La tabla periódica. Una guía visual de los elementos constituye una nueva manera de enfocar esta rama de la ciencia tan notable y fácilmente reconocible. Este libro, que combina la vanguardia de la ciencia con una infografía visualmente fascinante, analiza todos los elementos químicos, desde el argón hasta el zinc; detalla su estructura y sus propiedades específicas; y, además, relata fascinantes historias sobre su descubrimiento y sus sorprendentes usos. También ofrece una descripción general de la tabla periódica, de las tablas alternativas y del funcionamiento de los átomos. La tabla periódica nos desvela los cimientos de todo nuestro universo como nunca se habían visto. Tom Jackson es un periodista escritor especializado en ciencias. Ha trabajado en varios proyectos con Brian May, Patrick Moore, Marcus du Sautoy y Carol Vorderman y entre sus libros se encuentran Genetics in Minutes, The Human Body in Minutes, Mathematics: An Illustrated History of Numbers y The Brain: An Illustrated History of Neuroscience.
Un libro excepcional totalmente visual, graficos muy buenos y que dan una idea de la enormidad y complejidad de los eleentos que componen el universo. Totalmente recomendable en toda Biblioteca
De cerca no quería enseñarlos, pero como soy tan insistente, aunque no tenga los sofocos que ponen corrupios a la mayor parte de los hombres, la propuse que me los enseñase desde la alta ventana, en la noche, cuando yo, que vivía enfrente, me asomara para despedirme. ¡Qué miedo a que se arrepintiese! ¡Iba a estar tan poco aconsejada por mí a sí misma! Conque mirase al ángel que sostenía su pila de agua bendita, estaba deshecha la promesa. Con esas dudas llegó la hora pacífica que estaba llena de ruido de oídos en la gran inquietud. Ella sabía desde el lado del rincón, en cuyo sitio sólo yo podía verla. Encendió la luz de su alcoba, en cuyo fondo aparecía la cama extendida y acostada como un enfermo muy limpio. ¿Se asomará y me saludará como el que no se acuerda o no quiere y cerrará las maderas irreparablemente? Ya sentía ganas de cogerla por las muñecas si hacía eso y tratarla como a una mujerzuela… precisamente porque no lo quería ser. ¿Sería valiente? Se necesitaba decisión y valentía para hacer lo convenido. ¿Sería tan arrogante? Iba a haber mucho desdén para el ser lejano y escondido al hacer eso; iba a haber mucho orgullo. Quizá no debía pedirla tal cosa, porque de una de esas cosas sale mujer prostituta para siempre. Realmente iba a ser como si debutase en el escenario con el número más desvelado. En los gestos que hacía y en su lentitud y en su apariencia de estar obligada a una cosa y de ir, por lo menos lentamente, hacia ella, se veía que estaba decidida, que iba a mostrarse. ¡Qué sacrificio! Si no hubiesen estado los cristales por medio, si me hubiese podido oír, la habría gritado: «¡No! ¡No lo hagas!», pero ya iba arrastrada y llevaba a sacrificar sus senos. Cerró la puerta del fondo con cerrojo y después se fue quitando alfileres. ¡Qué fino espectáculo! ¡Qué naturalidad nunca vista! Parecía que se los acababa de poner entre bastidores para podérselos quitar así de parsimoniosa y de sencillamente. Ya podía haber entreabierto un poco su blusa; pero no, lo reservaba eso para realizar en un solo momento la aparición y la desaparición. Estaba junto a la luz, pero había poca luz. Por fin miró hacia donde yo estaba, sin clavar en donde se me suponía una de sus largas miradas de siempre, sino una mirada breve y despectiva como si no me quisiera, y abriendo su blusa y bajando al mismo tiempo su camisa, me enseñó sus senos, como la mujer que en la tragedia dice, abriéndose así el pecho: «¡Mátame; clávame ahí el puñal que me amenaza!» Esperó a que yo la hiciese la fotografía prohibida. Calculó el tiempo de la exposición, pero apagó demasiado pronto. ¿Demasiado pronto? No. ¡Pobrecilla! Siempre hubiera sido demasiado pronto. Para asomarse a unos senos, para reconocerlos, para recordarlos, hay que pasar muchas noches sobre ellos, como el bacteriólogo sobre el microscopio. No vi nada, y vi, sin embargo, un seno colgandero, ni grande ni pequeño, digno para representar los senos en unos amores de toda la vida. A la mañana siguiente salió llorando al balcón, y se vio que había llorado toda la noche. Llegó hasta el momento, valiente, serena, temeraria; pero al entrar en la oscuridad se sintió robada, vejada, inutilizada ya. ¿Cómo no oí toda la noche la lluvia de su llanto sobre mis cristales?… EL TAÑEDOR DE SENOS Hombre delicado, comprensivo, agradecido y alegre por lo que tuviese cierta alegría verdadera, era llamado por las mujeres para que las tañese, las cuidase, las solazase y encontrase con sus palabras, con sus miradas, con sus manos, las tersuras de sus senos, que los demás tratan sin el bastante aprecio. Ellas se encontraban más con sus senos y encontraban en él la gratitud que nunca demostraron los otros, arremetedores como topos. La escena era bella. El tañedor de senos saludaba los senos de la confiada con todos los saludos, discretos, sencillos, inefables; tampoco con la exageración de esos muchachos inaguantables que acabarán siendo ingratos, cínicos, malévolos, dolorosos, pero que tienen en el principio los aspavientos de la revelación. El tañedor de senos era incansable, porque creía que podía morirse uno tañendo unos senos entregados sinceramente a las manos sinceras que no les roban, sino que les devuelven el rédito que merecen. El tañedor de senos no era brusco, precipitado, ni se veía en sus manos ese cansancio que las va a parar muy pronto. El recapacitaba sobre los senos, encontraba cómo su relieve es incomparable con nada y les encontraba los perfiles más bellos. Llegaba a admirar sus senos la dueña de ellos, ante los exquisitos tañidos que les sacaba el tañedor. Tampoco eran timoratas las que se prestaban a que el tañedor entrase en sus gabinetes. Eran las mujeres que están cansadas de la brutalidad y quieren que las aprecie en secreto uno de los pocos hombres que saben apreciar y que tienen el arrebato largo en vez del arrebato de los tres golpes. El tañedor de senos las dejaba sus senos alabados, bendecidos, dispuestos a aguantar con los reservorios de dulzura y de veneración que había puesto en ellos, todas las injusticias y los insultos de los mamíferos corrientes. LOS MEJORES SENOS Miraba aquella mujer de tal modo la vida, que tocar sus senos era como tocar el secreto de la vida. —Se ha dejado —me decía yo, y aquello era lo más encantador de todo. — Tocar tus senos no es tocar unos senos, es poderte tocar a tí en lo más íntimo… Eso es lo que me enajena. ¡Oh, mujer fuerte y difícil! —la decía yo, y ella sonreía al oírme, como si dijera: «Pero te entretienes con ellos como un niño idiota que juega con cualquier cosa ». —Me sorprenden tus senos —la decía yo— como si no fuesen senos, sino otra cosa… No me he podido dar cuenta aún de cómo te toco a ti de verdaderamente… No acabo de creerlo, no lo creeré nunca. Yo llegué a llamar a aquella mujer como si no existiese, como si no estuviese ante mi de verdad, como si fuese imposible… Buscaba sus senos con arrebato para enterarme y me pasmaba el encontrarlos… ¿Se podrá conseguir algo más grande en la vida que creer siempre, durante mucho tiempo, que se toca lo inaudito, lo inesperado, lo imposible? «¡Eran sus senos!» Nunca me arrebaté como ante esos senos, esos senos incomparables. Eran los senos de la mujer que ve la vida y que no ofrece ese fruto de inconsciencia que son los frutales senos de los demás. Buscaba mi tesoro varias veces en el día metiendo la mano por el angosto descote de su blusa y removía todas las monedas de mi bolsa como sonando mi oro. Ella se prestaba igual que las mujeres de prestación bovina a que yo me enterase de ella misma, aunque aquello fuese lo que estaba más lejos de su alma. Después de haber incurrido en la tontería varonil, me arrepentía de ello y buscaba más cerca de su aliento el perdón. ¿Pero es posible?, me he repetido siempre. Sus senos además eran magníficos, redondos, duchados, auténticos, sin engaño, formándose en extenso panorama, no siendo sólo calcetines repletos, faltriqueras o bolsillos aislados y alargados en el centro del pecho. Eran extensos, ciertos, magistrales. Mi mano ha conocido para no olvidarlo nunca el cercioro de la vida. No tendré más que pensar en eso los malos días de la vida, para sentirme afortunado y como si hubiese contenido en las manos el agua densa, dulce y diáfana a la par que dura. Sus senos eran los senos racionales con la bastante generosidad para seguir siendo pueriles. Encantada ella también de que yo fuese el que se alegraba así cerciorándome de su presencia, ella también decía mi «¡Parece mentira! », sino que miranto hacia mí y sintiendo en mis manos la avidez del hombre del alma intrépida y original, enterado del mundo y de la realidad con todo el sentido de su enjundia. Senos providentes, rollizos, blancos, de carne delicada y tersa, ¡cómo han dado densidad a los senos y cuántas miles de veces ha ido a ellos como para cortar el cupón de mi fortuna! No se me negaron, y durante mucho tiempo para lo que duran esas cosas, han sido tersos, grandes, fieles, magnánimos. Sólo mataba un poco mi placer de hallarlos, el que pensaba en que se iban a perder, y también pensaba que se irían deshaciendo, que lentamente se irían perdiendo. ¡Ah, pero el milagro de los días hace que parezca aún inacabable lo que se va acabando indudablemente! La blanda piedra de toque de mi vida, son los senos esos que soportan con fidelidad y enterándose hasta el fondo de quién es quién los toca, de que soy yo el que les da ese toque con que yo extiendo las manos hacia ellos, queriendo saber que aún estoy en la vida. UN VENDEDOR DE SENOS EN ORIENTE En la calle en sombra azul, mientras en los aleros el sol ponía tejas de oro, el vendedor de senos dormitaba en un gran confesionario, barraca de maderas entrecruzadas. A la puerta, sentado en el quicio de la larga ventana que tenía la puerta, fumaba su narguilé como si se fumase los senos más soñadores de su colección. En la sombra de la caseta se percibían los desperezos