Neuronal network with electrical activity of neuron cells 3D rendering illustration. Neuroscience, neurology, nervous system and impulse, brain activity, microbiology concepts. Artist vision.
Un libro
que nos adentra en un nuevo conocimiento científico: descubrir el
electroma de nuestro cuerpo. Cada célula de
nuestro cuerpo tiene un voltaje, como una pila diminuta. Es la razón por
la que nuestro cerebro puede enviar señales al resto
del cuerpo, por la que nos desarrollamos en el útero y por la que
nuestro cuerpo sabe curarse a sí mismo de una lesión. Cuando
la bioelectricidad falla, pueden producirse enfermedades, deformidades y
cáncer. Pero si podemos controlar o corregir
esta bioelectricidad, las implicaciones para nuestra salud son notables:
un interruptor para deshacer el cáncer que podría
convertir células malignas en sanas; la capacidad de regenerar células,
órganos e incluso miembros; ralentizar el envejecimiento
y mucho más. La galardonada escritora científica Sally Adee nos lleva a
través de la apasionante historia de la bioelectricidad
y hacia el futuro: desde los charlatanes médicos victorianos que
afirmaban utilizar la electricidad para curar todo tipo de enfermedades,
desde la parálisis a la diarrea, pasando por los avances ayudados por
los axones gigantes de los calamares, hasta los implantes cerebrales y
los fármacos eléctricos que nos esperan, y sus implicaciones morales.
La periodista científica Sally Adee se adentra en el campo de la
bioelectricidad, su incomprendida historia y cómo vlos nuevos
descubrimientos conducirán a nuevas formas de evitar la resistencia a
los antibióticos, limpiar las arterias y combatir el cáncer.
AUTOR
Sally Adee es una escritora independiente de ciencia y tecnología
residente en Londres. Ha escrito sobre la caza de chips asesinos en
microprocesadores, la estimulación eléctrica para hacernos más
inteligente y sobre la gente que intenta mantenerse joven con
inyecciones de sangre joven. Sus reportajes la han llevado desde bases
militares en el desierto de Texas hasta la
nube de Estonia. Somos electricidad es su primer libro, y fue publicado
en el Reino Unido por Canongate y en Estados Unidos por Hachette.
En «Historia desconocida del Imperio español», se descorren los velos
de los episodios y figuras ocultas que configuraron uno de los imperios
más poderosos y extendidos de la historia. Este libro no solo relata
batallas y conquistas, sino que también explora las sutiles maniobras de
diplomacia y espionaje que aseguraron el dominio español en territorios
remotos y cortes extranjeras.
Adéntrate en historias nunca antes
contadas: un franciscano cuyo ingenio político desafió a reyes y papas,
estrategas militares cuyas tácticas revolucionaron la guerra en su
tiempo, y visionarios que desde Salamanca extendieron su influencia
hasta el Nuevo Mundo. Descubre cómo la lengua y la cultura españolas se
entrelazaron con destinos globales, moldeando el futuro de continentes
enteros.
Con un enfoque meticuloso y apasionado, el autor va más
allá de los manuales de historia para ofrecer una visión exhaustiva y
matizada del legado imperial español. Las páginas de este libro están
impregnadas de un profundo respeto y una nueva valoración de los aportes
españoles al mundo, desde las artes y la ciencia hasta el gobierno y la
ley.
«Historia desconocida del Imperio español» es una obra
imprescindible para entusiastas de la historia y cualquiera que busque
comprender la verdadera magnitud e impacto del Imperio español. A través
de sus capítulos, nos desafía a reconsiderar lo que creíamos saber y a
reconocer las huellas indelebles que España dejó en la historia mundial.
¡Un viaje sorprendente a través del tiempo y para redescubrir un imperio que, en su apogeo, fue el coloso del mundo antiguo!
XI No digas nunca acerca de nada «lo he perdido», sino «lo he devuelto». ¿Ha muerto tu hijo? Ha sido devuelto. ¿Ha muerto tu mujer? Ha sido devuelta. ¿Han saqueado tu tierra? Desde luego que también eso ha sido devuelto. «¡Pero el que me los ha arrebatado es un malvado!» ¿Y a ti qué te importa por medio de quién te lo ha reclamado quien te lo dio? Durante el tiempo que te son dados, trata tus bienes como si fueran ajenos, como el viajero al albergue.
XII Si quieres progresar, rechaza razonamientos como estos: «si descuido mis negocios, no tendré de qué mantenerme», o «si no castigo a mi esclavo, se pervertirá». Pues es preferible morir de hambre habiendo vivido sin pena y sin miedo a vivir con holgura pero en la inquietud. Y también es preferible que tu esclavo sea un mal esclavo a que tú te conviertas en un hombre de mal genio. Empieza, por tanto, por cosas pequeñas. Si el aceite se te derrama, si te roban un poco de vino, di para ti mismo: «A este precio se adquiere la impasibilidad , a este, la imperturbabilidad . Nada se obtiene gratuitamente». Y cuando llames a tu esclavo, piensa que quizás no te haya oído, o si te ha oído, quizá no vaya a hacer lo que quieres; pero que en cualquier caso su situación no es tan buena como para que dependa de él tu tranquilidad.
XIII Si quieres progresar, soporta que los demás crean que eres un necio y un insensato en lo que concierne a las cosas exteriores, y no pretendas ser tomado por experto. Y si a algunos les pareces alguien, desconfía de ti mismo. Estate seguro de que no es fácil mantener tu elección en armonía con la naturaleza y al tiempo ocuparse de las cosas exteriores, sino que quien atiende unas cosas por necesidad descuida las otras.
