Proyectos

Descripción básica de las líneas de investigación

Esta Unidad de Excelencia persigue tanto objetivos teóricos como prácticos. Entre los primeros destacan: 1) analizar las características de los desacuerdos y de los contextos públicos en los que estos tienen lugar, y 2) ofrecer propuestas metodológicas novedosas para abordarlos, examinar su valor y enunciar las condiciones para su eventual resolución. En cuanto a los objetivos prácticos, pretendemos contribuir a crear una sociedad más justa y cohesionada a través de la mejora de la calidad de la argumentación y el debate públicos.

Elementos conceptuales

Un número creciente de filósofos y filósofas en los campos de la epistemología, la filosofía del lenguaje, la filosofía de la mente, etc. han aplicado sus propuestas teóricas, abstractas, al estudio de las condiciones para la desigualdad, la marginación y la propaganda, mostrando cómo a menudo estas se justifican en virtud de argumentos que mezclan datos con prejuicios valorativos.

En esta línea de trabajo, la Unidad de Excelencia se propone estudiar, entre otros, el concepto de verdad. Actualmente este concepto ha tenido un gran impacto en los medios de comunicación, en el formato de polémica sobre la posverdad. Es necesario analizar si, efectivamente, nociones como interés, poder, opinión, etc. han sustituido a la noción de verdad en el ámbito del debate público, si sigue habiendo ámbitos en los que esta noción es irrenunciable, o qué concepción de la verdad cabe mantener hoy y qué transformaciones requiere.

Otro elemento conceptual importante en este proyecto es la noción de desacuerdo. En los últimos años, esta noción ha jugado un papel central en algunas de las discusiones en filosofía del lenguaje y en epistemología. En nuestro caso, las principales preguntas a las que debemos dar respuesta son: 1) ¿Cómo pueden caracterizarse los distintos tipos de desacuerdo? y 2) ¿Qué hacer una vez que sabemos que estamos ante un desacuerdo de un tipo determinado? Una de las principales hipótesis de este proyecto es que la resolución de los debates se complica cuando se confunden los desacuerdos sobre hechos con los desacuerdos que no se resuelven apelando exclusivamente a hechos. Por esta razón, las respuestas a estas preguntas pueden no solo arrojar nueva luz sobre disputas acerca de la naturaleza del significado y el estudio del conocimiento humano, sino también fundamentar estrategias metodológicas para abordar los distintos debates públicos y mejorar su calidad.

Por último, la naturaleza y posibilidad de un debate racional depende de capacidades psicológicas que los sujetos ponen en juego durante el mismo. El conocimiento de procesos como el razonamiento, la atribución de estados mentales o la toma de decisiones contribuye a determinar las características y el alcance de la racionalidad humana. Igualmente decisivo es indagar el papel de la intuición en la aceptación de creencias fundamentales habitualmente incuestionadas. Estos son temas de los que la filosofía de la mente y la filosofía de la psicología se vienen ocupando desde hace largo tiempo y que, en la actualidad, obtienen nuevos resultados y perspectivas en el terreno interdisciplinar de la ciencia cognitiva. El marco conceptual que hemos de construir para analizar la práctica pública del debate ha de incorporar estos resultados de cara a garantizar su plausibilidad empírica.

Propuestas metodológicas

Desde un punto de vista metodológico, nuestra principal hipótesis es que el debate público es una forma especial de argumentación. La argumentación es una práctica comunicativa en la que se busca la persuasión de la otra persona apelando a su propia racionalidad, a su capacidad de formarse creencias según razones. Cuando argumentamos, sometemos nuestras afirmaciones al juicio de dicha persona y esperamos su convencimiento sin más ayuda que la fuerza de nuestras razones para avalar lo que decimos. En este sentido, las sociedades democráticas han de confiar en la argumentación como una forma no solo eficaz sino también legitimadora de la interacción social. Pero ello requiere de una ciudadanía capaz no solo de participar con solvencia en el discurso argumentativo, sino también de evaluarlo adecuadamente. Consideramos, pues, que cualquier programa de mejora de la calidad del debate público pasa ineludiblemente por mejorar las capacidades argumentativas de la ciudadanía. Desafortunadamente, en nuestro país el estudio de la argumentación apenas recibe atención en los distintos niveles educativos y muchas personas carecen de habilidades para distinguir entre la calidad de un argumento y su eficacia suasoria.

