Columna Granada Hoy, Precariedad, 15-6

PRECARIEDAD, Granada Hoy, 15-6

UNO de los momentos curiosos del predecible y poco novedoso debate entre los cuatro candidatos principales al gobierno de España fue ese en que Rajoy describió la hipotética contratación de todos los contrincantes en imaginarios puestos de trabajo.

El propósito supuesto de Rajoy era demostrar, y convencer, claro, a los votantes, de que en España el empleo estable predomina sobre el empleo temporal, y transmitir la idea de que, de cuatro personas contratadas (según el presidente de gobierno), tres lo son mediante contratos estables. Sin embargo, con ese rarísimo sentido del humor que le caracteriza, Rajoy se sacó de su atril un ejemplo insólito para defender su tesis. Así, a Rajoy no se le ocurrió otra cosa que imaginar una inmediata oferta de empleo para los cuatro rivales. Nunca dijo, por cierto, cuál sería el puesto de trabajo ofertado. Pero sí dejó claro que, si se produjera esa situación, cada uno de sus tres rivales tendría la seguridad de conseguir un contrato indefinido, reservándose para sí mismo la opción más triste y precaria del pobre cuarto empleado, la del contrato temporal.

En su extravagante ejemplo, Rajoy pudo dejar la peor opción a alguno de sus rivales, a Sánchez, o a Iglesias, o quizás a Rivera, el que más incisivamente cuestionó su labor. Sin embargo, no lo hizo, tal vez porque intentaba tocar el lado sensible de los votantes: él, el “pobre” presidente, era ese cuarto en situación “precaria”, frente a los tres rivales “fuertes” aliados contra él. Al mismo tiempo era, acaso, un modo de señalar, sin decirlo, y otra vez apelando a la sensibilidad y aún a la compasión de los votantes, a su propia posición en La Moncloa. Y es que, después de todo, aunque Rajoy sea, siga siendo el presidente del gobierno, no es más que un Presidente en funciones, es decir, un presidente interino, en riesgo de ser despedido en cualquier momento.

Pero la extravagancia de Rajoy puede hacernos pensar en otros modos de precariedad. La que hay que atribuir, por ejemplo, a un país en la que ni siquiera su máximo dirigente tiene garantizado un empleo en condiciones. O, quizás, una peor: la de esa precariedad en la que nos encontramos los ciudadanos ante la hipótesis de una situación muy parecida a la del pasado diciembre, sin ninguna clara opción de pactos que permitan formar un gobierno. O, todavía, esa que casi resulta un tabú pronunciar: ¿la precariedad de unas terceras elecciones?