Gomez de la Serna- Senos 7

VARIEDADES Y OBSERVACIONES
Hay senos alados, que vuelan como una paloma cogida
por las patas.
Los senos novatos serán los mismos que los ya nacidos,
como las naranjas futuras serán iguales a las naranjas
presentes… Sólo que apagarán otra sed.
Senos de las planchadoras llenos de blanco almidón,
brillantes con el planchado de brillo, preñados de blancura,
ágiles, penduleantes, tan movidos en la labor, que
parece que tendrán abandonada la labor, un movimiento
propio y desenvuelto bajo las blusas claras, bajo los maíinés
blancos y sueltos, que son el uniforme de las planchadoras.
.. Senos hacendosos, senos en que está apretadamente
ahorrada la cantidad de placer, senos que ellas
machucan sobre la plancha, senos que hacen más tersas
y más brillantes las pecheras a las que dan brillo, echando
en ellas la conveniente chorrada de almidón y fragancia,
alimentando con ellos su alegre y blanco trabajo; senos
que incitan y hacen cosquillas a los pechos varoniles
de las pecheras, senos despiertos y encantadores.
Los senos de cada nación, de cada parte del mundo,
son distintos. Se necesitaría un Humboldt estudioso y viajero
que se agotase en ese estudio comparado y dificilísimo.
Por encima se puede hablar de algunos: de los franceses
como ardillas, más blandos que ninguno, que dejan
impregnadas de perfume las manos, aunque vacías,
suaves como una borla de polvos, que se escurren como
el agua entre los dedos de la mano, y sin embargo son
de una seducción perenne; de los ingleses, perdidos, un
poco rancios, generalmente como bolsas de labor o fundas
de la Biblia, pero a veces, cuando surge la excepción,
los cuantiosos resultan unos senos magníficos, porque
son los que viven a expensas de la falta de gracia
de los demás y llenos de eso y de una gran castidad son
como cúspides; de los italianos, como perfeccionados y
pulidos por el arte, muy consagrados y muy redondos;
de los suizos, muy blandos, como hechos con leche condensada,
radiantes de salud, hijos de mujeres fuertes y
con ideas de sus derechos, producto de los buenos pastos
y del buen clima; los de las portuguesas, senos primitivos
y enterizos, senos coloniales, senos de blancas
negras, de las mestizas, de las brasileñas, grandes senos
que caen sobre la balustrada de los balcones como colchones
puestos a ventilar…, etc., etc.
Hay los senos que son higos frescos y los senos que
son higos secos, los senos que son el racimo verde que
da una indigestión, los que son el racimo maduro y los
que son el racimo de pasas.
A veces nos encontramos que tales senos no pertenecen
a la cabeza de la que los lleva… Ese desconcierto
que producirían siempre esos senos, mantendrán aferrado
a ellos a aquel a quien cautiven.
Debía haber mujeres con los senos azules, con los senos
rosas o con los senos rojos.
Los senos de las dolorosas son llenos de lágrimas, de
cuya mamilla parecen que, como de ciertas fuentes melancólicas,
cae sólo una gota de agua —una lágrima—
muy de vez en cuando.
Parece que hay la que ha robado los senos a la otra…
La hermana menor, que dormía en la misma alcoba de
la hermana mayor, la ha escamoteado los senos… La pupila
de la mancebía, que de un modo violento y sagaz
ha robado los senos a la más inocente, aunque era la más
opulenta…; la discreta y cautelosa amiga de la virgen burguesita
y prudente, que aprovechándose de esas amistades
que surgen durante los veraneos o en las íntimas reuniones
invernales, les roba sus senos, los senos sorprendentes
que ella descubrió viéndola vestirse en esa confianza
que las mujeres tienen con las mujeres.
Necesitaban cierto escorzo sus senos para abultarse;
porque si no eran como planas pezoneras superpuestas
a su pecho liso.
A veces están demasiado blandos… Parece que les hemos
cogido descuidados y cobardes… Jugamos con ellos
entonces de un modo diferente, porque ya tendremos ocasión
de ser rudos y de estar despiertos y de dar suelta
a la rabia secreta del amor… En esos ratos descansaban
sobre el pecho, lánguidos y sin pensamientos como en
la sobremesa. No era el momento oportuno, pero la mano
se nos ha escapado y no está de más comprobar una
vez más su existencia, porque con eso y todo se nos olvidarán,
se nos olvidarán aunque no queramos, se nos
olvidarán en cuanto los perdamos de vista, se nos olvidarán
por una fatal desmemoria.
Los senos de las estatuas de los jardines son los que
han lactado a los amorcillos que se han ido con las otras
y que hacen de las suyas en el jardín.
Grandes agarraderas del desnudo. Si no el desnudo no
sería asidero. Por eso está cogida la mujer, eso la vende
y la hace conmovedora desnuda y con sus senos al aire,
por cómo sus senos son lo que coge, lo que se va a que
lo cojan, lo que fatalmente es para eso. Da pena verla
tan fatalizada por sus senos, y, sin embargo, da tentación,
alegre tentación. El torso que se podría escapar y ser independiente
y ser libre, el torso que está detrás de los
senos está esclavizado, dedicado al hombre y al apresamiento
sólo por los senos. La depravan y la desequilibran
los senos, la hacen lujuriosa aunque no quiera. No
podrá ser sino sensual, inevitablemente sensual, sensual
hasta la muerte, marcadamente sensual por los senos, que
son en toda su densidad eso. Los senos hacen que no haya
duda sobre el destino de la mujer; son la indicación
sin disimulo.
Hay unos senos rizados, vueltos sobre sí como los pétalos
de las rosas cuando al madurar se rizan.
Parece que por sus colores y sus cualidades hay en la
cantidad infinita de los pezones diferencias como las que
hay entre las piedras preciosas… El pezón amatista, el
pezón crisólito, el pezón esmeralda, el pezón perla cabujón,
etc., etc.
Hay los senos llenos de tranquilidad. Hay los senos llenos
de dolor. Hay los senos llenos de pasión. Hay los
senos llenos de divorcio. Hay los senos llenos de calamidades.
hay los senos llenos de veneno. Hay los senos
llenos de enervación. Hay los senos llenos de lágrimas.
Hay los senos llenos de nocturnidad. Hay los senos llenos
de sorpresas. Hay los senos llenos de caridad. Hay
los senos llenos de adulterio. Hay los senos llenos de oro
ahorrado. Hay los senos llenos de hipocresía. Hay los
senos llenos de compota casera. Hay los senos llenos de
marisabidismo. Hay los senos llenos de perdigones. Hay
los senos llenos de medallitas de la virgen. Hay los senos
llenos de calderilla. Hay los senos llenos de negrura
bajo el blanco exterior. Hay los senos llenos de aire como
los balones.
En las mujeres que vivían desnudas en plena naturaleza,
sucedía que cuando estaban más plácidas y más solas
acostadas bajo el sol, sus senos sacaban sus cuernecillos
galuzmeantes.
Los senos tienen días de flaqueza en que parece que
se han derretido o en que parece que van a derretirse definitivamente.
Unos senos que se merodean, tienen en esa suave instantánea,
que se toca un momento, una inquietante y suave
calidad de marfil, un marfil terso y blando, pero con esa
dureza resbaladiza de las esferas de marfil.
Los senos debían tener balidos, si balaron con hondo
y penetrante acento o ¿quizá lo que harían sería piar?
Hay la naranjera de los senos. Sentada en los bancos
públicos por la tarde, sin miedo a la policía, con sus senos
en la estameña de las naranjas, senos que hay que
mondar con un cuchillo para poderles encontrar la delicia
(cuidado, para no hacerla sufrir, con que la mordedura
no se rompa y sólo al final caiga todo su rizo entero).
