Gomez de la Serna- Senos 6

SENOS EN MINIATURA
Representaba aquella muchachita, mecida en cuna de
marfil, la pintura en los marfiles ovales de las miniaturas.
Era como la última descendiente de las miniaturas que
enseñan senos jacarandosos y rotundillos como bolas de
billar.
Los coleccionistas de miniaturas andaban a su alrededor
admirados de las formas generales, pulidas y diminutas.
Siempre iba descotada en el semicírculo de las miniaturas,
y por fin el hombre clásico de la diplomacia, de
barba partida y muy peinada, se llevó a su casa para siempre
a la mujer de la miniatura, la mujer que sentó en la
butaca bajita, bajo la lámpara con sombrero de encajes.
LOS SENOS QUE SE MIRAN
EN LOS ESPEJOS
Los hipócritas espejos de luna de los cuartos tocadores
tienen senos de ellas guardados con disimulo detrás
de su primera hoja de hipocresía.
Algunas se miran en los espejos los senos con demasiada
frecuencia y con insistente delectación, y sus senos
tienen esa altivez y esa perversidad, cautelosa, fría,
ensañada que les ha dado la contemplación.
Están afilados y aguzados esos senos que han sido pulidos
y vaciados en las aguas heladas de los espejos.
Encontrará un disparo y una agresión en ellos el que
se encare con su estructura fría y demasiado contemplada
¡Qué entereza en ellos!
Se los ha estado mirando tanto ella como banderilleándose
a sí misma, que está saturada en ellos y sabe la incógnita
deseable que son.
Aquel Shah hizo la experiencia de su perfume. Los Shah
son los grandes descubridores de placeres sensuales. Sus
laboratorios están llenos de mujeres y ensayan todas las
cosas, todas las últimas consecuencias.
Mogol III fue al que una tarde en que tejía con la mirada
en las altas esquinas de su salón las telarañas del
aburrimiento, se le ocurrió prender con viva cerilla los
pezones de los mejores senos.
En la necesidad de pebeteros con un perfume nuevo,
el Shah Mogol III tomó por pebeteros y por blancas y
plásticas pastillas del serrallo los senos mórbidos.
¡Qué exquisito perfume! Todo el palacio se llenó de
él, pero sólo lo olieron los hombres de imaginación, los
otros sólo percibieron el olor a chamusquina que se escapa
de las matanzas, cuando se da vuelta al cerdo sobre
la paja ardiente, de vivo rescoldo.
EL SENO DE LA CHELITO
Los senos de la Chelito tienen la belleza breve del seno
pizpireto y madrileño, pero su singularidad es que está
en su sitio y que están bien centrados.
De vez en cuando la Chelito da unas fotografías en que
por entre el encaje de la mantilla enseña un seno, el mejor
de los dos, su seno izquierdo.
En las redacciones de las revistas a las que llega ese
retrato se disputa si debe o no debe publicarse con seno
y todo, pero el director impone su criterio de que no debe
publicarse y así se está escamoteando a la publicidad
uno de los más bellos retratos de la época en que una
mujer luce la sonrisa de su rostro y la sonrisa de su seno,
seno que se muestra pudibundo en vez de audaz. ¡Lo
que son las paradojas de la vida!
Ese seno de la Chelito es como su niño mimado, como
su ojito derecho y es el que saca en las grandes solemnidades
cuando la multitud grita desesperada: «¡Qué
lo saque! ¡Qué lo saque…!».
La Chelito es la que ha inventado esta dádiva de un
seno supuesto regalado a los espectadores, que supuestamente
por supuesto se le llevan en el bolsillo.
Ultimamente otra artista al acabar la rumba ha querido
hacer la misma experiencia que la temblorosa y monjil
bailarina, pero la Chelito armada de la razón suprema
que da al inventor el haber inventado, ha demandado ante
los tribunales a la otra artista que se ha atrevido a sacar
también un seno como para amamantar al público,
niño entusiasta y hambriento que siempre está pidiendo
teta.
La artista que se atrevía a hacer la competencia a la
Chelito en lo de sacar el seno no se ha atrevido ya a hacer
más eso que la Vía Láctea de Rubens hace con elegante
gesto de Mane-Kempis.