de las mujeres desnudas tendidas sobre cojines. Era una especie de delicado oleaje lento, con movimientos de recién nacido en el lecho de la madre. Esa sensación de blancura, de esfereidad y de número que produce una huevería, la producía aquel fondo de sestero almacén en que se reunían todos los senos de que era dueño el vendedor de senos. De vez en cuando entraba algún supuesto comprador, que sólo quería ver bien el avispero de los senos. —No se toca… Se ve y no se toca… Hay que elegir a simple vista —repetía con sus palabras verdes y tecleantes el oriental. —¡Pero si esa mujer no vale nada! —le decían a veces, señalando a alguna un poco ajada o demasiado fea. —Yo no soy vendedor de mujeres, yo soy vendedor de senos —contestaba él, y tenía razón en su criterio, pues él revisaba todas las mujeres que encontraba por feas que fuesen, y así había encontrado los senos más blancos y más bellos de Oriente. —Si al coco se le juzgase por defuera —decía él— no se hubiera descubierto nunca su pulpa sabrosa y su agua de aljibe. El, por el contrario, desconfiaba de las bellas que tienen los senos bizcos o como bolsillos de arruinado. El vendedor de senos tenía todas las ponderaciones para sus senos y quizá no ha habido un estilista como él en el mundo. —Dajali, incorpórate un poco —decía dirigiéndose hacia las sombras, y después, cuando ya Dajali se había sentado sobre su almohadón, decía al comprador—: Fíjese, sus senos distanciados, son como los focos de su belleza… —Aelaida, incorpórate y si no quieres, alarga un brazo para que sepa dónde estás —decía con tono melifluo, y Aelaida, allá en un rincón de la leonera, levantaba una pierna bella como un candelabro o un alto pebetero. Entonces se acercaba con el comprador, saltando los cadáveres de pereza de numerosas «senéforas». —Mire —decía al comprador—, sus senos, por el contrario de la otra, más estatuaria, pero menos ardiente, se estrujan el uno al otro, se buscan el pico como palomas, salta la chispa de su contacto… Era interminale la mostración de bellezas, de matices, de agilidades, cuando el vendedor de senos se daba cuenta de que era un rico o un entendido el que quería un par de senos, si no iguales, muy parecidos el uno al otro. —Se puede llamar al perito —acababa diciendo—, se pude llamar al perito, para que haga los cálculos de la geometría y le demuestre que son iguales, como una mitad de Dios lo es a la otra Nadie jamás había tocado sus senos. Habían tenido una perfecta seriedad en su pecho. Estaban reservados para que muriesen inactivos en el árbol solitario. No supo él los senos nuevos e intactos que se llevaba, los senos de miel que tenía entre manos. La noche de sus bodas aquella mujer debió buscar el amante que se diese cuenta. ¡Qué irreparable pérdida! En aquella noche, como todas las noches, perdieron su fragancia los senos preciosos en las manos del tratante en naranjas. EL ERMITAÑO El final de una vida puede ser la contemplación cenobítica de unos senos, contemplación de eremita que toma en sus manos unos senos de mujer y los contempla como si fuesen todo el engaño de la vida, visible y patente. Todos tendremos ese gesto reflexible y final. Un día tomaremos en nuestras manos los senos con ese escepticismo postrero. Hay hombres ancianos que ya no buscan los senos sino para eso, para abstraerse ante ellos como los frailes del Greco lo están frente a un cráneo pelado. Quizá ya en nuestra juventud tuvimos muchas veces ese gesto sensato, tranquilizado, depurativo, manejando unos senos. NO TENÍA SENOS No tenía senos ni la huella de los senos en su juntura, ese canalillo en que las miradas se fijan para reconocer a la mujer. Tenía que descotarse y la daba vergüenza no poder enseñar la juntura inquietante. Tenía la caja del pecho de un transformista, de un imitador de estrellas. Hubo que llevarla a París y allí penetraron en el Instituto de Belleza. Todo olía a jabón en aquel Instituto y a los espejos les habían sacado brillo las gamuzas más finas. La mujer que no tenía senos presentó sus quejas. —Hay que someterla a un tratamiento interior. Tome estas píldoras durante unos días —dijo el Director, y la dio una caja llena de unas píldoras grandes, enormes, inusitadas, con aspecto de ser imposibles de tragar. Al cabo de una temporada el Director, convencido de que los senos no brotaban, dijo: —La hemos dado simiente de senos, y como es imposible darla los senos nuevos, la haremos algo que es por lo menos posible, la juntura de los senos, ese canalillo que es como el que conduce al punto de mira en la pistola y que es lo imprescindible. El Director tomó en sus manos el escoplo y el martilio blando y dio numerosos golpes en el esternón de la joven sin senos, consiguiendo señalar una depresión delicada, suscitadora de los inquietantes senos en la caja dura de su pecho. Ya durante siempre en su descote lució la línea sinuosa, inquietante, resbaladora de la juntura de los senos. Y cayó en sus manos un marido gracias a eso. TRES PENSAMIENTOS SUELTOS Reconocía el alba tocando la esfereidad de sus senos… Daba luz a la noche tocando esos resortes de la luz. ¿Estás ahí? —preguntaba yo sin hablar, tocando sólo realidades indubitables, en que todo el universo cedía y se hacía cariñoso bajo el empuje de mi mano, en que sentía toda la realidad material del seno blando y suave. Jugaba ella a la pelota con sus senos sobre la pared de los espejos… Todas las noches jugaba la partida estéril de las miradas en que se miraban los senos en el espejo. EL DESCOTE MÁS CRUDO QUE HE VISTO En la gran función de gala del teatro de la Opera, y en un palco proscenio, estaba la más bella descotada del teatro. ¿Por qué? Los palcos proscenios son los que parecen estar revestidos de un terciopelo más oscuro y en los que por lo tanto resaltan más las carnes oscuras. El terciopelo rojo de esos palcos está entintado por la especial sombra que se pega a ellos como el polvo blanco a todo terciopelo. Por todo eso resaltaba más la mujer de más bello descote del teatro. ¿Pero sólo por eso su descote era el más bello? No. Su descote era el más comestible del teatro, como esos panes para una numerosa familia a los que todos se pegan pellizcos en el reborde blanco, y porque venía de un cortijo en las tierras del Sur, renegrido su descote por el sol en un ancho trecho que de pronto, sin transición, en una franja que ha hecho añadir al descote del campo el descote de la fiesta de gala, se convertía en una carne más blanca, la que había celado al sol las blusas y las camisas, extraña media luna blanca que lucía por todo el teatro y que daba calidad a sus senos apenas escondidos en el descote de gran gala con escotadura de negro chaleco de frac, chaleco sin camisa ni corbata ni pechera. Como aquel descote de carne oscura y canesú de carne blanca no he visto otro, dotado de tanta realidad y tanta naturalidad. SENOS SIN BOTÓN Hay que temer a esas mujeres de senos túrgidos y crecientes, en los que el pezón es blanco. Esas mujeres de senos lívidos serán crueles con todo lo que tengan a su alrededor. Influirán en el padre para desheredar a sus hermanos, serán duras con sus sobrinos, serán madrastras de sus hijos si tienen hijos. El que sus botones estén sin sangre y sin color, las harán espantables, mujeres de dientes apretados y de decisiones injustas y arbitrarias. Esa piedad que hay en esas dos florecillas como si fuesen las condecoraciones de una fiesta ideal de la flor, no existirá en absoluto en ellas. Bellas, interesantes, de curvas bordadas, no se explicará nadie el porqué de su hostilidad, de su incomprensión, de su desdén. Es que están detrás de unos senos sin florecilla ni rosación siquiera, es que sus senos son los senos fríos de la mujer de mármol, blancos por completo o a lo más un poco oscuros por su roce con el tiempo en medio de la general blancura. ¡Dios nos salve de una mujer de senos sin su punta de color! Retorcerá en un pellizco, fino, agudo, inaguantable, todas las cosas. LA CONFESIÓN Yo la dije, cuando tuve confianza con ella más que con ninguna: —¿Y qué sientes en los senos? Guardó silencio durante un rato. Sentía un rubor extraño, como el primero sin ser el primero. —¿No te desilusionará el que te diga la verdad? ¿No te quedarás desilusionado para siempre? —No… Desgraciadamente nos volveremos a ilusionar con lo que nos desilusionó… Es fatal… Después de oírte, buscaré unos senos como esa noche en que perdemos la voluntad como si un cometa terrible fuese a tropezar con la Tierra y naufragamos en un falso final del mundo. —Bueno, pues escucha —continuó ella—: es fría la sensación de nuestros senos… Están lejos de nuestra sensualidad, son las montañas en que hay cierta nieve… Nos hacéis cosquillas agrias y tozudas en ellos… Sólo una vez, cuando los tocó el primer hombre que nos tocó, sonó en toda nuestra sensibilidad el primer timbrazo de alarma, el timbrazo de que había llegado la hora. No han vuelto a ser tan sensibles nunca. —¿Entonces, cuando jugamos con ellos no sentís la alegría frenética y trémula de nuestra tontería? —No. Os vemos fríamente, más frente a frente que nunca, y si dura mucho vuestra obcecación con los senos, cae de ellos como de dos esponjas la fría agua que apaga un poco nuestra sensibilidad… Si no te pareciese chabacana la comparación, te diría que parecéis policías secretas que nos registráis el pecho con un manoseo insistente, sin acabaros de convencer de que no guardamos nada ahí… Se hizo una larga pausa que no supimos cómo llenar. ¿y cómo iba yo a tocar aquellos senos desprovistos de sentido y que se reían de mí y desdeñaban mis manos? —Bueno, mujer verdadera… Tenemos que despedirnos… Adiós… —Adiós —me dijo ella levantándose y arropándose en su piel—; pero no olvides que te he dicho lo que no he dicho a nadie… Sé por eso mi amigo, que te vuelva a ver… Decir a un hombre la confidencia que no se ha dicho a nadie es como si se le diese lo que no se ha dado nunca. —Adiós —la dije en la puerta; y después me puse el gabán, yéndome hacia los senos que yo sabía dónde estaban guardados. Por lo menos ésos se reirían de mí creyéndome engañado e iluso. LOS QUE QUERÍAN QUE YO LOS COGIESE