XIV Si quieres que tus hijos, y que tu mujer y tus amigos, vivan para siempre, eres un insensato; pues quieres que dependa de ti lo que no depende de ti, y que lo ajeno a ti sea lo propio de ti. De la misma forma, si quieres que tu esclavo no se equivoque, eres un loco, pues quieres que la falta no sea falta, sino otra cosa . Sin embargo si quieres, al tener un deseo, no fracasar, de esto sí que eres capaz. Ejercítate, entonces, en esto de lo que sí eres capaz. El dueño de cada uno es aquel que, sobre las cosas que este quiere o no quiere, tiene el poder de dárselas o arrebatárselas. Por tanto, todo aquel que pretenda ser libre, que ni quiera ni evite ninguna cosa que dependa de los demás; pues si no, por necesidad será esclavo.
XV Recuerda que debes comportarte como en un banquete. ¿Algo de lo que circula llega hasta ti? Alarga la mano y sírvete con mesura. ¿Pasa de largo? No lo retengas. ¿Tarda en llegar? No proyectes hacia ello tu deseo, sino que espera hasta que llegue junto a ti. Y así también respecto a los hijos, así respecto a la mujer, así respecto a los cargos, así respecto a la riqueza. Y así un día serás un compañero de mesa digno de los dioses. Y si ni siquiera tomas lo que te ofrecen, sino que lo desdeñas, no solo compartirás la mesa con los dioses, sino también su gobierno . Pues por actuar de este modo es por lo que Diógenes y Heráclito y otros como ellos merecidamente fueron y se les llamó «divinos».
EL ÍDOLO DE MUCHOS SENOS El ídolo de los muchos senos representa la más alta categoría de las diosas negras. Ellos se han hartado de representar los senos de todos modos, grandes, largos y sostenidos en alto, roñosos y caídos a lo largo hasta más abajo del ombligo; pero por eso, tal vez los únicos senos sorprendentes para ellos son los senos sobrenaturales. El ídolo, la diosa de los muchos senos, tiene el poder de engatusar a los dioses, de hacer que la busquen y la deseen. Consigue lo que quiere. Su poder es el más firme poder para los dioses. Da de mamar a todos los vientos con sus senos numerosos, y tiene la fuerza y el poder de una hembra monumental. Las mujeres la miran admiradas, envidiando su poder inasequible, sus numerosos senos largos, vivos, tiesos, con actitudes de brazos autoritarios que abrazan a los dioses y les hacen runrunear alrededor. Ante la diosa de los muchos senos las manos humanas no sabrían a qué seno abrazar y apretarían a todos en haz, ahogando al que cogiesen en el centro, como ese niño al que apretujan en las aperturas de los teatros o de las procesiones. La diosa de los muchos senos es la que lo consigue todo, y por eso se prosternan sus fieles ante ella, que guarda tan gran riqueza de poder en las muchas huchas de sus senos. LA VERGÜENZA El que va al lado de la mujer de los senos más grandes, de los senos más caídos y caudalosos, encerrados en su blusa como en un casco, va lleno de vergüenza. Los senos enormes de esa mujer que sólo lleva sus senos, son los senos que dan vergüenza, pero al lado de los que hay que ir, porque si no no se conseguirían. Hay que pasar por el árido noviazgo de sus senos, llenos de una exhibición deslumbradora, para la que no hay disculpa, pues nada en ella demuestra tener interés a no ser sus senos comprometedores. Es larga la caminata, el calvario bochornoso que hay que emprender a su lado por las calles, en que todo mira sus senos, las ventanas, los balcones, los grandes ojos de los escaparates, y hasta las altas chimeneas que se inclinan un poco sobre la calle, para verlos mejor. El que va con ella no se atreve a mirar a los demás; va lleno de una vergüenza frenética, anda patizambo; pero tienen que pasar bajo la luz del día con esa vergüenza abrumadora, para obtener esos senos en la noche para obtenerlos alguna vez. ¡Suplicio amargo y lento por el que habría para matarla si después de ese éxito no le diese sus senos! No olvidarán esos hombres avergonzados esa temporada de martirio en que pasaron ambiciosos, llenos de lamparones de vicio, con los zapatos torcidos de rubor y con la cabeza baja sobre los senos vergonzantes, por las calles, cuyos transeúntes parece también que les reconocerán siempre, señalándoles y diciendo: —Ese fue el que pasó junto a aquellos senos que iban en aquel corpiño y en aquel corsé como van en los serones de las burras los cántaros de agua. LOS SENOS QUE NO VERÁ NADIE Esos senos que no vio ni verá nadie, son lívidos y malditos. Se van llenando de veneno, de un veneno que contamina el alma de la mujer que los lleva, que la volverá cauta, desabrida, infame. La mujer de los senos que no vio ni verá nadie nunca, se quita la camisa de espaldas a los espejos, y como de espaldas a sus senos, y tapa el ojo de la cerradura. Sus senos, que eran para que tuviese la conmiseración, la condescendencia y el desprendimiento en que consiste la vida, la han llenado de un egoísmo denso, cerrado, empaquetado, un egoísmo de lata de conserva. Debía de haber descerrajadores de los senos que guardan demasiado los petos de esas mujeres zainas, de una reconcor concentrado y de una oposición sistemática. Esas mujeres, que no pagaron a la vida la contribución de los senos, sufrirán en el infierno —otro infierno que el que sueñan— la prensazón de sus senos, para desinfectar la materia gangrenada y pestilente, porque con sus senos han cometido un terrible infanticidio sin disculpa, y el cadáver ha estado corrompido y guardado en ellos toda su vida. Sufrirán ese trato, porque se indignará lo creado, porque ya no podrán volver a su dulzura y a su hora de valer de tersura, de redondez, y habrán sido abombados inútilmente. ¡Oh, matar lo que en ellas era superior a ellas, lo que era como el fruto menos vano, aunque vano, de su alma vana! LOS