Archivos de la categoría Biblioteca

NUEVAS EVIDENCIAS CIENTÍFICAS DE LA EXISTENCIA DE DIOS

NUEVAS EVIDENCIAS CIENTÍFICAS DE LA EXISTENCIA DE DIOS
GONZÁLEZ-HURTADO, JOSÉ CARLOS

Este es uno de los mejores libros que he leido en toda mi vida, y he leido muchos. Escrito de manera admirable, desmonta muchos mitos falsos sobre la imposibilidad de la existencia de Dios. Tras probar la ciencia la creación o big Bang y la inmensa casualidad casi imposible de un universo antropico, capaz de albergar vida es irrefutable que existe antes del todo una inteligencia y una primera causa, Dios. Las 20 constantes del universo y la constante cosmologica sobre el crecimiento del universo estan ajustadas finisimamente para producir todo, estrellas, el carbono que es un verdadero milagro que producen las estrelas, etc. Todas ellas si varian solo un 1% no producirian nuestro universo, y la ultima si varia un 0 con 123 decimales. Para aquellos que prefieren creer en la casualidad o azar representa una opción imposible de creer, no es razonable.

https://www.diocesismalaga.es/canonizacion-d-manuel-gonzalez/2014058209/jose-carlos-gonzalez-muchos-jovenes-se-alejan-de-la-fe-porque-piensan-que-dios-y-ciencia-estan-enfrentados/

José Carlos González-Hurtado aborda el tema de la relación entre ciencia y
religión combinando diversos enfoques (histórico, cultural, testimonial,
divulgativo, sociológico) y prestando especial atención a los debates
científicos actuales y de los dos últimos siglos. No se limita a refutar la
leyenda urbana de la incompatibilidad entre ambas formas de conocimiento.
Su objetivo es demostrar que una mirada sin prejuicios al panorama de la
ciencia moderna lleva necesariamente a la idea de Dios. Para ello presenta
argumentos de peso apoyándose en abundante documentación y usando un
estilo desenfadado que convierte la lectura del libro en gratificante y
enriquecedora».
Del prólogo de Fernando Sols (Catedrático de Física de la Materia
Condensada en la Universidad Complutense de Madrid)

José Carlos González-Hurtado, en estas píldoras, da las respuestas sobre las evidencias científicas de la existencia de Dios.

La Tabla periodica

La tabla periódica. Una guía visual de los elementos constituye una nueva manera de enfocar esta rama de la ciencia tan notable y fácilmente reconocible. Este libro, que combina la vanguardia de la ciencia con una infografía visualmente fascinante, analiza todos los elementos químicos, desde el argón hasta el zinc; detalla su estructura y sus propiedades específicas; y, además, relata fascinantes historias sobre su descubrimiento y sus sorprendentes usos. También ofrece una descripción general de la tabla periódica, de las tablas alternativas y del funcionamiento de los átomos. La tabla periódica nos desvela los cimientos de todo nuestro universo como nunca se habían visto. Tom Jackson es un periodista escritor especializado en ciencias. Ha trabajado en varios proyectos con Brian May, Patrick Moore, Marcus du Sautoy y Carol Vorderman y entre sus libros se encuentran Genetics in Minutes, The Human Body in Minutes, Mathematics: An Illustrated History of Numbers y The Brain: An Illustrated History of Neuroscience.

Un libro excepcional totalmente visual, graficos muy buenos y que dan una idea de la enormidad y complejidad de los eleentos que componen el universo. Totalmente recomendable en toda Biblioteca

la-tabla-periodica.pdf (oberonlibros.com)



Sebastian Roa trilogia almohade

Tres novelas historicas altamente recomendables.

Me han impresionado, por su calidad y por su interés.

Que buena serie saldría de las tres notro pais del mundo ya las habrían hecho.

La loba de al-Andalus es el relato de un hito épico en el que se decidió el destino de lo que después se llamaría España.

