A veces me pregunto si en España hay más pícaros y farsantes que en otros lugares. Habitualmente me respondo que sí (ya sé que mi respuesta puede ser parcial: no conozco todos los lugares existentes). Supongo que será por la tradición literaria, cultural, política. Porque muchos llevan un Lazarillo dentro. Porque se carece de educación antipicaresca. Lo cierto es que desenmascarar a un pícaro es un acto que produce en este país una enorme desgana. Un pícaro, o una conducta picaresca, son aquí algo natural, ante los que nadie se asombra o incomoda, y con los que se convive en calma, plácida, alegremente. Vivimos rodeados de reyes (y reinas) desnudos de los que pocos se atreven a señalar que lo están.