SENOS DE LAS ESTATUAS No convencen los senos de las estatuas. Son su mayor fracaso, aunque los mármoles sean carnosos, ricos y transparentes. No, no son nada esos senos, puesto que no evocarían nada si los otros senos desapareciesen. Los senos de las estatuas de los jardines se enfrían, se congelan. Los de las estatuas de los museos también, porque como se prohíbe tocar a los objetos, nadie los toca. Vistas las estatuas desnudas del Museo de Nápoles, que son las que los tienen más tersos y más puros, porque son las hijas más directas de la realidad, y vistas las de los Museos de Roma y la de los Museos de Londres —que ha comprado los mejores senos en los países remotos— resultan, todos igual, tan vanos y tan tópicos, de tal modo, que tienen más vida los que se sospechan en el cementerio. Los senos de las estatuas son demasiado duros, no se vencen sobre sí mismos, sostenidos por la fuerza de la materia impasible, no se deforman, y los de mármol son cada vez más de piedra, y los de piedra cada vez más fósiles. Entre esos senos de los Museos los hay muy anchos, de una circunferencia perfecta, pero resultan la geometría o la trigometría de los senos. Los de las estatuas de los jardines son más verdaderos, porque con los senos así andaban las mujeres por los jardines, cosa que no sucedió nunca por los Museos, porque ni son antiguos serrallos convertidos en Museo. Los de los jardines nos duelen porque son una crueldad los días de invierno. Los días de invierno, esas manos que en las estatuas desnudas se tapan, no se tapan por castidad sino por el frío. El culillo de las estatuas, los dos senos el traserillo, están muy fríos, están enjutos y prietos de frío, pero más fríos están, ¡carámbano!, sus delicadísimos senos. Así en los jardines, nuestra ideal mujer interior sufre el frío al ver esas estatuas frías que llegan a no sentirse, a sentirse menos —ellas que no se sienten nada— por el frío que tienen, sobre todo los días de nieve, que quedan convertidas en esculturas hechas con nieve. En la primavera, sin embargo, las desnudas estatuas vuelven en sí. Salen de esta catalepsia terrible en que las mete el frío, y en las mañanas primaverales el jardinero que riega la verdura goza dirigiendo de lleno el chorro de su manga sobre las estatuas desnudas, propinándolas una ducha mañanera que las despierta y las atempera para todo el día, dando al mismo tiempo a sus senos el vigor que aconseja la higiene. LOS SENOS MÁS PERFECTOS QUE HAN EXISTIDO La mujer de los senos más estupendos era fea y repulsiva de rostro. Los senos más admirables se sospecha que han pasado desapercibidos, inadvertidos, cubiertos por la ropa vulgar, por la estameña ingrata de la mujer fea. Esa mujer, que fue la de los senos más preciosos, no fue requerida por nadie y tuvo la decencia suficiente para no llamar a nadie. Era chata, y sus ojos eran pequeños y sumidos bajo unas cejas profundas y cruzadas. Sus senos reunían toda la belleza deseable, y estaban concebidos según los cálculos más finos de la arquitectura, la composición y el equilibrio de los senos leales. Fueron el modelo, pero nadie lo sospechó, ni ella misma, ciega por la fealdad de su rostro, y así los senos más perfectos de la creación han desaparecido insospechados y estériles. AQUÉLLA A QUIEN HABÍAN ROBADO LOS SENOS Aquélla era la prostituta, que llena de lucidez vio que la habían robado los senos, que se los habían estrujado tanto, que no quedaba nada de su esencia, que se los habían robado de tal modo, que habían perdido su jugo y su sentido. No los tenía, aunque los tenía. Los ladrones, los primeros ladrones, se los habían robado, y la prueba era que no podría dar a un hombre, al hombre que la elevase, al hombre que quisiese de verdad, los senos que interesan, los senos enteros, los senos que merecería. Por eso sonreía con sarcasmo cuando los nuevos advenedizos creían que los tenía y se arrebataban jugando con ellos. «¡Qué engañados estáis!», pensaba ella, sintiendo cómo jugaban con el vacío, con lo que ya no estaba, satisfecha de su venganza, satisfecha de robar a los nuevos ladrones. La reina tenía unos hermosos senos, más ricos que las deslumbradoras joyas de la corona, que las dos coronas, que valían diez millones de grandes monedas de oro, unos senos cuyo blanco resaltaba junto al armiño real. Los enseñaba casi enteros, regiamente descotada, porque sabía que gozaban de la mayor impunidad. Un día, sin embargo, un pobre hombre, uno de sus palafreneros, de los guardadamas que iban de pie detrás de ella, en el estribo trasero del coche servido a la Federica , y que los iba viendo en toda su voladura, distinguiendo perfectamente su intervalo, perdió la chaveta y la abrazó por detrás, abarcando un momento con frenesí el busto real, sólo un momento porque en seguida fue sujetado y maniatado el audaz palafrenero. Después se le juzgó sumariamente, se le sentenció a la última pena, y como se le preguntase, como a todos los reos en capilla, qué era lo que deseaba, pidió los senos de la reina. Así murió, como un relapso, el que tocó los senos intangibles de la reina. LA ASESINADA POR EL ESCULTOR El escultor, loco ante aquellos senos, sintió lo inúltimente que trabajarían sus manos desde aquel instante, buscando lo que estaba resuelto en ellos de un modo imposible. Sólo tropezaría con senos de bazar o con estúpidos senos como exvotos. Entonces se decidió a vaciar aquellos senos, haciendo un molde de ellos. Se iba a celebrar el misterio de la reproducción, ese robo prohibido por el arte y la naturaleza. El estudio tenía el destartalamiento de los estudios baratos de escultor junto a las cocheras y con algo de cocheras de las que a veces trasladan a los estudios de escultor las arañas