Musica perfecta Handel Te deum

G.F. HÄNDEL: Te Deum in D major «Dettingen» HWV 283, Ensemble Vanitas / Coro della RSI

Georg Friedrich Handel

Te Deum in D major «Dettingen» HWV 283:
I. Chorus: We praise Thee, o God 0:01
II. Chorus with soloists: All The Earth doth Worship Thee 3:26
III. Soprano, chors: To Thee All Angels cry aloud 6:21
IV. Chorus: To Thee Cherubim and Seraphim 8:41
V. Chorus with solo: The Glorious Company of Th’Apostles – Thine Honourable, True and Only Son 12:05
VI. Bass, chorus: Thou Art The King of Glory 15:00
VII. Baritone: When Thou Tookest upon Thee 17:36
VIII. Chorus: When Thou hadst Overcome The Sharpness of Death – Thou didst open The Kingdom of Heaven 20:44
IX. Alto, tenor, bass: Thou sittest at the Right Hand of God 22:44
X. Chorus: We therefore pray Thee 25:37
XI. Chorus: Make Them to be number’D 27:34
XII. Chorus: Day by Day We magnify Thee – And We worship Thy Name 29:29
XIII. Chorus: Vouchsafe, o Lord 32:46
XIV. Chorus: O Lord, in Thee have I trusted 34:32

Elena Cecchi-Fedi [soprano]
Lena Lootens [soprano]
Roberta Invernizzi [soprano]
Fabian Schofrin [alto]
Gloria Banditelli [alto]
Marco Beasley [tenor]
Furio Zanasi [bass]
Antonio Abete [bass]

Coro della Radio Svizzera
Ensemble Vanitas
Diego Fasolis [direction]

Uno de mis favoritos Haendelianos

pintores: Escher

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Resumen:

La obra de Escher, caracterizada  por el estudio detallado de los efectos ópticos y del motivo decorativo, constituye una de las más originales e idiosincrásicas del siglo XX. Espléndido dibujante, exploró las contradicciones de la perspectiva tradicional en la forma de paisajes e imágenes «imposibles» dotados de una insólita belleza.

Los biógrafos de este artista recuerdan la profunda impresión que en él causo su primera visita a España en 1925 y, muy en particular, su contacto directo con La Alhambra granadina; en ella, su decoración geométrica y su característico entrelazamiento presentan no pocos puntos de contacto con la poética escheriana. Todavía en 1936 Escher volvió a Granada y, fascinado como estaba por el arte musulmán, copió muchos de sus motivos para incorporarlos a su propio universo. El influjo hispano-árabe se percibe particularmente en la segunda etapa de su obra geométrica, correspondiente a los años que vivió en Suiza; para estos años, Escher es un maestro consumado en la técnica de composición a modo de teselas, como el llamaba a sus originales ensamblajes de piezas en sorprendente simetría o asimetría.

Biografía.

Sitio oficial MC Escher

Imágenes  pertenecen a: Collection Gemeentemuseum Den Haag, The Hague, The Netherlands. © 2015 The M.C. Escher Company – Baarn, The Netherlands. All rights reserved. www.mcescher.com

BIBLIOTECA ARMONICA: La paradoja de Darwin

Paisajes de mar (32)

Paisajes de lluvia (72)

LA PARADOJA DE DARWIN O EL ENIGMA DEL HOMO SAPIENS

¿Cómo se originó la especie humana? ¿Nuestra evolución ha sido posible gracias a la selección natural, tal como propuso Darwin y sostienen la mayoría de los científicos? ¿Es posible que en nuestra existencia participen leyes o fuerzas de la naturaleza, aún desconocidas? ¿Sabemos qué es lo que nos caracteriza como seres humanos? Pese a los espectaculares avances en el campo de las neurociencias, ¿sabemos qué es y cómo se produce la consciencia?¿En qué datos se basa la ciencia para sostener que hemos evolucionado a partir de un antepasado primate que compartimos con los chimpancés? ¿Hasta qué punto se trata de evidencias o de ideas preconcebidas? ¿Y la vida? ¿Cómo se originó a partir de la materia inerte? ¿Surgió una sola vez, fruto de múltiples casualidades, como sostienen unos, o ha surgido tantas veces como se hayan dado las condiciones naturales para ello, como afirman otros? Estas y otras preguntas son objeto de debate en la comunidad científica, unas suscitan más consenso y otras menos. Sin embargo, la explicación más habitual sobre nuestros orígenes refleja poco las incertidumbres que emergen de todas estas cuestiones. Es más, con los datos que se van descubriendo caben otras hipótesis distintas. Este es, precisamente, el objetivo de este libro: bucear en los abismos del origen de nuestra especie. 

