigo se engloban varias estrategias que desarrollaré en una siguiente entrada y que son bastante recomendables.

– Podemos aplicar reforzamiento positivo a conductas que sean incompatibles con las que queremos reducir, mientras ignoramos la conducta problemática. Por ejemplo, premiar explícitamente conductas de colaboración y juego tranquilo entre hermanos ayuda a reducir los momentos en que se pelean.

Vamos a centrarnos en el castigo “positivo” o para entendernos mejor el castigo tradicional que es en el que se tiende a pensar cuando se menciona la palabra castigo. Sigue leyendo El castigo en niños I ¿cuando y como?

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Fibromialgia

Fibromialgia

¿Qué es la fibromialgia?

     La fibromialgia se caracteriza por dolor musculoesquelético generalizado y sensibilidad extrema a la presión en puntos corporales específicos. Desde el año 1990 se han venido empleando los criterios diagnósticos del American College of Rheumatology (ACR) que exigen que el dolor este presente como mínimo tres meses, en cada uno de los cuatro cuadrantes del cuerpo, se experimente dolor a la presión en al menos 11 de 18 puntos corporales sensibles denominados “gatillo”, y no haya una enfermedad conocida que pueda ser la causa del dolor.

El dolor muscular difuso es la manifestación más conocida de este problema, pero no es la única. Pueden presentarse muchos otros síntomas molestos como fatiga, debilidad muscular, trastornos del sueño, alteraciones del estado de ánimo, parestesias, rigidez matutina generalizada o después del reposo, dismenorrea, cefaleas crónicas, sensación de hinchazón en las manos, síndrome del intestino irritable, disfunción temporomandibular, sequedad de ojos, sensibilidad al frío, hipersensibilidad sensorial y dificultades de concentración o problemas de memoria.

Aunque la lista potencial de síntomas es larga, si tienes fibromialgia no significa que vayas a padecerlos todos. No todos los síntomas son igual de frecuentes y el nivel de afectación varía mucho de un paciente a otro. Junto al dolor, los síntomas más habituales suelen ser la fatiga y los problemas de sueño, probablemente seguidos por las alteraciones del estado de ánimo (ansiedad y depresión).

La gran heterogeneidad de la fibromialgia, junto a ciertos problemas que la exploración de los puntos gatillo venía ocasionando en la práctica clínica, llevó a la ACR en el año 2010 a proponer unos nuevos criterios diagnósticos para la fibromialgia que actualmente coexisten con los del año 1990.

Esta nueva herramienta no incluye la exploración de puntos dolorosos ya que transmitían erróneamente la idea de que el problema se asociaba con una anomalía muscular periférica y, además, la mejora en la sensibilidad de los puntos implicaría que la persona dejaría de cumplir los criterios diagnósticos aunque seguiría teniendo fibromialgia.

Actualmente, además de dolor musculo esquelético generalizado, la gravedad de los problemas de sueño y fatiga, las dificultades cognitivas (p. ej., problemas de atención y memoria) y diversas quejas físicas son determinantes para establecer el diagnóstico.

     La fibromialgia afecta aproximadamente al 2,9% de la población, con predominio de las mujeres sobre los varones (hasta en una proporción de 4,2% frente a 0,2%), y suele aparecer entre los 30-50 años. En España, existen unas 700.000 personas con fibromialgia, que sufren un gran impacto negativo en su vida familiar y laboral, e implican importantes costes sociales y sanitarios.

¿Cuál es la causa de la fibromialgia?

     La causa de la fibromialgia es desconocida, lo que ha influido en que durante mucho tiempo haya sido una condición mal comprendida y bastante desatendida. Afortunadamente hoy se sabe mucho más de este síndrome,  se han investigado multitud de factores y se dispone, al menos, de hipótesis con bastante respaldo científico.

De entrada, una condición tan compleja como la fibromialgia tiene que resultar de la interacción entre múltiples factores de índole biopsicosocial.

Además, la fibromiagia puede entenderse mejor con un modelo de diátesis-estrés. Es decir, las personas con fibromialgia tendrían una vulnerabilidad (diátesis) o predisposición constitucional a padecer este problema que hace que cuando aparecen diversos factores desencadenantes surja la fibromialgia.

Los factores de predisposición pueden ser tanto de tipo genético como relacionados con características psicológicas y de estilo de vida. El factor desencadenante más importante es la existencia de estresores crónicos de tipo físico (p.ej., exceso de ejercicio físico, daños físicos tras accidentes de tráfico, exposición repetida a temperaturas extremas, etc.) o psicológico (p. ej., trauma emocional profundo, situaciones de maltrato o abuso, etc.).