y las telarañas. Había sobre los muebles el polvo blanco del enyesamiento y colgaban de las paredes los pedazos de vaciado que dan dentera espiritual porque la naturaleza no hizo nunca nada tan lívido y tuerto. La pena de la vida y la desesperanza, en ningún sitio se sentía como en aquel estudio de escultor ramplón, lleno de rincones con escombros y en el que había detrás de un biombo y entre escombros la camisa ensangrentada que no se atrevía a dar a la lavandera, la camisa que es como prueba y documento del crimen irrealizado. Ella desnudó sus senos como quien va a sufrir una operación y le miró sonriente, como quien va a ser enterrada. Vio cómo cubrió sus senos con la masa húmeda, espesa y fría, que él reforzó haciendo crecer sobre los senos un pequeño monte blanco, desigual, tosco, que aumentó sus senos de un modo provocativo. El esperó a que se endureciese bien aquello, y mientras la preguntó, como quien engaña al que opera: —¿Te duele? Ella respondió: —No, los siento apretados, ahogados, pero con cierta dulzura. —Sólo un momento más y ya está hecho —dijo él para consolar la impaciencia. Ella repuso como una mártir: —No, si no me importa… Si puedo resistirlo todo el tiempo que quieras. Pasaron unos momentos más, y el escultor removió el gran armatoste, que tenía algo de cosa ortopédica, y lo arrancó con cuidado, temeroso de llevarse los senos entre la argamasa, preguntándola si le hacía daño. Ella se quedó aliviada como si la hubiesen quitado una gran costra. El besó sus senos, los cubrió y la dio gracias, diciéndola: —En seguida verás tus dos hijitos, tus dos gemelos. La tapó más, como si hubiese salido de una convalecencia, y cuando estuvo seco el molde, él comenzó con impaciencia las manipulaciones. Para sacar la prueba deseada, lo llenó de yeso y esperó de nuevo que estuviese seco. En la larga espera, la acarició con gratitud, como ante una gran abnegación. Después comenzó a descubrirlos picando el molde y sufriendo varios colapsos, porque le pareció alguna vez que el escoplo había herido el pedazo de seno que florecía de pronto. Al fin, los descubrió por entero, y se quedó maravillado ante aquellos dos senos con cierta vida, que no tenían los de los museos. Ella sonrió al ver el alboroto de él, pero la desconcertaron aquellos senos que eran los suyos frente a ella, que eran cínicos, que eran como los senos de su muerte, sus senos después del embalsamiento. El jugaba con ellos con cierta sensualidad. Ella le dijo: —Que voy a tener celos…, que los voy a romper. El la disuadió, dio vueltas alrededor de los cuatro senos de que era dueño, tan pronto al lado de los unos como de los otros, jugó con ella y los dos sonrieron, hasta que ella de pronto, al levantarse, se quejó de un vivo dolor en el costado. El se asustó, llamó al médico, la acostó mientras venía, y después que hubo venido supo que tenía pulmonía. En aquellos días de peligro y de pánico constante en que seguía su curso la pulmonía, él buscaba a veces sus senos para consolarles, pero fue notando que se ponían mustios por momentos, que se aflojaban y se chafaban irreparablemente. Fue viendo clara la causa de todo, pero si la pulmonía procedía del imprudente vaciado, también él había robado la perfección y la turgencia a los senos naturales, escamoteándoseles. Procuró salvarla por los medios más desesperados, pero ella murió, y desde entonces los senos de yeso resplandecieron y se destacaron solitarios en el antipático estudio, como los senos del mausoleo ideal de la mártir. LOS SENOS BAJO LOS HÁBITOS PROMETIDOS Bajo los hábitos, los senos están arrepentidos, aunque tienen un calor amoroso, puesto que no quisieron dejar el mundo y prometieron, en vez del convento, el hábito. Tienen dentro de los hábitos la calidad de senos de imágenes santas, como si sus senos estuviesen tallados en madera pintada y barnizada hasta darles unos brillos redondos. Son de distinta clase todos los senos de las mujeres de hábito, y nunca más justificada la ocasión de hacer un grupo en colores distintos, formando una fila pintoresca de mujeres. Sólo por los hábitos resulta que todavía hay trajes para hacer una interesante pintura mural como la de Fray Angélio sin tener que recurrir a la retórica para componer una letanía de colores. Los hábitos la dan espontáneamente. Ellas consultan a los curas los pequeños descotes de sus hábitos, y a veces hay un cura que los prohíbe y otro que lo permite. Las cupletistas son muy aficionadas a los hábitos, porque como quieren vivir apasionadamente ofrecen en seguida llevar hábito si se salvan, y ellas armonizan el salir a escena desnudas y ponerse después sus hábitos cerrados, esos hábitos que dan más belleza a sus ojos pintados y a sus senos perversos. De cualquier modo, los hábitos dan un valor íntimo y redondo a los senos cándidos que no obstante tienen su cruda visualidad de siempre, bajo las telas opacas y fuertes de los hábitos, que les escuecen, les pican, les raspan. Mujeres con el hábito de Santa Lucía, el hábito verde que da una gran fuerza de rojez a sus labios y hace que los pezones sean unas verdaderas rosas entre el verdor de los macizos. Mujeres con el hábito del Sagrado Corazón, rojo de sangre de toro, un rojo opaco que exalta más su palidez y las viste íntimas. Mujeres vestidas con el hábito del Carmen, color de café, un color que las ensombrece, las vulgariza, pero que lleva una correa de hule que aclara la medida de sus cinturas y hace a su carne penitente y a sus senos, senos perdidos. Mujeres con el hábito del Perpetuo Socorro, mujeres que por el nombre de su hábito parece que no se podrían morir nunca, y cuyos senos resultan los senos perpetuos. Mujeres con el hábito de San José, color de habito de San