Navidad


De los cuatro evangelios, solo dos nos hablan acerca del nacimiento de Jesús. No es extraño que Juan no diga nada al respecto, pues su evangelio solo está interesado en información que no aparece en los otros tres. El de Marcos, por su parte, se enfoca en la vida pública de Jesús, de modo que su nacimiento no forma parte del “plan de la obra”.

Como dos testigos que informan un mismo hecho desde puntos de vista independientes, Mateo y Lucas coinciden entre sí en puntos fundamentales, y difieren en los detalles.

Por ejemplo, ambos son categóricos en señalar que:

  • La madre de Jesús era una virgen llamada María;
  • Estaba prometida con José, un varón descendiente de David;
  • Antes de hacer vida en común, la joven se encontró embarazada de Jesús;
  • El niño nació en Belén, siendo Herodes el gobernante de Judea;
  • La familia se estableció finalmente en Nazaret de Galilea.

Al mismo tiempo, si bien no hay contradicciones entre ambos relatos, sus perspectivas son claramente diferentes. Las películas y tarjetas de la navidad tienden a mezclar ambas versiones, y ahí es cuando nos quedamos con la idea de la estrella de Belén brillando sobre el pesebre. Sin embargo, para profundizar en el texto es importante tener clara la diferencia entre uno y otro relato.Del evangelio de Mateo provienen

  • Los sueños de José y su decisión de no denunciar a María
  • La estrella de navidad
  • Los reyes magos
  • La profecía de que el Mesías debía nacer en Belén y de una virgen
  • La matanza de inocentes
  • El viaje de la sagrada familia a Egipto

El evangelio de Mateo, no es tan preciso como Lucas respecto a detalles de tiempos y lugar. Se enfoca en las experiencias de José y enfatiza el rol de Jesús como descendiente de David. Su evangelio con una genealogía que desciende a través de Salomón, nos cuenta acerca de la visita de dignatarios extranjeros y de su enfrentamiento con Herodes, el rey usurpador. Lo importante en su historia es la profecía, la tipología y las promesas del Antiguo Testamento cumplidas.

En el evangelio de san Lucas, en cambio, encontramos:

  • La aparición del ángel a Zacarías
  • La visita del ángel a María
  • La visita de María a su parienta Isabel
  • El censo de Quirino, y el viaje de Nazaret a Belén
  • El pesebre
  • La aparición a los pastores

Lucas se esmera en situar correctamente en tiempo y espacio los eventos que relata, al menos en relación a sus lectores originales. Este evangelio es lo más parecido a lo que habría escrito un historiador de la antigüedad. A cada paso se detiene para informarnos quién gobernaba en tal o cual ciudad, y qué casa sacerdotal servía en Jerusalén. Lejos de ser espacio perdido, esto demuestra el interés del autor por la precisión histórica, y por dejar claro que lo relatado realmente sucedió. En su relato de la navidad, su foco está puesto en las experiencias de María, incluso cuenta sus emociones y pensamientos ante tan extraordinarios eventos. Esto ha llevado a que muchos piensen que el evangelista se entrevistó con la Virgen María.

Los escépticos suelen decir que las diferencias entre Mateo y Lucas son demasiado importantes, y que no es posible compaginar ambas versiones en una sola historia coherente. Los cristianos, por su parte, han respondido con diversas formas en que ambos relatos pueden compaginarse sin problemas. No hay una versión definitiva de esa secuencia, porque cada evangelista está ocupado en destacar los puntos del nacimiento de Jesús que le interesan, no en confirmar o negar otra versión. A continuación, explicaremos cómo es más probable que hayan sucedido los hechos que relatan ambos evangelios.

La historia comienza en el evangelio de san Lucas con el anuncio a Zacarías que Isabel, su anciana esposa, tendría un hijo. Él pertenecía a la clase sacerdotal de Abías, lo que permitiría a los primeros lectores de Lucas establecer incluso el mes en que esto sucedió. Seis meses después, un ángel se apareció a María y le anunció el nacimiento del Salvador. Luego, ella viajó de Nazaret a la región montañosa de Judea y permaneció tres meses con su parienta Isabel. Es muy probable que en esos meses llegara a José la noticia de que su prometida estaba embarazada, y pensara dejarla en secreto. Sin embargo, cuando ella regresó a Nazaret, José ya había tenido el sueño donde un ángel le advirtió lo sucedido, y él la recibió en su casa, en Nazaret.

Entre los meses 3 y 9 del embarazo de María, ella y José viajaron a Belén, a causa del censo dispuesto por César Augusto. Muchas películas muestran a María viajando a lomos de un burro con un embarazo de 9 meses, y llegando a Belén, donde todos le cierran la puerta y sin poder encontrar un lugar donde pasar la noche del nacimiento. Esa imagen popular nos invita a reflexionar sobre el desamparo en que Jesús llegó al mundo, pero no corresponde a una descripción precisa de lo que relata san Lucas. Lucas indica que “mientras se encontraban en Belén, le llegó el tiempo de ser madre” (Lc 2, 6), por lo que es difícil pensar que hicieran el viaje el mismo día de navidad.