Solo la selección natural es poco para algo tan grande e increible como la evolución. La ciencia no reconoce, y menos los darwinistas los muchos errores y lagunas (oceanos) que fallan en sus explicaciones. Hablamos de teorías, hipotesis pero mucho de ello el dia de mañana habrá quedado obsoleto. ¿Donde estan los cambios evolutivos graduales que decía Darwin? En ninguna parte, no existen, las especies evolucionan a saltos, de repente no gradualmente como decían los darwinistas. Este libro pone de manifiesto lo poco que se sabe y lo mucho que se supone y con eso pretenden las hipotesis mas enormes de las que se reirá la ciencia del mañana.

UN LIBRO FUNDAMENTAL. Compralo.

Loque nos dice el autor:

Empecé a leer sobre este tema hace 20 años y cuando decidí escribir este libro lo hice sin tener ninguna idea preconcebida. Solo espoleado por la cantidad de cabos sueltos y misterios que me había ido encontrando. Me pareció evidente que había que contar esta historia de otra manera, centrándose en lo que se sabía pero igualmente en lo que se ignoraba. Porque, a partir de ahí, podían surgir otras muchas hipótesis, diferentes de las que se vienen dando por ciertas.

No me interesa el debate entre creacionistas y darwinistas y creo, además, que está bloqueando el avance en este campo. No me convencen las posturas de unos y otros, pero tampoco tengo una explicación alternativa. Sí quiero señalar, sin embargo, que después de estudiar bastante a fondo esta cuestión, mi conclusión es que la ciencia está muy lejos de haber encontrado una respuesta a la pregunta de cómo hemos llegado hasta aquí y que la solución propuesta por Darwin se queda muy corta. Por eso, creo que hay que pedirles a los científicos que sigan buscando para que, en algún momento, lleguemos a una explicación realmente convincente.

Un ejemplo de cómo nos cuentan las cosas es esta noticia que publicó El País, el pasado 5 de marzo, cuyo título era: Encontrado el humano más antiguo” y el subtítulo: Un fósil hallado en Etiopía aclara el origen del género Homo hace 2,8 millones de años”. La noticia del periódico se basaba en un artículo publicado ese día en Science, por el descubridor del fósil junto con otros científicos. El fósil en cuestión consistía en media mandíbula con cinco dientes. La pregunta, por tanto, es obvia: ¿Cómo se puede saber a partir de esos restos que se trataba de un humano? ¿Solo porque su mandíbula y sus dientes son parecidos a los nuestros? ¿Será, acaso, que son los dientes y la mandíbula, al margen de como sea el resto, lo que nos define inequívocamente como humanos? Obviamente, no. En general, cuando leemos noticias sobre el hallazgo de restos humanos de algún antepasado remoto, uno podría pensar, en plan cartesiano, que:

  1. Se sabe con todo el rigor científico cuáles son las características clave que nos definen a los seres humanos.
  2. Por tanto, también se sabe qué características son las que definen a nuestros antepasados para ser considerados como humanos.
  3. Esas características dejan restos identificables.
  4. Y cuando nos dicen que se han encontrado restos de los primeros humanos es porque estos restos mostraban esas características clave.

Sin embargo, nada de esto es cierto. Estamos a años luz de esta situación. Dada la oscuridad reinante en este campo, los paleoantropólogos han tenido que recurrir al pragmatismo y seguir el camino inverso: han construido una definición del ser humano a partir de los restos que van encontrando. Pero eso no significa que estén en lo cierto. Su definición se basa en que concurran principalmente estos tres rasgos:

  1. Movimiento bípedo.
  2. Un cráneo parecido al nuestro y con un tamaño mayor de 600 centímetros cúbicos (el nuestro tiene en promedio 1400).
  3. Capacidad de fabricar herramientas de piedra, aunque sean toscas.

