Música Perfecta Charpentier Te deum

Te deum:

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Marc-Antoine Charpentier (1634/43-1704) : Te Deum per soli, coro e orchestra 
(registrazione storica 1963) 
Martha Angelici, Jocelyn Chamonin, soprani ; André Mallabrera, controtenore; Rémy Corazza, tenore ; George Abdoun, Jacques Mars, bassi ; Marie-Claire Alain, organo; Maurice André, tromba ; Chorale de Jeunesse Musicales de France ; Orchestra Jean-François Paillard , direttore Louis Martini

03:36 • Charpentier: Te Deum, polyphonic motet in D major, H 146
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03:36 • Prelude: Marche en rondeau
04:53 • Te deum laudamus: bass solo
05:54 • Te aeternum patrem: chorus and SSAT solo
07:42 • Pleni sunt caeli et terra: chorus
09:51 • Te per orbem terrarum: trio, ATB
13:47 • Tu devicto mortis aculeo: chorus, bass solo
15:00 • Te ergo quaesumus: soprano solo
17:35 • Aeterna fac cum sanctis tuis: chorus
19:55 • Dignare, domine: duo, SB
23:30 • In te domine speravi: chorus with ATB trio
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Official RARE recording of the VATICAN CITY to celebrate the Holy Year 2000 ! Recorded in Rome during the Holy Week, inaugurated by His Holiness Pope John Paul II. Live concert for Soloists, Chorus & Orchestra.

Marc-Antoine CHARPENTIER (1643-1704), the famous french composer of 17th !
» ALMIGHTY GOD, WE PRAISE THEE «.
TE DEUM, one of the composer’s last works (1692), was presumably written for the Jesuits principal church in Paris, St-Louis. The first movement is a martial fanfares that recur throughout the piece, notably in the ‘Prélude en Rondeau’, a movement familiar to European listeners as the EUROVISION theme tune.

Performed by the » Coro & Orchestra dell’ ACCADEMIA NAZIONALE DI SANTA CECILIA «. Chorus Master : Roberto GABBIANI.
Conductor : MYUNG-WHUN CHUNG.
Elisabetta SCANO, Soprano I – Cinzia FORTE, Soprano II – Christina SOGMAISTER, Mezzo-Soprano – Declan KELLY, Tenor – Riccardo NOVARO, Bass.
[ CD LIBRERIA VATICANA – DEUTSCHE GRAMMOPHON-2000 – DDD]

[ Pictures of City of Vatican, St-Peter’s place, St-Peter’ s Basilica of Rome, Swiss Guards, City of Rome – Italy….]

 

Música Perfecta La Resureccion

Haendel- La Resurrección:

Georg Friedrich Händel 1685-1759

Oratorio per La resurrezione di Nostro Signor Gesù Cristo HWV 47
Rome, 1708

PARTE PRIMA
I. Sonata
II. Aria: Disserratevi, O Porte D’Averno
III. Accompagnato: Qual’insolita Luce
IV. Aria: Caddi, E Ver
V. Accompagnato: Ma Che Veggio?
VI. Recitativo Chi Sei? Chi E Questo Re
VII. Aria: D’amor Fu Consiglio
VIII. Recitativo: E Ben, Questo Tuo Nume
IX. Aria: O Voi Dell’Erebo
X. Recitativo: Notte, Notte Funesta
XI. Aria: Ferma L’ali
XII. Recitativo: Concedi, O Maddalena
XIII. Arioso: Piangete, Si, Piangete
XIV. Recitativo: Ahi, Dolce Mio Signore
XV. Duetto: Dolci Chiodi, Amate Spine
XVI. Recitativo O Cleofe, O Maddalena
XVII. Aria: Quando E Parto Dell’affetto
XVIII. Recitativo: Ma Dinne, E Sara Vero
XIX. Aria: Naufragando Va Per L’onde
XX. Recitativo: Itene Pure, O Fide Amiche Donne
XXI. Aria: Cosi La Tortorella
XXII. Recitativo: Se Maria Dunque Spera
XXIII. Aria: Ho Un Non So Che Nel Cor
XXIV. Recitativo: Uscite Pur, Uscite
XXV. Coro: Il Nume Vincitor

PARTE SECONDA
I. Introduzione
II. Recitativo: Di Quai Nuovi Portenti
III. Aria: Ecco Il Sol Ch’esce Dal Mare
IV. Recitativo: Ma Ove Maria Dimora
V. Aria: Risorga Il Mondo
VI. Accompagnato: Di Rabbia Indarno Freme
VII. Recitativo: Misero! Ho Pure Udito?
VIII. Aria: Per Celare Il Nuovo Scorno
IX. Recitativo: Oh Come Cieco Il Tuo Furor Delira!
X. Duetto: Impedirlo Sapro!
XI. Recitativo: Amica, Troppo Tardo Fu Il Nostro Pie
XII. Aria: Per Me Gia Di Morire
XIII. Recitativo: Ahi, Aborrito Nome!
XIV. Aria: Vedo Il Ciel
XV. Recitativo: Cleofe, Siam Giunte Al Luogo
XVI. Aria: Se Per Colpa Di Donna Infelice
XVII. Recitativo: Mio Gesu, Mio Signore
XVIII. Aria: Del Ciglio Dolente
XIX. Recitativo: Si, Si, Cerchiamo Pur
XX. Aria: Augelletti, Ruscelletti
XXI. Recitativo: Dove Si Frettolosi
XXII. Aria: Caro Figlio, Amato Dio
XXIII. Recitativo: Cleofe, Giovanni, Udite
XXIV. Aria: Se Impassibile, Immortale
XXV. Recitativo: Si, Si, Col Redentore
XXVI. Coro: Diasi Lode In Cielo, In Terra

Camilla Tilling [soprano]
Kate Royal [soprano]
Sonia Prina [soprano]
Toby Spence [tenor]
Luca Pisaroni [bass-baritone]

Le Concert d’Astee
Emmanuelle Haim [direction]

• Händel: La resurrezione, sacred oratorio in two parts
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• Katerina Knezikova: soprano
• Hana Blazikova: soprano
• Mariana Rewerski: mezzosoprano
• Eric Stoclossa: tenor
• Tobias Berndt: bass

Collegium 1704
Conducted by Václav Luks

Ensemble website: http://www.collegium1704.com

• Directed by Louise Narboni © Broadcast by Mezzo, 2009

Genial y espectacular versión de este oratorio.