José, con cordones morados. Mujeres con el hábito de San Francisco, gris con cordones grieses, vestidas como verdaderas mujeres de la Tebaida, y cuyos senos parecen sufrir más que los de ninguna por lo espinoso de ese traje, como de estameña. Mujeres con el hábito del Nazareno, color nazareno, con senos y desnudo de mujeres primitivas, de aquellas mujeres blancas, suaves y luminosas de Nazaret, exaltada más su presencia por unos cordones amarillos y morados. Mujeres con hábito de la Puri sima, hábito celeste que da una gran juventud a su carne y una gran alegría, como si no la viese bajo lo celeste, un poco transparentes todas sus formas. Mujeres con el hábito de la Soledad, negro ataúd, con cordones negros, convertidas en muertas por su hábito, desengañadas de un hombre, al que quisieron mucho, dispuestas a una soledad en que morirá su carne, como perdida en el fondo de un convento, pero en cuya negrura voluntaria los senos son un núcleo blanco, resplandeciente, como los senos de una muerta incólume. Mujeres con los hábitos del Pilar y Nuestra Señora de las Mercedes, también apetitosas con sus hábitos y con la condecoración que tiene cada hábito. ¡Coro de mujeres con hábitos, con los senos distintos que corresponden a cada hábito’ Coro celestial que yo he querido que se vea entre el coro de las otras mujeres. Desde el momento en que la mujer se pone un antifaz, sus senos son mayores y sobresalen más. ¡Qué pánico dan los senos de las máscaras! Las máscaras pierden el rostro y se quedan gobernadas por sus senos, conducidas por ellos, interesantes por ellos. Miran detrás del antifaz, viendo todo el efecto que producen sus senos y su cuerpo. Han cubierto su rostro, pero eso ha desnudado todo su cuerpo con un gran descoco. Los senos de las máscaras se dejan coger, como se dejan coger los de las prostitutas. Se dejan coger, pero resulta que no se coge nada si no se sabe cuál es el rostro de la mujer que los cede. Se necesita ver el rostro de la mujer para que la realidad de los senos sea algo más que realidad, para saber que eso que se encuentra tan materialmente claro no es una mentira desesperante. —Pero si te dejo abrazarme, ¿para qué quieres ver mi rostro? —dicen ellas. —Porque si no viese tu rostro, por mucho que me concedieras me habrías engañado, me habrías sido infiel, no habrías sido mía, y serías más que mía de aquellos que te vieron el rostro alguna vez. Toman tal importancia los senos de las máscaras que son como su cabeza. Nada distrae de ellos, y se reconoce la mujer que es la máscara sólo por ellos. A las máscaras las depravan sus senos libres de la vigilancia del rostro, aun cuando los ojines de los antifaces estén presentes en la casa de lenocinio que es todo salón de baile de máscaras. En la misma máscara, siempre dueña de sí y siempre pura, los senos son los que mandan y se la sobreponen. Como en esas estatuas cuyos senos principian en el cuello, los senos son lo más saliente y expresivo que está más alto en ellas. ¡Cómo peca una máscara, cómo peca con hipocresía y hasta borrando pecadoramente la idea del pecado! Los senos de las máscaras son los senos que suplantan a la mujer, y da miedo encontrarse tan a solas con ellos, sintiendo enteramente su carnalidad y su estar hechos para entregarse como entrega el carnicero el peso de ternera que se la ha pedido. LOS SENOS DE LAS CHICAS DE LAS PORTERAS ¡Senos de las chicas de las porteras! Senos nacidos en las lobreguez de los portales, como flores de piso bajo —de patido el piso bajo—, de una palidez que da dentera, como un alentar por el cielo y la luz de fuera que dan una pena nefasta… Ningunos senos tan llenos de nostalgias como los senos de las porteras en las blusas que se hacen ellas mismas… Son senos como hechos con lo que ha sobrado, con los desperdicios de los senos de las señoritas de toda la vecindad, puras piltrafas redonditas y atractivas, porque son muy humanas y están llenas de una coquetería imitativa que sacan al quicio del portal, en cuyo marco se apoyan las horas muertas mirando a la calle con ios ojos fijos en el que pasa y que vuelve la cabeza dos o tres veces, interesado por la flor de un blanco sucio, aunque fina y enterneced ora, que son las porteritas con los capullos de sus senos, de esos capullos caídos que no se abrirán, que mueren sin abrirse, que sobrevivirán como capullos, porque no hay en ellos fuerza para más, porque su languidez es atroz. ¡Senos de las chicas de las porteras! Senos que nos hacen prorrumpir en esa exclamación de sorpresa, porque son sorprendentes y son los senos que se han empeñado en crecer, en ser, en triunfar, en dar inquietud aún habiendo nacido en el tiesto desportillado, en el tiesto metido siempre en la sombra. Son senos de una calidad inferior, pero se emperifollan a veces tanto, se proclaman tanto, se marcan tanto, que atraen como unos senos fáciles que no quieren ser fáciles, que de pronto son más difíciles que ningunos otros. Los senos de las chicas de las porteras tienen horas de estar metidos en las blusas miserables del trajín, en las blusas de la mañana, en las blusas de estas despeinadas, en las blusas de un blanco enranciado, de un blanco sucio, y entonces se dibujan con una mayor miseria, con un decaimiento mayor, con una plástica más blanda, con más infortunio, y eso hace resaltar el milagro que son, en medio de todo, lo injusto que es su destino y la joya sucia y encubierta que son. Las tenderas tienen unos senos, hijos del negocio de la tienda, nacidos en la sombra de las trastiendas, llenos de la prosperidad del negocio… Favorece a los senos de las esposas jóvenes de los tenderos y después de sus hijas, el abono que es el hablar del negocio diario, el echar cuentas, el recoger