Posteriormente, los factores de mantenimiento tanto biológicos como psicológicos contribuyen a que el problema no se resuelva (p. ej., sistemas biológicos alterados, inactividad física, actuación de ciertas características de personalidad, etc).

Una persona que tenga predisposición a desarrollar fibromialgia y no se exponga a factores desencadenantes puede no desarrollar el problema, y viceversa (p. ej., un intenso estrés sin predisposición a tener fibromialgia no lleva a desarrollar este problema). Es decir, la fibromialgia surge de la interacción entre factores de predisposición, factores precipitantes y de mantenimiento.

Los factores sobre los que hay más datos científicos son los siguientes:

– Alteración neuroendocrina. Existe una alteración del sistema de respuesta al estrés (el eje hipotálamo-hipófiso-suprarrenal, HHS). El eje HHS regula la respuesta al estrés en los mamíferos. Las personas sanas muestran un aumento en la liberación de cortisol y otras hormonas en respuesta al estrés. En la fibromialgia, puede suceder igual al principio, pero la persistencia de un estrés intenso y prolongado junto a ciertos factores de vulnerabilidad lleva a una hipofuncionalidad de este eje (se observa un descenso en la secreción de cortisol y glucocorticoides), lo que conlleva una pérdida persistente de adaptabilidad frente a nuevos estresores.

     La alteración del eje HHS se asocia con una cascada de factores que lleva a un mal funcionamiento autonómico e inmune (p. ej., activaría citocinas proinflamatorias que se asocian a dolor, fatiga, hipersensibilidad emocional y alteraciones cognitivas). Además, un proceso que se altera cuando estamos estresados es el sueño, y existen diversas interacciones complejas entre la existencia de problemas de sueño, los cambios inmunes y los síntomas clínicos de la fibromialgia.

Sensibilización central. En la fibromialgia existe un procesamiento anómalo de la percepción sensorial y una amplificación del dolor a nivel del sistema nervioso central que causaría hiperalgesia y alodinia (percepción de un estímulo sensorial no doloroso como dolor). Por ejemplo, estas personas experimentan dolor cuando se aplican menos de 4 Kg. por cm2 de presión en “puntos gatillo”, mientras personas sin este problema interpretarían esta presión como no dolorosa.

     En estudios de neuroimagen se ha demostrado que las personas con fibromialgia presentaban umbrales de dolor más bajos que las personas sanas a la hora de activar las regiones de la denominada neuromatriz del dolor.

     El análisis de los neurotransmisores que facilitan o inhiben la transmisión del dolor muestra altos niveles de sustancias transmisoras (p. ej. la sustancia P) y bajos niveles de sustancias antidolor como la norepirefrina, serotonina y dopamina que indican deterioro en los mecanismos endógenos de inhibición del dolor.

Las alteraciones en estas sustancias también guardan relaciones complejas con el sueño y los distintos síntomas clínicos del síndrome (p. ej., dormir mal se asocia a descenso de serotonina y elevación de la sustancia P).

– Factores psicológicos. Las personas con fibromialgia tienen ciertas características psicológicas que pueden actuar como factores de vulnerabilidad y de mantenimiento del problema. Por ejemplo, la presencia de alexitimia (dificultad para reconocer y expresar las propias emociones) y neuroticismo (personas muy nerviosas) frecuentemente observadas en la fibromialgia se han asociado con altos niveles de estrés propiciados por una inadecuada regulación emocional.

Con frecuencia se observa también un estilo tendente a la hipervigilancia del dolor (estar pendiente de los cambios que suceden en nuestro organismo), combinado con ansiedad ante el dolor y catastrofización del dolor que tienen gran impacto negativo en la percepción de los síntomas clínicos, la capacidad funcional, el estado emocional y el desarrollo de conductas de afrontamiento adaptativas.

El propio padecimiento de estados de ansiedad y depresión contribuye al desequilibrio del sistema neuro-endocrino, inmune y de los mecanismos de procesamiento del dolor central.

     La gran heterogeneidad en la forma de presentación clínica de la fibromialgia ha llevado también a sugerir que podrían existir diversos subgrupos con características clínicas, causas y terapéuticas diferenciadas aunque hace falta más investigación.

¿Cómo tratar la fibromialgia?

     En la actualidad no existe ningún tratamiento que consiga que la enfermedad desaparezca por completo. Los tratamientos son sintomáticos, esto es, se centran en eliminar o disminuir los síntomas molestos, consiguiendo así mitigar las repercusiones negativas sobre la vida de la persona.