Sonetos religiosos 5

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Catedral de Salamanca
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1
Contemplación del poder del amor divino:
Todo lo vende amor, todo lo espera,
igual es con la muerte en poderío,
divino ardor que no lo anega el río
de la tribulación y angustia fiera.
Sólo el amor no acaba su carrera
con las cenizas del cadáver frío;
en gloria sigue el abrasado estío,
que en cuerpo fue suave primavera.
De amor se paga Dios, y quien le ama
consume en este fuego sus pecados,
puro se entrega como el oro puro.
Que aquella sacra y penetrante llama,
sobre los nudos dulcemente dados,
de esperanza y de fe levanta un muro.
Luis de Ribera (1552-1612)
La llamada divina
Metido andaba en vanas alegrías
sin Ti (mi Dios), de mí mismo olvidado,
y Tú, Señor, mirábasme enojado,
pero porque me amabas, me sufrías.
Esperábasme un día y muchos días;
sufríasme un pecado, otro pecado,
por no perder con solo un golpe airado
la imagen tuya con las culpas mías.
Pusiste en mí tus ojos blandamente,
y con los rayos de tu vista pura
me dejaste trocado en un momento;
Porque en llegando aquella luz ardiente,
quedó deshecha la tiniebla oscura
que ofuscaba mi ciego entendimiento.
Fray Diego Murillo (1555-1616)
Amor de Dios en la Eucarístía
Costumbre es del amante, si se parte,
dejar al que ama, en prenda señalada,
la prenda más querida y precïada
que acuerde su presencia, aunque se parte.
Hoy, Dios, de este manera y con tal arte,
al ausentarse de su Esposa amada,
deja su cuerpo en forma consagrada,
en toda todo y todo en cualquier parte.
¡Oh milagro tan digno de este nombre,
que al más agudo entendimiento y grave
deja confuso, atónito, espantado!
Viendo que sólo por amor del hombre,
Dios, que en el cielo ni en la tierra cabe,
así todo se encierra en un bocado.
Fray Diego Murillo
De un pecador arrepentido
Cobarde llego a vuestra real presencia,
aunque culpados dicen que acaricia,
temblando, ¡ay Dios!, si la he de hallar propicia
por ser envejecida mi dolencia.
Llego, viéndoos con brazos de clemencia,
temo, viéndoos con vara de justicia,
huyo de vos a vos en mi malicia
y apelo a vos de vos de la sentencia.
Para que me convierta, convertidme;
porque no huya, a vuestros pies clavadme,
y pues herido estáis, Señor, heridme.
Oveja vuestra soy, pastor, buscadme;
pródigo vuelvo, Padre, recibidme,
y pues que sois Jesús, ¡Jesús, salvadme!
José de Valdivieso (1560-1638)
¿Cuándo vendrá la muerte?
¿Cuándo vendrá la muerte? No sabemos.
¿El cómo y el lugar? Ni en conjetura.
¿El detener su curso? ¡Qué locura!
Sólo es cierto y de fe que fallecemos.
Pues, ¿cómo la amenaza no tememos
del Crïador de toda criatura?
Deseche la maldad nuestra cordura
y el vïaje del alma preparemos.
La muerte, aunque parece que se esconde,
cada momento nos está acechando;
dejémosla que siga y que nos ronde.
Ella va y viene, y nos está esperando,
y ya que nos oculta cómo y dónde,
estemos prontos para siempre y cuándo.
Diego de Torres Villarroel (1693-1770)
Plegaria
¡Dame, Señor, la firme voluntad,
compañera y sostén de la virtud;
la que sabe en el golfo hallar quietud
y en medio de las sombras claridad:
La que trueca en tesón la veleidad
y el ocio en perenal solicitud,
y las ásperas fiebres en salud,
y los torpes engaños en verdad!
Y así conseguirá mi corazón
que los favores que a tu amor debí,
te ofrezcan fruto en galardón…
y aún tú, Señor, conseguirás así
que no llegue a romper mi confusión
la imagen tuya que pusiste en mí.
Adelardo López de Ayala (1829-1879)
En el camino
Me levantaré e iré a mi padre
I
Resuelve tornar al Padre
No temas, Cristo Rey, si descarriado
tras locos ideales he partido:
ni en mis días de lágrimas te olvido,
ni en mis horas de dicha te he olvidado.
En la llaga cruel de tu costado
quiere formar el ánima su nido,
olvidando los sueños que ha vivido
y las tristes mentiras que ha soñado.
A la luz del dolor, que ya me muestra
mi mundo de fantasmas vuelto escombros,
de tu místico monte iré a la falda,
con un báculo: el tedio, en la siniestra;
con andrajos de púrpura en los hombros,
con el haz de quimeras a la espalda.
II
De cómo se congratulan del retorno
Tornaré como el Pródigo doliente
a tu heredad tranquila; ya no puedo