Aquellos senos se venían conmigo, extendían hacia mí sus manos como una niña de pecho que se escapase del seno de su madre. Ellos querían, pero ella les contenía, les disuadía; estuvo luchando con ellos hasta que se fue. ¿Era mala o era que en su corazón no había entrada para ciertas palabras? La cosa es que los dos estuvimos viendo y notando la predilección, y, sin embargo, con gran dureza de madrastra ella les tuvo prohibido el que por fin se viniesen conmigo, el que saltasen entre mis brazos, el que recibiesen el alegre aupamiento que merecen las niñas que nos quieren. El hombre adusto e hipócrita, como los reptiles. Estrecho de caletre y de cuerpo, tiene los ojos pequeños y el rostro como empolvado con el polvo amarillento y venenoso para matar las chinches. Entra en su casa después de juzgar con impiedad a algunos procesados, satisfecho de alejar del sol a algunos hombres en los que la voluntad de gozar de la vida es violenta y admirable. Su esposa, que sabe que ésa es la hora en que vuelve, es quien le abre. El inquisidor la abraza, gustoso de sentir sobre su pecho duro y cruel el seno blando, asustadizo, guardado como la quesera guarda el queso. «¡Exquisito contraste! —piensa, relamiéndose, el malvado inquisidor—. Soy duro —continúa pensando—, porque quiero satisfacerme con los blandos senos de mi esposa… Sentencio a todo el que se excede en su deseo de placeres o en su deseo de tocar los mórbidos y perfectos senos de la libertad, para que me sea más dulce en la intimidad el placer de tocar a mi esposa…» En efecto, los días de grandes suplicios, los días de numerosas ejecuciones, es cuando, sonriendo como un condenado, el sórdido inquisidor se abalanzaba sobre los senos de su esposa, ansioso como un glotón sobre la langosta servida en forma de timbal hecho sólo de cogollos de langosta, montadas y escogidas en el fondo de varios caparazones. En la entrada de los sitios reales y en medio del monte en casas blancas que refulgen al sol como los cortijos, son cuidados esos senos de las favoritas rusticanas. Se nutren como verdaderas palomas torcaces: en vez de con algarrobas, con las flores, las jaras y la punta tierna de los pinos que es como el remate tierno de una vida. Tienen olor a pulideces de piedra del río. El Rey los busca en la supuesta cacería que es cacería de senos y no de rebecos, como dicen los periódicos del reino sin nombre. Se levanta temprano porque es caza de muy de mañana y bebe su alma el rumor de los arroyos. (Glu… glu… glu…, corre el arroyo en el fondo en sombra de nuestro corazón, en la espesura de nuestro tórax). El Rey busca el puesto que tiene asignado, el puesto por donde aparecerá la guardesa joven, lavada como en los lavatorios de pies antes de que el Rey toque los pies pecadores. Van sus senos más duros que nunca, duros de emoción y de sobrecogimiento en el fondo del corsé amarillo. El Rey aparece y coge por la cintura a la guardesa que juega con su delantal, y en seguida busca los frutos de la hembra en los que se reúne el pan tierno, el huevo descascarillado después de endurecido el pavo trufado y la ternura de todas las yemas del bosque, diminutas en cada brote y únicamente allí espléndidas… El Rey, que estaba acostumbrado al pan de Viena, busca la cáscara y el cuscurillo del pan candeal que está en el pezón. Nunca ha comido un pan mejor cocido y en el que de tan cumplida manera se reuniese todo el perfume del campo y de la mañana. Todo lo que se escapa en la Naturaleza y en el bosque, está en esos senos de la guardesa mantenida con todo el monte inútil del sitio real, ese vasto vedado que le cuesta tanto dinero al Rey y que apenas va a visitarlo. EL COLECCIONISTA —Una señora que pregunta por el señor —dijo la doncella al coleccionista en senos, como ofreciéndole en el tarjetero de su corpiño la tarjeta de la mujer que anunciaba. —Que pase —dijo el coleccionista, meciéndose en el asiento de su mesa, para calcular la perspectiva que le convenía, como rectificando la medida para las distancias de unos gemelos de teatro. La señora era una señora de cabos finos y de brazos muy delgados. Todo en ella era delicadeza; pero sus senos eran opulentos y parecieron saludar al coleccionista antes de que ella le alargase sus manos de uñas de jabón. —¿Qué deseaba usted? —le preguntó. —Pues hay que ser franca… Usted es un coleccionista de senos, ¿no?… Pues aquí le traigo los míos… Sintió el coleccionista no tener los lentes del coleccionista para ponérselos en aquel instante; pero, como si eso los sustituyese, se echó más hacia atrás en su asiento. —Muy reconocido, mi señora —dijo el coleccionista y adelantó sobre su mesa, levantándose y poniéndose de codos sobre ella… La que ofrecía los senos desabrochó su traje como el ama de cría que va a mostrar la clase de su leche al doctor. El coleccionista en senos, avezado a aquellas demostraciones, tocó como un joyero los senos que se le ofrecían y sonrió encantado. —¡Hermosos senos para mi colección! Me atrae usted unos senos magníficos e inolvidables… Ya sabe usted… Los tendré que ver cuando se me antoje, cuando los recuerde. .. No podré meterlos en un álbum, pero sí Ja podré avisar cuando necesite esos dos bellos ejemplares de mi colección… —¿No me engaña usted? —dijo ella con coquetería. —No… son de los mejores de mi colección… Les voy a dar el número diez en un certificado que podrá usted enseñar en todos lados… Cuídelos, cuídelos mucho… Los mejores de mi colección han desaparecido y se han estropeado de la noche a la mañana. —Los cuidaré sólo para ofrecérselos de nue^o… Ningún cariño ni siquiera delicadeza como la suya para con ellos… Estoy satisfechísima… Me enorgullecerá siempre su certificado. Después se abrochó de nuevo con ese gesto de haber dado de mamar ya al niño, recogió su diploma y se fue. El coleccionista escribió en un libro: «Soledad R…, calle de las Palmas, 84. Senos opulentos a la vez que delicados. .. Senos sin caída, los primeros senos que he visto, que siendo grandes, no tengan pliegues de sombra ni se anuncie en ellos el principio de la ruina y la hundición… Senos con la particularidad de que parece que avanzan por su resplandor como dos focos de automóvil… De tan puros y bellos como resultan, no se siente la necesidad de tocarlos». LA SEÑAL . Primero no quiso soportarlo. —¡Mentira! —dijo, sin poderse contener, iracundo y desatinado—. ¡Mentira!… Después preguntó cuándo, después preguntó cómo, después dijo con tesón: —Pues no lo creo. Hubo una pausa larga, en que «ella» aparecía al final de los soportales del pensamiento… —Dime lo que tiene en los senos —dijo, temiendo que el otro le diese la señal indudable… —¿En los senos? —se preguntó el otro, queriendo recordar a la mujer que se olvida al fin aunque se haya convivido mucho con ella. —¿En los senos? —repitió el otro al que en la nueva pausa se le veía asomarse a la mujer desnuda, a la reproducción mala, pero auténtica, de «la maja desnuda», y buscar en sus senos la señal que se le pedía. —¡Ah!, sí —dijo por fin—; cinco lunares alrededor de cada rosilla… El nuevo amante guardó silencio, con la cabeza baja, aplastado por aquella señal indudable, que eran aquellas abejas alrededor de las dos florecillas delicadas y propias para hacer una guirnalda alrededor de la copa del sombrero de una niña. —Eso es cierto.. Pero usted es el de antes, el que ya no puede volver, el que fue olvidado por completo. Bastante desgracia es ésa, suficiente castigo, inextinguible pena. LOS SENOS MUY ESCONDIDOS Aquellos senos estaban tan escondidos, tan ocultos, tan cerrados dentro de sus abotonados corpiños, que el que los buscaba perdió la paciencia y los abandonó. Le había costado mucho trabajo llegar a aquel momento; lo más difícil lo había pasado, pero se indignó tanto con la cerrazón, con los prendidos, con los atares, que despreció el hallazgo. LOS SENOS DE LA SEÑORITA GENOVEVA La señorita Genoveva dormía en una alcoba al final de la casa, junto a la cocina y a la escalera interior. Como a nadie se le hubiera ocurrido sospechar de la señorita Genoveva, nadie pensó en que pudiera aprovechar aquella proximidad de la escalera interior. Pero todas las noches entraba por aquella puerta un joven con los zapatos en el bolsillo y abría con mucho sigilo la puerta de la señorita Genoveva. Ningún placer más puro y penetrante que el de entrar en casa de la soltera, en la casa decente. La tomaba como después de la boda en la alcoba oscura, porque no se podía encender la luz. Todas las caricias eran silenciosas y oscuras. Tenía una proporción inaudita aquel desnudo honesto en la oscuridad llena de temores, de prohibiciones, de amenazas. ¡Pero quién iba a sospechar aquello en la alcoba en que hasta había una capillita llena de relicarios y adornaba con cintitas rosas que cuidaba la solterita! Toda la oscuridad de la casa corría a asomarse al cuarto pecaminoso, aunque su puerta parecía la blanca puerta de la virginidad. Los padres, que dormían en la alcoba a la italiana que comunicaba con la sala que daba a la calle, roncaban sin inquietud. En el largo pasillo las sombras se aglomeraban impacientes y comentaban lo que allí dentro sucedía. Todas las sombras comadreaban excitadas, despiertas, sobre la gran apariencia de dormirse que tenía la casa. Por las esquinas de los pasillos y las revueltas y por la puerta entreabierta del corredor, se asomaban los perfiles de la expectación, un ojo y parte de la nariz. Se sentía en la sombra como una ondulación voluptuosa. El apretujamiento de los senos que el joven tocaba en la oscuridad, parecía que iba a despertar la luz como cuando se coge la pera de la luz eléctrica que oscila en la cabecera. La señorita Genoveva, después de aquellas noches en que era acariciada por el arcángel de la oscuridad, tomaba su aspecto discreto de muchacha cansada de esperar, de muchacha que acabara por vestir el hábito de la esperanza con su correa de fraile. El novio, que con apariencias de novio languideciente conversaba con ella un rato durante el día, parecía otro que el de las noches, y el mismo fenómeno notaba él mirando a Genoveva: no le parecía la de las noches. —Es que aprieta sus senos