El problema es que, analizados con detenimiento, ninguno de estos tres rasgos sirve para lo que buscamos. El bipedismo lo compartimos con los australopitecos, nuestros antecesores no humanos. Seguramente la fabricación de herramientas también y, en cualquier caso, hay animales (como los castores y las termitas) que son “ingenieros” más sofisticados. Y todavía no se ha demostrado que el tamaño del cráneo tenga algo que ver con la inteligencia. El caso es que destacados paleoantropólogos reconocen que cuando hablamos del Homo sapiens, de nosotros, en realidad no sabemos de qué estamos hablando. Así, por ejemplo, Donald Johanson, uno de los descubridores de Lucy y del Australopithecus afarensis, decía:

“(…) ¿Hasta qué punto podía ser pequeño el cerebro de un homínido y aspirar todavía a la calificación de humano? En definitiva, ¿cómo se definía a un humano? Puede parecer ridículo que la ciencia se haya pasado más de un siglo hablando de humanos, prehumanos y protohumanos sin llegar a definir qué era un ser humano. Ridículo o no, esta era la situación. Todavía hoy no disponemos de una definición aceptada de hombre, de un conjunto claro de especificaciones que permitan a cualquier antropólogo del mundo decir claramente y de modo seguro: Esto es humano, esto otro no lo es (…)” 

Dado que no tenemos ese conjunto claro de especificaciones, al menos intuitivamente, ¿qué es lo que nos hace sentirnos realmente humanos y diferentes al resto de los animales? Seguramente la gran mayoría apuntaríamos a nuestras facultades cognitivas (inteligencia, creatividad, memoria, habla, autoconsciencia, etc.) como los rasgos principales de la humanidad y que solemos asociar a nuestra mente o consciencia. Pero si acudimos a los neurocientíficos, nos encontramos con que tampoco está nada claro qué es la consciencia, ni cómo o en dónde se produce. Otro tanto puede decirse de la inteligencia, de la creatividad o de la conciencia del YO (de la propia identidad). Obviamente, tampoco se sabe cómo y cuándo se originaron en nuestro proceso evolutivo la consciencia o la inteligencia típicamente humanas, ni se sabe cómo se distinguirían de las de nuestros antepasados no humanos. Ni qué relación tienen, si es que tienen alguna, con los huesos fósiles que se van encontrando.

El enigma del Homo sapiens, al que alude el título de este libro, no se refiere solo a esto. Hay muchos otros aspectos también fundamentales que plantean muchas incógnitas. Por ejemplo, ¿en qué nos basamos para decir que el género humano evolucionó a partir de un mono que vivió hace unos 7 millones de años y que este mono fue un antepasado que compartimos con los actuales chimpancés? Conste que a mí me da igual descender de un mono que de una bacteria, porque creo que la gran pregunta no es de dónde hemos partido sino qué es lo que ha venido impulsando nuestra evolución. Pero, insisto: ¿cómo se sabe que descendemos de ese mono?

Si buscamos en nuestros antecedentes, nos encontramos que entre hace 5 y 14 millones de años casi no hay fósiles. Y de los poquísimos que se han encontrado se ignora si tienen alguna relación con nuestros antepasados o no tienen ninguna. En cuanto a los antepasados de los chimpancés, no se conocen fósiles con más de unas decenas de miles de años de antigüedad. Por tanto, si no hay restos fósiles de los antepasados del chimpancé y tenemos poquísimos de los nuestros (y, para colmo, ni siquiera sabemos si realmente eran de nuestros antepasados), ¿en qué pruebas fósiles se basan para decir que tuvimos ese antepasado común con los chimpancés que, además, vivió hace 7 millones de años?

