El arte de vivir (en tiempos difíciles) Epicteto 5

XXIII Si alguna vez ocurre que te vuelves hacia las cosas externas por querer agradar a alguien, que sepas que estarás quebrantando tus principios. Conténtate, pues, en todo momento, con ser un filósofo. Y si además quieres aparentar que lo eres, parécetelo a ti mismo y será suficiente.

XXIV No permitas que maquinaciones como estas te aflijan: «Me pasaré la vida sin honores y no seré nadie en ningún lado». Pues si el deshonor es un mal, no puedes estar en el mal por causa de otro, ni tampoco en la vergüenza . ¿Acaso depende de ti ser elegido para un cargo público o ser invitado a un banquete? En absoluto. ¿Entonces cómo podría esto ser un deshonor? ¿Y cómo podrías no ser nadie en ningún lado, tú que solo debes ser alguien en las cosas que dependen de ti, en las que te es posible ser de gran valor? «Pero tus amigos se quedarán desamparados.» ¿Qué quieres decir cuando hablas de «desamparados»? No recibirán tu dinero, ni los convertirás en ciudadanos romanos . ¿Pero quién te ha dicho a ti que esas cosas dependen de nosotros y que no son, más bien, asuntos ajenos? ¿Y quién podría dar a otro lo que ni él mismo posee? «Gana dinero, entonces –dirá alguien–, para que también nosotros tengamos.» Si puedo ganarlo manteniéndome decente, leal y magnánimo, enséñame el camino y lo ganaré. Pero si pretendéis que pierda los bienes que de verdad me pertenecen para que vosotros obtengáis cosas que no son bienes, ya veis hasta qué punto sois injustos e insensatos. ¿Y qué es lo que deseáis más, dinero o un amigo leal y decente? Entonces mejor ayudadme a serlo en vez de pedirme que haga las cosas que me harían perder esos bienes. «Pero mi patria, en lo que dependía de mí –dirá otro–, quedará desamparada.» Una vez más, ¿de qué ayuda hablas? No obtendrá de ti ni pórticos ni baños públicos. ¿Y qué? Tampoco recibe zapatos del herrero ni armas del zapatero. Basta con que cada uno cumpla con su cometido. Si tú eres capaz de producir otro ciudadano leal y decente, ¿acaso no le eres de utilidad? «Claro que sí.» Entonces tampoco tú mismo le habrás sido inútil. «¿Y qué puesto –dirá– ocuparé en la ciudad?» El que puedas ocupar mientras te mantengas a la vez leal y decente. Pero si queriendo serle útil pierdes estas cualidades, ¿de qué le servirás, habiéndote convertido en alguien indecente y desleal?

XXV ¿Alguien ha recibido más honores que tú en un banquete o en una recepción, o ha sido invitado a formar parte del consejo? Si esto han sido cosas buenas, debes alegrarte de que aquel los haya recibido; si han sido cosas malas, no te disgustes por no haberlos recibido tú. Y recuerda que, como no haces lo mismo que otros para obtener las cosas que no dependen de nosotros, tampoco puedes pretender los mismos resultados. ¡Cómo podría obtener lo mismo quien no llama a las puertas de otros que quien sí lo hace; quien no se arrima que quien se arrima; quien no halaga que quien halaga! Serías injusto y codicioso si quisieras poseer estas cosas sin pagar el precio por el que se venden. ¿A cuánto están las lechugas? Pongamos que a un óbolo. Pues si alguien suelta el óbolo se lleva las lechugas. Tú, como no lo has soltado, no te las llevas. Pero no creas que tienes menos que el que se las lleva: él tiene sus lechugas y tú el óbolo que no has gastado. Del mismo modo sucede también en nuestro asunto. ¿No te han invitado al banquete de alguien? Eso es porque no le has pagado al anfitrión el precio al que vende la cena. La vende por halagos. La vende por atención. Dale, pues, si te merece la pena, el precio que exige. Pero si no quieres pagarle y aun así quieres recibir esas cosas, eres un codicioso y un necio. ¿Acaso no tienes nada en lugar de esa cena? Tienes el no haber halagado a quien no querías, y el no haber tenido que aguantar mecha delante de su puerta.

XXVI Podemos conocer la voluntad de la naturaleza partiendo de aquellas cosas en las que no discrepamos los unos de los otros. Por ejemplo, cuando el esclavo de otro rompe una copa, pronto estamos dispuestos a decir «son cosas que pasan». Por tanto, debes saber que cuando se rompa la tuya has de comportarte igual que cuando se rompió la de otro. Y aplica esto también a las cosas más graves. ¿Ha muerto el hijo o la mujer de otro? Nadie habrá que no diga: «es el destino humano» . Pero cuando es el hijo de uno mismo el que muere, al momento dice: «¡Ay de mí, qué desgraciado soy!». Deberíamos recordar entonces lo que sentimos cuando escuchamos eso mismo de otros.

XXVII Así como no colocamos una diana para fallar el tiro, así tampoco hay en el cosmos una naturaleza del mal.

XXVIII Si alguien entregara tu cuerpo al primero que pase, te enfurecerías; pero tú entregas tu mente a cualquiera, pues basta con que cualquiera te insulte para que te perturbes y te confundas. ¿No te da vergüenza esto?