La terapia debe ser individualizada y flexible, ya que no hay dos personas iguales. Cada paciente puede diferir en el tipo e intensidad de síntomas que presenta, el grado de actividad que puede desarrollar, etc. No todos responden al tratamiento de la misma manera, algunos pueden experimentar una notable recuperación y otros sólo ligeras mejorías.

En las guías de Práctica Basada en la Evidencia para la fibromialgia se insiste en la necesidad de que el tratamiento sea interdisciplinar. Inicialmente es fundamental que la persona reciba información adecuada sobre su problema y desarrolle una actitud activa en relación a su condición.

A continuación, los tres pilares básicos del tratamiento según la evidencia disponible son los siguientes:

Medicación. Pueden emplearse fármacos que reducen la actividad de los neurotransmisores facilitadores del dolor (gabapentinoides como la pregabalina, gabapentina) o aumentan la actividad de los inhibidores del dolor como la serotonina (triciclícos como amitriptilina o ciclobenzaprina, o inhibidores de la recaptación de serotonina como duloxetina o milnacipran).

Por ejemplo, el documento de consenso para el abordaje de la fibromialgia de la American Pain Society recomienda como primer paso dosis bajas de amitriptilina o ciclobenzaprina, y seguir un programa de ejercicio cardiovascular y de terapia cognitiva-conductual. Si lo anterior no es suficiente, puede probarse con tramadol (un analgésico), inhibidores de la recaptación de serotonina e inhibidores duales de serotonina y noradrenalina.

Por desgracia, actualmente, se abusa de la medicación en la fibromialgia y no son raros los casos en los que la persona toma hasta más de diez pastillas distintas con poca o ninguna mejoría. Es importante saber que drogas de uso muy extendido como anti-inflamatorios no esteroideos, relajantes musculares, hipnóticos, corticoides, u opioides, no sólo no funcionan sino que pueden incluso agravar el cuadro.

La terapia farmacológica tiene algún valor para tratar síntomas molestos pero sin el apoyo de una intervención psicológica su alcance es bastante limitado.

Ejercicio físico gradual. Tanto el ejercicio físico, como la terapia psicológica de la que hablaremos después, constituyen ejes centrales del tratamiento de la fibromialgia que superan ampliamente en sus beneficios a la terapia farmacológica (tanto si se aplican aisladamente como combinados).

En ocasiones se ha recomendado erróneamente a estos pacientes evitar el ejercicio físico al considerar que agrava la sintomatología. La evitación del ejercicio contribuye al mantenimiento del problema, al empeorar la fatiga y poderse sufrir un descondicionamiento muscular por falta de ejercitación.

Un incremento gradual de las actividades y del ejercicio físico resulta terapéutico y proporciona beneficios en diversos ámbitos de la salud física y del bienestar psicológico (p.ej., reduce el nivel de ansiedad, incrementa la autoestima, etc.).

Se recomienda combinar actividad aeróbica (p.ej., pasear, nadar, etc.) y anaeróbica (p.ej., levantamiento de pesas ligeras o ejercicios isométricos en los que se empuja o estira de un objeto inamovible).

El programa de ejercicio físico tiene que estar diseñado y supervisado por un especialista y estar adaptado a tus características personales y clínicas. Recuerda que el ejercicio sólo resulta efectivo si se realiza de manera continuada. Es posible que tengas que ir probando distintas fórmulas hasta dar con la que más te gusta y más te beneficia.

Terapia cognitivo-conductual (TCC). Esta terapia se centra en los factores psicológicos (cognitivos, emocionales y conductuales) que ayudan a mantener o a agravar el problema. Suele incluir diversos componentes entre los que figuran la propia educación sobre el trastorno, y que conviene extender a la familia, relajación, estrategias de afrontamiento del estrés, entrenamiento en resolución de problemas, aprender a regular el nivel de actividad, y reestructuración cognitiva. La reestructuración cognitiva trabaja con las actitudes disfuncionales y reacciones afectivas del paciente ante el dolor.

Se enseña a la persona a conocerse y saber qué le perjudica (p. ej., la sobrecarga de actividad durante los días buenos, la evitación prolongada de ejercicio, dormir mal, etc.,) y a identificar señales precoces de crisis y cómo afrontarlas a tiempo.

También se atiende a la dinámica familiar pidiendo a los distintos miembros de la familia que expresen sus sentimientos, sus necesidades, el modo en que les afecta, etc., y ayudando a adoptar soluciones sobre los conflictos que puedan darse en la convivencia.