Jesús nace en Belén de Judea.

Lucas nos cuenta que luego del nacimiento, María lo acostó al niño en un pesebre “porque no había lugar para ellos en el albergue” (Lc 2, 7). Sin embargo, el “albergue” al que se refiere Lucas, no es necesariamente una posada o taberna para hospedaje de los viajeros. Es más probable que hubiera tantas personas la casa de Jose en Belén, que no había espacio en la habitación principal para atender a una mujer embarazada. El “albergue” de Lucas, entonces se refiere a esa pieza común que había en las casas de la época. Esta es la situación los habría forzado a permanecer en la parte de la casa destinada a los animales, una habitación anexa a la casa principal con el aspecto de una gruta.

La adoración de los pastores ocurrió esa misma noche, pues encontraron al niño en el pesebre. Luego, circuncidaron al niño en al octavo día, y cumplieron con el rito de la purificación y presentación en el Templo de Jerusalén, en el día 40. Después volvieron a Nazaret de Galilea.

No es del todo claro cuándo se presentaron los magos a adorar al niño.

San Mateo dice que llegaron a Jerusalén “cuando nació Jesús en Belén de Judea”, pero no es necesario asumir que ambos eventos ocurrieron simultáneamente. Este evangelio no está tan preocupado de la precisión temporal como Lucas. Sí es claro que los magos entraron en una casa, y no en un pesebre, por lo que esto no sucedió la misma noche de navidad claro que visitaron al niño algún tiempo después del nacimiento. Por lo mismo, esa casa puede haber estado en Belén o en Nazaret. Fuente, visite: https://www.infocatolica.com/blog/esferacruz.php/1601090210-la-navidad-en-los-evangelios

Por qué soy católico

Pato Acevedo, el 13.04.11 a las 5:14 PM

Si nos preguntaran “por qué eres católico», ¿que contestaríamos? Creo que la mayoría lo consideraríamos una pregunta ruda, y seguramente daríamos razones familiares y geográficas para salir del paso: “porque es lo que me enseñaron”, “porque me bautizaron de niño” o “porque nací en un país de tradición católica”.

La respuesta correcta, desde luego, sólo puede ser una: “porque la religión católica es verdadera, es decir, enseña la verdad”, pero más interesante es la siguiente pregunta, que es lo que en el fondo se quiere averiguar: “bueno ¿Cómo lo sabes?”. Ahí, seguramente lo primero que se nos vendría a la mente sería “porque tengo fe”.

El salto de fe

Observando la época mi formación religiosa (de cursos de primera comunión, de colegio salesiano, de ser delegado de pastoral de mi curso, y asistir esporádicamente a misas), es fácil darse cuenta que yo y mis compañeros nos encontrábamos sumergidos («bautizado” si se quiere) en la doctrina  del “salto de fe“, es decir, la noción más o menos implícita de que creer en los dogmas cristianos implica la virtud de adherir a las enseñanzas de NSJC, sin contar con evidencia para ello, que bastaba la íntima convicción, e incluso que era signo de amor.

Nuestro tiempo, privado como está de catequesis, ha sido tierra fértil para este concepto, tal vez porque eso de pertenecer a cierta minoría escogida a la que Dios ha dado la fe, es simple, y a la vez halagador. También es muy funcional a cierta clase de no creyente (frecuentemente dedicado a la política) que, al ser consultado por sus convicciones religiosas simplemente responde “no me ha sido concedido el don de la fe”.

Un corolario de esta misma idea lo encontramos en cada película cuya la moraleja sea “cuando tengas dudas, sigue a tu corazón”, o libro de autoayuda que te diga que no necesitas escuchar a nadie más para saber qué es lo correcto, ciertamente no a los líderes religiosos, y que “todo está en ti”. Basta pensar en la más famosa escena de cine, aquella donde Darth Vader revela que es el padre de Luke, y se supone que nuestro héroe debe “buscar en sus sentimientos” ¡para saber si el villano le miente o no!

Que los cristianos asumamos como propia esta forma de acercarnos a la religión sería desastroso, para la misión evangelizadora y para la ética. En primer lugar, a nadie se le ocurriría pensar de ese modo en asuntos de medicina o tecnología, de modo que la conclusión lógica será que la religión es una forma inferior y menos importante de conocimiento. En segundo término, si el conocimiento acerca de las verdades más profundas es estrictamente personal y depende de las emociones, toda religión será un asunto estrictamente privado, donde lo verdadero para mí puede no serlo para ti, y la predicación no tiene sentido. Finalmente si la conciencia también bebe de esta misma fuente para conocer la verdad moral, también se deberá afirmar que nadie puede decir a otro que actúe en contra de su más íntima convicción.

