Ankara, Bagdad, Beirut, Paris… ciudades todas ellas atacadas en las últimas semanas por el terrorismo de ISIS. Todos sabemos que no son las primeras ni serán las últimas que sufran porque, tristemente, el terrorismo, en sus distintas naturalezas, es un fenómeno con el que nuestras sociedades tienen que convivir hoy día.
Tras los ataques del 11 de septiembre George W. Bush puso en marcha la llamada guerra contra el terror que inició una era de nuevas intervenciones para tratar de combatir los grupos terroristas y sus bases de apoyo mediante acciones militares añadiendo más combustible al ciclo de la violencia y con unos resultados discutibles. Y no solamente fue Estados Unidos y sus aliados lo que se sumaron a este discurso con sus ataques a Afganistán o Iraq. La guerra contra el terror fue una estrategia adoptada por todos aquellos gobiernos que pretendían luchar contra el terrorismo o contra otras disidencias y procesos de resistencia que cuestionaban sus políticas y su autoridad, dando cobertura a sus medidas represivas y a la violencia contra los grupos de oposición. Ahí encontramos múltiples ejemplos como nos han ilustrado los casos de Colombia e Israel, por citar solo dos de ellos. Está claro que el terror exige actuaciones para frenar su incidencia en nuestras sociedades pero ha quedado manifiestamente demostrado que añadir más madera al fuego no lo va a apagar. La guerra contra el terror no solamente no ha terminado con la violencia del terrorismo yihaidista sino que parece que ha alimentado sus filas y ha extendido su alcance. Por esta razón nuestros políticos deben reflexionar sobre su modo de abordar el fenómeno y deben buscar estrategias de acción complementarias o alternativas a las que están utilizando en la actualidad.
Hoy algún periodista español acusaba a los pacifistas de hablar mucho de lo que no se debe hacer pero sin proponer estrategias para prevenir la violencia del terror. Evidentemente, este periodista ignoraba las propuestas que ya se han realizado desde la década de 1960 por el movimiento pacifista ofreciendo modelos alternativos de defensa basados en la acción noviolenta. En estos trabajos se recogen esas ideas y muchas de esas propuestas:
Arias, G., El ejército incruento de mañana. Materiales para un debate sobre un nuevo modelo de defensa. Madrid: Nueva Utopía, 1995.
Boserup, A. & A. Mack, War Without Weapons: Non-violence in National Defence. London: Pinter, 1974.
Burrowes, R., The Strategy of Nonviolent Defense: A Gandhian Approach. Albany: State University of New York Press, 1996.
Galtung, J., ‘On the strategy of nonmilitary defense’, Peace, War and Defence: Essays in Peace Research, vol. 2. Copenhagen: Christian Ejlers, 1976.
Keyes, G., ‘Strategic non-violent defense: The construct of an option’, Journal of Strategic Studies, 4 (2), 1981, pp. 125 -51.
Roberts, A. (ed.), Civilian Resistance as a National Defense: Non-violent Action Against Aggression. Harrisburg: Stackpole, 1968.
Analizando esos modelos de defensa noviolenta y estudiando nuestra historia contemporánea podemos comprobar que hay alternativas a la guerra contra el terrorismo, hay alternativas a la violencia. Así, podemos identificar una serie de estrategias no militares que se han utilizado para reducir la amenaza del terror con una efectividad significativa en diferentes situaciones tanto en Europa como en América y Asia. A continuación enumero algunas las herramientas más relevantes:
– Combatir la pobreza y favorecer el desarrollo económico
– Reducir la marginación cultural en nuestras sociedades
– Proteger a los movimientos cívicos y a los activistas y líderes sociales amenazados de manera directa
– Educar para gestionar los conflictos sin violencia
– Reducir la polarización que produce el terror y sus traumas
– Apoyar el desarrollo y la aplicación del derecho internacional de los Derechos Humanos y del Derecho Internacional Humanitario
– Exigir responsabilidad a nuestros gobiernos en sus políticas exteriores y controlarlos
– Facilitar la negociación con los grupos terroristas
Por tanto, sin miedo a equivocarnos, podemos afirmar que existen herramientas alternativas prevenir la violencia terrorista de manera efectiva sin tener que recurrir al uso de las armas y sin tener que bombardear ningún país extranjero. Por supuesto, el terror no va a ser totalmente erradicado y el riesgo de sufrir un nuevo ataque va a continuar presente, de igual forma que cuando se desarrollan otras estrategias antiterroristas. Pero el empleo de herramientas alternativas noviolentas para prevenir ataques terroristas también rompe el ciclo de la violencia, no favorece el militarismo en nuestras sociedades y fortalece la seguridad humana a través del empoderamiento de nuestras sociedades.