la piara cultivar, y al inclemente
resplandor de los soles tengo miedo.
Tú saldrás a encontrarme diligente;
de mi mal te hablaré quedo, muy quedo…
y dejarás un ósculo en mi frente
y un anillo de nupcias en mi dedo;
y congregando del hogar en torno
a los viejos amigos del contorno,
mientras yantan risueños a tu mesa,
clamarás con profundo regocijo:
“¡Gozad con mi ventura, porque el hijo
que perdido llorábamos, regresa!”.
III
Pondera lo intenso de la futura vida interior
¡Oh, sí!, yo tornaré; tu amor estruja
con invencible afán al pensamiento,
que tiene hambre de paz y de aislamiento
en la mansa quietud de la cartuja.
¡Oh, sí!, yo tornaré; ya se dibuja
en el fondo del alma, ya presiento
la plácida silueta del convento
con su albo domo y su gentil aguja…
Ahí, solo por fin conmigo mismo,
escuchando en las voces de Isaías
tu clamor insinuante que me nombra,
¡cómo voy a anegarme en el mutismo,
cómo voy a perderme en las crujías,
cómo voy a fundirme con la sombra!
Amado Nervo (1870-1919)
Ten piedad, mi Señor, de mi presente
como ya la tuviste del pasado,
y ya que el corazón me lo has trocado,
ayúdame a vivir cristianamente.
Mira que quiero verme transformado,
transido de tu amor profundamente;
testigo de tu Cruz, constantemente
de espinas en mi cuerpo traspasado.
Pues de ti me confieso enamorado,
sólo tú has de ocupar mi pensamiento
Señor, amigo fiel, Crucificado.
Y puesto de rodillas a tu lado
tan sólo han de trabar conocimiento
mis ojos y tu cuerpo tan llagado.
Teófilo Amores
Si de la oscuridad me reclamaste
con tu Pasión tras verte escarnecido,
¡cuánto agradezco aquello que has sufrido,
pues que con ello, Amado, me salvaste!
Si por tu celo y amor no me dejaste,
ya que de ti fui siempre perseguido,
tan solo es tuyo, Señor, lo conseguido,
pues con tu sangre y tus ojos me alcanzaste.
¡Cuánta miseria y lodo hay en mi vida!
¡Cuánto sufriste, Amor, por no quererte!
¡Qué salvación me has dado inmerecida!
Vamos, Señor: dame pronto la muerte,
ya que por ella he de encontrar la Vida…
Quiero morir, Señor, … para tenerte.
Teófilo Amores
La partida
Contigo, mano a mano. Y no retiro
la postura, Señor. Jugamos fuerte.
Empeñada partida en que la muerte
Será baza final. Apuesto. Miro
tus cartas, y me ganas siempre. Tiro
las mías, Das de nuevo. Quiero hacerte
trampas. Y no es posible. Clara suerte
tienes, contrario en el que tanto admiro.
Pierdo mucho, Señor. Y apenas queda
tiempo para el desquite. Haz Tú que pueda
igualar todavía. Si mi parte
no basta ya por pobre y mal jugada,
si de tanto caudal no queda nada,
ámame más, Señor, para ganarte.
José García Nieto
¿Por qué, de pronto, así, reconciliado
con todo: con el mundo y su armonía?
Señor, en este tarde, tuya y mía,
dame que se haga eterno tu cuidado.
¿Por qué sin esperarte has esperado
a un corazón que hacia el desierto huía?
¿Por qué me has dicho: “Hay tiempo todavía
para recuperar al olvidado”?
Atrás mi casa “estaba sosegada”;
se quedaba en mis hijos la mirada;
habías Tú dispuesto mesa y vino.
Y he salido a buscarte, y a perderme,
y a herirme con tu espada… Solo, inerme,
me has dejado en un alto del camino.
José García Nieto
Arde Lorenzo y goza en las parrillas;
el tirano en Lorenzo arde y padece,
viendo que su valor constante crece
cuanto crecen las llamas amarillas.
Las brasas multiplica en maravillas
y el sol entre carbones amanece
y en alimento a su verdugo ofrece
guisadas del martirio sus costillas.
A Cristo imita en darse en alimento
a su enemigo, esfuerzo soberano
y ardiente imitación del Sacramento.
Mírale el cielo eternizar lo humano,
y viendo victorioso el vencimiento
menos abrasa que arde el vil tirano.
Francisco de Quevedo y Villegas (Madrid, 1580 – 1645)
Salmo II
¡Cuán fuera voy, Señor, de tu rebaño,
llevado del Antojo y gusto mío!
Llévame mi esperanza viento frío,
y a mí con ella disfrazado engaño.
Un año se me va tras otro año:
y yo más duro y pertinaz porfío
por mostrarme más verde mi Albedrío,
la torcida raíz de tanto daño.
Llámasme, gran Señor: nunca respondo.
Sin duda mi respuesta sólo aguardas,
pues tanto mi remedio solicitas.
Mas, ¡ay!, que sólo temo en Mar tan hondo,
que lo que en castigarme ahora aguardas,
doblando los castigos lo desquitas.
Francisco de Quevedo y Villegas