El dato que más se utiliza para destacar nuestro estrecho parentesco evolutivo con los chimpancés es que, al comparar nuestras respectivas secuencias genéticas, se ve que compartimos el 99%. Sin embargo, recientemente (2013) Francisco J. Ayala, profesor de Biología Evolutiva en la Universidad de California y galardonado en 2001 con la Medalla Nacional de las Ciencias de Estados Unidos, y Camilo J. Cela Conde, profesor de Antropología en la Universidad de las Islas Baleares, reconocían que, al comparar los cromosomas 21 y 22 de humanos y chimpancés, se veía que, pese a que las diferencias en los genomas eran mínimas, el 80% de las proteínas que se fabricaban siguiendo sus instrucciones eran diferentes. Es decir, que con esos mismos ladrillos genéticos, sus respectivas estructuras biológicas (ARN, mecanismos reguladores, etc.) producen resultados completamente distintos.

Para establecer la fecha en que vivió el antepasado común, los genetistas han venido usando el llamado reloj molecular, un método basado en dos premisas. Una, que desde el momento en que dos especies se separan de su especie madre se empiezan a acumular mutaciones distintas en sus respectivos genomas. Y dos, que en cada una de las dos especies esas mutaciones se producen a un ritmo constante. Pues bien, al margen de lo contradictorio que resulta suponer que esas mutaciones se producen por azar y que, sin embargo, lo hacen con la regularidad de un reloj (el azar, por definición, no actúa de forma regular), cada vez se van encontrando más evidencias de que existen diversos ritmos de mutación en el ADN. De hecho, este método es objeto de muchas críticas en la actualidad. De todos modos, lo más paradójico es que este reloj molecular no puede dar fechas absolutas y, por tanto, por sí mismo no sirve para saber cuándo vivió el antepasado común que supuestamente compartimos con los chimpancés. Para fijar esas fechas, este método necesita ser calibrado por medio de… ¡algún fósil! Pero uno que sea fiable; es decir, un fósil del que estemos seguros que ha pertenecido a uno de sus antepasados y que además esté bien datado. Y cuando no hay fósiles fiables, ¿qué? Pues esa es la situación en la que nos encontramos y, por tanto, lo menos que podemos decir es que apenas existe fundamento para afirmar, como se hace, que compartimos un antepasado común con los chimpancés que, para más señas, vivió hace unos 7 millones de años.  

Así, podríamos seguir poniendo ejemplos porque hay un montón. En realidad, yo no he pretendido sacarles los colores a los científicos que investigan en este campo, porque me he apoyado en gran medida en lo que ellos mismos cuentan y, por tanto, creo que son perfectamente conscientes de lo que señalo en este libro. Lo que sucede, sin embargo, es que a la sociedad, a esa inmensa masa de ciudadanos que no somos expertos en estos temas (como en tantos otros), se nos cuentan las cosas como si se tratasen de auténticas certezas, cuando en absoluto es así. No sé si eso se debe a los propios científicos, que necesitan disimular la dimensión real de su/nuestra ignorancia; si se debe a los periodistas y maestros de escuela, que creen que sus destinatarios consumen mejor estas cosas si se simplifican y adornan con certidumbre y rotundidad; o si se debe a los propios ciudadanos, que necesitamos rodearnos de referentes claros y firmes para sentirnos más confortables. En cualquier caso, lo que es evidente es que una sociedad solo madura, y avanza en su conocimiento, si reconoce sus ignorancias y no se hacetrampas en el solitario respecto a lo que de verdad sabe. Yo espero que este libro contribuya a ello, en alguna medida.  

Fuente: Otras Politicas

BIBLIOTECA ARMONICA: los libros tristes

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Catedral de Cristo Salvador. Reconstruida 1988

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Catedral antes de su destrucción.

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Destruccion 1931

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Catedral Hoy.

Aniversario de la revolución rusa de 1917. La Primera Guerra Mundial fue la gran culpable de muchas cosas en occidente, de millones de muertos , de la ruina de europa, de la ruina de imperios, del gran triunfo del nacionalismo y de nuevas y mas grandes fronteras, de la epidemia de gripe mas terrible que vieron los siglos, peor que la peste negra y que mato entre 50 y 100 millones de seres humanos, de la falsa paz de Versalles y de la 2ª Guerra Mundial y por supuesto de la Revolucion Rusa. Este libro habla de sus consecuencias: la peor dictadura y mas sanguinaria que vió la historia.

