«Cómo no hablar de Ayuso», un artículo de Neftalí Villanueva (FiloLab) y Manuel Almagro (FiloLab) para CONTEXTO. Nuestros compañeros reflexionan sobre injusticia testimonial, polarización asimétrica y desacuerdos cruzados. Elementos centrales que deben ser esclarecidos para abordar las controversias en una esfera pública cada vez más identitaria.
Cómo no hablar de Ayuso
‘Comunismo o libertad’ no puede ser contrarrestado ni con un aluvión de cifras ni con mofa. Quienes deseen mermar las opciones de la candidata del PP deben encontrar una forma de reconstruir el debate público
En 2017, durante una visita a la pagoda de Shwedagon, uno de los centros budistas más sagrados en Myanmar, objeto de disputa durante el período colonial, Boris Johnson, entonces ministro de Asuntos Exteriores, que acababa de tocar la campana que sustituyó a la campana original, robada y perdida en el s. XVII por mercenarios portugueses, empezó a recitar los primeros versos del poema de Rudyard Kipling Mandalay. En el poema, popularizado como una canción con el título Road to Mandalay, el viento y las campanas dan voz a la nostalgia de una chica por la marcha de su amado y cantan: “Vuelve, soldado británico, vuelve a Mandalay”. El embajador británico, visiblemente incómodo, intenta reconducir la situación y se produce el siguiente intercambio:
Embajador: tiene el micrófono puesto
Boris Johnson: desde luego
Embajador: quizás no es una buena idea…
Boris Johnson: ¿el qué? ¿Road to Mandalay?
Embajador: No, no es apropiado
Boris Johnson: … es estupendo
Boris Johnson, el mismo que placó en 2015 a un niño de 10 años durante un partido de rugby en Tokio, dijo que votar a los conservadores haría que a tu mujer le creciera el pecho, o que las mujeres que vestían el niqab parecían buzones o atracadores de banco, fue retratado como un bufón por la prensa progresista después del episodio de Shwedagon. No era la primera vez. Resúmenes de sus “hazañas” se publicaron con regularidad en la prensa británica e internacional, siempre en tono de mofa.
Boris Johnson no es desde luego el único político de éxito que ha hecho gala de una actitud poco cuidadosa hacia los datos o los hechos más básicos. Según el Washington Post, Donald Trump realizó 30.573 afirmaciones falsas durante su presidencia, más de la mitad de ellas durante el último año de la misma y fue acusado sistemáticamente de “hacer el ridículo” con sus declaraciones, especialmente durante la campaña de 2016, en la que consiguió ser presidente. Puigdemont es otro de los políticos que reciben con frecuencia estas descalificaciones / justas acusaciones, incluso antes de su salida de España. El destino político de ninguno de los tres se ha visto particularmente afectado por la merma que ha sufrido su reputación. Son personas que, de hecho, parecen haber convertido su falta de reputación en una palanca con la que empujar su agenda política.
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