En oposición al “salto de fe”, la Iglesia Católica siempre ha confiado en la filosofía y enseña que “Las facultades del hombre lo hacen capaz de conocer la existencia de un Dios personal” y ha defendido a la vez la autonomía de la conciencia, y la absoluta necesidad de su adecuada formación. Así la Iglesia se alinea con las escuelas de verdadera filosofía (en oposición a los sofistas que hacen nata hoy), y la ciencia, afirmando la posibilidad de conocer el mundo y la existencia de verdad más allá de opiniones subjetivas

¡Pruebas!

Imaginen, entonces, mi sorpresa al enterarme recién a los 20 años de bautizado que había “pruebas de la existencia de Dios”. Esto iba contra la forma misma de entender la religión que había aprendido,

Continue la lectura en la fuente original, es lo mejor que se puede leer.

https://www.infocatolica.com/blog/esferacruz.php/1104130514-por-que-soy-catolico

Las cosas de Sancholin 1

Estos son algunos de los dichos de Sancholin, presidente de un estado cualquiera, en un pais imaginario, de un futuro siglo (pongamos el siglo XXIII por ejemplo). Pero no nos engañemos, esto nunca ha pasado ni podría pasar es pura literatura, pura imaginación desbordante de una mente calenturienta.

1- Dijo una vez Sancholin en una reunión en Bruselas:

– Disculpen si les llamo caballeros, pero es que no les conozco muy bien.

Y es que nuestro eximio presidente goza de una sinceridad sin limites, no puede evitarlo, no es diplomatico, algunos en Europa hasta piensan que es tonto del culo. Ya con el tema de Israel metió bien la patita.

Es tan honesto, tan trasparente, tan aparentemente Idiota, que le vamos a hacer.

2 – El puede parecer un idiota y actuar como un idiota. Pero no se deje engañar. Es realmente un idiota.

Esto fue lo que decían del presidente Sancholin en los corrillos de las reuniones de Bruselas, mientras el se miraba al espejo (siempre tiene la costumbre de mirarse en todos los espejos, pobre hombre).

Y es que en Europa parecen conocerlo muy bien.

3 – El secreto de la vida es la honestidad y el juego limpio, si puedes simular eso, lo has conseguido. Son palabras textuales del presidente Sancholin a su mas cercano colaborador Bolañillos, que un incauto periodista oyó casualmente y publicó al día siguiente.

Tres horas después el periodista hubo de huir a Guinea. Estaba avergonzado el pobre hombre (y algo mas).

Y es que nuestro eximio procer no pudo aguantar se supiera uno de sus mas grandes secretos, es el gran simulador, el gran engañador, el gran azote de la inteligencia. No des nunca la cara, tira la piedra y escondete, maneja a los medios, repite cien veces la misma mentira, que acabará siendo verdad, una tropelía se borra con la siguiente, la gente, el pueblo, el rebaño no tiene memoria, es facil de engañar, es bueno engañar, es saludable engañar, sobre todo en MI beneficio, nunca permitas preguntas de los periodistas, no salgas a la calle no sea que te abucheen, estas por encima de la plebe, oh cesar, no vayas al congreso, envía a otros, no escuches a nadie solo a los que necesitas, al resto solo desprecio y miente mucho sobre ellos que algo queda siempre. Son estractos de su libro, mi lucha en la tierra firme del progreso bolchevique.

Es tan tierno, tan amoral, tan miserable. Pobrecito.

4 – En las fiestas no te sientes jamás, puede sentarse a tu lado alguien que no te guste. Algo asi le paso a Sancholin.

En una reunión europea Sancholin se sentó el primero y a su lado pusieron al niño de waterloo. Se puso colorado. Es humillante que un muñeco, un titere esté sentado junto a su amo, el que gobierna a quien cree gobernar.

Y lo peor fueron las fotos que les hicieron. Pasarán a la historia.

Criaturas….

5 Encuentro la televisión muy educativa. Cada vez que alguien la enciende, me retiro a otra habitación y leo un libro. Y mejor será asi. Sancholin las controla casi a todas. Emite millones de euros en publicidad estatal, un rico caramelito, una linda zanahoria, a la que es dificil resistirse.

La publicidad se reparte entre cadenas amigas y domesticadas, una lluvia de millones, pero oh por todos los dioses tratad muy bien a Sancholin y a toda su santa corte de ministros (y ministras, tratarlas muy bien no reveleis sus mentiras y miserias). Asi nos va.

El que se mueva no sale en la foto.

Continuara….

6 Es mejor estar callado y parecer tonto, que hablar y despejar las dudas definitivamente. Eso mismo le paso a Sancholin….