Mediados del siglo XII. La última gran taifa de al-Ándalus se halla en su momento de mayor prosperidad: ciudades felices y lujosas se extienden desde la desembocadura del Ebro hasta las costas de Almería, gozando de la paz y la amistad de los reinos cristianos; los trovadores recorren sus caminos, se componen los cantares de gesta y la poesía andalusí ameniza banquetes y orgías.

Al frente de ese reino están un hombre y una mujer: el rey Lobo, un musulmán descendiente de cristianos y llegado al trono por méritos propios, curtido en las guerras de frontera y fiel cumplidor de sus pactos con los cristianos, y su favorita Zobeyda, mujer de legendaria belleza e inteligente sibilina, que persigue el cumplimiento de una extraña profecía.

Pero al otro lado del Estrecho afilan sus armas los ejércitos almohades, la poderosa máquina militar regida por el fanatismo que ha abandonado sus montañas africanas para aniquilar a los adoradores de la cruz. Mientras tanto, los cristianos de la península ibérica están más preocupados por sus rivalidades que por unirse para defender tierras.

Así, solo el rey Lobo y Zobeyda se interponen entre las hordas invasoras y los incautos reyes del norte.

Una lucha de poder narrada con lenguaje directo, sencillo y evocador, que alterna la acción con el romanticismo y la intriga en una época de héroes, trovas, grandes batallas, fidelidad y traición, muertes trágicas y pasiones desbocadas.

El EJERCITO DE DIOS

Año 1174. El Imperio almohade, fortalecido tras someter todo al-Ándalus, se dispone a lanzar sus inmensos ejércitos sobre los divididos reinos cristianos. Sus pobladores serán obligados a convertirse al islam so pena de pasarlos a cuchillo o hacerlos esclavos, pero, frente al fanatismo africano, el rey Alfonso de Castilla trata de lograr un equilibrio que supere las rivalidades entre cristianos y lleve a la unión contra el enemigo común.

En El ejército de Dios, las tramas de pasión, intriga, guerra y ambición se entrecruzan de manera magistral. La constante rivalidad entre los reyes de León y Castilla, auxiliados respectivamente por las poderosas familias de los Castro y los Lara, se verá tamizada por la intervención de una hermosa y astuta noble, Urraca López de Haro, y por las maniobras en la sombra de la reina Leonor Plantagenet. En la frontera con el islam, el cristiano Ordoño de Aza se verá atrapado entre la amistad con un andalusí, Ibn Sanadid, y la fascinación que despierta en él Safiyya, hija del rey Lobo y esposa del príncipe almohade Yaqub.

Reinos de lucha, intriga, acción, sexo, giros inesperados y personajes carismáticos e inolvidables hacen de la Trilogía Almohade de Sebastián Roa (La loba de al-Ándalus, El ejército de Dios y Las cadenas del destino) una formidable representación de una época decisiva en la historia de España.

«Sebastián Roa se ha consolidado como uno de los grandes escritores de novela histórica de nuestro país».

La Vanguardia

La crítica ha dicho sobre la Trilogía Almohade (La loba de al-Ándalus, El ejército de Dios y Las cadenas del destino): «Un auténtico viaje a la Edad Media. Sebastián Roa consigue que nos sintamos como si estuviéramos ahí».

El Mundo

«Novela de aventuras, escrita con nervio sobre un armazón histórico».

El Periódico de Catalunya

«Monumental novela histórica. Espléndida».

LAS CADENAS DEL DESTINO

Las cadenas del destino es la esperada conclusión de la Trilogía Almohade.
Nuevas tramas de pasión, guerra y traiciones nos guiarán por la senda de la épica hacia la batalla más importante de nuestra historia.

Año 1195. Castilla ha caído en Alarcos y el califa almohade Yaqub al-Mansur avanza sobre Toledo. Los conquistadores africanos impondrán la conversión al islam más rígido o sembrarán la Península de cristianos crucificados y cabezas cortadas. Las fronteras se resquebrajan, las aldeas y los castillos se vacían, oleadas de refugiados huyen hacia el norte. Por si fuera poco, los reinos de León, Navarra y Aragón se confabulan para repartirse los despojos del derrotado Alfonso VIII, por lo que este no encuentra otro remedio que negociar con los musulmanes.