Los senos son una especie de valentía de la mujer.
—Por tener estos senos —parece que va diciendo— soy
capaz de resistir todas las puñaladas y todos los peligros.
Van como revestidas con una coraza con sus senos, segura
protección de su cuerpo.
Van salientes —ésta es la palabra— por sus senos.
Por eso sonríe aquella mujer detrás de sus senos como
detrás de lo inexpugnable, como acodándose en lo alto
de uno de los cubos o baluartes de la muralla.
¿Y el talento de Dios cuándo los logró modelar? ¡Qué
gran picardía de escultor! Puso sobre ellos los paños mojados
con que se reblandece la escultura, tanto y tan hasta
el último momento, que la de los senos fue la greda
que más reblandecida quedó del mundo.
Hay un encanto superior al del encuentro con sus cartílagos
inexplicables, y es el de verlos imposibles… Es
delicioso besar el suelo embaldosado y frío ante esos senos
que no se podrán tocar nunca, que están en sus floreros
de altar.
Que en ellos está toda la materia del mundo dignificada,
no hay quien lo mueva.
El mundo es esencialmente material, y ellos son la mejor
clase de la materia, que sin escapársenos como lo líquido
y lo gaseoso, es etéreo y es material.
Por eso sinceramente merecen mi apología, aunque aun
después de ver que son lo mejor de lo mejor, resultan
vanos como todo es vano, hasta Dios.
Son la materia aquilatada. Son los tulipanes supremos,
el florón de lo real. No hay que darle vueltas.
Por eso sé yo que no he fabricado un libro exagerado
sobre cualquier cosa, o un libro lúbrico. Yo sé que he
escrito un libro de letanías con sentido, de letanías en que
he atendido más a la diversidad que al estilo, sobre la
más pura y sagrada forma, sobre el ostensorio que he
arrancado a las mujeres banales para meterlo en un libro,
para que los gocen los que temen el contagio y la
suciedad, libro para los ermitaños cuyas almas y cuyas
manos son puras y continuarán puras.
«Si seré buena —parecía decir con la mirada aquella
mujer que se ponía la chaqueta espesa, llena de pesados
agremanes sobre los senos— que para no haceros demasiado
daño, os presento mis senos embolados».
—Los senos son la esponja del corazón. Parece que
le enjugan la sangre como algodones providenciales —
me dijo aquella mujer a la que pedía más, más sinceridad
sobre sus senos.
Y tantos y tantos senos más… Senos parabólicos, senos
lobulados, senos yermos, senos bullentes, senos tácitos,
senos cloróticos, senos engrifados, senos de gitana
llenos de jerigonzas y sucios como el culillo de un
chico que se ha arrastrado por los suelos.
Una de las cosas que sería más grato ver, es cómo caen
todos los senos cuando la mujer se baja a coger cualquier
cosa. ¡Oh, desdicha del vestido! Sería dichoso ver, cuando
las huertanas o las vendimiadoras se bajan a buscar los
frutos escondidos bajo las hojas, cómo sus senos cuelgan
como otros frutos que harían más frutal la tierra. Esos
senos caídos de ese modo y con esa soltura, no provocarían
un deseo procaz, pues si ese gesto y ese desgaire
fueren universales, si los ojos viesen eso a todas horas,
brotaría en todos una serenidad asegurada y firme, se civilizarían
los instintos holgados y tranquilos como en un
paraíso.
¡Qué gracioso el subterfugio, el eufemismo de los médicos
que llaman a los senos «el almohadillado»…! «Descúbrase
el almohadillado». «Tápese el almohadillado». Pero
bajo esa fórmula los senos sonríen, los senos son los
senos, los senos se turban.
Hay senos resbaladizos en los que se escurren las manos.
.. Ante esos senos hemos pensado en la preciosa fiesta
que sería una cucaña que fuese una mujer, larga, larga
y resbaladiza, en la que fuese el premio para el que llegase
a lo alto de ella la belleza de sus senos.
Un lunar en un seno da un valor picante a ese seno
como si hubiese en él un grano de pimienta o una trufa…
¡Qué ansia de enseñar su lunar no sentirá la del lunar
en el seno, qué picazón en él, qué gana de llamar
a un hombre para que le urgue el lunar como quien pide
auxilio para que le busquen una pulga!
Los senos enlunecidos están llenos como de algo más
blanco que de esa leche que rezuman ciertos tallos al ser
tronchados, de algo más blanco que la luna, como no es
ya lo que había en las flores lo que hay en la miel… ¡Miel
de luna!
La ebullición de los senos es algo que sólo sucede en
las soledades ardientes de ellas.
Son más inefables que nunca los senos cuando se apoyan
sobre el manguito, lánguidos y desfallecidos. Los llevan
ellas sobre sus manguitos caídos, acostados, reposados,
sostenidos, asomados… Encanta ver ese juego de
los senos con el manguito, porque la caricia egoísta es
una de las caricias que es más dulce presencia, aunque
sea algo irritante al mismo tiempo. Ellas, sobre el juego
de sus senos con su manguito, sonríen, levantan la cabeza,
la echan hacia detrás, como olvidadas de sus senos
que levanta con descuido su manguito caricioso, y que
les exalta como si estuviesen blancos y desnudos sobre
la negra y suave piel.
Los senos miran como un monstruo de ojos salidos…
Hemos perseguido esa expresión, la hemos querido coger,
casi la hemos cogido, pero no la hemos visto claramente,
no la hemos podido atrapar, apreciando hasta qué
punto son como ojos de langosta.
Nos hemos imaginado la escena de un seno que cayese
y le hemos visto envolverse en sí mismo y rodar sutilmente
cerrado en una redondez blanda y compacta, como
cuando una gota de agua se cae en el polvo y se hace
una bolita así.
La sombra de los senos que sale del descote muy descotado
es la flor de las sombras, el lirio de las sombras,
la sombra ideal, la anotación cáustica de la belleza, la
clave de los senos, el caminito incitante por el que algunos
van hasta el matrimonio, el camino resbaladizo por
el que se cae en los barrancos sensuales, es la iniciación
suculenta, es el fiel del claroscuro, es la cortés indicación,
es lo más.
«¡Por caridad un seno, uno de los dos!», imploraríamos
en una esquina al paso de todas las mujeres.
Seríamos ladrones de senos. Entraríamos por los balcones
sigilosos, con una linterna sorda y llegaríamos descalzos
a los lechos en que ellas duermen con su seno fuera…
El robo, el perfecto robo, consistiría en verlo, en
verlo iluminado por la linterna sorda, y en irnos después
con la imagen perfecta, sin hacer ningún ruido.
¡Pobre hombre, ese hombre que no ha visto más que
el seno de la mujer que da de mamar a un niño, ese seno
sin picardía, ese seno que parece como un biberón de
esos que se llevan al paseo en un bolso blanco, en la camisa
del biberón! ¡Pobre del que no sabe lo que son los
dos, los dos a la vista, la pareja, la cuantiosa fortuna,
el no saber a cuál dirigirse!
Es grato ver pasar los senos frente a la ventana del café,
hacia el jardín público, cruzándose con los que van
hacia el centro populoso de la ciudad, más engolados,
cubiertos por el más hermético peto. Todos han salido
para adornar la ciudad, para poner inquietud en ella, para
cumplir algo así como un deber cívico.
Se quisieran abrir los senos de la mujer como se abre
la panocha fresca… Los abriríamos, y después iríamos
desgranando lo que tienen dentro, con una gran voluptuosidad
de las yemas de los dedos.
