biblioteca: la utilidad de lo inutil

Paisajes de playas (20)p

Paisajes de playas (55)


Un libro muy recomendable:

La Inutilidad de lo inutil. Nuccio Ordine.

¿Para qué sirve un dibujo, una pintura? Para recrear una realidad, adornarla o inventarla. Para buscar la belleza y la precisión a través de los pigmentos, y comunicar con ellos los sentimientos. Para jugar con el agua, la madera, el lienzo; practicar unas técnicas e inventar otras, inspirarse en los maestros y servir de inspiración para quienes puedan ser alumnos. Para confesar lo que con palabras no es posible, para conocer lo que se pinta, para mancharse las manos y olvidar las huellas dactilares en el papel. Para relajarse, buscarse a uno mismo o querer alejarse de él. Para expresar, compartir. Para ser. Todo eso, para quien lo pinta. Sirve para mirar, y admirarse u horrorizarse. Sirve para que las pupilas se agranden, o para que los ojos se entrecierren. Para observar detalles o contemplar toda una composición, para intentar entenderla y transportarse hacia aquél lugar dibujado. Para conocerla, para decorar, para hablar de ella y desear haberla creado. Para que forme parte de la belleza, y ésta nos rodee y nos inunde. Todo eso, para quien la admira.

¿Para qué sirve la música? Para convertir en notas las emociones, y dar vida al lenguaje que nace de los pentagramas. Para compartir lo que se ha vivido, o cantar lo que algún día gustaría ser vivido. Para sentirse libre y agotar la voz, o las manos, y fundirse con la melodía, y llegar a ser uno con el instrumento, con el público. Con la vida. Todo eso, para quien la compone. Sirve para cantarla, tararearla; mientras se conduce, se cocina, se camina, se piensa. Para olvidarse de todo y desahogarse, imaginarse dentro de esa historia, soñar por un momento vivir bajo esa mágica banda sonora. Sirve para bailarla, para besar mientras suena, o reír o llorar. Sirve para sentir, porque siempre es mejor sentir, aunque sea tristeza, que no sentir nada, y la música impide que el alma permanezca indiferente. Todo eso, para quien la escucha.

¿Para qué sirve un poema? Para expirar los sentimientos, y plasmarlos en papel. Para crear con ellos, convertidos en palabras, melodías, o un recuerdo, un sueño, una confesión. Y dedicársela a alguien, o al mundo, o a sí mismo. Para poder decir que se tiene la profesión más bonita del mundo y, sobre todo, para tenerla. Todo eso, para quien lo escribe. Sirve para descubrirlo, conocerlo, releerlo, degustarlo. Intentar descifrarlo, identificarse con él, o no hacerlo, pero comprenderlo. Subrayarlo, memorizarlo, regalarlo, o incluso hasta inspirarlo. Todo eso, para quien lo lee.

¿Es acaso poco, tanto en cantidad como, sobre todo, en calidad? ¿Podría alguien atreverse a decir que las artes y las letras, la filosofía, las Humanidades… no sirven para nada? ¿Sería alguien capaz de mentir tan descaradamente y decir que no ha aprendido jamás un ápice con alguna de estas disciplinas, que no ha sentido admiración hacia un cuadro, que no ha llorado con una película, que no ha leído con voracidad o calma un libro? ¿Qué no ha, siquiera, retwiteado alguna frase de algún filósofo? No podría, porque todo ello lo ha experimentado, lo ha vivido y revivido, lo ha degustado y, lo que es más importante, con ello ha sentido. Ha experimentado emociones, ha dejado salir sentimientos, los ha compartido con otros, ha adquirido conocimientos, y con ello enriquecido la mente y el espíritu.

“Existen saberes que son fines por sí mismos y que –precisamente por su naturaleza gratuita y desinteresada, alejada de todo vínculo práctico y comercial– pueden ejercer un papel fundamental en el cultivo del espíritu y en el desarrollo civil y cultural de la humanidad. En este contexto, considero útiltodo aquello que nos ayuda a hacernos mejores”. Este es el punto de partida de un pequeño ensayo; pequeño por tamaño pero inmenso en contenido, escrito por el hasta ahora poco conocido profesor italiano de Literatura Nuccio Ordine. Un punto de partida que comparte adjetivo con el libro que materialmente lo constituye: sencillo, de pocas líneas, pero muy directo y con una atractiva invitación al lector a sumergirse en el texto y descubrir a qué puede referirse el profesor bajo ese contradictorio y curioso título.

El programa literario Página Dos, que acaba de celebrar sus 300 programas, entrevistó en diciembre de 2013, en Roma, al autor de dicho oxímoron. A la pregunta: “Hablando de utilidades, señor Ordine, ¿qué utilidad puede tener este libro, cree usted, entre los jóvenes lectores?”, él respondió: “Espero que este libro les haga entender que, en la actualidad, tenemos más necesidad de lo inútil que de lo útil. Porque en nuestra sociedad se considera útil únicamente aquello que reporta beneficios, sin embargo, para la Humanidad también son importantes la literatura, el arte, la filosofía o la música; cosas que no generan beneficios pero que, no obstante, son realmente útiles desde el punto de vista del espíritu”. Que las Letras, las Humanidades, están de capa caída es un hecho más que constatado. Pocos colegios e institutos albergan entre sus aulas la opción de cursar un Bachillerato de Artes, y de igual forma pocas Universidades ofrecen una carrera puramente “de letras”, como pueda ser Antropología, Filosofía, Historia del Arte o Humanidades. Nunca han sido estudios de muchos alumnos, pero cada vez resulta más difícil que en las aulas haya, por redondear, el mismo número de personas que en una cena de Navidad. ¿Qué ha sucedido? ¿Por qué se desechan estos conocimientos, que en otras épocas se consideraban imprescindibles? ¿Por qué ahora se tildan de aburridos, de inservibles, de, al fin y al cabo, inútiles? ¿Por qué, cuando, continuando con los contrasentidos, nada puede haber más apasionante que el estudio del ser humano y sus más puras facetas?

