«¿Cuánta falta de participación puede soportar la democracia?»

José Luis Moreno Pestaña ha publicado recientemente el artículo ¿Cuánta falta de participación puede soportar la democracia? en el blog de filosofía política El Rumor de las Multitudes, uno de los principales espacios de reflexión del periódico El Salto. El texto aborda algunos de los principales retos de nuestras democracias actuales, siendo solidario con la temática de la última obra de Moreno Pestaña, «Los pocos y los mejores» (Akal, 2021) -ensayo galardonado con el Premio Internacional de Pensamiento 2030-.

¿Cuánta falta de participación puede soportar la democracia?

Proponemos un estudio sobre cómo el procedimiento electoral configura la democracia y qué hace necesario el uso del sorteo. Para ello se presta especial atención a cuáles son los requisitos, desde el punto de vista del conocimiento, para la participación política.

Ante la pregunta ¿cuánta participación puede soportar la democracia?, me gustaría responder proponiendo la pregunta contraria: ¿cuánta falta de participación puede soportar la democracia? Responderé con ideas que he intentado desarrollar en mi libro Retorno a Atenas. La democracia como principio antioligárquico (Madrid, Siglo XXI, 2019, 2ª edición), así como en Los pocos y los mejores. Localización y crítica del fetichismo político (Madrid, Akal, 2021).

Mi contestación es: mucha, la democracia puede soportar una falta de participación enorme, aunque aún necesitamos, al menos, la participación electoral. Con esta creemos resumir la democracia. El mecanismo electoral tiene una forma muy específica. En primer lugar, los electores, en cualquier proceso electoral, deben tener bien formadas las preferencias, es decir, deben saber exactamente qué desean. En segundo lugar, tienen que identificar sus preferencias en las ofertas de candidatos situados en una relación competitiva. En tercer lugar, esos candidatos deben buscar algo por lo que sobresalir, y ello en un contexto de graves coacciones cognitivas. En fin, dados los costes de difusión de la información, la elección siempre tiende a aventajar a los ricos. Todo esto lo explicó Bernard Manin en un clásico titulado Los principios del gobierno representativo. Por qué ese libro se lee y, sin embargo, estas cuestiones pasan desapercibidas, exigiría un debate suculento —para el que remito a los trabajos de mi amigo Francisco Manuel Carballo Rodríguez.

En todo caso, en este contexto se producen dos efectos. El primer efecto: los electores tienden a identificar la política con la oferta electoral tal y como se promueve. El segundo efecto: los agentes que sobresalen, en su búsqueda de recursos políticos, tienden a identificar sus políticas con ellos mismos. Y eso aunque, cuando se mira de cerca, sus acciones no serían posibles sin el concurso de otros muchos individuos: sus asesores, sus donantes, sus militantes, quienes les realizan las campañas. Pero es cierto que el elegible, en una situación de conflicto, busca siempre destacar y tiende a atribuir a sus propias fuerzas el trabajo conjunto.

Puedes seguir leyendo el artículo en El Rumor de las Multitudes.

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