Sin embargo, el embrión de la resistencia se sobrepone a la derrota y a la perfidia, y brota incluso entre la sangre del campo de batalla. En Castilla, la reina Leonor Plantagenet no se resigna a darlo todo por perdido, y aún confía en la unión entre los estados cristianos para enfrentarse al enemigo común. En Aragón, el joven príncipe Pedro sueña con alcanzar la corona y convertirse en un paladín de la cristiandad. Y en León, una muchacha judía arrojada a la esclavitud será capaz de cualquier cosa por salvar a los suyos.

Ésto han dicho sobre la novela de Sebastián Roa:
«Un auténtico viaje a la Edad Media. Sebastián Roa consigue que nos sintamos como si estuviéramos ahí.»
El Mundo

«Magistral. Sacarás tiempo para leer de donde no hay.»
Carlos Aurensanz

«Cuando el rigor histórico y el talento se aúnan surgen obras maestras como esta. Impresionante.»
Blog Anika Entre Libros

Kropotkin La ayuda mutua

513M6dfR+qL

330px-Gegenseitige_Hilfe

40617-frase-se-comprende-facilmente-que-sin-respeto-simpatia-ni-apoyo-mutuo-la-especiepiotr-kropotkin

El apoyo mutuo: un factor en la evolución es un libro que trata el tema del apoyo mutuo y la cooperación dentro del proceso evolutivo, escrito por el anarcocomunista ruso Piotr Kropotkin durante su exilio en Inglaterra.

Resumen

LA OBRA La ayuda mutua surge, según lo explica el propio autor en la introducción, como una respuesta a algunos seguidores de Charles Darwin y a su interpretación de la Teoría de la evolución. La obra nace en principio de la intención de contestar un artículo publicado en 1888 por Thomas Henry Huxley, destacado biólogo de la época, que según Kropotkin «pintaba la vida de los animales como una lucha desesperada de uno contra todos». Estimulado por el propio editor de la revista científica en la cual se realizaran las publicaciones, no sólo desarrolla una contestación a ese artículo, sino que amplía su investigación hasta plasmarla en el libro que fuera editado por primera vez en 1902. XIII Thomas Henry Huxley fue el primero de los darwinistas que, contemporánea y posteriormente, interpretaron los planteamientos del libro El origen de las especies, publicado en 1859 en forma particular. A pesar de que el propio Darwin planteara que la evolución estaba alimentada, entre otras variables, por la supervivencia del más apto, muchos de sus seguidores, fieles a la visión positivista y causalista de la ciencia de la época, no sólo llegaron a considerarla como causa principal de la evolución, sino que llegaron a transformar la supervivencia del más apto en la supervivencia del más fuerte. Esta visión no era gratuita, coincidía con la visión eurocentrista y racista que de alguna forma encontraba en esta interpretación la justificación «científica» de la historia de depredación y devastación que los sucesivos imperios expansionistas europeos realizaran en otras tierras allende sus mares, sobre poblaciones menos «aptas». La investigación de Kropotkin como científico se apoya sobre todo en sus observaciones personales como naturalista y geógrafo y recurre además a observaciones de otros naturalistas y teóricos contemporáneos. Deja de lado expresamente observaciones hechas por misioneros y viajeros ocasionales del siglo XVIII y principios del XIX por considerarlas fuentes sesgadas o no confiables. El objetivo de su investigación es mostrar cómo la ayuda mutua ha significado una variable importante en la evolución de las especies y de las sociedades humanas, tan significativa como la lucha feroz e individual por la existencia. Desarrolla la investigación con una estructura que considera sucesivamente la ayuda mutua entre los animales, la ayuda mutua entre los salvajes, la ayuda mutua XIV entre los bárbaros, la ayuda mutua en la ciudad medieval y la ayuda mutua en la sociedad moderna, finalizando con un capítulo de conclusiones. Categorías socio-históricas éstas, que de alguna manera reflejaban las concepciones de la época, en las cuales la cultura europea era la cúspide de una evolución social lineal que partía desde las tribus primitivas y llegaba a la civilización más desarrollada en la historia de la Humanidad, que ellos representaban