7 Estos son mis principios. Si no le gustan tengo otros. Esta es la clave secreta del presidente…..

Catulo – Carmina

I
¿A quién regalo mi ingenioso librito recién aparecido, pulido hace nada con la
árida piedra pómez(1)? A ti, Cornelio(2); pues tú solías considerar que de algún valor
eran mis naderías, ya entonces, cuando te atreviste tú el único de los ítalos a desarrollar
la historia toda en tres tomos sabios, ¡por Júpiter!, y trabajosos.
Por eso, acepta cualquier cosa que esto de librillo sea y lo que valga, que, ¡oh
doncella protectora(3)!, ojalá permanezca sin menoscabo más de un siglo.
II
Gorrión(4), capricho de mi niña, con el que acostumbra ella jugar, tenerlo en su
regazo, ofrecerle la punta de su dedo tan pronto se le acerca y moverle a agudos
picotazos, cuando al radiante objeto de mi desasosiego le agrada jugar a no sé qué cosa
querida y solaz de su dolor; entonces -creo- se le calmará su ardiente pasión.
¡Ojalá pudiera yo, como ella, jugar contigo y aliviar las tristes cuitas de mi alma!
II a(5)
(…) Tan grato es para mí como cuentan que fue para la veloz muchacha(6) la
manzana de oro que desató su cinturón de siempre negado.
III
¡Llorad, oh Venus y Cupidos(7) y cuanto hay de hombres refinados! El gorrión
de mi niña ha muerto; el gorrión, capricho de mi niña, a quien ella más que a sus ojos
quería; pues era dulce como la miel y la conocía tan bien como una niña a su madre, y
no se movía de su regazo, sino que, saltando alrededor unas veces por aquí, otras por
allá, piaba sin parar a sola su dueña; y que ahora va por un camino tenebroso hacia allí
de donde dicen que no vuelve nadie.
¡Malhaya a vosotras, malvadas tinieblas del Orco(8), que devoráis todas las cosas
bellas!: tan hermoso gorrión me habéis arrebatado. ¡Oh desgracia! ¡Pobrecillo gorrión!
Ahora, por tu culpa, los ojitos de mi niña, hinchaditos, enrojecen de llanto(9).
IV
Esa barca(10) que veis, huéspedes, presume de que fue la más rápida de las
naves y de que el empuje de ningún navío sobre las ondas pudo dejarla atrás, bien se
tratara de volar a remo o a vela. Y dice que esto no lo niegan la costa del amenazador
Adriático o las islas Cícladas ni la famosa Rodas ni la espantosa Propóntide Tracia o el
terrible golfo del Ponto, donde ésta, luego barca, fue antes melenudo bosque: pues, en la
cumbre del Citoro(11) a menudo silbó con su habladora cabellera.
Amastris del Ponto y Citoro que produces bojes, para ti esto fue y es
conocidísimo -presume la barca-. Desde su más lejano origen dice que se asentó en tu
cumbre, que empapó sus remos en tu superficie y de allí avanzó como dueña por tantas