con las sogas de la discreción —se decía Antonio, que así se llamaba el atrevido merodeador. Y Antonio hasta extrañaba la casa y el portal y la escalera durante el día, y no hubiera reconocido yendo por los pasillos, iluminados por la luz del día, la puerta de la alcoba misteriosa y su falleba de metal reluciente. Antonio, en vez de desinteresarse, se interesó cada vez más por la clandestina Genoveva, y hasta se casó con ella. —Viviremos con ustedes —habían dicho a los padres, y en vista de eso se había arreglado la misma alcoba de Genoveva con muebles nuevos, una cama más ancha, porque aquélla —como decía la madre— no hubiera servido, y a petición de él mucha luz, más de doscientas bujías en dos lámparas. Así, el día señalado se encerraron en la alcoba de todas las noches. ¡Cómo conocían aquel silencio de la casa! El estaba impaiente, sin embargo. Aun estando en ambiente tan conocido, le interesaba verla bajo la luz. Eso iba a ser lo nuevo, lo extraordinario, lo maravilloso. ¡Al fin la iba a tener bajo la luz, sin que le importase que se viese la gran iluminación por el montante! Genoveva tenía más miedo que nunca. Había perdido el desparpajo de la oscuridad. En la oscuridad se había sentido más mujer, más suelta, más cuantiosa. Se fue desnudando. El estaba perplejo. Veía una escena pobre, modesta, fría. Veía los forros tristes de la ropa que ella se iba quitando, y veía que en vez de esponjarse como se esponjaba en la sombra, menguaba, resultaba la mujer aterida. Sólo esperaba ver los senos, como si los desconociese, como si no fuesen los que él había reconocido en la oscuridad, los opulentos senos de la sombra, en cascada, batidos, crecidos, aumentados como la espuma acrecentada por el batidor… Por fin se desvelaron y aparecieron pequeños como las bombillas esféricas de cincuenta bujías que los iluminaban, y Antonio se quedó asombrado, desengañado, sorprendido. La sombra le había engañado atrozmente. ¡Su esposa no tenía senos! ¡Si no hubiera encendido nunca la luz! ¡Si hubiese buscado siempre en la sombra la blanca morbidez imaginada! LOS SENOS DE LA NADADORA Había un premio fuerte y una medalla de oro para el que pasase aquel trecho a nado. Se lanzaron los hombres y las mujeres en una especie de competencia desigual, pues los hombres eran como lenguados enjutos y ellas redondeadas, llenas de huevas y con senos, debían ser más pesadas. Pero pronto se vio que una mujer era la que llevaba la delantera. Su cabeza de loca, de mujer que se ha lavado la cabeza, sobresalía sobre las aguas unos ratos más que otros. Con un rostro de desesperada mojada en lágrimas, apareció en el sitio de la meta, la mujer que llevó todo el tiempo el primer puesto. Salía del agua cada vez más redondeada, brillante gelatinosamente toda ella. ¡Caramba con los senos de mujer fuerte que lucía! Quizás habían sido la proa que había roto mejor las aguas y por lo tanto los que la habían ayudado a vencer. Todos miraban sus senos como algo apetitoso, refrescado y duchado por el mar. Todos hubieran dado lo que se les hubiera pedido con tal de dar dos palmaditas en las carnes que las pedían. El presidente del jurado, con la medalla en la mano, se acercó a la triunfadora, y puso en su seno la medalla del premio, y sin poderse contener su mano imitó el molde del seno e hizo sobre él el gesto redondo. La nadadora, dura y envaronilizada por el triunfo, dio una tremenda bofetada al presidente del jurado, cuyo sombrero de copa se fue al agua, bogando en ella como una boya. SENOS DEL HASTÍO Están llenos de hastío esos senos, y cuando unos senos se llenan de hastío ya hay que dejarlos, porque ya no sirven. No hay nada que los reponga. Caerán como dos grandes lágrimas suspensas del seno de la hastiadora. Llorará sobre sus senos al notarlo y sus lágrimas rimarán en sus senos. «Ya tus senos —se le diría a la mujer de los senos llenos de hastío— son los del alma seca de mi encanto por tí». LA CAZA EN LA ESCALERA Cuando se es muy joven se considera que es posible cazar en la escalera los senos en la vecindad. La escalera es un camino solitario por el que baja muy descuidada esa chica de la guardilla que tiene unos senos pizpireteadores. Generalmente baja saltando y sus senos se revelan así con más revelación, ya inevitables, ya imposibles de abandonar. Se ha visto el fenómeno extraño de la alegría solitaria de los senos por la mirilla sigilosa, celada medieval de nuestras torturas. Muchas veces se vuelve a ver a los correteadores senos botar sobre el pecho de la chica en su bajada de la escalera. ¿Es hora de echarles mano? No aún. Conviene dejar que tomen confianza con el camino solitario de la escalera donde se adunan las mañanas de todos los vecinos con los caldos sustanciosos de todos sus pucheros. Por ese camino glorioso que es la escalera en la mañana parece que suben al cielo y que bajan a la tierra si descienden. La juventud crédula considera que en esa alegría neutra de la escalera es posible llegar a la posesión de los senos torcaces de la guardilla. Un día por fin espera sigiloso la hora. Espera el joven al balcón que entre la joven de los senos alegres. La ve venir y ve cuándo pasa precisamente bajo su balcón, cómo son de plásticos sus senos y cómo entran antes que ella en el portal tragaldabas. Detrás de la puerta espera el joven la subida de la alegre muchacha cuyos senos suben saltando la escalera. La luz de la escalera se alegra de verle bueno y tiene algo de luz que entra por los balcones esmerilados de una casa de citas o de un cuarto de baño. No se sabe por qué se ha quedado parada en uno de los escalones de abajo. ¿Leerá alguna carta de otro? Ese sería un contratiempo. Sería la única oración contra el diablo que espera. Sigue en la rendija de la puerta. Ya está ella casi en el descansillo señalado como última etapa de su tranquilidad. El joven abre entonces la puerta y se lanza sobre ella. Hay una lucha de unos segundos. Ella le rechaza y escapa. El comprende toda la responsabilidad que hay en luchar en la escalera y en que alguien pueda oír algún grito. Había creído a la escalera más sorda de lo que ese momento le ha parecido. Todas las mirillas oyen y ven. Todos han visto el abuso que ha querido cometer. La escalera —han pensado todos los jóvenes después de la experiencia de caza en la escalera— no es propicia para nada. Es fría, reflexiva, ingrata y deja a la mujer sin ofuscación sintiéndose en sitio tan extraño y sin cordialidad.
De los cuatro evangelios, solo dos nos hablan acerca del nacimiento de Jesús. No es extraño que Juan no diga nada al respecto, pues su evangelio solo está interesado en información que no aparece en los otros tres. El de Marcos, por su parte, se enfoca en la vida pública de Jesús, de modo que su nacimiento no forma parte del “plan de la obra”.
Como dos testigos que informan un mismo hecho desde puntos de vista
independientes, Mateo y Lucas coinciden entre sí en puntos
fundamentales, y difieren en los detalles.
Por ejemplo, ambos son categóricos en señalar que:
La madre de Jesús era una virgen llamada María;
Estaba prometida con José, un varón descendiente de David;
Antes de hacer vida en común, la joven se encontró embarazada de Jesús;
El niño nació en Belén, siendo Herodes el gobernante de Judea;
La familia se estableció finalmente en Nazaret de Galilea.
Al mismo tiempo, si bien no hay contradicciones entre ambos relatos, sus perspectivas son claramente diferentes. Las películas y tarjetas de la navidad tienden a mezclar ambas versiones,
y ahí es cuando nos quedamos con la idea de la estrella de Belén
brillando sobre el pesebre. Sin embargo, para profundizar en el texto es
importante tener clara la diferencia entre uno y otro relato.Del evangelio de Mateo provienen
Los sueños de José y su decisión de no denunciar a María
La estrella de navidad
Los reyes magos
La profecía de que el Mesías debía nacer en Belén y de una virgen
La matanza de inocentes
El viaje de la sagrada familia a Egipto
El evangelio de Mateo, no es tan preciso como Lucas respecto a detalles de tiempos y lugar. Se enfoca en las experiencias de José y enfatiza el rol de Jesús como descendiente de David.
Su evangelio con una genealogía que desciende a través de Salomón, nos
cuenta acerca de la visita de dignatarios extranjeros y de su
enfrentamiento con Herodes, el rey usurpador. Lo importante en su
historia es la profecía, la tipología y las promesas del Antiguo
Testamento cumplidas.
En el evangelio de san Lucas, en cambio, encontramos:
La aparición del ángel a Zacarías
La visita del ángel a María
La visita de María a su parienta Isabel
El censo de Quirino, y el viaje de Nazaret a Belén
El pesebre
La aparición a los pastores
Lucas se esmera en situar correctamente en tiempo y espacio los
eventos que relata, al menos en relación a sus lectores originales. Este evangelio es lo más parecido a lo que habría escrito un historiador de la antigüedad.
A cada paso se detiene para informarnos quién gobernaba en tal o cual
ciudad, y qué casa sacerdotal servía en Jerusalén. Lejos de ser espacio
perdido, esto demuestra el interés del autor por la precisión histórica,
y por dejar claro que lo relatado realmente sucedió. En su relato de la
navidad, su foco está puesto en las experiencias de María, incluso
cuenta sus emociones y pensamientos ante tan extraordinarios eventos.
Esto ha llevado a que muchos piensen que el evangelista se entrevistó
con la Virgen María.
Los escépticos suelen decir que las diferencias entre Mateo y
Lucas son demasiado importantes, y que no es posible compaginar ambas
versiones en una sola historia coherente. Los cristianos, por
su parte, han respondido con diversas formas en que ambos relatos pueden
compaginarse sin problemas. No hay una versión definitiva de esa
secuencia, porque cada evangelista está ocupado en destacar los puntos
del nacimiento de Jesús que le interesan, no en confirmar o negar otra
versión. A continuación, explicaremos cómo es más probable que hayan
sucedido los hechos que relatan ambos evangelios.
La historia comienza en el evangelio de san Lucas con
el anuncio a Zacarías que Isabel, su anciana esposa, tendría un hijo.
