LOS últimos días, los granadinos hemos asistido atónitos a un vertiginoso espectáculo en el Ayuntamiento de la ciudad. Primero, el registro en las dependencias municipales y en el piso del alcalde. Enseguida, la detención de Torres Hurtado y su imputación. Luego, la suspensión de su militancia desde el PP y diversas declaraciones desde su partido para que diera eso que ahora se llama, eufemísticamente y como si de un baile se tratara, un “paso al lado”. Más tarde, las comparecencias en las que el alcalde se presentó como víctima, hablando de un atropello a sus derechos fundamentales. Comparecencias donde dijo aquello de me quedo porque soy inocente, porque a mí nadie me echa ni me dice lo que tengo que hacer. Comparecencias donde incluso nos hizo enterarnos del lastimoso suceso de que estuviera incomunicado con su hija, al haberle sido requisado su móvil y estar ella de viaje. Por fin, tras todo esto, y con la amenaza de la moción de censura encima de su cabeza, la noticia de su dimisión.
Será, por supuesto, la Justicia, quien tendrá que establecer si el ya exalcalde es o no culpable de los delitos que se le imputan: cohecho, fraude en la contratación, asociación ilícita, prevaricación, tráfico de influencias, malversación de caudales públicos, estafa, falsedad en documento mercantil, administración desleal y contra la ordenación del territorio. Serán también los jueces quienes responderán a la simpática pregunta que el alcalde lanzó al aire en una de sus comparecencias: “¿Es que yo he hecho todo esto o he hecho de todo esto un poquito?”.