 

Hasta el siglo XIX los naturalistas tenían casi por axioma la idea de la fijeza e inmovilidad de las especies biológicas: Tot sunt species quot a principio creavit infinitum ens. Aún en el siglo XIX, el más célebre de los cultores de la historia natural, el hugonote Cuvier, seguía impertérrito en su fijismo. Pero ya en 1809 Lamarck, en su Filosofíazoológica defendía, con gran escándalo de la Iglesia y de la Academia, la tesis de que las especies zoológicas se transforman, en respuesta a una tendencia inmanente, de su naturaleza y adaptándose al medio circundante. Hay en cada animal un impulso intrínseco (o «conato») que lo lleva a nuevas adaptaciones y lo provee de nuevos órganos, que se agregan a su fondo genético y se transmiten por herencia. A la idea del impuso intrínseco y la formación de nuevos órganos exigidos por el medio ambiente se añade la de la transmisión hereditaria. Tales ideas, a las que Cuvier oponía tres años más tarde, en su Discurso sobre las revoluciones del globo, la teoría de las catástrofes geológicas y las sucesivas creaciones [1], encontró indirecto apoyo en los trabajos del geólogo inglés, Lyell, quién, en sus Principios de geología demostró la falsedad del catastrofismo de Cuvier, probando que las causas de la alteración de la superficie del planeta no son diferentes hoy que en las pasadas eras [2]. Lamarck desciende filosóficamente de la filosofía de la Ilustración, pero no ha desechado del todo la teleología. Para él hay en la naturaleza de los seres vivos una tendencia continua a producir organismos cada vez más complejos [3]. Dicha tendencia actúa en respuesta a exigencias del medio y no sólo crea nuevos caracteres somáticos sino que los transmite por herencia. Una voluntad inconsciente y genérica impulsa, pues, el cambio según una ley general que señala el tránsito de lo simple a lo complejo. Está ley servirá de base a la filosofía sintética de Spencer. Pese a la importancia de la teoría de Lamarck en la historia de la ciencia y aun de la filosofía, ella estaba limitada por innegables deficiencias. Lamarck no aportó muchas pruebas a sus hipótesis; partió de una química precientífica; no consideró la evolución sino como proceso lineal. Darwin, en cambio, sé preocupó por acumular, sobre todo a través de su viaje alrededor del mundo, en el Beagle un gran cúmulo de observaciones zoológicas y botánicas; se puso al día con la química iniciada por Lavoisier (aunque ignoró la genética fundada por Mendel) y tuvo de la evolución un concepto más amplio y, complejo. Desechó toda clase de teleologismo y se basó, en supuestos estrictamente mecanicistas. Sus notas revelan que tenía conciencia de las aplicaciones materialistas de sus teorías biológicas. De hecho, no sólo recibio la influencia de su abuelo Erasmus Darwin y la del geólogo Lyell sino también las del economista Adam Smith, del demógrafo Malthus y del filósofo Comte [4]. En 1859 publicó su Origen de las especies que logró pronto universal celebridad; doce años más tarde sacó a la luz La descendencia del hombre[5]. Darwin acepta de Lamarck la idea de adaptación al medio, pero se niega a admitir la de la fuerza inmanente que impulsa la evolución. Rechaza, en consecuencia, toda posibilidad de cambios repentinos y sólo admite una serie de cambios graduales y accidentales. Formula, en sustitución del principio lamarckiano del impulso inmanente, la ley de la selección natural [6]. Partiendo de Malthus, observa que hay una reproducción excesiva de los vivientes, que llevaría de por si a que cada especie llenara toda la tierra. Si ello no sucede es porque una gran parte de los individuos perecen. Ahora bien, la desaparición de los mismos obedece a un proceso de selección. Dentro de cada especie surgen innúmeras diferencias; sólo sobreviven aquellos individuos cuyos caracteres diferenciales los hacen más aptos para adaptarse al medio. De tal manera, la evolución aparece como un proceso mecánico, que hace superflua toda teleología y toda idea de una dirección y de una meta. Esta ley básica de la selección natural y la supervivencia del más- apto (que algunos filósofos comporáneos, como Popper, consideran mera tautología) comparte la idea de la lucha por la vida (struggle for life) [7]. Ésta se manifiesta principalmente entre los individuos de una misma especie, donde cada uno lucha por el predominio y por el acceso a la reproducción (selección sexual). Herbert Spencer, quien, antes de Darwin, había esbozado ya el plan de un vasto sistema de filosofía sintética, extendió la idea de la evolución, por una parte, a la materia inorgánico (Primeros Principios 1862, II Parte,) y, por otra parte, a la sociedad y la cultura (Principios de Sociología, 18761896). Para él, la lucha por la vida y la supervivencia. del más apto (expresión que usaba desde 1852), representan no solamente, el mecanismo por el cual la vida se transforma y evoluciona sí no también. la única vía de todo progreso humano [8]. Sienta así las bases de lo que se llamará el darwinismo social, cuyos dos hijos, el feroz capitalismo manchesteriano y el ignominioso racismo fuero tal vez más lejos de lo que aquel pacífico burgués podía imaginar. Th. Huxley, discípulo fiel de Darwin, publica, en febrero de 1888, en, la revista The Níneteenth Century, un artículo que como su mismo título indica, es todo un manifiesto del darwinismo social: The Struggle for life. A Programme [9]. Kropotkin queda conmovido por este trabajo, en el cual ve expuestas las ideas sociales contra las que siempre había luchado, fundadas en las teorías científicas a las que consideraba como culminación, del pensamiento biológico contemporáneo. Reacciona contra él y, a partir de 1890, se propone refutarlo en una serie de artículos, que van apareciendo también en The Nineteenth Century y que más tarde amplía y complementa, al reunirlos en un volumen titulado El apoyo mutuo. Un factor de la evolución. Un camino para refutar a Huxley y al darwinismo social hubiera sido seguir los pasos de Russell Wallace, quien pone el cerebro del hombre, al margen de la evolución. Hay que tener en cuenta que este. ilustre sabio que formuló su teoría de la evolución de las especies casi al mismo tiempo que Darwin, al hacer un lugar aparte para la vida moral e intelectual del ser humano, sostenía que desde el momento en que éste llegó a descubrir el fuego, entró en el campo de la cultura y dejo de ser afectado por la selección natural [10]. De este modo Wallace se sustrajo, mucho más que Darwin o Spencer, al prejuicio racial [11]. pero Kropotkin, firme en su materialismo, no podía seguir a Wallace, quien no dudaba en postular la intervención de Dios para explicar las características del cerebro y la superioridad moral e intelectual del hombre. Por otra parte, como socialista y anarquista, no podía en, modo alguno cohonestar las conclusiones de Huxley, en las que veía sin duda un cómodo fundamento para la economía del irrestricto «laissez faire» capitalista, para las teorías racistas de Gobineau (cuyo Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas había sido publicados ya en 1855), para el malthusianismo, para las elucubraciones falsamente individualistas de Stirner y de Nietzsche. Considera, pues, el manifiesto huxleyano como una interpretación unilateral y, por tanto, falsa de la teoría darwinista del «struggle for life» y le propone demostrar que, junto al principio de la lucha (de cuya vigencia no duda), se debe tener en cuenta otro, más importante que aquél para explicar la evolución de los animales y el progreso del hombre. Este principio es el de la ayuda mutua entre los individuos de una misma especie (y, a veces, también entre las de especies diferentes). El mismo Darwin había admitido este principio. En el prólogo a la edición de 1920 de El apoyo mutuo, escrito pocos meses antes de su muerte, Kropotkin manifiesta su alegría por el hecho de que el mismo Spencer reconociera la importancia de «la ayuda mutua y su significado en la lucha por la existencia’. Ni Darwin ni Spencer le otorgaron nunca, sin embargo, el rango que le da Kröpotkin al ponerla al mismo nivel (cuando no por encima) de la lucha por la vida como factor de evolución…..