La amenaza de Chelito de quemarla la cara y la intervención
de los jueces en el asunto ha hecho que la otra
rumbera se abstenga de hacer ese gesto de entregar parte
de su fortuna a los vientos, gesto que imita en escena el
que las amas de cría hacen en los jardines, ruborizando
a los geranios.
Los jueces tendrán que discutir con mucha serenidad
ese caso que nunca se presenta a los areópagos y por lo
menos mandarán hacer el ademán a los dos artistas y si
les convencen las dos declararán que no hay patente en
esa mostración.
SENO IMPERIO
Los senos imperio fueron senos de pura orfebrería, ¡qué
lástima que hayan desparecido todos!
Los senos imperio se quedaban cogidos y sostenidos
por los trajes camisones de dormir del imperio cuyo talle
alto y fruncido no les dejaba caer.
Aquellas alforcitas rellanas de los trajes talares del Imperio
fueron exquisito manjar de los ojos que buscaban,
para palparlos, los nidos de alondras.
VOLVIÓ CON SENOS
Se fue a un largo viaje durante el que yo la veía escalar
montañas y volverlas a bajar como si estuviese jugando
sobre las «montañas rusas» de las ferias.
Tardó tres o cuatro años en volver y cuando la vi por
primera vez me quedé sorprendido, traía senos, los senos
inquietantes que siendo de su carne no parecían de
su carne.
—¿Qué…? ¡Me notas muy cambiada! —me dijo abriendo
el abrigo de pieles para que viese que tenía los senos
que eran después de todo un pellizco de su pecho, del
pecho de siempre y que, sin embargo, lo pervertían como
si fuesen dotación del diablo…
Tenía una dádiva que hacer que no tenía antes, cuando
yo hacía que no me fijaba en ella, pero yo había descontado
de mi vida a aquella mujer, saliésela el encanto que
la saliese.
EL SUICIDA
Dejó escrita una carta al juez y apareció como estudiante
dormido sobre la mesa…
El suicida decía en aquella carta: «Me mato porque no
puedo comprender sus senos, porque no los puedo abarcar,
porque me han llegado a dar la desesperación extrema.
Los toco todos los días y, sin embargo, es como si
no los tocase. Vuelve a ser insaciable un placer del que
se ríe ella que ve llegar a sus senos demasiadas manos
de peregrinos, como los que tocan los pies de mármol
de la imagen milagrosa y la desgastan».
Los senos a la veneciana, son senos como abanicos de
plumas, senos que donde se hallan mejor es en el fondo
de las góndolas.
Sin hablar, porque cualquier palabra corrompe los canales
y la oración, debajo del féretro que cubre de carrozas
las góndolas, no hay nada como encontrar los senos
a la veneciana de las venecianas.
LAS DOS AMIGAS
La una cetrina, fea y flaca, y la otra linda, blanca y
con magníficos senos que iban dando empellones a la vida.
L
a fea era emprendedora y tenía fortuna, la blanca sólo
tenía sus senos.
Las dos se complicaron y vivían en los hoteles pared
por medio, abierta entre las dos habitaciones esa puerta
de la que no se encuentra la llave y que para poner en
comunicación hay que separar de delante de ella el armario
de luna que la cubre.
El secreto de aquella unión de las dos amigas, era que
los senos de la linda blanca resultaban varoniles y sustituyentes.
¡Qué «¡Ay, madre mía!» salió por debajo de la puerta
en la noche silenciosa y recorrió todos los pasillos del
hotel escandalizando todos los silencios!
SENOS DE FRANCESITA
Los senos de la francesa son como el racimo de que
se hace el champagne.
Hay que tratarles con mucha delicadeza porque son altaneros
además de bellos. La suavidad es suavidad indecible
y merecen que los tratemos con cuidado de pajes.
Sobre todo los de la parisién son flor de las razas y
plantel de las reinas.
—¿Es que la vida antigua y procer de la gran ciudad
del mundo y de las novelas, que los ha pulido, no merece
que te desvanezcas? —dicen los senos a los que ha abrillantado
y tersificado el polisoir del tiempo.
Toda la ciudad se agolpa majestuosa, haciendo la pantalla
alrededor de cualquier parisién que los desnuda. Es
un acto clandestino que adquiere gravedad suma y que
por eso traspasa de placer.
