La complejidad en la que estamos sumergidos es una de la características resultantes de los procesos expansivos y evolutivos del universo y del planeta tierra. En cierto sentido la complejidad delimita la frontera entre el caos y orden, ya que en ella concurren los lazos cualitativos y cuantitativos entre entes heterogéneos (acontecimientos, acciones, relaciones, interacciones, retroalimentaciones, necesidades, azares, órdenes y desórdenes).
La supervivencia de los seres humanos depende completamente de la adaptación a este contexto complejo en el que están incluidos el resto de los seres vivos, la naturaleza, la tierra y el universo. De este medio los seres humanos absorben energía, información y organización, para mantener sus cualidades e intentar sustentar su equilibrio, en definitiva mantenerse vivos como individuos, grupo y especie. En este sentido los seres humanos mantenemos unas relaciones de simbiosis, intercambio y tensión permanente con el medio en que vivimos (por ejemplo cuando nos alimentamos de otros seres vivos). En definitiva, tienen una absoluta dependencia de un entorno del que somos en cierto sentido parasitarios, para garantizar que nuestras constantes biológicas, y por extensión sociales y culturales, sigan funcionando.
Para sobrevivir con cierto orden almacenan el mayor nivel de información, organización y diseño, por lo que podríamos decir que los seres humanos representan el grado más alto de complejidad (como especie) del universo. Pero, a pesar de ello, sólo una pequeñísima parte de este orden lo controlan y gestionan racionalmente. Sólo es posible su existencia porque han heredado y aprendido a controlar de manera automatizada gran parte de las circunstancias y variables de las relaciones que establecen con la naturaleza. Efectivamente mecanismos filogenéticos, instintivos, emocionales toman gran parte de las decisiones que les son vitales. La libertad, el libre albedrío, comprendidos dentro de este proceso evolutivo, representa una limitada capacidad consciente, racional, para elegir entre las posibilidades dadas por los genes, nuestra corporeidad y sus cualidades. Aunque, bien visto, tiene un doble significado, de un lado nos advierte de aquellas realidades que encierran una trama de circunstancias y relaciones difíciles de comprender. Y por otro, nos recuerda sus limitaciones como humanos, a pesar de lo sapiens, para poder comprender y explicarlo todo. Por ello la complejidad nos relaciona con la imperfección, porque nos pone en contacto con lo irreductible y la incertidumbre.
Pensar desde la complejidad nos obliga a ser humildes (como seres inacabados e imperfectos), ecológicos (con una relación ineludible con el entorno), animales (por compartir filogenia, evolución, instintos o emociones), holísticos (por el anclaje en la naturaleza y el universo) y cooperativos (por la dependencia intraespecífica de especie). Todo ello tiene, además, consecuencias en la manera de afrontar la investigación ya que no sólo condiciona las aproximaciones en los aspectos metodológicos, epistémicos, también en los modelos antropológicos y ontológicos, sino que estos estudios deben de ser necesariamente inter y transdisciplinares.
Como hemos apuntado, nuestra propia condición humana hace que ante la amplia gama de capacidades y desarrollo de potencialidades, el número de entidades humanas implicadas y unos recursos (ecosistemas, naturaleza, planeta y universo) limitados, la posibilidad de vivir en conflictosea siempre permanente. Aunque el éxito de nuestra especie, desde su aparición, depende justamente de que, a pesar de los altos niveles de complejidad, incertidumbre y riesgo y la creciente violencia, la inmensa mayoría de los conflictos se regulan pacíficamente.
Fuente: Francisco Adolfo Muñoz Muñoz, Beatriz Molina Rueda. Una paz compleja, conflictiva e imperfecta. En: Primer Seminario de Investigadores para la Paz de Andalucía: Una paz compleja y conflictiva, Granada (Granada, España): Universidad de Granada, 2007.
Equipo de Paz y Regulación de Conflictos