Sonetos religiosos 4

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De las condiciones del pájaro solitario
“Las condiciones del pájaro solitario son Cinco: la L primera, que se va a lo más alto; la segunda, que no sufre compañía, aunque sea de su natura-leza; la tercera, que pone el pico al aire; la cuarta, que no tiene determinado color; la quinta, que canta suavemente. Las cuales ha de tener el alma contemplativa: que ha de subir sobre las cosas transitorias no haciendo más caso de ellas que si no fuesen, y ha de ser tan amiga de la soledad y el silencio, que no sufra compañía de otra criatura; ha de poner el pico al aire del Espíritu Santo, corres-pondiendo a sus inspiraciones, para que, haciéndolo así, se haga más digna de su compañía; no ha de tener determinado color, no teniendo determina-ción en ninguna cosa, sino en lo que es voluntad de Dios; ha de cantar suavemente en la contemplación y amor de su Esposo”.
«Dichos de luz y amor»
San Juan de la Cruz
I
«…La primera, que se va a lo más alto».
Si fuera yo, si fuera yo, si fuera
un pájaro de llama enamorado,
un pájaro de luz tan incendiado
que en el silencio de tu noche ardiera;
si pudiera subirme, si pudiera
muy más allá de todo lo creado
y en la última rama de mi Amado
pusiera el corazón y el alma entera;
si aún más alto, más alto, y más volara,
allí donde no hay aire ya, ni vuelo,
allí donde tu mano es agua clara
y no es preciso mendigar consuelo,
allí -¡qué soledad!- yo me dejara
dulcemente morir de tanto cielo.
II
«…la segunda, que no sufre compañía,
aunque sea de su naturaleza».
¿Y qué has hecho de mí, pues a desierto
me sabe todo amor cuando te has ido?
Tú lo sabes muy bien; yo siempre he sido
un mendigo de amor en cada puerto.
Tendí mi mano en el camino incierto
de la belleza humana: cualquier nido
podía ser mi casa; y he pedido
tantos besos, que tengo el labio muerto.
Y ahora todo es sal. Me sabe a tierra
el pobre corazón. Estoy vacío.
El calor de un abrazo es calor frío.
Pues tu amor me redime y me destierra
y sé que mientras Tú no seas mío
hasta la paz va a parecerme guerra.
III
«…la tercera, que tiene el pico al aire».
Al aire de tu vuelo está mi vida.
Perdido en el silencio más delgado,
despojado de mí, deshabitado,
abierto estoy como se abre una herida.
Abierto a Ti, mi corazón se olvida
de respirar, y, estando tan callado,
escucha los latidos del Amado,
la voz de amor que a más amor convida.
El pico al aire, el viento de tu viento
respirará gozoso en la arboleda,
porque tu voz es todo mi alimento.
Y, mientras a tus pies mi canto queda,
en el silencio dormiré contento.
Lejos el mundo rueda, rueda y rueda
IV
«…la cuarta, que no tiene determinado color».
Al acercarme al agua de tu río
lo que yo fui se fue desvaneciendo,
lo mucho que soñé se fue perdiendo
y de cuanto yo soy ya nada es mío.
Tan sólo en Ti y en tu hermosura fío,
soy lo que eres, acabaré siendo
rastro de Ti, y triunfaré perdiendo
en combate de amor mi desafío.
Ya de hoy no más me saciaré con nada;
sólo Tú satisfaces con tu todo.
Un espejo seré de tu mirada,
esposados los dos, codo con codo.
Y, cuando pongas fin a mi jornada,
yo seré Tú, viviendo de otro modo.
V
«…la quinta, que canta suavemente».
Yo que hablé tanto, tanto, tanto y tanto,
que siempre fui un charlatán del viento,
un mayorista de palabras, siento
que no me queda voz para tu canto.
Y hoy que, temblando, mi canción levanto,
se quiebra en mi garganta el sentimiento
y ya más que canción es un lamento,
y ya más que lamento es sólo un llanto.
Adelgázame, Amor, mi voz ahora,
déjala ser silencio, llama pura;
río de monte, soledad sonora,
álamo respirando en la espesura.
Déjame ser un pájaro que llora
por no saber cantar tanta hermosura.
José Luis Martín Descalzo (Madridejos. Toledo, 1930-1994)
La espera
Te esperaré, Señor, tenso el oído
al callado temblor de tu pisada
sobre la senda nueva, acostumbrada
de tanto presentirte ya venido.
Te esperaré, Señor, estremecido
el cielo de mi noche inacabada,
despierta mi impaciencia a tu llamada
y hecha mi cárcel vuelo reprimido.
Te esperaré, Señor, hasta que quieras
trocarme en logro de tu dulce encuentro
esta amarga quietud de mis esperas.
Te esperaré en mi casa anochecida,
vallada en soledad por fuera y dentro,
a la luz de mi lámpara encendida.
Emeterio García Setién (Santander, 1915)
Íntima
Lo mejor que hay en mí ya te 1o he dado,
en mi secreta copa misteriosa.