—¿Pero son parisienses? ¿No me engañas…?
Y toda la ciudad se torna Celestina desdentada que
guarda la puerta de la habitación del hotel que siempre
tiene algo de habitación del palacio de Versalles por pobre
que sea.
Hay que saber temblar ante la especialidad de unos senos
parisinos. La Academia, el viejo palacio del Instituto,
el Louvre, la plaza del Odeón, todo se congrega alrededor
de la escena del descubrimiento de los senos de
la desconocida parisién en el rincón de la habitación del
hotel con sombríos rincones para los paraguas.
SENOS DE MORADORA DEL
CASTILLO
Las moradoras de los castillos tienen senos que hacen
contraste con la austeridad del castillo.
—Viviré en el duro castillo —se dijo el que se unió
a la moradora del castillo—, pero me compensará encontrar
en la afondada noche del castillo los senos de
ella…
En efecto; sobre toda la hipocresía, sobre la misma hipocresía
de ella misma, estaban aquellas dos cebollas de
azucena.
Pero un día murió y la viuda lució más espléndidos
senos que nunca porque olvidados del deseo en su uso,
en el desuso, tenían lo más agudo del placer, que es la
nostalgia.
Entonces el fantasma del castillo, el fantasma que hay
siempre en los castillos; sin que ella faltase por eso a
la ennegrecida viudez que guardaba, acariciaba los senos
de la castellana con delirios y epilepsias de fantasma.
Son las criadas hermosas o las hermanas de la mujer
de placer que aún no pueden alternar con ella, a las que
me refiero. Todas las demás mujeres de la mañana tempranera
son repugnantes, son —sobre todo las beatascomo
orinales a los que no se ha enjuagado bien con
agua.
Pero esas cuantas mujeres hermosas de la mañana tempranera,
entre ellas esas amantes que tanto desean sacrificarse
por su señor que hasta bajan por su desayuno, son
incitantes mujeres familiares que entran como en la intimidad
del que las mira, con el pelo desgreñado y entreabierto
el corpiño, los senos muy repartidos en dos, desiguales,
aplastados, como almohadas en la cama que está
aún deshecha en la habitación cerrada…
SÓLO LOS TOQUÉ CON EL BRAZO
Sólo los toqué con el brazo, sigiloso, hermético, temeroso,
y desde entonces llevo en el brazo las vacunas de
su recuerdo.
—Pareces un niño jugando con ellos…
—Y lo soy… Lo seré siempre… Tienen algo de sonajeros
o muñecos de goma que chupar, para los hombres…
La infancia no acaba, se continúa…
—Me parece que me tocas el alma…
—Si eso quiero, eso siento —repuso él.
SENOS DE CUBANA
Son frutas un poco blandas y que se pasan pronto, pero
en lo que no hay ni hueso ni dureza.
Los ofrecen como el fruto lánguido de ellas mismas.
Ya caen y penden en sus miradas, como si sus miradas
fuesen pérgolas de sus senos.
—Serás diabético por mis senos —dicen con seguridad
sus miradas, pero el hombre incurre en esa diabetes
fatal.
Están llenos de guajiras y suspensos sobre el piano le
añaden una dulzura más honda. Tienen algo maternal sobre
él y tocan con suavidad las teclas poniendo voluptuosas
a las notas.
—Cubana —la diríamos—, mi paladar no es el paladar
oscuro de los otros, déjame que toque tus senos…
I <e dio por llorar la lejanía de la mayor parte de los
senos, su impasibilidad y su imposibilidad:
—¡Oh, senos ingratos, que consentís en caer como nardos
cerrados por no dejar que se os cambie el agua, que
se os fertilice la rama!
—¡Oh, senos! —y lloraba con desconsuelo imposible.
A veces el Jeremías de los senos gritaba desesperado:
—¡Senos avariciosos, malditos senos!
Y venga llorar y llorar en hilos continuos, que sólo cortaban
sus suspiros.
LOS SENOS DE LA QUINTA
En la quinta, en la casa de campo, los senos son como
migas para el desayuno.
Vuelven a ser los senos en la alcoba de la quinta, como
grandes flores de azahar con perfume azahareño.
Están en la quinta como en el corralillo de los conejos
blancos.