inmoderadas corrientes, ya el viento la empujara por izquierda o derecha, ya Júpiter
hubiera soplado favorable sobre ambas escotas; y que, en su interés, no se hicieron
votos a los dioses de la costa cuando volvía hace nada del mar a este cristalino lago.
Pero estas cosas ocurrieron antes; ahora, en oculta quietud, descansa vieja y se
consagra a ti, gemelo Cástor, y al gemelo de Cástor(12).
V
Vivamos, Lesbia(13) mía, y amemos, y las habladurías de esos viejos tan rectos,
todas, valorésmoslas en un solo as(14). Los soles pueden morir y renacer: nosotros, en
cuanto la efímera luz se apague, habremos de dormir una noche eterna.
Dame mil besos, luego cien, luego otros mil, luego cien una vez más, luego sin
parar otros mil, luego cien, luego, cuando hayamos hecho muchos miles, los
revolveremos para no saberlos o para que nadie con mala intención pueda mirarnos de
través(15), cuando sepa que es tan grande el número de besos.
VI
Flavio(16), a Catulo querrías hablarle de tu capricho, si no fuera sosa y basta, y
no podrías callarte. Pero no sé qué clase de febril y enfermiza puta te ha encandilado:
eso te avergüenza confesarlo.
Pues, que tú no pasas las noches viudas lo grita tu estancia, en vano callada, que
derrama aroma de guirnaldas y de aceites sirios(17), y las almohadas, ésta y aquélla,
aplastadas, y el crujido quejumbroso de tu temblequeante lecho y sus meneos.
De nada sirve callar tus adulterios, de nada(18). ¿Por qué? No arquees tus
costados, tan consumidos, ni hagas tantas tonterías. Por eso, lo que tengas de bueno y
de malo, dímelo: quiero a ti y a tus amores pregonaros hasta el cielo con mis graciosos
versos.
VII
Me preguntas cuántos besos tuyos, Lesbia, me son bastante y de sobra. Cuan
gran número de arena libia se extiende por Cirene, rica en laserpicio(19), entre el oráculo
del tempestuoso Júpiter y el sepulcro del antiguo Bato(20). O cuantas estrellas
contemplan, cuando calla la noche, los furtivos amores de los hombres. Tantísimos
besos le son bastante y de sobra besarte al loco de Catulo, que ni podrían contar los
curiosos ni embrujar(21) con su mala lengua.
VIII(22)
Desdichado Catulo, ¡que dejes de hacer tonterías y lo que ves que se ha
destruido lo consideres perdido! Brillaron un día para ti radiantes los soles, cuando
acudías una y otra vez a donde tu niña te llevaba, querida por mí(23) cuanto no lo será
ninguna. Y allí tenían lugar entonces aquellos múltiples juegos que tú querías y tu niña
no dejaba de querer. Brillaron, es verdad, para ti radiantes los soles.
Ahora ya ella no quiere: tú, como nada puedes hacer, tampoco quieras, y a la
que huye no la persigas, ni vivas desdichado, sino resiste con tenaz empeño, manténte
firme. ¡Adiós, niña! Ya Catulo está firme, y no te buscará ni te hará ruegos en contra de
tu voluntad. Pero tú te lamentarás cuando nadie te haga ruegos. ¡Criminal, ay de ti! ¿Qué
vida te espera? ¿Quién se te acercará ahora? ¿A quién le parecerás bella? ¿A quién
querrás ahora? ¿De quién se dirá que eres? ¿A quién besarás? ¿A quién morderás los
labios?
Pero tú, Catulo, resuelto, manténte firme.
IX
Veranio(24), el preferido para mí entre todos mis trescientos mil amigos(25),
¿has regresado a casa, a tus penates y a tus queridísimos hermanos y tu anciana madre?
Has regresado. ¡Noticia dichosa para mí(26)! Volveré a verte sano y salvo y te oiré
hablar de los lugares, las hazañas, los pueblos de los iberos, según tienes por costumbre,
y, abrazándome a tu cuello, besaré tu deliciosa boca y tus ojos. ¡Oh, cuanto hay de
hombres más dichosos!, ¿quién hay más alegre o más dichoso que yo?
X
Mi amigo Varo(27), como estaba yo sin hacer nada, me había llevado desde el
foro a ver a su amor, una putilla, según me pareció al pronto, nada sosa ni falta de
encanto.
En cuanto llegamos allí, tocamos conversaciones diversas, entre las cuales
hablamos de cómo era en ese momento Bitinia(28), qué tal se estaba allí, con cuánto
dinero me había yo beneficiado. Respondí tal y como era: que ni ellos mismos ni los
pretores ni la cohorte habrían sacado nada con lo que volver con la cabeza mejor
perfumada, sobre todo si tenían por pretor a un mamón a quien le importaba un bledo
la cohorte. «Pero, al menos, -me dicen- comprarías lo que se dice es típico de allí: para la
litera de un hombre(29).»
Yo, para hacerme el más feliz del mundo delante de la chica, dije: «No me fue
tan mal, porque hubiera caído en una mala provincia, como para no poder comprar
ocho hombres de buena planta.» (Y la verdad es que yo no tenía ni uno, ni aquí ni allí,
que pudiera echarse al hombro la pata rota de un catre viejo).
Entonces ella, como corresponde a una más que pendón, dijo: «Por favor,
querido Catulo, préstamelos un rato, pues quiero que me lleven al templo de
Serapis(30).» «Aguarda -dije a la chica-, respecto a eso que hace poco te había dicho que
yo tenía… me he equivocado: mi compañero -o sea, Gayo Cina(31)-, él es quien los
compró para sí. Pero, sean de él o míos, ¿a mí qué? Me sirvo de ellos igual que si los
hubiera comprado para mí. Pero tú andas por la vida hecha una desgraciada y una
impertinente, y contigo no puede uno descuidarse.»
XI(32)
Furio y Aurelio(33), compañeros de Catulo, bien llegue hasta los confines de la
India(34), donde la ola del mar de Oriente de gran bramido golpea la costa; bien hasta
los hircanos o los muelles árabes o los sagas o los partos, armados de flechas, o hasta
las llanuras que tiñe el Nilo de siete brazos; o bien encamine sus pasos más allá de los

