[Ángeles Mora. Ficciones para una autobiografía, Madrid, Bartleby, 2015 [Premio de la crítica y Premio Nacional de Poesía, 2016]
Hace algunos años, en 2001, Ángeles Mora publicó un hermoso poemario con un título muy sugerente: Contradicciones, pájaros, con el que obtuvo el Premio Ciudad de Melilla. Con su más reciente libro, Ficciones para una autobiografía, Ángeles Mora ha conseguido los dos reconocimientos más relevantes para un libro de poesía en España, el Premio Nacional de la Crítica y, hace pocos días, el Premio Nacional de Poesía. En este nuevo poemario, y ya desde su título, la autora vuelve a insistir, vuelve a colocar en primer plano el mismo elemento sobre el que llamaba la atención en 2001, las contradicciones (en plural), que constituyen uno de los ejes fundamentales que sostienen sus poemas más recientes y que, me atrevo a decir, suponen uno de los núcleos centrales de su poesía. Del mismo modo que antes se yuxtaponían contradicciones y pájaros, son, ahora, las ficciones las que se sitúan enfrente, al lado, o quizás bordeando la autobiografía. La infancia y el presente, el ayer y el hoy, van alternándose o contraponiéndose en el libro, para conformar unos poemas de los que surgen esas que quizás podríamos llamar las contraficciones de Ángeles Mora; es decir, unas ficciones que no sólo pretenden contradecir el concepto ‘natural’ de autobiografía, sino que se configuran llevando también, en sí mismas y como motor, la propia contradicción; unas ficciones, también, que, precisamente al estar construidas sobre las contradicciones, consiguen revelar las verdades de nuestra existencia, porque, como escribe la poeta: “La alegría más alta / siempre esconde una sombra / invisible, / agazapada, de tristeza” (Nubes).
Es, tal vez, el magnífico poema ¿Quién anda aquí? (“¿Quién vive aquí conmigo, / pero sin mí, / igual que si una sombra me habitara, / de mujer a mujer / sin que pueda tocarla / llenando de preguntas / mis largas noches de respuestas?”), uno de los que mejor pone en evidencia una contraficción que me parece central en el libro, la ficción (verdadera) del diálogo entre el yo y la otredad; poema que, como señala Juan Carlos Rodríguez en su excelente reseña sobre el libro (¿cómo escribir sobre este poemario después de que lo hiciera Juan Carlos Rodríguez?), supone un “diálogo con lo otro que nos habita”. En este poema, emerge, decía, la ficción (verdadera) del diálogo con la otredad, una otredad que se coloca en el ámbito de la existencia: la sombra que nos habita, pero también, y me gustaría subrayar este rasgo, en el ámbito de la propia escritura: “¿Quién va y viene sin ruido entre mis cosas, / penetra con sigilo / de noche en mis papeles / usurpando sus notas? / ¿Quién vierte la tinta que me roba el sueño?”. Es decir, el poema no sólo plantea la contradicción entre el yo y la otredad en sentido más general, sino también entre el escritor (la escritora) y su doble; doble que se escapa y que, más que responder, pregunta.
La contradicción (la contraficción) continúa manifestándose a lo largo de todo el poemario; la advertimos, así, en esa voz que nos dice que plancha en primavera “las camisas del invierno” (Planchando las camisas del invierno); o que se reencuentra “una vez ya perdida / en las sendas del bosque” (Contigo misma); o de quien se piensa peregrino “que no se queda quieto / ni va a ninguna parte” (Una forma de vida); o de quien declara: “he vuelto del viaje y sin embargo, no regresé del todo” (El hueco de lo vivido); o de quien invoca el tiempo pasado y dice de sí misma: “Y no eres tú, pero sí eres, la que aparece” (Con luz propia).
Me gustaría detenerme en otra de las contraficciones a las que aludí, de pasada, al mencionar el poema ¿Quién anda aquí? y que me parece también fundamental en este poemario; se trata de la contraficción entre ser mujer y ser escritora. Acaso esa ficción (verdadera) del deseo por la escritura, que se manifiesta desde la infancia en la voz poética, sea una de las que explican las contraficciones posteriores. Esa contraficción la muestra espléndidamente el poema Noche y día; en ese texto, la aparentemente contradictoria elección de la noche frente a la mañana, el día, su claridad y sus mandatos, está completamente condicionada, y justificada, por la condición femenina de la voz poética; y es que el día “femenino” supone para esa niña que la voz poética recuerda y/o construye, limpiar el polvo, hacer ganchillo, barrer; y sólo en la solitaria, sosegada noche, tiene la oportunidad de acercarse a los libros por leer, a los folios en blanco por escribir. La contradicción se nos revela, así, causada por el afuera. Podemos pensar entonces que las contradicciones en este poemario tienen un sentido doble; por un lado, son las que supone cualquier existencia, pero por otro, son también el resultado de elegir ser escritora cuando el día y sus medidas habían determinado otro destino. La misma contraficción aparece en otro poema, En el desván, donde, en el momento de la siesta, cuando todos duermen (esa parte nocturna del día), la niña puede escapar al desván y caer, como Alicia, “por laberintos escondidos de palabras sonoras” y guardar “sus borradores escondidos”. Y vuelve a surgir, de nuevo, con fuerza, en la adultez; así en Lugares de escritura, la voz poética nos dice que piensa sus versos “mientras lavo los platos (…) entre el jabón y el agua”.
Como antes decía, las ficciones (más si se plantean como contraficciones) acaban revelando verdades, conformando una autobiobrafía otra; más real, más auténtica. Esa autenticidad que Ángeles Mora no ha dejado de buscar en sus poemarios y que seguirá, seguro, buscando, como quien busca en sí misma (lo ha dicho la propia poeta) “las luces que más arden”.