ese dinero fecundante y sólido que entra en las cajas de las tiendas. Los senos de las tenderas son de las especie del negocio de la tienda, tienen algo que ver con él, sabrán al género que vende la tienda. Los senos de las tenderas son senos comerciales que han crecido a expensas del comercio y tienen esa seguridad en el porte que no tienen ni los de las hijas de las ricas herederas del dinero aristocrático, desprovisto de la «ganga» de la riqueza en especie. Los senos de las tenderas, aunque sea sucio su negocio, son blancos y limpios como las flores que nacen en los abonos químicos, son senos en que se transforman los duros zapatos de la zapatería, todas las conservas, los quesos y los aceites de la tienda de ultramarinos, los objetos duros y como imposibles de ablandar de la quincallería, todo se ha convertido en senos blandos, farináceos, grandes tubérculos, honra y remate de la empresa comercial. Los esposos de las opulentas hijas de los opulentos tenderos, comienzan a tomar parte en el negocio de sus suegros, al ser dueños de los senos de sus hijas, esos senos que son la primera participación en el negocio, los cupones más firmes de la futura herencia. Los senos de las tenderas son agradables de ver, aún cuando no de aceptar, porque encontraríamos el sabor a carbón o a clavos o a zapatos, atroz en la asiduidad con ellos. Hay que aprender todas las cosas que sólo tienen un encanto de verlas pasar sonriéndose y admirándolas, abominándolas y adorándolas, pero que no merecen que las palpemos ni las poseamos. Así esos senos de las tenderas son un pábulo de las burlas que nos conviene vivir, y al mismo tiempo pábulo de las miradas que nos conviene acuciar en la vida blanda y mórbida. LOS SENOS TATUADOS Se necesita hacer una vida de verdadero peligro para encontrar los senos tatuados, pero ningún adorno que los adorne tanto, ni los medallones cuajados de brillantes. ¡Cuántos hay en Lisboa, en las casas de persianas a medio echar! Parece que sufrirá atrozmente la tatuada cuando la hagan el tatuaje, pero hay hombres que quieren señalar tanto su dominio que graban en ellos algo que los recuerde. Los marinos graban un ancla que les ancla para siempre en el puerto en que ella vive, y hasta en el mar se sienten seguros, porque el ancla aquella que echaron en aquellos senos les salvará. Tiene que ser muy sutil la punzada del punzón, porque si no se les perforaría y se verían las semillas de que están llenos. Unas iniciales son también grabadas en ellos, y ya todo aquel que desnude esos senos sabrá que hubo un dueño que fue el profundo dueño de ellos. Otras veces el que tatúa lo hace por cultivar un arte, el arte del que graba el marfil o la madera, cultivándolo de un modo supremo, haciendo en los senos los adomitos que tanto hermosean lo que estaba virgen y pedía ese trabajo de estilización. Algunas fanáticas creyentes, dentro de su pecado, piden a sus amantes que las impongan un escapulario indeleble, y ellos, complaciéndolas, los hieren, incrustándoles la escena religiosa, que ellas conservarán toda su vida como un exorcismo demasiado amplio, porque creyéndose amparadas por su tatuaje ayudarán al crimen y se sentirán tranquilas y salvadas gracias a él. Indudablemente, el tatuaje en los senos es un arte que les eleva al delirio, que les refina mucho, que les resuelve. Desde luego, cada cual debería grabar en los senos su nombre y la fecha en que los manejó para eterna vergüenza de los senos demasiado pródidos. Quizás un verso o una frase debía escribirse en ellos con el agudo punzón, como indudable recuerdo. Florecitas, piedras preciosas, listas de color, signos cabalísticos, letras árabes, letras japonesas, maldiciones, fechas, dibujos egipcios, con el color de aquellos dibujos, círculos de colores vivos como los que iluminaban los blancos del tiro al blanco, todo eso y muchas cosas más debían amenizar y decorar los senos, cuyas materias parecen demasiado vírgenes de repujado y calado, pero dispuestas para eso. Hay una numerosa clase de senos que está hecha de estupideces, senos que están llenos de estupideces y huelen a estupidez. Les arrancaríamos los senos estúpidos a las estúpidas, aguantaríamos una larga temporada de ir convenciéndolas, para acabar arrancándolas sus estúpidos senos, para decirles cosas terribles, para vengarnos de su estupidez. Los senos estúpidos suelen ser muy pequeños además, porque cuando los grandes son estúpidos su grandeza salva su estupidez. Son pequeños, ¡y hay que ver qué aire de ser los primeros y únicos senos del mundo llevan en sus paseos! ¡Oh, les haríamos estallar ¡clac! y echaríamos a correr! Las dueñas de los senos estúpidos no los han llenado de interés, ni de un poco de inteligencia, ni de instintos siquiera. Los han llenado sólo de una cosa insípida, ruin, consistente en mil mezquindades. Los hombres estúpidos van, sin embargo, detrás de los senos completamente estúpidos, excesivamente estúpidos sobre todos los senos siempre estúpidos en el fondo, pero nunca tan absolutamente estúpidos. Estos senos estúpidos no son ni los senos de la idiota, que tienen cierto encanto salvaje, un encanto en que vibra la naturaleza como en las frutas de los árboles frutales que no necesitan ser inteligentes para tener reales y buenos frutos, ¡pero que, sin embargo, necesitan no tener la trichina de la estupidez! Los senos estúpidos tienen una inexistencia que les da su estupidez; son verdaderos bultos, insignificantes colgajos de las estúpidas. LA ISLA DE LOS SENOS Indudablemente hay una isla desconocida, que por los senos maravillosos que viven en ella, se podría llamar la Isla de los Senos. En toda la isla, en los árboles, en la espesura, en los lagos, hay mujeres de senos preciosos, senos