[22]
elevados Alpes, para visitar los testimonios del gran César(35), el Rin de la Galia, el mar
que causa horror y los más alejados britanos. Puesto que estáis preparados a visitar
todos esos lugares juntamente conmigo, cualquiera que sea la voluntad de los dioses,
comunicadle a mi niña estas pocas palabras no agradables: viva y disfrute con sus
adúlteros, los trescientos(36) a los que tiene abrazados a la vez sin amar de verdad a
ninguno, sino rompiéndoles a todos las entrañas cara a cara; que no vuelva como antes
sus ojos a mi amor, que por su culpa sucumbió como la flor del prado más recóndito
tras haberla herido el arado al pasar.
XII
Asinio Marrucino(37), no usas bien tu mano izquierda en medio del juego y del
vino: robas a los descuidados sus servilletas(38). ¿Te crees que eso es gracioso? Te
equivocas, idiota. La cosa es de lo más mezquina y falta de gracia. ¿No me crees? Pues
cree a tu hermano Polión, que querría comprar tus hurtos hasta por un talento(39), y
eso que él es un muchacho experto en bromas y chanzas. Así que, o aguarda trescientos
endecasílabos(40) o devuélveme la servilleta, que no me interesa por su valor, sino
porque es un souvenir(41) de un amigo, pues desde Iberia me enviaron de regalo unas
telas de Sétabis(42) Fabulo y Veranio(43), y tengo que quererlas como quiero a mi
Veranito y a mi Fabulo.
XIII
Cenarás bien, mi querido Fabulo(44), en mi casa dentro de pocos días (si los
dioses te son propicios), si traes contigo una cena buena y abundante, y no faltan una
deslumbrante muchacha y vino y sal y toda clase de carcajadas. Si, como te digo, te traes
eso, guapo mío, cenarás(45) bien, pues la despensa de tu Catulo está llena de arañas. Eso
sí: en respuesta, recibirás puro cariño o algo más delicado y elegante: pues te daré un
perfume que regalaron a mi niña las Venus y los Cupidos(46) y que, en cuanto lo huelas,
rogarás a los dioses, Fabulo, que te hagan todo entero nariz.
XIV
Si no te quisiera más que a mis ojos, mi muy encantador Calvo(47), por ese
regalo te odiaría con el odio dirigido contra Vatinio(48). Pues, ¿qué he hecho yo o qué
he dicho para que me agobies con tantos poetastros? ¡Que los dioses concedan muchas
desgracias al protegido ese tuyo que te envió tan gran cantidad de abominaciones! Y si,
según sospecho, ese novedoso repertorio te lo obsequia el maestro Sila(49), no me
parece mal; al contrario: bien y enhorabuena, porque no se echan del todo a perder tus
esfuerzos. ¡Grandes dioses!, ¡horrible y maldito librito ese que tú enviaste a tu querido
Catulo, sin duda para que de inmediato pereciera en las Saturnales(50), el más
maravilloso de los días!
Pero no, esto no quedará así, simpático: pues, en cuanto amanezca, correré a las
estanterías de los libreros, cogeré a los Cesios, a los Aquinos, a Sufeno(51), haré una
recopilación de todos los venenos y te recompensaré con estos castigos. Entretanto,
vosotros id con bien de aquí, marchaos al sitio de donde salisteis con mal pie(52),
escoria del siglo, pésimos poetas.
XIV a(53)
Los que quizá seáis lectores de mis tonterías y no os horroricéis de acercar
vuestras manos a mí (…)
XV
Mi persona y mis amores te los confío a ti, Aurelio(54). Te pido un discreto
favor: si en tu corazón has anhelado guardar un deseo casto y puro, presérvame
púdicamente a este muchacho(55), no digo de la gente (nada temo a los que pasan de
largo por las calles de acá para allá ocupados en sus asuntos), de ti tengo miedo y de tu
pene, peligro para los muchachos, tanto honrados como disolutos. A ése tú menéalo
por donde quieras, como quieras, cuanto quieras, cuando esté fuera preparado: a éste
solo lo exceptúo, discretamente, según creo. Porque, si un mal pensamiento o una
insensata locura te empujan, canalla, a tan gran desatino como para acosar mi cabeza
con tus trampas, entonces ¡ay de ti, desdichado y de mala estrella, que, con las piernas
separadas, por la puerta abierta, te acosarán rábanos y mújoles(56)!
XVI(57)
Os daré por el culo y me la vais a chupar, Aurelio comevergas y Furio(58)
julandrón, que, por mis versitos, como son lascivos, me habéis considerado un
desvergonzado. Es, de hecho, procedente que el poeta honorable sea personalmente
casto; no es necesario que lo sean sus versitos, que, en definitiva, tienen sal y gracia si
son lascivos y desvergonzados y pueden provocar la comezón, no digo a los
muchachos, sino a esos peludos que no pueden mover sus duros lomos.
¿Vosotros, porque habéis leído muchos miles de besos(59), me consideráis poco
macho? Os daré por el culo y me la vais a chupar.
XVII
Oh colonia(60), que ambicionas jugar en un puente largo y tienes pensado
brincar en él, pero temes las endebles patas de ese puentecillo sostenido en unos
ejecillos reutilizados, no vaya a irse patas arriba y a caer en las profundidades del
pantano. ¡Ojalá se construya para ti un buen puente a tu gusto en el que incluso se
aguanten las danzas de los salios(61)!
Concédeme, colonia, este regalo que da muchísima risa: cierto paisano mío
quiero que se precipite desde tu puente y entre hasta el fango de pies a cabeza, pero por
donde de todo el lago y del fétido pantano el remolino está más encenagado y es más
profundo. Es un hombre completamente necio y tiene menos inteligencia que un niño
de dos años que duerme en los acunadores brazos de su padre. Porque, estando casada
con él una muchacha en la flor de la edad (una muchacha más delicada que un tierno
cabritillo, a la que hay que guardar con más celo que a las uvas más maduras), la deja
divertirse a su gusto, y no le importa un bledo ni se altera por su parte, sino que, tal
como un aliso está tendido en un hoyo cortado por un hacha lígur(62), apreciándolo
todo como si ella no existiese, este tal asombro mío nada ve, nada oye, quién sea él
mismo, o si es o no es, ni eso sabe.
Ahora a éste quiero enviarlo desde tu puente de cabeza, a ver si es posible
arrancarle de golpe su estúpida modorra y que deje en el espeso cieno su indolente
espíritu, como una mula deja en un hoyo pegajoso su herradura(63).
XXI
Aurelio(64), padre de las hambres, no sólo de éstas sino de cuantas han sido,
son y serán en los años venideros, quieres dar por el culo a mis amores. Y no a
escondidas: pues estás a su lado, bromeáis juntos y, pegándote a su costado, lo intentas
todo. En vano: porque a ti, que me tiendes emboscadas, te haré yo primero que me la
chupes.
Y, si lo hicieras estando harto, me callaría; pero ahora me lamento por eso
mismo, porque mi niño va a aprender a pasar hambre y sed. Por eso, déjalo mientras te
sea posible hacerlo decentemente, no sea que pongas fin a ello pero después de
chupármela.
XXII
Ese Sufeno(65) que conoces muy bien, Varo(66), es un hombre guapo y
simpático y educado, y, además, hace muchísimos versos. Yo creo que tiene escritos mil
o diez mil o más, y no como suele hacerse, transcritos en un palimpsesto: hojas de lujo,
libros nuevos, varillas nuevas, correas rojas para pergamino, todo ello con líneas rectas a
plomo y pulido con la piedra pómez(67). Cuando te pones a leerlos, ese guapo y
educado Sufeno te parece, en cambio, sólo un ordeñador de cabras o un enterrador: tan
distinto es y tanto ha cambiado.
¿Qué pensaríamos que es eso? Quien hace nada parecía un hombre de mundo,
o si hay algo más refinado(68) que eso, ese mismo es más grosero que un grosero
campesino en cuanto pone la mano en los versos, pero ese mismo nunca es igual de
feliz que cuando escribe un poema: tanto se deleita en sí mismo y tanto se admira. No
es extraño: todos metemos la pata por igual, y no hay nadie en quien no puedas ver en
cierto sentido a un Sufeno. A cada cual se le concedió un defecto, pero no vemos el
seno de la alforja que llevamos a la espalda(69).
XXIII
Furio(70), que no tienes ni esclavo ni arca ni chinche ni araña ni lumbre, pero sí
un padre y una madre cuyos dientes pueden comer hasta piedras, te va perfectamente
con tu padre y con ese leño de la esposa de tu padre. Y no es extraño: estáis realmente
todos bien de salud, digerís bien, nada teméis, ni incendios ni grandes catástrofes ni
crímenes ni las trampas del veneno ni otros azares de peligro. Tenéis, desde luego, unos
cuerpos más secos que un cuerno o si hay algo todavía más apellejado por el sol y el frío y el hambre.