Los senos en el invierno están muy guardados, escondidos
en las madrigueras; pero dan sensaciones de primavera
cuando se desnudan… En el otoño conviven con
el ambiente; se vuelven más sensibles, sienten una gran
ternura por lo que pasa… En la primavera se asoman a
la primavera, se sienten llenos de rocío mañanero de la
primavera, se sienten oreados, se sienten llenos de rosas
y con frescura floreal… En el estío se sienten requemados
por el sol, cocidos, tostados por el calor, y en la noche
oscura, cuando no se las ve, abren los balcones y
sacan sus senos al fresco de la noche.
El abrir de un lado el abrigo o el manto para enseñar
un seno, es un gesto ingenuo y granuja, que tiene mucha
gracia.
¡Oh, qué atractiva es esa mujer que va azarada por sus
senos demasiado vivaces, tan vivaces como ella no esperaba
que estuviesen bajo la blusa nueva! ¡Ya otro día no
sucederá eso; pero hoy ya no puede retroceder, y sigue
su paseo asustada, por cómo se destacan, se mueven y
la desnudan sus senos!
Nunca son más suaves los senos y nunca se vierten más
fuera, más que si estuviesen desnudos, que bajo un mantón
de crespón.
Los senos libres en las amplias blusas, sobre todo en
las rojas, incitan a la libertad, la aconsejan, conducen a
ella, la piden, la proclaman.
Se piensa en esos senos que el celoso asesina y se les
ve sangrar como una fuente, sin acabarse de desinflar,
aunque ella pierda su última gota de sangre, recriminando
con su gracia al asesino que ante ese milagro de la
morbidez incólume quisiera curar a la asesinada.
Los senos retenidos por dos bridas de las doncellas de
blanco delantal con peto y hombreras, son unos senos
que se desbocarían sin esas bridas, como jacas salvajes,
puesto que tiran hacia adelante, y casi se escapan, aun
estando tan embridados.
Los senos en el agua son como blancos nenúfares…
Se adhieren muchas redondas y brillantes burbujas de
agua, y a su alrededor, en círculos que comienzan en ellos,
se inquieta todo el agua, hasta la orilla, próxima o lejana…
Los senos en el agua se hacen mayores, se esponjan,
se ablandan…
La mujer lisa, se desespera buscando ella misma en
la tabla de su pecho los senos que no tiene… Sólo si es
muy lista, o muy coqueta, o muy espiritual, tendrá senos,
y, además, cosenos; senos y cosenos vagos, como
los de las especulaciones, aunque muy incitantes también.
Los senos de las mujeres de «rompe y rasga» son senos
que rompen y rasgan los mantones.
La mujer que cuida sus senos es una mujer provocativa
y pertrechada… Es encantador enterarse de esas prescripciones
para cuidar los senos… Son algo de qué enterarse
poco a poco, algo que deletrear, paladeando bien
sus palabras.
«Duchad los senos desde lo alto», dice una de esas prescripciones;
y eso hace ver a los senos asustados bajo el
agua de la ducha, como los niños cuando se quedan como
sin respiración y rompen a llorar al bañarles en el
mar y meten su cabeza bajo la ola. Las fórmulas son gratas
y bellas para el oído y se reúnen todas en nuestra imaginación.
Esencia de Bergamota… (¡Dichosa Bergamota!)…
6 gramos. Esencia de limón… (¡Condimentador
limón!)… 6 gramos. Esencia de romero… (¡Silvestre y
casero romero!)… medio gramo. Esencia de cedro… (¡Importante
cedro, que dará un tono de árbol al seno!)… 7
gramos. Esencia de neroli… (No sabemos lo que es neroli,
pero pondrá en ellos cierto sabor agudo)… uno y
medio gramos. Esencia de anís… (Las sopas sin otra cosa
que anís son deliciosas, así es que con la tajada de
los senos estarán mejor)… un gramo. Esencia de canela.
.. (¡Oh! Si las natillas con un poco de canela están bien,
¿cómo no han de estarlo los senos?)… 5 gotas. Esencia
de lavanda… (La lavanda, que es un sahumerio que se
echa en Andalucía en las casas en que nace un niño, bien
irá a esos dos niños recién nacidos que son los senos)…
5 gotas. Tintura de almizcle… (El almizcle es barato, pero
es natural como él solo y dará una modesta y encantadora
naturalidad a los senos)… 3 gotas. Tintura de ámbar…
(¡Oh, qué color ambarino parece que dará esa tintura a
los senos blancos!)… 4 gotas.
La «esencia de naranja», que parece que debe dar a
los senos ese sabor de naranja que deben tener; el «cardamomo
», otra planta también perfumada que hace más
vario el sabor que debe ser multiforme y distinto como
el de nada; el «sulfato de alúmina», que prepara la química
que deba haber en los senos; la «leche de almendras
», que da otra lechosidad conveniente a los senos;
la «mirra en lágrimas», extraña frase escrita tal como suena
en los formularios y que parece que ha de dar mucha
tersura a los senos, quitándoles la propensión a ser desabridos
que tienen; los «alcoholes», que entran en todas
las fórmulas y que parecen entrar en ellas para hacer perder
la cabeza a los senos, para embriagarlos y predisponerles.
(¡Oh, que haya mucho alcohol en las fórmulas!);
las «flores de espliego», que dan a los senos un perfecto
olorcillo doméstico; el «benjuí», que huele a «benjuí»,
lo cual es bastante; el «agua blanca», que parece ser lo
blanco más diáfano, lo blanco más sutil, el blanco que
más debe entrar por los poros; la «tintura de geranio»,
que parece entrar en las fórmulas como para dar a los
senos un tinte rosa como el que tienen los geranios en
las macetas de los balcones bajo un claro resol; la «esencia
de vainilla, que parece que será en los senos como ese
lunar negro que flota y se sumerge en las natillas, etc., etc.
A los senos que en el oscuro pasillo ilumina una vela,
les hace reverberar la luz con una plástica maravillosa,
por la que seducen febrilmente —con una fiebre de
pulmonía—, como si fuesen unos senos de luz.
Mirando desde el balcón los senos que pasan bajo nosotros,
los vemos en su justa proporción… A veces vemos
que hay algunos que son engañosos de frente, que
parecen grandes y no lo son, y otras veces, ante el que
no parecía tanto, exclamamos: «¡Jesús, qué barbaridad!».
Los senos de las que van a las academias de baile de
las que quieren ser grandes bailarinas y bailan todo el
día en traje de calle, con sus medias de calle y sus pantalones
de mujeres cualesquiera, más provocativas que
cuando tengan sus trajes de luces, son senos decididos
a triunfar, móviles y entusiastas como no lo serán ni cuando
bailen sobre los tablados iluminados por una luz espléndida.
Los senos de las que van a las academias, de
baile llegan a tener un frenesí truculento, pero sólo muy
pocos entre ellos, los que puedan más en la lucha de unos
senos con otros, esa lucha que sostienen las que desean
ser grandes bailarinas, serán los que triunfen.
¡Pobre Santa Agueda, la de los senos cortados, más santa
que nunca sin senos, transfiguradamente santa, la que
más hizo sentir a los espacios la necesidad del paraíso!
¡Pobrecillas las mujeres que creían tener un gran capital
con sus senos, que creían que iban a valer demasiado
y ha resultado que no!… Las estuvo empleado, pero ¡pobrecillas!
Ya no tienen nada; de la noche a la mañana se
han quedado sin nada.
Hubo unos senos que dieron esencia. Aquella mujer
que se encontró que sus senos le daban aquel perfume
seductor, abusó de su facultad y se consumió por echarse
todos los días demasiadas gotas de perfume de sus senos.
