Contraficciones, autobiografía (Reseña de Ángeles Mora), Granada Hoy, 20-11

[Ángeles Mora. Ficciones para una autobiografía, Madrid, Bartleby, 2015 [Premio de la crítica y Premio Nacional de Poesía, 2016]

Hace algunos años, en 2001, Ángeles Mora publicó un hermoso poemario con un título muy sugerente: Contradicciones, pájaros, con el que obtuvo el Premio Ciudad de Melilla. Con su más reciente libro, Ficciones para una autobiografía, Ángeles Mora ha conseguido los dos reconocimientos más relevantes para un libro de poesía en España, el Premio Nacional de la Crítica y, hace pocos días, el Premio Nacional de Poesía. En este nuevo poemario, y ya desde su título, la autora vuelve a insistir, vuelve a colocar en primer plano el mismo elemento sobre el que llamaba la atención en 2001, las contradicciones (en plural), que constituyen uno de los ejes fundamentales que sostienen sus poemas más recientes y que, me atrevo a decir, suponen uno de los núcleos centrales de su poesía. Del mismo modo que antes se yuxtaponían contradicciones y pájaros, son, ahora, las ficciones las que se sitúan enfrente, al lado, o quizás bordeando la autobiografía. La infancia y el presente, el ayer y el hoy, van alternándose o contraponiéndose en el libro, para conformar unos poemas de los que surgen esas que quizás podríamos llamar las contraficciones de Ángeles Mora; es decir, unas ficciones que no sólo pretenden contradecir el concepto ‘natural’ de autobiografía, sino que se configuran llevando también, en sí mismas y como motor, la propia contradicción; unas ficciones, también, que, precisamente al estar construidas sobre las contradicciones, consiguen revelar las verdades de nuestra existencia, porque, como escribe la poeta: “La alegría más alta / siempre esconde una sombra / invisible, / agazapada, de tristeza” (Nubes).

Es, tal vez, el magnífico poema ¿Quién anda aquí? (“¿Quién vive aquí conmigo, / pero sin mí, / igual que si una sombra me habitara, / de mujer a mujer / sin que pueda tocarla / llenando de preguntas / mis largas noches de respuestas?”), uno de los que mejor pone en evidencia una contraficción que me parece central en el libro, la ficción (verdadera) del diálogo entre el yo y la otredad; poema que, como señala Juan Carlos Rodríguez en su excelente reseña sobre el libro (¿cómo escribir sobre este poemario después de que lo hiciera Juan Carlos Rodríguez?), supone un “diálogo con lo otro que nos habita”. En este poema, emerge, decía, la ficción (verdadera) del diálogo con la otredad, una otredad que se coloca en el ámbito de la existencia: la sombra que nos habita, pero también, y me gustaría subrayar este rasgo, en el ámbito de la propia escritura: “¿Quién va y viene sin ruido entre mis cosas, / penetra con sigilo / de noche en mis papeles / usurpando sus notas? / ¿Quién vierte la tinta que me roba el sueño?”. Es decir, el poema no sólo plantea la contradicción entre el yo y la otredad en sentido más general, sino también entre el escritor (la escritora) y su doble; doble que se escapa y que, más que responder, pregunta.

La contradicción (la contraficción) continúa manifestándose a lo largo de todo el poemario; la advertimos, así, en esa voz que nos dice que plancha en primavera “las camisas del invierno” (Planchando las camisas del invierno); o que se reencuentra “una vez ya perdida / en las sendas del bosque” (Contigo misma); o de quien se piensa peregrino “que no se queda quieto / ni va a ninguna parte” (Una forma de vida); o de quien declara: “he vuelto del viaje y sin embargo, no regresé del todo” (El hueco de lo vivido); o de quien invoca el tiempo pasado y dice de sí misma: “Y no eres tú, pero sí eres, la que aparece” (Con luz propia).

Me gustaría detenerme en otra de las contraficciones a las que aludí, de pasada, al mencionar el poema ¿Quién anda aquí? y que me parece también fundamental en este poemario; se trata de la contraficción entre ser mujer y ser escritora. Acaso esa ficción (verdadera) del deseo por la escritura, que se manifiesta desde la infancia en la voz poética, sea una de las que explican las contraficciones posteriores. Esa contraficción la muestra espléndidamente el poema Noche y día; en ese texto, la aparentemente contradictoria elección de la noche frente a la mañana, el día, su claridad y sus mandatos, está completamente condicionada, y justificada, por la condición femenina de la voz poética; y es que el día “femenino” supone para esa niña que la voz poética recuerda y/o construye, limpiar el polvo, hacer ganchillo, barrer; y sólo en la solitaria, sosegada noche, tiene la oportunidad de acercarse a los libros por leer, a los folios en blanco por escribir. La contradicción se nos revela, así, causada por el afuera. Podemos pensar entonces que las contradicciones en este poemario tienen un sentido doble; por un lado, son las que supone cualquier existencia, pero por otro, son también el resultado de elegir ser escritora cuando el día y sus medidas habían determinado otro destino. La misma contraficción aparece en otro poema, En el desván, donde, en el momento de la siesta, cuando todos duermen (esa parte nocturna del día), la niña puede escapar al desván y caer, como Alicia, “por laberintos escondidos de palabras sonoras” y guardar “sus borradores escondidos”. Y vuelve a surgir, de nuevo, con fuerza, en la adultez; así en Lugares de escritura, la voz poética nos dice que piensa sus versos “mientras lavo los platos (…) entre el jabón y el agua”.