Abierta se quedó la oculta rosa.
¡Ya estoy solo, tranquilo, despojado!
Tu dardo fue certero en mi costado:
tu llama fue voraz y luminosa.
¡Qué dulce su caricia silenciosa
que todo lo consume y lo ha trocado!
Que todo lo ha trocado en un deseo
que palpita en el fondo de la sombra,
donde a pesar de las tinieblas veo.
Ya es tuyo lo que es tuyo y me has logrado.
Aquello cuya voz todo lo nombra,
lo mejor que hay en mí, ya te lo he dado.
Juan Alberto de los Carmenes, Cuba
Oremos
Corazón, corazón, la travesía
te hace a veces sangrar con su aspereza.
La oración te será tu fortaleza,
¡reza, reza a Jesús, reza a María!
Orar logra entender la profecía
que es la cruz toda báculo y firmeza
y escala de ideal. Por eso, reza
para encender tu noche con su Día.
Oculto hablar, coloquio silencioso,
vena de un hondo y divinal reposo
donde renuevan fuerzas tus anhelos.
Santa oración, que todo el triunfo encierra.
¡Eres sobre el dolor de tanta tierra
la alegre embajadora de los cielos!
Juan Alberto de los Carmenes
Eucaristía
¿Quién te ha atado, Señor, a esta cadena,
a esta blanca cadena de la harina,
a este disfraz de pan, vianda divina
de misterio y deleite todo llena?
¿Quién te trajo por mesa tan ajena
de la deidad donde tu ser culmina,
para ocupar en la escasez mezquina
el puesto del manjar en nuestra cena?
¡Quién fue sino el Amor, y un amor tanto
que no cabe en la mente estremecida,
supera nuestro asombro y nuestro espanto!
¡ Y sólo puede el alma conmovida
ablandar esta harina con su llanto
y alimentar con este Pan la vida!
Juan Alberto de los Cármenes
Primera misa
Cuando suba al altar, cuando yo sienta
el suave son del órgano armonioso,
y entre. nubes de incienso vaporoso
se eleve el alma en la plegaria atenta.
En el instante de la ofrenda incruenta,
cuando feliz me incline tembloroso,
y el divino conjuro misterioso
la voz pronuncie conmovida y lenta.
En ese instante de ardoroso encanto,
de fe transida y silencioso llanto,
¡qué sentirá mi corazón aleve
cuando implorando amor que lo sostenga,
entre mis manos, mi Jesús, te tenga,
y ente mis manos, mi Jesús, te eleve!
Juan Alberto de los Cármenes
La tempestad
Te soñaba en mi noche tan lejano…
y creía mi mar tan sin orilla,
que alargaba mi angustia a la sencilla
omnipotencia alada de tu mano.
Vigía en tensa espera mi desvelo,
al tiempo que la sombra avizoraba,
la fe de mi esperanza agonizaba
en la inquieta impaciencia de mi anhelo.
Y, al rendirme al clamor de mis temores,
sorprendime al saber que Tú dormías
en el fondo del alma, quietamente.
Y, al quebrar la mañana sus albores,
vi, admirado, Señor, que sonreías
por mi angustia de niño, dulcemente.
Daniel Alfonso Vega (Gáname. Zamora, 1928)
Trascendencia
Yo sé de una perenne primavera
tras de algún horizonte sin orilla.
Allí para mis ojos un sol brilla
saciativo y redondo en tensa espera.
Y será alguna tarde. Cuando muera
entre mis manos esta lamparilla
de la luz de mi tiempo. Ya mi quilla
he enfilado hacia el lago sin ribera.
¿Cuándo será esa tarde, con su ocaso
perfumado de esencias de otras flores?
Mi alma es toda inquietud por sus caminos.
Todo se vuelva alfombras a mi paso:
Brisas, auroras, fuentes, ruiseñores.
Ya se alarga la sombra de los pinos.
Pablo Fernández Rey (Pinilla de los Barruecos, Burgos, 1928)
Así en tu mar…
Me ha robado,. Señora, la luz clara
de tus ojos azules. En prisiones
tan suaves, rindo ya las ambiciones
con que un ansia secreta se me ampara.
¡Cárcel de Dios y carcelera mía!
¡Dulce pirata de mi ardiente vuelo!
¡Desvelo de ilusión, claro desvelo
de los vuelos sin rumbo de mi ría!
Corta ya las amarras al navío,
Virgencita del Carmen, marinera.
Por faro, la luz blanca de tus ojos
nos brilla ya en la orilla. Tus anteojos
tomen hoy el timón de mi albedrío.
Y un día… así en tu mar ¡que yo me muera!
Eduardo T. Gil de Muro (Arnedo. La Rioja, 1927)
La última verdad
POR perseguirme a mi me fui Contigo
tras de un buscarte agotadoramente;
se me iba tu presencia en el torrente
clamoroso que hería mi castigo.
Me vi, Señor, sin Ti, me vi mendigo
mi cuerpo a cuestas dolorosamente.
Te vi cómo escapabas tristemente
sin que quisiera ser, Señor, Tu amigo.
Al fin yo me rendí a la instancia hambrienta
que me cavaba el alma como un toro
cava en la noche el río de sus celos.
Y te sentí conmigo en mi tormenta
corno un pulso cautivo y tan sonoro,
que. el alma se pobló toda de vuelos.
Ángel Mª Martínez