Él pertenecía a la clase sacerdotal de Abías, lo que permitiría a los
primeros lectores de Lucas establecer incluso el mes en que esto
sucedió. Seis meses después, un ángel se apareció a María y le anunció
el nacimiento del Salvador. Luego, ella viajó de Nazaret a la región
montañosa de Judea y permaneció tres meses con su parienta Isabel. Es muy probable que en esos meses llegara a José la noticia de que su prometida estaba embarazada,
y pensara dejarla en secreto. Sin embargo, cuando ella regresó a
Nazaret, José ya había tenido el sueño donde un ángel le advirtió lo
sucedido, y él la recibió en su casa, en Nazaret.
Entre los meses 3 y 9 del embarazo de María, ella y José viajaron a
Belén, a causa del censo dispuesto por César Augusto. Muchas películas
muestran a María viajando a lomos de un burro con un embarazo de 9
meses, y llegando a Belén, donde todos le cierran la puerta y sin poder
encontrar un lugar donde pasar la noche del nacimiento. Esa imagen
popular nos invita a reflexionar sobre el desamparo en que Jesús llegó
al mundo, pero no corresponde a una descripción precisa de lo que relata san Lucas.
Lucas indica que “mientras se encontraban en Belén, le llegó el tiempo
de ser madre” (Lc 2, 6), por lo que es difícil pensar que hicieran el
viaje el mismo día de navidad.
Jesús nace en Belén de Judea.
Lucas nos cuenta que luego del nacimiento, María lo acostó al niño en
un pesebre “porque no había lugar para ellos en el albergue” (Lc 2, 7).
Sin embargo, el “albergue” al que se refiere Lucas, no es necesariamente una posada o taberna para hospedaje de los viajeros.
Es más probable que hubiera tantas personas la casa de Jose en Belén,
que no había espacio en la habitación principal para atender a una mujer
embarazada. El “albergue” de Lucas, entonces se refiere a esa pieza
común que había en las casas de la época. Esta es la situación los
habría forzado a permanecer en la parte de la casa destinada a los
animales, una habitación anexa a la casa principal con el aspecto de una
gruta.
La adoración de los pastores ocurrió esa misma noche, pues encontraron al niño en el pesebre.
Luego, circuncidaron al niño en al octavo día, y cumplieron con el rito
de la purificación y presentación en el Templo de Jerusalén, en el día
40. Después volvieron a Nazaret de Galilea.
No es del todo claro cuándo se presentaron los magos a adorar al niño.
San Mateo dice que llegaron a Jerusalén “cuando nació Jesús en Belén de Judea”, pero no es necesario asumir que ambos eventos ocurrieron simultáneamente. Este evangelio no está tan preocupado de la precisión temporal como Lucas. Sí es claro que los magos entraron en una casa, y no en un pesebre, por lo que esto no sucedió la misma noche de navidad claro que visitaron al niño algún tiempo después del nacimiento. Por lo mismo, esa casa puede haber estado en Belén o en Nazaret. Fuente, visite: https://www.infocatolica.com/blog/esferacruz.php/1601090210-la-navidad-en-los-evangelios
Si nos preguntaran “por qué eres católico», ¿que contestaríamos? Creo
que la mayoría lo consideraríamos una pregunta ruda, y seguramente
daríamos razones familiares y geográficas para salir del paso: “porque
es lo que me enseñaron”, “porque me bautizaron de niño” o “porque nací
en un país de tradición católica”.
La respuesta correcta, desde luego, sólo puede ser una: “porque la religión católica es verdadera, es decir, enseña la verdad”,
pero más interesante es la siguiente pregunta, que es lo que en el
fondo se quiere averiguar: “bueno ¿Cómo lo sabes?”. Ahí, seguramente lo
primero que se nos vendría a la mente sería “porque tengo fe”.
El salto de fe
Observando la época mi formación religiosa (de cursos de primera
comunión, de colegio salesiano, de ser delegado de pastoral de mi curso,
y asistir esporádicamente a misas), es fácil darse cuenta que yo y mis compañeros nos encontrábamos sumergidos («bautizado” si se quiere) en la doctrina del “salto de fe“,
es decir, la noción más o menos implícita de que creer en los dogmas
cristianos implica la virtud de adherir a las enseñanzas de NSJC, sin
contar con evidencia para ello, que bastaba la íntima convicción, e
incluso que era signo de amor.
Nuestro tiempo, privado como está de catequesis, ha sido tierra
fértil para este concepto, tal vez porque eso de pertenecer a cierta
minoría escogida a la que Dios ha dado la fe, es simple, y a la vez
halagador. También es muy funcional a cierta clase de no creyente
(frecuentemente dedicado a la política) que, al ser consultado por sus
convicciones religiosas simplemente responde “no me ha sido concedido el
don de la fe”.
Un corolario de esta misma idea lo encontramos en cada película cuya
la moraleja sea “cuando tengas dudas, sigue a tu corazón”, o libro de
autoayuda que te diga que no necesitas escuchar a nadie más para saber
qué es lo correcto, ciertamente no a los líderes religiosos, y que “todo
está en ti”. Basta pensar en la más famosa escena de cine, aquella
donde Darth Vader revela que es el padre de Luke, y se supone que
nuestro héroe debe “buscar en sus sentimientos” ¡para saber si el
villano le miente o no!
Que los cristianos asumamos como propia esta forma de acercarnos a la
religión sería desastroso, para la misión evangelizadora y para la
ética. En primer lugar, a nadie se le ocurriría pensar de ese modo en
asuntos de medicina o tecnología, de modo que la conclusión lógica será
que la religión es una forma inferior y menos importante de
conocimiento. En segundo término, si el conocimiento acerca de las
verdades más profundas es estrictamente personal y depende de las
emociones, toda religión será un asunto estrictamente privado, donde lo
verdadero para mí puede no serlo para ti, y la predicación no tiene
sentido. Finalmente si la conciencia también bebe de esta misma fuente
para conocer la verdad moral, también se deberá afirmar que nadie puede
decir a otro que actúe en contra de su más íntima convicción.
En oposición al “salto de fe”, la Iglesia Católica siempre ha
confiado en la filosofía y enseña que “Las facultades del hombre lo
hacen capaz de conocer la existencia de un Dios personal” y ha defendido
a la vez la autonomía de la conciencia, y la absoluta necesidad de su
adecuada formación. Así la Iglesia se alinea con las escuelas de
verdadera filosofía (en oposición a los sofistas que hacen nata hoy), y
la ciencia, afirmando la posibilidad de conocer el mundo y la existencia
de verdad más allá de opiniones subjetivas
¡Pruebas!
Imaginen, entonces, mi sorpresa al enterarme recién a los 20 años de bautizado que había “pruebas de la existencia de Dios”. Esto iba contra la forma misma de entender la religión que había aprendido,
Continue la lectura en la fuente original, es lo mejor que se puede leer.
Estos son algunos de los dichos de Sancholin, presidente de un estado cualquiera, en un pais imaginario, de un futuro siglo (pongamos el siglo XXIII por ejemplo). Pero no nos engañemos, esto nunca ha pasado ni podría pasar es pura literatura, pura imaginación desbordante de una mente calenturienta.
1- Dijo una vez Sancholin en una reunión en Bruselas:
– Disculpen si les llamo caballeros, pero es que no les conozco muy bien.
Y es que nuestro eximio presidente goza de una sinceridad sin limites, no puede evitarlo, no es diplomatico, algunos en Europa hasta piensan que es tonto del culo. Ya con el tema de Israel metió bien la patita.
Es tan honesto, tan trasparente, tan aparentemente Idiota, que le vamos a hacer.
2 – El puede parecer un idiota y actuar como un idiota. Pero no se deje engañar. Es realmente un idiota.
Esto fue lo que decían del presidente Sancholin en los corrillos de las reuniones de Bruselas, mientras el se miraba al espejo (siempre tiene la costumbre de mirarse en todos los espejos, pobre hombre).
Y es que en Europa parecen conocerlo muy bien.
3 – El secreto de la vida es la honestidad y el juego limpio, si puedes simular eso, lo has conseguido. Son palabras textuales del presidente Sancholin a su mas cercano colaborador Bolañillos, que un incauto periodista oyó casualmente y publicó al día siguiente.
Tres horas después el periodista hubo de huir a Guinea. Estaba avergonzado el pobre hombre (y algo mas).
Y es que nuestro eximio procer no pudo aguantar se supiera uno de sus mas grandes secretos, es el gran simulador, el gran engañador, el gran azote de la inteligencia. No des nunca la cara, tira la piedra y escondete, maneja a los medios, repite cien veces la misma mentira, que acabará siendo verdad, una tropelía se borra con la siguiente, la gente, el pueblo, el rebaño no tiene memoria, es facil de engañar, es bueno engañar, es saludable engañar, sobre todo en MI beneficio, nunca permitas preguntas de los periodistas, no salgas a la calle no sea que te abucheen, estas por encima de la plebe, oh cesar, no vayas al congreso, envía a otros, no escuches a nadie solo a los que necesitas, al resto solo desprecio y miente mucho sobre ellos que algo queda siempre. Son estractos de su libro, mi lucha en la tierra firme del progreso bolchevique.
Es tan tierno, tan amoral, tan miserable. Pobrecito.
4 – En las fiestas no te sientes jamás, puede sentarse a tu lado alguien que no te guste. Algo asi le paso a Sancholin.
En una reunión europea Sancholin se sentó el primero y a su lado pusieron al niño de waterloo. Se puso colorado. Es humillante que un muñeco, un titere esté sentado junto a su amo, el que gobierna a quien cree gobernar.
Y lo peor fueron las fotos que les hicieron. Pasarán a la historia.
Criaturas….
5 Encuentro la televisión muy educativa. Cada vez que alguien la enciende, me retiro a otra habitación y leo un libro. Y mejor será asi. Sancholin las controla casi a todas. Emite millones de euros en publicidad estatal, un rico caramelito, una linda zanahoria, a la que es dificil resistirse.
La publicidad se reparte entre cadenas amigas y domesticadas, una lluvia de millones, pero oh por todos los dioses tratad muy bien a Sancholin y a toda su santa corte de ministros (y ministras, tratarlas muy bien no reveleis sus mentiras y miserias). Asi nos va.
El que se mueva no sale en la foto.
Continuara….
6 Es mejor estar callado y parecer tonto, que hablar y despejar las dudas definitivamente. Eso mismo le paso a Sancholin….