¿Cómo no te va a ir bien y dichosamente? De sudor estás libre, estás libre de
saliva, de mocos y de dañino resfriado de nariz. A este aseo añádele uno mayor: que
tienes el culo más limpio que un salero(71), pues en todo el año no cagas ni diez veces, y
lo que haces es más duro que un haba o que las piedras, y, si te restregaras y frotaras con
las manos, no podrías mancharte ni un dedo. Esas comodidades tan dichosas, Furio, no
las desprecies ni las tengas en poco… y los cien mil sestercios(72) que sueles pedir
olvídalos: ya eres bastante dichoso.
XXIV
Tú que eres la flor de los Juvencios(73), no sólo de los de ahora sino de cuantos
han sido y serán luego en los años venideros, preferiría yo que hubieras dado las
riquezas de Midas(74) a ese que no tiene ni esclavo ni arca(75) a que te dejaras querer
por él. «¿Por qué? ¿No es un hombre guapo?», dirás. Lo es: pero este guaperas no tiene
ni esclavo ni arca. Esto tú déjalo aparte y dale toda la poca importancia que quieras: es
igual, ése no tiene ni esclavo ni arca.
XXV
Talo(76) julandrón, más blando que el pelo de un conejo o el tuetanillo de un
ganso o el lobulillo de la oreja o el pene fláccido de un viejo o un lugar lleno de
telarañas; y, además, Talo, más rapaz que una tempestuosa tormenta en cuanto la diosa
señala a los mujeriegos pasmados(77), devuélveme, el manto que me robaste y el
pañuelo de Sétabis y los bordados bitinios(78), que sueles lucir en público como si
fueran de tus abuelos; despégalos ya de tus uñas y devuélvemelos, no sea que tus
costaditos de lana y tus blanditas manos queden horriblemente garabateados con
correas pasadas por el fuego, y te agites sin control como una barca diminuta atrapada
en alta mar por un viento furioso.
XXVI
Furio(79), tu pequeña quinta no está expuesta al soplo del austro ni del favonio
ni del crudo bóreas ni del afeliota(80), sino a quince mil doscientos sestercios. ¡Ay,
viento cruel y apestoso!
XXVII
Muchacho escanciador del añejo falerno(81), sírveme copas de vino más fuerte,
como manda la ley de la reina Postumia(82), más cargada que los cargados hollejos. Y
vosotras, marchad de aquí a donde os plazca, aguas claras, perdición del vino; emigrad
junto a los serios: aquí hay tioniano puro(83).
XXVIII
Compañeros de Pisón(84), empobrecida cohorte, de maletuchas apropiadas y
ligeras, maravilloso Veranio y tú, mi querido Fabulo(85), ¿qué andáis haciendo? ¿Es que
no habéis pasado con ese pillo bastante frío y hambre? ¿No incluís en el registro de
ganancia vuestro gasto, como yo, que, tras haber acompañado a mi pretor, anoto por