Los apretaba como si fuesen la bocina de un pulverizador
y hasta la habitación que quedaba perfumada.
Los senos tienen a veces el pezón partido. Eso les da
un aspecto de senos mutilados, y además se piensa que
gracias a que sus pezones están partidos se les podrá sorber
por entero.
La que lleva la comida a su esposo, la mujer del albañil
o del trabajador, le lleva la comida y los senos. ¡Grato
y optimista principio de sus pobres comidas…! Hay
que respetar y dejar en paz esos senos del trabajador, alegría
de su mediodía y de su medianoche.
La seguidilla es la música alegre y dicharachera de los
senos. Es su mejor ritmo. La perfecta tonadillera debe
tener también los senos breves y redonditos.
A veces se acuesta sobre el lecho un seno, se acuesta
por entero, se tumba como una cabeza, blandamente, copiosamente,
descansando por completo.
Los senos de las embajadoras representan como nada
su país. Por eso hay que ‘nclinarse muy rendidamente ante
el busto de la señora embajadora.
La diríamos: «¡Jugaríamos con tus senos como tu hija
cuando salta de su cama a la tuya para jugar con ellos!».
Los senos el día de tormenta se sobrecogen, se esconden
asustados po.r el trueno, remetidos por la gran presión
de la tormenta.
A la tonta le salen unos senos rollizos que pesan en
sus blusas como las patatas en los sacos. Son esos senos
de las tontas como las sandías o los melones que salen
calabazas, son blancos, desustanciados y calabacines por
dentro. Sin embargo, en las tontas y en las idiotas, los
senos están solos, el encuentro con ellos es como el encuentro
con los senos sobre los que no hay una idea ni
una altivez, son los senos después de todo colgados y a
mano como debían estar los demás, y de ahí que despierten
tanto los apetitos esos senos de las idiotas naturales,
siempre deslumbradas por un resol que les hace
torcer los ojos siempre atónitas y desmadejadas, pero con
sus grandes senos colgantes. Son los senos sin ese testigo
molesto en medio de todo que es la mujer que no es
idiota y que presta sus senos.
Hay una mujer que no tiene senos, pero se descota de
tal manera, hace tales cosas de coquetería como si los
tuviese, que parece tener unos senos más interesantes y
mejores que nadie.
«Ahora están guardados», parece que dice la cupletista
cuando los tiene tapados después de haber trabajado.
«Ahora —parece que sigue diciendo— vuelven a ser misteriosos,
ahora son míos… Para que se destapen ahora
se necesitarían grandes sacrificios y más convincentes palabras…
¡Para que tú veas!…».
Hay veces en que los senos de la mujer desnuda son
senos de Centauro, o mejor dicho, de «centaura». Su cintura
hace una ese y su «pompa» es carnosa y se alarga
hacia atrás, formando así con sus muslos rollizos un segundo
cuerpo más fuerte que el torso. Así, si sus pies
son pequeños y su pierna se cimbrea bien, los senos que
lleva en su pecho son senos de centaura, senos en el pecho
de aquellas yeguas humanadas.
Hay unos senos que son verdaderamente senos de amazona.
Van siempre al trote.
Hay mujeres a las que el matrimonio sienta muy bien
y mejoran, dando a sus senos proporciones inverosímiles.
Los antiguos novios de esas mujeres quedan asombrados
al verlas pasar y piensan que si ellos hubieran sabido
que se iban a poner así, se hubieran casado con ellas.
Hay los senos de pitiminí, menudos senos, senos como
una margarita, como un capullito de marfil.
¡Oh, qué sorpresa cuando aquella novia formal y callada
nos enseñó un retrato de cuando era niña, y vimos
en él claramente unos senos grandes, plásticos, redondos,
unos senos que aun siendo mucho mayor parecía no
tener! ¡Qué sentimientos más contradictorios produjo en
nosotros aquel hallazgo y aquellas comparaciones! La sentimos
más calurosa que nunca y nos atrevimos a buscar
en ella aquellos senos del retrato, encontrándolos, pero
muy guardados, muy metidos en el pecho, encerrados
en él como en un sagrario. Los había empujado hacia
adentro y los tenía dentro ahogando su corazón, ahogando
sus pulmones.
Los senos de las bañistas en el puerto de mar, son revelaciones
extraordinarias… Es gracioso contemplar la
sinceridad y la falta de sinceridad con que se revelan…
Se los cubren al pasar por la playa y enseñan sólo, bajo
las sábanas, las piernas, de un blanco lívido, un blanco
hijo de la sombra en que está encerrado y escarmentado.
.. Después entran de frente en el mar, de espaldas a
todos los espectadores, de frente a los dioses de las aguas,
que las miran, que las esperan y que las echan los brazos
que son las olas… Es cuando más ojos las miran hasta
desde el mar… Después entran en el agua, sus senos se
sobrecogen, se quedan chicos, se contraen, el pezón se
mete completamente dentro y hace un hoyo en vez de un
saliente…. Después reaccionan sus senos bajo la presión
del agua viva, bajo el azote de la ola que los busca, que
se rompe reflexivamente sobre ellos, que se agacha por
pillarles, y sus senos toman su mayor proporción. ¡Oh,
incitación de estos senos en el mar, y por los que se ahogó
algún muchacho por nadar furtivamente bajo las aguas
hacia ellas! Ellas procuran estar escondidas bajo el agua
o de frente a la alta mar, pero a veces se vuelven y juegan
sobre las aguas, desnudas, completamente desnudas,
porque sus trajes mojados las desnudan al marcarlas con
más color las morbideces secretas. Agarradas a la cuerda
donde no hay mucho fondo, se dan bañitos de asiento,
y al ponerse en cuclillas ponen en pompa el culo clásico.
Se ven vistas por todos los ojos y sobre todo por
los anteojos perfeccionados, que se las llevan enteras, que
tiran de ellas como una contrarresaca que las lanza tierra
dentro. Hasta algún capitán lejano, el capitán del barco
que casi no se ve en el horizonte, las ve con su anteojo
de cien nudos, de cien articulaciones. Las que juegan en
el mar se convierten de pronto en trabajadoras de circo.
Los senos, gozándose bajo el agua como bellas estrellas
de mar, se dan un último chapuzón y después salen a la
playa jacarandosas, ruborosas, tapándose los senos mojados,
despegando la tela pegada a ellos, buscando la sábana.
Después se tapan, pero ya en el centro de la playa
se destapan para cubrirse mejor, y ese es el momento en
que se muestran más por entero, toda la tela pegada a
sus senos, a su vientre y a sus nalgas, tersas y túrgidas.
Después en la caseta, es cuando la mujer está más gozosamente
a solas consigo misma, y los senos tienen más
imtemperante realidad, más verdaderos deseos, más terrible
rebeldía; es el momento en que más quisieran volar
y transportarla por el aire como si fuesen dos globos
cor fuerza para ello. Hay un momento radiante en el fondo
de las casetas, en que ven ia radiante verdad de su verdadera
vocación. Por la abertura que queda en el tejadillo
de la caseta, entra toda la viva revelación que las habla,
y las da un ímpetu que acallan.