El apoyo mutuo obra completa:  EL APOYO MUTUO

La conquista del imperio inca

macchu-pichu-incas-768x543

Un inmejorable libro de Historia.  Entrevistas y primer capítulo :

https://www.despertaferro-ediciones.com/revistas/numero/plata-sangre-conquista-imperio-inca-guerras-civiles-peru/

Plata y sangre. La conquista del Imperio inca y las guerras civiles del Perú

Antonio Espino López

La conquista del Imperio inca a manos de un puñado de españoles sigue fascinando por lo que tiene de empresa quijotesca y desmedida. ¿Cómo pudieron Pizarro, Almagro y poco más de un centenar de hombres someter al Estado más poderoso y mejor organizado de América, capaz de poner en pie de guerra a millares de guerreros, y que había conquistado uno tras otro, implacablemente, a sus vecinos? En Plata y sangre. La conquista del Imperio inca y las guerras civiles del Perú, Antonio Espino, catedrático de Historia Moderna en la Universidad Autónoma de Barcelona, responde a la cuestión con brillantez, en una narración vibrante que aúna el descubrimiento de un mundo ignoto con el análisis de cómo las innovaciones militares que se estaban desarrollando en Europa se adaptaron al nuevo continente.

Unas innovaciones que, además, iban sin solución de continuidad a emplearse en la negra tarea de matarse unos españoles a otros, ante la mirada impertérrita y la colaboración forzosa de unos indígenas cuyo mundo se tambaleaba. Si la conquista fascina, su envés son las guerras civiles que diezmaron a la primera generación de conquistadores del Perú. La ambición, el orgullo y la desmesura, combustibles de unos hombres que se sentían sin límite, estallaron en una vorágine cainita, y cuadros de piqueros y arcabuceros remedaron sobre los cerros andinos las sangrientas batallas de la revolución militar europea. Un ejército desplegado en el campo de batalla no deja de ser un compendio de las características, cualidades, defectos, virtudes y limitaciones de la sociedad que lo organiza y de los hombres que lo componen. Hombres como Pedro de Valdivia, curtido en Italia y conquistador de Chile, Gonzalo Pizarro, que acarició romper con España y coronarse rey, o Francisco de Carvajal, el Demonio de los Andes. Todos ellos encontraron en el Perú mucha plata, sí, pero también mucha sangre.

Historia militar de la conquista de Mexico

la-llegada-ferrer-dalmau-bueno

Un libro destacable, historia pura. Primer capitulo y entrevistas:

https://www.despertaferro-ediciones.com/revistas/numero/vencer-o-morir-una-historia-militar-de-la-conquista-de-mexico-espino/

Vencer o morir. Una historia militar de la conquista de México – 2.ª edición

Antonio Espino López

Hace cinco siglos, el 13 de agosto de 1521, caía Tenochtitlán, la otrora esplendorosa capital del Imperio azteca y ahora tan devastada como sus habitantes, exterminados por la guerra, el hambre y la viruela. Un mundo, el de Moctezuma y Cuauhtémoc, el de Huitzilopochtli y el Tezcatlipoca, se extinguía, y otro, el de Cortés y Malinche, el de Cristo y la Virgen de Guadalupe, nacía. Un hito en la historia universal, que supuso un bocado de león en la conquista española de América y que marcó el nacimiento del país mestizo que es México. Un hito doloroso, pero que cinco siglos después sigue asombrando: ¿cómo pudieron Cortés y su puñado de españoles, prácticamente incomunicados, en medio de un mundo que les era totalmente ajeno y extraño, conquistar un Imperio que se enseñoreaba sobre una vasta parte de lo que hoy es México? ¿Cómo pudieron escapar en la Noche Triste y vencer a los guerreros águila y jaguar en Otumba? Antonio Espino, catedrático de Historia Moderna en la Universitat Autónoma de Barcelona, y que respondió a una pregunta similar en Plata y sangre. La conquista del Imperio inca y las guerras civiles del Perú, aborda en Vencer o morir. Una historia militar de la conquista de México la aventura de Hernán Cortés y su reducida pero extraordinaria hueste, para resaltar la poderosa personalidad del líder hispano y el papel de las armas y mentalidad europeas en contraposición con las de sus enemigos mexicas, pero evidenciando también la importancia de las alianzas tejidas con los indígenas, sin cuyo concurso la conquista habría sido imposible. Un visión renovada presentada desde el prisma de la nueva historia militar, que analiza un periodo tan fascinante como complejo libre de prejuicios y tópicos con la intención de dotar al lector de instrumentos lo más objetivos posibles para que pueda formarse su propia opinión de cómo se produjo y significó la conquista de México.  