Sonetos religiosos 3

013_El_Cristo_de_San_Juan_48x80_O
Oración a la luz
Señor: Yo sé que en la mañana pura
de este mundo, tu diestra generosa
hizo la luz antes que toda cosa
por que todo tuviera su figura.
Yo sé que te refleja la segura
línea inmortal del lirio y de la rosa
mejor que la embriagada y temerosa
música de los vientos en la altura.
Por eso te celebro yo en el frío
pensar exacto a la verdad sujeto
y en la ribera sin temblor del río;
por eso yo te adoro, mudo y quieto;
y por eso, Señor, el dolor mío
por llegar hasta ti se hizo soneto.
José María Pemán (Cádiz, 1897-1891)
Sonetos de esperanza
I
Cuando a tu mesa voy y de rodillas
recibo el mismo pan que Tú partiste
tan luminosamente, un algo triste
suena en mi corazón mientras Tú brillas.
Y me doy a pensar en las orillas
del lago y en las cosas que dijiste…
¡Cómo el alma es tan dura que resiste
tu invitación al mar que andando humillas!
Y me retiro de tu mesa ciego
de verme junto a Ti. Raro sosiego
con la inquietud de regresar rodea
la gran ruina de sombras en que vivo.
¿Por qué estoy miserable y fugitivo
y una piedra al rodar me pisotea?
II
Y salgo a caminar entre dos cielos
y ya al anochecer vuelvo a mis ruinas.
Ultimas nubes, ángeles divinas,
se bañan en desnudos arroyuelos.
La oscura sangre siente los flagelos
de un murciélago en ráfaga de espinas,
y aun en las limpias aguas campesinas
se pudren luminosos terciopelos.
La poderosa soledad se alegra
de ver las luces que su noche integra.
¡Un cielo enorme que alojaría puede!
Y un goce primitivo, una alegría
de Paraíso abierto se sucede.
Algo de Dios al mundo escalofría.
Carlos Pellicer (Villahermosa, México, 1899-1977)
Arrepentimiento
¿Qué has hecho tú? ¡Dámaso, bruto, bruto!
Del mundo, libertad centro te hacía.
Tiempo de Dios, en libertad crecía.
La flor, en rama, libre se iba a fruto.
¿Qué hiciste, adolescente chivo hirsuto,
luego chacal, pantera de su hombría,
hoy mico viejo ya, tú, inarmonía
del orbe en Dios, Dámaso bruto, bruto?
¡Alas de libertad! Aire sereno
del orden era en torno. Y yo gritaba:
«¡Libre Dámaso-dios!» Dámaso impío:
aire de Dios rasgó mi desenfreno
que osé la libertad que Dios me daba,
látigo contra Dios alzar, ¡Dios mío!
Dámaso Alonso (Madrid, 1898-1990)
Como la hiedra
Por el dolor creyente que brota del pecado.
Por haberte querido de todo corazón.
Por haberte, Dios mío, tantas veces negado;
tantas veces pedido, de rodillas, perdón.
Por haberte perdido; por haberte encontrado.
Porque es como un desierto nevado mi oración.
¡Porque es como la hiedra sobre el árbol cortado
el recuerdo que brota cargado de ilusión!
Porque es como la hiedra, déjame que Te abrace,
primero amargamente, lleno de flor después,
y que a mi viejo tronco poco a poco me enlace,
y que mi vieja sombra se derrame a tus pies;
¡porque es como la rama donde la savia nace,
mi corazón, Dios mío, sueña que Tú lo ves!
Leopoldo Panero (Astorga, 1909-1962)
A Jesucristo N.S., muerto en la Cruz para salvarnos
Casi en las manos sosteniendo el brío,
desprendido y yacente el cuerpo santo
deshabitado está, ¡no alzad el llanto!
Ya tiene luz la rosa y gozo el río.
La muerte confirmó su señorío
sobre la carne del Señor y, en tanto,
si es sombra sana su mortal quebranto,
ya está el tiempo parado, Cristo mío;
ya está el tiempo en el mar y está cumplida
la noche en la mirada redentora
que vio la luz mirando el firmamento.
¡y volverá el pecado con la vida,
y clavada en la cruz está la Aurora
ya inútil al abrazo y leve al viento!
Luis Rosales (Granada, 1910-1992)
A Jesús crucificado
Delante de la Cruz, los ojos míos,
quédense, Señor, así mirando
y sin ellos quererlo, estén llorando,
porque pecaron mucho y están fríos.
Y estos labios que dicen mis desvíos,
quédenseme, Señor, así cantando,
y, sin ellos quererlo, estén rezando
porque pecaron mucho y son impíos.
Y así, con la mirada en vos prendida,
y así, con la palabra prisionera
como a carne a vuestra cruz asida,
quédeseme, Señor, el alma entera,
y así, lavada en vuestra Cruz mi vida,
Señor, así, cuando queráis me muera.
Rafael Sánchez Mazas
Hombre
Luchando, cuerpo a cuerpo, con la muerte,
al borde del abismo, estoy clamando
a Dios. Y su silencio, retumbando,
ahoga mi voz en el vacío inerte.
¡Oh Dios! Si he de morir, quiero tenerte
despierto. Y, noche a noche, no sé cuándo,
oirás mi voz. ¡Oh Dios! Estoy hablando
solo. Arañando sombras para verte.
Alzo la mano, y tú me la cercenas.
Abro los ojos: me los sajas vivos.
Sed tengo, y sal se vuelven tus arenas.
Esto es ser hombre: horror a manos llenas.
Ser -y no ser- eternos, fugitivos.
¡Ángel con grandes alas de cadenas!
Blas de Otero (Bilbao, 1916-1979)
Salmo por el hombre de hoy
Salva al hombre, Señor, en esta hora
horrorosa, de trágico destino;
no sabe adónde va, de dónde vino
tanto dolor, que en sauce roto llora.
Ponlo de pie, Señor, clava tu aurora
en su costado, y sepa que es divino
despojo, polvo errante en el camino;
mas que tu luz lo inmortaliza y dora.
Mira, Señor, que tanto llanto, arriba,
en pleamar, oleando a la deriva,
amenaza cubrirnos con la Nada.
¡Ponnos, Señor, encima de la muerte!
¡Agiganta, sostén nuestra mirada
para que aprenda, desde ahora, a verte!
Blas de Otero
Más que eterno
¡Ansia de eternidad! Señor, ¿acaso
no es suficiente ya con esta vida,
con esta hermosa noche concedida,
límite entre tu aurora y nuestro ocaso?
¿Si la luz de esta noche en que me abraso,
si el fuego en que mi sangre está encendida
no colman mi ambición en su medida,
dime qué tierra medirá mi paso?
¿Qué cielo exigiré para mi frente,
qué luz para mis ojos y qué fuego
para este corazón tan vehemente?
Será inmortal. ¿ Y alcanzaré el sosiego?
¿La eternidad será, al fin, suficiente?
No siempre, siempre pediré más, luego.
Vicente Gaos (Valencia, 1919-1980)
Fe de errores
(Mea culpa)
Cuando te imaginaba más cercano,
Qué lejos de ti estaba, Señor mío.
Cuando sentía hambre y sed y frío