Los senos que se ven en los palcos y en las butacas
de la Opera, son los senos más pomposos, los senos clásicos,
los senos que se ven desde las alturas y cambian
el lugar del paraíso… Muchos han sentido el vértigo de
uno de esos senos, y algunos se han roto la cabeza en
el patio de butacas… A los hombres de etiqueta no se
acercan a saludar esas mujeres de los senos al aire, de
los senos en la bandeja de su corsé, se les ve desde arriba,
que es desde donde se ve mejor el regocijante espectáculo
de la etiqueta; se les ve meter la nariz en los hondos
descotes, haciéndose los muy miopes, y tienen gestos
disimulados que practican con una gran limpieza, como
el de meter un dedo en el «chantilli» de los senos,
como el de apoyar la frente en ellos, como el de soplarles
sutilmente… Aun la vida moderna convencional, hipócrita
y sin franqueza, se entrega a una simpática desenvoltura,
que excede cuanto se puede decir, que los cronistas
de sociedad no recogen, contando que la marquesa
de X bailó la danza de los senos en su butaca y la condesa
de C los estuvo dando toda la noche, y la baronesa
de D ofreció sus senos como no los ofrecen en la noche
las hetairas que merodean por los Campos Elíseos que
hay en toda la ciudad, las hetairas que dicen «toca y verás
».
Los senos son distintos en cada barrio… Hay barrios
en que los senos rebullen como los pájaros en los árboles
cuajados de pájaros… Hay el barrio al que eleva y
da interés esa morena de bellos senos que está asomada
siempre a su balcón para dar atracciones a su barrio, o
esa hojalatera a la que se ve desde lejos asomada a la
puerta de su tienda, pues sus senos sobresalen del quicio
como señales para los trenes de los hombres… Hay el
barrio en que todos los senos están guardados, el barrio
en que sólo hay viejas, y los senos, por lo tanto, son senos
relicarios; hay el barrio en que hay senos tristes, senos
de señoritas pobres, para las que no llega el marido,
porque su barrio es lejano e intransitado… Hay el barrio
en que los senos que no están acostumbrados a la llegada
del hombre, corren a esconderse como los conejos
cuando pasa el tren y se les ve desaparecer… Hay el barrio
de las que pasan bailando con sus senos… El barrio
de los senos que salen, como los de las vírgenes, en procesión…
El barrio de la judería o de la morería, con sus
senos morenos y malditos, los senos que envenenarán al
que beba de ellos… El barrio de las casas de corredores,
en las que no pueden distinguirse los senos frescos y limpios
en la confusión de los senos sucios, de los senos zurrones.
..
Por los senos que encuentran el día de sus bodas algunos
—muy pocos, pero algunos— de los hombres que parecían
incorregibles, se vuelven dulces, transigentes, y
con más idea de las cosas. Hay senos que aclaran el ritmo
de las ideas y hasta los estilos arbitrarios para los
que eran más negados a eso… Sin embargo, hay otros
hombres depravados, siniestros, inaguantables, a los que
los senos de su mujer no mejoran, y siguen llenos de odio
por todo lo que es senos en el mundo, hombres que no
sacan las consecuencias libres, transigentes y bondadosas,
los descreimientos y los dulces escepticismos que
aconsejan los senos.
Los senos de la cantante de ópera, de la gran cantante,
son de los senos más augustos que pueden conocerse…
Están desgarrados y enternecidos por las altas notas del
pecho que han dado, y son por todas las veces que ellas
se han vestido las reinas, verdaderos senos de reina, senos
regios que tienen una caída más impostada que ningunos,
una caída que eleva el que caigan sobre ellos los
grandes medallones y las grandes joyas que envidian las
reinas cuando hacen subir a sus palcos o ir a sus palacios
a las grandes cantantes. Los senos de las grandes
cantantes de ópera son innegablemente los senos maravillosos
por excelencia, y para ver la verdad que hay en
eso, no hay más que pensar en cómo se les trataría de
tenerles que tratar desnudos, con qué gran política, con
qué respetuoso tratamiento, como algo lleno de un valer
propio, como si fuesen criaderos de grandes perlas. Los
senos de una reina, al desnudarse ante nosotros, aparecerían
perversos y casquivanos y dejarían de ser senos
de reina al desnudarse. Los de las grandes cantantes, que
recorren el mundo entero triunfando y ganando miles de
monedas de oro, son de una importancia que nos pasma,
son regios y ellas los llevan como una coraza de oro, repujada
por el mejor repujador, una coraza de reina de
las walkirias.
Los senos sólo tienen una competencia y sólo luchan
con las redondeces de los hombros, que son otros senos
más duros, más perennes y más buenos.
Los senos de marisabidillas son senos de una blancura
cerebral, blandos como las sesadas, mezclados de menudos
pensamientos que los disuelven un poco, y…, sin
embargo, los senos de la marisabidilla son también senos,
son senos como todos los senos, y eso da una gran
ternura por ellos, tanto que se los diría: «Venid acá, pobrecitos
senos equivocados, desviados de los dos caminos,
del camino de los senos que se han superado y de
los senos de cabra de la mujer hermosa y estúpida… Venid
acá, que, sin embargo, la caricia os encontrará suaves,
os distraerá, os elevará sobre vuestro marisabídismo
y os devolverá la naturalidad…».
En el Alba parece que se han acabado los senos. El
Alba no cree en los senos, y los vacía y los deja desprovistos.
En el Alba sobrenadan los senos como los cascos
de paja de las botellas de Chianti en el agua de los canales
de Venecia.
El marco perfecto de los senos lo hace con sus brazos
cruzados la mujer que los cruza apretadamente bajo ellos,
juntándolos y dándoles así más saliente relieve, más exposición.
Los senos tienen también algo de focos de automóvil,
de faros de automóvil.
Están llenos como de esos fluidos magnéticos que recogen
las fotografías espiritistas y los desparraman alrededor
como una claridad lechosa.
Sobre las balaustradas de los balcones se asoman como
niños curiosos.
Los senos de las que sirven en las tabernas de marineros
allí en Génova o allá en Marsella, convierten en algo
más fuerte que ajenjo cualquier bebida, abocándose sobre
los vasos como sifones de chorro invisible.
Los senos debían ser francamente corolas con sus pistilos
en la concavidad, ser declaradamente dos flores, en
vez de se resto mismo abortado y cohibido. ¡Oh, tocarles
los pistilos rematados por los botones, y oler el fondo
de las corolas, meter las narices en las corolas profirndas!
¡Oh, si se viesen los senos bajo las gasas negras, como
se ven los brazos bajo los trajes de luto gaseoso del
verano! Por la calidad que toman los brazos desnudos y
vestidos, con un color sombrío y trágico, se sospecha cómo
se vería a los senos de perfectos, remotos y próximos,
ya después de la muerte, pero de un color turbador
y en una sombra de caja fúnebre.
Los senos en el pueblo son como la luna del pueblo,
como algo que dulcifica con una generosidad inesperada,
la soledad y la aridez del pueblo. Se esconden, no
se les ve, pero sus dueños los palpan, pensando en todas
las finuras que hay en las ciudades lejanas, en todas las
tersuras que gozan los ricos. Es la única compensación
que tienen, y porque tienen esos senos siguen en su sitio,
se conforman, esperan, se mueven tranquilamente.
¡Oh, si hubiese senos más que en las grandes capitales,
vendrían a por ellos las hordas salvajes, ebrias de violencia
y de deseo…!
El retrato que va en el dije, clavado sobre los senos,
parece que repiesenta al ser animado en ellos, que es un
rostro que asoma por ahí y que se ve como a través de
ese cristal que hay en el pecho de los bustos relicarios.
No sabemos por qué, pero pensamos con certeza que
los senos de las egipcias fueron los senos más preciosos,
los senos más ágiles, los senos más puntiagudos. Parece
que formó sus senos su espíritu, aquel espíritu suyo lleno
de una gran religiosidad hecha de tierra fuerte, de tierra
recia, de viva contemplación de los horizontes, de sutilezas
y de idealidades que ya después no se han podido
ni imitar.