Como antes decía, las ficciones (más si se plantean como contraficciones) acaban revelando verdades, conformando una autobiobrafía otra; más real, más auténtica. Esa autenticidad que Ángeles Mora no ha dejado de buscar en sus poemarios y que seguirá, seguro, buscando, como quien busca en sí misma (lo ha dicho la propia poeta) “las luces que más arden”.

ARTÍCULO SOBRE IDA VITALE (PREMIO GARCÍA LORCA 2016) EN GRANADA HOY, 14-10

 

IDA VITALE: LA POESÍA COMO RESIDUO, Granada Hoy, 14-10

MAYORES, a menudo muy mayores, las poetas (y a veces también los poetas) ganan premios. Premios que merecían desde mucho tiempo antes. Pero mejor tarde que nunca, por supuesto. Después del Reina Sofía en 2015, Ida Vitale (Uruguay, 1923) acaba de obtener el Premio Internacional de Poesía Ciudad de Granada Federico García Lorca. Una vez más coinciden ambos galardones. En 2011 obtuvo el Lorca Fina García Marruz (Cuba, 1923) quien, ese mismo año, había obtenido el Reina Sofía. Y en 2006 a Blanca Varela (Perú, 1926) le fue concedido el Lorca, mientras en 2007 recibía también el Reina Sofía. Tres grandísimas poetas latinoamericanas doblemente premiadas por los galardones más relevantes de poesía que se conceden en España.

Ni Varela ni García Marruz pudieron viajar a Granada para recoger sus premios. Ida Vitale, sin embargo, con sus vitalísimos 92 años (quien la escuche leer sus poemas podría pensar que no tiene más de 25), ha declarado que sí, que ella vendrá.

Ida Vitale pertenece a esa generación que en Uruguay se conoce como la generación del 45, en la que encontramos escritores como Mario Benedetti, Idea Vilariño o Amanda Berenguer, esta última escasamente conocida en España. Pero Ida Vitale se incluye también dentro de una portentosa genealogía de mujeres poetas uruguayas, que inician María Eugenia Vaz Ferreira, Delmira Agustini y Juana de Ibarbourou. Y a la que se suman voces como las de Vilariño y Berenguer, o como Marosa di Giorgio o Cristina Peri Rossi.

Exiliada desde los años 70, Ida Vitale ha vivido muchos años fuera de su país de nacimiento, en México o en Estados Unidos, donde ha escrito gran parte de su obra. Es heredera también, así, de Lautréamont, el raro uruguayo autor de los Cantos de Maldoror, quien ha sido visto por ciertos críticos, como Carlos Pellegrino, como el padre cuasi extranjero de la tradición poética de Uruguay.Pero habría que hablar de la poesía de Ida Vitale. Y mencionar sus libros, entre los que se encuentran títulos tan hermosos como La luz de esta memoria (1949), Cada uno en su noche (1960), Oídor andante (1972), Sueños de la constancia (1988), o Procura de lo imposible (1998), Reducción del infinito (2002), o Trema (2005).

Pero, sobre todo, habría que acercarse a los espléndidos poemas de Ida Vitale. Y, por ejemplo, merodear alrededor de su poética, que aparece en los versos de Vórtice, esos que describen (seguro que esa no es la palabra más adecuada, pero ¿cuál usar?) la relación del poeta con la hoja en blanco, con esa hoja vacía de papel que parece imperioso llenar; versos donde leemos: “La hoja en blanco / atrae como la tragedia / traspasa como la precisión, / traga como el pantano, / te traduce como hace la trivialidad, / te engaña como solo tú mismo puedes hacerlo”. O, también, podríamos intentar practicar, o estar abiertos, a sus sugerentes Sumas, que quieren romper con lo obvio, con lo esperado, como suele hacer la buena poesía: “Uno más uno, decimos. Y pensamos: / una manzana, / un vaso más un vaso, / siempre cosas iguales”. Para hacernos entonces su propuesta otra, diferente: “Qué cambio cuando / uno más uno sea un puritano / más un gamelán, / un jazmín más un árabe, / una monja y un acantilado, / un canto y una máscara (…) la esperanza de alguien / más el sueño de otro”. O, acaso, sería acertado atender lo que nos dice en su Cultura del palimpsesto, que denuncia (esa palabra tampoco es la idónea) nuestra cultura humana de borrar, de borrar una y otra vez, y, a menudo, lo más importante: “Todo aquí es palimpsesto, / pasión del palimpsesto: / a la deriva, / borrar lo poco hecho, / empezar de la nada, / afirmar la deriva, / mirarse entre la nada acrecentada, / velar lo venenoso, / matar lo saludable, / escribir delirantes historias para náufragos”.

Es difícil elegir, pero si fuera necesario, si no quedara otra alternativa, quizás me quedaría con las preguntas de Vitale, con su no saber desde la sabiduría poética, con su falta de certezas, incluso sobre la propia poesía, como esa que aparece en Residua donde la poesía es solo eso, o casi solo eso, el residuo que casi se evapora, que casi no es: “De la memoria sólo sube / un vago polvo y un perfume. / ¿Acaso sea la poesía?”.