Por otra parte, un marco adecuado para mejorar la calidad del debate público ha de tener en cuenta que, como cualquier otro tipo de comunicación, el debate no es solo un medio para hallar las mejores respuestas a nuestras preguntas, sino también un mecanismo de influencia en los demás. Esta dimensión retórica del debate en la esfera pública tiende a ser desatendida cuando se pone el foco en nociones como racionalidad, verdad, justificación, etc. Por ejemplo, la importancia de las consideraciones estéticas para los científicos a lo largo de la historia no es algo que se comente a menudo, y mucho menos en un contexto educativo. Sin embargo, como muestra la historia de la ciencia, la elegancia de una demostración matemática o la belleza de una teoría científica son valores que, a menudo, han condicionado el éxito de una propuesta teórica. Es fundamental, pues, articular adecuadamente esta dimensión retórica de la comunicación para evitar un exceso de racionalismo que, desvinculando por completo la fuerza justificatoria del discurso de su fuerza persuasiva, dé al traste con cualquier intento de mejorar las habilidades argumentativas de la sociedad y la calidad misma de los debates públicos.

Análisis de debates públicos concretos

En la trayectoria investigadora de la mayoría de los miembros de este grupo de investigación predomina un interés por que la filosofía muestre su carácter más aplicado y que sus conclusiones puedan ser valoradas por su utilidad social. Por ello, se ha prestado especial atención a temas que suscitan controversia en la esfera pública, bien porque en sí mismos suponen un enfrentamiento entre distintas posiciones ideológicas, morales o políticas vigentes en la sociedad, bien porque versan sobre fenómenos y tecnologías novedosos que suscitan disparidad de opiniones sobre cómo han de ser gestionados.

Así, como resultado del análisis de las nociones de verdad y posverdad, cabe explorar los debates en torno a las «comisiones internacionales de la verdad» que surgen con frecuencia a raíz de conflictos políticos o bélicos.

Entre esos temas socialmente controvertidos están también los que tienen que ver con tecnologías que desafían nuestras concepciones tradicionales de «lo natural». Por ejemplo, la experimentación con células embrionarias, el uso de avances biomédicos y tecnológicos para mejorar las capacidades humanas, incluyendo las habilidades morales, la donación de órganos, etc. suscitan hoy día posiciones tan encontradas que el debate y la resolución racional de los conflictos parecen una quimera. Y otro tanto ocurre respecto de nociones como responsabilidad social corporativa y la ética de las organizaciones, el trato que merecen los animales no humanos, los retos asociados a los usos de la inteligencia y la Súper Inteligencia Artificial, etc.

El interés específico de este tipo de debates tiene que ver con el hecho de que existe una tensión entre las conclusiones que se alcanzan en las reflexiones de los expertos y la percepción social de que sus recomendaciones pueden tener consecuencias peligrosas e incluso escandalosas. Para afrontar este dilema, se suelen considerar varias alternativas: desde manipular o rechazar aquellas conclusiones que conducen a políticas públicas impopulares o peligrosas –al precio de legitimar cierto grado de deshonestidad intelectual–, hasta mantener la validez de las conclusiones pero abandonar la pretensión de aplicarlas cuando hacerlo podría generar alarma o incomprensión social. En este último caso, el debate experto habría de renunciar a ser un vector de transformación y mejora de la sociedad y contentarse con permanecer en la «torre de marfil». Nuestro objetivo, por el contrario, es mostrar que es posible una tercera vía, procedimental, para abordar estos debates sin comprometer las obligaciones académicas ni sacrificar la legítima aspiración de informar e influir las políticas públicas.