En el fondo de las momias tan fajadas, están los senos
erectos y valientes, aquellos senos que fueron los más
sencillos y los que tuvieron, en los ligeros cuerpos de
aquellas mujeres, los gestos más avanzados. La medida
de los senos de las egipcias es la medida geométrica de
los primeros y los mejores senos. Están de acuerdo con
toda la altura y todo el resto del cuerpo y antecedieron
muchas operaciones a su realización, muchas líneas de
puntos, muchos A + B + C y muchas ideas sobre los
cosenos y los senos puros.
¡Qué maravilla de colocación la de esos senos! ¡Qué
elevados sobre la figura de piernas largas y delicadas!
¡Qué verdaderas formas en la elevada custodia! Revelan
toda la gracia indicadora, toda la finura de aquel espíritu.
Después de los años, perdida esa sencillez de aquellos
senos, no se ha vuelto a encontrar.
Los senos de las criadas tienen una danza doméstica
que no deja de tener cierto ritmo, la danza de encerar
los suelos. ¡Vaya un bailoteo de péndulos frenéticos el que
emprenden los senos en el dale que dale del encerar los
suelos! ¡Gracioso «fox-trot»!
Debía haber un Jardín botánico de los senos, un verdadero
y amplio jardín botánico en que figurasen todas
las especies de senos del universo, sostenidos y alimentados
por las mejores mujeres de todas las especies. Ellas
podrían esta desnudas, con sus senos al aire, y estáticas
como los árboles. El cartoncito latino que cuelga de los
árboles y de las plantas de los botánicos colgaría del intervalo
de sus senos como un gran medallón, señalando
la procedencia de cada mujer y el nombre de sus senos
«SENUS ABISINIUS» «SENUS GOMORRIENSES»
«SENUS JAVANESES». ¡Oh, admirable Botánico, lleno
do senos guardados en los cálidos invernaderos durante
el invierno y en el Jardín el resto del año! El ministerio
de Bellas Artes debía ocuparse de eso.
Un fondo de flores hay en el seno, un ramo vuelto hacia
dentro y con el remate de los tallos —en el pezón—.
Ese ramo de flores que respira secretamente el aire de
sus pulmones es lo que les da vida y frescura. En los
dibujos de la anatomía se ve el ramo de flores que es lo
que llevan en el fondo de los senos: un «bouquet» de lilas.
¡Porbres ramos secos los de los senos inanimados
y engurruñidos!
Los senos se van a las verbenas y a las romerías escapados,
correndito, deseosos de sufrir y gozar, con ansia
disimulada de ser lapidados por todos los hombres que
se aglomeran en esa ocasión en esos sitios. Harán como
que no notan lo que les pasa, pero al acostarse notarán
ellas que sus senos están bastante chafados, como por haber
cometido un pecado mayor que todos los pecados.
Los senos de vieja son como unos calcetines… Les costará
ser viejos, pachuchos y sobrecogidos y pesimistas
a los hombres el no saber considerar de jóvenes que tenían
que convertirse aquellos senos tersos en esos senos
viejos. El no saber hacer la verdadera asociación de ideas,
la justa asociación de ideas, es lo que agrava la vida hasta
lo indecible… ¡Qué malvadamente mal de asociaciones
de ideas están los hombres!
Los senos de las que no se asoman al balcón a sacudir
los trapos del polvo, son los senos más inocentes o en
el momento más inocente… Ellas lo sacuden al mismo
tiempo del polvo del tiempo y los alegran y los avivan
y los remozan.
Los senos de las que van al mercado también tienen
un matiz mañanero simpático, y parecen como de la misma
calidad de lo que llevan en la cesta, de la perdiz fresca
y de las frutas frescas… Son también algo de mercado,
vianda fresca y fina, la más fina del mercado.
Los senos son como unos ojos de monstruo, unos ojos
terriblemente ahuevados, ojos de gran sapo… Algunos
ratos vemos esto, desaparece la impresión de la cabeza
femenina, y entonces vemos lo inmundos que somos y
los de este mundo que es el ser inmundo, lo prescrito
que está, lo exigido que es.
Los senos cansados de placer, los senos después del
placer caen más flojos que nada de lo que se afloja en
el mundo… Se les ve rendidos, muertos, fallecidos, fríos,
sin sangre ya… Miran los ojos de sus pezones con la resignación
más grande, miran hacia abajo con gran filosofía,
con gran cansancio… Los senos cansados del placer
están vacíos como los de la vaca recién ordeñada por
las manos ávidas, vacíos hasta pasado el largo rato en
que necesitan reponerse, y si se les sonase sonarían a hueco.
Humillan y abaten su cabeza como los perros cansados,
como la caza muerta. Son como una fruta cuyo dulzor
se hubiese sorbido y ya no la quedase sino su fibra
seca y su falsa apariencia. Parece que ya podía tirarles
ella, y se siente tanta ingratitud como gratitud se había
sentido por ellos. A ellas les deben pesar como un recuerdo
que ya podía haber dejado menos peso bruto, que
ya podía ser algo más sutil y vago.
«¡Son demasiado duraderos, cínicos e impasibles!» se
piensa al verles tan encarados y malignos, dispuestos para
el porvenir, enteros como nunca, desafiadores y un poco
burlones del cansancio del hombre.
Los senos en el invierno, bajo los fuertes gabanes, toman
una apostura fuerte, aumentada, y parecen estar más
defendidos contra las luchas del amor. Están guardados
como en un armario… A veces su curva es admirable
bajo el gabán que sienta muy bien porque le ha salido
así… Bajo los gabanes que les embastan y los contienen
bien, son como senos de estatua clásica, aunque trascienda
su vida a vida humana. Bajo los gabanes de paño están
como en su estuche, recogidos como perlas en la concha
perlera.
Como a las palomas de Castilla, como a las palomas
vestidas de ese suave gris palomar, les va bien un traje
gris, de ese gris que marca con los matices más suaves
las morbideces más suaves.
Los senos en las blusas color fresa están perfectamente
definidos y son como dos kilos de fresa, rica y olorosa,
dos kilos de fresa de Aranjuez.
Los senos mejores, más recientes y sin ningún punto
de encarecimiento, son los senos de una sola primavera,
los que en una sola primavera han crecido y se han desarrollado
y comienzan a morir.
Unos senos entre los que hubiéramos querido vivir, son
los senos de una sola primavera, los que en una sola primavera
han crecido y se han desarrollado y comienzan
a morir.
Unos senos entre los que hubiéramos querido vivir, son
los senos de la contrabandista, la terrible contrabandista
de senos apuestos, la valiente mujer que lleva el alijo en
los senos.
El que los senos no hayan sido jamás de otro modo,
el que no hayan variado nunca de moda, el que hayan
sido siempre iguales bajo todas las modas, ¡qué unidad
da al tiempo!
Los senos, bajo las blusas de lunares, tienen veinte mil
pezones, veinte mil pezones que a veces son azules, otras
rojos, otras verdes, otras rosa… ¡Colmena de pezones
que dan tanta vida a los cuerpos! ¡Blusas inundadas de
senos!
La criada que corre no merece perdón del hombre y
debe cogerla, porque corre para eso… Los carreteros ya
la echan mano, porque los carreteros no buscan más que
senos y parece a veces que llevan su carro atestado de
senos como cuando por las aberturas de sus carros se ven
los cerdos, cuya carne muerta y aflojada por la muerte
se mueve de un modo muy similar.
Cuando ellas se clavan un imperdible en el pecho, parece
que van a pinchar sus senos, y por un momento sufrimos
ese riesgo terrible.
¡Oh, mentirosa, cuyo sofoco resultó después que había
sido un sofoco de imitación, porque sus senos estaban
ya mordisqueados como un queso comenzado! ¿Cómo
nos pagará el habernos hecho creer en su sofoco?
