Cada vez son más las personas que utilizan fármacos para intentar aliviar su sufrimiento psicológico. Es posible que por eso sean “cada vez más”. Ya que este aumento en el empleo de farmacoterapia para resolver problemas de índole psicológica no parece representar una práctica basada en la evidencia.
Cuando se administran fármacos para resolver problemas psicológicos se está asumiendo de forma implícita que la causa del dolor psicológico es algún tipo de anomalía en el cerebro. Esta anomalía puede consistir en un daño estructural (daño físico observable en un área cerebral) o funcional (alteración en la forma de funcionar del cerebro). Pero la ciencia no apoya la existencia de una base biológica para los trastornos mentales. No hay daños estructurales (ese es el área de la neurología) y cuando con técnicas de neuroimagen (como la resonancia magnética funcional) que muestran el modo de funcionar del cerebro se observa alguna anomalía, es erróneo concluir que dicho hallazgo es la causa del problema.
En nuestra cultura opera un tipo de reduccionismo particular según el cual el análisis en el nivel de lo biológico (funcionamiento cerebral) es superior al análisis en el nivel de lo psicosocial. No obstante, este reduccionismo es falso y cuando observamos los dos niveles de análisis (el biológico y el psicológico) todo lo que podemos concluir es que como es lógico los cambios en un nivel se asocian o correlacionan con los cambios en el otro nivel. Por ejemplo, si una persona ha experimentado numerosos sucesos trágicos en su vida y lleva un tiempo importante deprimida es posible que una técnica de neuroimagen pueda mostrar diferencias en el modo de funcionar de su cerebro frente a una persona sana con la que se compare. ¿Tenemos que concluir de esta observación que la alteración en la función cerebral es la causa de su depresión y administrarle un antidepresivo como solución?
La tendencia a biologizar o medicalizar los trastornos psicológicos consiste en definir y tratar problemas no médicos como si realmente lo fueran, lo que lleva a minimizar la importancia de los factores medioambientales. Seria algo así como si un coche no pudiera avanzar y en vez de bajarnos y mirar alrededor a ver que ha ocurrido en el camino (ej., un árbol le corta el paso, se ha atascado en un hoyo, etc.), asumiéramos sin más que se trata de un fallo del motor.
Definir los problemas psicológicos como médicos puede ser útil como campaña publicitaria para ayudar a aceptar el uso de fármacos entre la población y así enriquecer a las grandes compañías farmacéuticas, si es que ese es el objetivo. Pero es conveniente saber que el modelo biologicista de los trastornos mentales ha fracasado como explicación de estos problemas y tampoco ha logrado desarrollar tests biológicos que permitan efectuar diagnósticos fiables de estas alteraciones, ni psicofármacos (fármacos que actúan en el cerebro) efectivos para tratarlas. Si queremos lograr una comprensión completa de los problemas mentales necesitamos considerar los factores psicológicos y sociales, además de los biológicos, para ver cómo interrelacionan entre sí, en un modelo integrador de tipo biopsicosocial, porque si nos quedamos sólo en el nivel de lo biológico nos vamos a perder la parte de realidad más importante o consustancial a los fenómenos psicológicos.
De hecho, el espectacular aumento en el consumo de psicofármacos no se ha asociado a un descenso en las tasas de trastornos psicológicos, más bien al contrario, e incluso ha llevado a que ciertos problemas como la depresión se consideren como crónicos, lo que en realidad es más el efecto secundario o iatrogénico de un tratamiento farmacológico inefectivo. Las drogas que habitualmente se prescriben pueden tener efectos secundarios y una eficacia muy reducida en usos prolongados. Además, los fármacos no enseñan nada. Para lograr resolver con éxito muchos problemas psicológicos es necesario que la persona aprenda habilidades nuevas para afrontar sus dificultades cotidianas o logre un cambio de actitud o enfoque, que es lo que se trabaja con terapia psicológica. Por eso, cuando se intenta retirar la medicación la persona normalmente experimentará una recaída y volverá a tomar su droga, afianzándose en ella la creencia de que necesita el fármaco y convirtiéndose en muchos casos en consumidora crónica.
Décadas de investigación han demostrado que existe una oferta amplia de tratamientos psicológicos (ej. terapia cognitivo-conductual, mindfulness, terapia interpersonal, etc) que son eficaces y eficientes para los trastornos psicológicos más comunes (problemas de ansiedad y depresión, abuso de sustancias, etc.) y que, además, pueden mejorar sustancialmente el estado de pacientes con trastorno mental grave que sólo recibían medicación, como es el caso de la esquizofrenia o los cuadros bipolares. Aun así, en algunas guías de práctica clínica, de corte psiquiátrico, se recomienda el empleo de fármacos para algunos problemas cuando, en realidad, la investigación disponible lo que apoya es la aplicación de terapia psicológica. Así, por ejemplo, en contraste con esta tendencia el prestigioso Nacional Institute for Health and Clinical Excelente ha publicado guías para problemas psicológicos enfatizando el empleo de enfoques no farmacológicos.
En un reciente trabajo publicado en Clinical Psychology Review, Gaudiano y Miller, denuncian tendencias de prescripción actual de psicofármacos que son más que cuestionables como el aumento del empleo de antipsicóticos para tratar trastornos de ansiedad, la utilización de múltiples psicofármacos juntos con efectos que se inhiben entre sí, el uso de antidepresivos para depresiones leves o moderadas, o el uso de medicación sola cuando la investigación demuestra que la psicoterapia es mejor para un determinado problema. El abuso de psicofármacos es especialmente lamentable en poblaciones vulnerables como niños o adolescentes. Por ejemplo, el abuso de antipsicóticos para tratar supuestos trastornos por hiperactividad o déficit de atención. Los efectos secundarios de estos fármacos pueden ser especialmente importantes en niños ya que además los estudios sobre eficacia de los fármacos no suelen realizarse en niños.
La terapia psicológica no sólo es más eficaz en muchos casos, sino que a largo plazo resulta más barata. A corto plazo el coste de las sesiones de terapia puede superar al de la medicación, pero una vez finalizado el tratamiento psicológico los logros obtenidos se mantienen razonablemente bien en el tiempo, mientras que al retirar la medicación lo probable es observar una recaída y, por tanto, tener a un usuario crónico. Cuando se pregunta a los pacientes y sus familiares expresan una clara preferencia por la psicoterapia frente a los medicamentos. A pesar de ello, los gobiernos invierten muy poco en tratamientos psicológicos pero gastan miles de millones de euros en administrar drogas a la población y así la “Big Pharma”, como la denominan en los países anglosajones es uno de los negocios del siglo.
Es bastante desafortunado tener que abandonar las mejores opciones de terapia para muchos trastornos psicológicos, simplemente porque no encajan bien en un sistema de salud disfuncional que a menudo falla en atender las verdaderas necesidades de sus usuarios. Si queremos cuidar de verdad la salud mental de los ciudadanos, en el futuro tenemos que gastar más dinero en psicoterapia y menos dinero en psicofármacos.