Nuccio Ordine, al igual que muchos otros compañeros de profesión y pensamiento, se ha hecho estas preguntas y ha querido responderlas y combatirlas en La utilidad de lo inútil, una lectura muy recomendaba, e incluso necesaria, para los tiempos que corren.

Ordine, aunque de forma sintetizada y amena, no es el primero en advertir y alertar sobre el peligro que supondría eliminar de nuestra formación, y por ende de nuestra vida, lo que ha paradójicamente ha nacido con nosotros, arrancar una de nuestras primeras y más importantes raíces: la de la humanidad. Porque el arte, la literatura, la historia, la filosofía… todos estos saberes, los inútiles; se engloban dentro del término Humanidades por una razón: son el estudio de las ciencias humanas, y todo lo humano es lo relativo o intrínseco a los hombres y las mujeres. Una segunda acepción de humano, de la mano a la anterior, es lo contrario a lo cruel, frío o vacío. Y así seríamos nosotros si suprimiésemos la cultura y la belleza que nos aportan los estudios humanísticos. Porque un ensayo filosófico o antropológico no construye oficinas ni instala ordenadores, pero contribuye a que quienes trabajen en ellos amplíen sus conocimientos, tengan más opciones y puedan tomar mejores decisiones. Las personas crecen por dentro cuando amplían su sabiduría, crece su espíritu y su mente se expande como el Universo. Y cuán gratificante es eso, y cuánto bien puede hacer, y no parecen percatarse de ello.

En su ensayo, el profesor Ordine intenta que ese error se enmende, exponiendo y defendiendo la importancia de los saberes clásicos, apoyándose de lo que grandes pensadores, escritores o artistas han comentado acerca de los mismos y el valor que les ha dado la sociedad a lo largo de los siglos. Aristóteles, Ovidio, Dante, Kant, Leopardi, Heidegger o Ionesco son algunos de los autores que ha incluido en el texto para comentar o analizar La útil inutilidad de la literaturaLa Universidad-empresa y los estudiantes-clientes y Poseer mata: “dignitas hominis”, amor, verdad; las tres partes en las que se divide el ensayo.

Qué sería el mundo, la sociedad, la vida; sin aquello que llamamos Humanidades, sin aquello que más y de mejor forma nos define. Sentir curiosidad, admiración, y también miedo e incertidumbre hacia lo que nos rodea. Eso, eso es algo puramente humano. Descubrir una cualidad artística, verla crecer y aprender a amarla, y odiarla en ocasiones. Eso, es también algo puramente humano. Disfrutar de la belleza, en cualquiera de sus facetas, y no pretender definirla ni delimitarla. Reconocerla en las grandes obras de arte y encontrarla en los rincones más inesperados de la rutina. Atreverse con los clásicos de la literatura y dar una oportunidad a los escritos más nuevos. Viajar a través de ambos, a través de autores antiguos y modernos, a través del tiempo y del espacio, sumergir la imaginación en una increíble aventura de la que nunca se regresa con el corazón vacío. Envidiar la inteligencia y en ocasiones profética mente de los primeros filósofos, crecer junto a sus sucesores y atravesar, con curiosidad y valentía, la puerta de la filosofía. Y hacerse preguntas, siempre. Sobre todo, sobre cualquier cosa, para saciar el innato deseo de conocer y comprender el mundo. Y después, si quedan fuerzas, tratar de organizarlo y mantenerlo a flote. Eso, todo eso, es pura, intrínseca e irrevocablemente humano.

Lo práctico a nivel material y lo práctico a nivel espiritual no deben pelear entre sí, sino justamente lo contrario: complementarse. Vivimos en una realidad tangible que requiere de objetos, conocimientos y trabajos tangibles, cierto es. Pero bien es sabido y comprobado que una vida basada en las aspiraciones materiales es la más pobre de todas. Una vida cuya mente no se cultiva ni se abre, por mucho éxito que se tenga, o muchos logros se obtengan, es la más vacía de todas.  Así lo sintetiza el propio Nuccio Ordine: “sin grandes motivaciones interiores, el más prestigioso título adquirido con dinero no nos aportará ningún conocimiento verdadero ni propiciará ninguna auténtica metamorfosis del espíritu”. Nos rodean la envidia, la mentira, las falsas apariencias, la ambición. El deseo de poseer y aumentar riquezas, y de lo menos posible compartirlas. El saber, el conocimiento, es una de las mayores riquezas y, como el amor o la amistad, crece al compartirlo, beneficiando tanto al que lo recibe como al que lo da. “Han caído ustedes en un error deplorable –señaló en su día Victor Hugo, refiriéndose a quienes, como hoy, pretenden difuminar o eliminar la cultura de la sociedad– han pensado que se ahorrarían dinero, pero lo que se ahorran es gloria”. Que no nos suceda como a la clase política a la que se refería el poeta en este extracto del apasionado (como no podría ni debería ser de otra forma) discurso que pronunció en 1848. Un discurso que perfectamente podría haber expuesto hoy en día. Que no nos suceda, no caigamos en el error de desterrar lo que es realmente útil y beneficioso para la sociedad y para cada uno de sus individuos. Porque las costumbres, las modas, los precios, las opiniones; todo lo que rutinariamente nos preocupa y obnubila, está en constante cambio. Lo que un día sirve al siguiente ya es historia y se ha quedado anticuado e inservible. Pero, como decía Hölderlin, “lo que permanece lo fundan los poetas”.