La apología de una dictadura asesina como ésta sólo es posible hoy en Occidente si pertenece al universo izquierdista. La justificación de detenciones arbitrarias, torturas, muertes, y deportaciones de millones de personas no pasa factura política ni social si es relativa al «proyecto socialista». No es concebible el mismo trato hacia el nacionalsocialismo, hermano del comunismo. Y eso que ya señaló el escritor Manuel Chaves Nogales en «Bajo el signo de la esvástica» (1933) que Hitler había copiado las formas de Lenin, impulsor de los campos de trabajo y de las checas para la liquidación social.

En la década de 1970 caló en Occidente la vieja idea trotskista: el estalinismo había traicionado la bondad del proyecto de Lenin, una especie de santo laico, visionario, protector del pueblo, que solo pretendía la justicia social y el bienestar de la gente. Los autores del genocidio habían sido otros, como Stalin. De esta manera, el golpismo bolchevique contra la república democrática y las urnas entre julio de 1917 y enero de 1918, así como los planes leninistas para asesinar a media Rusia, tenían un aire romántico, justiciero y moderno, y quedaban justificados. Pero esto no era suficiente para la Nueva Izquierda, y surgió un revisionismo que, incapaz de defender la realidad política de la URSS, sostuvo que lo importante era el cambio social y cultural que se había producido al otro lado del Telón de Acero. Lo decisivo era la construcción del Hombre Nuevo, el Homo sovieticus. La mayor representante de esa tendencia fue, y es, la historiadora australiana Sheila Fitzpatrick, sovietóloga de fama mundial, de la que ahora la editorial Crítica acaba de verter al español su reciente obra, «El equipo de Stalin. Los años más peligrosos de la Rusia soviética, de Lenin a Jruschov» (2016).

La gran tesis de Fitzpatrick, de corte maoísta, es que Stalin llevó a cabo una «Revolución Cultural» entre 1928 y 1932 que creó una intelligentsia específicamente soviética para dirigir el socialismo. Esa generación eran trabajadores formados durante el primer plan quinquenal estalinista, que permitió su «vydvizhenie», o promoción social hacia la administración y el Partido. Y para ello, Fitzpatrick cita asépticamente tres acontecimientos: la liquidación de ingenieros «burgueses» de Shakhty en 1928 por «poco eficaces», la revuelta de las juventudes comunistas –como luego hicieron en China los Guardias Rojos por orden de Mao–, y la hegemonía cultural marxista –que casualmente, o no, casa con las ideas de Gramsci–. De esta manera, dice la autora, se supera la interpretación del modelo soviético como totalitario, para verlo «desde abajo»; es decir, en lo que supuso de cambio social.

Fitzpatrick sostiene que los impulsores de esa transformación y del establecimiento del socialismo fueron los miembros del «equipo de compañeros» Stalin. El grupo estuvo formado por cerca de una docena de hombres –ni una mujer, señala la autora–. El dictador los reclutó a principios de la década de 1920 para, primero, hacer el trabajo sucio, como luchar contra los grupos de León Trotsky y de Grigori Zinóviev, luego encabezar las Grandes Purgas, y finalmente gobernar lo que quedase. Fueron los protagonistas del paroxismo revolucionario, como indicó el historiador francés François Furet, que les llevó a una espiral de sangre por temor a que la estabilización política les exigiera rendir cuentas. Stalin los eligió entre aquellos hombres que podía dominar con facilidad y que nunca podrían ser sus rivales. Tomó a los que podía chantajear por haber realizado servicios al zar, o supuestos actos de traición o de cobardía.

Stalin quiso un equipo de ejecutores de su política, no de ambiciosos adoradores del líder, que compitieran entre sí, como hizo Adolf Hitler. Aquellos comunistas eran servidores fieles y segundones, como el general Kliment Voroshivov, uno de los peores militares rusos. Este hombre era tan consciente de esta situación que cuando empezaron las purgas dijo: «No me preocupo porque sólo van contra los inteligentes». En la misma línea, Stalin eligió a Vyacheslav Molotov como gran diplomático: fue quien pactó con los nazis el reparto de Polonia en 1938. Y eso a pesar de que no había pisado jamás antes Europa ni sabía ningún idioma. O sentó entre los suyos al judío Lazar Kaganovich, que tragó con los progromos estalinistas contra su pueblo para representar la farsa de que el comunismo era tolerante.