que se empochecen en la soledad. Son los senos de la isla como grandes perlas de oriente exquisito, grandes perlas que mejoran la luz, que la sonrosan y la dan un globo en que quedarse, un globo de perla en que luce la luz del día hasta en la noche, sostenida dulcemente. En la Isla de los Senos, las mujeres, desnudas, juegan al corro seducidas ellas mismas por la belleza de la sarta de sus senos. Le basta a cada una con los senos de las otras, y no esperan al hombre, seducidas por ese juego de sus senos, que es un juego como ese en que se entretienen las niñas jugando con bolas de cristal. A veces entrechocan unos con otros sus senos, y eso las vuelve locas de suavidad, una suavidad que las llena por entero como un ideal. De la Isla de los Senos, en la noche, brota esa luz de los jardines llenos de flores blancas. La luna, que es una gran Safo voluptuosa, es sobre la Isla de los Senos sobre la que está verdaderamente vertical, pues se asoma a ver a las mujeres de los senos pluscuamperfectos, acostadas boca arriba sobre las hierbas de la isla, con las miradas y los senos fijos en ella. ¡Con qué cuidado vierte la luz la luna sobre las praderas llenas de senos erigidos hacia ella! La isla maravillosa de los senos vive una vida intensa y solitaria, la verdadera vida interior, la vida que en algún lado deben vivir las mujeres dedicadas a su propia belleza, a su propia desnudez, a sus senos sólo de ellas. El concepto universal y perfecto de los senos vive en una isla, y por eso no desaparece la especie. La influencia lejana de esa isla cuajada de senos mantiene todos los senos, porque si no el hombre habría podido con ellos y los habría descatado. Allí se hacen las rogativas y la novena interminable, para que los senos gocen del esplendor que merecen.
6 No alardees de ningún mérito ajeno. Si el caballo dijera alardeando «soy hermoso», sería tolerable. Pero si tú dices alardeando «tengo un caballo hermoso», que sepas que alardeas del bien del caballo. ¿Qué es, entonces, tuyo? El uso de las representaciones. Por tanto, alardea únicamente cuando en el uso de las representaciones actúes de manera conforme a la naturaleza, pues en ese momento podrás alardear de un bien que te pertenece.
VII Al igual que en un viaje en barco, al llegar a puerto, si vas a aprovisionarte de agua, de paso por el camino puedes recoger un molusco o un tubérculo, pero has de tener el pensamiento dirigido hacia el barco y volverte hacia él por si en algún momento el timonel llama a bordo, y si llama, tirar todas aquellas cosas si no quieres acabar arrojado al interior atado como las bestias. Del mismo modo, en la vida, si en vez de un molusco y un tubérculo recibes una mujer y un hijo, no será problema, pero si el timonel llama, corre hacia el barco abandonando todas aquellas cosas sin siquiera mirar atrás23 . Y si ya eres viejo, tampoco te alejes mucho del barco en ningún momento, no sea que dejes atrás al que llama.
VIII No pretendas que lo que ocurre ocurra como quieres, sino quiere lo que ocurre tal como ocurre, y te irá bien.
IX La enfermedad es un impedimento para el cuerpo, pero no para la elección, a menos que esta quiera. La cojera es un impedimento para la pierna, pero no para la elección24 . Y sobre cada una de las cosas que te sobrevengan, repítelo. De este modo descubrirás que esa cosa es impedimento para otra, pero no para ti.
X Sobre cada una de las cosas que te sobrevengan, procura volverte hacia ti mismo e investigar qué capacidad25 tienes sobre su utilización. Si ves a un chico guapo o una chica guapa, encontrarás que la capacidad que tienes sobre ello es la continencia26 . Si se te impone el esfuerzo, encontrarás la fortaleza27 . Si es el agravio, encontrarás la paciencia. Y acostumbrándote de este modo no te arrastrarán las representaciones.
1 De las cosas que existen, unas dependen de nosotros, mientras que otras no. De nosotros dependen juicio, impulso, deseo, aversión, y, en una palabra, todas cuantas son nuestras acciones. Mientras que no dependen de nosotros el cuerpo, las posesiones, reputación, cargos, y, en una palabra, todas cuantas no son nuestras acciones. Y las cosas que dependen de nosotros por naturaleza son libres, no impedidas, no trabadas, mientras que las que no dependen de nosotros son débiles, dependientes14, impedidas, ajenas. Recuerda, por tanto, que si las naturalmente dependientes las considerases libres, y las ajenas, propias, quedarás frustrado, afligido, turbado15 , y harás reproches a los dioses y a los hombres; pero si solo lo tuyo juzgas que es tuyo, y lo ajeno –tal como es–, ajeno, nadie te obligará nunca, nadie te pondrá impedimento, no harás reproches a nadie, no acusarás a persona alguna, no harás ni una sola cosa forzado, nadie te dañará: no tendrás enemigo, pues no te dejarás convencer de que haya algo perjudicial. Puesto que tan grandes bienes aspiras a lograr, recuerda que quien se haya movido poco no ha de alcanzarlos, sino que unas cosas hay que soltarlas por completo y otras aplazarlas por el momento. Pero si deseas estas y también mandar y enriquecerte, quizá no obtengas ni siquiera estas mismas por desear también las anteriores, pero sin duda en todo caso malograrás precisamente aquellas que solo ellas dan como resultado libertad y felicidad16 . Así pues, a toda representación perturbadora17 procura decirle directamente: «eres una representación, pero en absoluto lo que parece18». Después de eso examínala bien y ponla a prueba con los cánones que tienes, y más que nada con este primero de si es sobre las cosas que dependen de nosotros o sobre las que no dependen de nosotros. Y si es de las que no dependen de nosotros, ten a mano la respuesta «esto no me atañe en nada».