Se quedan a veces en las camas resplandecientes de
blancura almidonada por la bella mañana clara que se
acuesta en ellas, que permanecen deshechas hasta la tarde,
aprovechando la confianza de quinta solitaria.
Los senos de la cursi son cursis y toman más importancia
en los corpiños de las cursis que en los de las elegantes.
Toda la cursilería de la cursi saca punta y pone
de relieve sus senos, que flotan y se exhiben como los
de las prostitutas. Los senos de las cursis son generalmente
chicos y en forma de cuernecito, pero cuando les
salen unos senos grandes su cursilería es incendiaria, pasmosa,
capaz de conducir a los hombres al matrimonio.
Las blusas de las cursis van llenas de requilorios, encajes
y bordados que adornan sus senos. Sus blusas, holgadas
y mal hechas, caen flojas y cuelgan sobre los senos
como fundas que les vienen grandes, fundas flojas
en las que ellos marcan el pezón. ¡Qué escandoloso resulta
ver ese pezón sin disimulo en las decentísimas cursis!
A veces las cursis llevan sus senos a la vuelta de los
largos paseos que suelen dar por las veredas elegantes,
como niños pesados que se han empeñado en que la «chacha
» les suba en brazos y les lleve así todo el camino cuando
va tan cansada. Van sus senos abrazados a ellas, agolpados
a su pecho, esperando llegar a casa para descansar.
Los senos de las cursis a veces tienen el baile de San
Vito, y lo bailan sin que ellas puedan evitarlo, sin que
la madre pueda encubrirlo. Ese baile espontáneo que tienen,
hace que sus tetillas finas, sus telas de papel de seda
o de ligero talco, sus tafetanes inconsistentes vivan por
entero, movidos todos ellos y reformada su forma cursi
y su estampación por la vida que impone a sus trajes,
la vida temblorosa y trémula de sus senos, que se mueven
como las ruletas.
Bajo los trajes blancos, los trajes como colchas de «crochet
», que usan mucho las cursis, sus senos son senos
que se han confeccionado ellas mismas, senos de «crochet
», senos de «maña», o senos hechos con aplicaciones
de «marabú». Bajo esos trajes blancos, hechos con
hilo pesado, no se ven sus senos, y su cursilería queda
desierta y triste.
Los senos de las cursis son senos etéreos o senos terribles,
bovinos, senos de los suburbios, senos de esas
hechuras barrocas y torpes que hacen los que dibujan,
sin saber, figuras pornográficas, o esos escultores que hacen
figuras incitantes con los senos al aire, unos senos
desesperados y de voladura absurda.
Los senos de las cursis revelan lo que ellos no quisieron
revelar, que todas las mujeres están llenas de una prostitución
creada por Dios, una prostitución que en vano
no querrán usar, pero que resulta que es lo que verdaderamente
las salva de morir abrumadas de cursilería, enterradas
en cursilería, y es también por eso que hay en
sus senos, por lo que se casan, pese a todos los romanticismos
que entran en sus amores.
Las cadenas y los collares que llevan y que adornan
los senos, los hacen un poco senos de las mujeres orientales
que van entrapajadas como ellas y son cursis como
ellas. La cadena con sus medallas las santifica, las hace
honradas, aún cuando las prostitutas y las bailarinas también
salen a la calle con cadenas llenas de medallitas, destocándose
más que ninguna la cadena del reloj que esconden
en su pecho, y con la que parece que atan a los
senos animalillos domesticados, pero que muchas veces
quieren escaparse.
Las mariposas buscan los senos de las cursis y se posan
en ellos, porque creen que las flores que hay bordadas
en sus blusas son flores naturales, ya que las eneapulla
la verdad de los senos.
Pero los senos de las cursis suelen languidecer en seguida
y se van volviendo pequeñitos, redonditos y simples
como esas bolas de cristal con que juegan las niñas.
Alguna vez, los muy grandes, al ver que el matrimonio
no llega, se dedican a la prostitución, y entonces son de
las prostitutas a las que no pueden hacer competencia las
más adornadas prostitutas. También a veces dan sorpresas
extrañas, desarrollándose extraordinariamente, porque
la cursilería ha dado un estirón ha crecido con esa
opulencia de las malvas reales, y los senos han obedecido
a ese estirón supremo de la cursilería fecunda y lujosa,
capaz de esos milagros si se acierta a extramarla.