Los miembros del equipo de Stalin, dice Fitzpatrick, se contentaban con «ser compañeros de armas de Stalin en la gran obra de la construcción del socialismo». Es más, el dictador les espetaba con frecuencia algo muy inquietante: «Sin mí estaríais perdidos». Ese grupo llevó a cabo una «Revolución Cultural», afirma la autora, que supuso un cambio social; lo que es cierto, pero fue un cambio a peor: envió a los mejores científicos, literatos, profesionales, militares, y artistas a los gulags. Incluso el escritor socialista H. G. Wells, al entrevistarse con Stalin en 1934, le recriminó que en la URSS sólo había una forma de escribir. «Hicimos todo lo que pudimos para integrar (a los no comunistas) pero no fue posible hasta que pasó mucho tiempo»; o muchas muertes, habría que decir.

Durante los años del estalinismo el equipo forjó dos ideas que parecen ahora resucitar: Stalin fue el «Gran Patriota» que venció a los nacionalsocialistas –sin el concurso de Estados Unidos–, y que fue el «Gran Director» de un país desordenado. La muerte del dictador en 1953 puso en marcha el plan que tenía preparado su equipo: el liderazgo colectivo, y que ya habían practicado entre agosto de 1951 y febrero de 1952, cuando Stalin se desentendió del gobierno. Aquí Fitzpatrick dice sin reparos que «la transición fue exitosa, costó un número mínimo de vidas (para lo habitual en la Unión Soviética), y dio paso a un programa reformista notablemente amplio y radical». Ya; como si hubieran establecido una democracia liberal. La verdad es que Beria, ejecutor máximo de las purgas ordenadas por Stalin, pederasta reconocido, cuya policía, la NKVD, había colaborado con la Gestapo en el control de Polonia, y que ordenó la muerte de 20.000 polacos en Katyn, tomó el poder tras el fallecimiento del «Padrecito». A los tres meses fue detenido por mandato de sus compañeros del «equipo», condenado por una traición al socialismo que nunca cometió, y ejecutado.

El acierto del libro de Fitzpatrick es la descripción de la forma de trabajar de Stalin, las maneras de ejercer el poder. No lo hizo solo, sino con un equipo; es decir, que no hubo un dictador solitario, sino colectivo, y que actuó, lógicamente, no por las vías formales, sino por procedimientos informales. La descripción parcelada, bien documentada, de «la corte del zar rojo», como escribió Simbon Sebag Montefiore, es esclarecedora del método dictatorial soviético. Ese trabajo en equipo puso las bases del liderazgo colectivo que señaló el modo de repartirse y ejercer el poder tras la muerte de Stalin, un personaje del que Fitzpatrick dice: «Podía ser cruel, pero también encantador», y que sabía «subordinar los intereses personales a los intereses de la revolución».

El equipo se desmanteló en 1957, cuando uno de sus miembros, Nikita Jruschov, se erigió en el nuevo líder de la URSS y separó a los demás. El conductor era uno de los productos de la «Revolución Cultural»: un campesino con inteligencia natural que había llegado al poder. Jruschov separó a sus adversarios del «equipo» llamándolos «Grupo Antipartido» y, con gran cinismo, condenó el estalinismo del que había sido protagonista. Fue entonces cuando, según Fitzpatrick, acabaron los «años más peligrosos» porque los vencedores no eliminaron a los vencidos, como Mólotov, Kaganóvich, y Malenkov. Así, a la jefatura de Jruschov le siguió la de Brézhnev por decisión colectiva

Fuente. La Razon

Leer más:  Lenin, Jruschov: lo peor está detrás  http://www.larazon.es/cultura/lenin-jruschov-lo-peor-esta-detras-LJ13923800?sky=Sky-Noviembre-2016#Ttt17d049Co3mpgT


Catedral de Cristo Salvador, Moscu.