EN los últimos meses, la Universidad española se ha visto sacudida por un gran escándalo. El Rector de la Universidad Rey Juan Carlos ha sido acusado de plagio por cinco profesores, una revista norteamericana ha retirado un artículo suyo por el mismo motivo y se han documentado en su contra numerosos casos de fraude académico y, todavía, siguen apareciendo más. El escándalo obedece a varios motivos. En primer lugar, al hecho en sí, suficientemente bochornoso. En segundo lugar, a la conducta del Rector, que sigue ahí, aferrado a su puesto. En tercer lugar, resulta escandalosa la actuación de la mencionada Universidad donde, salvo los desprotegidos estudiantes y honrosas excepciones del profesorado, nadie se atreve a pedir la dimisión del Jefe. Pero, sin duda, lo más escandaloso es la dejación de funciones de las autoridades competentes, el Ministerio y la Comunidad de Madrid, quienes, amparándose en la llamada autonomía universitaria, miran hacia otro lado, y toleran (no se sabe hasta cuándo) esta vergonzosa situación. Como si la autonomía universitaria implicara una licencia para hacer cualquier cosa, una especie de impunidad concedida graciosamente a unas instituciones públicas que, como otras, deberían rendir cuentas de sus actos ante las autoridades y ante la sociedad.
Y es que la corrupción, que tanto empieza a denunciarse en el ámbito político, no solo existe allí. Abunda también en otras zonas, como la vida universitaria o la cultural. En esos espacios hay igualmente corruptos y corrupciones, mafiosos de turno (turnos muy muy largos), falta de control, clientelismo desmedido, dejación de funciones y personas, demasiadas, que dirigen su vista hacia otro sitio sin querer ver.
Declaraba uno de los plagiados que en cualquier país serio, el Rector plagiario no habría durado ni dos días en su cargo. Me permito corregirlo. En cualquier país serio, no haría falta hablar de este asunto: la dimisión se habría producido de manera inmediata. De lo que se hablaría es de si un profesor acusado de plagio (sea o no Rector) puede seguir ejerciendo sus funciones.
Ojalá que cuando despertemos en 2017 el Rector de la Rey Juan Carlos no esté, todavía, allí. Y que a los plagiados y a los solitarios estudiantes de esa Universidad se hayan unido otras voces indignadas. Y, por supuesto, ojalá que no nos llegue tampoco un 2017 plagiado del lamentable 2016. Así que feliz, y original, año nuevo.