Los chales y los bohas de pluma y las pieles de cordero
pascual acarician los senos de las cursis, los miman,
los arropan con cariño, envolviéndoles y sosteniéndoles,
dedicados sólo a ellas como a niños mimados.
Las florecitas de las blusas de las cursis son florecitas
inverosímiles, florecitas silvestres que las elegantes desechan
al elegir las telas de flores. Pobres florecitas esas,
qué sería de ellas si las cursis no las eligiesen y no las
cultivasen en las macetas fértiles de sus senos!
A veces, la facha de los senos de las cursis es de senos
en matiné, senos en matiné, que hasta parecen en matiné
bajo los sombreros de la calle.
Hay cursis también que pasean sus senos como en vitrina,
resultando así esa vitrina la vitrina de la casa cursi,
en que hay cosas de feria barata, a las que, sin embargo,
la vitrina hace de una riqueza inefable.
¡Oh, senos iluminados de las cursis, senos que exaltan
los senos como ningunos otros, senos que revolotean por
la ciudad y la alegran como nada! Senos pretenciosos,
globitos de los paseos, globitos ligeros y pizpiretos.
LOS SENOS EN EL VALS
Los senos en los bailes de abrazo es cuando más animados
se ponen, cuando vuelven a sentir sus primeros
calores, cuando se escaldan de sí mismos, cuando todos
los roces vuelven a tener para ellos toda la ingenuidad
y toda la etiqueta que para algunos, ¡ay!, han desaparecido
en los tratos más próximos.
Son los senos los que marcan la dirección que lleva
a los bailes públicos, aunque las piernas son las que se
precipitan y las conducen. Ellos, como una brújula, marcan
el camino derecho y se llenan de la impaciencia, del
deseo de ir, del deseo de llegar a los bailes, como niños
que van al teatro y andan hacia él más deprisa que sus
papás, adelantándose mucho a ellos.
Los senos que van hacia los valses y las polkas, oyen
antes que los oídos el son de la música, se mecen con
música en las blusas suaves de las que se dedican al vals.
Es la más dulce emoción de los senos la emoción del
baile, es cuando más sienten su apetito y el apetito de
los otros; es cuando se esponjan y se llenan de los cosquilieos
sutiles.
Los senos, en el vals, reposan en el brazo del hombre
como cuellos de cisnes.
Los hombres, emparejados con las mujeres en el vals,
piensan sobre todas las cosas que simulan que piensan:
«Llevo sus senos cerca… Los llevo encima… Me rozan…
Me rozan… Ahora ceden, ahora se aplastan, ahora sufren
demasiado, ahora van a estallar…»
Los senos, en el vals, desafían de cerca al hombre con
una valentía ciega, en un cuerpo a cuerpo que arrostra
su debilidad de un modo heroico.
En los valses elegantes con las mujeres descotadas, el
roce de los senos sobre las pecheras de los fraques, es
plgo cosquilleante, que hiere los pechos varoniles como
la aguda y fina hoja de los estiletes. El estar tan próximas
las descotadas a los hombres, parece que hará que
se vean claramente los senos que ellos tienen bajo los
ojos, pero les ofuscan tanto, que es cuando menos ven,
volviéndoles completamente bizcos el intervalo sombrío,
la sombra de su nacimiento.
Los que valsan siempre parece que escuchan los senos,
que no quieren perder ninguna sutileza de su morbidez
y aunque echan la cabeza hacia detrás y hacen como
que escuchan algo lejano, lo que hacen es no perder
la atención a los senos y oyen por el pecho como los que
oyen por la frente y por los ojos.
Pero entre todos los senos que se dedican al vals ninguno
como los de aquella valseadora por excelencia:
Era una valseadora impenitente. El Rey había valsado
con ella sobre el parquet más encerado y brillante del
mundo, tanto que resultó un vals con patines el vals regio.
El que bailaba con la valseadora ideal se aplicaba a ella
con más ternura, pues estaba templada como la mejor
guitarra y al cogerla como guitarra con la que se bailase,
se encontraba toda la sutil preparación de los que habían
bailado con ella y como estaba en su punto de docilidad
y de buscar los caminos curvilíneos del baile.