¿Cuánto más habrá que sofocarla para llegar a un sofoco
verdadero? Habrá que matarla.
Los senos de las rusas parecen haber crecido en la nieve,
y sus fresas son fresas blancas. Parecen fríos, pero
son de una cordial albura inimitable. Viven en la intimidad,
triunfando bajo el frío de fuera como el samovar
en la intimidad de las casas. Les ha costado mucha salvarlos
del frío en el angosto invernadero de sus corpiños
apretados, y por eso los quieren ellas y ellos con una ternura
especial.
Los senos de las que van en automóvil, son unos senos
que desafían a los hombres que más derecho tendrían
sobre ellos; son uno senos huidos, remotos, que se escapan
a los sátiros invisibles que no podrán alcanzarles y
por lo que se quedarán sin las caricias necesarias como
insípidos objetos de un lujo estúpido, objetos de «caucho
» como los neumáticos o la bocina de goma resultan
más perdidos que los de las muertas, yendo por un camino
trivial y vacío, encerrados en una vitrina en la que
no penetra ni la mirada de la vida, ni nada, por lo que,
faltándoles la mirada creadora, son como senos increados,
fantasmagorías dudosas del fondo vago de los automóviles
vagos en su velocidad.
Los senos de la América del Norte son senos de acero.
Entre los de la América del Sur y Cuba los hay de
un gran interés frutal, los hay como pifias maduras de
gusto distinto y dulcísimo; los hay como hechos del tuétano
de la caña de azúcar. Casi todos en plena júventud,
están pasados, aunque aun pasados sean maravillosamente
aprovechables, y ellas los lleven como una fruta pasada,
en la que aún quedan muchos pedazos buenos.
Los senos cogidos por detrás dan la sensación de mayor
grandeza. Cuando se les sorprenden por detrás y se
les abarca se nota su aspiración, lo que tiran hacia delante,
lo que se van, lo que tienden, lo que sobresalen.
Sólo así, cogiéndoles por detrás se les engaña y se les
adivina, ya que sin darse cuenta ellos mismos, cuando
son sorprendidos de frente se esconden un poco en su
concha y se encogen. ¡Furtiva caza esa de cogerlos de
pronto por detrás! Cogidos desde detrás, se entregan a
la verdad como una mujer a la que se sorprende por la
espalda y se le tapan los ojos. Ellos creen que es el ideal
el que los coge y se esponjan de gusto.
¡Oh, esa mujer podía dar un roce de sus senos opulentos
y en cascada, como esos jardines que rebosan sobre
su verja o su tapia dejan coger una flor!
Los senos de la prestidigitadora están llenos de todo
lo que saca de no se sabe dónde en su ilusionismo…
La niña de los senos caídos toma una gran importancia
con sus senos caídos. Ella los luce como unos senos
de mujer. Son los senos de su madre, que la niña se ha
puesto para saiir. E¿a niña será de instintos reposados,
ensañados, lentos, y el único que coja sus senos los cogerá
turbado, como si tocase unos senos frescos. Su actitud
es la de pedir, la de indicar unos los hombres de
su misma edad, les tratará como más experta que ellos
y más duradera, y eso les volverá locos por ella.
La niña de los senos caídos viene de la otra vida con
ios senos usados, acariciados hasta la hartura, no se sabe
por qué manos de la otra vida. Parece que la niña de
ios senos caídos ha de vivir la mitad de su vida, sólo la
mitad de una vida.
Las manos del purgatorio, esas manos que salen del
fuego como llamas vivas y expresivas, piden, esperan,
alientan por unos senos frescos. Su actitud es la de pedir,
la de indicar unos senos, porque eso colmaría como
nada su ardiente sed, sus terribles acedías. Ese molde que
imitan sus manos crispadas es el molde de unos senos.
No hay que comenzar por seducir los senos de una mujer,
ios senos son lo último que hay que seducir, porque
los senos no tienen influencia con la mujer; los senos asisten
a todo impasibles y callados. Es la gran equivocación
de algunos inexpertos, comenzar por seducir los senos
de la mujer.
En la oscuridad, casi sin luz del atardecer, nos preguntamos:
—¿Trae senos esa que viene?
Es el momento en que los senos se pierden, se hunden,
no se sabe dónde están, en el momento en que todas
tienen una silueta ambigua y atractiva, con una blandura
de sombra blanca y enigmática.
Cuando ellas saltan a la comba es cuando tienen sus
senos mayor frenesí. Saltando a la comba las niñas es
como crean sus senos vivos y locuaces, saltando a la comba
se ven crecer sus senos incipientes.
Frente a las que saltan, hay unos maliciosos espectadores
que aprecian en el revuelo que se arma en las blusas
ligeras, hasta qué punto tienen senos las que saltan.
Saltando a la comba, los senos prudentes llegan a la imprudencia
delirante, y aunque ellas, a veces, los retienen
con sus manos para que no se excedan, eso señala más
la incitante inquietud de sus senos. ¡Dulces y despiertos
pajaritos! El espectador, frente a la larga hilera de las que
saltan, espera a la que tiene los senos más saltarines, los
senos que hacen que saltan sobre la cuerda. ¡Alegre visión
de los senos en el saltar a la comba!
En alguna de las saltarinas sólo saltan las medallas sobre
su pecho liso. Alguna que otra deja de saltar avergonzada
de la locura que le entra a sus senos. ¡Y qué feo,
cómo descompone el espectáculo el que las criadas de
senos brutales entren a saltar entre las niñas de senos incipientes,
de senos con un ritmo delicioso!
Hay unos terribles senos, los senos de Miura, senos
bravos como lo son los toros bravos de la mejor ganadería,
senos a los que temerá siempre el hombre al que cogieron
una vez los senos de Miura.
Los senos de la elegante, de la perfecta elegante, son
quizá los senos más fríamente cursis, los senos cursis como
no lo son cursis, porque en verdad, en verdad, no
hay nada más cursi que la elegante obsesión por vestir
de la elegante, por su disparatada obediencia, por su estrecho
parecido con las otras elegantes, y por su bárbaro
amaneramiento… Los senos de la elegante son como senos
comprados en la tienda de los senos elegantes, son
los más caros, pero son como de confección modistil,
aunque haya sido la primera modista de los senos la que
los ha hecho. Los senos de la elegante son senos como
de ropa blanca, y sor. entre sí tan de tres clases solamente,
como sólo son iguales unas a otras las cosas elegantes.
Son propiedad de su marido como lo es la de su sombrero
de copa o la del traje de baile de su mujer o del
aderezo de brillantes que se cuelga ella al pecho. ¡Grandes
arracadas de brillante los senos!
Los senos japoneses son senos menudos, senos de malakita
a veces. Otras veces de jade, otras veces de papel
de seda, otras veces senos como nenúfares o camelias.
Los senos japoneses son senos de grandes muñecas con
senos nacientes, entre otras razones porque el Japón, para
vivir en una mayor dicha de alborada, no sólo es el país
del Sol naciente, sino de los senos nacientes.
Los senos de la coja son senos admirables que producen
una gran ternura. Por el movimiento violento de su
cojera, los senos de la coja se desarrollan mucho y danzan
bailes caprichosos y variados, según la cojera. El hada
de los rostros, al verlas cojas, las favoreció, y el hada
de los senos, también conmovida, las regaló unos senos
alentadores y vivos. A veces, parece que deben sufrir los
senos alentadores y vivos. A veces, parece que deben sufrir
los senos de las cojas de tanto como se remueven,
de tanto como tropiezan el uno con el otro, y hacen fogosos
molinetes que se miran con entusiasmo; parecen
desesperadas por el infierno de sus senos revueltos. Su
debilidad, su rostro delicado y sus senos crecidos hacen
que pierdan la cabeza los que se casan con las cojitas,
porque con las cojitas no se puede hacer más que casarse.