7 Estos son mis principios. Si no le gustan tengo otros. Esta es la clave secreta del presidente…..
I ¿A quién regalo mi ingenioso librito recién aparecido, pulido hace nada con la árida piedra pómez(1)? A ti, Cornelio(2); pues tú solías considerar que de algún valor eran mis naderías, ya entonces, cuando te atreviste tú el único de los ítalos a desarrollar la historia toda en tres tomos sabios, ¡por Júpiter!, y trabajosos. Por eso, acepta cualquier cosa que esto de librillo sea y lo que valga, que, ¡oh doncella protectora(3)!, ojalá permanezca sin menoscabo más de un siglo. II Gorrión(4), capricho de mi niña, con el que acostumbra ella jugar, tenerlo en su regazo, ofrecerle la punta de su dedo tan pronto se le acerca y moverle a agudos picotazos, cuando al radiante objeto de mi desasosiego le agrada jugar a no sé qué cosa querida y solaz de su dolor; entonces -creo- se le calmará su ardiente pasión. ¡Ojalá pudiera yo, como ella, jugar contigo y aliviar las tristes cuitas de mi alma! II a(5) (…) Tan grato es para mí como cuentan que fue para la veloz muchacha(6) la manzana de oro que desató su cinturón de siempre negado. III ¡Llorad, oh Venus y Cupidos(7) y cuanto hay de hombres refinados! El gorrión de mi niña ha muerto; el gorrión, capricho de mi niña, a quien ella más que a sus ojos quería; pues era dulce como la miel y la conocía tan bien como una niña a su madre, y no se movía de su regazo, sino que, saltando alrededor unas veces por aquí, otras por allá, piaba sin parar a sola su dueña; y que ahora va por un camino tenebroso hacia allí de donde dicen que no vuelve nadie. ¡Malhaya a vosotras, malvadas tinieblas del Orco(8), que devoráis todas las cosas bellas!: tan hermoso gorrión me habéis arrebatado. ¡Oh desgracia! ¡Pobrecillo gorrión! Ahora, por tu culpa, los ojitos de mi niña, hinchaditos, enrojecen de llanto(9). IV Esa barca(10) que veis, huéspedes, presume de que fue la más rápida de las naves y de que el empuje de ningún navío sobre las ondas pudo dejarla atrás, bien se tratara de volar a remo o a vela. Y dice que esto no lo niegan la costa del amenazador Adriático o las islas Cícladas ni la famosa Rodas ni la espantosa Propóntide Tracia o el terrible golfo del Ponto, donde ésta, luego barca, fue antes melenudo bosque: pues, en la cumbre del Citoro(11) a menudo silbó con su habladora cabellera. Amastris del Ponto y Citoro que produces bojes, para ti esto fue y es conocidísimo -presume la barca-. Desde su más lejano origen dice que se asentó en tu cumbre, que empapó sus remos en tu superficie y de allí avanzó como dueña por tantas
inmoderadas corrientes, ya el viento la empujara por izquierda o derecha, ya Júpiter hubiera soplado favorable sobre ambas escotas; y que, en su interés, no se hicieron votos a los dioses de la costa cuando volvía hace nada del mar a este cristalino lago. Pero estas cosas ocurrieron antes; ahora, en oculta quietud, descansa vieja y se consagra a ti, gemelo Cástor, y al gemelo de Cástor(12). V Vivamos, Lesbia(13) mía, y amemos, y las habladurías de esos viejos tan rectos, todas, valorésmoslas en un solo as(14). Los soles pueden morir y renacer: nosotros, en cuanto la efímera luz se apague, habremos de dormir una noche eterna. Dame mil besos, luego cien, luego otros mil, luego cien una vez más, luego sin parar otros mil, luego cien, luego, cuando hayamos hecho muchos miles, los revolveremos para no saberlos o para que nadie con mala intención pueda mirarnos de través(15), cuando sepa que es tan grande el número de besos. VI Flavio(16), a Catulo querrías hablarle de tu capricho, si no fuera sosa y basta, y no podrías callarte. Pero no sé qué clase de febril y enfermiza puta te ha encandilado: eso te avergüenza confesarlo. Pues, que tú no pasas las noches viudas lo grita tu estancia, en vano callada, que derrama aroma de guirnaldas y de aceites sirios(17), y las almohadas, ésta y aquélla, aplastadas, y el crujido quejumbroso de tu temblequeante lecho y sus meneos. De nada sirve callar tus adulterios, de nada(18). ¿Por qué? No arquees tus costados, tan consumidos, ni hagas tantas tonterías. Por eso, lo que tengas de bueno y de malo, dímelo: quiero a ti y a tus amores pregonaros hasta el cielo con mis graciosos versos. VII Me preguntas cuántos besos tuyos, Lesbia, me son bastante y de sobra. Cuan gran número de arena libia se extiende por Cirene, rica en laserpicio(19), entre el oráculo del tempestuoso Júpiter y el sepulcro del antiguo Bato(20). O cuantas estrellas contemplan, cuando calla la noche, los furtivos amores de los hombres. Tantísimos besos le son bastante y de sobra besarte al loco de Catulo, que ni podrían contar los curiosos ni embrujar(21) con su mala lengua. VIII(22) Desdichado Catulo, ¡que dejes de hacer tonterías y lo que ves que se ha destruido lo consideres perdido! Brillaron un día para ti radiantes los soles, cuando acudías una y otra vez a donde tu niña te llevaba, querida por mí(23) cuanto no lo será ninguna. Y allí tenían lugar entonces aquellos múltiples juegos que tú querías y tu niña no dejaba de querer. Brillaron, es verdad, para ti radiantes los soles. Ahora ya ella no quiere: tú, como nada puedes hacer, tampoco quieras, y a la que huye no la persigas, ni vivas desdichado, sino resiste con tenaz empeño, manténte firme. ¡Adiós, niña! Ya Catulo está firme, y no te buscará ni te hará ruegos en contra de tu voluntad. Pero tú te lamentarás cuando nadie te haga ruegos. ¡Criminal, ay de ti! ¿Qué vida te espera? ¿Quién se te acercará ahora? ¿A quién le parecerás bella? ¿A quién querrás ahora? ¿De quién se dirá que eres? ¿A quién besarás? ¿A quién morderás los labios? Pero tú, Catulo, resuelto, manténte firme. IX Veranio(24), el preferido para mí entre todos mis trescientos mil amigos(25), ¿has regresado a casa, a tus penates y a tus queridísimos hermanos y tu anciana madre? Has regresado. ¡Noticia dichosa para mí(26)! Volveré a verte sano y salvo y te oiré hablar de los lugares, las hazañas, los pueblos de los iberos, según tienes por costumbre, y, abrazándome a tu cuello, besaré tu deliciosa boca y tus ojos. ¡Oh, cuanto hay de hombres más dichosos!, ¿quién hay más alegre o más dichoso que yo? X Mi amigo Varo(27), como estaba yo sin hacer nada, me había llevado desde el foro a ver a su amor, una putilla, según me pareció al pronto, nada sosa ni falta de encanto. En cuanto llegamos allí, tocamos conversaciones diversas, entre las cuales hablamos de cómo era en ese momento Bitinia(28), qué tal se estaba allí, con cuánto dinero me había yo beneficiado. Respondí tal y como era: que ni ellos mismos ni los pretores ni la cohorte habrían sacado nada con lo que volver con la cabeza mejor perfumada, sobre todo si tenían por pretor a un mamón a quien le importaba un bledo la cohorte. «Pero, al menos, -me dicen- comprarías lo que se dice es típico de allí: para la litera de un hombre(29).» Yo, para hacerme el más feliz del mundo delante de la chica, dije: «No me fue tan mal, porque hubiera caído en una mala provincia, como para no poder comprar ocho hombres de buena planta.» (Y la verdad es que yo no tenía ni uno, ni aquí ni allí, que pudiera echarse al hombro la pata rota de un catre viejo). Entonces ella, como corresponde a una más que pendón, dijo: «Por favor, querido Catulo, préstamelos un rato, pues quiero que me lleven al templo de Serapis(30).» «Aguarda -dije a la chica-, respecto a eso que hace poco te había dicho que yo tenía… me he equivocado: mi compañero -o sea, Gayo Cina(31)-, él es quien los compró para sí. Pero, sean de él o míos, ¿a mí qué? Me sirvo de ellos igual que si los hubiera comprado para mí. Pero tú andas por la vida hecha una desgraciada y una impertinente, y contigo no puede uno descuidarse.» XI(32) Furio y Aurelio(33), compañeros de Catulo, bien llegue hasta los confines de la India(34), donde la ola del mar de Oriente de gran bramido golpea la costa; bien hasta los hircanos o los muelles árabes o los sagas o los partos, armados de flechas, o hasta las llanuras que tiñe el Nilo de siete brazos; o bien encamine sus pasos más allá de los
[22] elevados Alpes, para visitar los testimonios del gran César(35), el Rin de la Galia, el mar que causa horror y los más alejados britanos. Puesto que estáis preparados a visitar todos esos lugares juntamente conmigo, cualquiera que sea la voluntad de los dioses, comunicadle a mi niña estas pocas palabras no agradables: viva y disfrute con sus adúlteros, los trescientos(36) a los que tiene abrazados a la vez sin amar de verdad a ninguno, sino rompiéndoles a todos las entrañas cara a cara; que no vuelva como antes sus ojos a mi amor, que por su culpa sucumbió como la flor del prado más recóndito tras haberla herido el arado al pasar. XII Asinio Marrucino(37), no usas bien tu mano izquierda en medio del juego y del vino: robas a los descuidados sus servilletas(38). ¿Te crees que eso es gracioso? Te equivocas, idiota. La cosa es de lo más mezquina y falta de gracia. ¿No me crees? Pues cree a tu hermano Polión, que querría comprar tus hurtos hasta por un talento(39), y eso que él es un muchacho experto en bromas y chanzas. Así que, o aguarda trescientos endecasílabos(40) o devuélveme la servilleta, que no me interesa por su valor, sino porque es un souvenir(41) de un amigo, pues desde Iberia me enviaron de regalo unas telas de Sétabis(42) Fabulo y Veranio(43), y tengo que quererlas como quiero a mi Veranito y a mi Fabulo. XIII Cenarás bien, mi querido Fabulo(44), en mi casa dentro de pocos días (si los dioses te son propicios), si traes contigo una cena buena y abundante, y no faltan una deslumbrante muchacha y vino y sal y toda clase