Los senos de la valseadora prodigaban una sensibilidad
encantadora que sensibilizaba al que la recogía ya
exhausta y mareada, aunque sabía siempre en saber la
ruta suave, mil veces recorrida y cada vez más armónicamente
hallada de la pauta del baile.
LOS SENOS DE MADAME
SAINT AMARENTHE
Ningunos senos tan interesantes como los de aquella
muñeca del Museo de Madame Tussaud. Estábamos tranquilos
entre todos los senos de cerca del Museo, desproblematizados
los senos en aquel conjunto de senos como
de muertas, aquellos senos sin hostilidad ni engaño, cuando
vimos que uno de aquellos senos, los senos de una
dormida en el fondo de una vitrina, se movían con el ritmo
pacífico de los senos dormidos, de los senos con los
párpados cerrados.
El catálogo decía «Madame Saint Amaranthe, viuda del
teniente Colón, de los guardias de corps de Luis XVI,
muerto en el ataque de las Tullerías, guillotinada a los
veintidós años».
Entonces los miramos con más atención, puesto que
después de guillotinada seguían palpitando sus senos, y
ese era un sobrevivirse admirable de muerta en plena salud,
exuberante, y con toda su sangre en perfecta circulación.
Desde el fondo del Museo, un aparato movía los senos
de la mujer dormida y como acostada en una cuna de
encajes, sus senos casi al descubierto, un poco amarilla
su carne, pero más carnal así, aunque en una ultratumba
en que se ha dado la resurrección.
Por ver aquellos senos, por volverlos a ver, he vuelto
a Londres y volveré de nuevo. Aquellos senos son el símbolo
de los senos, los senos más vivos de todos los senos,
la sorpresa de los senos desde el más allá, algo así
como el encuentro, en la soledad el palacio de la princisa
encantada, con los senos de la princesa dormida para
siempre e imposible de despertar. En una vida más pura
se movían los senos y los encajes de la camisa de aquellos
senos. Los senos del silencio y de las soledad, los
senos del concepto puro de los senos eran aquellos senos

SOMOS ELECTRICIDAD LA NUEVA CIENCIA DEL ELECTROMA HUMANO ADEE, SALLY

Neuronal network with electrical activity of neuron cells 3D rendering illustration. Neuroscience, neurology, nervous system and impulse, brain activity, microbiology concepts. Artist vision.

Un libro que nos adentra en un nuevo conocimiento científico: descubrir el electroma de nuestro cuerpo. Cada célula de nuestro cuerpo tiene un voltaje, como una pila diminuta. Es la razón por la que nuestro cerebro puede enviar señales al resto del cuerpo, por la que nos desarrollamos en el útero y por la que nuestro cuerpo sabe curarse a sí mismo de una lesión. Cuando la bioelectricidad falla, pueden producirse enfermedades, deformidades y cáncer. Pero si podemos controlar o corregir esta bioelectricidad, las implicaciones para nuestra salud son notables: un interruptor para deshacer el cáncer que podría convertir células malignas en sanas; la capacidad de regenerar células, órganos e incluso miembros; ralentizar el envejecimiento y mucho más. La galardonada escritora científica Sally Adee nos lleva a través de la apasionante historia de la bioelectricidad y hacia el futuro: desde los charlatanes médicos victorianos que afirmaban utilizar la electricidad para curar todo tipo de enfermedades, desde la parálisis a la diarrea, pasando por los avances ayudados por los axones gigantes de los calamares, hasta los implantes cerebrales y los fármacos eléctricos que nos esperan, y sus implicaciones morales. La periodista científica Sally Adee se adentra en el campo de la bioelectricidad, su incomprendida historia y cómo vlos nuevos descubrimientos conducirán a nuevas formas de evitar la resistencia a los antibióticos, limpiar las arterias y combatir el cáncer. AUTOR Sally Adee es una escritora independiente de ciencia y tecnología residente en Londres. Ha escrito sobre la caza de chips asesinos en microprocesadores, la estimulación eléctrica para hacernos más inteligente y sobre la gente que intenta mantenerse joven con inyecciones de sangre joven. Sus reportajes la han llevado desde bases militares en el desierto de Texas hasta la nube de Estonia. Somos electricidad es su primer libro, y fue publicado en el Reino Unido por Canongate y en Estados Unidos por Hachette.