Biblioteca: Pedro de Osuna

el-gran-duque-de-osuna-y-su-marina

EL GRAN DUQUE DE OSUNA Y SU MARINA

Prólogo de Francisco Ledesma.

El Gran Duque de Osuna y su marina (1885) es una obra de su tiempo pero aún actual, gracias a la muy sólida erudición de su prosa viva y castiza. El prólogo, escrito para esta edición (la primera en ciento veinte años) por Francisco Ledesma, enmarca y sitúa a la perfección la trascendencia e interés de las empresas navales del Gran Duque de Osuna en el Nápoles del primer tercio del siglo XVII, historiadas por el también grande Cesáreo Fernández Duro.

Libro extraordinario, muy recomendable, de uno de esos episodios de nuestra historia tan frecuentes: admirables, ocultos y desconocidos y que hay que sacar mas a la luz

Comprar libro

Articulo completo

Pedro El Grande, un «señor muy pequeño que era muy grande», según le describió Miguel de Cervantes, comprendió que para defenderse de los corsarios berberiscos que asolaban la Italia española solo servía una estrategia ofensiva. Frente a la inutilidad de las grandes flotas anuales, este atípico Duque de Osuna creó una flotilla privada durante su periodo como virrey de Sicilia y la empleó para atacar a los corsarios con sus propias armas. En sus bases. En su terreno…

A pesar de las críticas desde Madrid, la flota de Osuna cosechó grandes victorias en el Mediterráneo a principios del siglo XVII y fue creciendo en tamaño conforme arrebataban botines a los corsarios musulmanes. La lista de normas infringidas por el virrey solo era comparable a la de galeras apresadas, más de una treintena, y a la de los miles de esclavos cristianos liberados. Es por esta razón que, cuando el gran duque fue nombrado virrey de Nápoles, un reino clave para el Imperio español, el noble trasladó allí también su estrategia contra los piratas y sus barcos. Se justificó a la hora de continuar con el corso en que, a falta de medios de la Corona, ponía él los suyos, y en que no había peligro de atacar a mercaderes porque « en la Costa de Berbería no hay de esos», solo piratas.

Su nueva flota en Nápoles estuvo formada por las habituales galeras, típicas del Mediterráneo, y también por galeones, que empleó con audacia pese a ser más adecuados para el Atlántico. En total, 22 galeras y 20 galeones. La combinación de ambos tipos de nave permitió el control del Adriático y trasladó el hostigamiento hasta los dominios del Imperio turco, en ese momento volcado en sus campañas contra el Imperio safávida (Irán). Enésima demostración de lo que la batalla de Lepanto ya dejó intuir en su día: los turcos estaban perdiendo la batalla tecnológica respecto a la Europa cristiana.

Francisco de Ribera, un humilde capitán de galeones, se convirtió en leyenda en esos días por mostrar la superioridad de los barcos atlánticos y protagonizar en el cabo Celidonia una victoria que resulta inverosímil.Pedro El Grande conservó en el cargo de alférez al hidalgo y le confió al mando de un galeón de 36 cañones.