II Recuerda que la promesa que el deseo ofrece es la obtención de lo deseado, la promesa de la evitación es no caer en aquello mismo que se evita; y quien no alcanza lo que desea es desafortunado, pero quien cae en aquello que evita es desgraciado. Pues ciertamente si de entre las cosas que de ti dependen solo evitas las contrarias a la naturaleza19 , no caerás en ninguna de las que evitas; pero si tratas de evitar la enfermedad, la muerte o la pobreza, serás desgraciado. Retira, pues, tu aversión de todas las cosas que no dependen de nosotros y ponla en las que son contrarias a la naturaleza de entre las que dependen de nosotros. Y en lo que respecta al deseo, suprímelo del todo por el momento20 . Pues si deseas alguna de las cosas que no dependen de nosotros, necesariamente serás desafortunado, y si es alguna de las que dependen de nosotros, las cuales es bueno desear, ninguna está aún a tu alcance. Provéete solo del instar y el iniciar, y hazlo aun así de forma leve, con cautela y con suavidad.
III Con cada cosa que te atraiga, te resulte útil o te guste, recuerda decirte a ti mismo de qué tipo es, comenzando por las cosas más triviales. Si te gusta una vasija, di: «una vasija es lo que me gusta». Así, si esta se rompe, no te turbarás. Si besas a tu hijo o a tu mujer, di: «estoy besando a un ser humano», de modo que si muere no te turbarás21 .
IV Cuando vayas a emprender una acción, recuerda en qué consiste en realidad esa tarea. Si sales para darte un baño, represéntate las cosas que suelen suceder en los baños públicos: los que salpican, los que empujan, los que insultan, los que roban. Y de este modo afrontarás con mayor seguridad esa acción si te dices: «Quiero ir a bañarme y al tiempo quiero que mi elección22 se mantenga conforme a la naturaleza». Y del mismo modo con cada acción. Así pues, si algo sucede por el camino que impide tu baño, recurre a lo de: «en realidad esto no es lo único que yo quería, sino también cumplir mi propia elección conforme a la naturaleza, y no la cumpliré si me irrito a causa de lo sucedido».
V Lo que perturba a los seres humanos no son las cosas, sino las opiniones sobre las cosas. Así, por ejemplo, la muerte no es nada terrible, pues a Sócrates no se lo pareció. Solo la opinión que tenemos de la muerte, la de que es terrible, es lo que es terrible. Así pues, cuando nos enfrentemos a un obstáculo, o nos preocupemos, o nos disgustemos, no deberíamos achacarlo a otros, sino a nosotros mismos; esto es, a nuestras propias opiniones. La gente sin formación es la que culpa a otros cuando pasan por algo malo. Aquellos que se están formando se culpan a sí mismos. Y los que ya se han formado ni culpan a otros ni a sí mismos.
ACTUALIZAR LOS CONOCIMIENTOS QUE CAMBIARÁN NUESTRA VIDA
ANTONIO LOZANO DOMENECH
Introducción: nuestra civilización tiene una actualización pendiente de instalar
La mayoría de seres humanos tenemos creencias obsoletas, sobre cómo es la realidad física, social e individual en la que transcurren nuestras vidas. Creencias que fueron vigentes en el paradigma científico de principios del siglo XX, pero que ya no lo son en la actualidad.
Utilizando un símil informático, el ordenador nodriza de nuestra civilización está pendiente de una actualización. Hace varias décadas que disponemos del nuevo software, pero no lo hemos instalado y mantenemos nuestro sistema operativo funcionando con programas caducados.
Albert Einstein, Max Planck, Niels Bohr, Stephen Hawking, Werner Heisenberg, Lynn Margulis, Lisa Feldman, Sigmund Freud, Carl Gustav Jung, Jean Piaget, Peter L. Berger & Thomas Luckmann, Pierre Bourdieu & Jean-Claude Passeron y muchos otros científicos contemporáneos han ampliado las fronteras de la ciencia y cambiado la cosmovisión de la realidad física, social e individual en la que vivimos.
Actualizar nuestro conocimiento científico de acuerdo con este nuevo paradigma nos permitirá conocer la naturaleza sutil de la aparente realidad física sólida; cómo se forman nuestras creencias; las claves del éxito de nuestro aprendizaje; cómo las emociones y el inconsciente son los principales activadores de nuestro comportamiento, y no la razón o la voluntad. Será posible comprender las bases científicas de la ausencia de libre albedrío. Podremos comprobar cómo la colaboración y no la competencia ha sido la clave de la evolución humana y del resto de especies.
Necesitamos poner al día los contenidos educativos, las explicaciones informativas y también nuestro comportamiento individual y social, implementando estos nuevos conocimientos en la vida diaria.
La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados