Es el penúltimo fin de semana de junio y aquí en Upsala los estudiantes acaban de terminar las clases; las botellas de cerveza tintinean en sus bolsas de supermercado, ultiman los preparativos para el Midsummer Eve, equivalente a nuestra fiesta de San Juan, charlan animados en el andén antes de subir al tren. No hay prisa, ésta es una época en la que los días se alargan eternamente hasta bien entrada la media noche, cuando el Sol se esconde apenas tímidamente, para volver a resurgir alrededor de las 3:30 de la mañana.

Yo disfruto de una estancia financiada por el programa Erasmus (denominado Staff Mobility Program) que he aprovechado para conocer los estudios en pez cebra que se llevan a cabo en el grupo de investigación de la Dra. Simone Immler, a la que agradezco su acogida. He quedado gratamente sorprendido por el fabuloso ambiente científico que se respira en toda la ciudad, repleta de edificios e instalaciones pertenecientes a la Universidad, de museos y de lugares emblemáticos relacionados con la ciencia. Además, los paseos a la ribera del río Fyris son deliciosos en estos días de un verano apenas comenzado y que a tenor de los escasos 15º que marca el mercurio más bien se diría primavera. La gente se agolpa en las terrazas donde se puede hacer el típico Fika (café o chocolate acompañado de algún dulce) o disfrutar de una cerveza con un exquisito sándwich de gambas.

Este viaje me ha servido, también, para rememorar la figura de Carl Linneo, sin duda el impulsor del movimiento científico que rezuma cada poro de Upsala. Linneo fue profesor de Botánica en esta ciudad, en la que desarrolló también gran parte de sus investigaciones en zoología y medicina. En mis clases de Genética, cuando toca hablar de las distintas teorías evolutivas, suelo nombrar y poner en valor la figura de este investigador sueco. Aparte del intento de clasificación del Reino vegetal atendiendo a caracteres sexuales, su logro más reconocido es el establecimiento de la nomenclatura binomial para la clasificación de organismos que ha llegado hasta nuestros días (publicada en su famoso Systema naturæ). Para mí, sin embargo, su contribución esencial fue la de incluir en esa clasificación al hombre, Homo sapiens, convirtiéndonos en una pieza más del entramado natural. Ponía ya Linneo una piedra angular que allanaría el camino de otros naturalistas como Darwin, mucho antes de que éste enunciara su teoría sobre la Selección Natural.

Si el viajero gusta deleitarse con un itinerario linneano podría comenzar visitando la casa de Upsala en la que el naturalista vivió durante 35 años. Allí puso en marcha un jardín para llevar a cabo sus experimentos y escribió parte de sus libros más importantes. Instauró en su propio hogar un verdadero centro de investigación al máximo nivel en el que, además, impartía clases particulares que se hicieron muy conocidas y que algunos estudiantes tenían que seguir desde las escaleras por lo populoso de las convocatorias. Otra parada ineludible es el Jardín Botánico y el edificio de corte clásico anexo, el Linneanum, una suerte de templo griego erigido en honor de Linneo a los pies del castillo de la ciudad.

Si se dispone de tiempo, su casa de verano en Hammarby (a escasos 10 km de Upsala) bien merece una visita. Elevándose sobre inmensos campos de cereal se divisa a lo lejos una pequeña loma cuya frondosidad salta a la vista. Allí Linneo cultivó gran número de especies procedentes de todo el mundo que conseguía mediante intercambio o que le eran obsequiadas, muchas de las cuales aún permanecen en su emplazamiento originario. Aparte de las tres construcciones que constituían la habitación principal, puede observarse una pequeña edificación en la que conservaba sus colecciones de plantas, animales y minerales, construida en piedra para evitar los, por aquella época, frecuentes incendios. Desde este enclave partían sus herbationes, excursiones que organizaba para sus alumnos cuando el tiempo era benevolente y que se hicieron muy populares en la época para desagravio del resto de docentes de Botánica. Normalmente se extendían durante una jornada entera y culminaban en la misma casa de Linneo que era acompañado por sus discípulos (como solía llamar a sus pupilos más aventajados) con gran algarabía de cánticos y vítores.

Hombre menudo, de 1,54 cm de estatura, cultivado y con unas dotes oratorias envidiables, Linneo es uno de esos personajes que la historia nos regala cada cierto tiempo. Una de esas figuras que marcan hitos de vital importancia y cuyo testigo van recogiendo las generaciones sucesivas. Sus restos mortales descansan en la Domkyrka, la majestuosa catedral gótica de la ciudad. Última parada obligada para los amantes de la ciencia y la Biología. Prometo seguir honrando tu figura, maestro, volveremos a vernos, gracias por todo.

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