 

Desplegado en las aguas cercanas a Calabria, el alférez castellano acudió a patrullar la zona ante el aviso de velas corsarias. El galeón y una tartana, con 100 mosqueteros y 80 marineros a bordo, cayeron en la emboscada de dos galeras tunecinas, de 40 y 36 piezas de bronce, cuando perseguían a una nave sospechosa. Ribera resistió en su galeón más de cinco horas, sin que las galeras se atrevieran a abordarla y, llegada la noche, encendió fanal, lo que significaba que no tenía ninguna prisa. Cuando los enemigos se dieron por vencidos, la flota cristiana se refugió al norte de Sicilia; hizo dos presas corsarias que pasaban por allí y tras reponerse reanudó la persecución.

Francisco de Ribera buscó a sus asaltantes en la bahía que asienta la Goleta, que sigue siendo hoy la llave de la ciudad y del puerto de Túnez. Allí rindió, según Cesáreo Fernández Duro, a cuatro barcos corsarios, mató 37 turcos en ellos y rescató a 19 flamencos, antes de huir a causa del fuego desde la Goleta. En su huida perdió a uno de los cuatro barcos rendidos y, a tenor de los 42 cañonazos recibidos, casi se le hunde el suyo propio.

La temeraria acción en la Goleta asombró a Osuna, quien elogió al toledano por su arrojo «en este tiempo en que hay tan pocos de quien se pueda echar mano para esto». Le recompensó, además, con el empleo de capitán de una flota con otros barcos altos, esto es, diseñados más para el agitado Atlántico que para el sosegado Mediterráneo. La falta de remos podía ser una desventaja, pero la mayor potencia artillera de los galeones y su altura los convertía en castillos flotantes a ojos de las galeras, de gran longitud y poca altura.

La batalla del Cabo Celidonia

En el verano de 1616, la escuadra de Ribera –cinco galeones y un patache– se encontraba realizando actividades corsarias en torno a Chipre, cuando fue sorprendida por el grueso de la armada turca en el Cabo Celidonia. Patrullaba la zona ante la posibilidad de un ataque contra Calabria o Sicilia, y de repente se vieron acorralados por el enemigo.

El 14 de julio aparecieron ante el cabo 55 galeras con cerca de 275 cañones (la mayoría situados en la proa) y 12.000 efectivos a bordo. Sin perder la calma, el marino toledano se preparó para recibir al enemigo con disparos a distancia y para sacar ventaja de la mayor altura de los barcos atlánticos. Unió los seis barcos mediante cadenas para evitar que el viento aislara a alguno, mientras situó en vanguardia a su buque insignia, el Concepción, con 52 cañones.

La lucha comenzó a las nueve de la mañana y se alargó hasta el ocaso. La artillería de los galeones dejó a ocho galeras a punto de hundirse y otras muchas dañadas al final del primer día. El ataque se reanudó a la mañana siguiente, cuando, después de un consejo de guerra nocturno, los otomanos se lanzaron a la ofensiva con la obsesión de apresar la Concepción y la Almiranta, que eran con diferencia las que más daño les estaban causando. Otras 10 galeras quedaron escoradas durante esta acometida.

Así las cosas, la superioridad numérica de los turcos, que iban con sus mejores tropas de jenízaros embarcadas, renovó los ánimos. Después de una arenga a sus tripulaciones, los otomanos realizaron el asalto más crítico el día 16. La nave capitana de Ribera escupió fuego de mosquetes y cañones, como si fuera una fábrica de fuegos artificiales en llamas, para repeler el ataque turco. La intervención del galeón Santiago, defendiendo el flanco del buque insignia, infligió daños severos y dio la puntilla a los musulmanes.

A las tres de la tarde, la armada otomana arrojó la toalla con 1.200 jenízaros y 2.000 marineros y remeros muertos y 10 galeras hundidas y otras 23 inutilizadas. Por su parte, los españoles contaron solo 34 muertos y regresaron con todos los barcos a puerto, aunque dos de ellos con importantes daños.

A raíz de un triunfo que parecía imposible, Osuna recibió a Ribera como a un general romano acampado en el Campo de Marte. El toledano fue promovido a almirante por el Rey, que también lo recompensó concediéndole el hábito de la Orden de Santiago. Los galeones del virrey confirmaron la superioridad tecnológica europea en Celidonia.