Este tratamiento suele tener una duración de 3-4 meses con una sesión semanal. La intervención psicológica produce, entre otros aspectos, mejoras en el dolor, la fatiga, el estado de ánimo negativo, las limitaciones funcionales, y el sentido de la auto-eficacia.

Si tienes fibromialgia puedes lograr sentirte mejor. Busca un profesional que pueda ofrecerte las terapias que la investigación ha demostrado que funcionan. Si resides en Granada puedes participar en los programas de este tipo que ofrecemos en mi equipo de investigación sobre fibromialgia (más información en el inicio del blog).

El recurso a terapias nuevas o alternativas como electroterapias, terapia de ozono, etc. es muy habitual, pero la mayoría de estas opciones, que además a veces son muy costosas, no ha sido aún sometida a estudios rigurosos.

Procura llevar un estilo de vida equilibrada, tranquila y confortable cuidando el sueño, la dieta y el ejercicio, y respetando tus límites. Libérate de tus comportamientos y actitudes perfeccionistas, de tus tendencias dicotómicas “todo o nada”, de tus dependencias afectivas, del miedo a decir “no” a los demás, y permítete sentir y comunicar emociones positivas y negativas, valorarte con tus virtudes y debilidades, y disfruta un poco más del “aquí y ahora”.

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¿Estas dispuesto al cambio?

 

El cambio

     ¿Estas dispuesto al cambio o esperas que suceda por arte de magia? Decía Theodore Roosevelt que “en cualquier momento de decisión lo mejor es hacer lo correcto, luego lo incorrecto y lo peor es no hacer nada”.

     Pero, ¿qué es lo correcto? Podríamos definir lo correcto, o lo apropiado, como aquello que es acertado o adecuado a determinadas condiciones o circunstancias.  El Diccionario de la Real Academia Española lo define como “aquello que se ajusta a las condiciones o a las necesidades de alguien o de algo”. Sin duda, todos queremos hacer lo adecuado o, por lo menos, lo que percibimos como tal. Consecuentemente a ello experimentamos una sensación gratificante del “deber cumplido”, desterrando la dichosa disonancia de cuando lo que pensamos y creemos no se corresponde con lo que hacemos.

     En un mundo subjetivo como en el que vivimos siempre se puede encontrar un pequeño resquicio de objetividad, por lo menos percibida por uno mismo como tal al sentir la conexión de las creencias y las conductas cabalgando al unísono.

      La psicología es una ciencia “joven”. Pero ha alcanzado muchos éxitos desarrollando caminos que permitan paliar las diversas psicopatologías existentes, y crecientes, en nuestra sociedad. Para cada patología un tratamiento; ésta ha sido una de las vías más fructíferas. Así, existen terapias bien establecidas, con contrastado soporte científico basado en la evidencia; otras en cambio parecieran haber sido sacadas de la chistera de algún ilusionista, bien sabida la tendencia actual de la sociedad a dejarse seducir por todo lo que suene…”cool”.

     Estando al corriente de la oleada de terapias – tanto bien establecidas como alternativas – existentes, el reto de la psicología actual reside no tanto en saber lo que hay que hacer para combatir cada trastorno, sino más bien en cómo hacer para que las personas que los padecen hagan lo que ya sabemos que se puede hacer para erradicarlos.

      Todo tratamiento psicológico efectivo requiere de un proceso para que se produzcan los cambios necesarios en nuestro organismo. Concretamente han de producirse cambios neuronales específicos, los cuales generarán nuevas conductas.

 En parte, somos el producto del entramado de conexiones neuronales existente en nuestro sistema nervioso. Literalmente, poseemos más neuronas que estrellas existen en la Vía Láctea; y si entendemos que cada una de esas neuronas establece conexiones con miles de otras adyacentes, las conexiones resultantes son de una magnitud inimaginable. No existen dos personas iguales, de la misma manera que no existe una configuración espacial, neuronalmente hablando, exacta entre dos individuos. Además, nuestro sistema nervioso cambia constantemente con cada una de las experiencias y situaciones que enfrentamos, incluyendo, con especial relevancia, cada uno de nuestros pensamientos, emociones y sentimientos.

Como decía anteriormente, el reto de la psicología ahora no es tanto qué tratamiento seguir, pues hay tantos (si no más) como psicopatologías existen, sino en cómo lograr que la población tenga información mínimamente fiable sobre las maneras adecuadas de resolver problemas psicológicos y, una vez logrado eso, conseguir que la persona se adhiera al tratamiento en cuestión.