¡Sería demasiado atrevimiento seducirlas!
Veo una domadora de leones que sale a la jaula enseñando
la provocación de sus senos grandes y abombados,
y veo que los leones, dándose cuenta de la enorme
provocación que eso supone, le dan un zarpazo en el descote
y le rasgan un seno, que cae, redondo, rodando, llevándosele
el león a un rincón, no para comérselo, sino
para colocar su pata sobre él como la tienen colocada los
leones que la ponen sobre una bola de bronce, pero con
más dulce expresión de voluptuosidad.
Acabada de abandonar la mujer cuyos senos acabamos
de tocar, ya tientan los demás como cosa nueva y nunca
jamás experimentada.
Los senos sobre los que caen las blondas de las mantillas,
son como balcones engalanados, balcones sobre cuyo
repecho con colgaduras se asoman ellas.
Las pezoneras son algo carnal, tan camal como los pezones
de verdad sobre la aureola oscura. Ellas las guardan
en los cajones de las mesillas de noche, y el encontrarlas
de pronto en las mesillas es como encontrar algo
cercenado del seno blando y carnal, algo vivo y eficaz.
¡Oh, seguramente habría alguien que se contentase con
el regalo de las pezoneras de goma roja de las mujeres
hermosas que tienen divinos senos!
Los senos de las blusas rojas son senos como hechos
de amapolas, están llenos de sangre, y sus celosos amantes
les hacen a veces una sangría.
¡Cómo aplastan ellas sus senos! ¡Con qué confianza! ¡Y
qué incitante es eso que hacen con disimulo y desenvoltura!
¡Oh, encantadora niña, esa que quiere matar porque
le han tocado los senos!
Los senos de la mujer de Lucifer son los senos más
rimbombantes que han existido. El ha elegido, entra las
mujeres de mayores senos que van al infierno, sin poderlo
remediar, la de mejor estatura, la de mejores y mayores
senos y la más blanca. Así los condenados miran
con los más sedientos ojos a la mujer de Lucifer roja y
con reflejos ardientes en sus senos prodigiosos.
Los limones tienen el pezón más crudo y más rotundo,
y tienen una tirantez, un ir a estallar que debían tener
los senos. ¿Por qué en vez de «mi media naranja»
no se dice «mi medio limón» o mejor «mis dos medios
limones», o si se quiere dar el dulce, a la vez que. el agrio,
«mis dos medias limas»? Hasta los niños cuando cogen
un limón por su cuenta le pegan un mordisco en el pezón
y le dejan chato.
En la evocación de los senos no debe faltar el ver esa
cosa cruda de carne con un principio de corrupción, que
es lo más vivo de ellos, lo que tienen de carne porosa
y con cierto fondo cárdeno, sus pequeños vasitos transparentes,
y sobre todo ese tono un poco moreno que tiene
su aureola mamaria en los más reales.
Nuestros ojos se dilatan como grandes lupas cuando
vemos en esa zona rosada que hay alrededor del pezón,
surcada por ligeras elevaciones. ¡Pequeño panorama interesantísimo!
Que son «glándulas arracimadas» tampoco se debe olvidar.
Los senos en el silencio y la soledad son como perritos
acostados a los pies de la señora. Se aburren de estar
solos, y son los que hacen que ellas, al sentir su presión
solitaria, hacen esos largos suspiros de soledad… Lo remueven
un poco, suspiran y vuelven al silencio sobre sus
senos, dormidos y caídos de silencio… ¡Oh, si ahora alguien
se echase sobre ellos, ahora sí que sí les cogía enteros
y verdaderos!
Los senos de María Magdalena fueron el asombro de
su arrepentimiento, lo que cayó más asombrosamente que
sus lágrimas, la gran ofrenda de su contrición. Los senos
de Santa María Egipciaca también fueron unos senos
terribles y de una crudeza inusitada.
Los senos de la mujer rebelde son duros como puños
cerrados y amenazadores, llevan su dureza por delante,
descubren la cantidad de rebeldía que hay en la mujer
rebelde y redenta, dispuesta a todo, más en las avanzadas
que los hombres, porque avanzan sus senos sobre las
primeras líneas, como no alcanzan a pasar el límite los
pechos de los hombres.
A veces hay mujeres que tienen un seno más y algunas
un pezón más… Ese secreto hará dar vueltas alrededor
de ellas mareado y turulato a aquel que lo llegue a saber,
y ya no podrá separarse de la mujer excepcional… El tercer
seno está debajo de los otros y hace una mujer de
pesadilla a la simple mujer que los tiene… El pezón de
más suele estar en sitios distintos y se le ve queriendo
ser un seno más, queriendo ser algo impar que no se sabe
lo que significa… Ella no se lo puede callar, y eso
propaga la noticia por todos los lados, lo cual atrae al
que buscaba una cosa así. Ya todos los que lo saben miran
a la buena muchacha de otra manera, como si ese
«tres» fuese la señal de una misión que ha traído a la vida
o un deseo de mayor perfección que hay en su cuerpo.
.. Se las mira como a Mesías de algo, como a depositadas
de algo que no hay en las otras mujeres.
Cuando ellas se acuestan sobre ellos parece que los ahogarán,
que amanecerán ahogados, como esos rorros recién
nacidos que aplastan las madres al dar una vuelta
descuidada en su lecho de recién paridas.
¡Oh, cuando se duda y ellas dicen: «Es que los llevo
fajados», y añaden para convencer a los incrédulos: «Toca
y verás»!
Debe haber una terrible solitaria de los senos, una larga
y blanquísima solitaria que se apodera de ellos por
entero.
Los senos de la querida del ricacho se van llenando
de oro poco a poco, pues la querida, asustada del porvenir,
se aprovecha de ellos para ganar oro, la pequeña sisa
que se puede sacar a los amantes.
Lo más propio y lo más gustoso para lavar unos senos
es una esponja. ¡Qué delicia la de los ojos viéndola esponjada
y desesponjada; qué delicia la de la mano, moviéndola
y apretándola contra los senos, y qué delicia la
de la esponja en sí misma y la de los tersos senos, lavados
con las grandes y suaves esponjas!
Los senos de jalea palpitan sobre las motocicletas en
cuyo remolque va una mujer: palpitan de un modo destrozado,
violento, descocado, con una agitación de carácter
moderno.
Entre los antropófagos hay el vendedor de senos, que
pasa por las calles de las negras ciudades hechas de chozas
como las de los negros traperos, gritando:
—¡Senos, senitos, senos!
—¡Senos, senitos, senos!
¡Cómo nos empezonan los senos jovencitos de las novias,
junto a las que se camina inclinándose un poco sobre
ellos! ¡Empezonar incansable en las largas caminatas
de los noviazgos honestos!
Cuando se persignan y ponen sus dedos sobre el pecho
pecador, se descompone la persignación, pero los senos
se santifican. Es de una gracia refinada el espectáculo
de santiguarse las mujeres, señalando la última cruz
sobe sus senos. Los golpes de pecho también son un gran
espectáculo en las mujeres. Algunas se los dan dulcemente,
pero otras se los dan tan terribles que ha habido alguna
que ha acabado así con sus senos.
Aquel joven siempre tenía con ella la broma de los senos,
y apretando su pezón decía:
Rin.
Rin.
Rin,
Hasta que un día sonó de verdad el timbre de los senos.
Cuando huyan los senos de nosotros, nos dejarán los
senos de la carrera, los senos de la huida, vagas siluetas
de senos como moldes de humo.