Y distancia de Ti, tú de tu mano
me tenías, Señor. Ese es tu arcano
misterioso. Y yo, mi pensamiento impío,
no creía ni en mí. ¿Libre albedrío?
¡Ensueño de una noche de verano!
Mas de pronto surgiste. Tú, solemne,
mostrándome las llagas, como hiciste
con Tomás el incrédulo, conmigo.
Y te di gracias por salvarme indemne
de tanta ceguedad en que me hundiste
para alzarme al final, Señor, mi Amigo.
Vicente Gaos
Al nacimiento de Cristo, Nuestro Señor
Pender de un leño, traspasado el pecho
y de espinas clavadas ambas sienes,
dar tus mortales penas en rehenes
de nuestra gloria, bien fue heroico hecho;
pero más fue nacer en tanto estrecho,
donde, para mostrar en nuestros bienes
a donde bajas y de donde vienes,
no quiere un portalillo tener techo.
No fue ésta más hazaña, oh gran Dios mío,
del tiempo por haber la helada ofensa
vencido en flaca edad con pecho fuerte
(que más fue sudar sangre que haber frío),
sino porque hay distancia más inmensa
de Dios ahombre, que de hombre a muerte.
Luis de Góngora (1561-1627)
Pecado y resurrección
¡Qué inmensa, negra noche desolada,
sus tinieblas de espanto, y de amargura,
su frío desamor, su sombra impura,
descendió sobre mi alma abandonada!
¡Qué triste corazón sin tu mirada,
sin tu luz, mi Señor, sin tu ventura!
¡Qué muerte sin tu amor! ¡Qué desventura
sentir mi sequedad, mi amarga nada!
Es la Noche, es la Sombra, es el no verte,
Señor, en la ceguera del pecado
la más amarga, cruel, trágica muerte…
Te tuve en mis entrañas sepultado
tanto tiempo, Señor, sin conocerte…
¡Mas nuevamente en mí has resucitado!
Bartolomé Llorens Catarroja, ( Valencia, 1922-1946)
Soneto a Cristo (Trilogía)
I
No te entiendo, Señor, cuando te miro
frente al mar, ante el mar crucificado.
Solos el mar y Tú. Tú en la cruz, anclado,
dando a la mar el último suspiro.
No sé si entiendo lo que más admiro:
que ante el mar estando Dios callado,
que brote el agua, muda, a su costado,
tras el morir, de herida sin respiro.
O el mar o Tú me engañas, al mirarte
entre dos soledades, a la espera
de un mar de sed, que es sed de mar perdido.
¿Me engañas Tú o el mar, al contemplarte
anda celeste en tierra marinera,
mortal memoria ante inmortal olvido?
II
Ven ya, madre de monstruos y quimeras,
paridora de música radiante:
ven a cantarle al Hombre agonizante
tus mágicas palabras verdaderas.
Rompe a sus pies tus olas altaneras,
deshechas en murmullo suspirante.
De la nube sin agua al desbordante
trueno de tu voz, enciende tus banderas.
Relampaguea, de tormenta suma,
la faz divinamente atormentada
del Hijo a tus entrañas evadido.
Pulsa la cruz con dedos de tu espuma.
Y mece, por el sueño acariciada,
la muerte de tu Dios recién nacido.
III
No se mueven de Dios para anegarte
las aguas por sus manos esparcidas;
ni se hace lengua el mar en tus heridas,
lamiéndolas de sal, para callarte.
Llega hasta ti la mar, a suplicarte,
madre de madres por tu afán transidas,
que ancles en sus entrañas doloridas
la misteriosa voz con que engendraste.
No hagas tu cruz, espada en carne muerta;
mástil en tierra y sequedad hundido,
árbol en cielo y nubes arraigado.
Madre tuya es la mar, sola, desierta.
Mírala tú que callas, tú caído.
Y entrégale tu grito arrebatado.
José Bergamín
¿Dónde está, Señor, tu luz?
Dame, Señor, tu mano guiadora.
Dime dónde la luz del sol se esconde.
Dónde la vida verdadera. Dónde
la verdadera muerte redentora.
Que estoy ciego, Señor, que quiero ahora
saber. Anda, Señor, anda, responde
de una vez para siempre. Dime dónde
se halla tu luz que dicen cegadora.
Dame, Señor, tu mano. Dame el viento
que arrastra a Ti a los hombres desvalidos.
O dime dónde está, para buscarlo.
Que estoy ciego, Señor. Que ya no siento
la luz sobre mis ojos ateridos
y ya no tengo Dios para adorarlo.
Jorge López Gorge
Hablando claro
Las cosas claras, Dios, las cosas claras.
¿Acaso te pedí que me nacieras,
que de dos voluntades verdaderas,
de barro y llanto, Dios, me levantaras?
¿Acaso te pedí que me dejaras
en mitad de la calle -en las aceras
se apiñaba la vida-, y que te fueras
y que con tu desdén me atropellaras?
Palabra que no sé por lo que peco.
Palabra que procuro, mas en vano,
llenar tu hueco, rellenar mi hueco.
Pero soy nada más Carlos Muriano.
Ni hombre ni nada, Dios; sólo un muñeco
que se mueve en la palma de tu mano.
Carlos Muriano (Arcos de la Frontera. Cádiz, 1931)
Corpus Christi
Todo fue así, tu voz, tu dulce aliento
sobre un trozo de pan que bendijiste,
que en humildad partiste y repartiste
haciendo despedida y testamento.
«Así mi cuerpo os doy en alimento…»
¡Qué prodigio de amor! Porque quisiste,
diste tu carne al pan y te nos diste
Dios, en el trigo para sacramento.
Y te quedaste aquí, patena viva,
virgen alondra que le nace al alba
de vuelo siempre y sin cesar cautiva.
Hostia de nieve, nube, nardo, fuente,
gota de luna que ilumina y salva.
Y todo ocurrió así, sencillamente.
Sencillamente, como el ave cuando
inaugura, de un vuelo, la mañana;
sencillamente, como la fontana
canta en la roca, agua de luz manando;
sencillamente, como cuando ando,
como cuando Tú andabas la besana,
cuando calmabas sed samaritana,
cuando te nos morías perdonando.
Sencillamente. Hora de paz. ¡Qué leves
tus manos para el pan, para el amigo!
cena de doce y Dios. Noche de Jueves.
Y era en Jerusalén la primavera.
Y era blanco milagro ya aquel trigo.
Sencillamente: «Este es mi cuerpo». Y era.
Que viene por la calle Dios, que viene
como de espuma o pluma o nieve ilesa;
tan azucenamente pisa y pesa
que sólo un soplo de aire le sostiene.
Otro milagro, ¿ves? El, que no tiene
ni tamaño ni límites, no cesa
nunca de recrearnos la sorpresa
y ahora en un aro de aire se contiene.
Se le rinde el romero y se arrodilla;
se le dobla la palma ondulante;
las torres en tropel, campaneando.
Dobla también y rinde tu rodilla,
hombre, que viene Cristo caminante
-poco de pan, copo de pan- pasando.
Antonio y Carlos Muriano