de carcajadas. Si, como te digo, te traes eso, guapo mío, cenarás(45) bien, pues la despensa de tu Catulo está llena de arañas. Eso sí: en respuesta, recibirás puro cariño o algo más delicado y elegante: pues te daré un perfume que regalaron a mi niña las Venus y los Cupidos(46) y que, en cuanto lo huelas, rogarás a los dioses, Fabulo, que te hagan todo entero nariz. XIV Si no te quisiera más que a mis ojos, mi muy encantador Calvo(47), por ese regalo te odiaría con el odio dirigido contra Vatinio(48). Pues, ¿qué he hecho yo o qué he dicho para que me agobies con tantos poetastros? ¡Que los dioses concedan muchas desgracias al protegido ese tuyo que te envió tan gran cantidad de abominaciones! Y si, según sospecho, ese novedoso repertorio te lo obsequia el maestro Sila(49), no me parece mal; al contrario: bien y enhorabuena, porque no se echan del todo a perder tus esfuerzos. ¡Grandes dioses!, ¡horrible y maldito librito ese que tú enviaste a tu querido Catulo, sin duda para que de inmediato pereciera en las Saturnales(50), el más maravilloso de los días! Pero no, esto no quedará así, simpático: pues, en cuanto amanezca, correré a las estanterías de los libreros, cogeré a los Cesios, a los Aquinos, a Sufeno(51), haré una recopilación de todos los venenos y te recompensaré con estos castigos. Entretanto, vosotros id con bien de aquí, marchaos al sitio de donde salisteis con mal pie(52), escoria del siglo, pésimos poetas. XIV a(53) Los que quizá seáis lectores de mis tonterías y no os horroricéis de acercar vuestras manos a mí (…) XV Mi persona y mis amores te los confío a ti, Aurelio(54). Te pido un discreto favor: si en tu corazón has anhelado guardar un deseo casto y puro, presérvame púdicamente a este muchacho(55), no digo de la gente (nada temo a los que pasan de largo por las calles de acá para allá ocupados en sus asuntos), de ti tengo miedo y de tu pene, peligro para los muchachos, tanto honrados como disolutos. A ése tú menéalo por donde quieras, como quieras, cuanto quieras, cuando esté fuera preparado: a éste solo lo exceptúo, discretamente, según creo. Porque, si un mal pensamiento o una insensata locura te empujan, canalla, a tan gran desatino como para acosar mi cabeza con tus trampas, entonces ¡ay de ti, desdichado y de mala estrella, que, con las piernas separadas, por la puerta abierta, te acosarán rábanos y mújoles(56)! XVI(57) Os daré por el culo y me la vais a chupar, Aurelio comevergas y Furio(58) julandrón, que, por mis versitos, como son lascivos, me habéis considerado un desvergonzado. Es, de hecho, procedente que el poeta honorable sea personalmente casto; no es necesario que lo sean sus versitos, que, en definitiva, tienen sal y gracia si son lascivos y desvergonzados y pueden provocar la comezón, no digo a los muchachos, sino a esos peludos que no pueden mover sus duros lomos. ¿Vosotros, porque habéis leído muchos miles de besos(59), me consideráis poco macho? Os daré por el culo y me la vais a chupar. XVII Oh colonia(60), que ambicionas jugar en un puente largo y tienes pensado brincar en él, pero temes las endebles patas de ese puentecillo sostenido en unos ejecillos reutilizados, no vaya a irse patas arriba y a caer en las profundidades del pantano. ¡Ojalá se construya para ti un buen puente a tu gusto en el que incluso se aguanten las danzas de los salios(61)! Concédeme, colonia, este regalo que da muchísima risa: cierto paisano mío quiero que se precipite desde tu puente y entre hasta el fango de pies a cabeza, pero por donde de todo el lago y del fétido pantano el remolino está más encenagado y es más profundo. Es un hombre completamente necio y tiene menos inteligencia que un niño de dos años que duerme en los acunadores brazos de su padre. Porque, estando casada con él una muchacha en la flor de la edad (una muchacha más delicada que un tierno cabritillo, a la que hay que guardar con más celo que a las uvas más maduras), la deja divertirse a su gusto, y no le importa un bledo ni se altera por su parte, sino que, tal como un aliso está tendido en un hoyo cortado por un hacha lígur(62), apreciándolo todo como si ella no existiese, este tal asombro mío nada ve, nada oye, quién sea él mismo, o si es o no es, ni eso sabe. Ahora a éste quiero enviarlo desde tu puente de cabeza, a ver si es posible arrancarle de golpe su estúpida modorra y que deje en el espeso cieno su indolente espíritu, como una mula deja en un hoyo pegajoso su herradura(63). XXI Aurelio(64), padre de las hambres, no sólo de éstas sino de cuantas han sido, son y serán en los años venideros, quieres dar por el culo a mis amores. Y no a escondidas: pues estás a su lado, bromeáis juntos y, pegándote a su costado, lo intentas todo. En vano: porque a ti, que me tiendes emboscadas, te haré yo primero que me la chupes. Y, si lo hicieras estando harto, me callaría; pero ahora me lamento por eso mismo, porque mi niño va a aprender a pasar hambre y sed. Por eso, déjalo mientras te sea posible hacerlo decentemente, no sea que pongas fin a ello pero después de chupármela. XXII Ese Sufeno(65) que conoces muy bien, Varo(66), es un hombre guapo y simpático y educado, y, además, hace muchísimos versos. Yo creo que tiene escritos mil o diez mil o más, y no como suele hacerse, transcritos en un palimpsesto: hojas de lujo, libros nuevos, varillas nuevas, correas rojas para pergamino, todo ello con líneas rectas a plomo y pulido con la piedra pómez(67). Cuando te pones a leerlos, ese guapo y educado Sufeno te parece, en cambio, sólo un ordeñador de cabras o un enterrador: tan distinto es y tanto ha cambiado. ¿Qué pensaríamos que es eso? Quien hace nada parecía un hombre de mundo, o si hay algo más refinado(68) que eso, ese mismo es más grosero que un grosero campesino en cuanto pone la mano en los versos, pero ese mismo nunca es igual de feliz que cuando escribe un poema: tanto se deleita en sí mismo y tanto se admira. No es extraño: todos metemos la pata por igual, y no hay nadie en quien no puedas ver en cierto sentido a un Sufeno. A cada cual se le concedió un defecto, pero no vemos el seno de la alforja que llevamos a la espalda(69). XXIII Furio(70), que no tienes ni esclavo ni arca ni chinche ni araña ni lumbre, pero sí un padre y una madre cuyos dientes pueden comer hasta piedras, te va perfectamente con tu padre y con ese leño de la esposa de tu padre. Y no es extraño: estáis realmente todos bien de salud, digerís bien, nada teméis, ni incendios ni grandes catástrofes ni crímenes ni las trampas del veneno ni otros azares de peligro. Tenéis, desde luego, unos cuerpos más secos que un cuerno o si hay algo todavía más apellejado por el sol y el frío y el hambre.
¿Cómo no te va a ir bien y dichosamente? De sudor estás libre, estás libre de saliva, de mocos y de dañino resfriado de nariz. A este aseo añádele uno mayor: que tienes el culo más limpio que un salero(71), pues en todo el año no cagas ni diez veces, y lo que haces es más duro que un haba o que las piedras, y, si te restregaras y frotaras con las manos, no podrías mancharte ni un dedo. Esas comodidades tan dichosas, Furio, no las desprecies ni las tengas en poco… y los cien mil sestercios(72) que sueles pedir olvídalos: ya eres bastante dichoso. XXIV Tú que eres la flor de los Juvencios(73), no sólo de los de ahora sino de cuantos han sido y serán luego en los años venideros, preferiría yo que hubieras dado las riquezas de Midas(74) a ese que no tiene ni esclavo ni arca(75) a que te dejaras querer por él. «¿Por qué? ¿No es un hombre guapo?», dirás. Lo es: pero este guaperas no tiene ni esclavo ni arca. Esto tú déjalo aparte y dale toda la poca importancia que quieras: es igual, ése no tiene ni esclavo ni arca. XXV Talo(76) julandrón, más blando que el pelo de un conejo o el tuetanillo de un ganso o el lobulillo de la oreja o el pene fláccido de un viejo o un lugar lleno de telarañas; y, además, Talo, más rapaz que una tempestuosa tormenta en cuanto la diosa señala a los mujeriegos pasmados(77), devuélveme, el manto que me robaste y el pañuelo de Sétabis y los bordados bitinios(78), que sueles lucir en público como si fueran de tus abuelos; despégalos ya de tus uñas y devuélvemelos, no sea que tus costaditos de lana y tus blanditas manos queden horriblemente garabateados con correas pasadas por el fuego, y te agites sin control como una barca diminuta atrapada en alta mar por un viento furioso. XXVI Furio(79), tu pequeña quinta no está expuesta al soplo del austro ni del favonio ni del crudo bóreas ni del afeliota(80), sino a quince mil doscientos sestercios. ¡Ay, viento cruel y apestoso! XXVII Muchacho escanciador del añejo falerno(81), sírveme copas de vino más fuerte, como manda la ley de la reina Postumia(82), más cargada que los cargados hollejos. Y vosotras, marchad de aquí a donde os plazca, aguas claras, perdición del vino; emigrad junto a los serios: aquí hay tioniano puro(83). XXVIII Compañeros de Pisón(84), empobrecida cohorte, de maletuchas apropiadas y ligeras, maravilloso Veranio y tú, mi querido Fabulo(85), ¿qué andáis haciendo? ¿Es que no habéis pasado con ese pillo bastante frío y hambre? ¿No incluís en el registro de ganancia vuestro gasto, como yo, que, tras haber acompañado a mi pretor, anoto por
ganancia lo gastado? ¡Oh Memio(86), qué bien y cuánto tiempo a mí, puesto boca
arriba, me forzaste a chupártela, pegándote a mí con fuerza con tu viga entera!
Pero, por lo que veo, os ha pasado la misma desgracia: pues estáis hartos de una
picha nada menor. ¡Anda, busca amigos nobles! ¡Y a vosotros, que os castiguen con
muchos males los dioses y las diosas, vergüenzas de Rómulo y Remo!