Respecto a la primera cuestión, la mayoría de las personas que sufre un trastorno psicológico no solicita ayuda psicológica. Vivimos en la era de la comunicación y la información. Nunca antes en la historia se ha estado tan interconectado e intercomunicado como lo estamos en estos momentos. Tenemos la información en el bolsillo y estamos a un “clic” de alcanzarla, de forma inmediata. Esa inmediatez converge en otros muchos aspectos de nuestras vidas que van más allá de la comunicación y la información. Queremos cambios, pero queremos conseguirlos de forma inmediata. Así, muchos problemas psicológicos son abordados desde otros campos de aplicación, como por ejemplo la psiquiatría,  a través de tratamientos farmacológicos que prometen mejoría en poco tiempo y sin esfuerzo alguno, pero que han demostrado que el problema se mantiene ahí, eso sí, oculto tras los efectos de la droga. En muchos casos las mejorías son nulas, y abundan los efectos secundarios, con el “mágico, rápido y eficaz tratamiento”.

Los que apuestan por un tratamiento psicológico basado en la evidencia tienen muchas probabilidades de mejorar, pero también es frecuente el abandono precoz de la terapia, y en la mayoría de los casos antes incluso de que el paciente pudiera percibir los primeros síntomas de mejoría. La concienciación por parte de cada persona de que un tratamiento psicológico es un proceso y que, como tal, requiere un tiempo determinado –variable dependiendo de multitud de factores como la motivación, el medio ambiente, características de personalidad, etc. – es de vital importancia para que un tratamiento psicológico, cualquiera que sea éste, funcione. En la psicología los milagros no existen.

      La psicopatología conlleva una alteración de las conexiones neuronales que subyacen a una determina conducta. Así, por ejemplo, se sabe que la ansiedad se manifiesta por una hiperactivación de la amígdala – una estructura cerebral implicada en el procesamiento de las emociones de miedo – . Se ha demostrado que la aplicación de un tratamiento basado en la meditación mindfulness (los ejercicios de meditación centrados en la respiración se hacen a diario durante unas 8 semanas) reduce considerablemente la actividad de la amígdala, con la consiguiente reducción de los síntomas de ansiedad. También existe evidencia científica que un tratamiento cognitivo conductual (TCC), que trabaja con la modificación de los pensamientos erróneos y desadaptativos, reduce los síntomas asociados con la ansiedad, mejorando la calidad de vida del paciente.

Ahora bien, sabiendo esto, ¿por qué las personas que sufren ansiedad no realizan alguno de estos métodos, por indicar algunos que han demostrado ser eficaces, para reducir una sintomatología que puede llegar a ocasionar tanto sufrimiento?

En ambos casos, el tratamiento requiere motivación, trabajo y, como no, tiempo. El tiempo parece ser el factor más influyente en el fracaso de cualquier tipo de tratamiento psicológico.

      Estamos en constante cambio, nos guste o no. Nuestro organismo, y por tanto nuestra mente, son entes dinámicas, en constante evolución, a cada instante. Ni tú ni yo somos ya quienes éramos hace unos meses, ni tan siquiera hace unos días o unas horas. Con cada suceso, con cada situación, incluso con cada pensamiento, todo nuestro circuito neuronal, aquel que nos dispone y sitúa como lo que hoy y ahora somos, se transforma. Es lo que los neurocientíficos llaman “neuroplasticidad” o “plasticidad cerebral”. Somos el resultado de las experiencias vividas. Lo que hoy forma nuestra personalidad, nuestra individualidad, nuestra idiosincrasia, al margen de los correspondientes factores genéticos predisponentes, es el resultado de todas y cada una de las situaciones vividas en el pasado. ¿Acaso serías como eres en estos momentos, pensarías lo que piensas en estos momentos y tendías los valores de los que dispones en estos instantes si hubieras sido entregado en adopción a otra familia, o si tus padres hubieran decidido mudarse de cuidad cuando eras pequeño, o si no hubieras roto con ese primer amor?

    Ahora bien, para que se formaran todas esas conexiones que nos configuran como entes únicos e irremplazables, se ha necesitado tiempo, desde el nacimiento hasta el presente. Nuevos modelos de pensamientos o acciones, pueden pasar a formar parte de nosotros pero no quedarán establecidos  hasta que las conexiones que conforman esa nueva configuración se fortalezcan lo suficiente con la práctica como para que pasen a formar parte de nuestro nuevo yo. Es algo así como que una sola persona tenga que llenar un camión de arena con la única ayuda de una pala. Es tan fácil como que solo tiene que llenar la pala de arena y volcar su contenido en el interior del camión. Sencillo, pero requiere trabajo, tiempo y esfuerzo. ¿Estamos dispuesto a ello?

 

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