Garcilaso de la Vega

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Mi mejor soneto de la lengua castellana:

Escrito está en mi alma vuestro gesto
y cuanto yo escribir de vos deseo:
vos sola lo escribistes; yo lo leo
tan solo que aun de vos me guardo en esto.

En esto estoy y estaré siempre puesto,
que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo,
de tanto bien lo que no entiendo creo,
tomando ya la fe por presupuesto.

Yo no nací sino para quereros;
mi alma os ha cortado a su medida;
por hábito del alma misma os quiero;

cuanto tengo confieso yo deberos;
por vos nací, por vos tengo la vida,
por vos he de morir, y por vos muero.

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Sonetos completos:

Garcilaso_de_la_Vega_Inca_-_Sonetos_-_v1.0

Obra completa:

Garcilaso De La Vega – Poesía Completa

Si de mi baja lira
tanto pudiese el son que en un momento
              aplacase la ira
              del animoso viento
y la furia del mar y el movimiento,
              y en ásperas montañas
con el süave canto enterneciese
              las fieras alimañas,
              los árboles moviese
y al son confusamente los trujiese:
              no pienses que cantado
seria de mí, hermosa flor de Gnido,
              el fiero Marte airado,
              a muerte convertido,
de polvo y sangre y de sudor teñido,
              ni aquellos capitanes
en las sublimes ruedas colocados,
              por quien los alemanes,
              el fiero cuello atados,
y los franceses van domesticados;
              mas solamente aquella
fuerza de tu beldad seria cantada,
              y alguna vez con ella
              también seria notada
el aspereza de que estás armada,
              y cómo por ti sola
y por tu gran valor y hermosura,
              convertido en vïola,
              llora su desventura
el miserable amante en tu figura.
              Hablo d’aquel cativo
de quien tener se debe más cuidado,
              que ’stá muriendo vivo,
              al remo condenado,
en la concha de Venus amarrado.
              Por ti, como solía,
del áspero caballo no corrige
              la furia y gallardía,
              ni con freno la rige,
ni con vivas espuelas ya l’aflige;
              por ti con diestra mano
no revuelve la espada presurosa,
              y en el dudoso llano
              huye la polvorosa
palestra como sierpe ponzoñosa;
              por ti su blanda musa,
en lugar de la cítera sonante,
              tristes querellas usa
              que con llanto abundante
hacen bañar el rostro del amante;
              por ti el mayor amigo
l’es importuno, grave y enojoso:
              yo puedo ser testigo,
              que ya del peligroso
naufragio fui su puerto y su reposo,
              y agora en tal manera
vence el dolor a la razón perdida
              que ponzoñosa fiera
              nunca fue aborrecida
tanto como yo dél, ni tan temida.
              No fuiste tú engendrada
ni producida de la dura tierra;
              no debe ser notada
              que ingratamente yerra
quien todo el otro error de sí destierra.
              Hágate temerosa
el caso de Anajárete, y cobarde,
              que de ser desdeñosa
              se arrepentió muy tarde,
y así su alma con su mármol arde.
              Estábase alegrando
del mal ajeno el pecho empedernido
              cuando, abajo mirando,
              el cuerpo muerto vido
del miserable amante allí tendido,
              y al cuello el lazo atado
con que desenlazó de la cadena
              el corazón cuitado,
              y con su breve pena
compró la eterna punición ajena.
              Sentió allí convertirse
en piedad amorosa el aspereza.
              ¡Oh tarde arrepentirse!
              ¡Oh última terneza!
¿Cómo te sucedió mayor dureza?
              Los ojos s’enclavaron
en el tendido cuerpo que allí vieron;
              los huesos se tornaron
              más duros y crecieron
y en sí toda la carne convertieron;
               las entrañas heladas
tornaron poco a poco en piedra dura;
              por las venas cuitadas
              la sangre su figura
iba desconociendo y su natura,
              hasta que finalmente,
en duro mármol vuelta y transformada,
              hizo de sí la gente
              no tan maravillada
cuanto de aquella ingratitud vengada.
              No quieras tú, señora,
de Némesis airada las saetas
              probar, por Dios, agora;
              baste que tus perfetas
obras y hermosura a los poetas
              den inmortal materia,
sin que también en verso lamentable
              celebren la miseria
              d’algún caso notable
que por ti pase, triste, miserable.