XXIX
¿Quién puede ver esto, quién puede aguantarlo, a menos que sea un crápula, un
devorador y tahúr, que Mamurra(87) posea lo que antes poseía la Galia Cabelluda(88) y
los confines de Britania?
Rómulo julandrón(89), ¿verás y soportarás esto? Y él ahora, ensoberbecido y
empavonecido, ¿recorrerá los cuartos de todos como un blanco palomo o un
Adonis(90)? Rómulo julandrón, ¿verás y soportarás esto? Eres un crápula, un devorador
y tahúr.
¿Y con esas credenciales, general sin igual, estuviste en la más lejana isla de
occidente para que esa vuestra fláccida minga devorara doscientos o trescientos mil
sestercios?
¿Qué otra cosa es que funesta generosidad? ¿Derrochó poco o acaso poco
dilapidó? Lo primero, acabó con los bienes paternos; luego, con su botín del Ponto; en
tercer lugar, con el ibérico, que conoce el aurífero Tajo; ahora se teme por la Galia y por
Britania.
¿Por qué protegéis a este malvado? ¿Qué puede hacer éste más que devorar
pingües patrimonios? ¿Y con esas credenciales, dueños y señores de la ciudad, suegro y
yerno(91), habéis echado todo a perder?
XXX
Olvidadizo Alfeno(92) y falso con tus compañeros queridísimos, ¿ya no te
compadeces nada, insensible, de tu dulce amiguito? ¿Ya no dudas en abandonarme, en
traicionarme, desleal?
Los actos perversos de los hombres mentirosos no gustan a los habitantes del
cielo; y eso tú lo desprecias, y, ¡desdichado de mí!, me abandonas en medio de mis
desgracias. ¡Ay! ¿Qué pueden hacer -dime- los hombres, o a quién pueden tenerle ley?
Y tú, injusto, bien que me exigías entregarte mi alma, arrastrándome a quererte,
como si para mí todo estuviera asegurado. Ahora, de la misma manera, te retraes y dejas
que todas tus palabras y tus actos se los lleven vanos los vientos y las nubes arrastradas
por el aire. Si tú te has olvidado, en cambio, los dioses se acuerdan; se acuerda la
Lealtad(93), que hará que de tu acto te arrepientas un día.
El Negociador y Sancholin : diálogos imposibles de algo que nunca podría pasar.
La política es el arte de
buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso, aplicar después los
remedios equivocados y echarle la culpa a los demás de tus fracasos. (Groucho Marx)
El Negociador camina una y
otra vez por los pasillos del hotel. Se come las uñas, se pasea intranquilo,
tiene tics nerviosos en la ceja izquierda y ya está harto, muy harto. Lleva días
esperando que lo reciba el gran enano, el gran marrullero, el prófugo, la
serpiente, el conseguidor, el humillador, ese pedazo de mierda, el innombrable,
como se llame ya, ni se acuerda de su nombre.
Ya no sabe porque está aquí porque
vino, mejor sí lo sabe, recuerda aun la conversación con el presidente
Sancholin: Mira tu solo entregas el mensaje y esperas, nada más, no la jodas,
te haces la foto, suplicas, pones cara tonto, pero me traes el acuerdo
¿entiendes? El Puto Acuerdo de los Cojones eso es lo Unico que Importa, Jooder.
Eres prescindible y lo sabes, eres el puto peon que se sacrifica y lo haces por
mi, por mi causa por el que De-Verdad-Importa, por el Puto Amo (YO).
Clarito se lo dejó soy el prescindible, el mensajero bobo, el tonto la foto, el conseguidor, el negociador, el idiota. Y asi con cara de idiota mira por la maldita ventana el dia gris y triste, la ciudad gris y triste, el pacto gris y triste. Cojones porque no vino el profugo a otra ciudad con playa y palmeras a una isla paradisiaca. No, tenía que venir aquí donde no para de llover y de hacer viento, frio, carajo que frio, tirito todo el tiempo maldita sea (hasta tirito por dentro).
Eres prescindible- le había dicho el presidente Sancholin- yo pasare a la historia pero no por la foto con el mierda, eso te lo comes tu. Asi están las cosas, y el negociador (prescindible) aguarda a ser recibido, espera y espera mientras recorre los pasillos, mira por los amplios ventanales a las nubes grises y tristes sobre la ciudad gris y triste y aguarda impaciente a que el ignoto señor del castillo de la venia y le reciba y le escupa a la cara. Pero el castillo nunca abre su puerta ¿No estaremos en Praga? Se pregunta. No que va, Kafka aun no está, aunque se le espera.
Le esta humillando, esta disfrutando con ello, lo sabe, pero ya le dijo el presidente: Que te humille a ti lo que quiera, que para eso estas, pero es solo a ti, ni a Mi ni al Partido. Tu haces de puente, de muro, yo me salvo, tu te quemas, y mañana a otra cosa que el pueblo ya no se acordará de esta. Ya está, clarito, clarito. El puto peón y el Puto Amo. Solo que el presidente el muy idiota no sabe que eso no será así, la historia le dará su verdadero papel, pues ¿no esta cediendo a todo, no esta dando lo que puede y lo que no puede?, y se cree que esto es igual a todas las otras barrabasadas que ya hizo antes. Cambios de opinión no mas, cambios de postura, cambios de careto, cara de jueves o cara de viernes o la cara mas dura. Da todo igual, al Cesar solo le importa el Poder poderoso.
No, esta es la peor barrabasada
con diferencia, es humillar a toda la justicia de tu nación, a todo el estado
de derecho (¿pero que es eso?), a la historia, a la nación. Reconoces una nación
corrupta de jueces corruptos que obraron injustamente aplicando leyes corruptas
y todo ello ante el asombro y estupor de toda Europa. Sin rubor, sin miedo, yo
el Puto Amo no tengo culpa fue el Negociador, tu pon cara de tonto por si
acaso.
No importa ya lo soy, el tonto
mas útil y prescindible.
Y asi Europa asiste con Estupor al hecho insólito, un país se autoinculpa para desinculpar a delincuentes y ladrones por 4 putos votos para hacer un presidente (¿o eran 8 o eran 7?, ya ni me acuerdo). Pero que político mas listo el presidente Sancholin, ha hecho lo que ningún otro presidente o candidato nunca hizo en la historia democrática de Europa. Soy el primero le dijo el Puto Amo el otro dia, el primero en hacer algo así, soy un genio, un dialogador dialogante y un liante, lo hago todo por detrás, nada nunca por delante. Es mi lema ya sabes. Que te voy a contar yo a ti. Otros menos inteligentes hubieran convocado nuevas elecciones, no se jugarían su prestigio, su etica, su pais por una humillación semejante, pobres ilusos, con lo bonito que es el poder. Yo soy el mas listo y no me averguenza el cambio de postura, de mis principios, si no les gustan siempre tengo otros disponibles y a otra cosa. Y al negociador se le ocurre preguntarle lo del comisario europeo que ha preguntado con muy mala leche y le responde: a ese lo liaran mis pretorianos que para eso los tengo.
Los pretorianos son los 1500
asesores con cama sueldo y puro que le siguen todos días por Palacio baboseando
un gesto y una mirada, tal vez con suerte una sonrisa del prócer, inventando
nuevas felonías, nuevas verdades y nuevas falsedades que atribuir a la oposición
miserable.
Y también le dice. Mira tengo exministros y exsecretarios de estado en el Tribunal, en la Fiscalía, en la Abogacía, en el CIS en los Medios, en todas las puñeteras partes, esta todo controlado, tu a lo tuyo a que te humillen (pero solo a ti) a rebajarte todo lo que puedas, a darle todo lo que te pidan, a suplicar todo lo que te dejen, a rogar todo lo que se te ocurra, a engañar todo lo que sepas. No, mejor para engañar me dejas a mi, que soy el maestro, donde está el amo sobra cochinillo. Como a Federico Barbarroja me llaman Stupor Mundi (el asombro del Mundo ante la asombrada Europa).
Y aquí sigo, no me dejan ni salir del hotel, podía ir y ver algún museo o algún parque, no, no salgas que no te hagan fotos haciendo el tonto por la ciudad, bastante el tonto haces ya por los pasillos del puto hotel, tu aguanta, se fuerte, paséate por dentro del hotel que es muy grande y nos sale muy caro y espera, espera, espera. Que te reciba algún dia, que firme MI rendición, que te humille (pero solo a ti). Yo soy Sancholin y saben todos como me las gasto, ya reiré el ultimo, ya los engañaré a todos, cuando me convenga, cuando me de la gana y por supuesto le echaré la culpa de todo a la oposición.
Y aquí sigo Yo Negociador,
esperando desesperado. Pero el castillo nunca abre su puerta ¿No estaremos en
Praga? Se pregunta. No que va, Kafka aun no está, aunque se le espera.
Compositor y violinista de Bohemia, miembro de una familia de músicos (hijo de Johann y hermano menor de Carl). Hasta 1770 fue miembro de la orquesta de Mannheim; después se trasladó a París con su hermano Carl, quien fue nombrado compositor y director en la corte del duque Luis de Noailles. Realizó varias giras de conciertos a Viena y, entre 1782 y 1789, fue miembro de la Capilla real de Versalles. Como compositor, su importancia es menor que la de su hermano; de su amplia producción se conocen doce sinfonías, seis dobles conciertos, varios conciertos para violín y otros para viola, piano, flauta y oboe, así como cincuenta y cuatro cuartetos de cuerda, dieciocho tríos y noventa dúos.
Compositor, violinista e intérprete de viola y gamba bohemio. Hasta 1770 fue violinista en la corte de Mannheim y después fue compositor y director de la corte del duque Luis de Noailles en París. Desde esta ciudad realizó varias giras de conciertos, para regresar definitivamente a Alemania en 1785, donde fue profesor de música en la Universidad de Jena a partir de 1895. Fue continuador de la tradición de Mannheim de un modo próximo a la escuela vienesa, marcado también por influencias italianas. Al igual que su padre, realizó importantes aportaciones para el repertorio de la sinfonía clásica; a él se debe el florecimiento, a partir de 1770, de las sinfonías concertantes, que alcanzaron gran popularidad en París. De su producción, gran parte de ella perdida, se conservan cuarenta y siete sinfonías, varias sinfonías concertantes, diez conciertos de violín, varios conciertos de viola, violoncelo, flauta y piano, así como algunos aires y numerosas obras de música de cámara para viento y para cuerda.