ganancia lo gastado? ¡Oh Memio(86), qué bien y cuánto tiempo a mí, puesto boca
arriba, me forzaste a chupártela, pegándote a mí con fuerza con tu viga entera!
Pero, por lo que veo, os ha pasado la misma desgracia: pues estáis hartos de una
picha nada menor. ¡Anda, busca amigos nobles! ¡Y a vosotros, que os castiguen con
muchos males los dioses y las diosas, vergüenzas de Rómulo y Remo!
XXIX
¿Quién puede ver esto, quién puede aguantarlo, a menos que sea un crápula, un
devorador y tahúr, que Mamurra(87) posea lo que antes poseía la Galia Cabelluda(88) y
los confines de Britania?
Rómulo julandrón(89), ¿verás y soportarás esto? Y él ahora, ensoberbecido y
empavonecido, ¿recorrerá los cuartos de todos como un blanco palomo o un
Adonis(90)? Rómulo julandrón, ¿verás y soportarás esto? Eres un crápula, un devorador
y tahúr.
¿Y con esas credenciales, general sin igual, estuviste en la más lejana isla de
occidente para que esa vuestra fláccida minga devorara doscientos o trescientos mil
sestercios?
¿Qué otra cosa es que funesta generosidad? ¿Derrochó poco o acaso poco
dilapidó? Lo primero, acabó con los bienes paternos; luego, con su botín del Ponto; en
tercer lugar, con el ibérico, que conoce el aurífero Tajo; ahora se teme por la Galia y por
Britania.
¿Por qué protegéis a este malvado? ¿Qué puede hacer éste más que devorar
pingües patrimonios? ¿Y con esas credenciales, dueños y señores de la ciudad, suegro y
yerno(91), habéis echado todo a perder?
XXX
Olvidadizo Alfeno(92) y falso con tus compañeros queridísimos, ¿ya no te
compadeces nada, insensible, de tu dulce amiguito? ¿Ya no dudas en abandonarme, en
traicionarme, desleal?
Los actos perversos de los hombres mentirosos no gustan a los habitantes del
cielo; y eso tú lo desprecias, y, ¡desdichado de mí!, me abandonas en medio de mis
desgracias. ¡Ay! ¿Qué pueden hacer -dime- los hombres, o a quién pueden tenerle ley?
Y tú, injusto, bien que me exigías entregarte mi alma, arrastrándome a quererte,
como si para mí todo estuviera asegurado. Ahora, de la misma manera, te retraes y dejas
que todas tus palabras y tus actos se los lleven vanos los vientos y las nubes arrastradas
por el aire. Si tú te has olvidado, en cambio, los dioses se acuerdan; se acuerda la
Lealtad(93), que hará que de tu acto te arrepientas un día.